INTRODUCCIÓN
El desarrollo económico de Cuba durante los últimos 30 años se ha caracterizado por el crecimiento sostenido del sector turístico. Las ciudades se muestran dentro de los sitios más favorecidos y La Habana ha sido la de mayor relevancia para el progreso hotelero en los últimos doscientos años, desde la creación de las primeras edificaciones para estos usos en la tercera década del siglo xix. La arquitectura de los hoteles ha respondido a su momento histórico, el entorno urbano y las variadas exigencias de los programas hoteleros. Sin embargo, no siempre hay total claridad sobre las particularidades de su evolución, razón por la cual se hace necesario su estudio.
No existen muchas investigaciones sobre la arquitectura hotelera en La Habana que abarquen todos los periodos históricos y las publicaciones encontradas solo tratan temáticas del turismo en general o en determinadas épocas de su evolución. Tal es el caso de los trabajos enfocados en los hoteles de «sol y playa» que predominaron en los años setenta (González Romero, 1982), o los estudios con respecto al diseño de interiores hasta finales del pasado siglo (Matamoros Tuma, 2001). La información disponible, que resulta insuficiente y dispersa, se concentra, fundamentalmente, en aspectos de carácter promocional y dificulta el establecimiento de una secuencia progresiva en correspondencia con las tendencias de cada etapa.
Este trabajo propone identificar los aspectos esenciales que han marcado la evolución de la arquitectura hotelera en La Habana en relación con el contexto económico, político y social, con vistas a mostrar las principales tendencias a través de ejemplos representativos. También se aspira a esclarecer algunos temas que, hasta el momento, no han sido suficientemente abordados, y demostrar la relación entre las respuestas de diseño y los factores condicionantes.
MATERIALES Y MÉTODOS
Se trata de una investigación teórica, de carácter histórico, en la cual se utilizaron técnicas y procesamientos de tipo histórico-documental a partir de un enfoque metodológico cualitativo, apoyado, sobre todo, en la revisión bibliográfica acerca del tema, la información recogida en trabajos y publicaciones precedentes y un componente empírico, dado por la observación de la realidad y la vivencia personal en el estudio de obras para el turismo.
A partir de estudios anteriores se definieron las variables arquitectónicas a explorar, tomadas como base para comparar los ejemplos y determinar las etapas que caracterizan su evolución: el programa hotelero, visto a partir de la diversidad de funciones y servicios que se van incluyendo, en correspondencia con las tendencias internacionales; la expresión formal, considerando la volumetría y su relación con el contexto, independientemente de los estilos arquitectónicos específicos; y por último, la forma en que se establece la relación de los espacios interiores con el exterior, según el contexto y la volumetría asumida. Sobre esa base ha sido posible identificar cinco etapas que marcan las principales transformaciones: el siglo xix, la primera mitad del siglo xx, la década del cincuenta del pasado siglo, la Revolución hasta el 2000 y la actualidad (siglo xxi). Finalmente, se seleccionó una muestra de 47 edificaciones significativas de las diferentes etapas establecidas en aras de reflexionar sobre los elementos más relevantes que marcaron tendencias a nivel nacional e internacional.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Antecedentes. Primeros establecimientos de alojamiento en el periodo colonial
El desarrollo de los medios de comunicación y transporte durante el siglo xix, así como las nuevas tendencias internacionales asociadas al uso del tiempo libre, favorecieron el interés por visitar La Habana con diversos fines: escapar de los crudos inviernos en las altas latitudes, recuperarse de enfermedades comunes de la época, como la tuberculosis, y otras actividades, como la investigación y el ocio. Por ello algunos autores consideran que Cuba fue el primer país en el hemisferio occidental donde se inició el turismo, justamente en ese siglo (Pedroso Alés, 2011).
