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Educación Médica Superior

versión impresa ISSN 0864-2141

Educ Med Super v.22 n.3 Ciudad de la Habana jul.-sep. 2008

 

 

REVISIÓN

 

La bioética desde una óptica marxista

 

Bioethics from a marxist point of view

 


María del Carmen Amaro Cano

Maestra en Ciencias en Salud Pública, Maestra en Ciencias en Historia, Especialista en Bioética, Profesora Auxiliar, Centro de Estudios Humanísticos, ISCM-H, Facultad de Ciencias Médicas "General Calixto García", La Habana Cuba.

 

 


RESUMEN

El objetivo principal del trabajo fue analizar la bioética, como expresión de la dialéctica del propio desarrollo de la ética en los tiempos actuales y en consecuencia, tratar desde una óptica materialista dialéctica e histórica su derecho a la existencia. Es precisamente este el método de análisis. Se utilizaron además, algunas consideraciones de personalidades históricas con conductas y pensamientos éticos trascendentes, tanto en el campo internacional como nacional y, en este último, desde ideologías diferentes y un mismo sentido humano y patriótico. Se concluyó el análisis con una propuesta de imitación de Marx en el enfoque científico.

Palabras clave: Bioética, óptica marxista.


ABSTRACT

The main objective of this paper was to analyze bioethics as an expression of the dialectics of the own development of ethics at present and to deal with its right to exist from a dialectic and historical materialist point of view. This is precisely the method of analysis. Some considerations of historical personalities with transcendent conducts and ethical thoughts, both in the international and national fields, and in the latter from different ideologies and with a same human and patriotic sense, were taken into account. The analysis was concluding by proposing an imitation of Marx as regards the scientific approach.

Key words: Bioethics, marxist point of view.


 

 

INTRODUCCIÓN

No siempre el grado de pasión que se aporta al rebatir una nueva teoría o conceptualización teórica está relacionado directamente con la defensa argumentada dentro de un debate racional.

La ortodoxia en religión se traduce por considerar como absolutamente verdaderas las doctrinas y ritos de la sección dominante de una iglesia o comunidad religiosa.

Según la biblioteca de consulta Encarta1 ortodoxia es una palabra latina, de origen griego (ortodoxia), que significa conformidad con doctrinas o prácticas generalmente admitidas; conformidad con el dogma de una religión; entre católicos, conformidad con el dogma católico; conformidad con la doctrina fundamental de cualquier secta o sistema; conjunto de las iglesias cristianas orientales.

Según el Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española,2 la palabra ortodoxia es de origen griego y significa "opinión justa". Es la "creencia recta, conforme a la doctrina y dogmas de la iglesia griega que, fundada en el siglo IX por el patriarca de Constantinopla, Focio, se separó definitivamente de la iglesia católica en el siglo XI, y comprende actualmente las varias iglesias orientales de Rusia y los estados balcánicos". Actualmente esta acepción se hace extensiva a cualquier iglesia o secta religiosa que promueva esa misma inflexibilidad de pensamiento.

El Diccionario de Filosofía3 la define como variedad del cristianismo, extendida principalmente en los países de Europa oriental, oriente próximo y en los Balcanes. A partir de esta definición caracteriza las diversas formas de expresión que ha tenido la ortodoxia religiosa en Europa oriental, haciendo énfasis en la antigua URSS.

En filosofía se utiliza para identificar la inflexibilidad, tanto en la conceptualización teórica como en el método de análisis, aunque fundamentalmente en este último.

En política, se describe al ortodoxo como alguien que sigue indeclinablemente determinada doctrina o sistema de opiniones.

Muchas personas, que se autotitulan marxistas, no reconocen en su propia inflexibilidad de pensamiento el divorcio existente entre su declaración de partidismo filosófico y el desconocimiento, subestimación o no utilización del método de análisis del marxismo, el materialismo dialéctico e histórico. En este sentido, Gramsci alertaba a los marxistas de su época:

"Marx no ha escrito un credillo, no es un mesías que hubiera dejado una ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles, absolutas, fuera de las categorías del tiempo y del espacio".4

Sin embargo, la historia tiene lamentables ejemplos de posturas dogmáticas, "en nombre del marxismo-leninismo", tales como los calificativos de "idealista" al filósofo marxista húngaro, György Lukács, autor de Historia y conciencia de clase; y de "culturalista" a Antonio Gramsci, autor de Cuadernos de la cárcel, ambos no solo marxistas en teoría, sino también en la práctica, mientras muchos de sus censores pasaron a la socialdemocracia y luego al neoliberalismo. No obstante, durante el tiempo que ejercieron el poder político "en nombre del marxismo-leninismo" hicieron todo lo posible para evitar el pensamiento verdaderamente revolucionario.

