INTRODUCCIÓN
El presente artículo es fruto del quehacer educomunicativo de quienes han apostado por sumarse a los procesos de transformación social desde dos grandes áreas indiscutiblemente entrelazadas: la educación y la comunicación. Pretende reflexionar a partir de un conjunto de experiencias que desde las facultades de Comunicación y Psicología de la Universidad de La Habana se han acumulado en estos últimos trece años. La mayor parte de ellas han sido desarrolladas por el proyecto Escaramujo, una iniciativa gestada en el ámbito universitario, que desde enero de 2010 contribuye de manera positiva al desarrollo psicosocial de adolescentes cubanos, sobre todo de aquellos que manifiestan conductas desajustadas o viven en situaciones de vulnerabilidad social.
Como recursos metodológicos se han empleado la revisión bibliográfica, la sistematización de experiencias y la investigación acción-participativa. El texto analiza brevemente el contexto teórico que ha servido de anclaje a los procesos educomunicativos que se han impulsado en la última década desde el entorno curricular universitario cubano; enmarca conceptual y metodológicamente las bases que sustentan la propuesta de educomunicación popular; y contribuye al desarrollo epistemológico de esta categoría con conceptos como procesos educomunicativos y prácticas educomunicativas.
DESARROLLO
Mundo nuevo, paradigmas integradores
La comunicación ha transitado y transita constantemente por distintas conceptualizaciones. Asumida inicialmente como elemento unidireccional, propagandístico y de persuasión; enriquecida después por presupuestos relacionados con usos y gratificaciones, estudios culturales, prácticas de resistencia y de retroalimentación por parte de los receptores; y repensada al asumir a los sujetos en su doble condición de emisores y receptores (emirec), la comunicación no deja de ser estudiada y revisada desde una posición crítica.
Desde América Latina, en la segunda mitad del siglo xx, emergieron voces comprometidas que se enfrentaron a perspectivas dominantes que las antecedieron, y defendieron un modelo de comunicación distinto, alternativo y desafiante que se ha apellidado de diversas maneras dependiendo de sus objetivos, espacios, propuestas, y referentes conceptuales y metodológicos. Por eso es común encontrar textos académicos sobre comunicación popular, comunitaria, alternativa, para el cambio social, educativa, para el desarrollo, para la educación.
La mayoría de los procesos de comunicación participativos a nivel internacional se han explicado desde tres grandes áreas o campos disciplinares: la comunicación comunitaria, la comunicación para el desarrollo y la comunicación para el cambio social, donde se encuentran puntos de convergencias, pero también marcadas diferencias. La academia cubana, en poco más de 20 años, ha seguido los mismos pasos, pues no ha escapado de las influencias contextuales y teóricas que han mediado el campo en el plano internacional (Saladrigas, Portal & De la Noval, 2021).
Estos campos tienen importantes puntos de coincidencia, ya que, como subraya el investigador cubano Alain de la Noval (2020), ponen en el centro de los procesos y prácticas comunicativas el desarrollo humano sostenible; buscan la transformación en función del desarrollo social; contribuyen a la construcción de ciudadanías activas a partir del reconocimiento al efectivo ejercicio del disfrute y ampliación de derechos individuales y sociales; y visibilizan y actúan en diferentes agendas del desarrollo: valores, género, salud, medio ambiente, educación para el consumo y comercio justo, educación para la paz, educación para la comunicación, educación en derechos, comunicación de la ciencia, equidad social y comunicación intercultural, entre otras.
En el caso específico de la comunicación para el cambio social, se puede afirmar que no resulta precisamente un paradigma nuevo, pero sí integrador. Lo novedoso es que aspira a transformar sectores y ámbitos de la sociedad que quizás paradigmas anteriores habían relegado a un segundo plano. Nuclea esencias de la comunicación comunitaria y la comunicación para el desarrollo; rescata los postulados de Paulo Freire y se convierte en una herramienta para el diálogo, la participación y el empoderamiento ciudadano.
Algunos autores coinciden en entenderla como una derivación, profundización o radicalización de la comunicación para el desarrollo, que retomó lo más valioso del pensamiento humanista que enriquecía la teoría de la comunicación: la propuesta dialógica-participativa, y la voluntad de incidir en la toma de decisiones en todos los niveles y procesos de la sociedad. Además, situó el eje del trabajo en lo comunitario y en la multiplicidad de procesos dialógicos y participativos que pueden contribuir a la transformación social (De la Noval, 2020).
