Adys Cupull y Froilán González. (2017). El asesinato del Che en Bolivia. Revelaciones. Editora Política, Cuba, 160 páginas.
Durante el capítulo habanero de la Feria Internacional del Libro 2020 fue presentado el libro El asesinato del Che en Bolivia. Revelaciones, de los investigadores cubanos Adys Cupull y Froilán González (Editora Política, La Habana, 2017). Dicho texto fue concebido al cumplirse los 45 años de la muerte del Che. Fue publicado en esta edición como homenaje al comandante Ernesto Che Guevara en el contexto de recordarse medio siglo de su desaparición física en Bolivia. Forma parte de una serie de títulos relacionados con los acontecimientos guerrilleros de ese país a partir de 1966 y hasta finales de los años sesenta publicados por estos autores, entre los que sobresalen De Ñacauasú a La Higuera (Editora Política, 1989) y La CIA contra el Che (Editora Política, 1992).
Acerca de este volumen, ambos autores han expresado que responde a un conjunto de interrogantes que han existido acerca de cómo fueron las últimas horas del Guerrillero Heroico y sus compañeros de lucha del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia, quiénes tomaron la decisión de asesinar al Che y los guerrilleros prisioneros en La Higuera, cuál fue el destino de sus restos y por qué esta información no se hizo pública durante casi 30 años, así como también el final trágico de varios de los implicados en el crimen.
Para realizar estas investigaciones los autores reconocieron que su desempeño como diplomáticos entre 1983 y 1986 posibilitó indagar acerca de la presencia de Ernesto Guevara y sus compañeros en el país andino, lo que les facilitó recorrer «las selvas de Ñacauasú hasta la Quebrada del Yuro, La Higuera y Vallegrande llevando como guía principal El Diario del Che en Bolivia, que nos permitió señalar nombres de personas, lugares, accidentes geográficos, flora, fauna y alimentos típicos» (Cupull y González, 2017, p. 2).
Los testimonios superaron la cifra de 300, pero a lo largo de los años y sobre todo tras la publicación de La CIA contra el Che en varias ediciones, muchos lectores no entendían el por qué no se revelaban los nombres de algunas fuentes y sugerían la posibilidad de desclasificar ese grupo de entrevistas, cuestión a la que Adys Cupull y Froilán González respondían con los siguientes argumentos:
Explicamos que los nombres en cualquier investigación hay que preservarlos. En América Latina, denunciar los crímenes del gobierno de Estados Unidos, de sus servicios de inteligencia o instituciones, pone en riesgo la vida de cualquier fuente, así como la posibilidad de convertirse en víctimas de diferentes represalias. Muchos de los entrevistados pidieron que su identidad o aspectos comprometedores fueran resguardados, al menos, mientras estuvieran vivos, o esperar que pasaran varios años, solicitud comprensible que aceptamos. (Cupull y González, 2017, p. 3)
Entre los entrevistados «desclasificados» que se mencionan aparecen los generales Gary Prado Salmón, Mario Vargas Salinas, Jaime Niño de Guzmán, los coroneles Herberto Olmos Rimbaut, Rubén Sánchez y Miguel Ayoroa, este último jefe de la tropa que combatió el 8 de octubre de 1967 al grupo guerrillero dirigido por el Che y una de las fuentes más importantes para establecer lo acontecido entre ese día y el 9 de octubre en La Higuera; así como también los ministros de Relaciones Exteriores de Bolivia en época del gobierno de René Barrientos, Walter Guevara Arce y Marcial Tamayo; los corresponsales de guerra José Luis Alcázar, Edwin Chacón, Raúl Rivadeneira y Gustavo Sánchez; así como también Leonor Sejas y Marta Guzmán, viudas del general Joaquín Zenteno Anaya y el doctor José Martínez Caso, respectivamente, y varios exagentes de la CIA, que proporcionaron informaciones sorprendentes sobre el tema. Además, el acceso a varios archivos privados permitió profundizar en los hechos y en este grupo de fuentes se incluyeron varias gavetas de la CIA que permanecieron ocultas en Bolivia.
