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Señor Editor:
Resulta imprescindible en estos momentos reflexionar sobre la óptica de alarma epidemiológica que vive el mundo, y de la cual Cuba no ha escapado. Desde los primeros días del mes de enero, una alerta internacional ocupa todos los medios informativos, redes sociales y noticias de la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud: la emergencia de un nuevo coronavirus, denominado 2019 nCoV. Su comportamiento ha mostrado una rápida propagación de persona a persona, con la producción de un cuadro respiratorio febril, con síntomas generales: rinorrea, tos intensa, disnea, y pueden existir vómitos y diarreas; según informes iniciales, entre el 10 % y el 25 % aproximadamente de los casos, sufren un síndrome de dificultad respiratoria aguda por neumonía grave, el cual puede llevar a una insuficiencia de órganos multisistémico con una letalidad elevada. Los casos más graves se dan en personas con edades avanzadas y pacientes con comorbilidades.1,2
La transmisión probablemente ocurre a través de la propagación del virus en el aire y por contacto. Con la implementación de precauciones estándares entre las que se encuentran: la higiene de las manos, el uso de equipos de protección personal y el cuidado del medio ambiente, se puede disminuir la posibilidad del contagio y contribuir a controlar la diseminación. Es importante que los proveedores de atención médica y el público conozcan este nuevo virus para que las acciones coordinadas, oportunas y efectivas puedan ayudar a prevenir casos adicionales o malos resultados ante el enfrentamiento a esta pandemia. En Cuba, se han establecido medidas para combatir el riesgo de diseminación; sin embargo, estas acciones tienen una clave fundamental: la participación consciente de la población en las medidas de prevención y el seguimiento de las recomendaciones de las autoridades de salud.3
Igual que con otras infecciones respiratorias (como la gripe o el resfriado común), las medidas que se trazan son fundamentales para frenar la transmisión de la enfermedad. Se entiende por medidas de salud pública acciones cotidianas preventivas como las siguientes:
Permanecer en casa el mayor tiempo posible.
Taparse la boca y la nariz con el codo doblado o con un pañuelo de papel al toser o estornudar.
Lavarse las manos con agua y jabón frecuentemente.
Limpiar con periodicidad superficies y objetos que se hayan tocado.
Uso de nasobuco, el cual debe sustituirse cada tres horas.
Evitar conglomeraciones de personas.
Al llegar a la casa desinfectar la ropa, zapatos y objetos que se hayan usado en lugares públicos.
Ante cualquier síntoma respiratorio o haber tenido contacto con paciente de riesgo o enfermo, informarlo e ingresarlo hasta que se descarte la enfermedad.
Informarse sobre el comportamiento de la COVID-19 a través de las autoridades de salud pública, la prensa, la radio y la televisión.
Mantenerse a 1 o 2 metros de distancia de personas que presenten cualquier síntoma respiratorio.
Identificar los grupos más vulnerables en las comunidades como los adultos mayores y tratar de incentivarlos a estar en sus domicilios.4,5
De esta manera, es oportuno destacar la importancia del personal de la salud en la divulgación de estas medidas, así como en la vigilancia de su estricto cumplimiento; los médicos, estomatólogos y enfermeras de la comunidad deben utilizar técnicas y herramientas educativas, además del apoyo de los estudiantes de Medicina y Estomatología que es de fundamental importancia, debido al número de estos profesionales en correspondencia a personas en la comunidad. La realización de charlas educativas, la demostración de la correcta técnica del lavado de manos y uso correcto del nasobuco en la comunidad, colocar carteles fuera de áreas de salud con los síntomas más frecuentes de la COVID-19, implementar un trabajo conjunto y coordinado con los CDR, demás organizaciones de masas y medios de comunicación para la labor informativa, y llevar a cabo pesquisas exhaustivas en búsqueda de síntomas frecuentes del virus, para así generar un mayor control de la pandemia, son algunas de las arduas y necesarias tareas inherentes a la situación que vive hoy el mundo y Cuba específicamente. El sistema sanitario cubano en todo momento ha sido promotor por excelencia de enfocar la solución a los problemas de salud desde la prevención, desde la raíz del problema, para evitar que la enfermedad se desarrolle. El logro de estos objetivos depende en gran medida, del papel que juega el equipo básico de salud en nuestras comunidades, a través de: la educación, la pesquisa, el cumplimiento obligatorio de medidas higiénico sanitarias y la creación de conciencia en la población de la magnitud del problema.6 Es válido resaltar la labor enaltecedora de los médicos y enfermeros en los centros de aislamiento, los cuales constituyen el eslabón fundamental del trabajo epidemiológico en contra de la COVID-19. Ellos trabajan directamente con contactos directos o indirectos de pacientes portadores del virus, y su labor contribuye a reducir la propagación de la enfermedad dentro del país. Para este grupo de trabajadores es importante cumplir con las normas de seguridad para el contacto con estos pacientes, deben utilizar todos los medios de protección: nasobucos, gorros, botas, batas, guantes y realizar la desinfección periódica de lugares comunes. Cuba siempre ha sido insignia de la salud en el mundo, a pesar de ser un país bloqueado de insumos, no lo está de personal altamente calificado para combatir un enemigo como lo es la COVID-19. Cuba es ejemplo invaluable de entrega para cualquier rincón del planeta donde se haya necesitado un galeno cubano.5,6
