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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.292 La Habana jul.-dic. 2021  Epub 05-Jun-2021

 

Artículo original

Estados Unidos: clases sociales y contradicciones (notas sobre polarizaciones, diferenciaciones y clivajes)*

The United States ‒ Social Classes and Contradictions (Notes on Polarizations, Differentiations and Cleavages)

0000-0001-7264-6984Jorge Hernández Martínez1  * 

1 Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos, Universidad de La Habana, Cuba.

RESUMEN

En los Estados Unidos conviven el consenso y las contradicciones políticas, junto a una clara polarización socioeconómica, sobre una base clasista. En el ámbito partidista e ideológico, las diferenciaciones entre demócratas y republicanos, así como entre liberales y conservadores, con frecuencia comprendidas como polarizaciones o conflictos entre izquierda y derecha, no son tales. Con ese fin, el presente artículo indaga en las limitaciones heurísticas de tales enfoques y valora la potencialidad teórica del concepto de clivaje. Como conclusión, se argumenta la ventaja de su uso para reflejar dialécticamente la esencia de las contradicciones aludidas y superar la limitación de su denominación como polarizaciones y de las distinciones entre izquierda y derecha, en los ejemplos analizados.

Palabras-clave: capitalismo; consenso; ideología; partidos; política

ABSTRACT

In the United States, consensus and political contradictions coexist alongside a clear socioeconomic polarization on a class basis. At the partisan and ideological level, the differentiations between Democrats and Republicans, as well as between liberals and conservatives, often understood as polarizations or conflicts between left and right, are not such. To that end, this article explores the heuristic limitations of such approaches and assesses the theoretical potential of the cleavage concept. In conclusion, it argues the advantage of its use to reflect dialectically the essence of the alluded contradictions and to overcome the limitation of their denomination as polarizations and of the distinctions between left and right, in the analyzed examples.

Key words: capitalism; consensus; ideology; parties; politics

INTRODUCCIÓN

Cuando se lee sobre los Estados Unidos, es frecuente encontrar ‒tanto en textos especializados que abordan con profundidad la realidad estructural e histórica como en acuciosos trabajos periodísticos que los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales difunden, referidos a acontecimientos específicos y coyunturas recientes‒ visiones encontradas acerca de las diferenciaciones político-ideológicas en ese país.

Algunas miradas caracterizan a la sociedad norteamericana a partir de un elevado nivel de consenso, lo que minimiza las dimensiones de conflicto y resalta su capacidad de superar desequilibrios puntuales e incluso estremecedoras crisis, gracias al soporte histórico de principios y valores compartidos que sostienen la nación desde su surgimiento. Estos conciernen a la forma de gobierno, régimen político y acuerdos económicos básicos, aceptados mayoritariamente por las diversas clases, grupos y capas sociales y definitorios de un cuerpo sumamente aquiescente, con la ausencia de proyectos alternativos, radicales y viables orientados a la subversión del sistema capitalista.

Otras visiones identifican contradicciones tan marcadas que las perciben en términos de una polarización, si bien dentro de los marcos de dicho sistema, como si se tratase de relaciones de incompatibilidad entre polos situados en los extremos del espectro político. En este sentido, se suele considerar el contrapunto entre los dos partidos políticos principales ‒el demócrata y el republicano‒ y entre las dos vertientes ideológicas sobresalientes ‒el liberalismo y el conservadurismo‒ como una polarización. Junto a ello, no es menos frecuente calificar a dichas corrientes como expresiones respectivas de una derecha y una izquierda política.

En ambos casos, se trata de interpretaciones prevalecientes en las ciencias sociales norteamericanas. Así, se registra el calado de un positivismo renovado, que argumenta hoy, como ayer, una visión de orden y progreso que coloca el consenso como base de la legitimidad de la sociedad capitalista, alimentando las teorías de la estratificación, que reemplazan la noción de clase por la de estrato, en una analogía geológica. Y a la vez, se advierte la mirada del estructural-funcionalismo, con una no menos persistente imagen de la sociedad estadounidense como modelo de integración o equilibrio, cuyos vasos comunicantes con las teorías del conflicto social tributan a la sustitución de las contradicciones económicas intrínsecas del capitalismo y de la lucha de clases como procesos esenciales de un sistema basado en antagonismos, utilizando criterios psicosociales que adicionan nutrientes a la mencionada legitimidad (Gouldner, 1970; Marsal, 1977; Mills, 2010).

Si bien la identificación de las diferenciaciones como polarizaciones y las ubicaciones a la izquierda y a la derecha en el espectro político-partidista e ideológico, según el lenguaje utilizado por esas visiones dentro de la cultura norteamericana, facilitan el análisis de las relaciones implicadas y propician cierta comprensión, ágil y gráfica, de contradicciones de gran complejidad, lo hacen simplificando su esencia, y en esa medida, pueden resultar imprecisas o hasta engañosas. No reflejan su naturaleza clasista, sobredimensionando en unos casos su connotación partidista conflictual y desvirtuando en otros su significado político-ideológico. La noción acompañante de conflicto elude la mención, no ya la utilización, de un concepto como el de lucha de clases, como proceso esencial que desde luego no agota, pero sí organiza, las contradicciones principales en una formación social capitalista. De ahí que no resulte trivial proponer la resignificación de tal marco teórico.

