INTRODUCCIÓN
El desarrollo, como construcción teórica, se ubica en el contexto posterior a la II Guerra Mundial, aunque sus antecedentes se encuentran a lo largo del pensamiento económico universal, vinculado a la idea de riqueza, progreso, crecimiento, entre otros términos (Unceta, 2009).1
Históricamente, la producción teórica acumulada en materia de desarrollo y los modelos aplicados -en gran medida- han sido diseñados, propuestos, o condicionados por las sociedades desarrolladas para garantizar que los países subdesarrollados sean funcionales a sus intereses; las llamadas teorías de la modernización eran ejemplo de ello. En la actualidad existen autores como Mallorquín (2017), que alertan al plantear: «hoy se repite la estrategia política de desarrollo hacia el Sur, instrumentada después de la Segunda Guerra Mundial» (p. 11), idea que reafirma al expresar: «los cambios y giros conceptuales dan cuenta de la lucha por construir cierta hegemonía y prácticas en materia de distribución y utilización de los recursos productivos» (p. 58).
Tales afirmaciones sirvieron de provocación para el análisis que a continuación se presenta. El lector menos avezado en la materia podría aceptar sin oposición las teorías del desarrollo consensuadas internacionalmente, como «desarrollo humano» y «desarrollo sostenible», tal cual son difundidas. Asimismo, podría caer en la trampa de creer en una visión de desarrollo alternativo sin cuestionar lo esencial, es decir, sin conocer a qué aspectos es alternativo realmente.
El presente trabajo tiene como objetivo motivar la reflexión acerca de la pretendida neutralidad de las actuales teorías del desarrollo y su funcionalidad a la lógica de acumulación capitalista. En un primer momento se plantean los presupuestos teórico-metodológicos y se destaca la no neutralidad de la ciencia económica; a continuación se exponen las implicaciones de aceptar acríticamente las teorías del desarrollo; luego, a partir de la consideración de las teorías y políticas del desarrollo como parte de la economía política, se presentan las funciones que desempeñan en el plano cognoscitivo, metodológico, ideológico y práctico.
1. PRESUPUESTOS TEÓRICO-METODOLÓGICOS
Para el análisis se toma como base metodológica la teoría marxista y se adoptan como criterios metodológicos de partida los siguientes:
El rechazo de la supuesta neutralidad de la ciencia económica, asumida por la economía convencional. Tal como planteara Castaño (2004), « la economía pura o la teoría económica en general, no existe. Como no existe una ciencia social neutral, como no existe una instrumentalidad en función de la optimización económica, ajena al contexto ideocultural, político y social que la genera» (p. 15).
La concepción del desarrollo como un proceso dialéctico, multidimensional, en el que influyen factores tanto del contexto nacional como internacional.
La asunción de una relación dialéctica entre desarrollo y subdesarrollo. Al decir de Sunkel y Paz (1970), «el desarrollo y el subdesarrollo pueden comprenderse […], como estructuras parciales pero interdependientes, que componen un sistema único en la misma perspectiva» (p. 6).
La consideración de que, como construcción teórico-práctica, el desarrollo está determinado por relaciones de poder. Según Valenzuela (1990), las teorías entran y salen del escenario teórico en la medida en que entran y salen del escenario político las clases sociales portadoras de sus ideas.
