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Cuadernos de Historia de la Salud Pública
versión impresa ISSN 0045-9178
Cuad Hist Salud Pública n.92 Ciudad de la Habana jul.-dic. 2002
    
   Dr. Carlos J. Finlay    
   Habana    
 
Sobre los casos esporádicos de fiebre amarilla
Al Dr. Tomás Hernández, de Sagua
Con verdadero placer he leído el artículo que en el número    12 del corriente año de la Crónica, publica el distinguido compañero    a quien dedico estos párrafos en testimonio del aprecio que hago de sus    escritos en los que revela, además de clara inteligencia, una juiciosa    meditación sobre problemas de trascendental importancia; ejemplo que    bien pudieran seguir otros tantos vigorosos intelectos, que permanecen estancados    en la desidia tropical o asfixiados por la indiferencia que en este medio ambiente    agota todas las iniciativas.    
 
Cuando arranquemos a Cuba el estigma de la fiebre amarilla, habremos convertido    a nuestro país en la tierra más saludable del mundo. Y considero    un estigma para nosotros su presencia aquí, por que tengo la convicción    de que podríamos extirparla para siempre con el esfuerzo coordinado y    unísono por parte de todos nosotros; de todos los médicos, al    menos de la Isla de Cuba.    
 
Pero esto seguirá siendo una quimera, mientras no impere en nuestro    país el amor a la justicia, a la honradez, a la verdad; mientras se den    casos como el reciente de Unión de Reyes, en que un compañero    presta sus servicios a tres o cuatro miembros de una familia, atacados de fiebre    amarilla, o lo oculta criminalmente e ignorante no sospecha de lo que se trata,    infringiendo ordenanzas sanitarias bien claras y precisas, para que más    tarde las influencias y las recomendaciones vengan a declararlo inocente.    
 
Mientras no se exijan responsabilidades a los llamados a implantar y hacer    cumplir las medidas profilácticas, con pena de cesantía o aún    mayor si fuera necesario, es baladí pretender alcanzar otra vez, esa    bella etapa de bienestar sanitario que nos legara la primera Intervención    americana.    
 
Nuestro modo de ser, la falta de valor cívico, la ineptitud    de algunos, la indiferencia de los más, la intrusión de la política    en los asuntos sanitarios; estas son las causas principales que se oponen a    que de nuevo desaparezca el germen amarillo de nuestro territorio y no como    cree el doctor Hernández, una fuente aun desconocida de infección.    
 
El artículo a que hago referencia, es sumamente interesante por varios    motivos y si el exceso de trabajo que tengo no me lo prohibiera, habría    de apuntarlos y estudiarlos; pero casi con el pie en la escala del vapor, al    partir en cumplimiento de misión honrosa que me ha confiado nuestro actual    gobierno, apenas si me basta el tiempo para tratar uno de ellos y hacer un esfuerzo    por explicar la presencia de esos casos salteados, que en distritos rurales    han aparecido recientemente.    
 
La teoría que el doctor Hernández presenta a nuestra consideración,    tuvo su nacimiento hace nada menos que unos cincuenta y pico de años,    fue su autor el doctor Louis Daniel Beauperthuy, médico de la facultad    de París y que ejerció su profesión en la Provincia de    Cumaná, en Venezuela.    
 
Tengo pocos datos biográficos del doctor Beauperthuy, para quien yo    reclamo el título de abuelo de la teoría del mosquito    de la fiebre amarilla, ya que todos reconocemos en el doctor Finlay la paternidad    de la doctrina moderna. Nació Beauperthuy en 1808, en la isla de Guadalupe    y murió en 1871, siendo Director del Hospital de Leprosos de Demerara    (Georgetown) Guayana Inglesa.    
 
Sus trabajos deben haber llamado algo la atención, cuando motivaron    el nombramiento del Dr. J. M. Brassac, Médico de Primera Clase de la    Marina Francesa para que viniera a la Guadalupe a investigar sus pretensiones.    De más está decir que el informe del doctor Brassac al     Directeur de lInterieur fue adverso a las opiniones de Beauperthuy.    
 
Es indiscutible que solamente un hombre genial habría viajado por los    pueblos de Venezuela en el año de 1845, acompañado de microscopio,    con el que se entretenía investigando la piel y las excretas de sus pacientes.    Su radio de acción fue muy limitado, merced a la necesidad que tenía    de proveer a una numerosa familia y aunque en 1856 y antes de esa fecha envió    varios escritos a la Academia de Ciencias de París, no se extendieron    sus relaciones más allá de la Isla de Trinidad, la cual visitó    varias veces y la Guayana colindante a Venezuela. Una feliz casualidad puso    en mis manos los documentos que se relacionan con este hombre tan notable cuanto    desconocido y el lector habrá de perdonar esta digresión del asunto    primordial, en obsequio a la memoria de un amante de la Ciencia, que fue víctima    de su celo y su entusiasmo por ella y que ha permanecido, si no ignorado, cuando    menos olvidado de todos.    
 
