Intervención en la Jornada de homenaje a Pedro Kourí Esmeja y Francisco Rojas Ochoa en los aniversarios de sus natalicios
Salvador Tamayo Muñiz
(Hospital Dr. Gustavo Aldereguía Lima, Cienfuegos, 21 de agosto de 2020)
Alguna vez propuse la creación de un centro de coordinación de esfuerzos para el enfrentamiento a las enfermedades infecto-contagiosas en Haití. Tenía en mente un centro similar al Instituto Pedro Kourí, de La Habana. Además de la tremenda necesidad real, había una relación histórica que me entusiasmaba: Pedro Kourí Esmeja había nacido en Puerto Príncipe, Haití, el 21 de agosto de 1900; y le había sido otorgada por el gobierno, en 1940, la Orden Nacional de Honor y Mérito en el grado de oficial.
El referido centro en Haití es todavía un sueño pendiente, aunque sigue siendo este pequeño país uno de los de mayor morbilidad y mortalidad por enfermedades infecto-contagiosas en la región de las Américas y en el mundo. Pero, como entonces estudié a profundidad todo lo que encontré a mano sobre Pedro Kourí, no me abandona la obsesión de homenajear a quien considero figura imprescindible de la Medicina y la Salud Pública.
Posteriormente, tuve la oportunidad de sostener varios encuentros con Gustavo Kourí Flores, en los que me regaló extensas e intensas valoraciones sobre su padre. Y logré alcanzar su comprensión y apoyo, técnico y afectivo, respecto al centro de Haití, lejos del interés de ambos por algún protagonismo personal en su creación.
Conversando con Francisco Rojas Ochoa sobre Haití, años más tarde en La Habana, fuera de programa en un Simposio sobre Envejecimiento y Salud, le conté de la propuesta del mencionado centro para Haití, y de los argumentos que lo sustentaban. Así supe, por él mismo, que también había nacido un 21 de agosto, aunque aclaró inmediatamente que el hecho había ocurrido en Tacajo, provincia de Oriente (ahora Báguano, provincia de Holguín), y en el año 1930. A continuación, me regaló la más justa y profunda valoración que he escuchado sobre Pedro Kourí Esmeja como higienista y salubrista.
Recientemente he conocido de una ramificación de la familia Kourí, asentada en Cienfuegos, lo que constituye una oportunidad interesante para el futuro de estos encuentros.
De esta forma significo por qué esta Jornada, que estuvo en su concepción inspirada en el reciente deceso de Rojas Ochoa, incluyó inmediatamente el merecido homenaje a Pedro Kourí Esmeja.
Agradezco a la rectora de la Universidad de Ciencias Médicas, Dra. Arelys Falcón Hernández, por haber secundado la convocatoria inicial de este encuentro; a la Dra. Ling Denisse Santeiro Pérez, Subdirectora Provincial de Salud Pública y Directora del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología, por su valioso trabajo en la gestión de esta cita; a la Dra. Yagén Pomares Pérez, Directora General del Hospital Dr. Gustavo Aldereguía Lima, por su acogida comprometida y entusiasta. También a muchos y buenos colaboradores que han estado haciendo posible lo que aquí será.
Quiero agradecer, de antemano -pues ahora de ellos solo tengo referencias-, los mensajes recibidos de amigos, compañeros, colaboradores y alumnos de Rojas Ochoa, de Cienfuegos, relacionados con esta iniciativa.
Quiero agradecer, asimismo, la participación de todos los aquí presentes, tanto como lamento la ausencia de muchos que sé que quisieron venir y no han podido por la coyuntura especial que nos embarga.
Especialmente, quiero significar la presencia de Alfredo Espinosa Brito y Pedro Hernández Sánchez, maestros queridos, maestros de profesores y profesores de todos en Cienfuegos. Estas escapadas del largo confinamiento, son una demostración elocuente del apego esencial e incorregible de ambos al apotegma martiano en que han vivido y nos han formado: honrar, honra.
A 120 años de su natalicio, no me corresponde ni considero oportuno, aquí, ahora, hacer una amplia valoración de Pedro Kourí Esmeja; nuestro homenaje está en el acto en sí. En su centenario se le rindió un merecido reconocimiento por la comunidad científica del país, el cual ha quedado debidamente registrado.
