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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.285 La Habana ene.-jun. 2018

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

La lucha contra la alienación y por el mejoramiento humano en la filosofía griega del siglo v a. n.e.

 

The Fight against Alienation and for Human Improvement in Ancient Greek Philosophy in the 5th Century B. C.

 

 

Freddy Varona Domínguez

Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba.

 

 


RESUMEN

El presente ensayo se centra en la obra de Demócrito de Abdera, los sofistas y Sócrates. Tiene como objetivo argumentar la esencia desalienante y de mejoramiento humano de sus consideraciones. La mayor cantidad de reflexiones que se despliegan están relacionadas con las ideas de los mismos en torno a la moral, la educación y el amor; de algunas se enfatiza su vigencia. Entre las conclusiones sobresale la siguiente: el aspecto común a los pensadores estudiados es que, además de concebir la educación como una vía para el mejoramiento humano, la entienden como una fuerza potente para vencer algunas variantes de alienación propias de la época; este aspecto constituye una novedad teórica en tanto no está presente en los textos consultados donde se estudia la filosofía de referencia.

PALABRAS CLAVE: filosofía griega antigua, alienación, mejoramiento humano, educación.


ABSTRACT

This essay is focused on the works of Democritus of Abdera, sophists, and Socrates. It is aimed at showing that their thoughts and ideas were intended to fight against alienation and improve human being. Most of them are associated with morality, education, and love. It is stressed that some of them are still valid today. It was found, among other things, that, besides considering education to be a way of improving human being, these philosophers also considered it to be a powerful way of fighting against some types of alienation typical of that time. This finding is theoretically novel because consulted books on ancient Greek philosophy don't deal with it.

KEYWORDS: Ancient Greek Philosophy, Alienation, Human Improvement, Education.


 

 

Introducción

Una de las tareas de la humanidad que no se puede perder de vista, no solo hoy, pasada la mitad de la segunda década del siglo xxi, sino siempre, es la lucha contra la alienación. Su perpetuidad se debe al cambio continuo de las condiciones históricas concretas y, con ello, de las transformaciones de las necesidades, los intereses y los fines de la sociedad y los individuos que la forman, así como de los desafíos que van apareciendo en el decurso diario, los cuales apuntan continuamente al futuro.

La alienación (o enajenación, ambos términos generalmente se usan como sinónimos) refiere todo cuanto obstruye, limita o distorsiona el desarrollo humano pleno. En aquella están contemplados: la acción de privarse, despojarse o apartarse de algo o de alguien; el traspaso a otra persona del dominio o derecho sobre alguna cosa; los tabúes y prejuicios, así como la opresión en cualquiera de sus modalidades.

Cuando se habla de la categoría alienación se puede referir muchos momentos de gran importancia, como el de Hegel, quien la observa como una abstracción, o el de Marx y Engels, los cuales ven su existencia y consecuencias en el proceso de producción social. Otra de esas etapas es la los años sesenta y setenta del siglo xx, cuando atrapa, con una llamativa intensidad, la atención de disímiles especialistas, quienes la utilizan con más de un sentido, como por ejemplo para denominar las fuerzas irracionales que no se someten a la voluntad de los humanos, la pérdida de fe, la devaluación de los valores morales, su degradación por el desarrollo científico-tecnológico, la distracción, el embelesamiento, el entorpecimiento o la turbación en cuanto al uso de la razón y los sentidos, entre otros más.

Para algunos autores de ese período (Keshelava, 1977) la alienación es solo un estado de conciencia, un proceso de opresión por un mal eterno, por ejemplo, la soledad, capaz de provocar insatisfacción, que puede aparecer en cualquier momento, circunstancia, actividad; asimismo refiere lo diferente a uno mismo, y, más aún: lo contrario al yo propio, su negación. Para varios de esos autores estos problemas se limitaban a la conciencia individual y en ella era donde se debía buscar y hallar su solución, la cual, por lo general, se limitaba a la realización de cambios mentales o afectivos del individuo, que no pocas veces se basaban en la renuncia a la sociedad y el consiguiente aislamiento con respecto a ella.

Esos problemas teóricos, que llamaron la atención de tantos estudiosos a mediados del siglo xx, no han desaparecido; algunos de ellos han cambiado su manifestación e, incluso, han alterado su esencia, pero existen y es necesario brindarle mayor atención y que sean estudiados no solo en el marco de una especialidad, ni siquiera en el de varias especialidades, sino de un modo transdisciplinario y con una creatividad creciente, porque si hay algo que hoy hace falta es que cada humano sea en todo momento creativo para que sea verdaderamente óptimo, tanto en la búsqueda de soluciones a los problemas, como en su empleo y aprovechamiento.

