Introducción
La prosocialidad, incluye aquellos comportamientos que están asociados positivamente a las necesidades y el bienestar de los demás (Martí-Vilar, et al., 2019). Dentro de los más frecuentes se encuentran ser útil, compartir y mostrar amabilidad, consideración, cooperar con los demás, expresar empatía y simpatía. Diversos autores reconocen la falta de unanimidad en una definición, aunque existe consenso en definirla como conducta social positiva. Precisamente, Martí-Vilar, et al. (2019), identifican en la literatura dos tipos de definiciones entorno a este constructo. Las conductuales que equiparan conducta prosocial y conducta altruista y las motivacionales orientadas a establecer una diferenciación entre una y otra.
En esta última, la motivación sería lo determinante. De ahí que, la orientación del comportamiento prosocial es el deseo de beneficiar al otro, independientemente de obtener beneficio propio (Auné & Attorresi, 2017). Actualmente, existe una tendencia a diferenciarla del altruismo que además de beneficiar al otro, busca obtener beneficio propio. En relación a esto, investigadores en el tema coinciden en que toda conducta altruista puede ser prosocial, pero no toda conducta prosocial, puede ser considerada altruista.
Por resultar una de las más pertinentes e integradoras, los autores asumen la definición de Auné, et al. (2016). Estos autores asumen la conducta prosocial, como un fenómeno complejo que involucra acciones de los individuos basadas en creencias y sentimientos e incluye cómo los sujetos se orientan hacia los otros al realizar conductas solidarias. Lo caracteriza además la voluntariedad y resulta beneficioso para los otros, considerándose sinónimo de socialización.
De esta manera, forma parte de la personalidad, comprendiendo acciones de ayuda, cooperación e intercambio y altruismo en las relaciones afectivas, en el cumplimiento de las normas sociales y fundamental en el funcionamiento social y desarrollo psicológico del individuo (Balabanian, et al., 2017).
En la última década, la psicología educativa se ha centrado en la búsqueda de nuevas maneras de hacer la vida de todas las personas más productivas y con propósito. En ese sentido, identificar qué protege a los adolescentes e inhibe las conductas desadaptadas, los desajustes emocionales y la formación de una personalidad socialmente ajustada, ha estado dentro de sus líneas prioritarias (Jung & Schröder-Abé, 2019).
Este cambio, ha impactado favorablemente en la comprensión del funcionamiento psicológico de los adolescentes con discapacidad intelectual. Asimismo, ha permitido volcar la mirada hacia la identificación y estimulación de sus fortalezas y capacidades con la finalidad de potenciar su participación significativa, inclusión comunitaria y calidad de vida (Moroń, et al., 2018).
A pesar de esta prioridad, los esfuerzos por superar esta realidad aun no son suficientes. Un metaanálisis publicado por Almeida & Barbosa (2014), que incluyó una retrospectiva de 30 años de investigación en temas de discapacidad intelectual y psicología positiva, mostró que la mayor producción versaba más sobre aspectos negativos que positivos. Denotándose así la necesidad de trascender esta dicotomía, pues no se trata de refutar lo negativo sino integrar lo positivo y promover un cambio en la investigación y la práctica profesional, no solo de reparación sino de construcción.
En ese contexto, aunque es un tema aun joven, el estudio de la prosocialidad en los adolescentes con discapacidad intelectual ha ganado especial interés (Kedrova & Matantseva, 2016). Todo ello con la finalidad de lograr su integración al contexto educativo, prevenir las conductas antisociales, así como potenciar los comportamientos de solidaridad, cooperación, ayuda y tolerancia.
El desarrollo biológico de los adolescentes con discapacidad intelectual leve, coincide en muchos aspectos con el de iguales sin esta condición (Kedrova & Matantseva, 2016). Bien se conoce que esta etapa del desarrollo, se caracteriza por cambios marcados en los ajustes cognitivos y transiciones sociales. Desde el punto de vista psicológico este no transcurre de igual manera. Se plantea que este grupo de personas, afrontan mayores retos en comparación con sus coetáneos.
Dentro de lo más marcados, experimentan cambios dinámicos en sus procesos de autorregulación. Especialmente, para la reflexión, conceptos morales y conciencia moral. Asimismo, manifiestan inmadurez determinando mayor regulación externa en sus actividades (Kedrova & Matantseva, 2016).
Siguiendo esta línea de análisis, varios estudios señalan al contexto escolar como generador de dificultades en su comportamiento, aunque es difícil estimar su influencia en la integración social, desarrollo y comportamiento (Balabanian, et al., 2017). Se considera, además, que las características de la institución pueden considerarse factores ambientales que determinan la seguridad del alumno. De ahí la significación de comprender cómo se desarrolla la prosocialidad en este contexto.