Y es que, si la política se asume cual expresión concentrada de las relaciones económicas y de poder, en el sentido amplio de ambas nociones ‒a partir de las cuales se establece la distinción clasista y la antinomia entre dominación y sumisión en una formación social históricamente determinada‒, y si la ideología se concibe como la concepción del mundo que corresponde a los grandes grupos humanos implicados ‒acorde con el lugar que ocupan en la estructura socioeconómica, en tanto representación consciente de ello‒, entonces el fundamento de las contradicciones referidas es de índole clasista. No puede obviársele, por tanto, como definición, o al menos como referencia epistemológica explícita, en el abordaje teórico de las diferenciaciones políticas e ideológicas que coexisten dentro de la totalidad social de un sistema en el que no solo no son incompatibles, sino que se complementan y reproducen el consenso que requiere la dominación capitalista.

El presente artículo expone reflexiones orientadas al examen de tales relaciones a partir de una mirada dialéctica, que las concibe como contradicciones de alcance relativo dentro de un marco de consenso basado en el trasfondo común que como clase burguesa comparten ambos partidos e ideologías ‒aun con sus divergencias‒, respondiendo a peculiaridades histórico-concretas del desarrollo capitalista norteamericano que no configuran un proceso de polarización entre extremos, sino de diferenciación político-ideológica. Por similares razones, la contraposición entre izquierda y derecha, también objeto de atención en este texto, no describe adecuadamente las relaciones entre demócratas y republicanos, ni entre liberales y conservadores. Tales construcciones conceptuales no poseen universalidad.

Las notas siguientes parten de la perspectiva de la concepción materialista de la historia y del pensamiento crítico contemporáneo. Dan continuidad y amplían un análisis iniciado en anteriores trabajos, el cual se considera oportuno y necesario, toda vez que la mayoría de las miradas que circulan son las de las ciencias sociales de los Estados Unidos, ampliamente difundidas en los círculos intelectuales latinoamericanos y comprometidas con la ideología burguesa dominante que, en buena medida, desdibujan la realidad. Si bien ello no equivale a que toda la literatura académica lleve consigo una intencionalidad política en tal sentido, no es menos cierto que las ciencias sociales no son imparciales, y su funcionalidad ideológica tributa a la legitimación de visiones que apuntalan y reproducen el status quo.

El pensamiento crítico norteamericano, desde Charles Wright Mills, Howard Zinn y Noam Chomsky, hasta James Petras y William Robinson, entre otros, con el beneficio de aportes europeos valiosos, como los del psicoanálisis, el denominado neomarxismo y la Escuela de Frankfurt, ha dejado clara la manera en que se expresa dialécticamente el dilema entre objetividad y partidismo en el conocimiento social, sin ignorar contribuciones puntuales a la investigación empírica, por ejemplo, de teorías citadas, como la del estructural-funcionalismo, el positivismo y la del conflicto social, de valor epistemológico limitado. De ahí la pertinencia de proseguir un escrutinio intelectual comprometido, que siga hurgando en las perspectivas teóricas existentes en busca de enriquecimiento analítico plural, más allá de reproducir con unilateralidad puntos de vista establecidos o sin las suficientes matizaciones.

¿POLARIZACIÓN POLÍTICO-IDEOLÓGICA?

Según se les entiende de la manera más compartida y generalizada, dejando a un lado definiciones académicas precisas, el consenso supone un acuerdo social más o menos predominante, y la polarización consiste en un proceso que organiza a un sistema alrededor de puntos o polos situados en posiciones extremas, con respecto a preferencias y posturas políticas que se adopten ante figuras, élites, partidos, colectividades o situaciones. Se toma como referencia, justamente, un eje que cuenta con dos polos o puntos extremos, definidos en términos partidistas o ideológicos, o sea: republicanos y demócratas, o conservadores y liberales.1

La perspectiva de la polarización gana presencia en los análisis sobre los procesos electorales, sobre todo presidenciales, efectuados en el siglo en curso, y se aplica a la confrontación personal, partidista e ideológica llevada a cabo en la disputada contienda presidencial de 2020 entre el mandatario republicano Donald Trump y su rival demócrata Joseph Biden, que resultó ganador en las urnas, en medio de escandalosos litigios y de un turbulento clima sociopolítico que hicieron de tales comicios un hecho histórico sin precedentes. Lo importante es que, en circunstancias como esas de debate electoral, es frecuente que se hable, como de igual forma sucedió en la puja entre George W. Bush y Al Gore en 2000, o entre John McCain y Barack Obama en 2008, de una confrontación entre conservadores y liberales, e incluso, entre derecha e izquierda.

Algo similar ocurrió en los primeros meses de 2020, cuando aún Bernie Sanders se mantenía como precandidato. Se le consideraba ‒como había ocurrido en las elecciones de 2016, cuando también competía como precandidato por el partido demócrata con Hillary Clinton‒ como una figura «de izquierda». Por momentos, ha parecido que figuras como Sanders y Biden, salvando la distancia entre ellos, podrían propiciar cambios profundos en esa nación, cuando, en rigor, ambos son exponentes de uno de los dos partidos que integran el sistema bipartidista en los Estados Unidos, sin descartar las posibilidades de que avancen reformas.

Si se retiene una experiencia aún cercana, como la del doble gobierno de Obama ‒al despertar gran expectativa en torno a la consigna basada en el cambio que enarboló en su primera campaña y obtuvo la sorprendente victoria al llegar a la Casa Blanca un hombre de piel negra‒, fue obvio que los demócratas abrieron muchas más puertas que las que cerraron. De las reformas que prometió Obama, la sanitaria quedó inconclusa, en tanto que la migratoria y la energética ni se intentaron, además de la paradoja que definió su benévolo o demagógico tratamiento discursivo sobre los migrantes y la dura política de deportaciones que realmente promovió. Por eso no estaría de más recordar que se trata de un sistema diseñado por las reglas clasistas de la democracia burguesa representativa, que en las condiciones del imperialismo contemporáneo se ha hecho más elitista y excluyente, y que no ha sido concebido para cambiar, sino para mantener, consolidar y reproducir el sistema.

