INTRODUCCIÓN
La cultura grecolatina como fuente de inspiración de artistas a lo largo de varios siglos en América es patente en disciplinas tan diversas como la arquitectura, la pintura o la escultura. Al constituirse el México colonial a imagen y semejanza de su metrópoli, se trasladaron entidades institucionales semejantes a las españolas, como la Real y Pontificia Universidad de México. Sin embargo, dicha institución, controlada por la Iglesia, tenía defectos tanto en su administración como ‒y esto era lo más grave‒ en la formación de los estudiantes; ya el Obispo de Puebla, don Juan de Palafox y Mendoza, en su calidad de visitador general, en una carta que Sánchez Vázquez describe como «reservada, hasta hoy inédita» (Sánchez Vázquez, 2002, p. 268) escribía al rey Carlos V:
La Universidad tiene más lucimiento de doctores que de estudiantes. Hállase en muy trabajoso estado, y tengo particulares apuntamientos para cuando comience a obrar en su visita. La ruina de una comunidad tan útil, son los mandamientos de los virreyes, los cuales parece que traen comisión particular de V. Majestad de acabar con sus estatutos, porque sin embargo que estos están confirmados por V. Majestad y su Consejo, y que hay Breves de su Santidad en que da la forma que se ha de tener en los grados, juntándose las dos manos: Apostólica y Real, a perfeccionar la obra más importante que hay en la iglesia de Dios, que es enseñar a la juventud y crear sujetos para los ministerios eclesiásticos y seculares, despachan mandamientos de los virreyes de ruego y encargo al Maestreescuela para que con dos cursos gradúen a los que les parece; y como lo podía hacer el Pontífice y V. Majestad, dispensan en todo sin ningún género de reparo. Y como esto se hace sin consideración de consulta de Audiencia o Acuerdo, gobernándolo intersecciones, vase haciendo más daño con las dispensaciones que se hace provecho con las leyes y estatutos. (Sánchez Vázquez, 2002, p. 268).
Ahora bien, para el último tercio del siglo xviii, la Real Universidad se había mantenido con sus modelos pedagógicos medievales, mientras que la sociedad, influida por los teóricos de la Ilustración, demandaba una enseñanza racionalista y actualizada en los avances científicos y tecnológicos de la época. Los programas innovadores en materia económica, industrial y tecnológica, de sanidad, entre otros, instituidos por el monarca Carlos III, favorecieron los cambios en la península. Es en ese contexto que surgieron en México escuelas dependientes de la Corona, pero independientes de la Iglesia, con una visión científica y con objetivos pragmáticos: el Real Colegio de Cirugía, fundado en 1778, que compartió instalaciones con el Hospital Real de los Naturales (o de Indios); la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos, fundada en 1781, que ocupó el local del extinto Antiguo Hospital del Amor de Dios, nosocomio donde se trataron enfermedades venéreas desde poco después de la Conquista hasta 1788, año en que fue cerrado;1 y el Real Seminario de Minería, de 1792, que se estableció en la actual calle República de Guatemala, en el centro de la ciudad, pero que se mudaría veintiún años después, en 1813, al Palacio de Minería, construido por Manuel Tolsá.
LA ACADEMIA DE SAN CARLOS Y EL MUSEO NACIONAL DE ARTE
Aunque las tres artes a las que se refiere el nombre de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos, de 1781, son la pintura, la escultura y la arquitectura, en realidad su fundación no obedeció a ninguna de estas, sino a que:
El grabador mayor [de la casa de Moneda], Gerónimo Antonio Gil, sugirió la necesidad de establecer una academia de grabado. Al aceptarse la propuesta, su entusiasmo lo llevó a convencer al superintendente de la institución de promover la fundación de una academia de las nobles artes, a semejanza de la de San Fernando de Madrid. El virrey vio con agrado la idea y el 4 de noviembre de 1785 se iniciaron los cursos en la escuela de grabado de la Casa de Moneda. Cuatro años más tarde se inauguró oficialmente la Academia de las Nobles Artes de San Carlos de la Nueva España. (González Gamio, 2012, s. p.).