En coherencia con lo anterior, diversas investigaciones señalan carencias en el adecuado desarrollo de estrategias y habilidades para establecer relaciones sociales satisfactorias, así como para un adecuado desarrollo de su comportamiento prosocial. Por otra parte, se ha evidenciado importantes beneficios de este tipo de comportamiento durante la adolescencia. En ese sentido, se destaca su papel en la formación de relaciones interpersonales positivas, bienestar. Asimismo, durante esta etapa del desarrollo psicológico se incrementa la identificación y conformidad con el grupo de iguales, cual se ha asociado a una mejor adaptación escolar y éxito académico y factor protector frente a la depresión (Kurtek, 2018).
En el ámbito de la discapacidad intelectual, este constructo se relaciona con el afrontamiento exitoso de las situaciones y la calidad de vida. Mientras que los déficits influyen en la aparición de la conducta antisocial y agresividad. Se ha asociado a problemas personales como hiperactividad, irritabilidad, ansiedad e inestabilidad emocional (Jung & Schröder-Abé, 2019).
Actualmente, en el contexto cubano de la educación especial, existe un interés particular por abordar y promover este tipo de comportamiento. Se reconoce bajo un paradigma cuantitativo, se asume un diseño no experimental y un tipo de estudio descriptivo transversal. Al identificarse reducidos precedentes en el contexto de estudio, esta investigación representa un primer acercamiento al estudio de la conducta prosocial en adolescentes con discapacidad intelectual leve. Asimismo, busca caracterizar las dimensiones de esta variable de estudio en la muestra estudiada, existe limitada evidencia empírica sobre cómo se comporta la prosocialidad en este grupo especial de personal. Por las implicaciones que tiene para su desarrollo psicológico y por el gran riesgo de exclusión que afrontan estos jóvenes, surge la necesidad de estudiar y promover este tipo de comportamiento. Lo cual no solo es un imperativo ético, sino un reto en aras de fomentar las habilidades sociales y promover el ajuste psicológico en ese grupo especial de personas.
Materiales y métodos
Bajo un paradigma cuantitativo, se asume un diseño no experimental y un tipo de estudio descriptivo transversal. Al identificarse reducidos precedentes en el contexto de estudio, esta investigación representa un primer acercamiento al estudio de la conducta prosocial en adolescentes con discapacidad intelectual leve. Asimismo, busca caracterizar las dimensiones de esta variable de estudio en la muestra estudiada.
En la investigación participó una muestra de adolescentes escolarizados en la educación especial. Fueron seleccionados de manera intencional en correspondencia con los criterios siguientes: tener diagnóstico de discapacidad intelectual leve, adolescentes escolarizados en educación especial, con edades comprendidas entre 11 y 18 años, disposición para colaborar con la investigación y consentimiento informado de tutores legales y/o padres. Finalmente, la muestra quedó conformada por 62 adolescentes, media de edad de 15,03 años y DE (1,62). Predomina el sexo masculino y los que se encuentran en cuarto ciclo, que son aquellos en edad bachiller que reciben formación para un oficio (carpintero, jardinero, albañil, costurera, etc.). En la tabla 1 se presenta la distribución de los estudiantes según grado y sexo.
Grado Académico | Sexo | Total | % | |||
---|---|---|---|---|---|---|
Femenino | % | Masculino | % | |||
Séptimo grado | 3 | 6.5 | 7 | 11.2 | 10 | 16.7% |
Octavo grado | 5 | 8.1 | 7 | 11.2 | 12 | 19.3% |
Noveno grado | 3 | 4.8 | 12 | 19.4 | 15 | 24% |
Cuarto ciclo | 10 | 14.5 | 15 | 24.2 | 25 | 40% |
Total | 21 | 33.8 | 41 | 66.2 | 62 | 100% |
Para la recogida de los datos, se aplicaron los instrumentos siguientes:
Observación participante: el método de la observación fue aplicado durante el estudio. La finalidad fue constatar las manifestaciones de prosocialidad en los adolescentes estudiados. Se plantea además que es un método cardinal en el estudio de niños y adolescentes con discapacidad intelectual (Kedrova & Matantseva, 2016).
Entrevista semiestructurada al adolescente: se diseñó para los fines de la investigación. Tuvo como objetivo identificar manifestaciones de conducta prosocial en los adolescentes estudiados. Se profundizó en variables como: empatía, respeto, sociabilidad y liderazgo.
