Introducción
El artículo que se presenta recoge una síntesis de la sistematización de resultados sobre grupos e identidades sociales realizados en la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana en el período 2010-2020. Estas caracterizaron las identidades sociales de grupos socio-ocupacionales: cuentapropistas, dirigentes, intelectuales, obreros y cuentapropistas; solo con cuentapropistas, divididos en empleados y empleadores; con grupos de altos y bajos ingresos económicos. De esta manera, se ha logrado un espectro de auto y heteropercepciones, que tienen un impacto sobre relaciones intra e intergrupales, y consecuentemente, sobre dinámicas sociales.
Se ha accedido a más de 4 000 sujetos, la mayoría capitalinos, todos adultos entre 18 y 65 años de edad.
La información que se muestra, al ser una sistematización de investigaciones no necesariamente llevadas a cabo con el mismo instrumento, no se precisa con porcientos; pero fue obtenida a partir de procesamientos cuantitativos y cualitativos de información. Estos últimos ofrecieron riqueza a los datos obtenidos desde la cualidad de los argumentos de los sujetos. De la misma manera, las técnicas proyectivas (juego de roles y dibujos) permitieron acceder a “otras capas subjetivas” en tanto las técnicas directas (preguntas y escalas en los cuestionarios) activaron más bien respuestas “políticamente correctas”. Los parlamentos en cursivas se corresponden con las respuestas ofrecidas por los sujetos.
Los dibujos que se muestran fueron elaborados por los sujetos. Respondieron a la consigna: “Dibuja, con tantos detalles como te sea posible, ________ (en función del grupo que se estuviera estudiando). Se aplicaron dibujos individuales y grupales, que se pegaban a la pared, sin identificarse, y luego se realizaban discusiones grupales a partir de asociaciones con los mismos.
Sobre identidades sociales
La crisis of confidence en la psicología social (Elms, 1975; citado en Hornsey, 2008), desde finales de la década de los sesenta propició un controversial debate sobre la teorización y los métodos de investigación utilizados por la psicología social especialmente en lo referente a los estudios de los procesos grupales. Una nueva propuesta al respecto se realiza por Henry Tajfel (1919-1982), a principios de la década de los setenta, la teoría de las identidades sociales.
Fue definida como “aquella parte del autoconcepto del individuo que deriva del conocimiento de su pertenencia a un grupo (o grupos) social junto con el significado valorativo y emocional asociado a dicha pertenencia” (Tajfel, 1984, p. 292). Definiéndose como grupo: “(…) un conjunto de individuos que se perciben a sí mismos como miembros de la misma categoría social, que comparten alguna implicación emocional en esta definición común de sí mismos y que logran algún grado de consenso social acerca de la evaluación de su grupo y de su pertenencia a él” (Tajfel, 1984, p. 291).
Se distinguen en esta noción de grupo tres componentes esenciales: cognitivo, valorativo y emocional. El componente cognitivo hace referencia al reconocimiento de la pertenencia grupal por parte del individuo; el evaluativo a la connotación positiva o negativa que genera en el sujeto la pertenencia al grupo; y el emocional, a los sentimientos y emociones que genera la pertenencia a dicho grupo o hacia otros grupos relacionados.
Según Scandroglio, López y San José (2008) las raíces de la teoría de las identidades sociales (TIS) se encuentran en el trabajo llevado a cabo por Tajfel en el área de la percepción categorial, y posteriormente, junto a sus colaboradores de Bristol, en el Paradigma del Grupo Mínimo, donde se puso a prueba si la mera categorización en grupos provocaba comportamiento discriminatorio.
En el experimento del grupo mínimo se establecían las condiciones mínimas indispensables1 para que se dieran comportamientos intergrupales, donde los sujetos fueran capaces de distinguir entre su endogrupo y un exogrupo. Los sujetos eran divididos en dos grupos atendiendo a las respuestas iniciales ofrecidas sobre aspectos irrelevantes. Eran informados, además, de que pertenecían a un grupo, sin embargo, desconocían los miembros de este y a los del otro grupo.