Dos de esas tres nobles artes, la escultura y la arquitectura, desde un principio tendieron a fundirse, pero sobre la marcha la arquitectura también desempeñó un papel importante en su dimensión urbanística, la cual en México se ha ido reconociendo como una especialidad autónoma.2
Así, desde los comienzos de la época novohispana, la tendencia fue no solo la construcción de nuevos espacios especializados para las nuevas funciones, servicios y oficios propios de la cultura colonial, sino que ello conllevó un concepto de ornatus que aún ahora puede percibirse en las construcciones coloniales del Centro Histórico de la Ciudad de México, y en algunos monumentos como la fuente del Salto del Agua,3 o ciertas vías sobrevivientes como el Paseo de Bucareli ‒antes Paseo Nuevo y hoy simplemente la calle de Bucareli‒ y, sobre todo, ya del siglo xix, el Paseo de la Emperatriz, hoy Paseo de la Reforma.4
Ahora bien, el Museo Nacional de Arte nació en 1982, «de la necesidad de reunir en un mismo espacio las obras maestras producidas en lo que hoy es México a lo largo de más de cinco siglos, para dar una visión panorámica del devenir de nuestra historia y de la creación artística» (Arteaga, 2016, p. 8).5 Su acervo actual comprende obras provenientes de las bodegas, museos y otras dependencias del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA, hoy nuevamente INBAL, de Bellas Artes y Literatura), así como de colecciones privadas y hasta de diversos espacios públicos, por ejemplo, la Alameda Central, donde «su conservación resultaba poco factible» (Arteaga, 2016, p. 8). En otros casos, obras que fueron prestadas temporalmente para museos o exhibiciones artísticas en el extranjero sufrieron todo tipo de daños, inclusive la mutilación; y si bien con el tiempo han sido restauradas, a veces los daños fueron irreversibles. Esto último sucedió con la obra Alegoría de la Constitución de 1824, de José María Labastida (ca. 1800-ca. 1849), donde se muestra a una mujer en posición sedente que no solo evoca las interpretaciones de la República Francesa o del Directorio, sino que se remonta al mármol griego de una Cibeles colosal (Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte. Escultura. Siglo xix, 2000, pp. 151-163).
Sin embargo, la situación global de lo que constituyó «el vasto legado escultórico de la Academia de San Carlos» (Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte. Escultura. Siglo xix, 2000, p. 7), al parecer sigue siendo parcialmente incierta, según se infiere de los anexos al Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte, del año 2001. Siguiendo el listado de un avalúo de 1867, en la actualidad hay muchas obras ausentes que «o se han perdido irremediablemente, o bien permanecen refundidas en oscuras bodegas en espera de que alguien se tope con ellas y buenamente las identifique» (Arteaga, 2016, pp. 8-9).
Por otra parte, con la creación de la primera gliptoteca en el Museo Nacional de Arte (MUNAL) de la Ciudad de México, en 2016, se le proporcionó a la escultura un espacio propio, no con réplicas de modelos clásicos, sino con piezas originales de autores mexicanos que abordaron directa o indirectamente temas grecolatinos. Así, se buscó «presentar a esta disciplina con la relevancia que merece, alejándola de la equivocada consideración decorativa que se le atribuye y la errada percepción de que se trata de un género secundario en las grandes artes» (Arteaga, 2016, p. 10).
EL DISCURSO ARTÍSTICO EN LA GLIPTOTECA DEL MUNAL
La Gliptoteca del MUNAL, comparada con el resto del acervo de ese museo, que abarca fundamentalmente obra pictórica, es pequeña. Está organizada en cinco temas que a su vez responden a una periodización histórica: 1. Heroicidad grecolatina; 2. De la estatuaria clásica al idealismo romántico; 3. Esteticismo; 4. Realismo poético y erotismo; y 5. Escultura nacionalista. La exhibición abarca diversos materiales como yesos, mármoles, bronces, terracotas, piedras y maderas de los períodos históricos referidos. Incluye también «dibujos o academias como parte del proceso creativo de la escultura, así como grabados y litografías que reproducen estatuas y monumentos» (Rodríguez Rangel, 2016d, p. 11).
Las breves síntesis que a continuación presento se basan tanto en los ensayos de los curadores de la exposición en el volumen Gliptoteca. Escultura en el Museo Nacional de Arte, del año 2012, así como en las descripciones y comentarios de los especialistas en los dos Catálogos dedicados a la escultura, de 2000 y 2001. Por cuestiones de espacio solo podré mencionar algunas de las obras de cada tema.
1. Heroicidad grecolatina
Las manifestaciones del primer tema abarcan la segunda mitad del siglo xviii y la primera del xix, cuando la sociedad se vio influida, además de por la Ilustración, por los vestigios arqueológicos recién descubiertos de Herculano y Pompeya, que en todas partes dieron como resultado el estilo neoclásico ( Rodríguez Rangel, 2016c, pp. 16-27). Piezas reveladoras del período son la estatua del Gladiador romano (ca. 1830) de José María Labastida (ca. 1800-1849), quien fue discípulo de Manuel Tolsá y uno de los primeros becarios del gobierno mexicano que fue a Europa; el estudio a lápiz de Galo moribundo, tomado de una figura de yeso, de un José María Velasco (1840-1912) aún aprendiz y cuya importancia posterior no solo radicó en su obra como paisajista, sino también en su labor como docente en la Academia de San Carlos; y finalmente una maqueta de Manuel Tolsá para la estatua ecuestre de Carlos IV, antecedente y estudio preparatorio de la estatua ubicada actualmente en la plaza frente al MUNAL, y conocida como El caballito.
