INTRODUCCIÓN
En el 2020, el coronavirus (COVID-19) se ha convertido no solo en la peor amenaza sanitaria del planeta, sino también en una potente crisis económica y financiera. La mayor parte de las economías han experimentado contracciones en el producto interno bruto (PIB) per cápita a niveles elevados. La proporción será de un 90 % más alta que la de la Gran Depresión de 1930-1932 (Figura 1). Además, la crisis del COVID-19 será la más profunda desde la del período 1945-1946 (Kose y Sugawara, 2020).
Particularmente Asia fue el origen y el epicentro del inicio de la pandemia. Aun así, algunas naciones asiáticas continuaron manteniendo altos números de infectados o han tenido rebrotes luego de haber controlado la COVID-19, como resultado de la reapertura de sus fronteras. En tanto, otro grupo de países manejó eficientemente la situación hasta llegar a reducirla al más bajo nivel de casos como Laos, Mongolia, Vietnam, Brunei, entre otros. Hasta el 30 de junio de 2020, el Este y parte del Sudeste de Asia fueron las subregiones con la menor tasa de enfermos (Figura 2). Sobresale en esta situación la cooperación económica-financiera entre los diversos estados asiáticos, lo que permitió controlar la situación regional.
En Asia, se ubican no solo la segunda y tercera mayores economías del planeta (China y Japón), sino también las de mayor crecimiento del orbe, algunas de las cuales han tenido profundas afectaciones (India, Indonesia, Tailandia, Singapur). Dado el nivel de interrelación entre ellas, la COVID-19 provocó inmediatamente interrupciones severas de las cadenas regionales y globales de valor, especialmente aquellas más vinculadas a China. También han sido severamente dañadas las que dependen fuertemente del turismo.
Por otro lado, la mayoría de las naciones del área han respondido -y aún lo hacen- a través de movilizaciones de grupos de trabajo interinstitucionales y mediante la activación de mecanismos de coordinación en procesos integracionistas, particularmente la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y algunos de sus socios de diálogo (China, Japón y República de Corea) mediante el mecanismo ASEAN+3.
IMPACTOS DE LA COVID-19 EN ASIA
En abril de 2020, varios organismos internacionales pronosticaron caídas del PIB tanto para Asia, como para el resto del mundo. La expansión de la COVID-19 y sus efectos devastadores, obligaron a reajustar las previsiones para el cierre del año. La pandemia incidió profundamente tanto en la economía como en los indicadores sociales, entre ellos el empleo, la desigualdad y la pobreza. Por primera vez en la historia económica reciente de la región, se prevé que el crecimiento de Asia se contraiga un 1,6 % (Chang Yong, 2020).
El impacto sobre China, la segunda mayor economía global y primera en la región, ha sido severo. Algunos organismos como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) (2020) pronosticaron caídas considerables del PIB chino, al punto de que su crecimiento no rebasará el 1,5 % al cierre de 2020. Ante la complejidad de la situación, la Asamblea Popular Nacional del «gigante asiático» decidió no establecer un objetivo específico de crecimiento económico para el año, por primera vez desde 1990.
En el primer trimestre, la economía china se contrajo un 6,8 % del PIB, aunque la situación en el resto de 2020 puede mejorar en caso de un progreso de la situación mundial (Fondo Monetario Internacional, 2020). No obstante, existen tres elementos preocupantes que pueden incidir sobre Beijing: la posibilidad de un rebrote interno de COVID-19 a partir de las aperturas de fronteras, la fuerte incidencia de la pandemia en países suministradores de materias primas y el peligro del desarrollo de una nueva cepa de la fiebre porcina capaz de infectar humanos.
Algunos plantean que la COVID-19 podría llevar a una relocalización de las cadenas de valor, en parte, mediante la salida de empresas de China. Hasta el momento, la práctica ha demostrado que la mayoría de las compañías han cancelado o pospuesto sus viajes de negocios desde y hacia China / Hong Kong (83,9 %), así como la introducción de nuevas medidas higiénicas. Un número importante sigue confiando en el gigante asiático, mientras es menor la cantidad de entidades que se trasladan a otras latitudes (Figura 3).