Quiero solo resaltar algunas cuestiones esenciales de su vida y su obra. En primer lugar, su origen muy humilde, ligado a la emigración libanesa cristiano maronita que arribó a Cuba a finales del siglo XIX y principios del XX. Ya había señalado su nacimiento, que fue fortuito, en la capital haitiana, al que siguió el asentamiento, también fortuito, de la familia en Santiago de Cuba, donde recibió su educación primaria, básica y preuniversitaria.
El talento de Pedro Kourí se cultivó, afortunadamente, temprano y bien. En el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba comenzó, dos años antes de graduarse como el mejor alumno, su carrera profesoral, al desempeñar el cargo, por oposición, de alumno ayudante del grupo de cátedras de Física, Química y Ciencias Naturales.
Los ejercicios para obtener el grado de Doctor en Medicina los realizó el 9 de julio de 1925 en el salón de actos del Hospital General Calixto García, en los que alcanzó la nota de sobresaliente ante un tribunal presidido por el doctor Eusebio Hernández Pérez, profesor eminente de Obstetricia y General de Brigada del Ejército Libertador. Otra vez fue el mejor graduado, y apenas dos meses y medio más tarde gana, por oposición, el cargo de Ayudante Graduado en la recién creada Cátedra de Parasitología y Enfermedades Tropicales, que comenzaba a desarrollar su primer curso oficial para los estudiantes de Medicina.
Asumió Kourí, en 1934, la dirección de la Cátedra de Parasitología, y puso todo su empeño en transformar una olvidada y aburrida asignatura en la más interesante de la carrera de Medicina, en el más digno ejemplo de docencia médica. Reorganizó todo el sistema de enseñanza; transformó las clases teóricas en sesiones con proyecciones de transparencias, películas; enfrentó al alumno con el parásito; organizó los distintos departamentos; creó el laboratorio clínico y la consulta externa de Parasitología; escribió, escribió mucho; todo cuanto investigaba lo publicaba.
El prestigio alcanzado por la cátedra de Parasitología, avalado por numerosos aportes relacionados con las enfermedades parasitarias existentes en Cuba, hizo que el 8 de diciembre de 1937, por acuerdo de la Junta de Gobierno, se inaugurara en el Pabellón Domingo Cuba, del Hospital Calixto García, el Instituto de Medicina Tropical.
Con el apoyo de sus más cercanos colaboradores, los profesores José Basnuevo y Federico Sotolongo, creó una verdadera escuela de Parasitología, reconocida por muchos años en América Latina y en el mundo; y que se puede considerar el primer centro de investigación universitario de Cuba.
Adhiero plenamente mi criterio al del erudito maestro y amigo, Dr. Gregorio Delgado García, cuando expresó que “dos de los momentos más culminantes de la infectología cubana lo eran el descubrimiento de la teoría metaxénica del contagio de las enfermedades, por el doctor Carlos J. Finlay y Barrés, en el año 1881, y la fundación del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad de La Habana, por el doctor Pedro Kourí Esmeja, en 1937”.
Pedro Kourí organizó laboratorios; el museo de Parasitología Carlos J. Finlay; combinó precozmente la docencia y la investigación con el servicio asistencial; fundó revistas; coordinó cursos de verano, cursos de posgrado, e inició el intercambio científico con otras universidades del mundo.
Sus estudios sobre la Fasciola hepática, amebiosis, Ascaris lumbricoides, por solo citar algunos, y el descubrimiento en Cuba del parasito intestinal Inermicapsifer cubensis, le permitieron ocupar un lugar cimero entre los grandes parasitólogos del mundo.
Convencido de la naturaleza social del parasitismo, dedicó los últimos 20 años de su vida a una intensa y extensa labor de educación higiénica popular relacionada con la lucha antiparasitaria.
