El 31 de diciembre del año 2019 una neumonía de causa desconocida recién detectada en Wuhan, China, aparentemente vinculada a un mercado de “animales vivos”, comenzó a ser monitoreada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Desde los primeros días de enero de 2020 la OMS puso en marcha su sistema de preparación y respuesta a emergencias con notas informativas sistemáticas, evaluación de riesgos y recomendaciones de salud pública.1Se identificó el causante del brote como un nuevo coronavirus, que posteriormente sería nombrado como Sars-Cov-2, y la enfermedad como COVID-19. En la medida en que los casos de la enfermedad comenzaron a diseminarse velozmente por el mundo, comenzó también a diseminarse rápidamente una avalancha de desinformación. Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dijo a mediados de febrero, refiriéndose a la situación con el COVI-19: “no estamos luchando solo contra una epidemia; estamos luchando contra una infodemia. Las noticias falsas se propagan más rápido y más fácilmente que este virus, y son igual de peligrosas”.2
Según los investigadores Wardle y Derakhshan,3en los últimos años estamos viviendo cada vez más un desorden informacional, que abarca desde la información errónea hasta la información creada deliberadamente con el objetivo de engañar y manipular a las audiencias. Memes, sátiras, fotos, videos y textos fabricados, discursos de odio, acoso y teorías de la conspiración son parte del espectro de la desinformación. El contexto tecnológico favorece su proliferación: el aumento del volumen de personas con disponibilidad de conexión a internet y el acceso a teléfonos celulares; la disponibilidad de aplicaciones sofisticadas, pero simples, para la edición y la publicación de imágenes, textos y audios; las plataformas de redes sociales que, por una parte, abren al espacio público informaciones privadas, pero también que permiten, como en el caso de Whatsapp, la circulación de información en tiempo real entre la redes de confianza (amigos, familiares), con menos posibilidades de ser refutadas o desmentidas. El contexto epistemológico también favorece este desorden informacional. Vivimos en la “era de la posverdad”, del negacionismo científico. Como dice Michiko Kakutani, en “La muerte de la verdad”, una era en la que “no solamente la razón está siendo minada, sino que también fue defenestrada, junto con las evidencias, el debate informado y la creación de políticas deliberativas. La ciencia está siendo atacada, así como la autoridad de especialistas de todos los campos, sea de la política, la seguridad nacional, la economía o la educación […]”.4Además, es necesario mencionar el contexto socioeconómico y político, donde la desigualdad social y de relaciones de poder hace desiguales y asimétricas las condiciones y las competencias para acceder, usar, producir y diseminar información.
La salud es también un área en la que la irracionalidad y la desinformación hacen estragos. La reciente pandemia de COVID-19 ha favorecido una avalancha de mensajes contradictorios y politizados, con un aumento exponencial de aquellos deliberadamente falsos, manipulados o fabricados, con intención de engañar y causar daños. El volumen de información es enorme, e informaciones útiles y verdaderas están mezcladas con la desinformación. Entre el 1ro. de enero del año 2020 y hasta mediados de marzo, The Vaccine Confidence Project había detectado más de 240 millones de mensajes relacionados con la pandemia de COVID-19 compartidos y diseminados mundialmente a través de las redes sociales y otros medios de comunicación, con un promedio de 3,08 millones de mensajes diarios.5 ) Crisis como la que vivimos actualmente dan lugar a pánico e incertidumbre, caldo de cultivo para la aparición de remedios y curas pseudocientíficos, que se proponen casi milagrosos, pero que pueden ser muy peligrosos y hasta mortales.6 , 7 ) Las crisis son terreno también para la imprudencia y la irresponsabilidad de políticos que buscan a toda costa salvar o ganar capital político (8,9); o para la ambición y egoísmo de empresarios que quieren seguir preservando sus fortunas a costa de la vida de sus trabajadores y de la población.10 ) Son tiempos también para encontrar culpables recurriendo a la xenofobia y al racismo.11
¿Qué podemos hacer como científicos en el área de la salud? ¿Como profesionales de la información? ¿Como editores de revistas científicas? Las respuestas son múltiples y complejas. Este breve editorial no pretende agotar la reflexión sobre el tema. En artículo reciente publicado en Nature, Timothy Caulfield12hace tres llamados a la comunidad científica, a las instituciones de salud y a las universidades, de los cuales nos hacemos eco: Es necesario combatir la pseudociencia con más fuerza, basta de tolerancia de inacción y hasta de respaldo; hacen falta más investigaciones sobre cómo divulgar la ciencia de manera que llegue mejor al público, de forma sencilla, clara y atractiva; y es necesario, igualmente, que los investigadores tengan mayor presencia en las redes sociales y que divulguen la ciencia en los mismos campos de batalla simbólica que hoy son ocupados por la desinformación.
Necesitamos también -y en eso los bibliotecarios y otros profesionales de la información tenemos mucha responsabilidad- contribuir con más empeño que nunca al desarrollo de la competencia crítica en información,13comenzando por nuestra autoformación. No bastan las habilidades técnicas e instrumentales relacionadas con el acceso, el uso y la producción de información. Es necesario desarrollar actitudes y habilidades de reflexión y evaluación de la información, de conciencia política y social, de lectura crítica de la realidad (y de las informaciones que componen nuestra realidad). Es imprescindible considerar que la información no es neutra y reparar en que en cualquier contexto
-siempre espacio de disputas de poder- las imágenes, videos, textos y audios compartidos a través de las redes sociales y los medios de comunicación responden a los intereses en la vida real de los productores y diseminadores de esos mensajes. La competencia crítica está aliada a la competencia ética, a nuestra reflexión sobre los valores que imperan en nuestras sociedades (valores hoy en juego por el desprecio a la honestidad y a la veracidad), a nuestro papel como ciudadanos y seres humanos. Tal reflexión nos debe llevar a la acción, a la desconstrucción para la reconstrucción de sociedades mejores (más justas, más solidarias, más éticas, más honestas).
Las revistas científicas tienen un papel importante en el cumplimiento de su misión de cuidar de la calidad de la investigación científica y dar espacios y visibilidad a discusiones como estas. La Revista Cubana de Información en Ciencias de la Salud, en su trayectoria de más de 25 años, ha sido palco de diversos trabajos que discuten críticamente la pseudociencia, los fraudes en las publicaciones y eventos científicos, la falta de rigor científico, la calidad de la información en salud (o su falta) y más recientemente el fenómeno de la posverdad y de la desinformación en salud.14 , 15 , 16 , 17 , 18Hoy más que nunca estamos comprometidos con el intercambio de ideas sobre estos temas e invitamos a toda nuestra comunidad de lectores y autores a unirse al debate.