2. TEORÍAS DEL DESARROLLO: POSIBLES CONSECUENCIAS DE LA PRETENDIDA NEUTRALIDAD
Las manifestaciones de problemas de alcance global, anteriormente identificados solo con los países subdesarrollados, influyeron en la reemergencia de las teorías del desarrollo. Luego de un período de crisis en los estudios del desarrollo, ubicado básicamente entre finales de los años 70 y el decenio de los 80 del siglo xx, estas teorías han surgido con nuevas dimensiones y énfasis, a medida que aparecen nuevos problemas a resolver y se acentúan los existentes. Han sido difundidas en un contexto globalizador altamente ideologizado, con un altísimo grado de monopolización que domina prácticamente todas las esferas vinculadas a la vida humana. Este marco ha resultado propicio para la promoción de un pensamiento homogenizante que facilita la dominación imperialista, pues convoca a todos los países a encauzarse hacia un mayor nivel de desarrollo, con independencia de la gran heterogeneidad que existe a nivel internacional. Como afirmara Castaño (2004),
desde las metrópolis del primer mundo se generan continuas reformulaciones socioeconómicas, políticas e ideoculturales que difunden la imagen y el mensaje de la uniformidad universal que representa el hegemonismo dogmatizante del pensamiento único. Dentro de este último, los patrones del pensamiento convencional, creados para gestionar la economía capitalista y así mantener el statu quo burgués, pretenden constituir un paradigma único y en consecuencia representar a la mayoría de la comunidad científica, económica en las más distantes latitudes geográficas. La extensa red de las comunicaciones informatizadas difunde un pensamiento económico que intenta diluir toda defensa de una realidad socioeconómica, política y cultural alternativa. (p. 17)
Las concepciones teóricas en torno al desarrollo -sostenible, humano, endógeno y alternativo- aparecen integrando múltiples dimensiones que, a simple vista, superan el reduccionismo economicista del pensamiento económico más ortodoxo y expresan una visión sistémica entre los diferentes componentes del desarrollo, con el hombre como centro de este. Mientras se enriquece el debate, aparecen variadas metodologías para medir el desarrollo y surgen documentos normativos con pretendido alcance mundial, como los Objetivos de Desarrollo del Mileno y luego los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La asimilación pasiva, acrítica, de las teorías del desarrollo internacionalmente divulgadas, puede devenir en un limitante para las economías que se proponen diseñar sus propios procesos de desarrollo en correspondencia con los intereses y objetivos nacionales.2 Debe tenerse presente que según la concepción de desarrollo asumida por un país será la estrategia de desarrollo a trazar y la variedad de políticas que la conformen; estas últimas adquieren mayor o menor protagonismo en función del cumplimiento de los objetivos propuestos y están influenciadas por la propia dialéctica del proceso de desarrollo, de por sí contradictorio (Figura 1).
Centrar la atención en los problemas del desarrollo puede orientar el análisis hacia la expresión fenoménica, en lugar de sus elementos causales. Ello condiciona la búsqueda de paliativos en lugar de enfrentar las causas que los generan. Los problemas del desarrollo, ya sean económicos, ambientales o sociales, son fundamentalmente problemas políticos; están determinados por relaciones de poder y no pueden ser analizados al margen del desarrollo del capitalismo y su sistema de contradicciones.
La aceptación inconsciente de la existencia de nuevas reglas de juego en el contexto actual, defendidas con criterios de igualdad de oportunidades, de mejoras en los niveles de bienestar y la supuesta convergencia internacional en la medida que aumenta el número de países de renta media, de posibles accesos y usos de la tecnología más moderna con la llamada cuarta Revolución industrial -entre otros criterios- puede obnubilar a muchos y confundir el rumbo en la conducción del proceso de desarrollo. Ello puede coartar la búsqueda de concepciones y vías propias de encauzar el desarrollo y, más aún, significa un alejamiento en la búsqueda de alternativas al sistema de dominación imperante, en el cual radica la causa del subdesarrollo que afecta a la mayoría de los países del orbe. El hecho de no cuestionar la realidad a partir del análisis de sus relaciones causales y esenciales y aceptar la pretensión de neutralidad del análisis económico, en el marco de una sociedad clasista como es la capitalista, conduce a pasar por alto el conflicto de clases y aceptar la idea del beneficio común.
Se requiere prestar atención al debate sobre desarrollo, de modo que la lectura crítica se imponga a la asimilación pasiva. Es posible encontrar pluralidad de discursos sobre el tema a partir de diferentes puntos de partida, formalizados en diversas perspectivas teóricas como: desarrollo sustentable, desarrollo humano, desarrollo alternativo, posdesarrollo, desarrollo endógeno. Todo esto, unido a la tendencia al eclecticismo teórico, conduce a una supuesta convergencia donde parece conciliarse los intereses de todos los implicados en el proceso de desarrollo, con un discurso multiclasista. Tal convergencia teórica, visible a partir de finales de los años 90, se manifiesta en algunos retrocesos teórico-prácticos como:
La prevalencia del positivismo en los análisis sobre los modelos y estrategias de desarrollo conduce a una crítica centrada en los resultados de las políticas aplicadas y no en su esencia, mucho menos en el análisis de las relaciones causales y contradictorias de las cuales las políticas son una expresión resultante.3
El vocabulario utilizado en las teorías del desarrollo internacionalmente aceptadas elude la problemática de las asimetrías de poder. Prevalecen los términos que suavizan u ocultan las contradicciones existentes entre clases o grupos sociales; por ejemplo, el término inequidad muchas veces se utiliza para enmascarar la pobreza relativa; el enfoque de derechos ha sido sustituido por el de igualdad de oportunidades; la denominación de países en desarrollo sugiere avances por una senda universal, al estilo de Walt W. Rostow. En definitiva, respondiendo a una visión universalizadora pasan por alto la heterogeneidad que caracteriza a las economías subdesarrolladas y que se ha ido acrecentando al interior de las sociedades más desarrolladas.
