Introducción
El sistema de evaluación del aprendizaje tiene como propósito contribuir a la mejora de la calidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje, es por ello que debe darse antes, durante y después de estos procesos, reconociéndose así las dificultades que se presentan en ellos, las causas que las originan y actuar a tiempo, sin esperar a que el proceso concluya; por tanto es de naturaleza formativa (Bravo Realza, 2012; Ahumada, 2010).
Del mismo modo, la evaluación del aprendizaje asume que su objeto lo constituyen los criterios e indicadores de cada área curricular, los cuales devienen en parámetros de referencia para establecer los progresos y dificultades de los estudiantes, los que en su recopilación, registro, análisis y comunicación del proceso evaluativo, ofrecen un juicio de valor al respecto. (Landeros, 2010)
El tema de la evaluación, su conceptualización y tratamiento no es nuevo, sino que se ha conformado históricamente, en correspondencia con la existencia de los disímiles enfoques que, en su definición, han existido en el devenir del tiempo. (Martínes, 2010)
En el continuo de su evolución, el término ha adquirido connotaciones diferentes en dependencia del punto de vista de sus autores. Unos se refieren a ella como proceso, como categoría, como componente; para otros es una etapa, un eslabón o una función del proceso pedagógico, lo que evidencia los diferentes enfoques y alcances de la categoría evaluación.
De tal caso, confluye la existencia de un registro bastante amplio de información y autores, pero a la vez la existencia también de coincidencias al respecto.
Con relación a sus funciones, en la actualidad, desde la perspectiva sociológica, filosófica y de la Pedagogía se continúa discutiendo sobre las funciones sociales de la evaluación y del aprendizaje. Uno de los valores más notorio de esta polémica es que evidencia que no hay valoración neutral, tampoco educación neutral, sino que siempre están presentes los intereses de clase en el acto educativo y en consonancia con ello serán las funciones que cumpla.
Una generalización acerca de la importancia de la evaluación educativa reconoce que esta es, a la par que una herramienta de gran importancia para el proceso de aprendizaje, un elemento que permite criticar y revisar los planes, programas y métodos con el fin de optimizar el proceso docente - educativo.
Desarrollo
El término evaluación ha perdido la simplicidad y la significación que tenía en la década del 40 del siglo XX, cuando por primera vez se comenzó a utilizar en la educación y cuando el trabajo evaluativo se reducía a comparar objetivos y resultados. Tal cuestión se ha complejizado a la luz de nuevos enfoques y paradigmas.
Un estudio al respecto permite afirmar que durante este tiempo la evaluación estuvo destinada a algunas funciones específicas como el examen y la comprobación del rendimiento académico. Solo a partir de los años 70 del pasado siglo se inició un proceso de renovación cuando se entró a reconceptualizar el término.
Autores como Cronbach, Glaser, Eisner, Scriven, Stake y, fundamentalmente Stufflebeam, citados por Carnot Álvarez (2017), contribuyeron a cambiar una concepción que por mucho tiempo estuvo dominada por los modelos positivistas y en los cuales la evaluación se confundía muchas veces con la medición numérica.
Surgen entonces nuevas propuestas encaminadas a darle una dimensión más cualitativa a la evaluación. En tal sentido, el proceso tiene tanta importancia como los objetivos y los resultados; de ahí que empiece a discutirse acerca de una evaluación criterial, formativa e integral, para oponerla a una evaluación tradicional de tipo sumativo, cuantitativo y calificatorio.
Tendencias más contemporáneas abogan por una evaluación como un proceso global, donde su único referente no solo es el alumno, sino también el docente, la institución y aun la propia comunidad educativa y en ella, la familia.
Son muchas y variadas las definiciones sobre evaluación, pero en todas se repiten como invariables, aspectos comunes tales como: que es un juicio de valor, un proceso sistemático, es una medida de algo y una herramienta investigativa.
Sin embargo, existe unanimidad entre los autores acerca de que cualquiera que sea la concepción que se adopte sobre la evaluación, esta es en esencia un juicio de valor, lo cual implica inevitablemente un pronunciamiento y una interpretación de la información que se recoge sobre los sujetos (u objetos) que se pretenden evaluar.
Ya en el caso de la evaluación educativa, esta es más que un medio para juzgar, medir, sistematizar o investigar el proceso educativo; también la evaluación es diagnóstico, selección, jerarquización, comprobación, comparación, comunicación, formación, orientación y motivación.
Pero, cualquiera que sea la concepción que se tenga sobre la evaluación en este aspecto, existen elementos generalizadores que permiten señalar que evaluar es:
Emitir un juicio de valor fundamentado en información recogida sistemática y científicamente con el objetivo último de utilizar este juicio o información para actuar sobre un programa, una persona o una actividad.
Sin embargo, independientemente de las connotaciones que se le confieran, en el entorno educativo actual, del cual no esté exento la Educación Superior, en ocasiones, su labor se reduce a demandas más operativas, administrativas o técnicas que pedagógicas. En este contexto es usual encontrar que aún se evalúa para darle al alumno una información sobre su aprendizaje, para que el profesor conozca los efectos de su acción o para que el sistema legalice los resultados de los estudiantes.
En el caso de la evaluación del aprendizaje, esta se lleva a cabo por medio de la utilización de técnicas con sus respectivos instrumentos, todo lo cual permite comprobar el nivel de logros alcanzados por los estudiantes al constituir una vía para alcanzar los objetivos propuestos. (Leyva, 2010)
En tal sentido, constituyen técnicas de evaluación aquellos instrumentos, situaciones, recursos o procedimientos para obtener información adecuada con relación a los objetivos y finalidades que se persiguen.
