INTRODUCCIÓN
El debate en torno a la exclusión social, es amplio y acumula resultados dentro de las ciencias sociales; le preceden teorizaciones acerca de pobreza y marginación, y coexiste con el estudio de la intersección de las desigualdades, la vulnerabilidad social y las políticas sociales. En su conceptualización se expone el vínculo con sus opuestos: integración e inclusión, y también se revelan características, dimensiones e indicadores; estos elementos son retomados en estudios empíricos, con la finalidad de contribuir al esclarecimiento de algunas problemáticas, y en consecuencia identificar posibles contenidos de las políticas y de los procesos de transformación social.
Además, las coordenadas de la exclusión social permiten distinguir y comprender las peculiaridades de determinadas producciones intersubjetivas, cuya estructuración y contenido denotan las condiciones sociales que le han servido de marco; ese es el caso de las identidades, los sentidos de pertenencia, las orientaciones valorativas y los proyectos futuros. Tal enfoque se aplica, por ejemplo, en el examen de problemáticas intergeneraciones, de género, territoriales y raciales.
Su potencial heurístico es aprovechado en el análisis de la sociedad cubana actual, luego de haber traspasado barreras generadas por la valoración tardía del enfoque, que limitaron o retardaron la apropiación conceptual y las investigaciones consecuentes. Aún con tal hándicap, el estudio de las diferentes expresiones de la exclusión social ha ganado terreno en la agenda de las ciencias sociales, mostrando diferentes anclajes disciplinares, perspectivas teóricas y ámbitos de exploración. Ello está asociado también, al avance de los estudios sustentados en categorías conexas antes mencionadas. Este progreso ha dado lugar a redes y grupos de producción científica, evidenciado en encuentros teóricos, investigaciones y publicaciones conjuntas, que le otorgan relevancia al tema, así como estabilidad en la carpeta investigativa e incremento de la potencialidad propositiva.
En los resultados científicos cada vez son más evidentes las brechas entre los grupos más favorecidos y los más desventajados, así como larga data de las afectaciones de estos últimos y sus limitaciones para revertirlas (Zabala et al., 2015; Morales, 2016; Voghon, 2016; Peña, 2017; Zabala, 2020; FLACSO, 2020). Ello ha ratificado la pertinencia de los estudios acerca de la exclusión social en un examen más complejo, sistemático y sistémico, en consonancia con los requerimientos científicos y políticos del momento.
En el contexto de este artículo, un importante punto de referencia lo constituyen las indagaciones acerca de la marginación social, que involucran aspectos objetivos y subjetivos de su manifestación y evolución. El énfasis en el análisis de la dimensión subjetiva, a partir de la indagación en la vida cotidiana de determinados asentamientos informales (Rodríguez, 2011) y en la percepción social de la población (Batista, 2014; Morales, 2017b) constituye un punto considerado en el itinerario del tema. En esos estudios, se asumió el encuadre y determinación estructural de la marginación, unido a las condiciones propias de las relaciones intergrupales.
El presente artículo expone un acercamiento a importantes referentes teóricos en el tema; como resultado del diálogo con ellos, propone varios ejes para el estudio en el contexto cubano actual, y concluye con el esbozo de algunas áreas de su aplicación.
DESARROLLO
Acerca de la exclusión social
La exclusión social constituye el centro de numerosas investigaciones; se destaca la producción de América Latina y de Europa, en particular de España, que cuentan con Observatorios para monitorear el tema. Vale destacar en el llamado viejo continente los aportes de Laparra, Gaviria y Aguilar (1998), Laparra et al (2007), Tezanos (2002, 2008), Subirats, et al (2004), Subirats, Gomà y Brugué (2005). Mientras en Latinoamérica sobresalen, entre otros, Enríquez (2007), Gacitúa y David (2003), Saraví (2007), Hernández (2010), Mascareño (2015), Menjívar y Feliciani (1995). Las contribuciones abarcan posicionamientos generales, conceptos o ejes para su elaboración, características, dimensiones, y metodologías para su estudio.
El origen del enfoque de exclusión social se asocia a las limitaciones de determinados encuadres empleados para el estudio de la pobreza y la marginación social, los cuales no revelaban de modo suficiente los elementos sustantivos que se encuentran en su génesis.
Acerca de los diferentes tipos de enlaces conceptuales entre pobreza, marginación, marginalidad y exclusión social, se han expuesto varios análisis nacionales (Espina, 2006; Rodríguez & Estévez, 2006; Morales, 2017b; Zabala et al, 2018) y foráneos (Tezanos, 2002; Sojo, 2003; Subirats, 2004; Cortés, 2006; Enríquez, 2007; Saraví, 2007; Hernández, 2008; Leyton & Muñoz, 2016) que puntualizan la historicidad, los contenidos y las potencialidades de cada noción acorde al posicionamiento de sus autores en determinados contextos económicos y sociopolíticos. Reconocen que el enfoque de exclusión social permite trascender los elementos económicos y culturales tradicionalmente revelados en los estudios sobre entornos de pobreza y marginalidad respectivamente; y coloca el énfasis en la complejidad estructural que subyace en las distancias entre grupos e individuos.