La multidimensionalidad del desarrollo se reconoce, sin embargo, muchas veces este es analizado, y no ingenuamente, con un enfoque atomista que conduce a centrar la atención en problemas concretos como la pobreza, el neoextractivismo, el género, las etnias, entre otros criterios. Sin desconocer la importancia de cada uno de esos temas, vale reflexionar que tal parcialidad del análisis desvía la atención de los elementos causales y limita el necesario análisis dialéctico para una verdadera transformación socioeconómica. Los problemas del desarrollo no son solo ambientales, económicos, sociales, ni tecnológicos; los problemas del desarrollo son, en definitiva, problemas políticos.
Una visión parcelada de la ciencia es predominante y se expresa en la delimitación de áreas del conocimiento y objetos de estudio, a la vez que se enfatiza en la interdisciplinariedad. Así, a veces los conceptos son presentados desde diferentes puntos de partida y, por ende, analizados desde diversas perspectivas no siempre integradas.4
En el análisis del dinamismo del proceso de desarrollo se incurre en la tendencia a la hiperbolización de las «cuestiones de actualidad» (Castaño, 2004). Muchas veces se pretende mostrar el último dato y se utiliza el término de moda, perdiendo de vista el contexto histórico determinante del problema que se analiza, su origen y devenir histórico, así como el sistema de relaciones sociales de producción que lo determina.
Lo anterior, unido a una excesiva matematización carente de interpretación cualitativa, pretendiendo explicar per se un problema a partir de una determinada cantidad de datos, conduce el análisis al empirismo vulgar.
A lo antes expuesto se añade que, aun cuando se avanza hacia una visión sistémica en los enfoques sobre desarrollo, esta per se no es sinónimo de alternativa. El enfoque de sistema, aunque explica la interrelación entre las partes que lo integran, puede ser teóricamente impreciso al eludir las relaciones de poder determinantes en las explicaciones causales y en el diseño de políticas. Muchas veces el enfoque sistémico destaca un discurso productivista al margen de la lucha de clases.
3. TEORÍAS DEL DESARROLLO Y ECONOMÍA POLÍTICA
La multidimensionalidad que integra el proceso de desarrollo, así como el dinamismo con que este tiene lugar, resaltan la necesidad de superar la visión parcelada y disciplinar de las teorías del desarrollo. Entender el desarrollo y la finalidad de las teorías que lo explican requiere ser analizado desde la economía política crítica. Para ello también se hace necesario «no ver a la economía política como algo terminado, sino como un fenómeno dinámico, complejo, y de alcance hacia el futuro» (Castaño, 2004, p. 18).
La economía política desde el pensamiento crítico no es «otra» economía política diferente a la economía política burguesa, no es la economía en sí, no es solo el análisis del capitalismo, sino el análisis de una ideología económica, de una fenomenología a la que hay que someter el arma de la crítica (Castaño, 2004).