Aun cuando el escenario es negativo, con previsiones de crecimiento para el 2020 de solo 1 % (Fondo Monetario Internacional, 2020), China pudiera reflejar mejores indicadores. Entre las razones para ello están las posiciones del Gobierno para proteger los negocios y reanimar la economía interna a partir del proceso de cambio de modelo más centrado en el consumo interno y la puesta en vigor en 2020 de la nueva Ley de Inversiones, la que ejerce una fuerte atracción para las empresas transnacionales, debido a los costos, la estabilidad y el tamaño del mercado (Asamblea Nacional Popular de China, 2019). La ley permite a las compañías obtener mejores formas de distribución de los beneficios, reduce la lista negativa de sectores donde no se puede invertir, a la vez que integra en una única ley todas las regulaciones vinculadas a la inversión extranjera.
La COVID-19 también ha impactado negativamente en otras economías asiáticas. Incluso antes del estallido de la pandemia, algunos países del área como Japón, tenían serios problemas económicos. El virus complicó aún más esta situación. Según estimados del Banco de Japón, se prevé que el PIB decrezca un 2,4 % en 2020, por lo que decretó en recesión a todas las prefecturas. Por si fuera poco, el aplazamiento de los Juegos Olímpicos de Tokio le costará al país 3 000 millones de dólares por concepto de refinanciamiento y mano de obra (Duchatel, Godement y Zhu, 2020). Peor aún, el Fondo Monetario Internacional (2020) afirmó que el decrecimiento será mayor de 5,8 %.
Después que el epicentro de la epidemia se trasladara hacia las Américas, la subregión de Asia Sur comenzó a ser el mayor foco de contagios dentro de la región. Si bien al inicio de la pandemia, los organismos internacionales pronosticaban que la India iba a ser una de las economías de mayor crecimiento en 2020, en junio se convirtió en el cuarto país del mundo con más casos de COVID-19. Las previsiones del PIB para 2020 en abril eran de -0,5 %; sin embargo, al cierre de junio, se reajustó a un -4,5 % (Sharma, 2020).
Corea del Sur, la cuarta economía regional, se estuvo preparando para una fuerte contracción económica a partir de las previsiones negativas. En ese sentido, se planteó la necesidad de reservar la mayor cantidad de poder financiero para responder rápidamente a la inseguridad del mercado laboral y cualquier posible crisis de liquidez corporativa. La contracción de la economía sudcoreana por el impacto de la crisis generada por la COVID-19 estará entre un 0,1 y un 2,1 % del PIB. Pese a todo, las previsiones de decrecimiento reflejan caídas menores en comparación con las de Japón e India, así como de las grandes economías europeas y Estados Unidos, cuyos casos sobrepasan el 5 % (Fondo Monetario Internacional, 2020).
MEDIDAS TOMADAS DENTRO LA REGIÓN
Asia ha sido fuertemente afectada por la COVID-19 desde el comienzo del brote a finales de 2019. Ante la prospectiva de una crisis regional y global provocada por una enfermedad altamente peligrosa, no han sido pocos los países del área que han llevado a cabo políticas macroeconómicas para contener el brote y estabilizar la situación interna.
Hasta la fecha, varios de estos países han disminuido el ritmo de infección entre su población. Las experiencias más «exitosas» (el éxito es relativo considerando la incertidumbre que existe alrededor de las mutaciones del COVID-19 o una posible vacuna contra este) han sido las de China, Hong Kong (Región Administrativa Especial, RAE), Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Vietnam.1 Esta apreciación se basa en el bajo número de casos per cápita, la reducida mortalidad y la contención efectiva de los brotes, en lo cual las diferentes medidas económicas llevadas a cabo han tenido un rol decisivo.
Las medidas desarrolladas por los distintos países se componen de cuatro puntos fundamentales: la disminución de las tasas de interés, los estímulos macroeconómicos, las políticas asistencialistas y la conversión industrial. En relación a la disminución de la tasa de interés, las instituciones bancarias centrales de los países mencionados decidieron rebajarlas, aunque en escalas diferentes. Esta medida, que también incluyó la autorización al atraso de los pagos a hipotecas y préstamos, fue impulsada con el objetivo de minimizar el impacto de las medidas de cuarentena sobre la solvencia de los hogares y las empresas. Asimismo, a fin de evitar afectación en las instituciones financieras por la acción descrita, varios gobiernos también destinaron fondos para el financiamiento de los bancos (Duchatel, Godemont y Zhu, 2020, p. 35).
En ese sentido, con la excepción de Japón cuya tasa de interés negativa se ha mantenido constante (-0,1 %) desde 2015, los países analizados rebajaron sus tasas de intereses. Los descensos más significativos se encuentran en Hong Kong (RAE) y Corea del Sur (Trading Economics, 2000b, 2000c, 2020d). En el primer caso, para septiembre de 2019, la tasa se encontraba en 2,5 %, y en marzo de 2020 había descendido a 0,9 %. Corea del Sur comenzó 2020 con una tasa de 1,3 % y en mayo del mismo año decreció hasta 0,5 %. Vietnam y Taiwán reportaron rebajas más discretas, de 5 a 4,5 % y de 1,4 a 1,1 %, respectivamente (Trading Economics, 2020a, 2020e).