Los resultados revelaron que prevalecían respuestas que favorecían a los miembros del propio grupo y discriminaban a los del otro grupo y que la categorización social estimulaba similitud endogrupal y diferenciación exogrupal.
Años más tarde, la teoría de la autocategorización del yo, elaborada por John Turner, vino a complementar las ideas desarrolladas desde las TIS, centrándose en mayor medida en las bases cognitivas de los procesos de categorización que subyacen a la conformación de la identidad (Scandroglio, López y San José, 2008).
En la conformación de las identidades sociales se destacan dos procesos básicos: la categorización y la comparación social. El proceso de categorización social “(…) es un sistema de orientación que ayuda a crear el puesto del individuo en la sociedad. Proceso de unificación de objetos y acontecimientos sociales en grupos que resultan equivalentes con respecto a las acciones, intenciones y sistema de creencias de un individuo” (Tajfel,1984, p. 293).
Como parte de la categorización, se acentúan diferencias entre los estímulos distinguidos como pertenecientes a categorías distintas, y similitudes percibidas entre los estímulos pertenecientes a una misma categoría. La aparición de estos niveles en la conducta individual de los sujetos se explica a partir de la saliencia, la prominencia perceptiva automática de ciertos estímulos (Scandroglio, López y San José, 2008). La saliencia depende del equilibrio entre la accesibilidad relativa, definida como la
rapidez con la que una determinada categoría se hace cognitivamente presente en una situación de interacción social específica, y el ajuste, entendido como el grado en que la categorización consigue una representación adecuada y verídica de la situación social (Scandroglio, López y San José, 2008).
Los prototipos son reconocidos como los ejemplares que mejor describen a la categoría en que se encuentran, pues son los que encierran el mayor número de atributos distintivos de ella. Según Hogg, Hardie y Reynolds (1995) estos son elaborados por los miembros del grupo a partir de la información relevante accesible para caracterizar miembros ejemplares o representativos.
Por otra parte, tiene lugar también el proceso de comparación social, en el que “las características de un grupo como un todo (…) alcanzan su mayor significación cuando se las relaciona con las diferencias que se perciben respecto de otros grupos (…)” (Tajfel, 1984, p. 298).
La búsqueda de una identidad social positiva provoca que el sujeto compare el propio grupo en las dimensiones valoradas positivamente con los diferentes exogrupos. Sin embargo, “si un grupo no ofrece condiciones adecuadas para la conservación de la identidad social positiva del individuo, este lo abandonará ―psicológica, objetiva o de ambas formas” (Tajfel, 1984, p. 298), a menos que se encuentre imposibilitado para hacerlo, por razones objetivas, o que su salida del grupo le genere conflicto con alguno de los valores que forman parte de su identidad social positiva.
En el caso en que el individuo se siente imposibilitado de abandonar el grupo al que pertenece, este asumiría la estrategia de cambio social, donde el sujeto, de modo conjunto con el endogrupo, elaboraría estrategias para obtener una reevaluación positiva del grupo (Scandroglio, López y San José, 2008). Estas son: 1. la creatividad: tiende a ocurrir cuando las relaciones intergrupales son percibidas como seguras (legítimas y estables) y el individuo elige entre la búsqueda de nuevas dimensiones de comparación, la redefinición de los valores adjudicados a determinadas dimensiones y el cambio del exogrupo de comparación; 2. la competición social: tiende a aparecer cuando se percibe la comparación entre los grupos como insegura (ilegítima e inestable) y consiste en intentar aventajar al grupo superior en una dimensión valorada por ambos; y 3: la movilidad social: tiene lugar cuando el sujeto decide abandonar su grupo de pertenencia hacia otro de mayor estatus, donde perciba las barreras sociales como permeables.
Sobre la base de estas ventajas y desventajas comparativas entre los grupos se encuentran los prejuicios endogrupales, los cuales son muestra del esfuerzo por mantener o lograr el favoritismo endogrupal.
Evidencias. Evolución de los grupos
Se ofrecerán los resultados sintéticamente. Se destacan en negritas aquellos tópicos en los que se verifican diferencias a lo largo del período estudiado.