El partido demócrata y el republicano responden al gran capital norteamericano, lo cual les imprime una similar identidad clasista, si bien responden a fracciones diferenciadas, con intereses económicos y políticos específicos, determinados, además, por sus orígenes históricos, rasgos culturales y asentamientos geográficos.2 De ahí que las diferencias partidistas, así como las ideológicas, plasmadas en la orientación liberal y conservadora que las acompañan y manifiestan con especificidades al interior de ambos partidos, son reducidas y, más que contrapuestas, son contrastantes y complementarias.

El bipartidismo no le da cabida a un tercer partido. Por razones históricas, en los Estados Unidos la izquierda, en el sentido, por ejemplo, europeo o latinoamericano, con la que se asocia erróneamente a menudo a demócratas y liberales, ha quedado fuera del sistema partidista electoral y su resonancia en la sociedad civil ha encontrado fuertes límites. La izquierda norteamericana se expresa fundamentalmente en el movimiento social, a través de organizaciones, instituciones y esfuerzos intelectuales que han alcanzado plazas en la academia, la cultura y el arte. Ha sobrevivido en medio de luchas históricas en las que ha enfrentado brutales represiones como parte de la lógica del imperialismo, que ha hecho lo imposible por aplastarla o silenciarla desde el siglo xix y, con un énfasis marcado, en el xx ‒en los años cincuenta, bajo el macartismo, en los círculos sindicales y demás nichos de la sociedad civil‒. No se trata de que no exista, solo que choca con una sociedad hegemonizada por los aparatos ideológicos y otros mecanismos de control y poder del Estado burgués, donde la ideología que se impone es la de las clases dominantes (Marx y Engels, 1966).

En este marco serían oportunas, entre otras, preguntas como las siguientes, que fijan los contornos analíticos de las presentes notas: ¿las distancias entre republicanos y demócratas, entre liberales y conservadores, expresan una polarización, como extremos contrapuestos, o se trata de una diferenciación con base en intereses puntuales, con zonas de solapamiento, superposición o intersección?; ¿cuál es el proceso que organiza las contradicciones del sistema a través de su unidad y diferencias?; ¿ofrece el sistema espacios y oportunidades a candidatos «de izquierda» ‒emancipadores, anticapitalistas, revolucionarios‒ que atenten contra el sistema? Quizás convenga aproximarse ‒siquiera de manera breve, procurando explorar el fondo del asunto y dejar a un lado detalles y coyunturas, con una mirada teórica‒ a esa realidad compleja, que requeriría de abordajes mucho más amplios y de interpelaciones empíricas para arribar a respuestas cercanas a lo conclusivo y exhaustivo.

Como punto de partida de esta aproximación se asume que en los Estados Unidos el sistema capitalista, en general, y el político, en particular, se articulan y desarrollan a través de una contradicción clasista que se manifiesta con claridad en una real y primigenia polarización ‒la socioeconómica‒ y en una lucha de clases que suele perderse de vista, amortiguada por un entramado de dominación múltiple, de influencia, manipulación, cooptación y represión, que entre otras cosas ha condicionado el lugar subordinado y asimilado de una izquierda, en el sentido aludido.

En la sociedad norteamericana, burguesa por definición y signada hoy por las condiciones del imperialismo contemporáneo, el capital organiza y proyecta la vida social, comenzando por el proceso básico que sostiene a toda nación ‒la producción‒ y abarcando el resto de las relaciones sociales ‒la política y la cultura incluidas‒. Sobre esa base se articula la estructura socioclasista, en la que las clases sociales ocupan el lugar central y determinante. Al desarrollar las contribuciones teóricas de Marx y Engels, Lenin amplió y actualizó en sus estudios la comprensión acerca del modo en que las diferencias clasistas afectaban, a través de un proceso multifacético de explotación y dominación basado en la propiedad sobre los medios de producción, a todas las esferas del sistema social, desde la económica y política hasta la espiritual (Marx y Engels, 1966; Lenin, 1977).

En el terreno cultural tal proceso se manifiesta, de manera visible, en un consenso al nivel de la conciencia social, de la cultura política y la opinión pública, forjado en torno a la identidad nacional, que muestra la adhesión al conjunto de valores fundacionales que conforman el ideario patriótico de los Estados Unidos. Tal vez uno de los más sencillos ejemplos de ello sea la celebración, cada 4 de julio, del Día de la Independencia, que se festeja de modo tradicional con grandes espectáculos públicos que incluyen el estruendo e iluminación de los fuegos artificiales, junto a numerosas actividades culturales que evocan con orgullo los símbolos de la nación. Así, en 2020 se conmemoró el 244.o aniversario de la Revolución norteamericana, hecho que el presidente Donald Trump utilizó como estímulo para explotar una vez más el nacionalismo patriotero y chauvinista con sus consignas America First y Make America Great Again.

CLASES SOCIALES, CONSENSO Y DIFERENCIACIONES

Podría fijarse el esbozo de un consenso ‒con raíces tan tempranas y orgánicas como las que dimanan de las menciones anteriores‒ que se iría configurando, dadas las particularidades históricas del desarrollo capitalista en los Estados Unidos, cuyos rasgos clasistas y culturales explican las contradicciones que en su sentido amplio tienen lugar en su seno. El hecho de que la sociedad norteamericana sea altamente consensual desde el punto de vista político no significa que en ella no haya existido y perviva un alto grado de conflicto, solo que este se expresa de modo significativo y perdurable a través de contradicciones políticas que tienen lugar dentro de márgenes ideológicos muy estrechos, como se registra en los diferendos entre republicanos y demócratas o entre liberales y conservadores, que nunca trascienden el consenso a nivel sistémico.

