INTRODUCCIÓN
Las drusas del nervio óptico (DNO) son formaciones globulosas hialinas de cinco a 1 000 micras de diámetro que, comúnmente, están situadas por delante de la lámina cribosa. Contienen aminoácidos, ácidos ribonucleicos, una pequeña cantidad de hierro y calcio, lo que determina que sean estructuras parcialmente calcificadas. Son estructuras redondeadas de naturaleza cálcica que se desarrollan en el nervio óptico y que evolucionan de forma dinámica en la edad adulta y originan graves alteraciones campimétricas. Suelen aparecer en discos ópticos pequeños probablemente por el bloqueo del transporte axonal que origina su acúmulo.1,2,3
Las DNO en la infancia suelen ser un hallazgo casual, aunque pueden presentar síntomas como fotopsias, restricciones campimétricas o disminución de la agudeza visual (AV). El diagnóstico se confirma mediante la ecografía modo B, que objetiva lesiones hiperreflectantes en la papila con sombra acústica posterior, así como con la autofluorescencia típica de las DNO. Clínicamente, se ha descrito una incidencia de 3,4 por cada 1 000 adultos; no obstante, los estudios histológicos sobre autopsia de cadáver reflejan una incidencia mayor. Suelen ser bilaterales y asimétricas, con una mayor predilección por el sexo femenino.1,2 Pueden disminuir la agudeza visual central (poco frecuente), así como producir defectos campimétricos, y algunos simulan un patrón glaucomatoso. Este hallazgo, unido a una difícil interpretación del disco óptico por la presencia de las drusas, aumenta la complejidad en el diagnóstico y el seguimiento de pacientes.4 Se asocian con relativa frecuencia a anomalías vasculares oculares como la elevación anómala de la papila y es necesario establecer el diagnóstico diferencial con el papiledema.
Las drusas del nervio óptico deben ser incluidas en el diagnóstico diferencial de pseudopapiledema porque pueden resultar difícilmente identificables mediante funduscopia. La intención de este artículo es hacer conciencia sobre la importancia del diagnóstico diferencial de papiledema y pseudopapiledema de manera que permita evitar procedimientos diagnósticos innecesarios y potencialmente riesgosos para la salud del paciente con la utilización de la ecografía y la tomografía axial computadorizada.
INFORMACIÓN DEL PACIENTE
Paciente femenina de 22 años, sin antecedentes patológicos personales, que acudió a la Consulta de Neurología del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Universitario “Arnaldo Milián Castro” de la Ciudad de Santa Clara, Provincia de Villa Clara, porque presentaba, desde hacía unos meses, vértigos, cefalea bifrontal refractaria a tratamiento y disminución de la agudeza visual, sobre todo del ojo izquierdo. Se solicitó una interconsulta con el Especialista en Oftalmología que, al examen físico, constató una disminución de la agudeza visual del ojo izquierdo. Se le realizó un fondo de ojo que constató una elevación de la papila óptica en relación con un pseudopapiledema izquierdo; por esa razón se decidió realizarle una tomografía axial computadorizada (TAC) simple con cortes finos (Figura 1), sin angulación del gantri: llamó la atención una imagen hiperdensa (86UH) puntiforme de 2mm de diámetro a nivel de la papila del ojo izquierdo que corroboró la presencia de drusa del nervio óptico. Se realizó una resonancia magnética nuclear (RMN), corte sagital (Figura 2), que corroboró el diagnostico planteado por la TAC. Se le impuso tratamiento y se le indicó el uso de lente intraocular para corregir el defecto.
DISCUSIÓN
Este es un caso de drusa del nervio óptico que simula un papiledema. De acuerdo con los estudios de Lorentzen las drusas del nervio óptico se heredan en forma autosómica dominante irregular y generalmente son asintomáticas, pero pueden volverse sintomáticas por defectos campimétricos insidiosos que progresan muy lentamente, por hemorragias espontáneas asociadas con membranas neovasculares coroideas (incluso en pacientes pediátricos) y por alteraciones isquémicas de la papila o por oclusiones arteriales. Los defectos en el campo visual toman la forma de agrandamiento de la mancha ciega, de defectos arcuatos o de contracciones periféricas; cuando estos suceden suele objetivarse una disminución de la agudeza visual o restricciones del campo visual.5
Las DNO superficiales suelen ser fácilmente identificables con las técnicas habituales de diagnóstico; sin embargo, en el caso de las DNO profundas y enterradas puede resultar más compleja su identificación. Esta situación se describe con más frecuencia en la infancia, aunque existe una fuerte evidencia de que, con el paso de los años, se produce un aumento lento y progresivo en su tamaño y su visibilidad. La difícil visualización de las drusas enterradas hace imprescindible su correcta diferenciación de un papiledema verdadero; se hacen necesarios métodos diagnósticos complementarios que apoyen la presencia de este tipo de drusas.6,7
No suelen ser visibles en el fondo de ojo durante la infancia porque permanecen enterradas debajo de la papila y se hacen visibles hacia la tercera década de la vida. Las DNO se asocian con relativa frecuencia a anomalías vasculares oculares como la presencia de arterias ciliorretinianas, la tortuosidad vascular, la neovascularización peripapilar o las enfermedades vasculares oclusivas. Para su diagnóstico la prueba de oro es la ecografía ocular modo B que objetiva lesiones hiperreflectantes en la papila con sombra acústica posterior. También son útiles para monitorizar la evolución de la enfermedad los campos visuales y la tomografía de coherencia óptica. Otros métodos diagnósticos menos sensibles y específicos son la TAC o la angiografía con fluoresceína.1,8
La capacidad de daño de estos cuerpos hialinos o drusas a la capa de fibras nerviosas y su afección a los campos visuales puede llegar a ser incapacitante para las funciones cotidianas del paciente.9