Todos los grupos generan identidad social (Rodríguez y Torralbas, 2011; Curbelo, 2012; Del Llano, 2012; Pañellas, 2012; Dujarric y Vázquez, 2015; Pañellas, Torralbas y Caballero, 2015; Calabuche, 2016; De Armas, 2016; Luya, 2016; Palay, 2016; Peña, 2017; Arango, 2018; Rosales, 2018; Pañellas, 2019; Calabuche, 2020; Cañizares, 2020).2
Los componentes identitarios se diferencian y articulan de manera diferente para cada grupo (Rodríguez y Torralbas, 2011; Curbelo, 2012; Del Llano, 2012; Pañellas, 2012; Dujarric y Vázquez, 2015; Calabuche, 2016; De Armas, 2016; Luya, 2016; Palay, 2016; Pañellas, Caballero y Torralbas, 2015; Peña, 2017, Pañellas, 2019; Calabuche, 2020; Cañizares, 2020).
En el componente cognitivo se destacan razones de realización personal y derivadas de la interrelación para dirigentes (por su preparación en el ejercicio del rol, porque les gusta lo que hacen y por designación externa); e intelectuales (placer por lo que hacen, la autoafirmación en la preparación en el ejercicio del rol, la intencionalidad y voluntad de pertenecer al grupo). En tanto, son razones más utilitarias para cuentapropistas (obtención de mayores ingresos) y obreros (por la actividad laboral que realizan, les gusta lo que hacen y porque no tuvieron otra opción) (Rodríguez y Torralbas, 2011; Curbelo, 2012; Del Llano, 2012; Pañellas, 2012; Calabuche, 2016; De Armas, 2016; Luya, 2016; Peña, 2017, Pañellas, 2019).
Para los grupos de altos y bajos ingresos las razones de pertenencia están relacionadas únicamente con sus ingresos, que adquieren un carácter ambivalente para los primeros y negativo para los segundos, quienes generan además un discurso de queja y victimizado, subrayado con la frase “me tocó” (Dujarric y Vázquez, 2015; Palay, 2016; Calabuche, 2016).
Esto se conecta con el componente evaluativo, en tanto la significación de la pertenencia adquiere un carácter prosocial para los dirigentes e intelectuales (Significación asociada al compromiso y la utilidad ―sentirse comprometido con la Revolución; un compromiso; una gran responsabilidad, una obligación), e individual para cuentapropistas y obreros (Significación asociada a aspectos económicos ―asegurar mi futuro; un medio de vida; una fuente de más ingreso) (Rodríguez y Torralbas, 2011; Curbelo, 2012; Del Llano, 2012; Pañellas, 2012; Calabuche, 2016; De Armas, 2016; Luya, 2016; Peña, 2017, Pañellas, 2019).
Para los sujetos de altos ingresos se torna ambivalente, en tanto aporta satisfacción económica, bienestar personal y familiar, pero, al mismo tiempo, inquietud y ojos encima (Dujarric y Vázquez, 2015).
Los obreros y grupos de bajos ingresos cualifican negativamente el componente emocional a partir experimentar sentimientos negativos insatisfacción, frustración, aburrimiento (Rodríguez y Torralbas, 2011; Pañellas, 2012; Peña, 2017; Palay, 2016).
Se encuentran diferencias a través del tiempo en el grupo de cuentapropistas en lo relativo a la autocategorización, la percepción de exovaloración, motivaciones y deseos de poder (Rodríguez y Torralbas, 2011; Curbelo, 2012; Del Llano, 2012; Pañellas, 2012; Luya, 2016; Pañellas, Caballero y Torralbas, 2015; Peña, 2017; Arango, 2018; Rosales, 2018; Pañellas, 2019; Calabuche, 2020; Pañellas, 2020).
Si bien la etiqueta de cuentapropista funciona bajo el argumento de que no trabajan para el Estado, y esta pertenencia es muy o bastante importante para cada uno, dado que el grupo satisface necesidades, ofrece mejor calidad de vida y solvencia económica a sus miembros y familiares; es cada vez una etiqueta más incómoda. Gana lugar la de emprendedor, que sugiere echar p’alante, ser creativo, y estar a tono con el mundo (Pañellas, 2020).