No tuvieron siquiera el olfato político para identificar a quienes no solo teorizaban acerca del marxismo, sino que hacían uso de esa teoría para fundamentar su praxis revolucionaria, incluyendo la entrega de sus vidas por su ideal ético. Tales fueron los ejemplos de Gramsci, Rosa Luxemburgo –una gran teórica marxista a quien se satanizó por haberse enfrentado a Lenin en una polémica teórica acerca de su concepción de la democracia en el socialismo y la dictadura del proletariado– quienes, sin embargo, fueron muy bien identificados por el fascismo italiano y el nazismo alemán como sus irreconciliables enemigos y por eso los encarcelaron y mataron.

Solo la ortodoxia podía garantizarles el poder a los dogmáticos. Desde el poder petrificaron la teoría del marxismo y le quitaron fuerza moral porque le hicieron perder racionalidad y credibilidad.

Armando Hart, en un libro publicado recientemente,5 invita a realizar un replanteo teórico para que el marxismo sea en realidad una herramienta en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, en lugar de un peso muerto que hubiera que cargar por temor a la "ortodoxia", y Néstor Kohan, en su magnífico prólogo, añadía:

"Para que nos permita hacer observables nuestras falencias y debilidades colectivas, en lugar de cegarnos y volvernos cada vez más sordos. En suma, para que nos invite a formular nuevas preguntas, en lugar de clausurar los debates".6

El objetivo principal de este trabajo es analizar la bioética como expresión de la dialéctica del desarrollo de la ética y, en consecuencia, defender su derecho a la existencia desde una óptica marxista. Aleccionadoras son las palabras de Gramsci cuando señalaba:

"El hombre cobra conciencia de la realidad objetiva, se apodera del secreto que impulsa la sucesión real de los acontecimientos. El hombre se conoce a sí mismo, sabe cuánto puede valer su voluntad individual y cómo puede llegar a ser potente, si, obedeciendo, disciplinándose a la necesidad, acaba por dominar la necesidad misma identificándola con sus fines".4

La bioética forma parte de la realidad objetiva desde mediados del pasado siglo XX. Los que se han acercado a ella reconocen la necesidad de fundamentarla desde nuestra filosofía y, respondiendo a esta necesidad, hemos trazado como objetivo su defensa desde una óptica marxista.


DESARROLLO DE LA ÉTICA

El proceso real de desarrollo de la ética, como fenómeno del pensamiento, tiene su fuente en la unidad entre el ser y la conciencia social y la lucha entre nuevos ideales y viejos paradigmas. Este proceso puede apreciarse en la repetición de etapas recorridas; pero sobre una base más alta, es decir, etapas que niegan las anteriores y aportan algo nuevo que vuelve a ser negado para dar cabida a nuevas etapas.

Así, los juicios de valor sobre la conducta médica que aparecen en el Código de Hammurabi (2 000 a.n.e.), en la antigua Babilonia, fueron negados por Hipócrates, más de un milenio después, a la luz de los aportes de Sócrates, Platón y Aristóteles, todos producto de la sociedad esclavista griega entre los siglos VI y IV a.n.e. Al propio tiempo, en todos estos filósofos se aprecia la conservación del contenido positivo de las etapas ya transcurridas. Este mismo fenómeno se constata en la conceptualización teórica de la ética aristotélica.7

El desarrollo de la ética se ha caracterizado también por saltos, en conexión estrecha y evidente interdependencia con el desarrollo revolucionario de la ciencia y la técnica. De ahí que el estudio de este fenómeno sea incompleto desde posiciones intransigentes. La ortodoxia, tanto en religión, política o filosofía, se ubica teórica y prácticamente en la acera opuesta de la flexibilidad de la dialéctica. En filosofía marxista no logran espacio "las verdades absolutas", ni las doctrinas u opiniones "indeclinables", porque la filosofía marxista está basada no solo en el materialismo dialéctico, sino histórico, esa ciencia que estudia las leyes más generales y las fuerzas propulsoras del desarrollo de la sociedad en su conjunto.

La propia esencia antidogmática y ética de las ideas de Marx y Engels queda evidenciada en la carta que dirigiera este último a José Bloch, en 1890:8

..."Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda".

El materialismo histórico fue descubierto por Marx y Engels como resultado de la aplicación de las tesis fundamentales del materialismo dialéctico a la explicación de los fenómenos de la vida social. El materialismo histórico permite ubicar cada fenómeno de la naturaleza, la sociedad o el pensamiento que se pretende estudiar en un tiempo y espacio determinado.