Las primeras edificaciones creadas para el alojamiento de visitantes se pueden identificar desde el inicio de la colonización española, cuando los cabildos exigían a los beneficiados con extensiones de tierra que debían construir en el centro de su propiedad y próximo a su casa algún tipo de espacio que sirviera de alojamiento gratuito para los viajeros (Bianchi Ross, 2010). Cada caserío o poblado tenía como obligación utilizar un bohío con agua y leña para la acogida de los foráneos, lo que comenzó a denominarse como «casa de pasajero» (De las Cuevas Toraya, 2001).
Sin embargo, las primeras construcciones urbanas utilizadas para hospedar fueron las propias casas señoriales de la clase alta habanera en la época colonial. Los visitantes, recomendados a través de cartas o concertaciones previas, se alojaban en estas edificaciones o en otras más humildes, e incluso, en los conventos debido a la poca oferta. Durante casi la primera mitad del siglo xix los establecimientos de alojamiento eran muy escasos (Pedroso Alés, 2011), no cumplían con los estándares de confort de Europa y los Estados Unidos, y el servicio tampoco satisfacía a sus usuarios, al no disponer de habitaciones con llave, lavabo, jabón, personal para los servicios, en resumen, hospedajes limpios y cómodos.
Se evidencia un desarrollo en los establecimientos de posada a partir de la década del cuarenta del siglo xix, por el incremento numérico de las habitaciones y el marcado interés de empresarios (fundamentalmente norteamericanos) por mejorar las condiciones interiores en correspondencia con el movimiento higienista: espacialidad, iluminación, ventilación, mobiliario y decoración; aspectos muy criticados en crónicas de la época (Pedroso Alés, 2011).
Los primeros lugares de alojamiento en La Habana fueron denominados (indistintamente) hospederías, casas de huéspedes, posadas, albergues o fondas, y a partir de la década del cuarenta del siglo xix se llegó a utilizar, incluso, el término hotel, casi medio siglo después de haber surgido en Europa, donde predominaba una concepción más lujosa, salones para actividades lúdicas, elegante comedor, amplias habitaciones ventiladas y un baño al estilo romano con cabinas individuales (Norval, 1936).
Las primeras edificaciones distribuían las habitaciones alrededor de un patio lateral o central, con paredes medianeras en sus límites. En investigaciones precedentes con la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana1 se pudo constatar que algunas ya no existen y otras no pudieron ser localizadas, debido a incongruencias derivadas de los cambios de dirección (Pedroso Alés, 2011).
A partir de la clasificación tipológica propuesta por Menéndez García (2007) para la arquitectura colonial doméstica, las nueve edificaciones identificadas son del tipo «complejo»: ocho con dos o más plantas, cinco con entresuelo y solo una uniplanta. La mayoría se encuentran en lotes de esquina y todas poseen patios laterales o centrales. Privilegiada ubicación y particular diseño presentan las localizadas en Obrapía n.º 158, como se muestra en la Figura 1, Muralla n.º 101 y San Ignacio n.º 360. Algunos casos mantienen aún la función hotelera, aunque con modificaciones tecnológicas y espaciales, como el Hotel Florida (1856) y el Santa Isabel (1867) (Martín y Rodríguez, 1998), ambos destacados a mediados del siglo xix por el lujo y confort.
Primera etapa. Siglo xix
El Telégrafo, mostrado en la Figura 2 y construido alrededor de 1835, fue el primer edificio diseñado para la función hotelera en La Habana (De las Cuevas Toraya, 2001), al que le sucedieron otras edificaciones que contaban con los adelantos tecnológicos de la época2 (Olivares Cúcalo, 2011), como el Hotel Inglaterra (1856), el Pasaje (1876) y el Trotcha (1886).
Si bien el orden cronológico de las edificaciones no constituye un objetivo en este trabajo, se confirma que existen incongruencias en algunas fechas como consecuencia de las posibles reubicaciones, tal es el caso del Pasaje, inaugurado en la calle Ánimas y posteriormente trasladado al lugar donde se le conoció en el Paseo del Prado.