2. De la estatuaria clásica al idealismo romántico
Del segundo tema conviene mencionar el cambio conceptual de la escuela formalista de José María Labastida y Pedro Patiño Ixtolinque (ca. 1800-1849), también discípulo de Tolsá, «frente a la concepción volumétrica» (Rodríguez Rangel, 2016a, p. 28) del propio Tolsá. Por otra parte, llega a México el español Manuel Vilar, quien en 1846 se encarga del ramo de escultura de la Academia de San Carlos, innovando «con una variedad temática y estilística» (Rodríguez Rangel, 2016a, p. 28) y formando escuela con numerosos discípulos. Así, a la tendencia de un alejamiento en San Carlos de la historia local y de las costumbres, que proponía temas bíblicos como modelos de virtud para los conservadores, Vilar «irrumpió al producir estatuas de algunos personajes precolombinos, de la Conquista y de la Independencia de México, como proyectos para monumentos nacionales» (Rodríguez Rangel, 2016a, p. 29). De la temática mitológica se fue derivando hacia una cultura idealista con sensibilidad romántica. Obras significativas de este período son Tlahuicole, general tlaxcalteca. En acto de combatir en el sacrificio gladiatorio, del propio Vilar (Figura 1), y los relieves de Hércules, de Felipe Sojo (1833-1869) (Figura 2), y de Sansón bebiendo agua de la quijada de un asno, de Felipe Valero (activo entre 1842 y 1867), ambos discípulos de Vilar. Temática grecolatina aborda también Hipólito Salazar (ca. 1820-22), con la escultura Mercurio adormeciendo a Argos.
3. Esteticismo
Según Rodríguez Rangel (2016b), en el siglo xix, con los monumentos para los héroes y las gestas nacionales, como retóricas épico-fundacionales, la escultura alcanzó un nivel brillante que, gracias al refinamiento urbano derivado de la Ilustración y de los avances técnico-científicos de la segunda revolución industrial, simbolizó el progreso y el cosmopolitismo. Los monumentos se volvieron parte del discurso estético en lugares públicos como ornamento «de calzadas, parques y plazas» (Rodríguez Rangel, 2016b, p. 44). Obras de tema mitológico son las esculturas Una burla al amor [Venus y Cupido], de Gabriel Guerra (Figura 3), y La lección [Mal consejo: Sátiro y Cupido].
4. Realismo poético y erotismo
El penúltimo tema aborda una etapa brillante en las corrientes modernistas, como el decadentismo, el esteticismo y el simbolismo. Obras paradigmáticas del período son las esculturas Ariadna abandonada (Figura 4) y Pandora, de Fidencio Lucano Nava (1869-1938). El desnudo alcanza su culminación con las obras Malgré tout [A pesar de todo], Desnudo y L’éveil, de Jesús E. Contreras (1866-1902). La alegoría El Río Bravo, de Gabriel Guerra (1847-1893) (Figura 5), evoca tanto la leyenda del río Nilo, como la indignación nacional ante la política intervencionista de Estados Unidos.
5. Escultura nacionalista
Finalmente, sobre el quinto tema, María Estela Duarte Sánchez comenta: «La sección de obras que integran el siglo xx es una pequeña muestra representativa de las piezas que realizaron el grupo de escultores que conformaron la llamada “Escuela Mexicana de Escultura”» (Gliptoteca. Escultura en el Museo Nacional de Arte, p. 68.), con miembros tanto de la Academia de San Carlos como de la Escuela Libre de Escultura y Talla Directa, fundada por Guillermo Ruiz (1894-1965), a quien también se identifica dentro de la escultura indígena y quien más tarde dio origen a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. De esta última egresaron, entre otros, Carlos Obregón Santacilia (1896-1961), quien rescató y adaptó el Monumento a la Revolución, y los creadores Arnulfo Domínguez Bello (activo en el primer tercio del siglo xx) y Carlos Bracho (1899-1966), autores de las esculturas Après la grève [Después de la huelga] y El seno inútil, respectivamente. Destaca también el desnudo de Antonieta Rivas Mercado, del propio Guillermo Ruiz. En todas estas obras se conjuga la visión estética del desnudo con el interés por los grupos marginados, como el obrero huelguista o la madre miserable.
CONCLUSIONES
Pese a que numéricamente la muestra de la Gliptoteca del Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México no se compara con el corpus pictórico del museo, es posible apreciar la versatilidad de los diferentes discursos artísticos. A través de ellos es posible también percibir el clima de artistas que buscaban en sus expresiones responder al interés político, social y cultural del momento en que les tocó vivir.