Nada mejor para argumentar estas ideas que la apreciación de un teórico de la praxis del marxismo sobre el valor del genio de Carlos Marx. Es muy agudo el juicio de Gramsci cuando decía:

"Marx significa la entrada de la inteligencia en la historia de la humanidad, significa el reino de la conciencia. (...) Marx se sitúa en la historia con el sólido aplomo de un gigante: no es un místico, ni un metafísico positivista; es un historiador, un intérprete de los documentos del pasado, pero de todos los documentos, no solo de una parte de ellos".4

En el caso de la ética en particular, en tanto que ciencia que trata el estudio de la moral, de su naturaleza y esencia, de su estructura y funciones, de su origen y desarrollo, el uso consciente del método materialista dialéctico e histórico permite comprender, por ejemplo, por qué la moral profesional del médico de Europa occidental del medioevo negó algunos elementos de la ética hipocrática, al tener conocimiento de su basamento filosófico, la ética aristotélica, a través de traducciones latinas de las versiones árabes.

Mientras que Avicenas y Averroes fundaron su filosofía y su ética en el pensamiento aristotélico, tomando de este fundamentalmente las tesis materialistas, constituyéndose así en arma ideológica de la corriente aristotélica; la escolástica, en tanto que el sistema filosófico, floreció en la Europa medieval entre los siglos XII y XIV, y representó un intento de conciliación entre la ortodoxia cristiana y la doctrina de Aristóteles, el idealismo objetivo.

Los más grandes pensadores cristianos se dedicaron a incorporar la enseñanza aristotélica al cuerpo de la ortodoxia cristiana. Una función importante en este proceso de acomodación de la doctrina aristotélica desempeñó la interpretación de su filosofía, a cargo de los escolásticos de las órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos, quienes con el tiempo, apoyados por la política papal y la Inquisición adquirieron una influencia decisiva. Entre los dominicos se destacó especialmente Tomás de Aquino. Sus obras, "Summa contra gentiles" y "Summa teológica" constituyen hasta la actualidad la única filosofía autorizada por la iglesia católica.9

La ética, pues, considerada como parte de la filosofía, fue tratada según estas corrientes prevalecientes en diferentes momentos de menor o mayor influencia de unos y otros. La modernidad, gestada por la revolución industrial inglesa, que había parido una nueva clase, y por la revolución francesa, dirigida en su proceso de radicalización por esa recién nacida clase, daba a luz una nueva ética, la de la sociedad moderna, la ética de la clase más revolucionaria de ese momento, la burguesía.

Más adelante, la aplicación práctica de la filosofía marxista en el contexto sociohistórico de la Rusia zarista de la primera década del pasado siglo permitió el triunfo de la Revolución Socialista de Octubre, y con ella, el ascenso al poder de una nueva clase, la más revolucionaria de todos los tiempos precedentes, el proletariado, clase que impuso sus propios principios y normas morales. Lamentablemente, después de la muerte de Lenin, la subestimación de los factores de carácter subjetivo no solo limitó el desarrollo teórico del pensamiento revolucionario sino que lesionó su práctica.

Todos estos hechos se vieron reflejados en el marco teórico-conceptual de la ética médica, vigente en las tres cuartas partes del siglo que recién ha concluido; pero la Revolución Científico-Técnica, ocurrida en los inicios de la segunda mitad del pasado siglo XX planteó nuevos problemas a la ética general. La invasión tecnológica en el campo de las ciencias de la salud obligó a reconsiderar normas y preceptos vigentes hasta ese momento en la ética médica tradicional.

El salto se produjo en la sociedad del país más industrializado del mundo, el que mayor aporte tecnológico ha hecho y el que ha usado, además, mucho más tempranamente todos los adelantos de la tecnología; pero también, el que se distingue más que ningún otro por las grandes disparidades sociales engendradas por su nuevo modelo económico. Y negando lo alcanzado hasta ese momento, nuevas expectativas fueron concebidas, relacionadas fundamentalmente con la necesidad de evitar que el hombre actuante en materia de ciencias de la salud permitiera que los avances tecnológicos impidieran su acercamiento al ser humano, sujeto de su atención. Las nuevas expectativas consideran también la necesidad de una distribución equitativa de los recursos de salud, tanto humanos como materiales.


SURGIMIENTO DE LA BIOÉTICA

Hasta finales de la década de los sesenta del recién concluido siglo XX, la práctica médica, universalmente, estaba regida por la ética hipocrática, basada fundamentalmente en los principios de no dañar y hacer el bien, que respondían al énfasis puesto por filósofos de la Grecia Antigua, especialmente Aristóteles, aunque también Sócrates y Platón, en la práctica de las virtudes. Aristóteles, en su Ética Nicomaquea,7 dedicada a su hijo, relacionaba las virtudes de la inteligencia o dianoéticas, señalando a la prudencia en último lugar. Esta virtud servía de enlace a las que enumeraba con posterioridad, las éticas o del carácter.