En estos exámenes diferenciadores, resalta el realizado por Tezanos (en Hernández, 2008), que ha servido de referente para otros autores. Este autor señala un conjunto de elementos que sirven de guía para desplegar las diferencias: situación que describe, carácter de la limitación, sujetos afectados, dimensiones del fenómeno, ámbito histórico de su surgimiento, enfoque analítico aplicado, variables implicadas, tendencias sociales asociadas, riesgos añadidos, dimensiones personales, evolución, distancias sociales y variables ideológico-políticos. Por otra parte, Subirats et al (2004) hace hincapié en el dinamismo y la amplitud de la exclusión social, que permite dar cabida a la complejidad del escenario europeo de finales del siglo XX y principios del XXI, impactado por transformaciones demográficas y culturales, asociadas a la inmigración y a la creciente debilidad del Estado.
En el caso de las reflexiones nacionales ya citadas, se destaca además de las interrelaciones conceptuales, la evolución de la pertinencia de uno u otro enfoque para recoger la complejidad del escenario cubano. En tal sentido, se han reelaborado y adecuado las nociones clásicas de pobreza, marginalidad y marginación, y exclusión social, para su empleo respectivo en investigaciones centradas en el nivel familiar (Zabala, 1999; Vogoh, 2016; Peña, 2017), en el ámbito comunitario (Rodríguez, 2011), así como para estudiar grupos de jóvenes con múltiples desventajas (Morales, 2008, 2016, 2017b).
A pesar de las ventajas y desventajas de uno y otro concepto o enfoque, se entiende que no se trata de rupturas o equivalencias, sino de continuidades y evolución de las teorizaciones y de los acercamientos empíricos dirigidos a captar las transformaciones y especificidades de las relaciones intergrupales y sociales más generales.
Existen no pocas coincidencias en los planteamientos de varios autores, que permiten avanzar en la comprensión del fenómeno. En tal sentido, se nota el acento en el impacto de los procesos macrosociales de mayor alcance y complejidad, pues expone la intervención determinante de elementos estructurales en las afectaciones materiales y espirituales. Igualmente, el énfasis explicativo en los modos en que las sociedades están organizadas; en particular cuando obvian o minimizan principios universales como la atención a la justicia, la equidad, y los derechos sociales, políticos, culturales y económicos; que permiten a las personas alcanzar una ciudadanía plena, a partir de la participación, la corresponsabilidad y el acceso a los mecanismos que garantizan los beneficios sociales. Se trata de un enfoque centrado en resaltar el impacto de las desigualdades sociales y económicas, unido a las disparidades en cuanto a la participación, el acceso al poder y la condición ciudadana (Rodgers, Gore & Figueiredo, 1995; Menjívar & Feliciani, 1995; Soriano, 2001; Arriba, 2002; Subirats, 2004; Tezanos, 2008).
A juicio de varios autores, este fenómeno se asocia a la desintegración social, al quiebre de los nexos entre lo individual y lo social; presupone la existencia de un paralelismo, que produce un sector incluido y otro excluido, este último limitado en su derecho a pertenecer e integrarse (Rodgers, Gore & Figueiredo, 1995; Menjívar y Feliciani, 1995; Soriano, 2001; Arriba, 2002).
Cercano a esta mirada se incluye Subirats, Gomà y Brugué (2005), quien al referirse a la sociedad contemporánea y a la española en especial, apunta que la organización social precedente produjo una jerarquía del tipo arriba-abajo, en tanto las condiciones actuales remiten a una estructura dentro-fuera. Apunta, además, que se ha debilitado la participación en la creación de valor, en procesos culturales, políticos y de ciudadanía, que proporcionan mecanismos de integración social: utilidad social, relaciones de distribución y reconocimiento, y reciprocidad. Todo lo cual conduce a la expulsión de determinados grupos del entramado social (Subirats et al., 2004).
Otros estudiosos como Sojo (2003) consideran que inclusión y exclusión constituyen los extremos de un continuo, en el cual la vulnerabilidad se ubica en el centro; de tal modo, los grupos transitan de una condición a otra, circulan por diferentes situaciones, construyendo una trayectoria más o menos accidentada. Según este autor, esta postura permite superar la comprensión dualista y dicotómica.
Tal visión permite visualizar la progresión o el retroceso del conjunto de procesos relacionados, que dejan ver las ubicaciones o desplazamientos de los distintos grupos como un todo a lo largo del continuo, así como las zonas o áreas más afectadas de ciertos segmentos sociales. Se reconoce, asimismo, la mediación de mecanismos institucionales que actúan como extensión de las condiciones macro, y que son los escenarios donde se concretan y (re)producen las limitaciones en el acceso a las oportunidades.