Cuestionario de Conducta Prososocial (Martorell, et al., 2011). Este cuestionario fue diseñado con la finalidad de identificar las particularidades de la conducta prosocial en adolescentes. Tiene una estructura de cuatro factores (Empatía, Respeto, Sociabilidad y Liderazgo), organizado en 58 ítems, con cuatro opciones de respuesta (nunca, algunas veces, muchas veces y siempre). Al realizarse un análisis de la consistencia interna en la muestra estudiada, se obtuvo un alfa de Cronbach de 907, lo que indica que posee adecuadas propiedades psicométricas. Para su calificación se realiza un análisis por áreas y posteriormente una evaluación integral la cual queda estructurada del modo siguiente:
Manifestaciones elevadas de conducta prosocial: 174-232 puntos.
Manifestaciones adecuadas de conducta prosocial: 115-173 puntos.
Manifestaciones deficientes de conducta prosocial: 56- 114 puntos.
Manifestaciones muy deficientes conducta prosocial: 55 o menos puntos.
Para dar inicio a la investigación se les solicitó a los tutores legales de los adolescentes y directivos de la institución educativa, su consentimiento para que estos fueran incluidos en el estudio. Asimismo, se les pidió a los alumnos su consentimiento para participar en el estudio. Una vez cumplidas estas formalidades, se pasó al trabajo individual con los participantes. Todo ello en condiciones adecuadas de iluminación, privacidad y confort. La recogida de los datos transcurrió en dos sesiones de trabajo para evitar la fatiga. Se realizó en el horario de la mañana.
Tomando en consideración de que se trabaja con adolescentes con discapacidad intelectual leve y que el cuestionario puede resultar complejo, se previó como parte de la investigación el establecimiento de niveles de ayuda. Estos consistían en realizar llamados de atención, repetir instrucciones, ilustrar con ejemplos la tarea planteada y ofrecerles la respuesta adecuada verificando que fue comprendida.
Los datos fueron introducidos en el paquete estadístico SPSS 21.0 para Windows. Una vez culminado este paso se procedió a realizar los análisis descriptivos de las variables estudiadas. Todo ello se complementa con el análisis cualitativo de datos.
Resultados y discusión
El análisis del cuestionario sobre conducta prosocial, permitió identificar que los adolescentes estudiados expresan manifestaciones elevadas de conducta prosocial (82.2%), seguido de las manifestaciones adecuadas (17.7%).
De igual manera se realizó un análisis de los cuatro factores que componen la escala (empatía, respeto, liderazgo y sociabilidad) lo cual mostró los resultados que se presentan en la fig 1.
Si bien de manera general, se identificó el predominio de cifras altas en cuanto a las manifestaciones de conducta prosocial, el análisis por dimensiones permitió constatar algunas dificultades interesantes.
Entre todas las variables estudiadas, la que obtuvo peores resultados fue el liderazgo predominando niveles bajos (85.5%). Un análisis al interior de los ítems permitió identificar que los más afectados fueron: “cuando hay que hacer algo, tomo la iniciativa para empezar”; “me gusta organizar cosas nuevas”; “tengo confianza en mí mismo”; “hago las cosas con seguridad”, “me pongo nervioso cuando me llaman la atención”, “consigo todo lo que me propongo.”
Estas dificultades se pudieron corroborar en la entrevista al adolescente. Estos expresaron falta de creatividad e iniciativa para llevar a cabo una tarea, o sea desarrollar su liderazgo. De este modo, expresaron, frases como: “…no me gusta empezar yo, prefiero que otro lo haga”, “…no soy quien toma la iniciativa para realizar una tarea”, “…es mejor seguir a los demás”, “…creo que no hablo bien”, “…no me gusta dirigir el trabajo en grupo”, “…no tengo buenas ideas”.
Al profundizar un poco más en el tema se pudieron observar manifestaciones de dependencia, inseguridad en lo que a la actividad académica y tareas docentes se refiere. Muy relacionada con esta actividad propia del contexto educativo, los adolescentes expresan baja autoestima, síntomas ansiosos y temor.
Otra de las dimensiones afectadas, es la empatía. Aunque su variación no es muy significativa, predominan los niveles altos (72,6%), no alcanzando ningún sujeto el nivel muy alto. Un análisis al interior de los ítems permitió constatar que la preocupación empática afronta dificultades. Los adolescentes utilizaron expresiones como: “…yo no me busco problemas por nadie”, “…el que se busca problemas que lo resuelva”, “…si no estoy ocupado ayudo a los demás”, “…ayudo a mis compañeros a veces y al que no conozco no”, “…no sé cuando alguien está triste o tiene problemas porque no estoy en eso”.