Se ha movido la percepción de sentirse discriminados (un mal necesario) por la de mayor inclusión (estamos en casi todas partes, en las novelas casi siempre hay negocios privados; la gente busca al sector privado porque tenemos casi siempre mayor calidad, ofertas; se nos pide ayuda). Aunque permanecen vivencias de satanización del sector (somos una piedra en el zapato de los dirigentes; cada vez que sacan regulaciones son para peor; hoy es de una mañana y mañana de otra, uno nunca sabe) (Calabuche, 2020; Llanes, 2020; Pañellas, 2020).
- Si bien para los cuentapropistas la motivación fundamental de entrada al grupo es económica, cobra un lugar jerárquico similar la necesidad de autonomía (no tener jefes). Constituye esta motivación una intención consciente (entrar en el sector para buscar esa autonomía) o un descubrimiento en la asunción del rol (buscando más dinero, se dan cuenta de la satisfacción del no tener jefes) (Peña, 2017; Calabuche, 2020; Llanes, 2020; Pañellas, 2020).
- La declaración de la necesidad de poder no se reconoció durante el período 2012-2016; sin embargo, en los últimos años se hace explícito el deseo de toma de decisiones en espacios territoriales, y una real influencia sobre los mismos, desde el rol de proveedor-cuidador de los bienes comunitarios (iluminación, ornamentación, mejora de condiciones físicas, ofertas de empleos) (Llanes, 2020; Pañellas, 2020).
En todos los casos, las identidades sociales se caracterizan por prototipos grupales bien distinguidos y diferentes para cada grupo, donde atributos físicos y comportamentales dan cuenta de relaciones de desigualdad intra e intergrupal a partir del posicionamiento de algunos estratos (Rodríguez y Torralbas, 2011; Curbelo, 2012; Del Llano, 2012; Pañellas, 2012; Dujarric y Vázquez, 2015; Calabuche, 2016; De Armas, 2016; Luya, 2016; Palay, 2016; Pañellas, Caballero y Torralbas, 2015; Peña, 2017, Pañellas, 2019; Calabuche, 2020).
Dirigente: Hombre, blanco, gordo, de edad media, generalmente usa camisas de cuadros o guayaberas, plumas en los bolsillos. Tiene un carro a su disposición y mujeres o amantes jóvenes, celular para estar localizables. Los distingue también ser arrogantes, incapaces, hipócritas o mentirosos, extremistas (figura 1).
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Cuentapropista: Hombre, blanco, de edad media o joven, presumido, ostentoso, vulgar, preocupado por adquirir accesorios y objetos de consumo. También trabajador, competente, organizado, práctico y decidido. Se identifican negocios exitosos (paladares, casas de renta, taxis) y de supervivencia (vendedores de maní, de discos) (figura 2).
Obrero: Hombre, blanco ―aunque también se dibuja negro―, joven o adulto medio, humilde y leal, con bajo nivel adquisitivo. Siempre se dibujan realizando tareas duras, o en malas condiciones de trabajo (figura 3).
Intelectual: Hombre, que usa espejuelos, siempre lleno de libros, meditando, o caminando entretenido. Entiende todo pero no hace nada (figura 4).
Empleador: Hombre, blanco, de mediana edad, con alto nivel económico. Tiene carro, usa prendas (reloj, cadena), se viste con ropas de marca y/o elegantes, suele estar feliz (figura 5).
Empleado: Mujer u hombre, blanco, joven, trabajador (aparece casi siempre atareado, realizando alguna labor), muchas veces vestido de uniforme (figura 6).
Altos ingresos: Hombre, blanco, vestido con ropa y reloj de marca. Puede llevar alguna cadena de oro. Tiene carro moderno, celular, mascota (figura 7).
Aunque existe una representación consensuada de este prototipo se distinguen estratos a su interno a partir de la percepción de su nivel de instrucción y educación, y/o la legitimidad de sus ingresos. Se encuentran tres grupos: gerentes de empresas mixtas, cuentapropistas exitosos (dueños de paladares, hostales, galerías), y deportistas y artistas (figura 8).