Tezanos (2002) por su parte, propone una relación entre inclusión y exclusión en forma de círculos concéntricos, donde el máximo nivel de integración y pertenencia está en el centro de la sociedad, el cual se va rodeando de zonas con diferentes grados de pertenencia y oportunidad, hasta aquella que expresa la pérdida de la condición de ciudadanía. Tal continuo articula un conjunto de variables, laborables, familiares, sociales y habitacionales que dan lugar a zonas negras de exclusión y a otras grises de vulnerabilidad social.
Para mostrar las posibles trayectorias de los grupos excluidos, otros autores presentan tipologías que explicitan la conflictividad del tránsito. Enríquez (2007) se hace eco de las propuestas de Robles (citado por Supervielle & Quiñones, 2002) y de Robert Castel (1995). El primero las construye atendiendo a la capacidad de integración a la sociedad, el riesgo e incertidumbre de ser excluido y el tipo de construcción de identidad; a partir de ahí ubica cuatro tipos de nexos entre los extremos señalados: de la inclusión a la inclusión, de la exclusión en la inclusión, de la inclusión dentro de la exclusión, y de la exclusión a exclusión. Por otro lado, Castel, se basa en dos ejes, primero integración-no integración al trabajo, y segundo inserción-no inserción al medio sociofamiliar o al sistema relacional; y a partir de ellos define a los incluidos como integrados y contenidos afectivamente, a los excluidos como carentes de trabajo y sin contención afectiva, mientras en condición de vulnerabilidad -zona intermedia- se encuentran quienes enfrentan precariedad laboral y fragilidad socioafectiva.
En una posición semejante Mascareño y Carvajal (2015) presentan cinco constelaciones articuladoras de la inclusión y la exclusión social: autoinclusión/autoexclusión, inclusión por riesgo y exclusión por peligro, inclusión compensatoria, inclusión en la exclusión, y subinclusión.
Asimismo, se reconoce que la exclusión trasciende las relaciones interpersonales; si bien ocurre en el plano individual, supone que las personas son evaluadas en función de su pertenencia a determinados grupos, con respecto a los cuales existen determinados esquemas y prejuicios. Por tanto, la exclusión se extiende a las conexiones entre grupos, instituciones, regiones y naciones. La implicación de los factores estructurales, convierten a la exclusión en relativamente irreversible; se requiere de políticas sociales articuladas que rebasen las potencialidades individuales y grupales (Laparra, Gaviria & Aguilar; 1998).
Otro elemento a citar es su carácter multidimensional, que supone que las distintas aristas pueden actuar de manera sincrónica o asincrónica, es decir en determinados sujetos pueden coincidir varias exclusiones, y al propio tiempo es posible que estén excluidos en un ámbito y en otros no. Varios investigadores (Bhalia & Lapeyre, 1995 en Soriano, 2001; Roger, Gore & Figueiredo, 1995; Gacitúa & Davis, 2003; Enríquez, 2007; Laparra, et al., 2007) identifican las dimensiones económica, social, política y cultural. Dentro de la arista económica, colocan elementos pertinentes al empleo, el acceso a los bienes y servicios, las condiciones materiales de vida y la vivienda; en la política, ubican problemas asociados a la participación y al irrespeto a los derechos políticos y civiles; en la social, se refieren a las limitaciones educativas, de salud, protección de la vida, seguridad y asistencia social; mientras en la cultural, relacionan las identidades y particularidades de género, generaciones, etnias y religión.
A diferencia de estos, Sojo (2003) reconoce únicamente la política y la cultural. La primera, asociada a la definición y satisfacción de los derechos de elegir y ser elegido, a la toma de decisiones, la gestión de políticas y la afirmación de los resultados; así como a la disminución de la confianza ciudadana. La segunda, está relacionada con el acceso diferenciado a bienes y medios simbólicos de integración social - códigos de comunicación e interacción, información, conocimientos, valores, entre otros- y con la discriminación de aquellas personas consideradas inferiores por su condición étnica, generacional, de género, y pertenencia a grupos minoritarios con capacidades específicas.
Gacitúa y Davis (2003), Subirats, Gomà y Brugué (2005), y Saraví (2007), llaman la atención acerca de la dimensión espacial, referida a la concreción de las desventajas o riesgos en espacios específicos, que puede conducir a la segregación territorial. En este orden se pueden considerar los aportes de Di Virgilio y Perelman (2014), Casaravilla (2001) y muy especialmente las contribuciones de Kaztman (2001, 2010), así como de Kaztman y Retamoso (2005), fundamentadas en estudios empíricos asociados a los efectos locales de las desigualdades y la pobreza.