Pero en la lucha contra la alienación las condiciones objetivas no pueden ser obviadas. No se puede hablar del individuo e ignorar la sociedad, pues es la fuente de su continua humanización, donde forma y desarrolla sus potencialidades y características, como su autoestima, su capacidad de tolerancia y respeto hacia sus semejantes. De igual manera, es imposible absolutizar la sociedad e ignorar a los individuos. Debe perseguirse constantemente el equilibrio entre ambos: tarea de gran complejidad.

Ahora bien, si la alienación no puede restringirse al mundo interno individual, no por ello se debe ignorar; lo que hace falta es que cada humano sepa qué le es hostil, sea interno o externo, ya que muchas veces, cuando se le revela en su integridad, nota que puede vencerlo y, más aún, que es un deber suyo hacerlo. Tal situación cobra mayor importancia cuando se trata de la sociedad, pues los resultados son provechosos no solo para un individuo.

Uno de los criterios más concisos y sólidos con respeto a la alienación es el del filósofo cubano Pablo Guadarrama (1998), quien la define como: "todo poder supuesto a fuerzas aparentemente incontroladas por el hombre, que son expresión histórica de incapacidad de dominio relativo sobre sus condiciones de existencia y engendradas consciente o inconscientemente por este, limitando sus grados de libertad" (p. 3).

Entre esas fuerzas destructoras tiene un sitio fundamental la explotación del hombre por el hombre y de un pueblo por otro, debido a la variedad y profundidad de consecuencias negativas que trae para los explotados, quienes ven limitados sus derechos, potencialidades y posibilidades. Significativos son, asimismo, los eventos de la naturaleza, sobre todo cuando no se conocen con la profundidad que permita darle un uso beneficioso o tomar medidas para evitar sus efectos nocivos.

Por su capacidad para limitar y desvirtuar el poder humano, fuerzas alienantes, de considerable poder dañino, son los tabúes, los esquemas mentales considerados como insalvables e irremediables, la falta de confianza en sí mismo, los efectos negativos de lo creado por los mismos humanos, la incomunicación, el miedo, el silencio impuesto. De ahí la trascendencia de la intensificación de la autoestima, del aumento de la confianza en la capacidad humana, así como de la liberación de la creatividad de cada individuo y de toda la sociedad, siempre y cuando se enfile a beneficiar y mejorar a los seres humanos. Vale subrayar que no basta con pensar en estos problemas, es imprescindible luchar contra todo lo que constituya una fuerza alienante.
Sobre la base de las reflexiones que anteceden, en el presente texto se entiende por alienación todo estado de oposición a los humanos (vistos individual o grupalmente), donde se conjugan relaciones objetivas y subjetivas, conscientes e inconscientes, espontáneas y forzadas, materiales y espirituales, psico-bio-socioculturales, entre otras; es dialéctica, histórica-concreta y su manifestación puede ser muy variada (cultural, económica, social), pero siempre es de opresión, impedimento, degeneración, enturbiamiento, discriminación (Varona, 2017, p. 2).

A partir de ese modo de concebir la alienación, no existen barreras esenciales o raigales que diferencien los conceptos desalienación (o lucha contra la alienación), emancipación y liberación. Lo que sucede con respecto a estos dos últimos es que en su empleo ha pasado lo que le ocurre a algunos vocablos cuando se usa con mucha frecuencia: su significado se altera (puede ser que se amplíe demasiado hasta desdibujarse o que se limite a algo muy específico); en el caso de estos, la utilización ha redoblado con creces el componente político. Como el término alienación refiere todo lo que daña y limita a los humanos, incluyendo la política (cuando corresponde), con el uso de la palabra desalienación se quiere recalcar la eliminación o ruptura de la alienación y de las fuerzas alienantes, sea en las costumbres, la moral con sus principios y normas o el modo de pensar, por solo citar unos ejemplos, lo cual, a la larga, es liberación, emancipación.