La utilización de técnicas e instrumentos para la evaluación del aprendizaje facilita la labor pedagógica del docente, al permitirle establecer una relación equilibrada entre los objetivos y medios para garantizar la eficiencia del proceso enseñanza - aprendizaje.
Desde esta perspectiva, es recomendable utilizar técnicas diferentes que maticen, amplíen o profundicen la calidad de esa evaluación de aprendizaje por cuanto para la comprobación de los rendimientos académicos de los estudiantes, no basta con utilizar un solo tipo de técnica, sino que, dentro de cada tipo, habrá que determinar cuál de sus modalidades se adapta mejor al papel que se le exige en una situación determinada.
Por tanto, la evaluación del aprendizaje no debe estar limitada a pruebas como una herramienta para la recogida de información. Deben y pueden utilizarse otras fuentes como son: la observación de la actividad y la valoración de los trabajos o cualquier otra que permita visualizar todo tipo de objetivos y en correspondencia con ello seleccionar las técnicas más adecuadas para su realización.
Por ello, es importante resaltar que se trata de utilizar técnicas que respondan, de la manera más adecuada a los objetivos que se persiguen y despejar los fuertes inconvenientes que aún subsisten en las técnicas más usuales.
En todo proceso educativo la evaluación es rigurosamente necesaria, tanto para los alumnos como para los profesores. Sin embargo, la práctica pedagógica arroja que, en muchos casos, existe confusión con su puesta en práctica al identificarla con los resultados de una comprobación o un examen.
Resulta necesario en este sentido que, como herramienta asociada al proceso docente - educativo, la evaluación deba ser permanente y objetiva. Es por ello que no es suficiente con alcanzar resultados para expresar un tipo de calificación numérica, sino que requiere un juicio valorativo que conlleve al profesor a tomar decisiones de acuerdo con cada caso o necesidad para entonces orientar así sus acciones con relación a los requerimientos de los alumnos.
De tal cuestión se advierte que, en el lenguaje pedagógico, en su sentido más abarcador la evaluación incluye además el control, la comprobación y la calificación, pero deviene ella misma en la categoría más abarcadora.
Pero, cómo resolver desde el trabajo metodológico el adiestramiento de los docentes, sobre todo los noveles, que se inician en la docencia de la Educación Superior.
Desde los diferentes niveles organizativos - dígase colectivos de año, disciplina y carrera - resulta imprescindible intencionar este proceso tan importante para estudiantes y docentes. Para ello resulta imprescindible primero conocer cómo, mediante las formas de trabajo metodológico que se proponen en la Resolución Ministerial 210 del Ministerio de Educación Superior, esto puede hacerse posible.
Como cada asignatura evalúa sistemáticamente de formas diversas: exámenes parciales o finales, trabajos prácticos, exposición oral, prácticas de laboratorio, participación en clases, etc., y de acuerdo con ello así serán los resultados esperados, tanto por parte de los estudiantes como de los profesores; entonces y a partir de la generalización teórica del tema y la experiencia práctica de las autoras es recomendable que:
Todo estudiante conozca cuál es o son los criterios que la asignatura tendrá en cuenta para la evaluación y con qué instrumentos se realizará.
El estudiante sepa desde un principio cuáles serán los diferentes momentos de evaluación para organizar así el tiempo de estudio.
El profesor tenga claridad acerca de qué quiere preguntar y qué procedimiento quiere que desarrolle el estudiante. Ello conlleva a que el profesor defina aquellas habilidades que el estudiante debe demostrar y que deben haber sido debidamente ejercitadas en el aula y que en correspondencia con ello requieren de respuestas breves o extensas. Tal es el caso de: definición, explicación, argumentación.
De igual manera los profesores, como parte de la preparación de la asignatura, deben analizar minuciosamente los contenidos y objetivos a evaluar para identificar así criterios e indicadores de acuerdo con las potencialidades y necesidades de sus estudiantes. En correspondencia con estos aspectos serán la selección de las técnicas a utilizar y la elaboración de los instrumentos a aplicar.
El carácter participativo de la evaluación es otra cuestión a tener en cuenta al posibilitar la intervención de los distintos actores en el proceso, a través de la autoevaluación, coevaluación y heteroevaluación. Pero también para ello resulta imprescindible adiestrar a los estudiantes para que concienticen que su participación en tal proceso no es una formalidad, sino una contribución al reconocimiento de fortalezas y debilidades en ellos mismos y en los demás, que les servirán para identificar qué pueden resolver por sí mismos y qué con ayuda de otros.
Conclusiones
La evaluación de aprendizaje es un proceso complejo; la necesidad de formar a un individuo integralmente requiere de organizar un proceso evaluativo integral que atienda tanto lo cognitivo como lo afectivo en su propia dialéctica.
No existen métodos ni recetas exclusivas para llevar a cabo una evaluación efectiva, sin embargo, es importante que el docente se prepare y se mantenga actualizado, sea cual sea el nivel en el que ejerza. Desde esta perspectiva, la evaluación debe convertirse en un proceso sencillo que le permita sentirse seguro y satisfecho de su labor.
La aplicación seria, objetiva y sistemática de la evaluación como proceso con sus respectivas técnicas e instrumentos genera un sistema propio y contextualizado para cada asignatura, con lo cual el docente está en condiciones de perfeccionar su labor pedagógica y a ello contribuye el trabajo metodológico que se realiza en los diferentes niveles organizativos.