En China, el Banco Popular implementó una variación de las tasas de interés, el financiamiento líquido del 1 % del PIB en los primeros meses de 2020 (0,4 % del PIB mayor que en 2019), las facilidades de refinanciación (0,8 % del PIB) y un recorte efectivo de la proporción del requisito de reserva en base a la liquidez monetaria (Banco Mundial, 2020).
En cuanto a los estímulos económicos y financieros, los diferentes gobiernos aprobaron uno o varios paquetes de emergencia en reacción prácticamente unísona al impacto de la COVID-19. Los países asiáticos, con mayor o menor intensidad según los daños a su economía, han coincidido en la aplicación de estos paquetes, situación muy diferente a América Latina y el Caribe donde no hay consenso y muy escasa proyección regional. Particularmente Japón certificó varios paquetes de ayuda hasta acumular el segundo monto más grande del mundo después de Estados Unidos: 2,2 billones de dólares, equivalente al 40 % del PIB. Estos han sido destinados a proteger los negocios y los empleos, así como también para la preparación contra una eventual segunda oleada de la epidemia. Para asumir los costos, el Gobierno emitirá bonos por un valor de 300 mil millones de dólares, lo cual agudizará la crítica situación de las finanzas niponas (Yamaguchi y Kajimoto, 2020).
La India aprobó un paquete de medidas económicas que supone el 10 % del PIB, centrado en los cinco pilares de la economía, entre ellos, la infraestructura, la demografía y la cadena de suministros. El Gobierno inyectó una asistencia de más de 266 mil millones de dólares que atenderá no solamente a trabajadores de la agricultura, pequeñas y medianas empresas (PYMES) e industrias artesanales, sino también para los migrantes (Press Trust India, 2020).
Otro de los países fuertemente afectados por la crisis, Corea del Sur, también ha emitido varios paquetes de ayuda. Uno de ellos aprobado en abril de 2020 consistió en 70 mil millones de dólares y fue destinado fundamentalmente a los fabricantes de autos, empresas de telecomunicaciones, aerolíneas y astilleros. Seúl contabiliza 200 mil millones de dólares por concepto de estímulos económicos hasta la fecha (White y Jung-a, 2020).
El resto de países y territorios también han aplicado paquetes de asistencia, aunque en menor cuantía. Por ejemplo, el gobierno de Singapur aprobó 67 mil millones de dólares (Sakpal, 2020); Hong Kong (RAE), 36 850 millones de dólares (Sovereign, 2020) y Taiwán, 10 millones de dólares (Tzu-Ti, 2020). Vietnam, aunque no desplegó un paquete de ayuda directa, sí tomó medidas indirectas que persiguen el mismo fin. En ese sentido, el conjunto de políticas delineadas por el gobierno vietnamita incluyó incentivos para alargar el pago de los impuestos sobre la renta y sobre la tierra, algunos de los cuales han sido asumidos por el Banco Estatal por valor de 1 160 millones de dólares (Falak, 2020).
Beijing, por su parte aplicó un estímulo de inversión pública del 1,3 % del PIB, además de varias medidas para facilitar las restricciones de liquidez de las PYMES (1,2 % del PIB), gastos para el control y la prevención epidémica del 0,1 % del PIB, exención de pago de impuestos para la provincia de Hubei, así como también reducciones entre 1 y 3 % para otras provincias afectadas por COVID-19. Otras acciones llevadas a cabo fueron rebajar/eximir a los empleados del pago a las contribuciones a la seguridad social y exonerar de aranceles a los suministros importados para el control del virus (Banco Mundial, 2020).
A pesar de todos los estímulos anteriormente mencionados, la crisis económica también presupone una baja en la demanda debido a la disminución en el ingreso medio de los hogares. Una de las vías que los países asiáticos encontraron para romper este círculo vicioso fue otorgar ayudas directas a los ciudadanos y familias, a fin de que el consumo mantenga niveles aceptables (Figura 4).
Al respecto, Hong Kong (RAE) ha sido particularmente extensivo, lo cual se ha manifestado mediante la introducción de un esquema de subsidios para personas de bajos ingresos y estudiantes. Además, el Gobierno planeó entregar 1 289 dólares a todos los ciudadanos mayores de 18 años (Duchatel, Godement y Zhu, 2020, p. 39).