En todo ello (valga la insistencia) es decisivo el reconocimiento que los humanos hagan de sus fuerzas y sus posibilidades, que se sientan capaces de transformar el mundo, de andar rumbo a una obra que sea verdaderamente superior a la que le antecede, lo cual no puede reducirse a la novedad: lo nuevo no siempre supera a lo viejo. La clave está en superar dialécticamente lo anterior, que no es simplemente negarlo, sino en rechazar lo superado por la historia y asumir lo que es superior; esto no siempre se entiende en su justa medida y lo peor es que no han faltado las veces cuando se ha creído que se ha comprendido correctamente.

Vista la alienación de ese modo, la lucha contra ella es eterna, porque siempre y en cualquier contexto o condiciones histórico-sociales, habrá terreno para que surjan nuevas fuerzas alienantes o para que las existentes se transformen, tomen un cariz diferente, y en sí sean otras, diversas a las anteriores, aunque sean las mismas, tal vez, aparentemente superadas. De ahí que en todo momento habrá que luchar por un mundo mejor y nunca, así absolutamente dicho, nunca se ha de pensar que se ha exterminado la alienación.

Pero no basta con romper y exterminar fuerzas alienantes. Esta obra siempre estará incompleta si no se hace acompañar del mejoramiento humano en todos los sentidos, no solo racional y corporal, también afectivo y volitivo, donde se ha de atender las potencialidades humanas conjugadas dialécticamente y vistas de manera individual y social, en correspondencia con las necesidades, intereses y fines del momento histórico presente y del futuro cercano. Ahora bien, no está de más destacar que la amplitud que porta esta conjugación no excluye la existencia de prioridades y, por tanto, que se le dé prioridad, en determinadas circunstancias, a algunos de estos aspectos.

Según las características del mundo de hoy, hay que brindarle una mayor atención y más esmerada, a la parte afectiva humana y a los universos ético y estético. Hace falta que cada humano sea más sensible y esto no es que sienta pena o lástima, sino que desde ellas se proponga rebasarlas, y lo haga; y así emprenda el camino para transformar lo que le hiere sus sentimientos. Esto significa, a su vez, atacar y romper la indiferencia que hoy invade a tantas personas. En este camino los valores morales y estéticos son de inestimable trascendencia. Reforzarlos es una urgencia que no puede quedarse en los límites de los esquemas que se forman en el entusiasmo de una campaña.

No se puede relegar a planos secundarios que la vida humana actual tiene muchos sinsabores y absurdos que acentúan la necesidad de enfrentar limitaciones y daños (unos de añeja existencia, otros de reciente surgimiento) y que se precisa tener mucho optimismo e insistencia. Pero en este mare magnum de problemas, con obstáculos cada vez más difíciles y metas a lograr más complejas, no puede perderse de vista el mejoramiento humano, si no, adónde irá a parar la humanidad.

Tal faena exige creatividad y con ella, nuevas vías y la utilización de las anteriores con aires renovadores, acorde con las nuevas circunstancias. Esto es válido para todo el ámbito social. En este sentido siempre será meritorio cualquier intento, aunque no llegue a cumplir los propósitos con los cuales surgió, pues a la larga siempre estimula a alguien y abre nuevos caminos que pueden propiciar resultados superiores.

Con esa intención se realiza este trabajo, que se centra en la filosofía griega antigua, todavía interesante, y de la cual, además, aún se pueden obtener nuevos conocimientos o argumentos diversos con respecto a las afirmaciones ya establecidas, así como llegar a conclusiones novedosas y, sobre todo, polémicas. Una muestra de tal aseveración es que la bibliografía continúa creciendo, en lo cual influye, entre otras causas, que puede estudiarse desde diversas perspectivas; una, es la lucha contra la alienación y por el mejoramiento humano.
La intención de este ensayo no es hallar en las raíces filosóficas occidentales posiciones desalienantes y por el mejoramiento humano para utilizarlas acríticamente en la solución de problemas actuales, antes bien, de lo que se trata es de pensar desde aquellas el presente y el futuro desde dichas raíces y utilizar, en lo posible, las recomendaciones y propuestas desplegadas en la filosofía griega.

Tampoco es superfluo precisar que en la Grecia antigua puede encontrarse manifestaciones de lucha contra la alienación y por el mejoramiento humano no solo en el siglo v a. n. e., pues es posible hallarlas en épocas anteriores. En este caso están los poemas de Homero, La Ilíada y La Odisea escritos hacia el siglo ix a. n. e. (en bibliografía 1985 y 1991, respectivamente), donde en medio de lo mítico están los hombres y las mujeres con sus problemas y luchas para solucionarlos, con sus aspiraciones, que alcanzan no pocas veces gracias a alguna facultad propia, aun cuando en las tramas sobresalga lo sobrehumano. Otra muestra, pero del siglo viii a. n. e., es el texto Los trabajos y los días, donde su autor, Hesíodo (Verson, 1984, pp. 23-31), atribuye al trabajo un papel importante en la vida humana y condena la decadencia moral, aunque intimida con el castigo de los dioses.