Al final de la Guerra de Independencia y durante la intervención norteamericana se produjo un auge en la construcción de hoteles en La Habana, particularmente en el antiguo ring y alrededor del Paseo del Prado. A partir de entonces, los negocios se realizaban en los restaurantes de los hoteles y las actividades festivas de sociedad en salas de fiestas incorporadas a esas edificaciones, y ya no en los grandes palacetes residenciales (Pestano Mendoza, 2013).
La mayoría de estas edificaciones se encontraba en lotes mucho más amplios que los de la zona de intramuros, como ya estaba sucediendo en Europa y los Estados Unidos (Cherbenco, Levy-Gegati y Tyszberowicz, 2012), lo que favoreció el aumento de la espacialidad, la cantidad de habitaciones y de niveles. Alrededor de un patio, ubicando en la planta baja, había espacios de servicios a los huéspedes y a la población residente: restaurantes o comedores (según el estándar del hotel), comercios y almacenes, que obtuvieron reconocimiento, como el restaurante La Vizcaína del Hotel Telégrafo y la galería comercial del Hotel Pasaje (De las Cuevas Toraya, 2011).
Los hoteles diseñados y modificados a partir de esta época incorporaron los baños dentro de las habitaciones, a diferencia de los anteriores colectivos por piso (Florencias Oliveros y Herrera Pérez. 2010) -como se muestra en la Figura 3- en correspondencia con lo que ya se venía haciendo en los Estados Unidos (Cherbenco, Levy-Gegati y Tyszberowicz, 2012).
Con el inicio del nuevo siglo se incorporaron paulatinamente nuevos adelantos científico-técnicos, como la red eléctrica, los servicios telefónicos y telegráficos, los elevadores y los sistemas de calderas para el agua caliente, lo cual incrementó las áreas técnicas en estas edificaciones (De las Cuevas Toraya, 2011). A la par comenzaron a ser recurrentes otros espacios de servicios, como los de camarera o restauración especializada. A principios del siglo xx los hoteles de La Habana ya respondían a los estándares de confort de la época como reflejo de lo que se consideraba «actual y moderno» y se constituían como íconos dentro de la ciudad (De las Cuevas Toraya, 2011).
Hoteles de la primera mitad del siglo xx
Entre las circunstancias que favorecieron el turismo en La Habana a principios del siglo xx se encuentran la propicia publicidad en la prensa norteamericana, atractivos culturales, como la ópera y los carnavales, la prohibición en varios estados norteamericanos de los juegos de azar, la conocida ley seca en Estados Unidos y la Primera Guerra Mundial, que frenó el flujo de turismo norteamericano hacia Europa y benefició el alza de los precios del azúcar.
En la primera década del siglo se identificaban 32 hoteles en la zona central de la ciudad, entre los que se encuentran el Hotel Sevilla (1908), mostrado en la Figura 4, y el Plaza (1909), considerados al nivel de los hoteles en los Estados Unidos (Olivares Cúcalo, 2011). Se mantuvo el reconocimiento popular de los servicios públicos hoteleros, donde se encontraban los bares preferidos por los habaneros, como los de los hoteles Plaza e Inglaterra.
De manera general, la planta hotelera se transformó al pasar el restaurante al último nivel. Algunos establecimientos, como el Gran Hotel y el Hotel Plaza, se modificaron e incorporaron el roof garden, mientras mantenían el resto de los servicios públicos en la planta baja y las habitaciones alrededor de un patio (De las Cuevas Toraya, 2001). En los años veinte se agregaron pequeños patios laterales en los límites con las paredes medianeras. Tal es el caso de los hoteles Lafayette (1919), New York (1919), Park View (1928), Nueva Isla y Ambos Mundos (1925). Otra característica que comenzó a distinguir estas edificaciones fue la incorporación de balcones individuales por habitación, en lugar de aquellos corridos propios de la arquitectura residencial y los hoteles del periodo anterior (Pestano Mendoza, 2013).
En la década del veinte se incrementó la altura hasta diez pisos, con habitaciones ubicadas a ambos lados de un pasillo central. A esto responde la ampliación del Sevilla (1923), el Lincoln, mostrado en la Figura 5, y el Presidente (1928).