Kaztman precisa que la segregación residencial permite identificar clases, grupos o categorías sociales -étnicas, raciales, religiosas, entre otras- espacialmente segregadas, considerando la distancia física que separa sus lugares de residencia, de los sitios donde se ubica el resto de la población urbana. Especifica que no se trata de las concentraciones poblacionales fundadas en la identificación sociocultural o en la sobrerrepresentación de determinados segmentos poblacionales. Aclara que
la noción de segregación residencial tiene una carga negativa, ya sea porque la decisión del lugar en donde se habita responde a constreñimientos antes que a preferencias, porque el aislamiento se traduce en la presencia de barreras formales o informales que impiden la localización física de ciertos hogares y/o la libre circulación de ciertas personas, o porque el aislamiento físico de los residentes no es compensado por formas de participación en otras esferas de la sociedad que provean elementos de identidad y pertenencia. (Kaztman, 2010, pp. 61-62).
Di Virgilio y Perelman (2014) señalan que es preciso tomar en cuenta la doble naturaleza del territorio: móvil y fijo, lo cual se traduce en analizar las localizaciones, unido a los gradientes de movimiento que tienen lugar en las prácticas cotidianas. De tal modo, proponen incluir en los análisis dos indicadores, el lugar de residencia y la posibilidad de los sujetos de moverse por la ciudad; a partir del primero, pueden configurarse cuatro formas de segregación residencial -acallada, por default, presuntamente indolente y agravada- mientras que el segundo da lugar a dos tipos de fronteras -materiales o físicas y simbólicas. Estas últimas marcan límites morales entre los territorios; y se relacionan con los conflictos que se producen entre grupos, que, aunque diferentes, no viven separados, sino que tienen contactos constantes la vida cotidiana.
Los estudios empíricos de Casaravilla (2001), Kaztman (2001), Kaztman y Retamoso (2005) revelan la segregación territorial en tanto forma de exclusión social, exponen su nexo con las desigualdades y la pobreza, y el efecto sobre los procesos educativos, la formación moral, la precariedad del empleo y la configuración del estigma por la pertenencia al barrio. Además, Kaztman subraya que el aislamiento reduce las oportunidades de movilizar en beneficio propio la voluntad de personas en condiciones de suministrar trabajo, información o contactos; disminuye la exposición a modelos positivos que pueden constituir ejemplos; y restringe las posibilidades de compartir experiencias cotidianas que alimentan y preservan la creencia en un destino colectivo común. En su lugar, propicia la elaboración de subculturas marginales como reacción a las condicionantes estructurales provenientes del funcionamiento del mercado, del Estado y de la sociedad, es decir, como un resultado de la progresiva sedimentación de respuestas adaptativas frente al cúmulo de factores negativos que confluyen en un medio precario y segregado.
Otro elemento esencial conectado con las teorizaciones sobre la exclusión social, es la necesidad de prestar atención a la dimensión subjetiva; así lo plantean Gacitúa y Davis (2003), Hernández (2010), Laparra et al. (2007) y Subirats, Gomà y Brugué (2005). Sus argumentos pueden concebirse en dos sentidos; por un lado, destacan la intervención de mecanismos que articulan elementos cognitivos y afectivos, y se concretan en el encadenamiento de estereotipos, prejuicios ya sean manifiestos o sutiles, y comportamientos de discriminación, los cuales se activan en las relaciones intergrupales y dan cuenta de la relatividad de la exclusión; y por otro, resaltan la pertinencia de conocer la perspectiva de las personas afectadas, sus percepciones acerca de su ubicación en el contexto social, de la exclusión padecida y de las posibles respuestas de los diferentes grupos afectados.
Otro tópico a considerar es la propuesta metodológica apropiada para investigar el proceso de exclusión, capaz de englobar su complejidad, debida a la interrelación con otros procesos, al carácter múltiple de los componentes, factores, dimensiones y niveles.
En tal sentido, Subirats, Gomà y Brugué (2005) propone desde la metodología cuantitativa, un modelo que articula elementos estructurales que tienen manifestaciones a nivel macro, micro, e individual. Relaciona ocho ámbitos de exclusión -laboral, económico, formativo, vivienda, sociosanitario, relacional, político y espacial- desglosados en dieciséis espacios y estos a su vez en numerosos factores e indicadores. Agrega la necesidad de incorporar la edad, el sexo y el origen o etnia en calidad de ejes transversales; a partir de lo cual señala a las mujeres, los jóvenes y los inmigrantes entre los grupos excluidos. Se trata de una propuesta que privilegia la medición exhaustiva de elementos objetivos, y que ha producido datos confiables para la sociedad española.