A la par, se advierte que la capacidad de reto o enfrentamiento al sistema por parte de fuerzas «de izquierda», como las que en los años sesenta y setenta alcanzaron sus mayores expresiones desafiando al establishment y el mainstream ‒entendidos respectivamente como la estable estructura institucional estatal y la corriente principal de una cultura mayoritaria, ambas exponentes del consenso‒, han sido efímeras e intermitentes y no han alcanzado, salvo en casos excepcionales, una convocatoria verdaderamente nacional. Pero cuando no se trata de crisis excepcionales como las aludidas, sino de contrapuntos recurrentes, como los que se manifiestan en los comicios presidenciales y los que reflejan con periodicidad las encuestas, relacionados con actitudes políticas, se prefiere hablar ‒en esta breve aproximación, que solo pretende motivar la reflexión sobre el tema‒ de diferenciaciones, en lugar de concebir las relaciones implicadas como polarizaciones.

Uno de los ejes ideológicos principales ‒si no el principal‒ que sintetiza el consenso es el que afirma la tradición política liberal, la democracia representativa y el concepto de libertad y de derechos humanos que acompañan al modelo republicano como paradigma de los Estados Unidos. Ese es el sedimento cultural que permite la continuidad y coherencia de una concepción del mundo con un signo clasista, que es compartida por los dos partidos que representan al sistema bipartidista -el demócrata y el republicano‒ y las dos corrientes de pensamiento que nutren el mundo subjetivo o espiritual ‒la liberal y la conservadora‒. Ambos partidos y corrientes son expresiones políticas e ideológicas diferenciadas, pero con una base de clase común, la de la burguesía monopólica, cuyo núcleo se resume en la esencia blanca, anglosajona y protestante (white, anglosaxon and protestant, o wasp, según se identifica por sus siglas en inglés). Por encima de distancias y contrapuntos, las características que separan esas distinciones tienen que ver más con sus posiciones respecto a los medios que a los fines, puesto que estos últimos están definidos por la preservación del sistema.

En tal sentido, tanto la dinámica partidista como la ideológica tributan a la reproducción del consenso y alimentan el llamado «credo» norteamericano (Myrdal, 1972; Huntington, 1981). En ello, un vaso comunicante de primer orden es la citada ideología wasp, que si bien atraviesa la cultura política y permea la conciencia colectiva al punto de que se plasma hasta en las historietas gráficas (comics), espacios televisivos y cinematográficos ‒como se advierte en la saga de los Simpsons, en programas humorísticos como Friends o en las películas sobre superhéroes‒, pertrechando al imaginario popular con el mito de que en la sociedad norteamericana es la clase media lo fundamental. Es como el cociente de una operación aritmética que distribuye realidades y aspiraciones en términos de estatus y expectativas, con base en valores como el individualismo, la competencia, el apego a la propiedad privada, la convicción de que la nación surgió bajo mandato divino, con predestinación mesiánica, las ideas de superioridad racial, étnica y religiosa, la búsqueda del confort, junto a la satisfacción o el ascenso en el lugar ocupado, según el caso, en la pirámide socioclasista. Sería un desliz confundir esa presencia o influencia común, resultante de un proceso histórico complejo, en las representaciones de diferentes clases y grupos sociales, con el simplificador cliché, ya mencionado, que hiperboliza el lugar y papel de la clase media norteamericana.3 Lo que sucede es que su concepción del mundo es funcional al sistema, penetra la cultura y aporta coherencia al mencionado «credo».

A partir del referido eje del consenso, el libre mercado, el bipartidismo, el federalismo, la división de poderes y el balance de pesos y contrapesos, los derechos individuales civiles y políticos se asocian a imágenes como la de la Estatua de la Libertad y a frases como el American Way of Life y el American Dream. Estas consagran el estereotipo de que los Estados Unidos son la «tierra prometida», la «nación indispensable», signada por los mitos del destino manifiesto y el excepcionalismo norteamericano, donde el hombre se hace a sí mismo, con su propio esfuerzo personal, lo que se universalizó con la denominación en inglés self-made-man. Y aunque, desde luego, ni los libros de texto que guían la enseñanza de la historia del país ni los medios de comunicación o los discursos presidenciales explican que es el modo de producción subyacente el que, como dirían Marx y Engels (1966), determina, de acuerdo a ciertas condiciones históricas, el modo de vida, la cultura, la institucionalidad social y política y las formas de conciencia colectiva, es ahí donde radica la piedra angular del mencionado eje. En torno a la naturaleza de las relaciones de producción que lo integran (entre ellas las de apropiación y la correspondiente estructura de clases) es que se articula el consenso político-ideológico que sostiene en la época contemporánea al sistema capitalista, monopolista-estatal e imperialista en los Estados Unidos.

La sociedad norteamericana se halla hoy profundamente dividida. Se acentúa lo iniciado veinte años atrás, según se registró con el prolongado e irregular proceso electoral del año 2000, que elevó de manera notable la disensión, palpable en los contrapuntos provocados en la opinión pública y en los círculos intelectuales y políticos ante la figura presidencial. También se hizo patente hace diez años, cuando a inicios de la década de 2010 la aparición del Tea Party y del movimiento Ocuppy Wall Street protagonizaron una marcada contradicción entre posturas opuestas y en direcciones divergentes. Los tres mandatarios que han ocupado la presidencia en el siglo xxi ‒George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump‒ han sido ejes de tales divisiones.

LA POLARIZACIÓN REAL PRIMIGÉNEA: ENTRE CAPITAL Y TRABAJO, RIQUEZA Y POBREZA

Las divisiones entre capital y trabajo y riqueza y pobreza se manifiestan a lo largo y ancho de los diversos ámbitos del entramado nacional, aunque quizás donde se hagan más visibles las diferencias sea en la estructura social y en la posición partidista e ideológica que ante las elecciones presidenciales y determinados temas de la agenda nacional adopta la población.