Se promovió el interés por la zona oeste de La Habana, alejada de la ciudad antigua, con hoteles como el Presidente y el Hotel Palace, que asumieron códigos eclécticos y rasgos de los primeros rascacielos de la escuela de Chicago, al acentuar la verticalidad y separar en tres zonas el volumen de la edificación. En esta época todavía el basamento no se destaca como cuando el Movimiento Moderno asumió el modelo de la Lever House (1952) para edificios de oficinas y otros programas arquitectónicos, como el hotelero.
El Plan Director de La Habana, elaborado por Jean Claude Nicolás Forestier (1861-1930) y promovido a finales de los años veinte por el entonces presidente Gerardo Machado, convirtió estos edificios altos en hitos dentro del contexto urbano, lo cual marcó un cambio en la forma de proyectar que obligaba a diseñar todas las fachadas de los edificios mayores de cuatro niveles (Martín y Rodríguez, 1998). A finales de la década del veinte el turismo constituía la tercera fuente de ingresos para el país, que era el principal destino caribeño. Ya en la Guía-Directorio de La República de Cuba, de 1924, aparecían señalados 67 hoteles en La Habana, de los cuales 33 se encontraban en el Paseo del Prado y sus alrededores (Lloga Fernández y Sánchez Martínez, 2013).
Ese florecimiento se vio afectado por la crisis mundial y nacional de 1929, la derogación de la llamada Ley Seca en 1934, la inclusión de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, así como la inestabilidad política y social en La Habana de los años treinta. Como consecuencia, se frenó la construcción de nuevos hoteles, varios de los existentes cerraron y otros limitaron sus servicios. Sin embargo, los más pequeños, que no tenían grandes gastos fijos y cuyo mercado fundamental no era el norteamericano, lograron superar mejor esos momentos de crisis (Olivares Cúcalo, 2011).
En la década del treinta ya existían dos grandes zonas turísticas en La Habana: el Paseo del Prado, con sus áreas aledañas y un carácter turístico consolidado, y El Vedado, en incipiente desarrollo (Castellanos Rubio, 2011). Se incrementaron los servicios públicos en los hoteles, con ofertas gastronómicas (cafeterías, bares, e incluso, más de un restaurante) y el desarrollo de espacios comerciales y de usos múltiples (Lloga Fernández y Sánchez Martínez, 2013). Un buen exponente de esa tendencia lo constituye el Hotel Nacional que incorporó, además, áreas deportivas y de ocio, como la piscina y el cabaret Parisién, reconocido como uno de los más importantes clubes nocturnos de la época (De las Cuevas Toraya, 2011). La arquitectura de hoteles de la primera mitad del siglo xx en La Habana estableció modelos propios que se alejaron del tipo residencial de inicios del siglo xix.
Desarrollo hotelero en la década del cincuenta del siglo xx
Desde mediados de la década del treinta se potenciaron en La Habana negocios relacionados con la mafia italo-americana que fueron enfocándose en el sector turístico y condicionaron un importante giro en las características de los hoteles, evidenciado después de la Segunda Guerra Mundial.
La década del cincuenta es conocida mundialmente como la «Era de la Prosperidad» en la industria hotelera (Cherbenco, Levy-Gegati y Tyszberowicz, 2012). Numerosos autores indican que en Cuba se vendía el producto turístico de las cuatro «eses»: sun, sand, sea and sex, más el juego. La aspiración era convertir La Habana en «Las Vegas del Caribe», lo cual marcó una de las principales transformaciones en la arquitectura hotelera al complejizar los servicios para satisfacer la demanda de ocio y juego (Pérez Guilarte, 2015). Es frecuente la presencia en los hoteles de casinos, cabarets, clubes, salones para banquetes y recepciones, variados y diferenciados espacios de restauración, zonas comerciales y piscina. El crecimiento en los servicios condujo a la especialización de la oferta, con clasificaciones como el apart-hotel y el hotel-club. Ejemplo de ellos son el Habana Riviera (hoteles-casino, 1956), el Comodoro Yacht Club (hotel-club, 1953) y el Hotel Rosita de Hornedo (apart-hotel, 1955).