La comunicación para el cambio social es una comunicación ética […], amplifica las voces ocultas o negadas, y busca potenciar su presencia en la esfera pública. Recupera el diálogo y la participación como ejes centrales; ambos elementos existían entrelazados con otros modelos y paradigmas y estaban presentes en la teoría como en un gran número de experiencias concretas, pero no tenían carta de ciudadanía entre los modelos dominantes, de modo que no alimentaron suficientemente la reflexión. (Gumucio-Dragon, 2004, pp. 6-7)
Por su parte, la argentina Florencia Enghel (2017) la asume en tres dimensiones. Para ella es:
[…] un campo de estudio -que implica tanto investigación empírica como desarrollos teóricos, metodológicos y analíticos-; una práctica -más o menos profesional según las organizaciones desde donde se le pone en práctica, en el caso de los ámbitos institucionalizados, o cívica cuando se genera más allá de dichos ámbitos-; y un proyecto del orden de gobernabilidad (que responde a motivaciones y agendas geopolíticas y se implementa por medio de instituciones de Gobierno específicas, tanto nacionales como multilaterales). (p. 14)
Desde la academia cubana, y de manera específica desde los estudios de posgrado y pregrado de Comunicación Social, la continua evolución de los planes de estudios ha permitido desarrollar paulatinamente este campo, en diálogo directo con otras experiencias de transformación social en los que la comunicación ha estado presente, impulsadas por instituciones, organizaciones o redes de investigación como el Centro Memorial Martín Luther King Jr., el Centro de Intercambio y Referencia-Iniciativa Comunitaria (CIERIC), la Plataforma Latinoamericana y Caribeña de Universo Audiovisual para la Niñez y la Adolescencia, el Centro Oscar Arnulfo Romero o el Colectivo de Investigación Educativa Graciela Bustillos de la Asociación de Pedagogos de Cuba.
Un estudio pionero que centró la mirada desde la comunicación en el trabajo comunitario fue la tesis de doctorado de la profesora Rayza Portal en 2003. A partir de ese momento se han sucedido en estas dos décadas investigaciones que, primero en posgrado y luego en pregrado, vincularon la comunicación con agendas de salud, género, comunicación, medios comunitarios, etcétera.
Una sistematización realizada por los investigadores Hilda Saladrigas, la propia Rayza Portal y Alain de la Noval (2021), enfatiza en que no menos importante fueron en este período trabajos de diploma -para obtener la titulación de licenciatura o el grado en Comunicación Social-, que indagaron sobre la participación popular en espacios de poder local y sus prácticas comunicativas; la participación juvenil en talleres de transformación en algunos los barrios con vulnerabilidad social de La Habana; las prácticas comunicativas de la labor educativa de los trabajadores sociales en la escuela experimental de trastornos de la conducta y aproximaciones a la identidad e imagen del Programa de Trabajadores Sociales de Arroyo Naranjo y del proceso restaurador que se llevaba a cabo en La Habana Vieja por parte de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
La creación de la cátedra universitaria de Información y Comunicación para el Desarrollo en 2016 en la Universidad de La Habana -que incluye entre sus áreas de actuación la gestión de proyectos de desarrollo y la gestión de cooperación internacional- constituyó un paso fundamental para consolidar los esfuerzos que en los ámbitos docente, investigativo y extensionista se venían dando en función de la profundización teórico-metodológica de la comunicación para el cambio social.
Sin duda, uno de los pilares de la comunicación para el cambio social ha sido la sólida y natural relación establecida entre los procesos educativos y los procesos comunicativos. De esa interrelación han emergido términos como educomunicación, educación para la comunicación, comunicación educativa, entre otros.
Caminos educomunicativos
La educomunicación es un campo de estudios interdisciplinar y transdisciplinar que aborda, al mismo tiempo, las dimensiones teórico-prácticas de dos disciplinas históricamente separadas: la educación y la comunicación. En el contexto iberoamericano es conocida también como educación en materia de comunicación, didáctica de los medios, comunicación educativa, alfabetización mediática o pedagogía de la comunicación; en el contexto anglosajón, media literacy o media education (Barbas, 2012).
Es proceso, movimiento, flujo de significados, acción creativa y recreativa, construcción-deconstrucción-reconstrucción permanente de la realidad. Además, una forma de pedagogía crítica que concibe los procesos educativos, la comunicación, los medios y las tecnologías como herramientas de análisis y de acción para la comprensión y la transformación del mundo (Barbas, 2012).