En el primer caso, queda claro que las distantes condiciones o niveles de vida de ricos y pobres reflejan los extremos de la contradicción antagónica básica del sistema capitalista entre capital y trabajo, la cual define la naturaleza explotadora del modo de producción que sostiene a la formación social estadounidense. Se trata de una efectiva polarización socioeconómica, resultante de la desigual distribución de la riqueza entre explotadores y explotados, según lo dejaría sumamente claro una perspectiva de análisis desde la economía política (Harvey, 2013). Según ha afirmado Vázquez Ortíz (2020):

la tendencia a la polarización socioeconómica es revelada en análisis que concluyen el extremadamente alto nivel de desigualdad con la disminución creciente de la clase media a lo largo del tiempo tanto en países de ingresos bajos como de ingresos altos. El hambre en el mundo está al alza. Las dificultades económicas para atender la salud aumentan y una pandemia está poniendo en entredicho, una vez más, la capacidad del modelo neoliberal, aquel que sostiene sus posturas de libre mercado, la desideologización y la pospolítica, para garantizar el progreso económico y, en muchos casos, la posibilidad del hombre para sobrevivir.

En el segundo, sin embargo, es discutible la consideración de que se trate de una relación similar, o sea, de una polarización política e ideológica, entendida del modo más convencional como proceso de estructuración de un sistema en torno a puntos extremos de su geometría. Desde este punto de vista, se advierte en buena parte de la literatura especializada en sociología y ciencias políticas que la afiliación al partido demócrata o al republicano ‒palpable en el respaldo electoral a uno u otro candidato a la presidencia‒, junto a la orientación ideológica liberal o conservadora de los ciudadanos ‒apreciable en el apoyo o rechazo a medidas relacionadas con cuestiones como la migración, la homosexualidad, el presupuesto para la defensa y la política exterior, entre otros‒, se abordan y presentan con frecuencia como comportamientos que expresan polarizaciones, cuando en realidad se trata solo de posicionamientos diferentes o de distanciamientos, mas no de polos enfrentados, como si fijasen límites o fuesen posiciones extremas, incompatibles, dentro de un espectro o eje ideológico y programático (Duclos, Esteban y Ray, 2004; Esteban y Schneider, 2008; Esteban y Ray, 2011). En este sentido, resulta contrastante y útil un examen del concepto de polarización, anotado por Cárdenas (2011), que reconoce su relación con la concepción materialista de la historia:

Marx, quizá el primer economista que abordó la noción de polarización y su relación con el conflicto social, destacó la existencia de dos grupos bien definidos y enfrentados en un conflicto social: trabajadores y capitalistas. No obstante, la falta de una teoría de la polarización pospuso al análisis sistemático de este fenómeno hasta hace poco. En las ciencias sociales, la noción de polarización se ha abordado en forma difusa y sin una clara comprensión de los canales a través de los cuales afecta la probabilidad de que aparezcan conflictos sociales. (p. 254)

Ya se ha señalado que en el lenguaje de las ciencias sociales y de los medios de prensa norteamericanos es frecuente la consideración, por un lado, de que entre demócratas y republicanos, o entre liberales y conservadores, existe una polarización, y, por otro, en ocasiones se califica, al identificar dichas definiciones partidistas e ideológicas, a republicanos y conservadores como expresiones de derecha, en tanto que a demócratas y liberales como de izquierda (González Ferrer y Queirolo Velasco, 2013). Tales distinciones pueden constituir una esquematización engañosa del espectro político-ideológico norteamericano. En rigor, se trata de posiciones diferenciadas, mas no antagónicas, a partir de las visiones que se adoptan con respecto a determinados temas y problemas.

La polarización, de la manera convencional, significa la ubicación en lugares contrapuestos, con una concepción podría decirse que geométrica, como la que separa desde el punto de vista geográfico al polo norte y al sur, o en términos de la bipolaridad geopolítica vigente durante la Guerra Fría entre capitalismo y socialismo, o entre este y oeste. La polarización lleva consigo contraposiciones recíprocas bilaterales. A partir de lo que se señaló, el trasfondo clasista común que distingue a las posturas aludidas, con una mirada dialéctica, conduce a su interpretación más en términos de un proceso de diferenciación entre el partido demócrata y el republicano, o entre el pensamiento liberal y el conservador, que de polarización.

En todo caso, si se admitiera la idoneidad de un concepto como el de polarización para aproximarse al tejido social, político o ideológico mundial, aplicable a los Estados Unidos, sería en los términos en que se argumentó antes, con la precisión de su expresión socioeconómica. Desde este punto de vista, como Robinson (2020) ha puntualizado con acierto:

el nivel de polarización social global y desigualdad es ahora sin precedente. El 1 % más rico de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del planeta mientras el 80 % más bajo tiene que conformarse con apenas 4,5 % de esa riqueza. Mientras se extiende el descontento popular contra esta desigualdad, la movilización ultraderechista y neofascista juega un papel crítico en el esfuerzo de los grupos dominantes de canalizar dicho descontento hacia el apoyo a la agenda de la clase capitalista transnacional, disfrazada en una retórica populista.

LIBERALES Y CONSERVADORES: ¿IZQUIERDA Y DERECHA?

