INTRODUCCIÓN
El nuevo coronavirus descubierto en Wuhan, China, demostró ser lo suficientemente contagioso como para pasar de unos pocos casos a fines de diciembre 2019, a una pandemia mundial en marzo 2020. La situación sanitaria generada por este virus fue tan inesperada como desafiante. El cuadro epidemiológico a enfrentar, se presenta complejo y requiere de un abordaje transdisciplinar para su modificación.
La posibilidad de controlar la epidemia depende de la capacidad de las sociedades de abordar realidades complejas e interconectadas, que no se limitan a aspectos biomédicos, por lo que las ciencias están convocadas a replantear las relaciones entre ellas y los fundamentos epistemológicos que guían su praxis.
Sin negar la importancia de múltiples ciencias y ramas del saber involucradas en la asistencia médica de las que hoy constituyen las principales causas de morbimortalidad en Cuba, se considera que el papel de las ciencias del comportamiento crece de forma exponencial al enfrentar la pandemia por COVID-19. La psicología en particular, dado su rol habitual en la promoción, prevención e intervenciones en el proceso salud-enfermedad, tuvo que demostrar su pertinencia transformándose. El presente trabajo tiene como finalidad exponer criterios sobre el valor que, en opinión de quien suscribe, ha demostrado la ciencia psicológica ante la pandemia por COVID-19.
DESARROLLO
En primer lugar, se considera importante destacar el lugar que de forma paulatina ha ido ganando la psicología en la explicación de varios padecimientos. La génesis, las conductas de riesgo, el evento psicológico que gatilla el debut, que interviene en el curso o influye en las expectativas y calidad de vida, del cáncer, diabetes, enfermedades cardiovasculares, son prueba de ello.1
Pero desde hace poco más de un año, la rapidez con que el virus que causa la COVID-19 se expandió en el mundo puso de manifiesto:
El frágil límite que separa las certezas habituales y la incertidumbre;
la insuficiencia de los existentes recursos psicológicos para afrontar este tránsito, y
la importancia de la salud mental en el desempeño, tanto en situaciones habituales como de emergencia.
En tiempos de COVID-19, más que hablar de la conducta (elemento más ligado a lo instintivo) se trata de tener en cuenta el comportamiento autorregulado, que interviene en las conductas salutogénicas, área de actuación, sin duda, de la psicología de la salud. Estos comportamientos, con marcada influencia social, definen la exposición a situaciones de riesgo, acciones de autocuidado, y marcan la diferencia entre la salud y el contagio.
La unidad que conforman los procesos afectivos y cognitivos hace que el comportamiento se complejice y dependa no solo del nivel de conocimientos que un tema en cuestión supone, sino, y sobre todo, de las emociones y las vivencias que surgen de la relación entre el contenido y el significado elaborado por cada sujeto. La riqueza de la subjetividad individual, y en particular de la dimensión afectiva, contenida y expresada en todas las formaciones motivacionales, como creencias, actitudes, autoestima, concepción del mundo, son el objeto de estudio de la psicología, y la COVID-19, en tanto pandemia, genera importante impacto en estas formaciones, que se derivan de la percepción de incertidumbre, confusión y sensación de urgencia que genera.2
Los sistemas familiares y su diversidad actual en Cuba, son escenarios de actuación compartidos por psicólogos sociales y clínicos. La COVID-19 continúa generando implicaciones para las familias, con independencia de la salud y funcionalidad anteriores. Esta dolencia ha trastocado las dimensiones comunicación, convivencia, interacción, cohesión y ha transformado los hogares en gimnasio, oficina, escuela, taller, espacios de uso múltiple por todos y no siempre para el bien de todos.
El impacto en la economía individual y familiar, la decisión de vacunarse o no, la precaución y el cuidado de los más vulnerables al virus dentro del grupo, han devenido marcos para el diagnóstico, orientación y ayuda psicológicos.3
El aislamiento aceleró en Cuba la participación que ya se iniciaba en los contextos virtuales para el pago de servicios, el teletrabajo, el disfrute del arte y la cultura, por lo que la psicología está convocada a rediseñar la lectura de estos procesos a nivel individual y grupal.4
La resiliencia, el afrontamiento y el estrés resultan hoy campos de investigación y acción obvios, en los que se añaden como funciones del psicólogo, evaluar y alertar sobre los riesgos del excesivo uso de las tecnologías y la infodemia, consecuencias a largo plazo del aislamiento en habilidades sociales,5) competencias emocionales, salud mental y desarrollo personológico,6 en sentido general. La convivencia más duradera y forzada de víctimas y victimarios, supone lidiar con situaciones de violencia, estar pendiente de los riesgos que implican el ciberacoso, el sexting y el grooming como las formas más frecuentes de acoso en las redes.7
También esta pandemia es responsable del traslado de los habituales escenarios reales a los virtuales, a los que los psicólogos educativos han reaccionado con actitud proactiva, dinámica y flexible, no solo asumiendo la docencia en condiciones de educación a distancia, sino también la investigación en esta área, que como actividad social nos conecta con el objeto de investigación y con la subjetividad del propio investigador, también inmerso en situaciones de vulnerabilidad ante la pandemia.
La emergencia de la diversificación de ofertas formativas en la modalidad virtual, genera y profundiza campos y variables de estudio de la psicología educativa, como el vínculo psicoafectivo de los padres en estas condiciones,8) modificaciones de los roles de los implicados (docentes, estudiantes, tutores, decisores en todos los niveles),9 compromiso académico, estilos de aprendizaje, motivación, inteligencia y creatividad.
Alertar sobre los riesgos de la nueva normalidad, la efectividad de políticas sociales en general o educativas en particular, y su efecto sobre las desigualdades causadas por la COVID-19, es también del interés de los psicólogos sociales, quienes a la par del estudio de actitudes, grupos y comunicación desarrollan esta tarea.
Las iniciativas individuales y grupales que evidencian prosocialidad y solidaridad, han aparecido en los momentos de crisis sanitaria ocasionada por la COVID-19. Estos comportamientos, que no constituyen experiencias aisladas en Cuba, reflejan la mediatización a nivel individual de valores de la sociedad.
Resulta obvio pensar en el rol que los psicólogos clínicos o de la salud desempeñan al estar en contacto directo con los pacientes afectados.10 Las prácticas en este sentido se han modificado y adaptado a la situación epidemiológica. Las líneas de telefonía fija y móvil, y los grupos y plataformas como Messenger, WhatsApp,11 Todus y Sijú, han sido los principales medios de trabajo para conectarse con colegas, estudiantes y pacientes, pero también con grupos de padres, profesores, o para cumplir con los roles como maestrantes, doctorandos y padres.
La psicología ha estado presente en muchos momentos importantes librados por el pueblo cubano: en el acompañamiento a los sobrevivientes de catástrofes como la de Chernóbil, en la explicación de los daños que supondría el desarraigo de un niño secuestrado en Miami, en los estudios genéticos y psicosociales, en la atención a víctimas de desastres naturales, y ahora en variados frentes de actuación ante la COVID-19.
CONCLUSIONES
Hoy como entonces, se confirma el valor de la ciencia y su capacidad de adaptarse para describir e intervenir en varias circunstancias, y la responsabilidad y entrega de sus profesionales, dignos herederos de la obra de Enrique José Varona. La psicología cubana interviene en múltiples aristas y escenarios generados por la pandemia y mantiene el compromiso ético de potenciar el desarrollo personal y humano.