INTRODUCCIÓN
El ser humano exhibe, a través de todos sus medios de comunicación, una realidad llena de grandes y constantes cambios que exige estar preparados. Las instituciones del presente siglo han asumido la necesidad de educar en los nuevos conocimientos técnicos y teóricos necesarios para sobrevivir.1 Como una de las problemáticas fundamentales enunciadas, la agresividad constituye una preocupante a tener en cuenta por las consecuencias que trae en el orden personal, familiar y social.
Se define agresividad como el daño intencionado, físico o psíquico, a una persona u objeto. En la etapa infantil es una de las principales quejas de padres y educadores.2,3
Hay algunas conductas agresivas normales en la etapa de la vida; sin embargo, a partir de los ocho años, las características psicológicas del infante apuntan hacia una regulación de su comportamiento.4,5
Varios son los factores que se han asociado desde el punto de vista etiológico a la conducta agresiva. Se considera dentro de los más importantes el sociocultural y es la familia uno de sus elementos más significativos.2,6
Dentro del medio familiar la falta de coherencia en la educación genera comportamientos agresivos en el infante, unida a la permisividad, las carencias afectivas, el tipo de disciplina que se impone, el bajo nivel de escolaridad de los padres, el respaldo insuficiente de la estructura familiar, la diversidad de personas responsables del cuidado del niño, las condiciones inadecuadas de la vivienda y el consumo anormal de bebidas alcohólicas. Todo esto repercute en un incumplimiento de las funciones de la familia, especialmente la función educativa.
Debido a la trascendencia que tiene la familia para la sociedad y para la vida de cada uno de los individuos que la integran, si se aspira a perfeccionar la sociedad y a incrementar el bienestar de sus miembros, se requiere dar respuesta a las necesidades objetivas y subjetivas de la familia.
MÉTODOS
La consulta se realizó en la Clínica del adolescente perteneciente al Hospital Provincial Pediátrico Universitario “José Luis Miranda” de la Ciudad de Santa Clara, Provincia de Villa Clara. Se desarrolló un estudio descriptivo transversal pre-experimental, en el año 2019, a partir del diagnóstico realizado durante el año 2018.
El universo estuvo constituido por los niños entre ocho y nueve años que acudieron a la consulta con manifestaciones de agresividad. Fueron remitidos al Centro de Diagnóstico y Orientación (CDO) y se le realizaron estudios de caso para descartar un trastorno orgánico o psiquiátrico y determinar los factores sociales de las manifestaciones de la conducta agresiva. De un universo de 39 padres de los 27 niños evaluados por el CDO sin trastorno orgánico o psiquiátrico, que como etiología tuvieron, como elemento fundamental, el ámbito familiar, se seleccionó la muestra, según los requerimientos de un muestreo no probabilístico intencional. La muestra quedó conformada finalmente por 14 sujetos. Como método diagnóstico se utilizó una entrevista familiar, que sirvió de base para elaborar un cuestionario, a partir de lo que se elaboró la intervención educativa familiar, que fue sometida a criterio de especialistas.
Estadísticamente se utilizó la prueba de probabilidad exacta de Fisher (F) y el análisis de la media y la desviación estándar (S). Si la intervención educativa familiar propicia cambios significativos o muy significativos en el 60% o más de los temas propuestos, se consideró que elevó los conocimientos sobre la atención a niños con manifestaciones de agresividad.
RESULTADOS
La función educativa de la familia, a pesar de considerarse como la función rectora que debe cumplir esta institución social presenta, en la actualidad, producto de los procesos que discurren en la vida moderna, una gran problemática. La Tabla 1 permite plantear que antes de la labor con el grupo el 92,9% de sus integrantes tenía criterios erróneos sobre la misma. Estos criterios tienen como base la transmisión de estereotipos sexistas, los que se enmarcan dentro de las concepciones de la familia materna paterna filial, en la que se da una mayor responsabilidad a la madre para con los hijos; en otros casos las respuestas no ubican la educación del infante desde el mismo momento del nacimiento. Una vez concluida la intervención familiar el 92,9% de los sujetos que componen al grupo ofrece respuestas adecuadas, lo que está a favor de las potencialidades del instrumento aplicado. Se demostraron diferencias estadísticamente significativas en las variables antes y después de la intervención (p<0,000).