Desde un punto de vista parecido puede considerarse que entender esas relaciones como una contradicción entre izquierda y derecha oscurece más que aclara el asunto, sobre todo si se toma en cuenta que, de manera extendida, esa distinción nace de una suerte de enfoque espacial con referencia a una posición central en un espectro político-ideológico, que define sitios extremos a la izquierda y la derecha de un centro. Estas ubicaciones se definen, respectivamente, por lo que representan en el primer caso en cuanto al cambio del sistema con una intención de legitimidad, liberación, mejoras económicas, justicia social y, en general, de progreso histórico; y en el segundo, por lo que significan para la perpetuación del status quo, basado en opresión, desigualdad, estancamiento o retroceso en la historia de la humanidad.

Es bastante común la identificación de esas distinciones con las de liberalismo y conservadurismo, atribuyéndoseles identificaciones similares. A grandes rasgos, los liberales se asocian a la promoción del cambio, asumiendo este cambio como sinónimo de progreso, contrapuesto a la regresión. Los conservadores se identifican con la resistencia al cambio, con el apego a la tradición (Hernández Martínez, 2008, 2009, 2015). Sobre esas bases, cabría preguntarse si en una sociedad como la norteamericana el partido demócrata o la ideología liberal han llevado consigo aspiraciones «de izquierda», dirigidas a transformar el sistema, si han desarrollado acciones encaminadas a la ruptura con el capitalismo. La respuesta sería negativa. La contradicción entre liberalismo-conservadurismo en los Estados Unidos es relativa. Vale la pena reiterar que no se trata de una polarización, sino de una diferenciación, y que no debe interpretarse cual analogía izquierda-derecha.

En rigor, la contraposición entre izquierda y derecha en los Estados Unidos refleja otro tipo de diferenciación cualitativa, que vendría a ser como harina de otro costal. Con un sentido bastante convencional, la izquierda estaría encarnada por las instancias que retan al sistema, o sea, los exponentes del movimiento social, de las llamadas minorías, de los sectores excluidos del poder, de las clases explotadas y sus representaciones partidistas (Comunist Party, Socialist Workers Party) o socioeconómicas (Occupy Wall Street) contestatarias, interesadas al menos en reformas sensibles, cuando no en mutaciones más profundas. Entre sus componentes cabrían las organizaciones del movimiento negro, latino, feminista, juvenil, de defensa de los derechos de los homosexuales, junto a determinados sindicatos y grupos ambientalistas y pacifistas. Un segmento del partido demócrata, caracterizado por posturas cercanas a lo que se ha descrito, denominado como su ala radical, se ubica también, como regla, en la izquierda estadounidense, junto a ciertas expresiones religiosas, como las de los Pastores por la Paz.

La derecha, por su parte, comprendería las instituciones consustanciales al sistema, comprometidas con las élites de poder, incluyendo al partido republicano en su conjunto, aunque pueda exceptuarse algún segmento moderado o razonable. A la vez, se incluye a un sector del partido demócrata, conocido como su ala derecha, junto a entidades de la sociedad civil, como la Sociedad John Birch, la Asociación Nacional del Rifle, el Ku-Klux-Klan, el Movimiento Vigilante, el Movimiento de Identidad Cristiana y no pocas denominaciones protestantes, insertadas en la conocida Derecha Evangélica.

En las condiciones de los Estados Unidos, lo que se puede considerar como polarización política y clasificar como izquierda es lo que se manifiesta en el posicionamiento clasista de «los de abajo» cuando se enfrentan a «los de arriba». Como ejemplo, es válida la adecuada caracterización del asunto que hace Robinson (2020) referida a la actualidad en ese país: «La cada vez mayor crisis del capitalismo ha acarreado una rápida polarización política en la sociedad global entre una izquierda insurgente y fuerzas ultraderechistas y neofascistas que han logrado adeptos en muchos países. Ambas fuerzas recurren a la base social de los millones que han sido devastados por la austeridad neoliberal, el empobrecimiento, el empleo precario y relegación a las filas de la humanidad superflua».

En resumen, no debe perderse de vista que el contradictorio y diferenciado entramado político-ideológico norteamericano es bastante complejo y contiene muchas matizaciones. Tampoco procede el sobredimensionamiento de ciertas contradicciones o diferenciaciones. Con estas prevenciones debe entenderse lo común y lo diferente entre demócratas y republicanos, entre liberales y conservadores, cuyos caminos, destinos, medios y conceptos difieren dentro del común horizonte capitalista.

Un viejo ejemplo que deja clara la posibilidad y realidad del consenso por encima de las diferenciaciones es el que recuerda, según la historiografía estadounidense, el hecho de que a pesar de todas sus discrepancias, Alexander Hamilton y Thomas Jefferson ‒es decir, la tradición federalista y la republicana‒ se acercaban asombrosamente, por ejemplo, en la comprensión de los principios generales de la política exterior y de las proyecciones militares, habida cuenta de que como común denominador compartían la defensa de los intereses nacionales, codificados desde una perspectiva tempranamente expansionista y geopolítica. De alguna manera, esa coincidencia refleja una pauta que ha tendido a reiterarse, una y otra vez, a lo largo de la historia norteamericana, en el sentido de que ante las cuestiones más sensibles o relevantes para los intereses nacionales de los Estados Unidos, lo que se ha impuesto, más allá de diferencias entre partidos políticos y sus liderazgos personales, es una mirada pragmática, una razón de Estado que toma nota de los verdaderos problemas que en el orden simbólico, económico o estratégico enfrenta el país. Con frecuencia ha sido evidente que se deje a un lado la retórica y se actúe en beneficio de las prioridades de los Estados Unidos. No han faltado, en tales casos, los acuerdos bipartidistas.