Fue de la estirpe de “los que se quedaron”. Y no solo él, sino todos sus colaboradores del Instituto de Medicina Tropical, lo que fue una expresión elocuente del alcance de su labor pedagógica y de su liderazgo. Se hubiera podido ir, y llevarse su gloria; se hubiera podido quedar solo con su gloria. Pero se quedó, se quedaron con él sus colaboradores, y puso toda la gloria de su obra al servicio de la Revolución triunfante. La muerte lo sorprendió trabajando en la transformación de la educación médica en Cuba, y en encauzar en ella la pertinencia de su viejo proyecto de lucha antiparasitaria.
Para conmemorar hoy los 90 años del natalicio de Francisco Rojas Ochoa tenemos dos platos fuertes: uno para digerir aquí, acto que durará 18 minutos, y en los que no pocos sentirán, sentiremos, profunda emoción, y todos tendrán, tendremos, oportunidad de aprender; el otro para llevar, para digerir en casa. Aunque, en realidad, gracias al esfuerzo de los organizadores, podremos llevar a casa los dos platos.
El plato para digerir aquí estuvo precedido del libro homónimo, que los cienfuegueros tuvimos la oportunidad, la gran oportunidad, por la deferencia del Maestro, de hacer aquí, en nuestra Universidad, su presentación en la penúltima edición de las Jornadas Por los caminos de la salud.
El plato fuerte para llevar es el último libro del Maestro Rojas Ochoa, titulado Salud y Salud Pública. Teoría y práctica. El libro “es una obra breve”; “pero si se lee, estimulará el debate”. Contiene, en mi opinión, las esencias para conocer y comprender la salud pública y el sistema sanitario cubanos. No le falta el contexto ni la perspectiva universal de los problemas y sus causas.
Por muchas razones hubiera querido que la presentación aquí de esta versión, de esta edición digital a lo cienfueguero, del libro de Rojas Ochoa la hiciera mi estimada amiga Zoe Díaz Bernal, profesora de la Escuela Nacional de Salud Pública. Pero la razón principal es haber prologado ella esa obra, y por haber calificado Rojas Ochoa el contenido de ese prólogo como de “dulce miel y exquisito perfume”.
Al no ser posible la presencia de la profesora Zoe Díaz Bernal aquí hoy, no habrá entonces presentación del libro en el sentido de valoración introductoria a la lectura. Pero no renunciaremos a esa oportunidad en la presentación de la edición impresa del libro en el futuro, que desde ya planificamos para rendir nuevo homenaje al Maestro Rojas Ochoa.
Nos atribuimos el derecho de este acto de recordación, de homenaje, de compromiso, de amor, con Francisco Rojas Ochoa, por su cubanía genuina, por su integridad, por su cultura, por su magisterio excepcional, por su firmeza revolucionaria, por toda su virtud que nos fue más próxima por su deferencia, simpatía y cariño manifiestos por Cienfuegos.
Cuando a principios de la década pasada se instituyó, por la Dirección Provincial de Salud Pública del territorio, el Premio Enrique Barnet, no hubo que hacer grandes esfuerzos para identificar a quienes reconoceríamos en primer lugar. Fue Francisco Rojas Ochoa el primero de los que no vivían ni trabajaban en Cienfuegos a quien nos honramos en reconocer con ese Premio. El acto se efectuó de noche, como se estiló para ocasiones solemnes durante mucho tiempo, en el anfiteatro de la Facultad de Ciencias Médicas. Se cubrieron todos los lugares, y algunos participaron de pie. El silencio fue sepulcral para escuchar al Maestro en sus palabras de agradecimiento, devenidas conferencia magistral sobre salud y salud pública.
Una vez, creo que en la primera edición de las Jornadas Por los caminos de la salud, lo invité a pronunciar una conferencia sobre Salud Pública y Atención Primaria de Salud en el anfiteatro natural del Jardín Botánico de Cienfuegos. Aquello rebasó todas las expectativas, no alcanzaba el espacio para tantos interesados. Él se situó como un gladiador solitario entre la multitud y el espejo de agua, entre las fabulosas cortinas laterales de cañas bravas. Su exposición embelesó a aquel auditorio que no quería que aquello terminara; tal era el éxtasis. Su maestría había convertido aquel lugar en el mejor escenario, no para divagar en teorías, sino que conquistó al público con reflexiones desde la práctica. Muchos me comentaron después que habían tenido en esa ocasión un encuentro feliz y definitivo con la Atención Primaria de Salud. Yo entendí que era porque a ese nivel teníamos muchos profesores, pero pocos maestros. Aun ahora es así, lamentablemente.
