Las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) forman parte esencial del acelerado desarrollo científico-tecnológico actual y han invadido todas las esferas de la vida humana transformando la realidad en todos los órdenes.
La educación no está ajena a este fenómeno global y se debate en un auténtico terremoto de novedades, cambios e incógnitas. Como proceso histórico-social, está determinada y es determinante en el hombre, la sociedad y sus progresos. Por eso, renovarla y atemperarla a la altura de la revolución científico-técnica es una declaración de principio.1
Por TIC se define el conjunto de recursos, procedimientos y técnicas, necesarios para manipular y/o gestionar la información, convertirla, almacenarla, administrarla y transmitirla.2) Por ello, en la era de la información ocupan un lugar de privilegio dentro del contexto educativo. Sus posibilidades, bondades y funciones son inmensas si se utilizan acertadamente como mediadores del aprendizaje y no como mero instrumento o ferretería pedagógica. Ellas agrupan en sí mismas textos, imágenes, sonidos, interactividad, aprendizajes desde la distancia, aplicaciones diversas, plataformas y redes sociales, entre otras.1 Incorporarlas al sistema educativo constituye vía idónea para lograr un acceso equitativo al conocimiento y la información.
Pero este propio desarrollo tecnológico en el campo de la educación, está llamado -en cualquiera de sus niveles organizativos y junto a un profesorado preparado- a reinventarse fórmulas educativas que ofrezcan soluciones loables, éticas y dignas en determinados excesos relacionados con su uso y que como consecuencia, propician la tendencia al desarrollo de seres humanos peligrosamente atados a necesidades, motivaciones e intereses, creados artificialmente por los medios tecnológicos de comunicación y la propaganda que estos divulgan.3) A la universidad corresponde hacer este ejercicio permanente de clarificación de su vínculo con la sociedad de la cual forma parte y a la que debe servir.
Las TIC transportan al contexto universitario una enorme avalancha de productos audiovisuales, programas y aplicaciones impuestos en su mayoría por países económicamente dominantes. Por eso dejarse arrastrar “ingenuamente” o no, por el “absoluto caudal de bondades” que ellas aportan, pondría en riesgo la responsabilidad que tiene la universidad de concebir una formación que provea el egreso de un profesional situado en el mismo centro del discurso científico-tecnológico, culto, preparado, sincronizado e independiente, con la actitud coherente y creadora que los nuevos tiempos demandan. De ahí la necesidad de fomentar una didáctica que vele por la selección, diseño y utilización adecuadas de las TIC.
Es propósito de los autores de la presente comunicación acercar a los profesionales de la enseñanza a este tema de gran actualidad en el contexto universitario y, sin la intención de sentar cátedra en el asunto, compartir algunas de las inquietudes o consecuencias nocivas del mal uso o abuso de las TIC, en aras de alertar y promover el deseo de revertir tales situaciones:
Los procesos tecnológicos implican una infraestructura económicamente imposible de costear por los países de menor desarrollo. Esto genera una brecha que implica que un alto porciento de los “productos educativos” que se generan sea elaborado y divulgado por países más desarrollados mientras los primeros actúan como usuarios, lo cual genera fenómenos como la transculturación, pérdida de la identidad, y descontextualización de fenómenos educativos al asumir modelos que no corresponden a las realidades de cada nación.
La logística necesaria para plataformas de procesos de enseñanza aprendizaje no presenciales y a distancia es en ocasiones insuficiente, limitando las posibilidades de interconexión e interactividad entre los sujetos cognoscentes sin necesidad de desplazarse; así la pedagogía que debe acompañar los nuevos paradigmas tecnológicos no siempre encuentra su total y genuina concreción.
La unidireccionalidad de las plataformas creadas no responde a plenitud a las características y necesidades de cada estudiante, pues tanto el ritmo como la cantidad de información se generan en función de un estudiante medio, con lo cual los estilos individuales de aprendizaje pudieran quedar insatisfechos. Esto corrobora que las máquinas nunca podrán sustituir el papel del profesor.