Como contraste y complemento, en los procesos electorales que han tenido lugar durante los últimos cuarenta años, si bien se han dado condiciones objetivas y subjetivas para la formulación de un nuevo proyecto nacional que resuelva los problemas acumulados e insolubles desde que en la década de 1980 el proyecto del New Deal fue sustituido por el que impuso la Revolución Conservadora, ni los programas partidistas ni las propuestas ideológicas han conducido a ello. Lo que ha venido registrando la historia es que, en la puja entre demócratas y republicanos, entre liberales y conservadores, se han debatido agendas políticas en procura de intereses estrechos, que no se han estructurado como opciones viables, conducentes a un nuevo y vigoroso proyecto de nación.

La crisis del sistema ‒crisis capitalista, estructural y cíclica‒, palpable hasta hoy, profundizada por la pandemia de la COVID-19, refleja agotamiento de la tradición política liberal, ascenso de una espiral conservadora y expresiones culturales de fascismo, aunque el régimen político mantenga los atributos formales del modelo de la democracia representativa. En ese marco, el bipartidismo y la acompañante dicotomía ideológica muestran una crisis, que no quiebra un sistema cuyas capacidades de sobrevivencia y superación de sus conmociones intrínsecas siguen alargando la vida del capitalismo, sin que se articule un movimiento social ni un partido «de izquierda» que desborde la subordinación histórica a estructuras de dominación funcionales y múltiples, capaz de convertir las diferenciaciones político-ideológicas en auténticas polarizaciones.

CLIVAJES: UNA POSIBLE APROXIMACIÓN ANALÍTICA

El politólogo norteamericano Seymour Martin Lipset ‒cuya obra, más que necesaria en el estudio de los Estados Unidos, resulta imprescindible, aunque no se concuerde con aspectos de ella‒ y el noruego Stein Rokkan desarrollaron en un sugerente texto un nuevo modelo explicativo y de análisis histórico sociopolítico sobre los conflictos sociales no resueltos que podían encontrarse en la mayoría de países de Europa Occidental (Lipset y Rokkan, 1967). Ello proporcionó un nuevo paradigma que motivaría una corriente de pensamiento que se ha consolidado en el ámbito de la ciencia política y de la sociología, tanto en aquellas latitudes en América del Norte como, en fechas más recientes, en algunos países de América Latina, como Argentina, Chile y México.

Se ha argumentado que, al ser pensada para explicar el caso de las democracias europeas occidentales, la herramienta teórica creada por Lipset y Rokkan poco o nada aportaba a países donde la democracia no terminaba de establecerse y consolidarse. Empero, desde finales del decenio de 1980 y durante el siguiente, ante la irrupción histórica de las llamadas transiciones hacia la democracia en América Latina, la teoría de clivajes comenzó a ser reinterpretada y aplicada en algunos estudios.

Por clivaje ‒aceptado el término en su traducción del inglés‒ se comprende una suerte de corte, segmentación o fisura. Se trata de líneas de ruptura que establecen diferenciaciones. La representación gráfica del clivaje sería como la división que crearía una línea vertical al encontrarse, de forma perpendicular, con una línea horizontal, asumiendo que esta reflejara un espectro político ideológico de diferenciaciones convencionales con respecto a determinados temas sociales, políticos o económicos, internos y externos. Así, los clivajes permiten distinguir las posturas de los sujetos sobre temas que podrían considerarse «conflictivos» o «polémicos», o sea, asuntos difíciles de abordar en la discusión a nivel social, en la vida política pública, porque generalmente provocan malestar en el sentir de los individuos a la hora de tratarlos. Al ser llevados al terreno de las políticas públicas y debates electorales, por ejemplo, dichos temas se vuelven muy visibles.

Una de las particularidades de la teoría de clivajes es que permite observar los conflictos sociales desde dos perspectivas: la micro y la macro. La teoría permite observar el conjunto de los microfenómenos reflejados por cualquier conflicto: movilización, protesta social, acción colectiva de carácter contestatario, entre otros, indagando en las motivaciones personales del individuo que participa en dichas acciones. Pero a la vez, también posibilita observar los conflictos a nivel societal, es decir, de la sociedad en su conjunto, desde el ámbito de la causalidad estructural del sistema social mismo.

La teoría de Lipset y Rokkan (1967) caracterizaba, por ejemplo, la actuación de los partidos políticos, movimientos sociales y patrones de comportamiento en tanto asociaciones de intereses particulares u organizaciones de acción colectiva. Para ello, diseñaron un modelo que explicaba cómo tales proyecciones o posiciones nacían a partir de líneas de ruptura y de confrontación surgidas al interior de las sociedades europeas occidentales modernas. Al tomar como punto de partida los patrones de comportamiento con significado político que podrían abordarse en el caso de los Estados Unidos (por ejemplo, ante la votación a favor o en contra de un candidato, de adhesión o rechazo a la pena de muerte, una propuesta de reforma legislativa en torno al aborto, la migración, los derechos de la mujer o de determinadas categorías étnicas o raciales, la protección del medioambiente, el alcance y papel del Estado, la posibilidad de poseer y portar armas de fuego, el respaldo o cuestionamiento de una acción de política exterior), Lipset y Rokkan contribuyeron a explicar y entender mejor los orígenes estructurales de los conflictos observables y no resueltos en cada sociedad estudiada.

Las divisorias que Lipset y Rokkan conceptualizaron como «clivajes» podrían utilizarse como variantes teóricas enriquecedoras de una aproximación conceptual y metodológica en el estudio de las diferenciaciones político-ideológicas y las motivaciones de los sujetos políticos que intervienen en el conflicto social y el debate político, en general, o electoral, en particular, a través del tiempo (Aguilar, 2010). Los clivajes facilitan la visibilidad de problemas sociales en tanto conflictos organizados en torno a intereses y preferencias. La estructura del clivaje puede ofrecer una pauta para observar lo que sucede en el sistema político institucional ‒por ejemplo, el juego democrático basado en un sistema de partidos‒, y al mismo tiempo puede hacer visibles los conflictos que afectan o atraviesan a los diferentes sectores de la sociedad.