La economía política -sea de naturaleza marxista o no marxista- cumple cuatro funciones: cognoscitiva, metodológica, ideológica y práctica. Ellas están muy interrelacionadas y determinadas por posiciones clasistas, pues su alcance depende de la clase social con que se identifique. En este sentido hay diferencias sustanciales entre las teorías marxistas y no marxistas. Según García (2009),
el estudio de las teorías y políticas del desarrollo constituye aquella parte de la economía política dedicada a valorar el modo en que la teoría económica -marxista y no marxista- examina los conflictos y obstáculos del desarrollo en los denominados países subdesarrollados, así como las estrategias de transformación elaboradas en cada caso, con el propósito de modificar el curso que en ellos ha tomado el desarrollo. (p. 6)
Asumir que las teorías del desarrollo internacionalmente divulgadas son parte de la economía política no marxista -dado el menor peso que tienen los análisis marxistas en la literatura sobre el desarrollo- condiciona el análisis de una ideología económica y una mirada minuciosa a las funciones que ellas han de cumplir como construcción teórico-práctica. Su función cognoscitiva se pone de manifiesto en las interpretaciones que hacen de los principales conflictos que enfrentan las economías subdesarrolladas, así como de los problemas del desarrollo que acontecen con carácter global; ello incluye las experiencias en cuanto a modelos, estrategias y políticas de desarrollo aplicadas.
Las teorías del desarrollo, desde su surgimiento como disciplina de las ciencias económicas hasta la actualidad, han tenido como objeto de estudio el proceso de desarrollo, aunque este haya sido conceptualizado de diversas maneras en los diferentes contextos históricos. Sin embargo, dentro de ellas existe un elemento común: los análisis en que descansan sus formulaciones teóricas no consideran las relaciones sociales de producción que lo determinan. Una lectura crítica de las diversas teorías, con vistas a aprovechar sus aportes cognoscitivos, requiere poner de relieve el contexto histórico concreto en que ellas tienen lugar, los intereses que legitiman, las políticas para su implementación, así como la difusión alcanzada en el debate internacional. Esto permitiría determinar los aportes y límites de esas teorías.
Desde el punto de vista metodológico, se observa la aplicación de variados métodos como: el individualismo metodológico de la economía convencional, centrado en la dimensión económica; el método histórico estructural del estructuralismo latinoamericano que analiza los problemas económicos y sociales de América Latina desde una perspectiva histórica y promueve un enfoque holista en el análisis. A ello se añade el tránsito de un análisis monista del desarrollo hacia una visión multidimensional, con enfoque sistémico, integrado, presente no solo en el neoestructuralismo cepalino sino también en la concepción del desarrollo humano y del sostenible. A pesar de las diferencias, existe un denominador común: quedan fuera del análisis las relaciones sociales de producción y, por ende, todo intento de interpretar el subdesarrollo vinculado al sistema capitalista.
En su condición de ideología, pretende divulgar un pensamiento universalizante sobre el proceso de desarrollo que pasa por alto la gran heterogeneidad que existe a nivel internacional y, en especial, la creciente polarización social existente. Desde el decenio de los 50 del siglo xx, Baran (1971) llamaba la atención acerca de tal intencionalidad, al plantear:
Cuando la razón y el estudio de la historia principiaron a revelar la irracionalidad, las limitaciones y la naturaleza meramente transitoria del orden capitalista, la ideología burguesa como un todo, y con ella la economía burguesa, comenzaron a abandonar tanto la razón como la historia. Ya sea que este abandono asumiese la forma de un racionalismo encaminado a su autodestrucción o desembocase en el agnosticismo de los positivistas modernos, o bien que apareciese francamente en forma de alguna filosofía existencialista que rechazara desdeñosamente toda búsqueda y todo apoyo en una comprensión racional de la historia, el resultado fue que el pensamiento burgués (y la economía como parte de él) se transformó cada vez más en un bien arreglado estuche, conteniendo los variados utensilios ideológicos requeridos para el funcionamiento y la preservación del orden social existente. (p. 20)
En la actualidad, tras una visión centrada en el hombre y considerando a este en su interrelación con la naturaleza -a través de la concepción del desarrollo humano y del sostenible-, se oculta la ausencia de un análisis de relaciones de explotación velada por la supuesta búsqueda de niveles crecientes de bienestar y desarrollo individual en armonía con la naturaleza.6
