INTRODUCCIÓN
A pesar de la distancia espacial y cronológica que separa la mayor de las Antillas de la antigua Hélade, las referencias al mundo helénico han estado presentes en la Isla desde etapas tempranas. Algunas de estas alusiones se registran en el ámbito literario. Así, encontramos, como primer ejemplo, el poema épico Espejo de paciencia, datado a principios del siglo xvii. Luego de un largo silencio literario en la incipiente nación, aparece, aproximadamente en la tercera década del siglo xviii, la comedia que inaugura la dramaturgia cubana, El príncipe jardinero o fingido Cloridano, «pieza teatral donde la acción transcurre en una mítica Tracia» (Miranda Cancela, 2003, p. 12).
A finales de esta centuria la presencia de la cultura helénica se acrecienta, de lo que dan fe las evocaciones clásicas en las publicaciones seriadas de entonces. Estas constituyeron un medio donde artistas y escritores expusieron el creciente quehacer artístico y cultural que se venía desarrollando en la Isla. Vale destacar que, aunque ya circulaban algunos periódicos y revistas, el Papel Periódico de La Havana (1790-1805) fue «la primera en abrirse al mundo literario y cultural» (Miranda Cancela, 2003, p. 12). Luego se incorporarían otras como El Artista (1848-1849), La Revista de La Habana (1853-1857) y Guirnalda Cubana (1854). En ellas fueron publicadas traducciones, versiones e imitaciones de poemas griegos. En ocasiones, eran concebidas por encargo como medio de sustento; con un fin únicamente artístico; para distinguir la marca de prestigio que implicaba traducir a los clásicos; o con un fin didáctico, con la intención de resaltar los valores ético-morales presentes en las obras helénicas y, consecuentemente, propendidos por la cultura griega.
Un digno ejemplo de este último caso lo constituye la figura de la cubana Laura Mestre Hevia (1867-1944), quien dedicara gran parte de su obra al estudio de la cultura helénica. Muestra fehaciente son sus traducciones de los dos grandes poemas homéricos, ardua labor en la que sobresale como la única mujer en Latinoamérica que las realizara. De ahí la denominación de «primera helenista», que le fuera otorgada por su primo Juan Miguel Dihigo y Mestre, prominente lingüista, filólogo y catedrático cubano.
El presente trabajo pretende, en primer lugar, homenajear la figura de la intelectual habanera cuando se cumple el aniversario 77 de su deceso. Además, se persigue destacar las evocaciones clásicas en la cultura cubana y comentar las herramientas empleadas por Mestre para visibilizar e inculcar a las nuevas generaciones los valores de la cultura helénica, a los cuales concedió notable importancia, y propuso que fuesen seguidos como dignos modelos y designados como objeto de estudio idóneo para la formación de los jóvenes.
Las primeras noticias del mundo clásico fueron conocidas por la humanista en el seno familiar cuando aún era una niña. Dicha instrucción corrió a cargo de su padre, el reconocido doctor Antonio Mestre, destacado médico y reconocido por su aprecio por el arte y la literatura clásicas. Tales cimientos y la propia simpatía de Laura por la materia propiciaron que en su etapa de adultez dedicara gran parte de su obra intelectual al examen y promulgación de la cultura de la Antigua Grecia. Así, es posible apreciar cómo llegó a identificarse con los ideales y principios ético-morales del mundo helénico, llegando a proponer se incluyeran en la formación de los educandos.
Ejemplo de su afecto e interés por el mundo heleno resulta la publicación de su libro Estudios griegos (1929), volumen donde defendió y promulgó los principios y valores ético-morales presentes en algunas de las obras literarias de esta cultura y, por extensión, propendidas por sus habitantes.
A partir de siete ensayos acerca de la lengua y la cultura de los helenos, Mestre propone un acercamiento a Grecia, el cual inicia con el conocimiento de su idioma, con lo que procura una mayor y más justa apreciación de su literatura. Planteaba la humanista que existían en las lenguas clásicas expresiones de gran belleza que perdían parte de su beldad al ser traducidas al castellano, pues este exigía claridad y precisión como todo idioma moderno. He aquí un motivo por el cual proponía conocer y dominar las lenguas clásicas. Así podrían disfrutarse mucho más sus respectivas literaturas.