Los médicos ingleses y los norteamericanos estuvieron también bajo la égida de esta ética, más bien deontológica, hasta que, especialmente los últimos, bajo la influencia de los acontecimientos que se sucedían en su país, comenzaron a cuestionársela. Este cuestionamiento obedeció a un conjunto de factores que en el orden económico, social y político desencadenó la crisis de los valores más importante que ha enfrentado la sociedad norteamericana en los últimos decenios.

Otro elemento importante a tomar en consideración es el hecho del gran desarrollo científico técnico alcanzado en el país más industrializado del mundo que invadió el quehacer de los profesionales de la salud, en muchas ocasiones a contrapelo de la necesaria humanización. El resultado de todo este cuestionamiento, que había comenzado por el sistema de valores de la sociedad en general, fue la demanda de modelos alternativos para la práctica de la ética médica y, consecuentemente, para su enseñanza.

Todo ello generó el interés por la reflexión y el debate acerca de los valores morales vinculados al ejercicio profesional de las ciencias de la salud. Es en este contexto que el doctor Van Rensselaer Potter, oncólogo norteamericano de la Universidad de Wisconsin crea el término en 1970 y lo da a conocer al mundo al año siguiente con la publicación de su libro: «Bioética, puente hacia el futuro».10 Por su parte, Waren Reich dedica prácticamente toda la década de los setenta, ayudado por cerca de 300 personas, a la elaboración de una Enciclopedia de Bioética. En 1979, dos filósofos, también norteamericanos, Tom Beauchamp (filósofo utilitarista) y James Childress (deontólogo cristiano), establecieron el sistema de los cuatro principios de la bioética: no maleficencia, justicia, autonomía y beneficencia.11

En realidad, el núcleo central de la bioética potteriana está en la identificación de la necesidad de una ética que cuestione el conocimiento como valor absoluto y alerte sobre la nocividad potencial del conocimiento dejado a su libre arbitrio. La bioética potteriana exige la reconciliación del saber con la moralidad como entidad única; que lo moral sea incorporado al conocimiento como componente importante de la objetividad y la legitimidad del saber. Establece además, un nexo entre la revolución científico-técnica en el campo de la biología y la medicina, el medio ambiente y la ética.12

Sin embargo, el estrecho vínculo de la bioética con la práctica clínica ha marcado el rumbo seguido por la nueva disciplina en el período posterior a Potter, y eso ha hecho que el estudio de esta nueva disciplina haya ido involucrando, cada vez más, a numerosos profesionales, especialmente vinculados con las ciencias de la salud. La concepción de Hellegers, por ejemplo, enmarcada en las ciencias de la vida, en forma restrictiva solo a nivel de lo humano, es decir, una ética biomédica, hizo a Potter proponer una nueva acepción para lo que el realmente quería abarcar con su estudio: Ética global.13

Mientras tanto, la década de los ochenta se caracterizó por la entrada de esta disciplina al mundo europeo. Allí ha sufrido modificaciones, especialmente en cuanto a los enfoques ante los conflictos morales de la práctica médica. La década de los noventa marcó la introducción de este campo del saber en el mundo latinoamericano. Cuba, como parte de América, inició también su incursión en la nueva disciplina.

Algunos piensan que la bioética es un genuino producto norteamericano, que solo tiene aplicación en el contexto de esa sociedad neoliberal, caracterizada por un desmedido crecimiento económico a expensas del desarrollo humano; que la exaltación del principio de la autonomía, parte de la propia filosofía neoliberal, centra su atención en la libertad individual desconociendo los intereses o derechos sociales en general. Otros dicen que en la bioética se cuestionan problemas que pueden ser reconocidos como universales. Hay quienes rechazan absolutamente, de manera ahistórica, la génesis y desarrollo del fenómeno, los más, por el contrario, afirman que si bien tuvo un marcado localismo al inicio, logró irse extendiendo por la validación de diferentes enfoques.

La fuerte tendencia principialista desarrollada en Norteamérica en los años setenta, fundamentada sobre todo en teorías fenomenológicas, se vio enriquecida, sin lugar a dudas, con el aporte europeo de los años ochenta, en el que se ha hecho énfasis en el cultivo de las virtudes morales de los profesionales de la salud, en la mayoría de los casos desde posiciones neokantianas.

La penetración de la bioética en América Latina en los años noventa trajo consigo su propia transculturación, hecho que se evidenció aun más con su introducción en Cuba en el primer lustro de esa década, con la especial característica de ser el único país del hemisferio con un régimen socioeconómico diferente, el socialismo, con la filosofía marxista-leninista que lo sustenta en el plano teórico. La bioética, pues, se ha comenzado a redimensionar, enriquecida con un enfoque materialista dialéctico e histórico.