Las instalaciones turísticas desempeñaron un importante papel en la consolidación de la ciudad. Algunos autores afirman que el Plan Piloto desarrollado para La Habana en 1956 por José Luis Sert Sert buscaba preparar a la ciudad para el turismo de entretenimiento (Castellanos Rubio, 2011). Las edificaciones destinadas a hoteles se caracterizaron por su altura en el contexto de la ciudad, como el Habana Hilton en el Vedado y el antiguo Hotel Rosita de Hornedo en Miramar, gracias a la legislación que favorecía sin restricciones a los capitales privados y al desarrollo técnico-constructivo.
Uno de los tipos más representativos es el esquema de basamento y torre, que expresa la diferenciación de funciones del hotel: los espacios públicos y de servicios, y los de alojamiento. Los hoteles Habana Riviera, Habana Hilton y Capri (mostrados en las Figuras 6, 7 y 8, respectivamente) también asumieron otras características del Movimiento Moderno, como la planta libre y la flexibilidad de los espacios públicos interiores que asimilan múltiples usos, donde, además, la vinculación de la arquitectura con las artes plásticas en murales y esculturas de reconocidos artistas nacionales dejó una importante huella.
También se construyeron hoteles más pequeños destinados a otros tipos de mercado, como el Colina (1954), el Vedado y el Saint John’s (1956, segunda modificación), todos cercanos a la Universidad de La Habana, el Aerohotel, vecino al aeropuerto internacional y el Hotel Bruzón, próximo a la Terminal de Ómnibus. Según el directorio habanero, para el año 1959 el 52 % de las habitaciones hoteleras de Cuba se encontraban en La Habana (Lloga Fernández y Sánchez Martínez, 2013).
Los hoteles en la Revolución hasta fines del siglo xx
A partir de 1959 se detuvo la construcción y remodelación de hoteles en La Habana, por la prioridad gubernamental de invertir en sectores sociales como la salud y la educación, y la necesidad de concentrar las inversiones en otras regiones para equilibrar el desarrollo del resto del país con respecto a la capital. Además, se prohibieron los juegos y se cerraron los casinos, lo que sumado al bloqueo económico-comercial que prohibía la entrada de norteamericanos a la Isla, anuló el principal mercado turístico de Cuba hasta entonces.
Por la declaración del carácter público de las playas se priorizó el desarrollo de instalaciones hoteleras para el nuevo mercado nacional: el turismo de masas. A inicios de los años sesenta se construyeron numerosos conjuntos para el disfrute de la población en las «playas populares» y en zonas rurales con valores paisajísticos. Siguiendo la tendencia internacional, se usaron cubiertas plegadas y de doble curvatura, apreciables en playas cercanas a La Habana, como El Salado, Mégano y Bacuranao. Otra propensión hacia el rescate del folclor y las tradiciones de la arquitectura aborigen también puede verse en instalaciones turísticas como Guamá, en la Ciénaga de Zapata, o la Villa Los Taínos (ya desaparecida) en Varadero.
Según Segre (1989), «en 1977 ya se encontraban en servicio más de 1 200 habitaciones nuevas, sin incluir las remodelaciones y otras instalaciones pequeñas» (p. 219), con respecto al plan quinquenal iniciado en 1970, al alcanzarse la cifra de 4 000 habitaciones en 1980, lo que significa la construcción de 35 hoteles con aproximadamente 5 000 habitaciones en el decenio. Además de las zonas de playa y rurales, la mayoría de estos se ejecutaron en periferias urbanas de nuevo desarrollo, generalmente a partir del empleo de soluciones constructivas prefabricadas. Ejemplos significativos de esa década son los hoteles de baja altura y cubierta a dos aguas con terminación de tejas cerámicas, proyectados por el arquitecto Raúl González Romero y repetidos casi de igual forma en diversas playas como Ancón (Trinidad) y Marea del Portillo (Pilón), y el proyecto realizado por el arquitecto Mario Girona para un hotel de cinco plantas diseñado a partir de un sistema constructivo de doble viga ejecutado en Santa María del Mar (La Habana) y en Pasacaballos (Cienfuegos).