A través de sus 160 páginas El asesinato del Che en Bolivia… nos presenta los antecedentes y el desarrollo del combate de la Quebrada del Yuro; el papel desempeñado por el presidente Barrientos y Douglas Henderson, embajador de los EE.UU. en Bolivia sobre la decisión relativa a la eliminación física el Che y las contradicciones que generó dentro de las diferentes instancias gubernamentales bolivianas; detalles sobre la exhibición pública del cuerpo del Che Guevara y posterior desaparición de sus restos y los de los otros integrantes de la guerrilla, con la versión oficial de que habían sido incinerados y lanzados a la selva; la influencia de los agentes de la CIA de origen cubano (especialmente los casos de Félix Rodríguez y Gustavo Villoldo Sampera) en todo lo concerniente a las decisiones relativas a la suerte de los guerrilleros caídos en combate o asesinados tras su captura, amén del papel que tuvieron en la revisión de la documentación de la guerrilla, sobre todo de El Diario del Che en Bolivia para una posterior manipulación y tergiversación de su contenido.
También se hace referencia y analizan las razones por las cuales varios de los personajes involucrados en la captura, asesinato y ocultamiento del cadáver del Che terminaran muertos de forma violenta, sufrieran heridas graves o situaciones de ostracismo político y profesional; la importancia de las revelaciones del general Luis Antonio Reque Terán, que en esencia reveló las razones por las cuales los militares bolivianos y la CIA mintieron sobre el destino del cadáver del Che y sus compañeros, para, según sus propias palabras: «Evitar lo que está ocurriendo ahora, la afluencia de gente de izquierda que busca convertirlo en el héroe máximo del país» (en Cupull y González, 2017, p. 117); el hallazgo de una fosa común en Vallegrande con los restos del Che y los integrantes del ELN que murieron con él entre el 8 y 9 de octubre de 1967; la campaña desinformadora desarrollada por la derecha internacional a raíz de este descubrimiento; y finalmente la impronta del Che en la memoria de los bolivianos, especialmente a partir de la mitología popular.
Un aspecto sin dudas sugerente en el acápite de las revelaciones lo constituye el tópico relativo a la desaparición física de varios personajes implicados en el asesinato y ocultamiento del cadáver del Che o que de una u otra forma intentaron investigar y revelar elementos relativos a estos hechos en los años inmediatamente posteriores. Desde ejemplos como los del mismo presidente Barrientos, muerto en un extraño accidente aéreo en abril de 1969; el coronel Roberto Toto Quintanilla, ajusticiado por un comando del ELN en Hamburgo (1970); el general Juan José Torres, que asumiera la presidencia de Bolivia en ese mismo año con un programa nacionalista y que, tras ser derrocado en 1971 por un golpe de Estado de la derecha encabezado por el general Hugo Bánzer, terminó asesinado cinco años después en Buenos Aires como parte de la Operación Cóndor; el coronel Andrés Selich, participante activo en el cuartelazo contra Torres, pero que terminó sus días muerto bajo tortura por sus propios compañeros de armas en 1973 tras descubrirse su participación en proyectos conspirativos contra Bánzer, amén del caso de Antonio Arguedas, figura muy controvertida dentro del escenario político boliviano en esos años y que finalmente encontró la muerte de forma violenta en febrero del 2000.1 Lo cierto es que estos y otros casos conforman una galería de sujetos que, según otro autor estudioso del tema, resultaron víctimas de lo que también se pudiera identificar como «la maldición del Che».2
A su vez, en este grupo de decesos pueden incluirse los de figuras que en medio de la lucha contra la guerrilla denunciaron la intromisión estadounidense en los asuntos internos de Bolivia o bien decidieron revelar información considerada sensible por el alto mando del ejército boliviano acerca de lo que acontecía en el país y el asesinato del Che. Entre estos resaltan los casos del coronel Carlos Vargas Velarde y el teniente Eduardo Huerta, que murieron en 1967 y 1970, respectivamente;3 así como también el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, propietario de una prestigiosa editorial que se identificaba con ese apellido, quien desde los inicios de la lucha armada en Bolivia intentó investigar en el terreno acerca de los avatares del conflicto, con énfasis en el accionar represivo del gobierno de Barrientos y la participación de la CIA, por lo que sería expulsado de ese país. Fue uno de los primeros en publicar El Diario del Che... en Europa (la edición italiana) y, finalmente, el 15 de marzo de 1972 apareció muerto en las cercanías de Milán, al lado de una torre de alta tensión dinamitada y bajo circunstancias que nunca fueron esclarecidas.
Texto apasionante que en su esencia nos aporta elementos de un elevado valor histórico, lo cierto es que estamos ante una obra que, tal y como se plantea en el final de la nota de contracubierta de esta edición, «es una de esas lecturas imprescindibles, llamada a ensanchar los conocimientos acerca de un episodio conmovedor de la historia latinoamericana, a la vez que origina los más nobles sentimientos hacia este hombre extraordinario que ha devenido figura emblemática para la humanidad progresista».