Bajos ingresos: Hombres y mujeres, negros y mestizos, flacos, sin recursos, insatisfechos (figura 9).
Se observan diferencias visibles en estos prototipos a partir del último año: (Pañellas, 2019; Calabuche, 2020)
Mayor aparición de las mujeres como parte de los prototipos de intelectuales, dirigentes, y sutilmente entre los cuentapropistas empleadores.
No obstante, el liderazgo femenino está asociado a la masculinización de sus comportamientos ―desde representaciones tradicionales de género (no es delicada, es autocrática, habla fuerte, no es conciliadora) (figuras 10, 11 y 12).
Se pasa de una concepción del intelectual como inútil, a otra que estima que contribuyen a que las cosas estén mejor, discuten.
El prototipo del empleador es crecientemente similar al directivo de la empresa estatal. Ello significa que se depositan valencias negativas en los roles de liderazgo y/o autoridad, y se asocian esencialmente al estilo de comunicación autocrático, a actitudes arrogantes, a la obtención de satisfacciones derivadas de sus recursos (mujeres jóvenes o varias a la vez, amistades que resuelven cosas, etcétera). Una sutil diferencia entre unos y otros es que se considera que lo empleadores son capaces, hábiles, inteligentes, cualidades que no se describen asociadas a los directivos de la empresa estatal (figuras 13 y 14).
Se invisibiliza la actividad de sobrevivencia en el sector no estatal, posicionándose el empleador exitoso y acentuándose los altos ingresos económicos (figura 15).
Se dibuja una estructura de oportunidades, fundamentada en criterios económicos -asociados a recursos materiales y capital social- y poder relativo a la toma de decisiones, en la que las ventajas son identificadas básicamente en los dirigentes, cuentapropistas, empleadores y altos ingresos; y las desventajas, en obreros, empleados, bajos ingresos.
Resulta interesante que, a pesar de reconocer las heterogeneidades intragrupales, nunca los cuentapropistas son ubicados en los lugares más bajos ni los obreros en los altos.
Varias nociones van transformándose:
Aunque no se experimenta precisamente de manera placentera, se legitima más la desigualdad, y la meta consiste en intentar alcanzar “los lugares mejores”. Este deseo de “prosperidad” es compartido por todos los grupos, especialmente por jóvenes y adultos jóvenes (Arango, 2018).
Refieren aquellos con mayores ventajas que la posibilidad de “evolución” de los “desventajados” tendrá lugar solo si cuentan con ayuda del Estado, en tanto entre ellos puede darse espontáneamente dadas sus redes, aptitudes y actitudes; claro que si no les ponen el dedo arriba (Arango, 2018; Rosales, 2018; Pañellas, 2019).
El nivel educativo se señala como elemento de prestigio y favorecedor de ventajas -antes era lo que distinguía a los intelectuales, también a los gerentes de empresas mixtas de los cuentapropistas; ahora es también lo que distingue a los cuentapropistas exitosos de los no exitosos (Pañellas, 2020).
Se encuentra un sector importante de mujeres cuya expectativa de vida es casarse o tener como pareja a un hombre proveedor; al mismo tiempo, dentro del sector cuentapropista, con éxito o cerca de él, encontramos hombres cuyas mujeres no trabajan; esto ocurre también para deportistas, artistas y gerentes. Estas mujeres se dedican a mantenerse todo el tiempo el pelo óptimo (la keratina se erige como un atributo distintivo en los dibujos), usan prendas, hacen ejercicios, cuentan con personal doméstico que realiza las labores del hogar, contratan a personas que buscan a los hijos a la escuela o los llevan a diferentes actividades, generalmente les buscan repasadoras a los niños porque ellas no entienden o no tienen paciencia o tiempo (Dujarric y Vázquez, 2015; De Armas, 2016; Echevarría, Tejuca, Pañellas y Anaya, 2018; Colectivo de autores, 2020).