En varias ocasiones intercambié después con Rojas Ochoa sobre esa conferencia suya en el Jardín Botánico, sobre su repercusión. Él me respondía con fina ironía: “si crees que van a mejorar tanto las cosas me invitas otra vez, tantas como hagan falta, pero al mismo lugar”. Se había quedado encantado con aquel anfiteatro natural.
Hoy lamento que esa oportunidad nos quedó pendiente. Pero en su última visita aquí batió records. Y debo confesar: aunque la invitación a presentar aquí su libro Actor y testigo fue mi iniciativa, su insistencia en venir fue lo que me animó definitivamente, pues guardaba temores, ahora comprensibles, respecto a su estado de salud. Pensaba que se iba a aparecer con unos pocos libros, y resultó que trajo todos los libros que le habían asignado como autor, que eran bastantes, y los puso a nuestra disposición gratuitamente. Se hizo en esa ocasión, con el lanzamiento del libro, una siembra maravillosa desde el gran teatro de la Universidad de Ciencias Médicas; otras decenas de ejemplares se han entregado posteriormente a jóvenes salubristas como estímulo para su formación.
Espero que la presentación aquí hoy del documental y la oportunidad de llevarse a casa para leer y estudiar su último libro, en versión digital, sean una nueva siembra de compromiso y afectos con el Maestro Rojas Ochoa, con la salud pública y el sistema sanitario cubanos, y con la Revolución.
Vivimos tiempos excepcionales, al llamado cambio de época, con todas las características que estábamos tratando de entender con prisa, y de asimilar con resignación, no sin poner, algunos, todo tipo de resistencias; se nos ha sumado la plaga de la COVID-19, con todos los cambios que ha implicado e implicará aún. Se habla de otra normalidad, de una nueva normalidad.
Las bases económicas se tambalean y agrietan en las sociedades; la política entra en nueva crisis, tal vez no descrita ni imaginada. La repercusión social de la situación actual y futura es alarmante, de caos total. Se desestructura la esperanza, y se le derrumban soportes fundamentales y añejos.
Se produce, paradójicamente, un reacomodo de las virtudes; una especie de cataclismo está promoviendo un equilibrio nuevo, en gestación, en emergencia.
Pocos recuerdan, y poco se recuerda de aquello que Julio Frenk llamó la nueva Salud Pública. Y muchos no oyeron nunca hablar del uno ni de la otra.
Hace 30 años suponíamos, a nivel global, una crisis de la Salud Pública, pero se suponían soluciones para superarla; incluso se llegó a trazar una iniciativa para el desarrollo de la teoría y práctica de la Salud Pública.
Hoy no sabemos bien ni por dónde vamos. La pandemia ha echado abajo modelos y organizaciones de prestación de servicios de salud que fueron referenciales hace unos años atrás.
Cuba muestra una situación peculiar en muchos aspectos, lo que no quiere decir que todo es completamente bueno.
Tenemos grandes desafíos, el mayor es enfrentar con éxito el acoso imperialista, que es mucho más que el bloqueo. Es imprescindible orientar la conciencia individual y colectiva en el sentido de la comprensión de los problemas del mundo y del país, de sus causas y soluciones.
Tenemos desafíos en la salud pública y el requerimiento de nuevas formulaciones y reformulaciones teóricas y prácticas para nuestro contexto, para nuestras perspectivas.
Una ocasión como esta, un encuentro como este, de homenaje a dos grandes de la salud pública cubana, nos debe llevar al razonamiento de la necesidad de conocer de dónde venimos, de conocer quiénes son nuestros troncos referenciales y por qué lo son; pero también de la necesidad imperiosa de cultivar el talento, de modelar la virtud en el sentido pleno del servicio, del sacrificio, del deber, acorde a la eticidad cubana, ese sol del mundo moral, del que no solo somos herederos, sino del que tenemos que ser, y promover, dignos continuadores. No faltarán los pinos nuevos.
Muchas gracias.