Si bien es clara la proposición de Mestre de acercar e instruir al lector en el campo lingüístico y literario, su propósito trasciende estas dos disciplinas y se torna mucho más completa al introducir el componente cívico que debe primar en toda educación. De ahí que no solo resalte la valía artística de las obras y sus respectivos autores, sino que se detenga a comentar y destacar valores, principios, sentimientos y posturas que, a su entender, son imprescindibles para la formación de todo ser humano. Pondera el patriotismo, el amor a la familia, el cultivo de la inteligencia, la importancia de la independencia y la moderación; todos presentes en los textos griegos que selecciona.
Aunque el carácter didáctico de Estudios griegos se aprecia a lo largo de todo el libro, en esta ocasión he escogido el tercer capítulo, «De la poesía lírica griega: Píndaro, Safo y Anacreonte», por la variedad de autores y ejemplos que en este aparecen.
Tal como indica su nombre, el apartado tercero propone una aproximación al género lírico. Una vez presentado el autor y su contexto, Mestre añade las traducciones que realizara de los poemas más representativos o conocidos de cada uno de estos poetas. Muestra así el estilo de sus cultores, la belleza de los textos presentados y la del propio género. Al unísono, resalta los caracteres moralizantes, las buenas prácticas y los nobles valores presentes en algunos de los poemas.
Resulta curiosa la forma en que Mestre organiza los representantes del género lírico, pues no dispone la información por orden cronológico, como suele aparecer en la mayoría de los estudios. De este modo se encontraría primero a los exponentes de la monodia; primero Safo, luego Anacreonte y, finalmente, el máximo representante de la lírica coral, Píndaro. En cambio, Mestre incorpora primero a Píndaro, luego a Safo y concluye con el cantor de Teos. Es válido destacar que, si se tiene en cuenta que los poemas presentes en el apartado destinado a Anacreonte no son los propios del autor, sino textos apócrifos posteriores, en diacronía, estos debían ser incorporados al final del epígrafe, tal como dispone la autora. En cualquiera de los casos, lo que sí queda claro es que el cantor de los epinicios debía ocupar el último lugar. Esta disposición lleva a considerar que la humanista perseguía otro fin, más que presentar el género y exponer diferentes autores. Tal como se había planteado, el carácter didáctico de Estudios griegos trasciende la instrucción lingüística-literaria para adentrarse en la formación de principios y valores morales.
Comienza el tercer acápite con la presentación de Píndaro, a quien consagra la mayor parte del apartado. Manifiesta Mestre conocer un total de cuarenta y cinco odas triunfales. De ellas, traduce cuatro de forma íntegra, mientras selecciona fragmentos de las restantes composiciones. Todo ello suma un total de setecientos setenta y nueve versos, número considerable en comparación con el total perteneciente al resto de los autores presentados en el mismo epígrafe.
El hecho de que Mestre inicie el apartado con Píndaro y que a él dedique la mayor parte es un elemento sugerente. Vale destacar que el autor de los epinicios no era tan leído en aquellos tiempos o, al menos, no tanto como Anacreonte y Safo. Sobre ello, refiere la doctora Mariana Fernández Campos (2007), en su trabajo de diploma acerca de las traducciones de los epinicios pindáricos realizados por Laura Mestre:
No conocemos traducciones de los epinicios pindáricos en Cuba anteriores a las que encontramos en Estudios griegos […]. Solo se registran noticias de Píndaro años más tarde por Martí, quien parece haberle leído […] pero no imaginamos que hayan coincidido ambos humanistas. Por otra parte, las referencias que hace Martí son más bien a «lo pindárico» […] no implica, en ningún sentido, que se haya ocupado de traducirlo; además, no se conserva entre sus escritos ninguna versión de Píndaro, mientras que sí conocemos la traducción de nueve anacreónticas.