Para el brasileño Ismar de Oliveira Soares (2009) la educomunicación es:
[…] el conjunto de las acciones de carácter multidisciplinar inherentes a la planificación, ejecución y evaluación de procesos destinados a la creación y el desarrollo -en determinado contexto educativo- de ecosistemas comunicativos abiertos y dialógicos, favorecedores del aprendizaje colaborativo a partir del ejercicio de la libertad de expresión, mediante el acceso y la inserción crítica y autónoma de los sujetos y sus comunidades en la sociedad de la comunicación, teniendo como meta la práctica ciudadana en todos los campos de la intervención humana en la realidad social. (p. 201)
Obsérvese en esta definición el uso de los términos: «ecosistemas comunicativos», «aprendizaje colaborativo», «comunidades en la sociedad de la comunicación» y «práctica ciudadana», que dan cuenta de la mencionada evolución y complejización del concepto.
La educomunicación comprende una serie de procesos y prácticas que se desarrollan en el espacio de confluencia entre la formación de sujetos, la producción de sentidos y la comunicación, entendida como intercambio -que no se reduce a la relación entre los sujetos y los medios, porque los sentidos mediáticos se han hecho cultura- (Huergo, 2000). Entre estos procesos figuran los relacionados con la educación para la comunicación y la comunicación educativa.
Las prácticas comprendidas dentro de la educación para la comunicación incluyen procesos de alfabetización mediática, educación para los medios, educación para la recepción activa/crítica, educación en materia de comunicación, lectura crítica de la comunicación, pedagogía de la comunicación -estos tres últimos con posturas más amplias y abarcadoras en relación a la comunicación más allá de los medios y a los procesos de recepción-, entre otros (González, 2013).
Por su parte, en la comunicación educativa se agrupan las prácticas con propósitos educativos, desde cuatro enfoques fundamentales: la comunicación que se produce en el contexto escolar; los usos de las TIC en el desarrollo de acciones educativas; la educación para los medios; y la comunicación vista como un proceso amplio, que tiene lugar en cualquier espacio que propicie procesos de educación (Del Pino, 2010).
Con independencia del referente desde donde nos posicionemos, la educomunicación será esa área integradora y sistémica de estudios teórico-prácticos que conecta las disciplinas, la educación y la comunicación. En los tiempos actuales, desconocer los códigos infocomunicacionales (impresos, radiales, gráficos, audiovisuales, hipermedias, entre otros) implica otra forma de marginación y constituye una barrera para la emancipación escolar, popular y social. De ahí que el desarrollo de esta categoría siga siendo útil y necesario.
De acuerdo con lo anterior, se afirma que cuando la educomunicación se asume desde la comunicación para el cambio social, pone su énfasis en los sentidos éticos y políticos de los procesos de transformación y dota a ese vínculo educomunicativo de un carácter emancipador; se estará en presencia de lo denominado «educomunicación popular».
De la educomunicación popular a las prácticas educomunicativas
La educomunicación popular -categoría todavía en construcción- se asume como parte de la comunicación para el cambio social. Incorpora el adjetivo popular por orientarse a la transformación social; asumir la comunicación como producción de vínculos y sentidos, y como eje transversal del sistema de enseñanza; concebir el diálogo y la participación como esencias en los procesos de aprendizaje; y apostar por la construcción del conocimiento de forma grupal y colectiva. Al apellidarla de esta manera, se reafirma que ese proceso formativo continuo, que es la educomunicación, tiene que ser eminentemente emancipador y profundamente justo, crítico, equitativo. La palabra popular le imprime una lectura crítica de las prácticas sociales de los sujetos y del contexto en el que estas se imbrican. Dota a las experiencias de una intencionalidad política emancipadora y manifiesta un interés por transformar a los sectores dominados en sujetos sociales capaces de protagonizar el cambio social, y generar metodologías educativas dialógicas, activas y participativas.
De ahí que se conceptualice la educomunicación popular como «el área interdisciplinar que engloba procesos de transformación política, cultural y social que, de forma colectiva, participativa y dialógica, educa en, desde y para la comunicación, desde la concepción y metodología de la educación popular» (Romero, 2015, p. 30). Esta definición está muy vinculada a los conceptos de «educación popular» y «comunicación popular».