Corea del Sur aprobó el pago en efectivo de emergencia a todas las familias, excepto a las más ricas. El «pago de socorro de emergencia por desastre» ha sido de hasta 820 dólares a los hogares, excepto para el 30 % de mayores ingresos. Las autoridades prepararon otro presupuesto adicional por valor de 5,8 mil millones de dólares (European Chamber Commerce in Korea [ECCK], 2020). Una medida de subsidio único similar fue tomada en Japón: aproximadamente 1 000 dólares para todos los ciudadanos que hayan sufrido una caída de ingresos y 3 000 dólares para las familias cuyo sustento también esté en peligro (The Japan Times, 2020).
OPORTUNIDADES EN MEDIO DEL DESAFÍO
Si bien la pandemia supuso un descalabro en la economía mundial, también ha promovido la instalación de nuevas líneas productivas entrelazadas dentro de la región, lo que abre nuevas oportunidades. Algunas de esas producciones -en las cuales los países asiáticos han tenido un papel determinante- han sido en relación al sistema sanitario.
Los países asiáticos analizados han desarrollado varias estrategias (con significativos grados de variación) con respecto a las mascarillas y el equipo médico, para reorientar una parte de su producción industrial y/o estimular los sectores de productos médicos. Para ello, los gobiernos han combinado estrategias políticas con incentivos fiscales y subsidios. En los casos de China y Vietnam, esas medidas han ido acompañadas, además, del control estatal sobre la economía y la vigilancia partidista.
Precisamente, el «gigante asiático» se convirtió, aceleradamente, en el mayor productor mundial de mascarillas. Solo en febrero de 2020, la producción se multiplicó 5,5 veces al alcanzar los 110 millones diarios de ejemplares. En abril, el país produjo 200 millones de mascarillas diarias. Además de los instrumentos económicos anteriormente mencionados, el gobierno chino se comprometió a comprar todos los sobrantes, de tal manera que las empresas no deban preocuparse por la sobreproducción y el estancamiento de sus productos (Duchatel, Godement y Zhu, 2020, p. 20).
La intervención estatal también se ha manifestado en el resto de los países y territorios. Por ejemplo, en Japón y Hong Kong (RAE), los respectivos gobiernos diseñaron subsidios para los productores de mascarillas. Mientras, en Corea del Sur y Taiwán fue decretada una prohibición a la exportación de mascarillas hasta que la producción nacional fue capaz de suplir la demanda interna. En todos los casos los Estados tratan de disminuir la dependencia del exterior de productos muy demandados por la pandemia. Esta expresión de nacionalismo económico también se ha extendido hacia las importaciones de medicamentos antivirales y retrovirales.
En el caso de la exportación de los test de diagnóstico, -otro de los productos de altísima demanda- Corea del Sur es el caso más relevante. Este país aplicó test masivos en su población para poder contener la pandemia; para ello, varias empresas reasignaron sus líneas productivas hacia la manufactura de este producto. En su clímax, la industria médica surcoreana podía examinar alrededor de 135 000 personas diariamente. Al estabilizarse la situación interna, el país tenía una capacidad excedente que podía destinar a la exportación. Consecuentemente, hasta abril de 2020, las empresas surcoreanas habían obtenido 49 millones de dólares por concepto de ventas en 120 países (Ferrier, 2020).
Las medidas enumeradas anteriormente han probado tener cierto grado de eficacia en la contención del virus y en la ralentización de los efectos de la crisis económica. Además, Asia posee la ventaja relativa de tener una deuda pública baja (con excepción de Japón, cuya deuda pública ascendía al 235 % de su PIB en 2017) y altas reservas de divisas (Gramlich, 2020). La deuda pública media se encuentra alrededor del 40 % del PIB de los países de la región, y el déficit fiscal promedio oscila el 1 % (United Nation Economic and Social Commission for Asia [UNESCAP], 2020, p. 7). Este hecho provee un significativo margen para tomar medidas de financiamiento de emergencia como los paquetes de ayuda o las políticas asistencialistas.
No obstante, dado que se desconoce el tiempo en que la pandemia pueda ser controlada mundialmente, o la incertidumbre alrededor de sus posibles mutaciones, es probable que los Estados deban seguir emitiendo paquetes de ayuda a razón de incrementar la deuda. Financiar a través de la emisión de una mayor cantidad de deuda, solo significa en el mejor caso, un alivio coyuntural de los síntomas de una crisis estructural.