Esta tendencia a la repetición del mismo proyecto en diferentes lugares, incluso para instalaciones hoteleras, alcanzó su máxima expresión con el uso del sistema constructivo prefabricado «Girón», desarrollado para edificaciones escolares y posteriormente empleado en casi todos los programas sociales e incluso habitacionales. Así un mismo proyecto de hotel de cuatro plantas, con ligeras modificaciones, fue ejecutado en numerosas ciudades cubanas.
El principal proyecto hotelero de nueva planta construido en los años setenta en la ciudad capital fue el Hotel Tritón, proyecto del arquitecto Vicente Lanz, ubicado en los terrenos de Monte Barreto en Miramar, zona urbana que había quedado sin construir al triunfo de la Revolución. Es un edificio de 20 plantas con tipología de torre y basamento, ejecutado con el sistema constructivo de «moldes deslizantes», también utilizado en edificios altos de vivienda, que solo se repitió en su «torre gemela», el Hotel Neptuno, completada posteriormente. Este complejo Neptuno-Tritón fue el primero de la actual zona hotelera y de negocios al oeste de la capital, desarrollada, fundamentalmente, a partir de los años noventa (Figura 9).
Durante los años setenta La Habana no contaba con un mercado turístico, por lo cual parte de los hoteles más antiguos fueron cerrados, transformados en hábitat precario tipo «cuartería» o demolidos por su alto grado de deterioro. Sin embargo, desde finales de esa década, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana comenzó los trabajos de rescate de La Habana Vieja, gracias a lo cual este centro histórico con su sistema de fortificaciones fue incluido en la lista del Patrimonio Mundial en 1982, hecho que contribuyó a impulsar la continuación de su rescate y conservación, y a promover nuevamente el turismo en la ciudad. No obstante, por las razones antes expuestas, a inicios de los años noventa La Habana mantenía solo la mitad de la capacidad de alojamiento con que contaba en 1959 (Pérez Guilarte, 2015).
La construcción del Palacio de Convenciones en 1979 al oeste de la ciudad inició la promoción de Cuba y especialmente de La Habana como lugar de encuentros, lo que favoreció el desarrollo de nuevos hoteles al oeste de la ciudad, cuya vocación para las modalidades de turismo científico y de eventos quedó reforzada con al auge del Polo Científico del Oeste a partir de los años ochenta.
Esto sentó las bases para el crecimiento del turismo internacional en la capital durante los años noventa con un producto más diversificado como alternativa a la crisis económica denominada «Periodo Especial en tiempo de paz». Se establecieron alianzas con entidades foráneas, empresas y cadenas hoteleras internacionales a través de la inversión directa y la gestión hotelera o la combinación de ambas (De Meza Pérez, Zaldívar Puig y Martín Fernández, 2016). Lamentablemente, estos fenómenos condicionaron la construcción de proyectos desarrollados en el extranjero, por lo general desvinculados de las condiciones climáticas y las tradiciones culturales y arquitectónicas cubanas, a pesar de que siempre existió una entidad nacional como contraparte.
Entre los hoteles construidos en La Habana durante esa época se encuentra el Cohíba, en El Vedado, cuyo proyectista cubano fue al arquitecto Raúl González Romero. En el nuevo centro turístico y de negocios de Miramar se ubicaron, entre otros, el Occidental Miramar, también de González Romero, que rompió con la trama y el grano urbano de la zona, el Panorama, encargado a la Empresa DCH, e iniciado por el arquitecto Roberto Caballero, quien intentó convertir en un atrio ventilado por diferencia de temperaturas lo que terminó siendo un gran invernadero (Figura 10), y el Meliá Habana, del arquitecto Abel García, mejor adecuado a la protección solar que demanda el clima de La Habana (Figura 11).