Los puntos de relación que existen entre las opiniones de Beauperthuy, las emitidas por el doctor Hernández en su reciente artículo y la doctrina como hoy la aceptamos todos, ha de apreciarlos el lector al recorrer los párrafos que cito, sin comentarios, para no cansar demasiado su benévola atención, ni abusar de la bondad del amigo redactor de la Crónica que amablemente me ha prestado sus páginas.
Habla Beaupherthuy en la Gaceta Oficial de Cumaná de Mayo de 1853.
A la misión que he desempeñado (Médico Municipal, durante    una epidemia de fiebre amarilla, en Cumaná), traje el fruto de catorce    años de observa-ciones hechas con el microscopio, de las alteraciones    de la sangre y de los otros líquidos de la economía animal en    las fiebres de todos los tipos.    
 
Estas observaciones hechas en las regiones equinocciales é intertropicales,    me sirvieron de gran recurso para reconocer la causa de la fiebre amarilla y    los medios apropiados para combatir esta terrible enfermedad. En cuanto a mis    trabajos sobre la etiología de la fiebre amarilla, me abstendré    por ahora de darlos a la publicidad. Mis investigaciones a ese respecto forman    parte de un gran trabajo en que los resultados ofrecen hechos tan nuevos y tan    alejados de las doctrinas aceptadas, que no debo presentarlos a la publicidad    sin aportar en su apoyo las demostraciones evidentes. Por lo demás envío    a la Academia de París, una carta sellada que contiene el resumen de    las observaciones que hasta la fecha he recogido y cuyo objeto es asegurar contra    toda eventualidad, la prioridad de mis descubrimientos sobre las causas de las    fiebres en general. No puede considerarse a la fiebre amarilla como enfermedad    contagiosa. La causa de esta enfermedad se desarrolla en condiciones climatéricas    que le permiten extenderse de una vez o sucesivamente; estas condiciones son    las que favorecen el desarrollo de los mosquitos (insectes tipulaires, naringoines,    etc.).    
 
Los mosquitos (tipules) introducen en la piel su chupador (sucoir),    compuesto de un aguijón acanalado, punzante y de dos serruchos laterales,    instilan dentro de la piel un licor venenoso que tiene las propiedades del veneno    de las serpientes. Reblandece los glóbulos de la sangre, determina la    ruptura de sus membranas tegumentarias, disuelve la parte parenquimatosa y facilita    la mezcla de la materia colorante con el suero. Esta acción disolvente    parece facilitar el paso del líquido sanguíneo por el conducto    capilar del chupador.    
 
Los agentes de esta infección (fiebre amarilla) presentan gran número    de variedades, no siendo todas igualmente dañinas. La variedad zancudo    bobo, de patas rayadas de blanco, es hasta cierto punto la especie doméstica.    Es la más común y su picada es relativamente menos penosa que    la de otras especies..    
 