Esto pone en peligro de bancarrota a varias naciones. Japón es el caso más evidente, al poseer la deuda pública relativa más alta del mundo, y un estimado de decrecimiento elevado mencionado anteriormente, e incluso mayor si se suspenden los Juegos Olímpicos de Tokio 2021. Aunque los efectos serán menores en el resto de los países analizados, no son para nada despreciables: por ejemplo, el PIB de China decreció por primera vez en décadas en el primer cuatrimestre de 2020 a razón de la pandemia, provocó además que su deuda pública alcanzara el 51% del PIB (Gramlich, 2020). Singapur ya está teniendo problemas y más con una deuda que asciende al 109 % del PIB. Otros países están en mejores condiciones en cuanto a sus finanzas, Vietnam (57 %), Corea del Sur (40 %) y Taiwán (33 %) (World Population Review, 2020).
COVID-19 Y LA REACTIVACIÓN DE LA ECONOMÍA: INTEGRACIÓN Y ECONOMÍA DIGITAL
La pandemia de la COVID-19 ha tenido otros efectos adicionales. En primer lugar, ha reforzado la necesidad de la integración; en segundo lugar, ha obligado a acelerar la cuarta Revolución Industrial, y con ello, promover nuevas formas de organización del trabajo. A diferencia de América Latina y el Caribe, Asia percibe que mediante la interrelación de sus mecanismos y la implementación de medidas conjuntas se puede enfrentar los desafíos de la pandemia y de otras nuevas amenazas que puedan surgir.
Pese a ser Asia la zona con mayores capacidades para enfrentar la compleja situación de la pandemia, la reactivación de la economía ha sido una gran preocupación a la par de la misma gestión contra la COVID-19. Uno de los países más ansiosos por la reactivación ha sido China. En ese sentido, el principal problema reside en lograr superar la interrupción de los suministros para la fabricación de productos. Debe resaltarse, además, el impacto directo sobre el mercado de suministros en el Sudeste Asiático, considerado el primer eslabón de las cadenas regionales de valor, así como también en la India.
Los países de la región, de manera integrada se han propuesto reactivar la economía de la zona mediante tres formas específicas: la implementación de la Iniciativa Chiang Mai Multilateralizada (ICMM); la apertura comercial con la conclusión de la Asociación Económica Regional (RCEP, por sus siglas en inglés) y el despliegue de la economía digital. La integración del Sudeste Asiático con China, Corea del Sur y Japón mediante ASEAN+3 permitió fortalecer el programa de liquidez de emergencia para mejorar el enfrentamiento a las crisis. ASEAN+3 desarrolló una red de seguridad financiera regional conocida como la Iniciativa de Chiang Mai desde la crisis de 1997, que posteriormente se adoptó como ICMM en 2012. Esta última patrocinó un capital de 240 mil millones de dólares para fortalecer los acuerdos financieros internacionales, a través de intercambio de divisas en las etapas necesarias (Basri, Dryzdale y Triggs, 2020).
Por otro lado, el Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura impulsado por China estableció un fondo denominado Facilidad para la Recuperación de la Crisis de la COVID-19 con un monto de 5 000 millones de dólares y luego elevó la cifra a 10 000 millones de dólares. Este se creó en consonancia con el principio de respuesta rápida y flexible en 18 meses para apoyar a los Estados miembros (An, 2020). En ese marco, ASEAN+3 reconoció el apoyo del Beneficio Antes de Impuestos e Intereses (BAII) y la necesidad de poner en acción la supervisión económica mediante la Oficina de Investigación Macroeconómica de la ICMM. Estas iniciativas contribuirán a subsanar los efectos negativos de la pandemia sin recurrir a la asistencia del FMI, lo cual es un rechazo a las tradicionales instituciones financieras internacionales.
Al mismo tiempo, las naciones del área aprobaron la conclusión y firma de RCEP en 2020, la que se convertirá en la mayor zona de libre comercio. Pero, lo que más ha centrado la atención ha sido el desarrollo de la economía digital. Desde una perspectiva empresarial, la transformación de todos los sectores y mercados a través de la digitalización puede fomentar la producción con mayor calidad y a un menor costo. A la vez, la digitalización está transformando las cadenas de valor y abriendo nuevos canales para la generación de valor agregado y un cambio estructural más amplio.