En 1993 el centro fundacional de la ciudad fue declarado «Zona priorizada para la conservación». En 1994 se creó la compañía Habaguanex, encargada de la gestión económica, y a partir de 1995 se consideró «Zona de alta significación para el turismo» (Oficina del Historiador de La Ciudad de la Habana, 2011), gracias a lo cual fue posible la gestión autofinanciada del territorio. Se refuncionalizaron antiguos hoteles, mansiones y palacios fueron transformados en pequeños hostales y se construyeron nuevas instalaciones de alojamiento con pocas capacidades y servicios reducidos para el turismo cultural. Entre ellos pueden destacarse el Hostal Los Frailes, mostrado en la Figura 12, el hotel Habana 612 y el hotel Comendador.
Como parte de las medidas tomadas para contrarrestar la crisis económica de los noventa se autorizó el alquiler de habitaciones en viviendas, e incluso de viviendas completas, con fines turísticos, con lo cual se ampliaba la capacidad de alojamiento, y hoy ha continuado aumentando el contacto de los turistas con los habitantes de la ciudad, lo que es de gran interés para el turismo cultural y reporta un beneficio económico para las familias que se dedican a esta actividad. No obstante, esta opción no se distribuye de forma uniforme en toda la ciudad, ya que los turistas prefieren alojarse en la zona norte y se requiere de un estricto control para evitar afectaciones urbanas (Collado Baldoquín et al., 2020).
El incremento de esta modalidad durante la segunda mitad de los noventa se debió, en parte, a la desaceleración del proceso inversionista para ampliar la planta hotelera estatal y a la estrategia de aminorar su crecimiento, incrementando las inversiones en la red extrahotelera, ya que en la primera mitad de la década había ocurrido lo contrario, es decir, el 73 % de la inversión se dedicó a la construcción de capacidades hoteleras y solo el 27 % a otros tipos de infraestructura (Gutiérrez Castillo y Gancedo Gaspar, 2001).
El siglo xxi. Actualidad y perspectivas de los hoteles en La Habana
Las instalaciones de alojamiento hotelero en el siglo xxi se han diversificado a escala internacional. La gastronomía ha pasado a ser un sello distintivo que ha demandado mejor equipamiento y mayor calidad en los espacios y servicios (Almendros, 2011). El contexto se caracteriza por una mayor competencia, elevado impacto de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y complejos procesos empresariales que provocan fusiones, adquisiciones, integraciones y alianzas del producto hotelero con operadores y transportistas. Esta situación global condiciona la dependencia nacional del capital y la tecnología extranjera para enfrentar la competencia (Gutiérrez Castillo y Gancedo Gaspar, 2001).
En la primera década del siglo xxi se volvió a priorizar la construcción de nuevos hoteles en los principales polos turísticos de sol y playa, como Varadero, los cayos del Norte de Villa Clara, Ciego de Ávila y Camagüey, y al norte de la provincia de Holguín. Este turismo de estación se complementa con otras modalidades que se ofrecen durante todo el año, como el cultural, de ciudad, científico, académico y de convenciones (Gutiérrez Castillo y Gancedo Gaspar, 2001).
La ampliación del hotel Parque Central, proyectado por el equipo del arquitecto José Antonio Choy es un ejemplo de ese periodo, que se integra al contexto con una imagen contemporánea (Figura 13) y constituye un referente atractivo para ciertos grupos de viajeros, al ser diseñado por el arquitecto nacional de mayor relevancia (Zamudio Vega, 2013).
También se rehabilitaron y ampliaron hoteles como el Saratoga, frente al capitolio, con los arquitectos Orestes del Castillo y Abiel San Miguel como proyectistas generales, al cual se le adicionaron dos nuevas plantas sin grandes afectaciones al tradicional perfil de esa importante fachada del Prado habanero (Figura 14).
