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Revista Cubana de Pediatría

versión On-line ISSN 1561-3119

Rev Cubana Pediatr vol.95  La Habana  2023  Epub 24-Jun-2023

 

Carta al editor

De Romay y Finlay para nuestros tiempos: un legado

From Romay and Finlay to our Times: a Legacy

0000-0002-7877-786XEric Martínez Torres1  * 

1Instituto de Medicina Tropical “Pedro Kourí”. La Habana, Cuba.

Estimada editora:

El siglo xix cubano estuvo marcado por dos enfermedades epidémicas: la viruela y la fiebre amarilla. La población también enfermaba de paludismo, tuberculosis, cólera y otros morbos, pero el terror imperaba por las otras dos referidas.

Ese siglo también está marcado por dos personalidades médicas: Tomas Romay y Chacón (1764-1849), quien fue el introductor en la Isla de la vacuna antivariólica, la cual inició su administración por sus propios hijos y familiares allegados, y a cuya extensión dedicó treinta años de su vida profesional, y Carlos Juan Finlay Barrés (1833-1915), benefactor de la humanidad por cuanto descubrió el agente transmisor de la fiebre amarilla y con ese aporte dio a la sociedad la posibilidad de su control y posible eliminación.

Sin embargo, cada uno de ellos hizo otros aportes trascendentales menos conocidos. Romay insistía en la necesidad de observar y de experimentar. Se le considera el primer higienista e iniciador de la ciencia médica en Cuba y del movimiento científico en general. Se le acredita un aporte considerable al progreso, especialmente en medicina, química, botánica, agricultura, higiene, educación y cultura. Además de catedrático de filosofía y de patología, ocupó el cargo de decano de la facultad de medicina en 1832. Con toda justicia se considerado el Hipócrates cubano.1

Su obra se extendió por toda la primera mitad de ese siglo. La medicina con él tomó un nuevo rumbo y, entre otros logros, estuvo la creación de una cátedra de Clínica Médica, de la cual fue su primer catedrático, que paradójicamente no existía en los planes de estudio de su época para los estudiantes y médicos que supuestamente iban a diagnosticar, curar o aliviar a los enfermos a su cargo. Nunca salió de Cuba, pero mantenía relaciones con importantes instituciones de Europa. Era bien visto por las autoridades españolas e hizo uso de su posición en la sociedad de entonces para defender la instrucción primaria gratuita y logró su ampliación y mejora.

Fue cofundador del Papel Periódico de la Habana (primera publicación periódica cubana) y de la Sociedad Económica de Amigos del País. Desempeñó, además, la tarea humanitaria de su profesión en la Real Casa de Beneficencia. Al momento de su deceso, Romay ostentaba entre sus muchos títulos y distinciones: Miembro Corresponsal de la Real Academia de Medicina de Madrid, Médico de la Real Cámara, así como Miembro de la Comisión de Vacuna de París y de las Sociedades Médicas de Burdeos y Nueva Orleáns.2

Finlay, por su parte, estudió medicina en Filadelfia, EE. UU. A su regreso, se enfrentó a sendos tribunales españoles que lo desaprobaron para ejercer como médico en Cuba. Quien fuera su preceptor, muchos años después y ya conocedor de sus aportes a la ciencia, declaró que afortunadamente él no hizo caso a quienes le decían que permaneciera en aquella plaza. Ya licenciado para trabajar como médico en su país, ejerció la oftalmología junto a su padre, y se interesó por todas y cada una de las enfermedades que atendía. Publicó el primer reporte de un caso de bocio exoftálmico, visitaba las áreas con cólera e identificó que la enfermedad se extendía siguiendo la trayectoria de las aguas de consumo, lo cual publicó. En esa etapa de su vida, hizo aportes al estudio de la tuberculosis, la malaria y el absceso hepático. Tampoco le fueron ajenos la lepra, la filariasis, la teniasis y al tratamiento quirúrgico del cáncer.

Respecto a la fiebre amarilla (FA) no fue un improvisado, pues dedicó más de diez años a estudiar su posible transmisión, para lo cual empíricamente se hizo meteorólogo mediante visitas al observatorio del Colegio de Belén y aprendiendo del Padre Viñes, su fundador, con el objetivo de conocer las posibles relaciones del clima con esa enfermedad, con presentación de varios trabajos en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales, de la cual era miembro. En 1891, utiliza esa tribuna para exponer su hipótesis de que la FA se transmitía por el mosquito Aedes aegypti, lo cual ya había adelantado unos meses antes en un congreso en EE. UU. La historia recoge que nadie de los presentes hizo comentario alguno y que el trabajo quedó sobre la mesa. El historiador Delgado comentaba que lo anterior no era extraño. Tampoco pensar que resultaba menosprecio del auditorio sino, sencillamente, que este se sintió abrumado por la inmensa carga de originalidad, erudición y alta calidad de investigación científica. El silencio fue, indiscutiblemente, su homenaje.3

Los diez años siguientes los empelaba en ampliar el número de experimentos con mosquitos en laboratorios construidos en la zona de Los Quemados, Marianao, y hacer publicaciones con esos resultados. También dedicaba gran parte de su tiempo al intento de inmunizar contra la FA a voluntarios a quienes administraba pequeños y reiterados inóculos de un preparado del virus atenuado, por lo que también se le considera precursor de la inmunología. En ese período lo invitaban a acompañar varias comisiones enviadas por el gobierno americano a estudiar la FA. Durante la visita de la Cuarta Comisión, Finlay recibió en su casa de la calle Aguacate al Dr. Walter Reed y el resto de su equipo, todos microbiólogos que no habían visto casos de FA, pues habían venido a estudiar una bacteria que supuestamente era la causante de la enfermedad, sin resultados. Es entonces cuando el cubano, con la mayor modestia y desinterés, hizo entrega de sus publicaciones y de una jabonera conteniendo mosquitos infectados por el virus.