La función práctica de las teorías del desarrollo, en general, ha estado orientada a garantizar que las sociedades subdesarrolladas mantengan un comportamiento conveniente a los intereses de los países más desarrollados; es decir, garantizar su funcionalidad a la acumulación capitalista a nivel internacional. A ello se añade las intenciones particulares correspondientes a dos momentos históricos delimitados por el derrumbe del campo socialista; previo a este las teorías estaban orientadas a evitar que las sociedades subdesarrolladas siguieran el camino socialista, a la vez que garantizaban mantenerlas en una relación subordinada a los países capitalistas más desarrollados.7 Luego, en los años 90 se orientó más a mitigar los problemas del desarrollo que han ido adquiriendo un carácter global, a hacer gobernables los procesos contradictorios que acontecen en el plano internacional y garantizar que las economías subdesarrolladas sean funcionales al gran capital transnacional. Tal intencionalidad está muy evidente en las siguientes palabras de Truman (1949), quien pronunció en su discurso de investidura hace seis decenios:
Debemos lanzarnos a un nuevo y audaz programa que permita poner nuestros avances científicos y nuestros progresos industriales a disposición de las regiones insuficientemente desarrolladas para su mejoramiento y crecimiento económico. Más de la mitad de la población mundial vive en condiciones cercanas a la miseria […] Su pobreza es un lastre y una amenaza para ellos como para las regiones más prósperas. Por primera vez en la historia de la humanidad posee los conocimientos y las técnicas capaces de aliviar los sufrimientos de esos seres humanos […] Nuestro objetivo debe ser el de ayudar a los pueblos libres (entiéndase no socialistas) del mundo entero a que […] produzcan más alimentos, más vestidos, más materiales […] Una producción mayor es la clave de la prosperidad y la paz. Nos debemos involucrar en un programa totalmente nuevo para hacer disponibles los beneficios de nuestros avances científicos y progreso industrial para la mejora y el crecimiento de las “áreas subdesarrolladas” […] El viejo imperialismo -explotación para ganancias extranjeras- no tiene lugar en nuestros planes. Lo que vislumbramos es un programa de desarrollo basado en la negociación democrática. (pp. 5-6)
Por su parte, Criollo et al., (2009) considera que:
El desarrollo es ante todo un concepto claramente político y si se quiere un arma intelectual o ideológica adscrita al orden mundial de la guerra fría que busca defender el sistema capitalista y la hegemonía de occidente, en particular de los Estados Unidos sobre las demás naciones del mundo […] En estas circunstancias, la preocupación del bienestar social, tantas veces invocado cuando se plantea el desarrollo, no pasa de ser una cortina de humo útil para disfrazar los verdaderos propósitos que se persiguen con la utilización de este concepto. (pp. 79-80)
La dialéctica existente entre todas las funciones mencionadas queda en evidencia en las palabras de Arrizabalo (2016), al decir: «la moda del eclecticismo no obedece a necesidades científicas, sino a razones políticas vinculadas a intereses particulares a los que no favorece que se desvele el trasfondo real de los problemas económicos. De modo que, defendiendo que todo es compatibilizable, se prepara el terreno para amputar de cualquier enfoque su componente más crítico, haciéndolo así inofensivo para dichos intereses» (p. 92). De estas palabras se trasluce la necesidad de someter a las teorías del desarrollo al arma de la crítica; este autor enfatiza que no se puede caracterizar como crítico un enfoque que defienda la supervivencia del capitalismo como vía para resolver los problemas. Asimismo, Pérez (2018) declara que la alternativa no en asunto técnico sino político y sostiene la alternativa socialista, como propuesta de desarrollo alternativo a la lógica del capital.
CONSIDERACIONES FINALES
Asumir la neutralidad de las teorías del desarrollo como construcción teórico-práctica y desconocer que el desarrollo está determinado por relaciones de poder en función de la acumulación capitalista constituye un gran peligro a enfrentar por las sociedades subdesarrolladas.
Las teorías consensuadas internacionalmente transmiten mensajes de uniformidad y difunden un pensamiento económico que intenta diluir toda defensa de construcción de una sociedad alternativa a los intereses del capital transnacional. Las teorías y los modelos aplicados han sido concebidos por las sociedades desarrolladas para garantizar que las subdesarrolladas sean funcionales a sus intereses. La asimilación pasiva de las teorías internacionalmente divulgadas les condiciona sus modelos de desarrollo.
Aceptar las teorías del desarrollo como parte de la economía política condiciona el análisis de una ideología y una mirada minuciosa a las funciones que ellas han de cumplir como construcción teórico-práctica. Someterlas al arma de la crítica es un imperativo para los países que desean diseñar sus propios procesos de desarrollo.