La función que cada miembro de la familia debe cumplir dentro de este marco está permeada por factores histórico-culturales, lo que influye en la correcta educación del niño, más si se considera la sociedad en la que se desenvuelve y la conducta que aspira de sus miembros. La Tabla 2 muestra resultados que devienen de su inclusión dentro de la intervención familiar educativa, por las situaciones que genera en hogares no funcionales. En la primera aplicación del cuestionario el 100% de la muestra da opiniones inadecuadas sobre la asignación de funciones dentro del marco del hogar porque reflejan normas patriarcales; sin embargo, luego de aplicada, el 85,7% se ubica en los escaques que se corresponden con respuestas adecuadas. Se demostraron diferencias estadísticamente significativas en las variables antes y después de la intervención (p<0,000).
En la Tabla 3 se aprecia la positividad del procedimiento desarrollado porque sin que los sujetos fueran influenciados el 92,9% ofreció dudas referentes al estilo educativo a emplear de acuerdo a las diferentes situaciones; sin embargo, una vez culminada la intervención este mismo indicador porcentual agrupa a los que respondieron con adecuación. También aparecen reflejadas las cifras que valorizan a la media (6,857 y 9,143) y a la desviación estándar (4,521 y 2,656), lo que muestra un comportamiento similar al análisis hecho por los autores de este trabajo, a partir de que el estilo educativo es algo inherente a la familia, pero que depende de la transmisión de fuertes patrones socio-culturales; no obstante, se produce un desplazamiento del número de sujetos hacia la categoría de adecuado.
La solución de conflictos de manera adecuada dentro del seno familiar es vital para prevenir conductas agresivas en el infante. El 100% de los miembros del grupo se catalogan dentro de las respuestas adecuadas después de aplicado el procedimiento investigativo, en el que se mostraron diferencias estadísticamente significativas en las variables antes y después de la intervención (p<0,000) porque, sin que se sometieran a la intervención, el 78,6% de los sujetos ofreció consideraciones no acordes con lo pautado, lo que se debió a que, inicialmente, los integrantes de la muestra solo identificaron como forma de dar solución a la situación presentada la confrontación, sin hacer mención de la evasión o el aplazamiento (Tabla 4).
La Tabla 5 refleja el conocimiento del grupo de padres sobre las formas de conducta agresiva que predomina dentro de los hijos, motivo por el que se solicitó la consulta psiquiátrica. El 64,3% antes de la intervención ofreció respuestas consideradas como adecuadas, o sea, reconocieron la agresión física y la agresión verbal como manifestaciones de esa conducta, posteriormente al proceso interventivo el 85,7% se ubicó dentro de esta misma categoría; sin embargo, a pesar de cambios en la información, estos no resultaron de significación. A pesar de esto se produce un desplazamiento de sujetos a la categoría de adecuado de acuerdo a la interpretación que se hace de la Media (5,571 antes del proceso investigativo y 8,571 después).
Varias son las clasificaciones de la conducta agresiva que incluyen diferentes elementos que le son inherentes. Al respecto, solo se pretende que los padres conozcan las diferentes formas de manifestación de conducta agresiva a fin de poder desarrollar acciones de carácter terapéutico y solucionar, de manera más acertada, los conflictos que se presenten.
DISCUSIÓN
En el estudio de Isabel López Ibáñez se apunta que los entrevistados piensan que lo que fundamentalmente se aprende en la familia es a relacionarse con los demás, a quererlos y a respetarlos, a ayudarlos y a destacar, por sobre todas las cosas, el amor a la propia familia, y que el amor a la familia se aprende dentro de la propia familia, lo que es coincidente con los resultados posteriores a la intervención en este trabajo. Ser educados y saber comportarse en cada lugar es un aspecto que los padres, según la propia investigadora, consideraron que es parte de la responsabilidad de formación de los hijos.6 Son un reto y un desafío generar modelos de intervención para las personas y las familias que no eludan las realidades actuales. En el contexto de la globalización la familia no parece fortalecerse; sin embargo, en la familia cubana se ponen de manifiesto los impactos de las políticas sociales de educación, salud y seguridad social y el papel de la mujer. Las familias en Cuba no están amenazadas por los excesos de las sociedades de consumo y la extrema invasión de la tecnología, tampoco por la pobreza, pero eso no quiere decir que no haya otros problemas de comunicación, de convivencia obligada por falta de espacio, de maltratos y de incomprensiones que ponen de manifiesto una escasa cultura de convivencia y cotidianidad para los niveles culturales alcanzados.7 La familia necesita enfocar de forma óptima la crianza y la estimulación de sus hijos y es decisiva en su formación.8,9La opinión de estos autores es coincidente con las pretensiones de esta investigación.