De la comunicación popular retoma su intencionalidad educativa, su militancia contrahegemónica, su sentido crítico, su mirada centrada en los contenidos y en los procesos, el valor del grupo, de lo colectivo y del sujeto popular.
El aporte más importante ha sido siempre rescatar la centralidad del sujeto popular para los procesos políticos, pero también para la comunicación. No hay comunicación popular y comunitaria sin sujeto popular. No existe una agenda de la comunicación popular disociada de la agenda de los actores populares. No existe otra estética de la comunicación popular y comunitaria que no sea la estética de los sujetos populares (Uranga, 2011).
Para la argentina María Cristina Mata (2011) las prácticas de comunicación popular constituyen la manifestación de un proyecto emancipatorio, de búsqueda de cambio, de liberación de los sectores que sufren cualquier tipo de dominación.
Su carácter contrahegemónico, su visión emancipadora, cargó de sentidos políticos la inmensa mayoría de sus prácticas. En opinión del español Jesús Martín-Barbero (1983):
[…] en América Latina la comunicación popular es comunicación planteada en términos de las mayorías […] dominadas, y por tanto ligada no solamente a un fenómeno de contracultura, y mucho menos a un fenómeno de marginalidad, sino ligada a los movimientos sociales, a los procesos de dominación y de réplica a la dominación, y por tanto atravesada por un proyecto, o al menos, por un movimiento de lucha política. (p. 5)
De la educación popular hereda la formación de sujetos capaces de adquirir y construir las herramientas necesarias para asumir la transformación de su entorno social. No se debe olvidar que esta corriente pedagógica supera postulados anteriores que le otorgaban al proceso de enseñanza-aprendizaje un matiz bancario donde un «profesor ilustrado» depositaba conocimientos en sus alumnos, y guarda estrechos vínculos con conceptos como «transformación social», «desarrollo local», «educación consciente y comprometida», «construcción colectiva de saberes», «formación de valores», «emancipación» y «sentidos políticos».
«La educación popular concibe la educación como un proceso en el que el sujeto va descubriendo, elaborando, reinventando y haciendo suyo el conocimiento a través de una estrategia que parte de su experiencia y práctica social junto a otros sujetos» (Romero, 2010, pp. 25-26).
Los que se declaran comprometidos con esta filosofía de vida, asumen una posición político-pedagógica, un compromiso con el pueblo frente al conjunto de su educación, que no se reduce a una acción centrada en una modalidad educativa, a un recorte de los sectores populares o a un grupo generacional (Puiggrós, 1998).
Los principios y las lógicas de la educación popular que ha sintetizado la socióloga cubana Yaima Rodríguez (2015), constituyen también bases de la educomunicación popular: la práctica-reflexión-práctica transformada, como lógica longitudinal de la construcción y la utilidad del conocimiento; ir de lo individual a lo grupal y a lo colectivo, como lógica organizativa relacional de la construcción del conocimiento; e ir de lo particular a lo general o de lo simple a lo complejo, como lógica inductiva de la construcción del conocimiento.
En resumen, la educomunicación popular, al igual que la educación popular y la comunicación popular, promueve la participación activa y consciente de los sujetos, tiene un carácter dialógico y político, entiende el trabajo grupal como vía que favorece la construcción colectiva del conocimiento y promueve relaciones humanas emancipadas y colectivas.
Además, dialoga con la psicología social, la psicología del desarrollo y la psicología educativa -incluso, con la clínica, en casos muy puntuales-, porque comprender el desarrollo humano implica darle solución a las múltiples contradicciones que emanan a lo largo del trayecto de la vida de las personas, relacionadas con la comunicación interpersonal, el desarrollo de habilidades comunicativas y los procesos que median en la constitución de la subjetividad.
La educomunicación popular tiene puntos en común con la sociología. Desde esta ciencia se explican las condicionantes estructurales y simbólicas que intervienen en el proceso de producción y reproducción de determinados procesos o situaciones sociales, y el rol de los sujetos como agentes sociales en el proceso de transformación de su propia realidad. La educomunicación popular no desconoce los aportes, por ejemplo, de la Teoría de la Acción Comunicativa (Habermas, 1999), acerca del valor que tienen las construcciones discursivas en la sociedad y al explicar cómo el proceso de intersubjetividad, que es la comunicación como espacio de mutuo entendimiento entre actores sociales, puede apoyar en la constitución o restauración del tejido social -sin dejar de reconocer sus limitaciones, al no abarcar en toda su complejidad otras acciones de transformación social que emanan precisamente de la propia acción comunicativa.