No siempre la filosofía en torno al uso de las TIC es totalmente congruente ya sea por la falta de preparación para discernir programas y productos audiovisuales de calidad, o por no asumir la cuota de responsabilidad personal que cada quien debe tener al respecto. Se consume información sin ciencia ni sabiduría prestándose a actividades enajenantes y banales a la par que se van conformando gustos estéticos superfluos que rozan con la falta de moral, y que manifiestan el deterioro de la ética y el debilitamiento de valores (porque se consume de todo y esto condiciona la acción).4
Por otro lado, y paradójicamente, mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que clausuran a sus usuarios ante los otros, se acortan las distancias, deja de existir el derecho a la intimidad y se manifiestan formas insólitas de agresividad, insultos, maltratos y manipulaciones que destrozan la figura del otro, según refiere el papa Francisco, en su Carta Encíclica “Fratelli Tutti” publicada en Roma, San Juan de Letrán el 1ro de octubre de 2020.
La falta de preparación técnica del profesorado universitario es otro elemento que eventualmente entorpece la eficiencia en la dirección del proceso. La formación no ocurre siempre al ritmo del desarrollo tecnológico, lo que trae consigo que se desconozcan partes integrantes, así como habilidades propias para su manejo y el de ciertos programas básicos, de infinitas posibilidades. Esto lo sitúa en desventaja frente a sus estudiantes.
Las prácticas intelectuales carentes de ética y voluntariedad son otro tópico importante en torno al tema. Los ordenadores y dispositivos móviles poseen infinidad de ventajas para manipular, conservar la información y establecer diálogos o interacción con los sujetos, desarrollar capacidades cognitivas y metacognitivas, aligerar la carga intelectual por su operatividad, economizar el tiempo, etc. La falta de ética concatenada a las facilidades de algunas de sus operaciones útiles (salvar, cortar, copiar, pegar) ponen en riesgo el desarrollo de habilidades intelectuales básicas para procesar y resumir la información científica ya que no se elaboran ideas propias (de lo interpsicológico a lo intrapsicológico) y se utilizan en cambio para la comisión de plagios, sin siquiera cambiar palabras, el sentido a las oraciones o utilizar sinónimos, llegando a copiar hasta con los mismos errores de redacción y ortografía.4
Otra manifestación del problema radica en el hecho de no tomar notas personales, reduciendo el procesamiento de la información científica a captar o fotografiar el resumen del profesor o de otros compañeros con la cámara de un dispositivo móvil.
Por otro lado, el uso de la TIC en el entorno universitario refleja un grado de aceptación tal, que su uso se ha trastocado en abuso o utilización desmedida por los extensos períodos de tiempo frente a las pantallas digitales. Esto ha traído consigo la aparición de enfermedades musculares, óseas, visuales, el aislamiento social, la adicción y nomofobia, y otras del sistema nervioso central ocasionadas por los campos electromagnéticos que estas pantallas emiten, tales como los trastornos del sueño, el vértigo, etc. Con este comportamiento se arriesga la capacidad y goce propios de la comunicación con los semejantes, haciendo tambalear la atención a personas, actividades o cosas verdaderamente esenciales.5
Por último, llama la atención cómo suelen diseñarse presentaciones digitales (póster, diapositivas y otros), carentes de los requisitos pedagógicos y didácticos esenciales, que van desde la desmedida información (a veces mal enfocada técnicamente en función del emisor y no del receptor del mensaje educativo) hasta los diseños con excesos de colores y formas, contrastes errados, animaciones excesivas y descontextualizadas, adornos fuera de lugar, etc., que solo desvirtúan el fin didáctico para los que fueron diseñados.
Tales conductas demandan la transformación del educador en las dimensiones del pensar, sentir y actuar para ir más allá de la politecnización y el conocimiento de la materia que imparte, y permitir una proactividad que humanice el proceso enseñanza aprendizaje, comunicando a sus estudiantes una actitud de respeto a la vida humana, de interés hacia lo realmente esencial bajo el discernimiento de las mejores y adecuadas fuentes frente a una realidad ideológica global compleja.