En el último lustro se han producido cambios en el contexto político mundial y La Habana ha recibido reconocimientos internacionales3 que validan sus múltiples valores. El turismo ha constituido la segunda fuente de divisas del país (Ayala Castro, 2020) y se encuentra en acelerado crecimiento, que pretende ser consolidado en las inversiones futuras.4 Igualmente deberá seguir aumentando el sector no estatal que actualmente opera 26 224 habitaciones (Perera Rubio y Tamayo, 2019). Se amplían las capacidades de alojamiento mediante grandes instalaciones. Nuevos edificios altos aparecen cerca del litoral norte de la Habana y en el centro histórico de la ciudad, lo cual suscita un amplio debate con opiniones divididas en cuanto a la conveniencia del crecimiento en altura y la ruptura del perfil de la ciudad. No obstante, por lo general siguen siendo diseños foráneos donde las empresas cubanas suelen desarrollar los proyectos ejecutivos de las ideas que aportan las entidades extranjeras, en ocasiones, de inferior calidad que otras que han sido ofrecidas por arquitectos cubanos.
Entre los más significativos hoteles recientemente concluidos en La Habana Vieja se encuentran el Paseo del Prado (Figura 15), cuya escala rompe el ritmo tradicional de una de las fachadas más emblemáticas de La Habana, el Packard y el Manzana (Figuras 16 y 17), cada uno de los cuales se integran con una edificación o una preexistencia, explotando la muy actual «piscina infinita» para disfrutar de importantes vistas de la ciudad.
Con independencia de los compromisos que se derivan de la colaboración internacional en la industria turística, el futuro de la arquitectura hotelera en Cuba, y particularmente en La Habana, demanda concursos y licitaciones que permitan a los arquitectos cubanos demostrar sus capacidades.
CONCLUSIONES
Al examinar la evolución de la arquitectura hotelera de La Habana, es posible identificar cinco grandes etapas en la evolución de la arquitectura hotelera de La Habana: la colonia, la primera mitad del siglo xx, la década del cincuenta del pasado siglo, la etapa revolucionaria hasta finales del siglo xx (dentro de la cual también existen periodos diferenciados) y el siglo xxi hasta hoy.
Los principales acontecimientos que han condicionado el auge del turismo en La Habana se pueden resumir en la guerra de independencia y la intervención norteamericana a finales del siglo xix, lo que generó un auge de la construcción de hoteles en La Habana, de forma que se aprovechó la zona del ring, liberada a partir de la demolición de las murallas; la Primera Guerra Mundial, que frenó el turismo norteamericano hacia Europa y promovió su alza en La Habana durante las primeras décadas del siglo xx; la aspiración de convertir a La Habana en «Las Vegas del Caribe», con un auge en el turismo del ocio durante la década del cincuenta del siglo xx; la promoción de Cuba como lugar de encuentros para el turismo científico y de eventos, así como la inclusión de La Habana en la lista del patrimonio mundial desde los ochenta del pasado siglo, y por último, su declaración como «Ciudad Maravilla» en el siglo xxi.
En la trama urbana histórica los hoteles mantuvieron la tipología de habitaciones entorno a un patio interior. En la medida en que el desarrollo hotelero se fue extendiendo al oeste aparecieron los edificios altos con habitaciones a ambos lados de un pasillo central, y en la década del cincuenta se diferenció el volumen en torre y basamento. No obstante, se mantiene hasta hoy la concepción del hotel como complejo centro de entretenimiento donde los turistas pasen la mayor parte del tiempo.
Sin embargo, desde fines del siglo xx se ha ido recuperando el alojamiento a pequeña escala con mínimos servicios como complemento al turismo urbano, gracias al retorno a la ciudad histórica y a la autorización para alquilar habitaciones turísticas en edificios residenciales.
Aunque La Habana no sufrió la repetición de los proyectos de hoteles, hace décadas que padece de la importación de diseños foráneos y, por tanto, se limita la oportunidad de creación de los arquitectos cubanos.