Así surgió la bioética, como una nueva disciplina, cuyo objeto de estudio trasciende el de la ética médica tradicional y se vincula más al concepto actual de salud, con su enfoque socio-psico-biológico. Ello no significa –como pretenden algunos– que la bioética pueda ser desideologizada. Para ello habría que barrerla del pensamiento de los hombres y, a estas alturas, eso sería absolutamente imposible, pues no están dadas las condiciones necesarias y suficientes para cambiar la tangible realidad del régimen socioeconómico capitalista, con su nuevo modelo económico neoliberal y sus abismales disparidades sociales, que constituyó la principal razón de su surgimiento.

En Cuba, las reticencias ortodoxas no han podido impedir el triunfo de la flexibilidad dialéctica, imprescindible para enfrentar los nuevos retos que significa el enfrentamiento al derrumbe del sistema socialista en Europa del este, el recrudecimiento de la agresividad del imperialismo y su inhumano bloqueo económico, los efectos de la política de globalización, la agudización de la crisis económica en el país, y el resquebrajamiento de su sistema de valores morales.

Algunos de los ortodoxos, dogmáticos, se niegan a reconocer esta nueva realidad e incluso acometen contra quienes critican esas posturas de avestruz. En este sentido resultan aleccionadoras las palabras de quien nos enseñó en pensar primero:

"La injusticia con que un celo patriótico indiscreto califica de perversas las intenciones de todos los que piensan de distinto modo, es causa de que muchos se conviertan en verdaderos enemigos de la patria (...) cuando la opinión contraria no se opone a lo esencial de una causa, ¿por qué se ha de suponer que proviene de una intención depravada?"14

A pesar de las reticencias y resistencias al cambio se ha logrado un espacio de reflexión y debate, no solo referido a aspectos puntuales, tales como, los dilemas bioéticos del principio y del final de la vida, o de las políticas de salud, sino también lo concerniente a los aspectos relacionados con la vida cotidiana, es decir, con la calidad de vida de las personas que atienden, con la competencia y el desempeño de los profesionales y con la calidad de la atención médica.

Los problemas morales existen, no es posible actuar como si no existieran. Tampoco es posible evadir su cuestionamiento desde el marco teórico que ofrece esta nueva disciplina, alegando los posibles peligros en el orden ideológico. No es que se desconozca irracionalmente el peligro, todo lo contrario, lo que se precisa es prepararse para enfrentarlo. De ejemplo práctico para la acción pudieran servir las palabras de un incuestionable marxista verdadero, en el pensamiento, la palabra y la acción como Carlos Rafael Rodríguez, quien tenía el coraje de declarar, en entrevistas concedidas a dos órganos de prensa de gran aceptación entre los lectores cubanos:

"¿Dogmatismo? ...Algo que siempre he procurado evitar y contra lo que siempre he querido luchar; no sé si he tenido éxito. (...) ¿Diversionismo? ...Le tengo un poco de miedo a la palabra, por lo que puede servir para encubrir el dogmatismo. Y, sin embargo, el diversionismo existe, es peligroso y hay que combatirlo".15

Las Cátedras de Bioética, constituidas en las Facultades de Ciencias Médicas de todo el país,16 a partir de 1995, se trazaron como objetivos específicos:

- Propiciar un espacio de reflexión y debate teórico sobre los principales aspectos conceptuales-metodológicos de la disciplina.

- Desarrollar la necesaria flexibilidad, y sobre todo prudencia, en los análisis de cada caso concreto.

- Promover el profundo respeto hacia las opiniones ajenas, sin menoscabo del derecho a defender las propias.

- Contribuir al rescate de los mejores valores del hombre, que es el valor fundamental de la sociedad, tal y como expresara Marx. En nuestro caso    concreto, del profesional de la salud que labora en nuestras instituciones y de los educandos que se forman en nuestras aulas.

Cuba está insertada incuestionablemente en las dificultades que viven hoy día el continente latinoamericano, aunque diferentes a las relacionadas con el intento de tratar la salud dentro de la racionalidad del mercado que ha venido imponiendo el neoliberalismo. No obstante, la Revolución cubana no ha evadido nunca su responsabilidad histórica de sumarse al conjunto de voluntades comprometidas con los procesos de integración, de solidaridad entre los pueblos y con la construcción de sujetos sociales capaces de asumir las luchas por la defensa de la salud y una nueva ética de la vida. En correspondencia con esta vocación solidaria, cientos de miles de profesionales de la salud cubanos han contribuido y continúan contribuyendo, con su trabajo y experiencia, al mejoramiento de los indicadores de salud de muchos pueblos, en diferentes latitudes.