Asimismo, se resalta la necesidad de disponer de indagaciones en la subjetividad. Al respecto Saraví (2007) plantea que es preciso estudiar el proceso de acumulación de exclusiones, «la espiral de desventajas» plasmada en factores y situaciones de riesgo concretas, que quiebran el «lazo social», las cuales pueden desarrollarse de modo simultáneo o independiente. Coincide con Laparra et al. (2007) en privilegiar la metodología cualitativa como el medio más idóneo para investigar el tema, específicamente el empleo de entrevistas e historias de vida, y exámenes de experiencias biográficas.
Los atributos del enfoque de exclusión social, lo colocan en posibilidad de ser articulado con otras perspectivas analíticas, en especial con las referidas a las desigualdades (Hernández, 2008; Kessler, 2011; Espina, 2010; Pérez, 2014; Ibáñez, Formichella & London, 2018) y a su interseccionalidad (Coll-Planas & Cruells, 2013; Martínez & Sánchez-Ancochea, 2017, 2020; Zabala et al, 2018).
A partir de las conceptualizaciones mostradas se pueden señalar algunos elementos importantes en la comprensión y estudio de la exclusión social:
Se asocia a la multidimensionalidad e intersección de las desigualdades, la desintegración social, inequidad de poder, ausencia de justicia y de participación ciudadana.
Supera las limitaciones de enfoques anteriores, pues articula y jerarquiza contenidos políticos, económicos, sociales y culturales, enfatizando su origen estructural.
Revela la diversidad de mecanismos y estrategias de segmentación social que establecen distintos, relativos y contextualizados niveles de inclusión y exclusión social.
Se expresa en afectaciones de distinto grado de complejidad, según la extensión en grupos o sectores poblacionales; la profundidad y estabilidad; el alcance temporal y espacial; así como la percepción y trascendencia de los daños generados.
En su abordaje empírico convoca a:
Avanzar hacia estudios inter, multi o transdisciplinares.
Emplear metodologías apropiadas para visibilizar el carácter procesual.
Definir el plano de indagación: directo dirigido a aspectos estructurales, o indirecto asociado a elementos subjetivos.
En los análisis de los datos impulsa a:
La exclusión social en perspectiva. Propuesta teórico-metodológica
Resultado del proceso de sistematización crítica y apropiación de las nociones recopiladas en varios años de trabajo, se ha elaborado una propuesta teórica, que incluye premisas y ejes analíticos, definición, indicadores y planteamiento instrumental, con la finalidad de sustentar estudios empíricos que puedan contribuir a: regularizar el abordaje científico; propiciar la realización de estudios comparados; identificar núcleos problémicos para acciones de transformación social, incluido el perfeccionamiento de las políticas sociales. Todo ello en el contexto de la psicología social, en diálogo con otras ciencias sociales, de modo que se amplifique la comprensión y el análisis.
En calidad de puntos de partida se consideran los siguientes:
Reconocimiento de la historicidad y del condicionamiento político, económico, social y cultural del fenómeno; así como del proceso de producción científica que le atañe, lo cual abarca la delimitación temática, el posicionamiento teórico y metodológico, el alcance y la finalidad del proceso investigativo.
Adhesión a la función y espacio específico de la psicología social dentro del conjunto de ciencias y disciplinas con potencialidades analíticas.
Pertinencia de la articulación de enfoques teóricos y metodológicos; en particular la concertación entre el histórico-cultural y el psicosocial. En consecuencia, se privilegia el valor de la actividad y la comunicación en la práctica social, la multiplicidad de mediaciones y pertenencias grupales, unido a la especificidad de la interiorización y apropiación de cada experiencia personal o grupal, desde lo cual se configura la (inter)subjetividad.
A partir de lo anterior se define la exclusión social como proceso asociado a cambios socioestructurales, consistente en la reducción sostenida de las oportunidades y expectativas de participación, integración e inserción social satisfactoria de determinados grupos, lo cual genera su descalificación e incrementa su vulnerabilidad en diferentes contextos; se distingue por sus múltiples expresiones, según niveles, dimensiones, contenidos, y tendencias de acumulación y concentración, que solo se contrarrestan de manera radical con políticas sociales efectivas.
De la definición se derivan las siguientes precisiones:
Las oportunidades se entienden -desde la concepción de Kaztman (1999)- como las probabilidades de acceder a bienes y servicios, y de desempeñarse en actividades específicas.
Las expectativas se inscriben en el campo de la subjetividad y pueden ser vistas como logros ideados y esperados.
Los derechos de personas y grupos a participar, integrarse, e insertarse implican: intervenir en las decisiones referidas a temas de su interés; compartir y recrear valores que sustentan la cohesión social; y acceder a espacios de socialización -en particular estudio y empleo- favorecedores de la movilidad social.
La descalificación se refiere a la omisión, anulación, descrédito, devaluación de una persona o grupo en función de la tenencia o adjudicación de un conjunto de rasgos culturalmente significativos.
La vulnerabilidad -con base en las nociones de Kaztman (1999) y Zabala (2017) - se entiende como la menor disponibilidad de recursos para enfrentar con éxito las dificultades.