Incorpora también un enfoque interseccional; de ahí que, al analizar en las comunidades y los grupos las cuestiones relacionadas con raza, género, territorialidad o clase social, entienda que cada una de estas opresiones interseccionan de forma diferente en cada situación personal, develando las estructuras de poder existentes en el seno de la sociedad (Crenshaw, 2017).
La educomunicación popular propicia procesos que eduquen en, desde y para la comunicación. No solo se trata de crear habilidades y/o competencias comunicativas, sino de convertir esa práctica en un modo de vida, una práctica cotidiana; educar en comunicación pasa por el prisma subjetivo de las personas que van a participar, con independencia de su rol, en el proceso de aprendizaje. Ocurre entonces un intercambio de principios, valores, normas, comportamientos. No es, por tanto, algo inherente a la comunicación social o alguna rama de la ciencia en particular.
Desde un punto de vista metodológico, dialoga en perfecta armonía con la Investigación Acción-Participativa (IAP), en tanto constituye una vía para favorecer los procesos de reflexión crítica. Esta metodología de trabajo comparte ideas, concepciones e imaginarios de los integrantes con las visiones del otro, beneficia la integración del grupo con el que se trabaja, desarrolla la creatividad, y permite diseñar un proceso de transformación integral comprometido con la realidad social.
Enmarcadas en este campo, en Cuba se han desarrollado experiencias de alfabetización mediática -superando una concepción que proponía ser más proactivos ante la recepción de productos comunicativos-, de desarrollo de competencias en adolescentes para la realización audiovisual o el cine, y de empoderamiento ciudadano.
Y es que la educomunicación popular no es algo abstracto, sino que se materializa en procesos, en prácticas educomunicativas. En las dos últimas décadas, desde la academia cubana, autores como Ramos (2001), Llanes y Moya (2010), Romero (2010, 2013, 2015), Martínez y Odriozola (2011), Olivera (2012), Lezcano (2012), Alonso (2014) y Lezcano (2018), han esbozado conceptos sobre procesos o proyectos educomunicativos. La diferencia entre unos y otros ha estado matizada por el grado de periodización en sus prácticas educomunicativas, su institucionalización o la manera en que son percibidos por sus gestores.
Con disímiles objetivos, metodologías y formas de ponerse en práctica, se observan dos maneras de concebirse: procesos/proyectos educomunicativos que educan para la comunicación centrándose en el desarrollo de competencias (lingüísticas, expresivas, audiovisuales, infocomunicacionales, etcétera) y/o de habilidades para la comprensión, decodificación e interpretación de productos comunicativos; y procesos/proyectos educomunicativos que se centran en la transformación social como fin último del proceso, y potencian, como vía, medio y motivación, el desarrollo de habilidades y/o competencias infocomunicacionales.
A partir de estas premisas, dentro del área de la educomunicación popular, se entienden los procesos/proyectos educomunicativos como:
[…] aquellos que, coordinados colectivamente y asumiendo como referente teórico la educomunicación popular, fomentan la transformación social desde una comunicación participativa, dialógica y solidaria, asumiéndola como medio y esencia de dicha transformación. Su praxis hace énfasis en acciones de formación, investigación y comunicación, tanto para públicos internos como externos. Promueven relaciones de horizontalidad, procesos de configuración de identidades y de empoderamiento social, la construcción colectiva del conocimiento, la producción de vínculos y sentidos y la adquisición de competencias para la deconstrucción y construcción comunicativa. (Cabrera & Romero, 2018, pp. 183-184)
Teniendo este concepto como punto de partida, y poniéndolo en diálogo con las definiciones de «prácticas comunicativas» (Portal, 2003, p. 59) y «prácticas comunicativas que sustentan la participación popular» (García, 2007, pp. 88-89), se conceptualizan las prácticas educomunicativas como:
[…] aquellas que -sujetas a mediaciones culturales, territoriales, históricas, contextuales, individuales, institucionales, jurídicas, tecnológicas- garantizan el desarrollo de una comunicación participativa, dialógica, popular y solidaria como medio para la promoción de relaciones de horizontalidad, procesos de configuración de identidades, construcción colectiva del conocimiento, producción de vínculos y sentidos, y adquisición de habilidades y competencias infocomunicacionales. Suelen ser coordinadas de manera colectiva, e impulsan procesos de transformación y empoderamiento social.