Los humanos y su protagonismo están en el fundamento o la finalidad de las reflexiones de los primeros filósofos griegos (los que forman la escuela de Mileto: Tales, Anaximandro y Anaxímenes, siglo vi a. n. e.) (Thomson, 2009, p. 138), en el interés por el origen de su vida, por su destino después de la muerte, por la esencia de su cuerpo. Esto no niega que no observaran a los seres humanos no como un problema en sí, sino como parte de otro: la naturaleza, que era sobre la cual recaía toda su atención (Abbagnano, s. f., p. 11).

En ese mismo siglo, no lejano de los intereses cognitivos antes expuestos están los de Heráclito (c. 540-c. 475 a. n. e.), a quien, aunque lo que más interesaba era el origen de la materia, le inquietaban los humanos, lo cual está presente en una serie de aspectos, como su superioridad en el universo dada por la capacidad de pensar, sobre todo, "respecto a su propio ser [y de comunicarse, porque] el logos [...] une a los hombres entre sí en una comunidad de naturaleza" (Abbagnano, s. f., p. 17).

Ahora bien, por la atención dispensada a los humanos, en la Grecia antigua se destaca el siglo v a. n. e., sobre todo durante el período denominado "Edad de Oro de Atenas", bajo el mando de Pericles. Este es el marco histórico donde se mueve el presente estudio. En correspondencia, su objetivo es reflexionar en torno a las posiciones contrarias a la alienación y a favor del mejoramiento humano que, de manera explícita o implícita, están desplegadas en la filosofía griega del siglo v a. n. e.

Desalienación y mejoramiento humano en Demócrito de Abdera (460-370 a. n. e.)

Demócrito es una de las figuras cimeras del atomismo. De él han llegado hasta hoy algunos fragmentos donde, en medio de su esencia naturalista, hay manifestaciones desalienantes y de mejoramiento humano, las cuales se apoyan en el interés por los hombres y las mujeres contemporáneos a él. Pero es preciso destacar que dicha importancia (se corresponde con la época histórica) está centrada en la supremacía del sexo masculino, presente en varias afirmaciones al estilo de las siguientes: "mujer ducha en lógica: algo espantable" y otra: "ser dominado por mujer es, para el varón, la injuria más extremada" (Demócrito de Abdera, 2012, p. 114).

No obstante la anterior limitación, en sus ideas hay interés por el mejoramiento que cada humano debía efectuar de sí mismo, aspiración que Demócrito despliega en el ámbito espiritual y pretende realizar mediante la ética, la educación y la razón como propiedad humana clave. Asegura el autor griego que:

la naturaleza y la educación son parientes: porque la educación configura según nuevas medidas al hombre y en virtud de tal cambio de medidas hace naturaleza [...] la belleza del cuerpo, cosa animal, es cuando tras ella no hay inteligencia [...] conveniente es a los hombres tener más en cuenta del alma que del cuerpo; que la perfección del alma rectifica la miseria del cuerpo, mientras que una robustez puramente irracional del cuerpo en nada mejora el alma (Demócrito, 2012, pp. 111, 113, 116).

En su doctrina hay otras dos categorías interesantes desde la perspectiva que se sigue en este ensayo: el placer, que es el criterio de lo útil; y el dolor, que refiere lo perjudicial. Entre ambas categorías debe haber equilibrio, que es donde halla la belleza (Rensoli, 1981, p. 89) y al cual se llega por la vía de la enseñanza; pero esta última debe estar unida a la educación, pues sin ella no se puede alcanzar ni el arte ni la sabiduría. Demócrito observa el mejoramiento humano en relación, a su vez, con las necesidades y su satisfacción, de ahí que considere que la conducta para ser buena debe ser bella, es decir, equilibrada.