Seguidamente el respeto fue otra de las variables que no obtuvo ningún caso con valores máximos, predominando aquellos que se encuentran en niveles altos (67.7%). Por otra parte, el análisis de los ítems, arrojó carencias en el respeto a sus coetáneos, no reconocer su responsabilidad en lo mal hecho, imponer su criterio y no sumarse al de la mayoría, usar palabras obscenas en situaciones de conflicto.
La sociabilidad se identifica como la dimensión menos afectada obteniendo la mayoría de los participantes niveles muy altos (87.1%). Expresiones como: “…soy alegre”, “…no me importa tener como amigos aquellos que los demás no quieren”, “…me gusta mucho conversar con mis amigos”, “…tengo muchos amigos”.
En otro orden, la observación permitió identificar que aquellos adolescentes que muestran comportamientos prosociales expresan actitudes positivas como parte de su comportamiento en el contexto escolar. Dentro de las más significativas se destacan, el cumplimiento del horario docente, uso correcto de la vestimenta, cuidado de los materiales escolares, la integración al grupo de coetáneos, motivación por ser útil y superar las dificultades que afrontan.
Aun cuando no fue objeto de la investigación, se pudo identificar que el contexto familiar no es favorecedor de comportamientos prosociales. Ello se evidencia, en vivencias de soledad y tristeza que manifiestan los adolescentes, tales como: “…me siento muy solo en casa”, “…no tengo buenas relaciones con mis padres”, “…no tengo con quien hablar mis cosas”. En ese sentido, se denotan carencias en el apoyo social proveniente de este contexto. Aspecto este que merece especial atención para futuros estudios.
El estudio surgió con el propósito de caracterizar la conducta prosocial en adolescentes con discapacidad intelectual leve. Numerosas investigaciones coinciden en la importancia de este comportamiento para el desarrollo psicológico y ajuste en este grupo de personas (Moroń, et al., 2018).
Su comprensión debe hacerse desde la situación social de desarrollo del adolescente (Vigotsky, 1997), considerando su determinación histórico-cultural y la interacción sujeto-medio. Tal y como señalan Carvajal-Rivadeneira, et al. (2018), no se refiere solo al ambiente, sino a la interacción construida por el sujeto con este y consigo mismo, por lo que en el desarrollo de la persona se debe prestar atención a la relación entre las condiciones interpersonales o externas y las intrapersonales o internas.
El comportamiento prosocial de los adolescentes estudiados está matizado por su situación social de desarrollo, las vivencias asociadas al contexto escolar, la etapa del desarrollo psicológico por el que transitan y su condición de discapacidad intelectual leve. Contrario a lo que plantea la literatura científica sobre un declive de este tipo de comportamientos en la adolescencia, los sujetos muestran altos niveles de prosocialidad de manera general.
Ello se puede explicar desde las potencialidades del contexto escolar para fomentar las interacciones entre pares y su socialización. De ahí que expresen vivencias positivas asociadas a sus relaciones de amistad, la aceptación y respeto, entre coetáneos, en tanto no se perciben diferentes de los otros. En ese sentido, Kedrova & Matantseva (2016), señalan que la posición de valor “el otro”, tiene un significado especial e impacto positivo en la socialización de estos adolescentes.
Este apego entre los pares ha sido identificado por Mestre (2014), como una variable predictora de la prosocialidad. Los niveles altos de sociabilidad y respeto así lo denotan. Aunque en relación a esta última variable, la falta de responsabilidad ha sido otro aspecto identificado, este guarda estrecha relación con las dificultades antes descritas.
Muy relacionado con las variables anteriores, se encuentra la empatía que también se ubicó en niveles altos. Es ampliamente reconocido, que es un facilitador de la conducta prosocial. Se define como un proceso que incluye tanto la valoración cognitiva como una adecuada respuesta emocional (Barenz & Lee, 2018). Promoverla, beneficia las relaciones interpersonales y comunitarias, disminuye los crímenes violentos y permite comprender la diversidad. Sin embargo, los déficits en esta se han asociado a la antisocialidad y la agresividad.
Especial atención merecen las dificultades en la preocupación empática. Esto incluye la preocupación por el sufrimiento de los otros y el deseo de atenuarlo o disminuirlo (Graaff, et al., 2014). Los adolescentes estudiados expresan dificultades para la solución de conflictos, comprender lo que experimentan los demás, reconocer las emociones ajenas, además del uso de un lenguaje inmaduro y pueril. Estos resultados, concuerdan con Orellana-Cortina (2017), quien señala que es en esta etapa, donde la falta de madurez y limitaciones se hacen más significativas.