Las relaciones grupales no tienen necesariamente un carácter conflictivo entre los grupos sociocupacionales, aunque se destacan las contraposiciones entre las diadas dirigentes-intelectuales (los dirigentes consideran que los intelectuales son conflictivos, todo lo critican; los intelectuales consideran que aquellos son cuadrados, sordos). Aun así, cuentapropistas y obreros los consideran grupos similares; especialmente el dirigente sataniza al cuentapropista; cuentapropistas-obreros se sienten similares, se identifica también al cuentapropista como un obrero con dinero (Rodríguez y Torralbas, 2011; Pañellas, 2012; Peña, 2017; Arango, 2018; Rosales, 2018; Pañellas, 2019).
Sí se erige la presencia de conflictos entre empleados y empleadores y entre altos y bajos ingresos (aunque no se reconocen conscientemente, se manifiestan en los juegos de roles y dibujos). Están relacionados esencialmente con los ingresos (considerados injustos por los empleados, pues ellos son los que trabajan, o los que más trabajan), la satisfacción general (se expresa desde sentimientos, emociones de alegría en empleadores y tristeza o contradicción en empleados), los estilos de relación empleador-empleado (empleadores autocráticos, arrogantes, déspotas); desigualdades de poder de acceso a recursos, a capital social, a toma de decisiones; desigualdades a partir del género y el color de la piel (las mujeres aparecen generalmente en rol de empleadas o rol de decoración; las personas de color negro en roles de empleados de los niveles más bajos o en negocios de supervivencia) (Dujarric y Vázquez, 2015; Calabuche, 2016; De Armas, 2016; Luya, 2016; Palay, 2016; Pañellas, Caballero y Torralbas, 2015; Calabuche, 2020) (figuras 16, 17, 18, 19, 20 y 21).
Se evidencia cómo las redes familiar, laboral, de tiempo libre y sociopolítica dan cuentas de homofilia (quiere decir en cuánto se asemejan los miembros de los grupos a su interno, sobre todo en lo relativo a capital social, nivel de instrucción, nivel de ingresos, color de la piel, sexo) y desiguales posibilidades de acceso a las formas de capital social insertadas en las redes.
En el sentido de las redes se encuentra que: (Llanes, 2020; Pañellas, 2020)
Los cuentapropistas perciben negativamente el sistema tributario (Calabuche, 2016; Pañellas, 2018).
Aunque se comprende la función social de los impuestos, argumentan que los actuales no son justos, son absurdos -sobre las ganancias y no sobre los ingresos-, que no se rinde cuentas de qué se hace con lo recaudado, o que la recaudación no se visibiliza en cuestiones tangibles (alumbrado público, reparación de vías, entre otros elementos).
Con respecto a los impuestos:
Se consolida la posición negativa ante estos, así como las inconformidades con respecto a la preparación y el trato de los empleados de la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT) y del Banco.
Aumenta la demanda con respecto a la información clara, oportuna y transparente respecto a estos temas, la capacitación y acompañamiento para las gestiones a emprender, el llenado de documentos, etcétera.
Aumenta la declaración de irregularidades en los procedimientos, la contradicción entre las instituciones, los vacíos e incoherencias legales (Pañellas, 2020).
Los deseos de movilidad intergrupal se manifiestan básicamente en obreros, algunos dirigentes, empleados y bajos ingresos. Los obreros quieren moverse al grupo de cuentapropistas para obtener mayores ingresos, y los dirigentes desean volver a sus grupos de procedencia para ejercer su profesión (intelectuales) o tener más tranquilidad (obreros) (Rodríguez y Torralbas, 2011; Curbelo, 2012; Pañellas, 2012).
Los grupos de bajos ingresos quieren moverse a altos ingresos, los empleados quieren convertirse en empleadores, los de altos ingresos quieren más bien consolidarse en su posición (Dujarric y Vázquez, 2015; Calabuche, 2016; Luya, 2016; Palay, 2016; Calabuche, 2020).
No obstante, se evidencia que:
Crece el número de profesionales que desean o ejecutan el cuentapropismo como una actividad en paralelo (en rol de repasadores, rentistas, también como creadores de experiencias turísticas), especialmente porque las actividades autorizadas, en su mayoría, no son profesionales y no satisfacen la necesidad de realización y reconocimiento. Aquellos profesionales que sí pueden encontrar su realización en el sector (arquitectos, diseñadores, informáticos, economistas) satisfacen sus necesidades de manera más armónica. No obstante, su identidad fundamental es profesional, no cuentapropista (Pañellas, 2020).
