Desarrollo
Francisco Raúl Rojas Ochoa (Figura) nació en Oriente, actual provincia de Holguín, el día 21 de agosto de 1930 y nos abandonó físicamente el 30 de mayo de 2020. Siendo director provincial de salud pública de Camagüey (entre 1961 y 1964), creó el primer hogar materno de Cuba; así se inició su singular vocación de fundador, que nunca le abandonaría. “Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen”, nos dijo Martí en el periódico “Patria” el 14 de mayo de 1892. Cuando recordamos, entre otros emprendimientos fundacionales, al Instituto de Desarrollo de la Salud, la Maestría Internacional en Salud Pública (una de las primeras de la región, cuando casi nadie hablaba de maestrías), la especialidad médica de Bioestadística (única, aún hoy, en el mundo), no nos queda duda alguna acerca del bando en que se ubicaba Rojas Ochoa.
La enumeración de los premios, reconocimientos nacionales e internacionales, órdenes y condecoraciones que recibió a lo largo de su vida, de los títulos y categorías docentes e investigativas alcanzadas, e incluso de los cargos desempeñados y las misiones que se le encomendaron dentro y fuera de Cuba, exigiría muchas cuartillas (Anexo). Basta decir que tales distinciones fueron las más altas posibles y que cumplió todas las encomiendas con ejemplar eficiencia.
Tal enumeración puede hallarse en diversas fuentes que las resumen. Pero la Revista Habanera no me ha pedido un obituario, sino una semblanza que intente transmitir el sentir de todo su consejo editorial en relación con aquellos rasgos especiales que le hicieron acreedor de dichos merecimientos y con las poliédricas facetas que Rojas Ochoa aunaba. Hoy rendimos tributo al dirigente visionario, al científico, al militante revolucionario y al ser humano.
El dirigente visionario
En la última entrevista concedida a la Revista Juventud Técnica se puso de manifiesto su honradez al expresar que “Cuando la escuela de medicina se separó de la Universidad, todos los médicos aplaudimos; y hoy yo digo que todos nos equivocamos”. Su lúcida mirada integradora, ajena a todo elitismo, no demoró en hacerle comprender que, tanto en su fase formativa como luego, en su actuación profesional dentro de la Salud Pública, era precisa la confluencia de los más disímiles saberes sin los cuales era imposible conseguir conquistas trascendentes en el marco salubrista.
Esto produjo no pocas incomprensiones. Pero esta visión adelantada a su tiempo se vio posteriormente convalidada no solo por la práctica, sino que se consolidó en políticas que más tarde adoptaran organismos del estado cubano y del ámbito internacional. Cuando la estrategia de configurar acciones intersectoriales e interdisciplinares, así como la de involucrar a la salud “en todas las políticas”, se hizo presente en la Primera Conferencia Internacional sobre la Promoción de la Salud y la famosa Carta de Ottawa (1986), así como en las directrices de la OMS incluidas en el Programa “Salud para todos” (1997), el hecho no sorprendió a los discípulos de Rojas. Ya por entonces nos costaba trabajo, incluso, identificarnos con las etiquetas académicas formales que figuraban en nuestros diplomas de egresados universitarios.
Quienes tuvimos la suerte de laborar y de educarnos en el Instituto de Desarrollo de la Salud, bien lo sabemos. Me permitiré ser exhaustivo: enfermeros, psicólogos, matemáticos, periodistas, abogados, economistas, nutricionistas, sociólogos, documentalistas, médicos, historiadores, geógrafos e informáticos tuvimos allí un espacio plural para la creación y el intercambio crítico. En ese clima, bajo la guía de su director, germinaron y se plasmaron numerosos productos concretos para la docencia, la investigación y la administración de salud.