Con la presentación del autor de la lírica coral, la helenista muestra la belleza del género y algunas cualidades morales de su cultor, lo cual enfatiza el fin didáctico-moralizante del libro. De este modo, al referirse a Píndaro declara:
El nombre de Píndaro, el gran poeta tebano, va unido a estas manifestaciones de patriotismo y de cultura: fue el más sublime intérprete de los sentimientos de sus compatriotas, y sus odas triunfales han perpetuado hasta nosotros el entusiasmo y la gloria de aquellas fiestas. A este carácter nacional que le valió honores, unió Píndaro valor y sinceridad en su trato con los poderosos, aconsejándoles siempre moderación y justicia para conseguir la paz del ánimo y un nombre glorioso. Este elemento moral lo coloca muy cerca de los filósofos y es uno de los rasgos más valiosos de sus odas. (Mestre, 1929, p. 64).
Las palabras de Mestre manifiestan que no solo se sintió conmovida por la majestuosidad de la obra pindárica, sino también por el elemento moralizante que en ella percibía. Al parecer, fue esta la razón por la que inició el capítulo con Píndaro y por la cual, además, le dedica la mayor parte.
El segundo puesto lo destina a la contemporánea de Alceo, Safo. Aclara Mestre el número reducido de textos que de esta se conserva: «Safo compuso poesías eróticas de insuperable encanto, escasas reliquias de esta labor han llegado hasta nosotros» (p. 140). Incorpora dos poemas de la poetisa, los cuales reconoce como oda primera (fragmento 1) y segunda de Safo (fragmento 31). La elección de ambos textos es consecuente, pues casi hasta el siglo xix la obra de Safo se reducía a estos dos textos. Ambos poemas fueron conocidos debido a su trasmisión íntegra en De lo sublime, obra referencial desde su publicación en el siglo i en Roma. El resto del quehacer artístico de Safo se vio reducido a fragmentos de rescate que persisten en la actualidad. En el caso de Cuba, estos fueron un poco más conocidos a partir de su presencia en el manual Selecta ex optimis Graecis Auctoribus (ad usum Scholarum Societatis Jesu) (1879), libro de texto del colegio de Belén durante las décadas finales del siglo xix e inicios del xx.
A través de los años la imagen de Safo ha sido interpretada de diversas formas siguiendo sus propios textos, pasajes ficticios y referencias erróneas realizadas por algunos de sus contemporáneos y otros autores posteriores, que la evocaron o decidieron traducir o imitar sus poemas. Según la investigadora Marta González González (2003), en un artículo relacionado con el tema:
La polémica sobre la imagen de Safo tiene raíces que se remontan, al menos, al tratamiento recibido por los cómicos griegos, los primeros en «normalizar» en sentido heterosexual su biografía al introducir la historia de Faón y el motivo del suicidio. A partir de ahí, el estudio de la biografía de Safo se complica y mueve en medio de tensiones: por un lado, los indicios de homosexualidad que parecen desprenderse de su obra son motivo de escándalo y burla. (p. 274).
En consecuencia, es posible hallar juicios en torno a la poetisa de Lesbos que exaltan su sabiduría y labor como educadora, pero también otros en los que se le tilda de homosexual, pecaminosa, concubina y hasta prostituta. La recepción de su obra en Cuba fue asumida e interpretada de diferentes modos, pero prima la imagen positiva, ya sea como educadora, poeta o iniciadora de nuevas temáticas o formas.
Mestre resalta el ingenio de una poetisa como Safo, a quien considera creadora de nuevas formas artísticas. De ahí que justificase esa consideración negativa. Advierte, entonces, algunas «inconveniencias poéticas» comunes en el género lírico y en la sociedad en que viviera la autora griega:
La excelsa poetisa fue, como Sócrates, víctima de las viles calumnias de los satíricos atenienses, mal dispuestos por sus ideas políticas y la relativa libertad de que gozaban las mujeres eolias […]. Si en las poesías de Safo se notan algunas inconveniencias, no olvidemos que estas son frecuentes en toda la lírica griega y latina, como reflejo de una sociedad inconsciente de sus errores y debe atribuirse también al amor, a la belleza que dominó en el mundo clásico, revelando, sin otro fin que la creación de nuevas formas artísticas de innegable encanto. (p. 140).