Las playas de las regiones ecuatoriales e intertropicales, están cubiertas por el detritus de plantas marinas, peces, crustáceos, moluscos, etc. en los que la acumulación produce fermentación muy activa, principalmente en la época del invierno en que la humedad de la estación forma nuevos elementos propios para la putrefacción. Las raíces y los troncos de mangle y otros árboles pelágicos se cubren durante la marea alta de capas de materia animal, de mucosidades y de millones de zoófitos gelatinosos que en los vastos bancos se extienden por muchas millas sobre la superficie de las olas y se conocen vulgarmente bajo el nombre de agua mala. A la baja marea todas estas substancias gelatinosas adheridas a la corteza de los árboles, se desecan y forman una capa que no tarda en corromperse. Los mosquitos que frecuentan los manglares, mantienen su existencia absorbiendo estos líquidos descompuestos. Puede decirse que accidentalmente es que se sirven de la sangre del hombre para su alimentación y en este caso, el poder disolvente de los jugos contenidos en estos insectos es tal, que los glóbulos de la sangre son reblandecidos y licuados de una manera casi instantánea, como lo he observado en el microscopio. ¿Qué son estas materias pelágicas de que se nutren los mosquitos sino substancias pelágicas fosforescentes como los despojos de pescados?.¿Qué tiene de extraño que la instilación de esas substancias en el hombre, en estado pútrido, le produzcan desórdenes muy graves? ¿No ha demostrado M.
Magendie que algunas gotas de agua de pescado podrido introducida en la sangre de los animales determinan en pocas horas, síntomas análogos a los del tifus y la fiebre amarilla.
Fig. 10. Sentados los doctores Carlos J. Finlay y Juan Guiteras. De pie de izquierda a derecha los doctores Arístides Agramonte, John R.Taylor, Antonio Díaz Albertini, Honoré Laine Gareche y Hugo Roberts.
No es necesario investigar mucho para encontrar por qué el tifus icteroides    es tan común en la orilla del mar y tan raro al interior del país    y en los lugares pocos frecuentados por los mosquitos. Se ha observado en Basse    Terre, capital de una de nuestras Antillas, que las epidemias de fiebre amarilla    no extienden su influencia perniciosa hasta el barrio de Matouba, situado apenas    a una legua de esa ciudad. Hay que convenir en que esta distancia es bien corta    para preservar por sí sola a Matouba contra los supuestos efluvios nocivos    exhalados por el litoral y que las corrientes aéreas, que le sirven de    vehículo, pueden transportarlos en pocos minutos cuando el viento sopla    en dirección del Oeste, mientras que este alejamiento de la orilla del    mar, es decir, de las localidades habitadas por los mosquitos, es más    que suficiente para preservar contra su acción y los graves inconvenientes    que ella produce.    
 
Se ha dicho que los efluvios desprendidos de los pantanos ejercen sobre la economía animal una influencia más nociva durante la noche, que durante el día. ¿Por qué razón será eso así?. ¿No son al contrario más abundantes esos efluvios durante la permanencia del sol sobre el horizonte?¿No es el agente más activo de la descomposición de las materias animales y vegetales y de la formación de gases que se escapan?. Es esta una explicación poco satisfactoria, la inocuidad de los efluvios durante el día, cuando son más abundantes.....
Hablando de la Fiebre dice Beauperthuy:
Las fiebres remitentes, intermitentes y perniciosas así como la    fiebre amarilla, el cólera morbo y los accidentes causados por las serpientes    y otros animales venenosos, reconocen por causa un virus animal o vegeto-animal    en el cual, la introducción en el organismo humano se hace por inoculación.    Los líquidos o virus inoculados, después de un período    de incubación más o menos largo, determinan los síntomas    nerviosos al principio y más tarde una infección pútrida    de la sangre y de los líquidos de la economía, causando trastornos    de la circulación, respiración, digestión y todas las otras    funciones.    
 
Las fiebres intermitentes son graves en proporción con el desarrollo    de estos mosquitos y estas fiebres desaparecen o pierden mucho de su intensidad    en las selvas que por motivos de su altura (altitudes), mantienen pocos de estos    insectos.    
 
Los indios para protegerse de las fiebres emplean ciertos preservativos y los    que habitan los valles malsanos, colocan braseros encendidos a la entrada de    sus chozas durante la noche. Este método es muy eficaz para cazar los    mosquitos.    
 
De todos los medios que emplean para preservarse de la acción enervante    que produce las picadas de los mosquitos el más eficaz es el que usan    los indios que consiste en frotarse la piel con substancias oleaginosas.    
 
La expresión serpientes aladas que empleó Herodoto,    es bien aplicable a los mosquitos y a la acción de sus picadas sobre    la economía humana.    
 
Hablando de miasmas, emanaciones pestilenciales, etc., dice:    
 
La ausencia de mosquitos durante el invierno explica porqué no son peligrosas    las cercanías de los pantanos durante esta estación. Los inmensos    pantanos del Norte de Europa no son malsanos por esta razón. Los pantanos    no comunican a la atmósfera más que la humedad y la pequeña    cantidad de hidrógeno que exhalan no producen en el hombre ninguna indisposición    en las regiones ecuatoriales e intertropicales afamadas por su insalubridad.    No es solamente la corrupción de las aguas lo que las hace insalubres,    sino la presencia de los mosquitos.    
 
Durante la estación de la seca, desfavorable a los mosquitos, las fiebres    cesan en el Senegal, en los llanos de Apure, de Caracas y de la Guayana. Hacen    estrago durante la estación de las lluvias que es la de producción    de mosquitos.    
 
Las afecciones que ocasionan adquieren mayor gravedad porque los mosquitos    pululan en las aguas estancadas y corrompidas.     
       
