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ACIMED

versão impressa ISSN 1024-9435

ACIMED v.7 n.2 Ciudad de La Habana ago. 1999

 

EDITORIAL

Un mensaje para quienes escribir es algo insignificante

Durante épocas pasadas, – hoy casi imposibles de imaginar– los seres humanos no conocían otra forma de comunicación que no fuera el lenguaje oral. Esto consistía en un conjunto de gritos y gestos al principio, que creció en precisión, complejidad y riqueza con el decursar de los milenios. La capacidad de transmitir información para compartir el conocimiento adquirido en el contacto con el medio natural, resultó decisiva en la creación de lo que más tarde se denominó cultura, es decir, el conjunto de normas, valores, hábitos y técnicas empleadas por los hombres de cada sociedad. El desarrollo de la cultura, como expresión exclusiva de la humanidad, ha permitido dominar gradualmente los fenómenos naturales y hacer posible la construcción de las grandes civilizaciones que florecieron hace algunos miles de años. Como consecuencia del crecimiento, la diversificación y la complejidad de la actividad propia de dichas civilizaciones, apareció la necesidad de registrar de forma permanente aquello que se decía en forma oral. Fue así que surgió un nuevo instrumento de la comunicación – la escritura–, que representó un hito fundamental en la evolución de la comunicación humana, al permitir la transmisión de los pensamientos y de las ideas más allá de las fronteras del tiempo de la vida humana.1

La comunicación oral posibilita transmitir ideas y sentimientos; así como expresar una rica variedad de percepciones, sensaciones y estados de ánimo, sustentada en general por una amplia gama de gestos y movimientos faciales que la complementan y precisan de un modo espontáneo y muy flexible. A pesar de estas ventajas, impone ciertas limitaciones como son su incapacidad para difundirse fuera de ciertos límites, por lo que los mensajes transmitidos por esta vía pueden olvidarse con rapidez, confundirse, interpretarse o reinterpretarse de mil modos diferentes; negarse con posterioridad por quien pretende recoger las palabras o experimentar una rápida erosión de sus significados. No sin mucha razón puede citarse aquí el dicho popular que afirma las "palabras se las lleva el viento". 1

La comunicación escrita, por su parte, no presenta la plasticidad y la inmediatez de la comunicación oral, al carecer de su rapidez, flexibilidad e interactividad. Para escribir se realiza un esfuerzo muy superior al que comúnmente exige el hablar; requiere de una concentración mayor, de la organización del mensaje, aunque es poco probable que puedan dársele los matices expresivos que desean sus autores proporcionarle. Sin embargo, al escribir pueden obtenerse beneficios que de otro modo serían imposibles: lo escrito queda registrado, porque la escritura emplea siempre algún soporte material de mayor perdurabilidad que el de la voz humana.

Los soportes materiales de la escritura han variado con el desarrollo de la humanidad, así como las tecnologías utilizadas para su registro hasta alcanzar los sistemas actuales de grabación electrónica, capaces de albergar cientos de miles de páginas impresas, símbolos indiscutibles de una nueva etapa de la llamada era de la electrónica, en la que aún el uso del papel, continúa siendo el medio más universal y paradigmático de los utilizados hasta ahora por el hombre durante toda su historia.

El mensaje escrito logró algo que resultó imposible para la expresión oral: la permanencia, es decir la posibilidad de llegar a millones de seres humanos distantes en el tiempo y en el espacio de forma inalterable. La escritura permanece, perdura en el tiempo, tanto cuanto se conserve el soporte material empleado, razón por la cual puede reproducirse idénticamente de forma ilimitada. Suele decirse: "lo escrito, escrito está". 1

A partir de un mensaje escrito, puede entablarse un tipo de discusión diferente a la que se produce con palabras pronunciadas de forma oral. La crítica, el análisis y el debate pueden desarrollarse de un modo totalmente distinto porque, en este caso, las ideas dejan de flotar y desvanecerse después que los hombres las formulan, para adquirir la cualidad de la objetividad. Esto posibilita volver una y otra vez al mensaje en busca de algo que ahora ya no depende de la fragilidad de la memoria, condición de enorme importancia para la actividad científica, caracterizada por la búsqueda consciente de la rigurosidad, la sistematicidad y la objetividad de los conocimientos adquiridos.

