La pandemia COVID-19 tomó a todos por sorpresa. Nadie pudo prever con suficiente anticipación la magnitud de la enfermedad y menos, las consecuencias económicas, políticas, sociales y educativas que tendría; en este último caso, la enseñanza universitaria no se encontraba preparada para su enfrentamiento.
En Cuba, como en otros países del mundo, la aplicación de las medidas de distanciamiento social produjo la suspensión de la educación médica presencial e impuso su continuidad en la modalidad de educación a distancia, con la incorporación de los estudiantes a la pesquisa activa de sintomáticos respiratorios como actividad primordial para enfrentar la COVID-19 en la nación.1,2 Sin embargo, esta desvinculación a las acostumbradas actividades docentes presenciales conllevó a un debate y una incertidumbre sobre las mejores acciones a seguir para evitar un impacto negativo a largo plazo en la formación del futuro profesional.
En este sentido, García-Peñalvo3 propone varios retos a los que deberá enfrentarse el sistema universitario tras esta primera oleada de la pandemia, a corto, medio y largo plazo, los cuales se corresponden perfectamente con la educación médica, según él: a corto plazo, cerrar el actual curso académico con los parches que de forma sobrevenida se han aplicado, tanto para impartir las clases como para evaluar. Si bien no habrán sido los más adecuados desde el punto de vista de su diseño educativo, hay que poner en valor que se ha dado una respuesta en un tiempo récord; en el medio plazo, en el curso 2020-2021 no se volverá a la normalidad a la que se estaba acostumbrado antes del confinamiento. Habrá que aprender a convivir con este virus. A las situaciones de adaptación de las aulas físicas habrá que añadir un rediseño de la docencia con la incorporación de escenarios de virtualidad, bien como complemento a las medidas adoptadas o de nuevos estados de confinamiento en el peor de los casos; en el largo plazo, toda crisis tiene su efecto positivo. En este caso, la COVID-19 ha supuesto un acelerador imprevisto para la transformación digital de la docencia universitaria.
La educación médica precisa poner en práctica estrategias que le permitan enfrentar los retos que supone la etapa pos-COVID-19, sin renunciar a su objetivo fundamental: egresar profesionales de la salud humanistas y con una calidad a tono con las necesidades de la sociedad.
Durante esta etapa, es preciso fortalecer el trabajo con los cuatro elementos clave de aprendizaje que la Unesco propone para la educación en el siglo XXI: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser.4 Todos deben aprender a conocer en este nuevo escenario, o sea, cumplir el objetivo de llegar a comprender y poder descubrir o crear nuevos conocimientos, pese a los retos impuestos por la pandemia y los profesores deben garantizarlo, pues, ante este futuro incierto, la función educativa debe continuar. Se deberá recurrir aún más a las oportunidades que brindan las tecnologías de la información y las comunicaciones, sobre todo, las aplicaciones multimedia que incluyen videos para apoyar el desarrollo de habilidades, tanto clínicas como preclínicas.
Indiscutiblemente, el empleo de la tecnología ha ganado un gran protagonismo en el contexto de la pandemia, hasta llegar a plantear la reflexión: ¿es imprescindible el entorno clínico para la enseñanza de la Medicina o se puede sustituir por una realidad virtual?5 Ante esta interrogante, los autores consideran que en Cuba aún no existe una infraestructura tecnológica suficiente para pensar en ello, por lo que la educación médica cubana, a pesar de los reajustes docentes, nunca debe prescindir de la educación en el trabajo como vía para contribuir a la formación de las habilidades y hábitos prácticos que caracterizan las actividades profesionales, así como tampoco de las acciones de vigilancia epidemiológica que desde un tiempo atrás los estudiantes vienen realizando para identificar a pacientes con signos y/o síntomas prodrómicos de enfermedades como el dengue, zika, chikungunya y fiebre amarilla. Estas actividades contribuyen a desarrollar la vocación de servicio,6) a su vez se verán enriquecidas por las experiencias de la actual labor de pesquisa activa que desarrollan los estudiantes, que no solo tiene un impacto positivo en ellos, sino también en la sociedad. Estos son elementos que deben intencionar los docentes para que los educandos no dejen de aprender a hacer en el nuevo contexto.
Es importante señalar también que en esta etapa pensar en el currículo oficial es excesivo. No se hablará a partir de ahora de una pedagogía convencional;5 en tiempo pos-COVID-19 se requerirá una pedagogía reflexiva y solidaria. En este sentido, tienen ventajas en el currículum de las ciencias médicas, las ciencias sociales, dígase la historia y la filosofía, las cuales podrían ayudar en gran medida a flexibilizar el currículo base. Estas disciplinas, dado su contenido, pueden emplear lo acontecido durante la pandemia desde el punto de vista social, para facilitar sus clases sin perder la esencia de cada uno de los programas, algo a lo que nunca se puede renunciar, pues son las que llevan al alumno los conocimientos que les permiten comprender y evaluar la importancia del sistema social y del desarrollo económico social en el mantenimiento de la salud y la prevención de las enfermedades, de ahí su importancia para que los estudiantes aprendan a convivir como profesionales de la salud.
Otro elemento a tener en cuenta es que la situación generada es altamente emocional y resultará difícil que una propuesta educativa en lo adelante tenga éxito si no sintoniza con las emociones y la situación vivida por cada uno de los alumnos.
Las clases a partir de ahora deben propiciar un cambio más humanizado en la formación del profesional para que responda a necesidades no solo económico-sociales, sino que a su vez sea capaz de enfrentar con empatía los retos que se les presentan en la cotidianidad; en fin, que se logre que los estudiantes aprendan a ser.
En este nuevo panorama, una vez que se retomen las aulas, la voz del docente debe ser el faro de la esperanza que tanto anhela la sociedad, donde flexibilidad, responsabilidad, empatía y solidaridad debieran ser las palabras de orden.5,6
Como otras veces en la vida, una tragedia ha sido una oportunidad para cambiar las cosas, para generalizar soluciones alternativas; en este caso, para mejorar la educación médica.