Por otra parte, estos problemas pueden atribuirse a déficits en el proceso de comprensión emocional. Aspecto este que se ha identificado en otro estudio con adolescentes en igual condición (Renton, 2016). Esto provoca que no se impliquen empáticamente en las vivencias de sus compañeros. Asimismo, se constatan carencias en las habilidades sociales, siendo un componente crítico en la discapacidad intelectual. De ahí que atender estas dificultades tempranamente, contribuirá a prevenir la depresión, el aislamiento y los problemas mentales.
Como resultado de estas dificultades, el liderazgo se encuentra en niveles bajos, coincidiendo con Hosseinkhanzadeh (2014), quien reporta déficits en las habilidades sociales en adolescentes iraníes en igual condición. Numerosos estudios destacan, la significación de la interacción entre pares para su formación y desarrollo social (Jung & Schröder-Abé, 2019). De ahí que estas carencias, pueden constituirse como un factor de riesgo para su adaptación social e integración. En relación a esto último, la literatura psicológica ha evidenciado que el comportamiento del adolescente con discapacidad intelectual y su autoconciencia, está altamente determinado por la influencia de factores externos (Sandu, et al., 2015).
Al desear ser aceptados entre sus pares, los hace susceptibles a influencias negativas de los otros y el contagio grupal. De ahí, que siempre esperen a que sea su compañero quien comience la acción. La baja autoestima y las dificultades en su autoconcepto, también inciden en los niveles de liderazgo encontrados. La configuración psicológica de ambos procesos, está asociada al fracaso académico que han experimentado a lo largo de su ciclo vital. De ahí, la falta de confianza en sí mismos y de sentimiento de valía personal.
Asimismo, la pasividad y falta de iniciativa que expresan, pudieran asociarse a una menor eficiencia y efectividad en sus funciones ejecutivas, especialmente dificultades en su memoria de trabajo, tal y como precisa Van Giessen (2016), con adolescentes en igual condición. Se señala que dentro de los procesos afectados está el comportamiento intencional, la respuesta inhibitoria y la planificación. Se ha demostrado que estos déficits influyen en el comportamiento social y las habilidades metacognitivas. Por consecuencia, los procesos de autorregulación comportamental también se afectan. Ello se expresa en la falta de habilidad para organizarse y desarrollarse a sí mismo, tal y como señalan Kedrova & Matantseva (2016). De lo anterior se deriva la necesidad de mayor estimulación desde fuera.
Tal y como se planteó en el análisis de resultados, el tema de la familia no fue objeto de investigación. Pero si abre la oportunidad, para reflexionar en torno a tan importante contexto y el riesgo que representa para el desarrollo de estos adolescentes. En ese sentido, el contexto familiar, las prácticas de crianza y los estilos parentales juegan un papel decisivo en el desarrollo de comportamientos ajustados o desajustados psicológicamente, y en el desarrollo social del niño y el adolescente.
Conclusiones
Lo analizado hasta aquí permite perfilar algunas particularidades de los adolescentes estudiados. La prosocialidad es un comportamiento distintivo en este grupo. El contexto escolar y las interacciones entre pares basadas en el respeto y la aceptación, constituyen factores protectores. Los sujetos expresan empatía de manera general. Aunque las dificultades en la preocupación empática, la comprensión emocional y las habilidades sociales de no atenderse rápidamente y cronificarse, pueden llevar a la antisocialidad.
El liderazgo, es la variable más afectada resultado de un inadecuado autoconcepto y dificultades en su autoestima. También influyen en ello dificultades en la regulación comportamental y la toma de decisiones. Aunque no fue objeto de estudio, pero por las implicaciones que tiene la familia para el desarrollo socioemocional de los adolescentes estudiados, se sugiere estudiar la prosocialidad desde este contexto.
Ello se debe en lo fundamental, a que los propios adolescentes refieren a la familia como un contexto poco favorecedor de este tipo de comportamientos. Estas dificultades, pueden tener implicaciones para los logros ya alcanzados. La evidencia empírica muestra que los déficits cognitivos que experimentan estas personas, no es una limitación para el desarrollo del comportamiento prosocial. Así como que, aquellos que reciben una influencia positiva de sus padres muestran mayor prosocialidad. De ahí la necesidad de mayores estudios tanto diagnósticos como interventivos que incluyan a la familia.
Como limitación del estudio se señala, el número de participantes, así como que, por tratarse de una primera aproximación, los análisis realizados se centran únicamente en la descripción del fenómeno objeto de estudio desde la perspectiva de los adolescentes. Para investigaciones posteriores, se sugiere incluir a los docentes, así como el desarrollo de un estudio cualitativo que permita ahondar en los significados de los adolescentes en relación a la prosocialidad.