Si la elección de Píndaro responde en primera instancia al carácter moral expresado en sus textos, la de Safo parece deberse, más bien, a motivos literarios, específicamente a la belleza e innovación de su obra. No obstante, es posible reconocer otro motivo más allá de este: la empatía hacia la mujer cultivada, la fémina capaz de mantener una vida consagrada al ámbito intelectual, aquella que difunde sus conocimientos a partir de la enseñanza. Sin dudas, un punto sensible para Mestre, quien, a pesar de haberlo deseado tanto, no pudo ejercer la docencia, al decir de Camila Henríquez Ureña (1982), «su esencial vocación» (pp. 526-539).
Pudiera evaluarse la posibilidad de que Mestre se viera reflejada en la poetisa de Lesbos, que la admirara, tal como expone, por la relativa libertad que gozaban las mujeres lesbias, punto de atención desde la propia Antigüedad. Si a ello se adiciona que, paradójicamente, más de veinte siglos después, en la sociedad donde vivió la humanista, las féminas sufrían los prejuicios del patriarcado y, por tanto, su emancipación y desarrollo intelectual es tronchado en la mayoría de las ocasiones1 (sin ánimo de especular, pues no existen testimonios concretos) resultaría comprensible la empatía hacia la figura de Safo. Casos similares se explicitan en otras autoras cubanas, como Gertrudis Gómez de Avellaneda y Mercedes Matamoros, así como las españolas Carolina Coronado y Rosalía de Castro, quienes erigieron a la poetisa lesbia en paradigma de la mujer escritora.
Finalmente, Mestre incorpora al poeta jonio, cantor de los grandes banquetes y los placeres, Anacreonte. Luego de presentar el contexto en el cual se desarrolló el autor, refiere la repercusión de sus textos y traduce algunos de ellos que, si bien no responden a la autoría directa del cantor de Teos, constituyen un eco revelador de su quehacer poético. Incluye trece odas que suman un total de doscientos tres versos, sobre las que expone: «La influencia de Anacreonte en la literatura antigua ha producido la preciosa colección de odas que nos ha llegado bajo el nombre del gran lírico, las cuales a su vez han sido tan imitadas en los tiempos modernos» (p. 144).
Las palabras de Mestre no resultan precisas en esta ocasión. Su decir discreto deja un poco la duda, más si se repara en el curioso dato de que aún en el siglo xx, en Cuba, algunos estudiosos como el destacado filólogo Juan Miguel Dihigo identificaron a Anacreonte como el autor de tales textos.
Las traducciones de Anacreonte y la imitación de sus odas fueron bastante comunes dentro de la literatura decimonónica en Cuba. Ello se debió a que, a partir del primer tercio de la centuria, luego de la implementación del estudio de la lengua griega en los colegios privados, y en 1842 en la recién creada Facultad de Filosofía y Letras, se utilizaron algunos de estos textos para llevar a cabo ejercicios de traducción. Sobre el tema comenta la máster Glisel Delgado Toirac (2001) en su trabajo de diploma:
Al revisar las relaciones de exámenes públicos efectuados en el Colegio de Belén de 1859 a 1872, descubrimos que, a partir de 1862 y hasta 1871, en los ejercicios de traducción fueron utilizadas algunas odas anacreónticas. El texto en que se basaban era la Selecta ex classicis auctoribus graecis, que incluía una presentación inicial de los autores antologados de la que participaba Anacreonte. A él se otorgaba la paternidad de doce poemas que son en realidad famosas imitaciones que de él hicieron cantores posteriores. (p. 33).