Los sofistas. Aproximación a sus posiciones desalienantes y de mejoramiento humano

Hacia finales del siglo v a. n. e. tienen lugar polémicas acerca de la esencia humana y en torno a los regímenes políticos, la aristocracia y la democracia muestran sus características en un contexto pluralista. En estos años desarrollan sus ideas los sofistas y Sócrates. Amerita puntualizar que la sofística no fue estrictamente una escuela o corriente filosófica, sino un movimiento de carácter educativo y espiritual vinculado al florecimiento de la democracia, pero tuvo grandes implicaciones filosóficas, sobre todo vinculadas a la ética y la educación, generadas por la necesidad de lograr que los humanos se ajustaran a las nuevas condiciones históricas (Buch, 2007, p. 51); su mérito, como puede suponerse, no se debe tanto a que fueran los primeros en dedicarle atención a la virtud o la justicia, sino que tomaran a los humanos como punto de partida y aspecto central de sus reflexiones, dándoles a estas un giro hacia la subjetividad, que coronan con el carácter inexacto de los sentidos humanos, así como con la relatividad y el condicionamiento social de las normas.

En ese mismo siglo en Grecia nace y se consolida la colección hipocrática de escritos médicos. Una de sus mayores contribuciones a los contemporáneos tuvo lugar en la comprensión sobre los humanos, especialmente en cuanto a la visión naturalista del cuerpo, de donde resultó lo siguiente: se le atribuyeron facultades superiores al cerebro, la noción de naturaleza humana fue dotada de una parte esencial del concepto de physis: la totalidad del universo, que fue llevada a la noción de individualidad humana y se entendió la subordinación de los humanos a reglas de la naturaleza, cuyo conocimiento empezó a verse como necesario para vivir en estado de salud y vencer las enfermedades (Jaeger, 2010-2011, t. I, pp. 305-306).

Tales ideas influyeron en la concepción de los sofistas. Pueden mencionarse ciertas marcas que determinaron ese pensamiento: cada persona es una totalidad de cuerpo y alma; cada uno es un todo; las expresiones espirituales son propias de la interioridad humana. A propósito de este tópico amerita una reflexión que tiene su origen en dos aspectos: primero, las palabras de uno de los sofistas cimero, Protágoras: "El hombre es la medida de todas las cosas, de lo que son en tanto que lo son, y de lo que no son, en tanto no lo son" (Mosterín, 1985, p. 124), que no es en sí una muestra del lugar central otorgado a los humanos, sino de la relatividad que a partir de ellos poseen los conceptos, las normas, las valoraciones, pues, estos aspectos dependen de quien los aprecia.

En segundo lugar, la educación. Según el autor Werner Jaeger (2010-2011), el tema esencial de la historia de la educación griega es el de un concepto que se remonta a los tiempos más antiguos: areté, usado desde Homero para designar la excelencia humana y todo aquello que entonces se consideraba superior, "atributo propio de la nobleza" (t. I, p. 24), por lo que no correspondía al humano ordinario y, de hecho, no cabía en el marco de la democracia. Fue a partir del siglo iv a. n. e. cuando el concepto paideia comenzó a entenderse relacionado con las formas y creaciones espirituales, similar a uno de los modos como se concibió siglos después la categoría cultura (t. I, p. 303). El "Estado del siglo v es el punto de partida histórico necesario del gran movimiento educador que da el sello a este siglo y al siguiente" (t. I, p. 289). La paideia tenía como finalidad "la superación de los privilegios de la antigua educación para la cual la areté solo era accesible a los que poseían sangre divina" (t. I, p. 288), pero esta afirmación no puede conducir a que se olvide que "el fin del movimiento educador que orientaron los sofistas no fue la educación del pueblo, sino la educación de los caudillos" (t. I, p. 290), que era una nueva forma para educar a los nobles, aun cuando los ciudadanos simples también podían adquirir conocimientos.

Al tener en cuenta esa característica de los sofistas, que a la luz del siglo xxi es una limitación, cabe preguntarse dónde está la esencia del mejoramiento humano de sus ideas. Una respuesta es que consta en el propio hecho de comprender la fuerza formadora del saber y emplearla, aunque con las condiciones propias del contexto social, de ahí que se encaminaba a la obtención de éxitos en las polis, en los marcos de la política tal como era y no como debería ser (Abbaganano, s. f., p. 44). No obstante, amerita subrayar un propósito de Protágoras, el cual se jactaba de "convertir en fuerte la razón más débil" (p. 44), lo cual a la larga era mejorarla, si por esto se entiende fortalecerla, propósito que en el fondo se encaminaba a afianzar la presencia humana.