EXPLICACIÓN MARXISTA AL SURGIMIENTO DE LA BIOÉTICA

El desarrollo histórico de las más importantes corrientes del pensamiento filosófico muestra que la historia de la filosofía no es un simple agregado de diversos sistemas y escuelas que se suceden unas a otras, sino un proceso histórico sujeto a leyes, del cual cada uno de sus grados se encuentra vinculado de modo recíproco con los restantes.

Esta propia historia de la filosofía demuestra la necesidad de tomar y elaborar con espíritu crítico el legado filosófico del pasado, luchar contra las ideas ajenas y hostiles al progreso espiritual de la humanidad. El materialismo dialéctico e histórico se desarrolla con un espíritu creador, enriqueciendo el tesoro del pensamiento filosófico mundial con nuevas conclusiones y tesis, descubriendo nuevas leyes en el desarrollo de la
naturaleza, la sociedad y el pensamiento, generalizado en el plano filosófico la experiencia del desarrollo social, las conquistas de la ciencia y la cultura humana.

La ética, en tanto que ciencia que se desprendiera de la filosofía, no escapa a la necesidad de establecer la correlación con el desarrollo de la cultura en general. El problema, no solo teórico sino práctico, al que se enfrenta la humanidad en los albores de este nuevo siglo, derivado de las profundas modificaciones ocurridas en las condiciones de existencia humana, a partir del desarrollo impetuoso de la ciencia y la técnica, y los contradictorios fenómenos de la realidad, incluyendo las relaciones entre generaciones, ha planteado la necesidad de redefinir los valores principales y secundarios para la vida humana.

La bioética ha ocupado este espacio protagónico porque la ética general, en su país de origen, no es susceptible de cambios sustanciales en un sistema socioeconómico que genera relaciones sociales plenas de iniquidades. En este caso no puede hacerse como Hegel cuando una de sus teorías no se correspondían con la realidad y expresaba: "Peor para la realidad", especialmente si es un marxista quien está haciendo el análisis. Si la ética general no ha respondido a las necesidades, intereses y aspiraciones de los hombres en un momento concreto de sus vidas, los propios hombres, actores protagónicos de sus propios destinos han elaborado sus nuevas conceptualizaciones teóricas para expresar la valoración de esas aspiraciones espirituales, a partir de las condiciones materiales de existencia de ese momento histórico.

Toda vez que la salud integra uno de los derechos fundamentales del hombre, no es casual ni extraño que la bioética haya hecho énfasis, casi desde su nacimiento, en la defensa irrestricta de este derecho fundamental, frecuentemente violado, despreciado y subestimado.

La humanidad no es homogénea. Mientras en la mayoría absoluta de países existe un sistema socioeconómico que olvida cada vez más al hombre como valor supremo, una minoría de pueblos, entre los que se encuentra el cubano, revaloriza la confianza, la sinceridad, la sencillez, la hermandad y el amor a la Patria, a partir de la igualdad social.

El objetivo principal de la educación de los seres humanos que les toca vivir en este siglo XXI debe consistir en desarrollar todas sus dotes, tanto físicas, como intelectuales y especialmente morales. El sentido de respeto a la dignidad humana, el amor a la humanidad, el respeto y el amor al trabajo creador, deberán ser las cualidades morales insoslayables para el hombre del futuro, si aspira a vivir, amar y crear en paz. De ahí se desprenderá el espíritu de libertad, justicia y solidaridad que pudiera contribuir decisivamente al progreso económico y social.

Toda vez que la moral no cuenta, como otras formas de la conciencia social, con instituciones propias para desplegar sus funciones reguladoras de la conducta humana y revelar la esencia social y los principios del ideal ético de la sociedad en que se vive, la moral se ve impelida a utilizar todos los medios de influencia, tanto científicos, ideológicos como estatales. Ella no puede darse el lujo de desestimar ninguna de las oportunidades que le brindan la sociedad civil y la sociedad política.

En el sistema educacional, la moral encuentra un espacio de inapreciable riqueza para el cultivo de los mejores valores: la cultura del trato humano, basado en el respeto a la dignidad humana; la cultura de los sentimientos de bondad, humanismo y benevolencia. Todo ello debe llevar al modelado de un hombre íntegro y esa integridad de la persona se determina por la coincidencia de los motivos con los resultados de la actuación para el bien de la sociedad, la unidad dialéctica entre la palabra y los hechos, de las opiniones y los actos.