Es probable que la selección de los textos incluidos en Estudios griegos se deba, entre otros motivos, al manual mencionado, pues, de las presentes en la guía escolar, siete coinciden con las trece escogidas por Mestre en su libro. También es posible que la humanista conociera las seis odas restantes a través de las publicaciones seriadas del siglo xix, o mediante alguna propuesta editorial, por ejemplo, la edición del español José del Castillo y Ayensa, Anacreonte, Safo y Tirteo traducidos del griego en prosa y verso, que sale a la luz en 1832. Otra fuente posible es Odas Anacreónticas, publicada en 1868 por Enrique José Varona, quien fuera gran amigo del doctor Antonio Mestre, padre de Laura.
La humanista incluye la obra o las resonancias del arte poético del cantor de Teos, a quien considera predecesor de Safo: «Dentro de la poesía eólica, expresiva de sentimientos individuales, y con la misma idealización del amor que dio celebridad a las odas de Safo, aparece Anacreonte de Teos» (Delgado Toirac, 2001, p. 142).
Si se tiene en cuenta la defensa de valores y principios presente en la obra de la habanera y el juicio similar de de Castillo y Ayensa en el prólogo de su edición de Anacreónticas, es posible adjuntar otra razón por la cual Mestre incluye a Anacreonte:
En las poesías de Anacreonte hay un objeto filosófico de bastante interés. La paz es hija del amor y de la alegría: la guerra y todas las pasiones feroces que la acompañan, nacen del desamor y de la tristeza. Gocen los hombres y estén alegres, y vivirán en paz; inclínense a gozar, acostumbren sus ánimos a la serenidad, y detestarán la discordia. Las máximas que indirectamente los conduzcan a la conservación de la sociedad, serán siempre un correctivo de las pasiones fuertes que tienden a la destrucción. (Del Castillo y Ayensa, 1832, p. xxiv).
Pero es necesario destacar que esto no puede asegurarse, pues no es una exposición directa de Mestre; en cambio, resalta la presencia de un tono amoral, propio del declive y los placeres mundanos, propiciados por las condiciones sociales imperantes en la tiranía: «La decadencia del carácter moral de los griegos en las ciudades en que el lujo, la molicie y el amor a los placeres, ocupaban el lugar de las virtudes antiguas, se revela en el genio de Anacreonte» (p. 64). De este modo hace más perceptible el contraste entre los versos de Píndaro, el primero de los poetas presentados, y las anacreónticas. Así, pudiera decirse que se muestra dentro de la misma cultura un lado positivo y otro negativo.
Si bien pretende mostrar la belleza colectiva del género, motivo por el cual incluye representantes de la lírica monódica y la coral, a la par Mestre expone concepciones e ideales tales como el patriotismo, la sinceridad, la justicia y la moderación, elementos todos que confluyen en los poemas pindáricos de forma positiva; no de la misma forma en los otros autores. De ahí que resuelva priorizarlos a partir del orden en que presenta los distintos líricos. Probablemente estas hayan sido las razones por la cuales la helenista organizara el capítulo tercero del modo en que lo hizo. Pudiera decirse que, «De la poesía lírica griega: Píndaro, Safo y Anacreonte», se encuentra estructurado siguiendo los preceptos ético-morales que defiende la autora.
Ubica en los extremos dos períodos diferentes de la sociedad helénica donde los valores se presentan de forma contrapuesta. Sitúa en primer lugar el virtuosismo pindárico, exaltando el gran contenido moral presente en sus piezas. Entre ambos extremos ubica la figura de Safo, a quien, a pesar de adjudicarle algunas «inconveniencias», la justifica a partir de la «sociedad inconsciente de errores» en que se desempeñó. Y culmina con la decadencia de valores puesta de manifiesto en la corte de los tiranos ‒considerando que los poemas fueran de Anacreonte‒ y otros escenarios como el periodo helenístico y el Imperio romano de Oriente ‒si se estima que son imitaciones posteriores, fundamentalmente concebidas en época bizantina desde la etapa helenística‒, sociedades donde la virtud es relegada y en las que confluyen los males provocados por el goce y el placer sin moderación.