Un gran número de países asiáticos se definen a sí mismos como economías del conocimiento. La inversión anual en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) de naciones como Japón o República de Corea, por ejemplo, es siempre superior al 3 % del PIB. China invierte relativamente menos (2 %), pero en términos absolutos se trata de 500 mil millones de dólares. La economía digital en China, representa un 30 % del PIB, y en algunos sectores como fintech o e-commerce, es el líder mundial (Lebrón, 2019).
En cuanto al valor añadido generado en el sector de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC), Estados Unidos y China representan, en conjunto, casi el 40 % del total mundial. Entre los países en desarrollo, India registra la mayor proporción en ese contexto. El valor agregado generado en la fabricación de productos para las TIC está muy concentrado en el Este de Asia. En China, WeChat tiene más de 1 000 millones de usuarios activos y, junto con Alipay (Alibaba), su sistema de pago, ha capturado prácticamente todo el mercado de pagos móviles en China. Se estima que Alibaba domina cerca del 60 % del mercado chino de comercio electrónico (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo [UNCTAD], 2019, pp. 6-7).
La penetración del comercio electrónico como porcentaje de las ventas minoristas totales es de 15 % en China, frente a 10 % en Estados Unidos. Japón, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong (RAE) son pioneras mundiales, mientras crece con rapidez en India, Indonesia y Vietnam. También en las tecnofinanzas, las economías asiáticas han tenido grandes logros. En 2016, los pagos móviles por bienes y servicios ascendieron a 790 000 millones de dólares en China, once veces más que en Estados Unidos (Saadi Sedik, 2018, p. 33).
La COVID-19 ha impulsado la economía digital en su conjunto y determinó a la región de Asia como la de mayor volumen de comercio electrónico y desarrollo de las tecnofinanzas. Por citar un ejemplo, Shopee, una de las mayores plataformas digitales de comercio electrónico en el Sudeste Asiático, recibió en el primer trimestre del año 429,8 millones de órdenes; mientras que en el mismo período en 2019 había recibido solo 203,5 millones, lo que equivale a un incremento de 111,2 % (Loh, 2020)
El avance tecnológico puede impulsar la productividad y generación de empleo. En la mayor parte de Asia, la participación de las TIC en el PIB ha aumentado mucho más rápidamente que el crecimiento económico. Entre 2005-2015, la expansión de las TIC promedió 15,9 % en India, 13,7 % en China y 7,1 % en Tailandia, muy por encima de sus tasas de crecimiento económico, de 7,7; 9,7 y 3,5 %, respectivamente. En Japón, la expansión de las TIC casi cuadruplicó el crecimiento del PIB. La digitalización se está convirtiendo es un componente mayor del PIB en muchas economías asiáticas. A diferencia de sus contrapartes estadounidenses, los gigantes tecnológicos asiáticos, en especial en China, se han convertido en proveedores clave de servicios financieros y presionan con su competencia a las instituciones financieras tradicionales mediante el impulso de los criptoactivos, área en que Asia es líder (Saadi Sedik, 2018, p.33).
CONSIDERACIONES FINALES
La actual crisis económica y financiera global es la más grave del siglo xxi. Su surgimiento y expansión ha contribuido al desarrollo de nuevos comportamientos, algunos de los cuales no serán de carácter temporal. Ningún estudio de futuro es capaz de predecir la magnitud del impacto, teniendo en cuenta que dependerá de la evolución de la pandemia y de los rebrotes que existan a nivel global. Ello conduce a evaluar el fenómeno, sobre la base de una variedad de escenarios por el alto grado de incertidumbre.
Aunque Asia es la región con mejores condiciones para enfrentar la crisis, destruirá años de reservas adquiridas. A la vez, la COVID-19 podría generar el mayor decrecimiento económico de la zona en el actual siglo. Pese a ello, China, Vietnam y algunas otras naciones, lograrán crecer frente a India, Japón y Corea del Sur que tendrán decrecimientos. No obstante, todas estas economías -por las políticas implementadas-tendrán menos impactos negativos que Estados Unidos, Europa y América Latina.
Las medidas implementadas por los países asiáticos se fortalecen a través de mecanismos creados en los marcos de la concertación e integración. Asia ha demostrado una gran capacidad de resiliencia y adaptación ante el nuevo escenario que conducirá a cambiar patrones de conductas que podrían ser permanentes en el futuro. En ese sentido, la región sigue apostando por la apertura, la cooperación y la profundización de la economía digital. Podría abrirse una nueva era en Asia que será reforzada en los próximos años mediante las estrategias nacionales de las mayores economías de la región. Pese a todo, Asia continuará siendo la economía más dinámica del mundo.