Se configura, además, en varios niveles interconectados, pero con tramas particulares:
Macrosocial: Se refiere a las omisiones, descalificaciones o limitaciones de los derechos de determinadas personas y grupos, producidas en un contexto específico, y legitimadas en políticas, planes, estrategias, programas y proyectos de acción social, nacional o sectorial.
Microsocial: Se refiere a las omisiones o descalificaciones de determinados grupos y sus integrantes, producidas y legitimadas en un tejido intergrupal situado en un contexto específico.
Individual: Se refiere a las actitudes y comportamientos, restrictivos u omisos de los derechos y las necesidades de determinadas personas y grupos en un contexto específico.
Tal comprensión alude a la existencia de obstáculos, cuyo contenido, magnitud y recurrencia, es suficiente para enlentecer o impedir de manera definitiva, el acceso a espacios y dispositivos efectivos en la toma de decisión, cohesión y movilidad social.
La configuración de los niveles da lugar a dos dimensiones básicas, a partir de las cuales es posible verificar la contextualización que las determina:
Dimensión estructural: articula contenidos macro y microsociales de diferente alcance territorial, y se despliega en las subdimensiones política, económica y social.
Dimensión subjetiva: articula contenidos microsociales e individuales, y se despliega en las subdimensiones cultural y sociopsicológica.
En consecuencia, se propone estudiar:
Exclusión estructural, cuyos indicadores registran indicadores objetivos de impedimentos en el acceso a bienes, servicios y espacios asociados a procesos políticos, económicos y sociales.
Marginación o exclusión sociocultural, cuyos indicadores registran indicadores de discriminación y rechazo sustentados en estereotipos y prejuicios.
Entre ambas existe interdependencia, a partir de los flujos de contenidos macro a los individuales -y viceversa- sustentado en las múltiples mediaciones grupales. Por tanto, sus configuraciones pueden visibilizarse de manera aislada o simultánea.
Las diferencias entre una y otra demandan condiciones y posturas distintas desde el punto de vista del tratamiento epistemológico, teórico, metodológico y empírico. En tal sentido, a la marginación se avienen posicionamientos que permitan comprender su naturaleza, dinámica y peculiaridades, dirigidos a profundizar en la intersubjetividad; puede ser estudiada desde la psicología social, colocando el énfasis en enfoques metodológicos cualitativos; y su nivel de resolución admite programas de intervención propios de esta ciencia. Mientras, a la exclusión estructural le corresponden ejes analíticos que integren la mirada de otras ciencias sociales, capaces de cuantificar y distinguir regularidades; requiere de transformaciones con base en políticas y procesos macro sociales.
El carácter procesual de la exclusión demanda en su investigación considerar el curso seguido por sus diferentes expresiones. Para el estudio de la marginación, se concibe indagar en la estructuración de la situación de exclusión social, definida como el conjunto de condiciones macro y micro sociales que unidas a características personales confluyen en los actos de descalificación y discriminación, que limitan las oportunidades y expectativas de integración, participación e inserción social de personas y grupos en un contexto específico. Permite estudiar los factores que intervienen y caracterizan en un momento dado la exclusión social, al tiempo que la concatenación de varias de ellas, indica progresión y profundidad.
El estudio desde la subjetividad tiene su eje en el análisis de los significados y percepciones sociales, a partir de experiencias individuales o grupales, y de la relevancia de estas en determinados contextos. Los significados se refieren al valor simbólico adjudicado a la exclusión como proceso general y situación concreta vivenciada; se trata de elaboraciones culturalmente compartidas y transmitidas, que denotan asignaciones con base en nociones de justicia y equidad, y que resultan en aprobación o desaprobación, así como en jerarquización de los grupos y sus integrantes.
La percepción social de exclusión social constituye el proceso pertinente a la subjetividad, consistente en la elaboración de juicios de cierta complejidad, a partir de la interpretación y evaluación de la información indicativa de rechazo, estigmatización y discriminación de personas y grupos, quienes han sido categorizados como inferiores, según las escalas sociales predominantes en un contexto histórico concreto. Tal apreciación atañe a sí mismo o a otro, sea individuo o grupo; y puede generar actitudes y conductas pasivas, evasivas o de resistencia.
Lo anterior remite al papel de las identidades en el análisis de la (re)producción de exclusión social. Se parte de definir identidad como una construcción de la subjetividad de una persona o grupo, que define su origen y actualidad, al tiempo que proyecta sus características esenciales y estables, corporeizadas en elementos objetivos y subjetivos compartidos, cuyos significados permiten establecer a su interior tendencias de continuidad, ruptura y emergencia, así como concientizar diferencias y semejanzas con otros significativos en un contexto determinado.