   Como se desprende de la lectura de esos párrafos, Beauperthuy creía    en la inoculación de la fiebre amarilla y del paludismo por los mosquitos,    pero de acuerdo con los conocimientos de su época, pensó que el    virus o germen lo obtenían de substancias putrefactas de los pantanos.    
 
Hoy el doctor Hernández sospecha que el mosquito puede adquirir el germen    de la infección amarilla de algún foco telúrico    desconocido.    
 
Ambas teorías, casi idénticas, son insostenibles en presencia    de los hechos conocidos y me esforzaré en convencer al distinguido compañero    de su error.    
 
Como todos sabemos es la hembra del mosquito, la que chupa la sangre, es decir,    la que pica al hombre y a los animales, tan pronto como es fecundada por el    macho: solamente en la imposibilidad de conseguir sangre, es que la hembra se    alimenta de otros líquidos y libre, en la Naturaleza, es casi seguro    que no absorbe otra cosa más que sangre, ya sea del hombre o de los animales    más pequeños, aves, pájaros, etc. Todo indica, pues, que    no puede infectarse más que de esa manera y desde luego solamente cuando    pique a un enfermo de fiebre amarilla. Además, es necesario que la picada    se verifique dentro de los tres primeros días de la enfermedad, como    se ha demostrado en los casos experimentales de las Comisiones americanas en    Cuba y México, primero y en los de la francesa e inglesa después    en el Brasil.    
 
Hay un error en el escrito del doctor Hernández que, basado en él,    da lugar a deducciones igualmente erróneas; consiste en presumir que    el Stegomya es la única especie de mosquito que resiste doce días    de vida. Es un hecho que todas las variedades de mosquito viven mucho más    de doce días; algunos individuos, hasta meses enteros, del otoño    a la primavera, como sucede en los países septentrionales, pues de otra    manera no podría perpetuarse la especie después de los crudos    inviernos de esas regiones.    
 
Hasta aquí de hechos biológicos conocidos y que se oponen a la    teoría de Beauperthuy-Hernández, de las fuentes telúricas    de infección icteroides.    
 
Siguiendo otro orden de ideas, tampoco es admisible la existencia de esos sitios    desconocidos donde el mosquito pueda infectarse. Si como sostiene el doctor    Hernández y es admitido por todos, La Habana ha sido siempre el foco    endémico de Cuba, allí, como asegura el doctor Hernández,    deben estar esos puntos X tan peligrosos; pero es el hecho que los casos que    han llamado su atención, son precisamente casos esporádicos    aislados y en el campo, pues en La Habana no se ha infectado un solo individuo    en lo que va de este año y es bien fácil trazar el origen de las    epidemias anteriores; la de 1905 de New Orleáns y la de 1906 por la reinfección    de esta ciudad debido a casos que vinieron del campo.    
 
Si en La Habana existieron esos focos ocultos esporádicos, ¿cómo    explicar ese período de indemnidad de 1901 a 1905 en que a pesar de que    nos llegaron numerosos casos de México, Sur y Centro América no    hubo infección alguna en toda la República?    
 
Los casos de Unión de Reyes, Cruces, Nueva Paz, San Nicolás,    etc. no han sido importados; fueron casos secundarios a otros anteriores que    a su vez fueron o no conocidos de las autoridades. Hoy no aceptamos un período    de incubación mayor de seis días para casos de fiebre amarilla    y los individuos que han llegado a Cuba de puertos infectados sufren una cuarentena    de acuerdo con ese dato etiológico. Además, no sé que ninguno    de los casos en cuestión haya tenido lugar en individuos procedentes    de esos infestados.    
 
Tampoco es posible admitir el argumento hipotético del doctor Hernández,    de la generación espontánea en el hombre, del veneno amarillo;    errado también está al declarar esto posible en el virus rábico,    respecto al perro. La Ciencia no admite hoy la generación espontánea    y ésta no existe respecto a la rabia como no existe respecto a ninguna    otra enfermedad que sea debida a gérmenes o toxinas.    
 
Finalmente, no es posible aceptar la teoría Beauperthuy-Hernández,    porque el estudio de otras enfermedades, que también se transmiten por    insectos, ha demostrado que estos obtienen su infección directamente    del individuo atacado y no de una fuente intermedia o ajena al enfermo, como    lo serían los puntos X del doctor Hernández. La filariasis, fiebre    recurrente, mal del sueño, paludismo, etc. todos son ejemplos de lo que    dejo anotado.    
 
Declarada inaceptable como lo he hecho, la teoría ingeniosa de Beauperthuy    y Hernández, permítaseme hacer una tentativa para explicar, basado    en la doctrina moderna, el origen o la existencia de esos casos esporádicos    del campo que tan justamente han llamado su atención y motivado el interesante    artículo del doctor Hernández, así como las dudas que en    la mente de muchos compañeros se presentan.    
 