Las ventajas y desventajas económicas generan satisfacción e insatisfacción respectivamente, sin embargo, cuando se satisfacen necesidades materiales, de recreación, afiliación, se generan también sospechas y recelos; si las necesidades no pueden satisfacerse por la imposibilidad de recursos, se compensa ―al menos desde el discurso― con la identificación de cualidades morales y cívicas.
Se consolida que: (Rodríguez y Torralbas, 2011; Curbelo, 2012; Del Llano, 2012; Pañellas, 2012; Dujarric y Vázquez, 2015; Calabuche, 2016; De Armas, 2016; Luya, 2016; Palay, 2016; Pañellas, Caballero y Torralbas, 2015; Pañellas, 2017; Peña, 2017; Arango, 2018; Rosales, 2018; Pañellas, 2019; Calabuche, 2020)
Comida, transporte y vivienda constituyen los atributos fundamentales de distinción de desigualdades (figura 22).
Se consolida el consumo de marcas como elemento diferenciador (Dujarric y Vázquez, 2015; Calabuche, 2016; De Armas, 2016; Luya, 2016; Palay, 2016; Pañellas, 2019; Arango, 2019; Calabuche, 2020; Cañizares, 2020) (figura 23).
El espacio del ocio y la recreación se consolida como uno de los representativos de la desigualdad (Pañellas, 2017; Echevarría, Tejuca, Pañellas y Anaya, 2018; Arango, 2019).
Aumentan las brechas de desigualdad percibidas en los servicios educativos y de la salud, tanto por las posibilidades de acceso como por la calidad en los servicios (Pañellas, 2017; Echevarría, Tejuca, Pañellas y Anaya, 2018; Arango, 2019).
Se mantiene en todos los grupos un perfil motivacional pobre, con poca identificación de deseos, proyectos y estructuración para llevarlos a cabo (Rodríguez y Torralbas, 2011; Pañellas, 2012; Dujarric y Vázquez, 2015; Calabuche, 2016; Palay, 2016; Arango, 2018; Rosales, 2018; Pañellas, 2019; Calabuche, 2020; Llanes, 2020; Pañellas, 2020).
No aparecen proyectos en las áreas sociopolítica y del tiempo libre.
Los cuentapropistas son los que expresan mayor estructuración de sus proyectos, los que a su vez son concretos y mayormente conectados con sus negocios.
El nivel de ingresos no transversaliza la cualidad motivacional, tanto grupos de altos ingresos como de bajos expresan pocos deseos, y son concretos, presentistas, materialistas.
Para todos los grupos la cuestión económica deviene eje fundamental de los problemas identificados, las acciones propuestas para resolverlos y los obstáculos que se les asocian. No obstante, aunque se destacan con un bajo nivel propositivo de acciones los obreros, cuentapropistas con bajo nivel educativo y grupos de bajos ingresos, los grupos tienden a no implicarse y a depositar la responsabilidad en el Gobierno, lo cual hace cuestionar la capacidad movilizativa de los grupos desde las identidades sociales (Rodríguez y Torralbas, 2011; Pañellas, 2012; Dujarric y Vázquez, 2015; Palay, 2016; Pañellas, 2019).
Sin embargo:
La participación emerge como un componente del bienestar, y su falta como elemento de displacer (en muestras de actores laborales y no laborales) o movilizador de rebeldías y antipatías (en estudiantes preuniversitarios) (Rosales, 2018; Arango, 2019).
Dentro del grupo de los cuentapropistas va fortaleciéndose la tendencia de jóvenes profesionales, de pequeños y medianos negocios, que demandan su inclusión en la toma de decisiones y desarrollan proyectos en beneficio de la comunidad. Estos proyectos son emprendidos con responsabilidad y sostenibilidad social, y cuestionan procedimientos y políticas hacia el sector, a la vez que generan propuestas de transformación. Declaran el deseo de fomentar alianzas con el sector estatal (Pañellas, 2020).