Las prácticas educomunicativas se caracterizan por el uso de técnicas grupales y participativas, asumen al grupo como dispositivo esencial del proceso, conciben a los sujetos desde su rol activo y con un sentido crítico de sus propias prácticas, tienen como fin una positiva transformación social y el empoderamiento real de hombres y mujeres. Otra de sus cualidades es que se evalúan y rediseñan constantemente.
Permiten hacer un diagnóstico participativo de su realidad circundante. En este se identificarán las necesidades y motivaciones del grupo, y se caracterizarán los entornos escolares, barriales y familiares de las personas que lo integran, así como sus relaciones interpersonales.
Las prácticas educomunicativas deben desarrollar habilidades y conocimientos básicos relacionados con el acceso, y la gestión de procesos y productos comunicativos. En casos en los que se permita un trabajo más sistemático y duradero en el tiempo, deben llegar a fomentar competencias infocomunicacionales.
La recuperación crítica de las experiencias y prácticas de vida de quienes participan del proceso educomunicativo, no solo se hará con el fin de conocerse mejor como grupo, sino para poner en diálogo esas prácticas desarrolladas con anterioridad con las dimensiones educomunicativas de cada ámbito de desarrollo. Esa recuperación colectiva irá consolidando el espacio grupal como el lugar idóneo para que los participantes se expresen libremente, sin miedo a ser juzgados o estereotipados. Pasarán entonces de un mero rol de espectadores a protagonistas de esos relatos, de esos procesos comunicacionales que se están generando de acuerdo con sus propias necesidades y capacidades.
A su vez, estas prácticas son portadoras de sentidos éticos y emancipados, poseen un conjunto de valores y sentidos coherentes con una cultura del diálogo, con los principios de la democracia, la libertad, la lucha social, la interacción social horizontal, la justicia y la equidad plena entre hombres y mujeres.
Las prácticas educomunicativas se dimensionan en prácticas formativas, comunicativas, investigativas y organizativas, lo cual no debe interpretarse como una sumatoria de estos procesos, sino como la integración holística y sistémica de cada uno de ellos.
No se puede intencionar la formación sin que la comunicación constituya fin y esencia de esa formación; no se debe desarrollar una acción transformadora sin una acción investigativa que la acompañe, ya sea para diagnosticar el contexto, evaluar con indicadores previamente establecidos o analizar sus impactos. No se puede pretender impulsar prácticas formativas, comunicativas e investigativas horizontales y emancipadoras si no se parte de una organización plural, participativa y democrática.
En relación con la dimensión formativa, dos elementos resultan imprescindibles. El primero, entender los aprendizajes en un sentido amplio -ya sean intencionados o no por la coordinación- como el conjunto de vivencias y problemáticas sociales analizadas en los talleres; las concepciones, herramientas y habilidades infocomunicacionales compartidas; y las habilidades desarrolladas durante el trabajo en grupo y los procesos grupales. El segundo, apostar por procesos de empoderamiento real que permitan desarrollar capacidades para reconocer y delimitar la situación conflictiva de subordinación a través del cuestionamiento de los patrones de poder existentes, promover una concientización que permita definir contra qué poder debe ocurrir la emancipación y qué poder se desea ejercer, vivir perennemente en un conflicto que promueva de forma constante, ya sea individual o colectivamente, procesos de autorrevisión, autoevaluación, y resignificación de sentidos y definiciones políticas.
La dimensión comunicativa parte de la premisa de asumir la comunicación como la producción constante de vínculos y sentidos, que contribuye, entre otros, al desarrollo de capacidades comunicativas. Dimensión que a su vez constituirá la motivación para la producción comunicativa, las temáticas escogidas y su relación con las vivencias de los participantes, sus aspiraciones y sus necesidades.
Sobre la tercera dimensión, no se trata de investigar por investigar o para validar en el ámbito académico determinada práctica de transformación concreta que puede darse en un ámbito escolar o comunitario. La intención es investigar para promover y gestar formas de participación social reales, no circunscritas únicamente al campo de la producción del conocimiento y al cumplimiento de determinados objetivos específicos.
