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Revista Cubana de Medicina General Integral

versión On-line ISSN 1561-3038

Rev Cubana Med Gen Integr v.13 n.6 Ciudad de La Habana nov.-dic. 1997

 

 

Página Cultural

El bocio de cleopatra

Miguel Lugones Botell1 y Tania Yamilé Quintana Riverón2

Entre las 6 reinas egipcias con el mismo nombre pertenecientes a la dinastía macedónica de los Tolomeos se destaca Cleopatra VII, hija de Tolomeo Auleta. Reinó entre los años 69 y 30 A. C. y su fisonomía histórica aparece deformada por los romanos.

Según se conoce, fue criada en un ambiente corrompido y se dice que fue inteligente y osada y al parecer más atractiva que hermosa. Muchos historiadores se han planteado hasta dónde era realmente hermosa Cleopatra si se tiene en cuenta y se compara con los cánones clásicos de la impecable Venus de Milo. En las monedas con su rostro, se presenta con una estructura bastante dura, una nariz aguileña de acusada punta y aletas gruesas, con mandíbulas y labios prominentes y donde el bocio se percibe claramente. No obstante, este rostro aparece con unos grandes ojos y con una dulce expresión que se señala cautivadora.

Sus 2 aventuras de carácter amoroso obedecieron sin dudas a móviles de ambición. Cuando César llegó a Egipto (año 48), era una princesa de sólo 22 años, desterrada de la corte; pasó a ser amante del conquistador (de quien se le atribuyó un hijo, Cesariom) y le siguió a Roma. Muerto César y vuelta a Egipto, Marco Antonio la llamó a Tarso (año 41) y uniose con ella, tratándola siempre como soberana independiente. Luego, del 40 al 37, aproximadamente, se produjo entre ambos un rompimiento y en aquel último año, convencida Cleopatra de la inutilidad de congraciarse con Octavio, volvió a Antonio con quién se casó y al que permaneció leal. Su designio era alcanzar con su marido el solio imperial romano y crear un vasto imperio. Plutarco, cuando trata de explicar el encuentro y la unión de Marco Antonio y Cleopatra escribe lo siguiente: "Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse. Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje".

También es conocido que Blas Pascal, en el siglo XVII escribió una frase sobre Cleopatra que dice: "Si Cleopatra hubiera tenido una nariz más corta hubiera cambiado la faz del mundo", queriendo significar que si no hubiera sido tan bella, ni Julio César ni Marco Antonio la hubieran amado con los trágicos problemas que estos amores originaron, sobre todo en el último.

Todo esto se señala en relación con el posible bocio de la reina. La hipótesis y certeza del posible bocio de la misma surge a raíz de las monedas y también de un bajorrelieve de Denderah del siglo I en el que la reina representa a la diosa Hathor y en el que se insinúa con claridad el bocio.

Parece ser que la enfermedad estaba ampliamente difundida en la antigüedad, sobre todo en Egipto, Persia y Macedonia.2 Esto puede comprobarse mediante las colecciones de monedas helénicas o romanas. No sólo reproducían con bocio los perfiles de los reyes que realmente los tenían, sino que incluso existen medallas de dioses o semidioses con bocio.

Considerando los cánones de la belleza, se ha dicho que el bocio ha sido, en diversas épocas y países, muy estimado en las mujeres y se ha señalado como un signo de belleza 2 entre algunos pueblos y debió ser tan abundante en la antigüedad que bien pudo considerarse una gracia más, si el rostro era bello.

Como vemos, el cuestionamiento de la belleza de la reina en este sentido pierde validez. Pero hay más. Se sabe que tenía gran cultura, amaba las artes y hablaba con maestría más de 10 lenguas. Era impulsiva, caprichosa, ingenua, espontánea, apasionada, diplomática y constante.2 Por tanto, no necesitaba de los cánones de una belleza perfecta, pues poseía aquel don, misterioso, del prestigio de la presencia y si tantas mujeres de la antigüedad estuvieron aquejadas por bocio y el bocio no era considerado una deformación, no es raro que tuviera en sí el poder de la seducción.

Volviendo a su unión con Antonio, magistrado romano y marido de aquella reina Oriental, es fácil comprender que esa situación se hizo insostenible. Ello se tradujo en la negativa por parte del ejército de combatir en la batalla de Actium1 con lo que terminó aquel sueño de grandezas. El vencedor, Octavio, burló hábilmente las astucias de Cleopatra, quien se dió muerte (dejándose morder por un áspid).

En el Museo del Prado de Madrid está el cuadro de Guido Reni donde se ve a Cleopatra dándose muerte por la serpiente venenosa.

Una muestra elocuente que vincula a Cleopatra con la belleza, es que tanto el teatro como el cine se ha inclinado en repetidas veces por la figura de Cleopatra y para ello se han escogido siempre a las más bellas actrices de cada momento como Lily Langtry, Constance Collier, Elisabeth Taylor, Sarah Bernhardt, Vivian Leigh, etcétera. También su belleza resalta en su gesto, a la edad de 39 años, en el que prefirió la muerte antes de ser humillada.


  1. Especialista de I Grado en Ginecología y Obstetricia. Policlínico Docente "26 de Julio". Playa, Ciudad de La Habana.
  2. Especialista de I Grado en Medicina General Integral. Policlínico Docente "26 de Julio", Playa, Ciudad de La Habana.

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