Al respecto también expresan algunos autores que “… la instrucción del hombre depende de cómo se le enseñe desde los primeros años de su vida. Posteriormente algo de lo perdido se podrá recuperar, pero ¿a qué precio?”10 Estos doctores hacen alusión a la importancia de la educación del niño desde el momento de su nacimiento.
Las funciones de madre y padre, se condicionan mutuamente y a la vez están influidas por el ejercicio de los roles de otras personas en la familia y por la interacción masculina y femenina en los roles matrimoniales, ocupacionales y otros.6,11
El modelo de masculinidad dominante caracteriza a los hombres como personas más importantes: seres autónomos, fuertes, potentes y proveedores, lo que es aprendido desde que son pequeños, todo adjudicado socialmente; sin embargo, en Cuba se desarrollan grandes esfuerzos por fomentar y lograr la equidad de los géneros.12
Lo esgrimido por estos autores refleja una problemática, relacionada con la función que cada miembro debe cumplir de acuerdo al atributo sexual, con la dominancia del hombre dentro de las relaciones de pareja, lo que se traduce en violencia conyugal intradomiciliaria, que afecta las relaciones personales y repercute en la educación del niño.
En estudios realizados acerca de la conducta agresiva de los niños se evidenció que cuando la atención de los infantes no recae directamente sobre los padres, estos son muy propensos a manifestar conductas agresivas (el 50% es atendido por otro miembro de la familia), lo que traduce diferencias en el estilo educativo.13,14
Según el criterio de estos autores la incongruencia en el comportamiento de los padres es otro factor muy ligado a la conducta agresiva.
La inconsistencia en el comportamiento de los padres no solo puede darse a nivel de comportamientos e instrucciones, sino también a nivel del mismo comportamiento. En este sentido puede ocurrir que, respecto del comportamiento agresivo del niño, los padres unas veces los castiguen por pegar a otro y otras veces le ignoren, por lo que no le dan pautas consistentes. Incluso a veces puede ocurrir que los padres entre si no sean consistentes, lo que ocurre cuando el padre regaña al niño pero no lo hace la madre.15,16,17
Una educación poco exigente fomenta conductas agresivas porque el niño crece creyendo que es dueño del mundo y que tiene derecho a hacer lo que desee sin tener en cuenta a los demás. Al interrelacionarse con otras personas, que no serán permisivas como sus padres, querrá seguir este camino y, al no conseguirlo, generará una frustración y un enojo que desencadenarán en una reacción agresiva.18
Estas opiniones son coincidentes con los resultados de este trabajo antes de la intervención familiar pues la permisividad predominó dentro de las respuestas ofrecidas por los encuestados.
La intervención familiar educativa desarrollada, además de potenciar la adquisición de conocimientos sobre las diferentes formas de solución de conflictos, permitió la valoración de cómo aplicar las mismas en las diferentes situaciones.
Las normas de convivencia han de introducir elementos suficientes de prevención de conflictos, organizativos y materiales. Una buena familia no es la que no tiene conflictos sino la que les da una respuesta.19,20
La participación es un objetivo educativo, una forma de organización dentro de la familia; no es un proceso lineal. Una buena comunicación es imprescindible para llevar a cabo tareas relacionadas con la resolución de conflictos.21,22,23 Estas opiniones coinciden con las pretensiones de este trabajo.
Varias son las clasificaciones de la conducta agresiva que incluyen diferentes elementos que le son inherentes. Al respecto, solo se pretende que los padres conozcan las diferentes formas de manifestación de la conducta agresiva a fin de poder desarrollar acciones de carácter terapéutico y solucionar, de manera más acertada, los conflictos que se presenten.
CONCLUSIONES
Los padres desconocían aspectos relacionados con manifestaciones de conducta agresiva. Los evaluadores externos ofrecieron opiniones positivas sobre la intervención propuesta que, una vez desarrollada, potenció cambios significativos o muy significativos en el nivel de conocimientos de los sujetos que conformaron la muestra.