Al salir del ámbito netamente político para extenderse a asuntos que dividen con determinada definición e intensidad a los miembros de una sociedad, el clivaje configura líneas de división que pueden organizar una diferenciación ante área de consenso y conflicto. Los autores identificaron ciertos clivajes básicos, como los configurados a partir de los procesos de industrialización y construcción del Estado-nación en Europa: la fisura centro-periferia, el conflicto Estado-iglesia, la divisoria urbano-rural y el clivaje trabajadores-empleadores, este último con una connotación clasista.

Otros estudios y autores se han apoyado en esa perspectiva para contraponer posiciones ideológicas y preferencias específicas hacia cuestiones puntuales, en campañas electorales y dinámicas de conflicto ante cuestiones que separan, diferencian o polarizan incluso, a favor y en contra, como las concernientes a la discriminación racial, étnica, de género, el consumo y legalización de drogas, entre otras. Pareciera que esa propuesta lleva consigo potencialidades analíticas y puede resultar fecunda para la exploración, sobre una base clasista, de la diferenciación en la esfera de la acción o participación política y en sus representaciones en la esfera de la ideología (Hernández Martínez, 2020).

CONCLUSIONES

Un análisis global y completo del fenómeno de la diferenciación político-ideológica en los Estados Unidos y de sus especificidades en los procesos electorales y, más allá de ellos, en la recurrente o hasta cotidiana dinámica de consenso y conflicto social, podría considerar reflexiones como las expuestas, distinguiendo clivajes en lugar de polarizaciones al designar las relaciones entre demócratas y republicanos, liberales y conservadores, izquierda y derecha, sin perder de vista su connotación clasista.

Quizás la escena que se defina en la sociedad norteamericana como unidad de contrarios, bajo el gobierno que inicia su mandato en enero de 2021, con la presidencia de Biden, avance en su promesa de «restaurar el alma de la nación, de reconstruir su espina dorsal» ‒más cerca o más lejos del legado de Obama, redefinida con mayor o menor profundidad la tradición política liberal y neutralizado el acentuado clima ideológico conservador de los últimos años, que amplificó Trump‒ y constituya un terreno fértil para los reclamos populares de los movimientos sociales, frente a las élites de poder. En ese presumible escenario, los cambios cuantitativos acumulados podrían conducir a transformaciones cualitativas, conformándose un nuevo momento en la negación y superación del viejo entramado de la lucha de clases, amortiguado por el peso de las penetrantes y funcionales relaciones de dominación del imperialismo contemporáneo en los Estados Unidos. Sería un entorno, entonces, de auténtica polarización, trasladada de la estructura económica al tejido de la sociedad civil y al ámbito político, o expresado de otro modo, se articularía una clara polarización entre la base y la cúpula de la pirámide clasista.

Las notas expuestas solo han pretendido introducir un ángulo visual alternativo al tema abordado, como estímulo al debate, sin pretensiones de exhaustividad, asumiendo que en las ciencias sociales no existe la imparcialidad. Se parte de constatar que la crisis y el proceso de transición que vive la sociedad norteamericana requieren definir teóricamente con mayor hondura la continuidad y el cambio, a fin de entender y explicar adecuadamente lo que tiene de nuevo la situación actual y futura en el ámbito político-ideológico.

En ese empeño conviene valorar, aplicar o descartar, con sentido ecuménico y sin exclusiones, las perspectivas que desde diferentes corrientes de pensamiento, latitudes y aportes disciplinarios ‒como los de la economía política, la sociología, la historiografía y la politología, bajo una cobija consecuentemente dialéctica, como la marxista‒ tratan de identificar y conceptualizar las diferenciaciones examinadas. Según se ha argumentado, se trata de contradicciones cuya esencia no refleja, en casos como los aludidos, su definición en términos de polarizaciones, como tampoco lo hace la distinción entre izquierda y derecha.

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Notas aclaratorias

* Las ideas contenidas en este ensayo fueron anticipadas por el autor en un artículo más breve, «Aproximación teórica a la diferenciación político-ideológica en los Estados Unidos», publicado en La Jiribilla (Hernández Martínez, 2020).

1 En la definición de consenso ‒tema larga y ampliamente tratado por las ciencias sociales norteamericanas‒ se aprecia un lugar común y bastante convencional en los enfoques sociológicos y politológicos especializados (Hernández Martínez, 2008). Acerca de la polarización, en cambio, se registra una diversidad de miradas que distingue diferentes tipos de polarización (Domínguez López, 2019).

2 La importancia de la perspectiva clasista se acrecienta por el hecho de que la estadística y las ciencias sociales norteamericanas no utilizan conceptos clasistas. La sociología y las ciencias políticas, por ejemplo, están marcadas por enfoques de estratificación social, del estructural-funcionalismo y el neopositivismo; la minimizan cuando no excluyen o rechazan, sobre todo en sus formulaciones a través de Marx y Lenin, que son asumidas en el presente análisis.

3 Tradicionalmente la mayoría de los estadounidenses se ha identificado a sí misma como clase media, incluso al referirse a aquellos situados en la parte superior e inferior de la pirámide clasista, reflejando una especie de patrimonio cultural ligado al sueño americano. La presencia cuantitativa de ese segmento se ha visto notablemente afectada en las últimas décadas a causa de las crisis económicas y de la lenta y relativa recuperación posterior, lo que ha sacudido esa imagen.

Recibido: 06 de Octubre de 2020; Aprobado: 10 de Octubre de 2020

* Autor para la correspondencia: jhernand@cehseu.uh.cu

Conflicto de intereses

El autor declara que no existen conflictos de intereses

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