Se trata de una construcción de la subjetividad con varios niveles de (re)existencia, uno macro, asociada a grupos grandes con capacidad para estructurar e influir en configuraciones más específicas, y de la cual emergen expresiones colectivas de mayor alcance, dígase nacional, cultural y de clase; otro nivel meso, propio de grupos articuladores entre los niveles macro y microsocial, en el cual se advierten las identidades generacional, racial, territorial, de género, religión y orientación sexual; y por último el micro, vinculado a grupos pequeños con ascendencia más directa sobre las identidades personales, y aquí se inscriben las originadas en los grupos familia, de amigos, y compañeros de estudio o de trabajo.
En consecuencia, los significados y las percepciones de exclusión social estarán estrechamente relacionadas con las identidades de quienes excluyen y son excluidos. El estatus económico, la condición étnica, racial, generacional, territorial, de género y la orientación sexual centran las causas de las exclusiones; por tanto, las identidades construidas a partir de tales pertenencias grupales, las autopercepciones y autocategorizaciones asociadas, así como las satisfacciones y compromisos que ellas generan, marcarán los sentidos, las apreciaciones y respuestas individuales y grupales ante la exclusión social.
De ahí que percibir la exclusión, supone que:
Una persona o grupo es capaz de captar y evaluar el rechazo discriminatorio dirigido hacia otro o hacia sí, emitido por otro diferente o semejante. Se trata de apreciar, evocar y narrar la vivencia de rechazo.
El reconocimiento de rechazo puede dar cuenta de un hecho concreto o de un conjunto de ellos exponente de determinadas actitudes prejuiciadas.
Las fuentes de información acerca de la exclusión pueden ser directas o indirectas. Las verbalizaciones, gesticulaciones y comportamientos, constituyen fuente de las percepciones; traducen o se interpretan como descalificación, discriminación o estigmatización.
De acuerdo con la experiencia y el contexto, las señales percibidas develan ubicación en la escala social y estatus más o menos cercano o lejano de lo deseado. Por tanto, estos signos tienen un determinado significado y sentido para ambos polos de la exclusión.
La apreciación ocurre desde la subjetividad, a partir de la configuración identitaria personal y de la pertenencia a una determinada identidad colectiva, más o menos diferenciada de aquella erigida como excluyente.
La indagación en torno a esta problemática, supone la armonización de perspectivas y enfoques metodológicos, desde lo cuanti y lo cualitativo, con la finalidad de incrementar el alcance y profundidad de los datos y sus análisis. A partir de ello se proponen varios indicadores centrales para caracterizar la exclusión percibida, cuyo examen es viable desde diferentes instrumentos y técnicas.
Expresión del rechazo: Alude al contenido del acto de exclusión -afectaciones a los procesos de participación, integración e inserción social- y a los vehículos empleados para ello: locuciones, gestos, agresiones.
Causas atribuidas: Concerniente a características demográficas, socioeconómicas, preferencias sociales y culturales, que indican la pertenencia a determinados grupos y traduce la posible valoración de los mismos.
Frecuencia: Se refiere a la periodicidad de las experiencias; su asiduidad se asume como a una mayor intensidad de la exclusión.
Espacios de ocurrencia: Atañe a los ámbitos de socialización -familia, comunidad, grupo de amigos, instituciones escolares y laborales, instalaciones de recreación, organizaciones sociales y políticas. Apunta la existencia de condiciones para la (re)producción de las concepciones que constituyen el sustrato de la exclusión.
Características del agente de exclusión: Se trata de características demográficas, socioeconómicas, preferencias sociales y culturales, que indican la pertenencia a determinados grupos.
Efectos: Sugiere las consecuencias de la percepción de exclusión, en cuanto a la adopción de conductas evasivas, destructivas o resilientes y sus consecuencias.
En un renglón inicial de análisis es posible caracterizar una situación concreta de exclusión social, en varios de sus componentes. Una mirada sistemática y de cierta extensión al interior de grupos vulnerables, conduce a un segundo nivel; es posible distinguir la interconexión de los niveles de exclusión, la interinfluencia de los significados y las percepciones prevalecientes en determinados grupos poblacionales o sectores sociales; asimismo, es posible reconstruir los perfiles individuales o grupales de los depositarios y de los agentes de prejuicios y discriminación, unido a los cauces de la reproducción de las escalas subyacentes. Permite, además, identificar las estrategias que quedan al alcance de quienes han sido excluidos reiteradamente y los nexos entre sus percepciones e identidades.
Finalmente, puede dibujarse el proceso de exclusión en un contexto específico, atendiendo a sus condiciones históricas y culturales, a los diferentes planos en que intervienen lo macro, lo micro y lo individual. De tal modo, los estudios regulares de estos tópicos, colocan a las ciencias sociales en condición de hacer contribuciones al diseño de políticas sociales.
Áreas de resultados
La propuesta presentada ha tenido aplicaciones de tipo científico y académico, a partir de la investigación en el ámbito sociocultural, así como de acciones docentes en pre y postgrado.