El científico
Rojas cultivó las más diversas disciplinas. Era un intelectual integral, poseedor de una sensibilidad artística cautivante. Pero sus aportes más trascendentes se dieron en el marco de la ciencia. Desde muy temprano comprendió la importancia de cuidar la calidad del dato primario como pilar de todo el edificio de las estadísticas de salud, defendió infatigablemente los principios de la salud pública cubana, se sumó al combate decidido a la pseudociencia, cultivó la demografía, las técnicas de dirección administrativa y la ética médica. Desplegó una notable contribución a la historia de la medicina y de la salud pública, su gran pasión. No tuvo formación estadística, pero sí un poderoso sentido común que le permitía apropiarse de los resultados de esta disciplina, para cuya interpretación práctica demostraba notable sagacidad. A lo largo de su vida publicó decenas de artículos científicos y varios libros, especialmente en la etapa más fecunda: la desarrollada en el marco de las diversas instituciones académicas que desembocaron en nuestra actual Escuela Nacional de Salud Pública. Entre ellos procede destacar su última producción: “Actor y testigo”, un verdadero testamento intelectual de quien ocupó espacios privilegiados desde ambas condiciones.
El militante
Siendo un médico sobresaliente, reconocido por su sagacidad clínica y su erudición desde su época estudiantil y luego al ejercer como tal en el Hospital Calixto García, tuvo la grandeza de sumarse desde el principio a la obra revolucionaria sin dejarse seducir por las suculentas prebendas que se ofrecían a quienes la abandonaran. Siempre recordaré una ocasión en que coincidí en España con un famoso médico cubano radicado en Pennsylvania desde 1960 quien, al enterarse de que yo trabajaba con Rojas Ochoa, me dijo: “Era el más brillante de todos nosotros; un ser admirable con un único defecto: era comunista”. Recordé en ese momento con orgullo que, de hecho, fue un militante intachable del Partido Comunista de Cuba desde comienzos de los años 60. Y lo fue hasta el último momento. Como tal, será siempre recordado por sus compañeros de militancia por su disciplina, su modestia y su valentía.
El militante
Siendo un médico sobresaliente, reconocido por su sagacidad clínica y su erudición desde su época estudiantil y luego al ejercer como tal en el Hospital Calixto García, tuvo la grandeza de sumarse desde el principio a la obra revolucionaria sin dejarse seducir por las suculentas prebendas que se ofrecían a quienes la abandonaran. Siempre recordaré una ocasión en que coincidí en España con un famoso médico cubano radicado en Pennsylvania desde 1960 quien, al enterarse de que yo trabajaba con Rojas Ochoa, me dijo: “Era el más brillante de todos nosotros; un ser admirable con un único defecto: era comunista”. Recordé en ese momento con orgullo que, de hecho, fue un militante intachable del Partido Comunista de Cuba desde comienzos de los años 60. Y lo fue hasta el último momento. Como tal, será siempre recordado por sus compañeros de militancia por su disciplina, su modestia y su valentía.
El ser humano
El profe Rojas, como le llamábamos todos, fue por encima de todo un personaje único en su dimensión humana, alguien que tuvo la infrecuente singularidad de no envejecer. Pasaban los años y seguíamos viendo a una persona que asimilaba con naturalidad las nuevas realidades socioculturales que se iban labrando. Siempre refractario a los prejuicios, abierto a las ideas novedosas, inmune a las huellas mentales, generoso y creativo para abrirles avenidas a los jóvenes, de cuyas ideas se nutría con sorprendente humildad.
Rojas eludía los eufemismos y llamaba a las cosas por su nombre. Quienes captaron que no por ello (diría que, más bien, gracias a ello) tenían frente a sí a un enemigo sino a un interlocutor honrado, se beneficiaron de sus consejos y de las oportunidades que brindaba, sin afán de cosechar recompensa alguna. Así lo dejó implícitamente registrado en el mencionado texto histórico titulado “Actor y testigo”. Para Rojas, en su compromiso con el futuro, el verdadero premio fue ser testigo del crecimiento de sus alumnos, y la verdadera meta fue ser actor imprescindible para que lo consiguieran.
Conclusiones
Se me pide que sintetice en unas pocas palabras finales la trascendencia del Dr. Francisco Rojas Ochoa. Confieso que me es difícil. El único resumen a mi alcance es este: tras casi 90 años de luminosa existencia, nos ha dejado físicamente una gloria de la Salud Pública cubana.
Fuentes consultadas
Rojas Ochoa, Francisco. Actor y testigo. Medio siglo de un trabajador de la salud. La Habana, Editorial Lazo Adentro. Prosalud. 2016.
Expediente académico de la carrera de Medicina, Universidad de La Habana.
Entrevistas a compañeros de trabajo.