Emergen grupos desde la sociedad civil que van pronunciándose en favor de determinadas causas (grupos organizados para ayudar a afectados por el tornado, grupos de defensa de los animales, grupos proderechos hacia la diversidad, etcétera), que, además de tener la capacidad movilizativa y aunque varíe entre ellos el nivel de solidez, organización y efectividad, se van haciendo visibles en el imaginario social, especialmente el juvenil (Arango, 2019).
Aunque se subraya la necesidad económica, aparecen especialmente en los últimos dos años, preocupaciones por la violencia, la vulgaridad, las crecientes indisciplinas sociales, el alcoholismo y el consumo de drogas (Colectivo de autores, 2018, 2019, 2020).
Comentarios finales
Los resultados muestran cómo cambian las subjetividades de diversos grupos, y la relación recursiva entre estos cambios y los que operan en el país desde el inicio de las transformaciones del modelo económico.
Las condiciones económicas van aumentando su regulación comportamental, su mediación en la conformación de identidades personales y grupales. Ser y tener se tensan como orientaciones de sentido que, aunque no son excluyentes entre sí, sus esencias jerarquizan caminos diferentes.
Se hace evidente un panorama de naturalización de heterogeneidades y desigualdades. Las desigualdades que los individuos y grupos se resisten más a identificar se relacionan con el color de la piel y con la relación desempeño de roles de género-condiciones estructurales que constriñen comportamientos. Como ejemplos de estas últimas aparecen los obstáculos de movilidad para mujeres por insuficiencia de instituciones para el cuidado ―tanto círculos infantiles como hogares para ancianos, o para personas con necesidades especiales; período de vacaciones escolares que constituyen generalmente un conflicto si no existen otras redes de apoyo; diseños en cuanto a días y horarios de servicio de instituciones públicas (salud, correos, vivienda, etcétera), que coinciden con horarios laborales; calidad de vida relacionada con dificultades de acceso a confort, (economía de tiempo).
No obstante, estas resistencias a la identificación de desigualdades son conscientes; no expresadas directamente de manera verbal, pero emergen fluidamente en los juegos de roles. De esta manera, el espacio investigativo se convierte también en espacio de reflexión y sensibilización, necesario para la ruptura con la obviedad y, consecuentemente, con la parálisis para realizar acciones de transformación. Se explicitan desigualdades en el acceso al poder real de toma de decisiones, aunque este convive también con la desconfianza en las posibilidades reales de participación.
La imagen inamovible de los directivos convoca a repensarse su actuación, pero también su formación y criterios de elección. Entre otras razones, porque la sociedad ha cambiado y necesita otros modos de ser “gestionada”, pues, como también se hace evidente, se ponen sobre la mesa las demandas de autonomía, creatividad y capacidad real de agencia de los ciudadanos.
Parecería que ha tenido un efecto positivo la relación de cooperación entre la academia y los decisores y la presencia de la ciencia en medios masivos, ello ha contribuido a la visión del científico y el intelectual como alguien que contribuye al desarrollo social.
El grupo de cuentapropistas deja ver su creciente visibilidad, posicionamiento, dinamismo y diversificación; lo que invita a repensar la relación con este y las políticas que hacia él se dictan.
La atención a las indisciplinas sociales en sus múltiples manifestaciones constituye un tema de vital importancia, no solo porque va configurando una autoimagen deteriorada, sino porque ese contexto contribuye a socializaciones individuales y grupales que atentan contra nuestros principios como nación.
El presentismo y cualidad de los proyectos expresados, si bien están condicionados por cuestiones económicas, alertan también sobre la pérdida de espiritualidad; sobre la pérdida de espacios de construcción simbólica, ritual, que convoquen también al cuidado por lo público y lo colectivo.
¿Cuál es el modelo de ser humano al que aspiramos? ¿Qué esperamos de los espacios y grupos en los que convivimos? ¿Qué tipo de sociedad queremos construir? Nos toca reflexionar sobre nuestros roles, sobre la coherencia y consistencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Y esta es una reflexión individual, grupal, institucional (y sus inter). Son tiempos de diálogo, de construcción colectiva, porque van cambiando las reglas del juego. Son tiempos de hacer y rehacer.