Los resultados en el orden científico, se han concretado en la ejecución de dos proyectos de investigación - Identidad de jóvenes residentes en barrios marginales (2014-2017)1 e Identidades en la juventud. Continuidades, rupturas y emergencias de lo cultural (2017-2020)2 -, auspiciados por el Instituto Cubano de Investigación Cultural (ICIC), perteneciente al Ministerio de Cultura (MINCULT). Ambos dan cuenta de la pertinencia de la propuesta teórico-metodológica, para develar percepciones de exclusión y contenidos de las identidades grupales, propias de jóvenes residentes en La Habana; asimismo se han expuesto las condiciones estructurales e intersubjetivas que las contextualizan.
La aplicación en la docencia se configuró como una asignatura optativa, denominada Psicología social y procesos de exclusión, correspondiente a la disciplina Psicología social, la cual se imparte en la Facultad de Psicología, desde el curso 2014-2015. Este espacio está estructurado en cuatro temas, que recorren la conceptualización de la exclusión social y sus abordajes metodológicos; está diseñado para contribuir a la ampliación del arsenal de conocimientos, competencias y habilidades en estudiantes atraídos por la transformación social desde el ejercicio profesional comprometido. Este escalón se complementa con la actividad de postgrado enmarcada en el curso «Pobreza y exclusión social. Perspectivas analíticas desde el enfoque psicosocial»3, incluido en el Diplomado de Psicología Social.
El componente investigativo de la educación superior, se ha entrelazado con los proyectos de investigación, ya mencionados. Como resultado de esta articulación se han producido cinco tesis de diploma y dos de diplomado, que han caracterizado las percepciones de exclusión de grupos con diferentes desventajas sociales; han estado asociadas fundamentalmente a la pertenencia racial y territorial, a la discapacidad, y la homosexualidad. Asimismo, se han revelado las peculiaridades de las identidades construidas por grupos afectados por prejuicios y estigmas vinculados a los rasgos mencionados.
Como resultado colateral se puede señalar, el impacto en la formación axiológica de los grupos de estudiantes, a partir del acercamiento a problemáticas sociales indicativas de diferentes grados del espectro inclusión-exclusión, que señalizan fortalezas y debilidades de las políticas sociales; y que muestran a su vez áreas potenciales de ejercicio profesional. De igual modo, lo alcanzado ha retroalimentado la propuesta inicial, robusteciendo sus premisas, definiciones e indicadores; lo cual ha enriquecido de manera progresiva los datos cuanti y cualitativos acumulados.
CONCLUSIONES
Los acercamientos teóricos a la exclusión se distinguen por mostrar las relaciones con otras problemáticas sociales como las desigualdades, la pobreza, la marginación, y la vulnerabilidad social; de igual modo, exhiben su especificidad conceptual y extienden sus análisis empíricos a la situación de diferentes grupos o segmentos sociales, lo cual ha colocado este tema en el foco investigativo de instituciones científicas y académicas de distintas regiones. En tal sentido, predominan los estudios generados en Europa y América Latina, sobre pobres, inmigrantes, jóvenes, mujeres, personas con discapacidad, indígenas y afrodescendientes.
Los aportes reúnen conceptos, características generales y componentes -dimensiones e indicadores- de elevado valor teórico y metodológico, susceptibles de ser ajustados a contextos específicos, incluida la sociedad cubana, debido al apego más o menos generalizado de los autores a la visión del desarrollo humano con base en equidad y justicia social.
Los avances teóricos han cristalizado en resultados empíricos, generados a partir de diversas metodologías, que producen dos ángulos de información: por un lado, datos cuantitativos, que enfatizan la exclusión estructural relacionada con las características del empleo, la condición ciudadana y el acceso a bienes y servicios básicos; y por otro, datos cualitativos dirigidos a comprender las posiciones y respuestas de los grupos ante los estereotipos y prejuicios enlazados a las circunstancias estructurales. Las propuestas metodológicas han nutrido el avance en la elaboración de un modelo apropiado para la investigación del tema con adolescentes en Cuba.
La propuesta teórico metodológica presentada con el fin de contribuir a delinear orientaciones para estudiar la exclusión social en Cuba, se nutre de múltiples antecedentes y coloca el énfasis en la psicología social. Desde las categorías de esta disciplina, aboga por detectar las interinfluencias y ascendencias de las condiciones históricas, sociales, económicas y culturales que marcan la reproducción de la exclusión en relaciones sociales de distinto nivel de complejidad.
La conceptualización de la exclusión social, la distinción de sus niveles y dimensiones, permite delinear posibilidades de investigación empírica situadas en el campo de la intersubjetividad condicionada históricamente. Al mismo tiempo coloca un contenido novedoso y pertinente en la formación de pregrado y postgrado referida a la ciencia psicológica.