Cuando se escribe se pone al alcance de otros los conocimientos o las experiencias que están más allá de lo fugaz y lo impreciso. Los registros objetivos del conocimiento posibilitan la discusión, la crítica, la revisión, el perfeccionamiento de los resultados y la generación de nuevas ideas en los contextos de la ciencia. Sin libros y revistas, sin artículos, ponencias e informes de investigación, la ciencia moderna resultaría inconcebible.

En este sentido, es comprensible la importancia que para el desarrollo de la sociedad tuvo, tiene y tendrá la posibilidad de reproducir los mensajes escritos. De dicha capacidad depende por supuesto la materialización de las ventajas mencionadas. En la historia de las tecnologías, utilizadas para la difusión de los conocimientos, tuvieron lugar dos invenciones que revolucionaron en su totalidad a la civilización: la imprenta, con más de cinco siglos de existencia, y los modernos sistemas de computación, con apenas unas décadas de vida, pero con una expansión vigorosa por todas las latitudes del planeta.

Sin embargo, aunque las tecnologías modernas para la reproducción de los mensajes escritos son sumamente deslumbrantes, el talón de Aquiles de la comunicación científica en muchos países lo constituye el mensaje escrito. La carencia de una actitud hacia la investigación en el quehacer diario, así como del buen hábito de la escritura, condena con frecuencia al olvido experiencias útiles a otros. Lo más significativo de este hecho es la apatía o hasta la renuencia que muestran muchos bibliotecarios quienes critican a otros profesionales por no hacer lo que ellos tampoco hacen: escribir.

Todo investigador o, en términos generales, todo profesional está llamado a transmitir sus conocimientos a otros. Esto no es una acción heroica, sino una obligación para con la humanidad, para con millones de hombres que han depositado gratuitamente en sus manos experiencias adquiridas, tal vez en una vida de entrega al descubrimiento de los secretos de la naturaleza o a su perfeccionamiento.

Ahora bien, para transmitir un mensaje de forma comprensible para otros, es decir, para comunicarse con los demás, es necesario dominar los principios, las reglas y, en general, el arte del lenguaje escrito y de la redacción académica, cuyas peculiaridades se relacionan sin rodeos con su objetivo, a saber, con la comprensión exacta del mensaje transmitido. Dicho arte se domina precisamente en el empeño consciente de lograrlo.

En la comunicación científica, es importante transmitir los nuevos conocimientos y experiencias de un modo preciso y claro, capaz de desterrar las ambigüedades que con tanta frecuencia aparecen en la comunicación fuera del entorno de la ciencia. Los elementos sustantivos del contenido habrán de destacarse con nitidez por encima de todo adorno formal, aun cuando nada impide redactar con elegancia y armonía.

Conveniente y oportuno resulta para completar el mensaje que se ha querido transmitir, repetir la famosa sentencia de Don Santiago Ramón y Cajal, de una vigencia permanente, crítica y universal, en la que decía: "para escribir un artículo científico es necesario llenar tres requisitos: primero, tener algo que decir, segundo, decirlo y tercero, no decir nada más que eso" 2

Cuántos tendrán algo que decir y por desidia o indiferencia nunca lo escribirán. Cuántos, al publicar el resultado de sus experiencias, lo harán de forma tal que no atraerán la atención de otros hombres de ciencia. Cuántos de los trabajos escritos serán agotadores, dispersos, extensos, banales e inadecuados en su presentación. Es por ello que resulta hoy más necesario que se comprenda el valor de la escritura, no sólo para informar a los colegas las nuevas experiencias, y esto de por sí es muy relevante, sino también para legar a las generaciones posteriores la sabiduría de un momento histórico que se ha tenido la oportunidad de vivir por unos, y del que otros sólo conocerán en virtud de lo que se pueda escribir. Si la intención de este mensaje se ha comprendido, entonces valió la pena el esfuerzo realizado.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  1. Sabino Carlos A. Cómo hacer una tesis y elaborar toda clase de trabajos escritos. Santafé de Bogotá (DC): Panamericana, 1996: 3-7.
  2. Ramón y Cajal S. Los tónicos de la voluntad. 9 ed. Madrid: Espasa-Calpe, 1971:130.

Ileana Regla Alfonso Sánchez
Licenciada en Información Científico-Técnica y Bibliotecología
Directora del Subcentro Nacional de Información en Nutrición e Higiene de los Alimentos