Pero, para lograr el nuevo modelo se precisa contar con educadores que no solo posean los conocimientos necesarios y suficientes sobre la materia a enseñar, en este caso la ética, sino que deben ellos mismos constituirse en ejemplos morales para incentivar entre los educandos el desarrollo de habilidades intelectuales y prácticas que les permitan acercarse al paradigmático maestro.

El contacto emocional entre las personas es particularmente rico en diferentes matices de los sentimientos y estados morales, por ello el trato humano no está circunscrito a las normas y reglas de la educación formal, es decir, de la cortesía, tacto y delicadeza, sino que es mucho más abarcador, incluyendo, por supuesto, el estilo y manera del trato individual; pero enfatizando en la fuerza de expresión de los estados emocionales, el lenguaje, la psicología del entendimiento mutuo, la comprensión del estado de ánimo del otro y, sobre todo, saber escuchar e interpretar la idea oculta en los enunciados del interlocutor.

Para ejemplificar los peligros de la posible violación de estos principios éticos y sus terribles consecuencias, nada más elocuente que las palabras de Gramsci:

"El llamado respeto de los demás es a veces una forma de esteticismo (entrecomillado en el original), por decirlo así, o sea, que a veces el otro se convierte en un objeto (entrecomillado en el original) precisamente cuando más se cree haber respetado su subjetividad".4

Si todo esto se ubica en la relación profesional de la salud-paciente, a simple vista puede apreciarse la importancia del respeto de los mejores valores "del valor fundamental de la sociedad, el hombre".17

En tanto que forma de la conciencia social, la moral refleja y expresa las relaciones entre los seres humanos; en ella se manifiestan las necesidades expresamente sociales: la necesidad social de regular las relaciones entre los seres humanos y la necesidad del trato que estos experimentan. Es por ello que la práctica de las relaciones éticas precede a la teoría de la moral.

La dinámica de los intereses y necesidades materiales y sociales y las tradiciones objetivas del modo de vida existencial constituyen la base necesaria para el despliegue de las fuerzas creadoras del sujeto, de su autoafirmación y autodeterminación, cuyo instrumento activo es el ideal social de la persona.

¿Y qué es el ideal, sino la imagen teórica o espiritual-práctica de la máxima perfección de la vida social y humana? Es un criterio de la actitud axiológica hacia la realidad, desde las posiciones de los intereses cardinales y prospectivos del sujeto de la actividad social.

Para apoyar este planteamiento, se propone un último análisis de Gramsci:

"La unidad del género humano no está dada por la naturaleza biológica (entrecomillado en el original) del hombre: las diferencias humanas que cuentan en la historia no son las biológicas (...) y tampoco la unidad biológica (entrecomillado en el original) ha contado nunca mucho en la historia (...) Lo que une o diferencia a los hombres no es el pensamiento (entrecomillado en el original), sino lo que realmente se piensa".4

Marx y Engels, al asumir la dialéctica de Hegel desde una perspectiva materialista consecuente, posibilitaron el pensar a partir de la imagen del mundo real, en el cual está el hombre que, tal y como expresara Marx, necesita primero comer, beber, tener un techo y vestirse para luego pensar y crear vida espiritual. Pero es preciso recordar que la humanidad no tiene existencia real sin la cultura creada o la que está en posibilidad de crear. ¡Es precisamente eso lo que le diferencia de las otras especies del reino animal! Es por ello que los valores de la superestructura se deben jerarquizar tanto como las necesidades económicas.

No en balde Engels alertó, en los finales de su vida, sobre la función de los valores y categorías de la superestructura, insistiendo en la relación dialéctica causa-efecto, y base-superestructura. Siempre las sociedades se quiebran por la superestructura, de ahí la importancia de su fortalecimiento. Es a través de la superestructura como se expresa la base económica de una sociedad.

En este sentido, si los valores son las necesidades más significativas de los hombres, convertidas en aspiraciones e ideales, ¿Cuál podría ser el ideal de un profesional de la salud en este siglo que recién ha comenzado? Evidentemente, la visión que cada cultura tiene del hombre, del sentido y significado de la vida, de sus tribulaciones, de su destino, de la representación social de salud, influyen de manera decisiva en la actitud que asumen los profesionales de la salud en su diario quehacer; por ende, sobre su ideal profesional.


A MODO DE EPÍLOGO

Las ciencias de la salud, como toda ciencia, están vinculadas a las necesidades, a la vida, a la actividad del hombre. Luego entonces, el ideal profesional en este campo estará incuestionablemente vinculado a las necesidades de los hombres en el proceso salud-enfermedad, a la vida humana en general y a todo el ambiente socioeconómico, psicológico, cultural y político en el que están inmersos esos hombres, sin descuidar el medio ecológico, porque todo ello influye en el proceso salud-enfermedad.