En primer lugar no ha sido nunca posible descubrir el primer caso de fiebre    amarilla, cuando se ha obtenido conocimiento de la presencia de ese azote en    una localidad; de manera que cuando se implantan los métodos profilácticos,    el número de mosquitos infestados es mucho mayor y más diseminado    que lo que las autoridades sanitarias pueden alcanzar y los focos de infección    son también más numerosos; esto da por resultado, que la destrucción    de mosquitos infestados no sea completa y que se extinga la epidemia en pocas    semanas, es muy posible que hayan escapado con vida mosquitos infestados (desde    luego infestantes) en algunas casas de la localidad. Si esto tiene lugar en    los pueblos de campo, donde la población inmune es mayor que la susceptible    a la fiebre amarilla, es fácil comprender como un mosquito infestado    puede sobrevivir muchos días, alimentándose de sangre criolla,    sin producir un solo caso de fiebre amarilla. Si entonces por casualidad pica    a un peninsular, recién llegado; tendremos antes de los seis días    un caso esporádico dos o tres meses después del último    caso que se vio en la localidad.    
 
Aparte de esto, es muy probable que padezcan ataques de fiebre amarilla benigna,    los niños de familias cubanas; en los cuales pase inadvertida la infección    y así mantengan el germen infestante en una localidad, donde predominen    los inmunes, durante muchos días; pero en este caso, el número    de mosquitos que se infestan es considerable y daría lugar a muchos casos    simultáneos; por esta razón no creo sea éste el origen    de los casos esporádicos del campo.    
 
En mi opinión, la causa fundamental de esos casos que hemos visto en    las cercanías de La Habana, ha sido la fumigación incompleta de    los focos de infección, dando lugar a la diseminación de algunos    mosquitos infestados, pocos, sin duda, que han escapado a la imperfecta aplicación    de los métodos culicidas. Si este solo hecho basta para explicar su existencia.¿Para    qué aportar nuevos y desconocidos factores, que sólo servirían    para hacer el problema de la total extinción de la fiebre amarilla una    tarea irrealizable para el hombre?    
 
Tengo el convencimiento que si se llevara a cabo una fumigación total    de esos pueblos, de un extremo al otro, sin perdonar establecimientos ni edificio    de ninguna clase, se obtendría el resultado que todos deseamos; principalmente    si la fumigación se hace a conciencia, si se emplea la cantidad suficiente    de un culicida eficaz y se consume este en su totalidad. El descuido de uno    de estos detalles, basta para que sea inútil por completo, si no perniciosa,    toda tentativa de fumigación.    
 
Hace tiempo ya que debió desaparecer otra vez y para siempre de nuestro    país, tan bello como desgraciado, la infección amarilla. Así    como su introducción en 1905 era casi inevitable, por la proximidad y    las relaciones íntimas con los puertos del Sur de los Estados Unidos    y nos sirve de disculpa para su reinvasión los disturbios políticos    de 1906, que sumieron al país en el estado lastimoso que atraviesa, hoy,    con la potente palanca de la nueva Intervención, debemos cuanto antes    esforzarnos por terminar su existencia entre nosotros.    
 
Hemos de esperar mucho de la reorganización del servicio Sanitario de    la República, si la política no logra introducir su ponzoña    enervante y destructora, reclamando puestos directores para los ineptos e indiferentes,    que deben desempeñar únicamente los aptos y entusiastas por su    mejoramiento y prosperidad.    
 
Por mi parte, abrigo la esperanza de que en fecha no muy remota habremos de    surgir del desconcierto y letargo en que nos hallamos sumidos, aunque antes    de eso tengamos que descender aún más en la opinión de    los otros pueblos de la tierra y aumente nuestro descrédito y desprestigio,    que nuestra situación geográfica, la proximidad a la gran nación    americana, es para mí garantía de que no se consumará la    descomposición total de nuestra vida moral e intelectual.    
 
Mientras eso ocurre, laboremos todos por alcanzar ese ideal que el doctor Hernández    considera tan utópico; que cada uno de nosotros impulse a medida de sus    fuerzas en el sentido de la verdad y del progreso, que sin duda acortaremos    este período transitorio y más pronto llegaremos a esa fecha feliz    que todos los cubanos honrados anhelamos, para bien de nuestro país y    de la Humanidad (Crónica Médica Quirúrgica Tomo XXXIII.    Año 1907).    
 

 