El norteamericano quedó poco confiado en lo que había escuchado y en su ausencia algunos miembros de su equipo y dos enfermeras se hicieron picar por aquellos mosquitos. Hubo de todo: quienes no enfermaron, quienes tuvieron una enfermedad benigna, también hubo quienes agravaron, como el Dr James Carroll, segundo jefe de la Comisión, y otros lo hicieron hasta morir, incluidos una enfermera y el joven médico Dr. Jesse Lazear. Reed regresó urgentemente a Cuba y una vez constatados esos hechos, viajó nuevamente a Norteamérica e hizo públicos tales resultados. Luego continuó estudios en voluntarios, confirmando lo anterior; por lo que pudiera dársele el crédito de ser autor de la primera validación externa del descubrimiento cubano. En un principio, hizo reconocimiento a Finlay en dos de sus escritos, pero luego eso fue olvidado, tal vez presionado por personeros e instituciones que querían mostrar los éxitos norteamericanos en la Isla.

Lo demás es conocido: los esfuerzos infructuosos por quitarle a Finlay la gloria de ser descubridor de algo tan importante. En otros lugares del mundo, el cubano fue reconocido al punto que el eminente médico inglés Sir Patrick Manson propuso su nombre para el Premio Nobel, cuya propuesta no prosperó. Recibió, sin embargo, la medalla “Mary Kingsley”, considerada la más elevada presea que podía conquistar un científico en medicina tropical en ese tiempo. La verdad se abrió paso al punto de merecer que el 3 de diciembre, día de su cumpleaños, se declarara Día de la Medicina Latinoamericana.

La aceptación de su descubrimiento no solo tuvo la importancia científica sino un impacto económico y geopolítico casi inmediato por cuanto su aplicación permitió la continuación de las obras hasta su feliz término del Canal de Panamá. Antes de eso, las plagas y epidemias que asolaban el lugar hacían imposible su construcción. Su figura se reconoce en ese país y un busto suyo aparece entre los que hicieron posible esa gigantesca obra.

Finlay, después aceptó ser el jefe de sanidad del nuevo gobierno cubano y se rodeó de lo que fuera la primera escuela de higienistas cubanos para juntos lograr beneficios para la población, como la prevención del tétanos neonatal y la transformación higiénico sanitaria de la bahía habanera, entre otros. Argumentó y logró la creación en Cuba del primer ministerio de sanidad de las Américas, cuyo cargo de primera figura no pudo ejercer personalmente por su edad y achaques.

El día de su 75 cumpleaños, en 1908, tuvo lugar la sesión para rendirle homenaje por parte de la Academia de Ciencias y recibir en su pecho, entre otras distinciones, las insignias de Oficial de la Legión de Honor con la que Francia lo honraba y colocar su retrato en vida, un hecho singular, en la galería de ilustres. No se hizo explícito, pero el acto constituía un desagravio por el silencio y la apatía con que casi 30 años antes la institución había recibido la presentación de su gran descubrimiento.4

En 1975 la revista Correo de la UNESCO dedicó un número especial a destacar “el importante papel de la microbiología en el mundo moderno” y subraya el nombre de seis ilustres microbiólogos, en el que Finlay comparte espacio con Pasteur, Koch, Fleming, Leeuwenhoek y Mechnikov.

¿Cuál es el legado que nos dejaron estos ilustres médicos cubanos?:

  • Su compromiso con la población que atendían. Podían haber ejercido su profesión en países extranjeros con mayores recursos para la propia investigación y con posibilidades de recompensa económica y de otra índole. Prefirieron poner su inteligencia al servicio de su pueblo.

  • Su laboriosidad. A través del sudor y la consagración mantenida en el tiempo canalizaron las muchas inquietudes científicas en el empeño de mostrar y demostrar lo que consideraban verdadero.

  • Su pasión por el nuevo conocimiento y su aplicación en la práctica, con la mayor modestia, sin buscar elogios ni reconocimientos más que merecidos, que no fueran la gratitud de quienes recibían su atención y cuidados.

Referencias bibliográficas

1.  Almendros H. Tomás Romay. La Habana: Editorial Gente Nueva; 1977. [ Links ]

2.  Agencias de noticias y medios digitales. Destacan en Cuba aportes del científico Tomás Romay. Prensa Latina. 2022 [acceso:20/02/2023]. Disponible en: Disponible en: https://www.prensa-latina.cu/2022/03/30/destacan-en-cuba-aportes-del-cientifico-tomas-romay 2.  [ Links ]

3.  Delgado García G. La Doctrina Finlaísta. Valoración científica e histórica a un siglo de su presentación. La Habana: Consejo Nacional de Sociedades Científicas del Ministerio de Salud Pública; 1982. [ Links ]

4.  López Sanchez J. Finlay. El hombre y la verdad científica. La Habana: Editorial Científico-Técnica; 1987. [ Links ]

Recibido: 08 de Abril de 2023; Aprobado: 20 de Mayo de 2023

*Autor para la correspondencia: ericm@ipk.sld.cu

El autor declara que no existe conflicto de intereses.

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