De ahí que, aceptando el hecho de que la ciencia forma parte de la superestructura de la sociedad y por tanto no puede presentarse sólo como una noción puramente objetiva, sino que aparece siempre revestida de una ideología, es decir, la unión del hecho objetivo con una hipótesis que supera el propio hecho objetivo, en el caso de esta nueva disciplina, la Bioética, puede hacerse como habitualmente se procede con todo conocimiento científico nuevo, venga de donde venga. A través de un proceso de abstracción, que está dentro de la propia metodología científica, se puede distinguir la noción objetiva (las nuevas necesidades morales surgidas como consecuencias del desarrollo científico técnico y su agresión al hombre) y el sistema de hipótesis que dieron origen a las distintas teorías (principialista, consecuencialista, utilitarista, casuística, etc.) y, a partir de esta distinción, acoger el hecho objetivo y plantearnos nuestras propias hipótesis.

Creo –como Hart18– que el derrumbe del "socialismo real" es la consecuencia de un diseño equivocado en los enfrentamientos ideológicos. Los argumentos que usan nuestros adversarios están relacionados con nuestras propias aspiraciones y verdades –aunque ellos las tergiversen y deformen– de modo que, si hacemos un rechazo dogmático al espacio y al debate, si renunciamos al análisis dialéctico, estaremos dejando en manos de nuestros adversarios las mejores banderas de la humanidad, porque no se dispondrá de nuestra fundamentación filosófica. Ejemplo de ello son los temas acerca de los derechos humanos, la democracia y la sociedad civil.

Durante años, bajo la influencia del dogmatismo "en nombre del marxismo-leninismo", escapamos de este debate; y los adversarios del verdadero marxismo se aprovecharon de ello para adueñarse de estos términos y su "defensa", al propio tiempo que nos acusaban de no reconocerlos e incluso, violarlos. Tuvo que ocurrir el derrumbe del socialismo en Europa del Este y en el plano nacional, enfrentarnos a la crisis de valores que ha acompañado a la crisis económica de los años noventa, para que nos decidiéramos a no dejarles más este espacio. ¡Esto ha sido, sin lugar a dudas, una victoria de las ideas de Marx y Engels!

Por otra parte, no todos los vientos que soplan del Norte son nocivos. Fue Lincoln quien definiera a la democracia como "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", y –añadimos nosotros– como la mayoría de los pueblos son trabajadores y pobres, es a esa mayoría a la que le corresponde definir su propia forma de gobierno.

Esto demuestra que un marxista puede hacer suyo el conocimiento científico de un neokantiano, sin aceptar su ideología. Puede utilizar, como hiciera Marx, la dialéctica de Hegel y... Colocarla al derecho.

De ahí que sea preciso adoptar una postura crítica ante cualquier intento de traspolación de un nuevo paradigma ético que no se corresponda con nuestras tradiciones, cultura y valores éticos; pero también es un imperativo moral el enfrentar los dogmatismos y esquemas éticos que no se corresponden con la realidad actual, universal y nacional. Como dijera el Apóstol: "Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas".19

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Biblioteca de Consulta Microsoft. Encarta 2004.

2. Menéndez Pidal R. Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española. 3ª ed. Madrid, 1973.

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4. Gramsci A. Antología. La Habana: Editorial Ciencias Sociales; 1973.

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7. Aristóteles. Ética Nicomaquea. México: Editoral Porrúa, SA; 1992.

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12. Delgado Díaz C. Cognición, problema ambiental y bioética. En: Acosta Sariego, J. (Editor) Bioética para la sustentabilidad. La Habana: Publicaciones Acuario, Centro Félix Varela; 2002. p. 135-55.

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15. Rodríguez CR. Entrevistas concedidas a Roberto Casín (Juventud Rebelde, mayo de 1983) y Reinaldo González (El Caimán Barbudo, mayo de 1983).

16. Cátedra de Bioética de la Facultad de Ciencias Médicas "Gral. Calixto García". Fundamentación de la constitución de las Cátedras de Bioética en todas las Facultades de Ciencias Médicas del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana. La Habana: ISCM-H; 1995.

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18. Hart Dávalos A. Marx, Engels y la condición humana. Una visión desde Cuba. La Habana: Editorial Ciencias Sociales; 2005. p. 72-3.

19. Martí Pérez J. Nuestra América. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. La Habana: Editorial Ciencias Sociales; 1975. p. 15-23.

 

 

Recibido: 5 de febrero de 2008.
Aprobado: 27 de febrero de 2008.

 

 

María del Carmen Amaro Cano. Centro de Estudios Humanísticos, ISCM-H, Facultad de Ciencias Médicas "General Calixto García", La Habana Cuba. E-mail: amaro@infomed.sld.cu