En consecuencia, para fusionar armónicamente las prácticas formativas, comunicativas e investigativas, es imprescindible una organización sustentada en el trabajo grupal y la coordinación colectiva. El primero constituye un escenario idóneo para promover la participación social; no por gusto la psicología lo asume como una herramienta imprescindible y la educación popular lo comprende como el método o la vía para la construcción colectiva del conocimiento. El segundo está estrechamente vinculado con el primero, porque no se puede pensar en el ámbito educomunicativo en un trabajo grupal que se dirija de forma verticalista o en el que se promueva algún tipo de comunicación que no sea dialógica; por tanto, las prácticas organizativas requieren de una coordinación colectiva que sea capaz de integrarse como equipo con el grupo y que construya con su quehacer cotidiano una identidad colectiva.
Para quienes se acercan a ellas y han decidido transitar desde sus aprendizajes, las prácticas educomunicativas constituyen motivación, provocación y, a veces, el pretexto para impulsar acciones que hagan de este mundo un lugar mejor, más justo, más equitativo.
La sociedad actual está atravesada en todos los sentidos por la comunicación; no entenderla o asumirla como parte de la vida cotidiana, puede resultar causa adicional de una posible marginación. Urge desarrollar procesos para adquirir desde edades tempranas recursos materiales y simbólicos que permitan vivir en esta «nueva» sociedad. Esto constituiría un aporte, entre tantos necesarios, para quienes viven en situaciones de vulnerabilidad social y, a través de estrategias y prácticas educomunicativas, podrían adquirir herramientas para transformar su realidad.
CONCLUSIONES Y DESAFÍOS
La educomunicación, y particularmente la educomunicación popular, son categorías en construcción que no han sido totalmente desarrolladas en el entorno académico cubano. De ahí que uno de los retos primarios es lograr una mayor divulgación de sus conceptos, áreas que abarcas, procesos que aglutinan, así como la necesidad de concebir dichos procesos como parte de las políticas nacionales, tanto en materia de educación, como en materia de comunicación social.
Asumir esta concepción educomunicativa popular, está asociado a la comprensión de que los procesos de aprendizaje, con independencia de si son asociados a una institución o a determinada enseñanza, deben contemplar la comunicación como medio y esencia de los procesos. La frase «educar en, desde y para la comunicación» no debe constituir un eslogan, sino llevarse a la práctica.
De igual modo, las políticas de comunicación no pueden estar ajenas a los procesos de aprendizaje colectivos en los que hombres y mujeres desarrollen habilidades en la comunicación y en la producción educomunicativa. Asimismo, los derechos en materia de comunicación e información deben ir acompañados de ética y responsabilidad social.
También urge potenciar la figura del educomunicador popular como sujeto del cambio social, con habilidades para la coordinación de procesos grupales y comunitarios, con un pensamiento estratégico en materia de comunicación, y con un sentido de sencillez y humildad pedagógica.
Entre otros desafíos, resulta inminente democratizar el acceso a procesos educomunicativos como una vía real y efectiva para el empoderamiento ciudadano, desarrollar competencias infocomunicacionales en actores clave del ámbito local y comunitario, aprovechar las ventajas y oportunidades del ecosistema digital en función de una mayor participación ciudadana, y asumir los procesos educomunicativos como una vía legítima a través de la cual las personas puedan participar y ejercer determinados mecanismos de control sobre las políticas públicas.
A modo de conclusión, se puede afirmar que la comunicación para el cambio social constituye un área conceptual que sitúa a hombres y mujeres en el centro del proceso comunicativo, y promueve acciones de transformación social. Enmarcada en ellas, la educomunicación se configura como un campo de estudios teórico-práctico, interdisciplinar y transdisciplinar, que articula dos disciplinas: la educación y la comunicación. Su objeto de investigación se caracteriza por la diversidad de enfoques y tendencias, lo cual ha complejizado su conceptualización.
La educomunicación popular dota a la comunicación para el cambio social de procesos/proyectos educomunicativos que impulsan transformaciones políticas, culturales y sociales; y de sentidos dialógicos, participativos y emancipadores; de ahí que sean necesarios su desarrollo y consolidación.
Las prácticas educomunicativas, núcleo de estos procesos/proyectos educomunicativos, empoderan a los sujetos como protagonistas de su realidad, contribuyen a su formación como actores del cambio social, capaces de decidir sobre su destino inmediato. Además, desarrollan habilidades comunicativas interpersonales y grupales, así como capacidades, competencias y habilidades infocomunicacionales, desde una perspectiva crítica y liberadora