Estimado editor:
El siglo XXI precisa de una profunda reflexión en relación con los debates sobre el impacto de los cambios demográficos en la sociedad, en particular, para la salud pública. El descenso de los niveles de fecundidad y mortalidad con el consecuente incremento de la esperanza de vida al nacer generan un descenso en el grupo de edad menor a los 15 años y un desplazamiento de efectivos hacia los grupos de edades superiores, con un incremento del número de personas que superan los 60 años, las cuales estarán expuestas a sufrir enfermedades de larga duración y degenerativas que pueden causar discapacidades, las que comprometen la funcionalidad, conducen a la dependencia y afectan la calidad de su vida.1
Los estudios relacionados con el envejecimiento poblacional vaticinan que, para el 2030, la proporción de personas de 60 años y más sobrepase un 33 % de la población.2
Cuba también muestra datos significativos de la disminución de la fecundidad y la mortalidad, altos niveles de sobrevivencia y un saldo migratorio externo negativo, los que han incidido en la estructura poblacional con un incremento en la población adulta mayor y se ubica dentro de los países más envejecidos de América Latina y el Caribe. Se destacan algunas regiones como las provincias de La Habana, Villa Clara y Sancti Spíritus.3
En la población cubana, el tránsito desde un 11,9 % de personas de 60 años y más en 1990, hasta el año 2020, en el la cifra alcanzó un 21,3 %, indica su tendencia progresiva a lo largo del tiempo. Este panorama de cambios profundos en la estructura por edad incidirá directamente en la estructura de las necesidades y demandas sociales, económicas, de empleo, culturales y de salud de esta población.4
Con el envejecimiento ocurren cambios anatómicos y fisiológicos en el organismo que se asocian al incremento de las enfermedades crónicas y a la declinación de las capacidades funcionales que generan discapacidad como característica de esta etapa de la vida. En particular, el ojo sufre modificaciones que, asociadas a las enfermedades crónicas condicionan el glaucoma, las cataratas, la degeneración macular y la retinopatía diabética, por estas causas, aproximadamente, una quinta parte de las personas mayores experimentan algún grado de discapacidad visual.5
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor 1300 millones de personas en el mundo viven con alguna forma de deficiencia de la visión de lejos o de cerca. En la región de las Américas, más de 26 millones de seres humanos sufrirán por esta condición visual, la mayoría de más de 50 años.5
La población de 60 años y más tienen ocho veces más probabilidad que los jóvenes de tener un daño visual, esta discapacidad afecta a un 10 % de las personas de 65 a 75 años y, aproximadamente, a un 20 % de las que superan los 75 años. Más de dos tercios de todas las personas con discapacidad visual grave tienen 65 años y más.5
En Cuba, la discapacidad visual en las personas mayores representa un 12,7 % del total de personas con discapacidad y muestra una tasa de prevalencia de 0,41 por cada 100 mil habitantes, lo que la ubica como la tercera causa de disminución de la capacidad funcional en este segmento poblacional, precedida por la intelectual y la física motora.6
Otros estudios realizados en el territorio nacional evidenciaron que las personas mayores de 60 años se encuentran dentro de las poblaciones con mayor prevalencia de baja visión,7 lo cual supone cambios en la atención a la salud de este grupo de edad y un reto para los oftalmólogos del primer nivel de atención, al poner de manifiesto la relevancia de la discapacidad visual como problema social y de la salud pública.
En cualquier edad, la discapacidad visual, aunque puede ser rehabilitada con ayudas técnicas, afecta todas las esferas de la vida del ser humano, no obstante, en el adulto mayor adquiere relevancia al asociarse a otras comorbilidades y discapacidades propias de esta etapa vital, con elevados niveles de dependencia hacia terceros para realizar las actividades de la vida cotidiana y la participación en la vida familiar y social que incrementa los riesgos de alteraciones psicoafectivas y de mortalidad. Por otra parte, se añaden las influencias que ejercen sobre ellos los diferentes entornos donde desarrollan su vida, lo que hace multidimensional y contextualizada la calidad de vida relacionada con la salud en este grupo poblacional.
A pesar de ello, envejecer es un anhelo y un logro de la humanidad, que constituye un reto para todos los sectores de la sociedad y puede transformarse en un problema si no se es capaz de brindar soluciones eficaces a las consecuencias que de este fenómeno se derivan. Ante tal situación, la OMS incluye los objetivos del desarrollo sostenible de la agenda 2030 de las Naciones Unidas y se declara desde el año 2021 al 2030 el decenio del envejecimiento saludable, como una de las estrategias para apoyar las acciones de los gobiernos, y todos los sectores de la sociedad en virtud de mejorar la calidad de vida de esta población.8
Cuba cuenta con potentes herramientas en el sistema de salud que le permiten obtener resultados favorables en todas las acciones propuestas por la OMS para lograr que las personas mayores desarrollen su vida con calidad, se enfatiza en aquellas poblaciones intergrupales más vulnerables, como son los discapacitados, por constituir uno de los principales problemas a los que se enfrenta este grupo de edad.
La estructura jerárquica, que comprende los tres niveles de atención en salud y el fortalecimiento en el primer nivel de atención con la inserción de otras especialidades, tiene como finalidad promover salud en la comunidad, prevenir enfermedades, rehabilitar pacientes y no solo curar enfermos, estas instituciones deberán, además, dotarse estructuralmente y con tecnologías de apoyo para completar una atención con calidad, lo que le ofrecerá una garantía de accesibilidad y equidad ante las necesidades específicas de atención a la salud de las personas mayores con diversidad en su capacidad funcional.
Por otra parte, la incorporación de la ciencia y la técnica en las indagaciones en relación con los factores que afectan la vida de las personas que superan los 60 años con discapacidad visual solidificarán la eficiencia de políticas públicas y la distribución de los recursos destinados a esta población.
A consideración de las autoras, el éxito de las estrategias radicará en el abordaje multidimensional de la vida de los ancianos, que tengan en cuenta cómo lo vivencian o valoran sus propios actores en el entorno donde desarrollan su vida, intergrupal e interindividual, sustentados en la acción intersectorial y con servicios de atención adaptados a las demandas de esta población, con una vigilancia estrecha y adecuadas estrategias de dirección. Solo así se logrará una mejor comprensión de la calidad de vida relacionada con la salud en esta etapa de la vida, y con ello, transformar los escenarios de los que sufren una condición visual diversa, con el fin de mejorar el estado de salud de un grupo cada vez más en ascenso, en armonía con los objetivos del decenio del envejecimiento saludable y de los lineamientos de las políticas del estado cubano.