Ahora bien, habría que ver el fin de tal transformación, si era para beneficiar a las personas y a cuáles. Ha de suponerse que según las características de los sofistas antes expuestas, la finalidad de Protágoras se ceñía a los poderosos, pero no es menos cierto que si se tiene en cuenta las características del marco social ateniense: estrecho, exclusivo y discriminador, sus ideas tenían una esencia desalienante y de mejoramiento humano, aunque no abarcaba toda la sociedad. He ahí un rasgo esencial de esa faena, cualidad que no es exclusiva de este movimiento educativo de la Antigüedad.

En el marco limitado de los sofistas amerita subrayar la esencia de mejoramiento humano de otra de sus ideas: la educación no termina al culminar la escuela (Jaeger, 2010-2011, t. I, p. 309). Esto significa que mientras haya vida deben continuar las acciones encaminadas a mejorar el carácter, a crear rasgos superiores en las personas y a adquirir conocimientos nuevos que amplíen el universo espiritual y les proporcionen beneficios, entre ellos, la focalización de formas de alienación y, sobre todo, de cómo vencerlas y eliminarlas.

Esa finalidad no caduca, no queda atrás con el paso del tiempo, lo que se tiene que contextualizar continuamente. Esa es una evidencia, entre otras muchas, de que no puede menospreciarse el pasado, ni siquiera el más remoto; de ahí la importancia de atender las ideas de los sofistas.

Sócrates: la desalienación y el mejoramiento humano desde la profundidad espiritual

La vida de este filósofo tiene lugar en Atenas en el siglo v a. n. e. Entre sus particularidades está que sus ideas llegan a las generaciones actuales mediante los escritos de discípulos suyos (Jaeger, 2010-2011, t. II, p. 16), sobre todo de alguien que despunta como una de las más altas cumbres de la filosofía de todos los tiempos: Platón. Esta singularidad de la creación socrática posibilita la existencia de dudas en cuanto a la ubicación del límite entre lo estrictamente legítimo del maestro y la interpretación de sus alumnos.

Una de las características sobresalientes de la filosofía de Sócrates, según ha llegado hasta la actualidad, es la utilización de algunos de los métodos de los sofistas, como la exposición de las ideas en forma de diálogo, no obstante oponerse a no pocas de sus posiciones filosóficas, sobre todo, su relativismo. Otra de sus particularidades es que, a diferencia de los sofistas, no solo da un vuelco a su pensar, sino que protagoniza la marcha "hacia el hombre (conócete a ti mismo -????? ???????-) que conduce al descubrimiento de la subjetividad humana como fuente psicológica del conocimiento y de la felicidad" (Hidalgo, 1978, p. 87). Esto se debe grandemente al carácter básico de la medicina en su pensamiento, por cuanto le inquietaba la salud de sus amigos. Llegado a este punto, son imprescindibles dos acotaciones. La primera es que Sócrates llamaba amigo no solo a la persona con quien tenía amistad, sino también a sus alumnos, con quienes, es de suponer, los vínculos llegaban a sostenerse en una fraternidad que seguramente devenía devoción y, en segundo lugar, que observaba la salud como bienestar del cuerpo y el espíritu (Jaeger, 2010-2011, t. II, p. 34), lo cual se acopla con su concepción de la filosofía: más que un proceso teórico de pensamiento, una exhortación y una educación.

El objeto de su filosofía son los humanos y la comunidad donde viven, y su misión es promover en cada uno la búsqueda de sí mismo, que es llevarle a que sepa sus límites, pero también "a hacerlo justo, esto es, solidario con los demás" (Abbagnano, s. f., p. 49), de aquí su divisa délfica conócete a ti mismo, con lo cual "lo que se nos ordena es el conocimiento de nuestra alma" (Platón, 1959, p. 122) para avanzar rumbo al bien y para que se le brinde la importancia que merece; por eso asevera: "Seguramente no has visto ni oído jamás a los hombres disputar con tal vehemencia como acerca de lo sano y lo malsano hasta el punto de luchar y matarse por ello unos a otros" (p. 52).

Conocerse consiste en el estudio que cada cual debe hacer de sí, no solo en relación consigo mismo, sino también con los demás humanos. No incita a un aislamiento individual, pues sostiene que en la exteriorización del saber se forman tramas sociales. En el filósofo de marras no prevalece la noción de un humano-razón existente más allá del individuo, sino ligámenes de solidaridad y justicia, por eso para él nadie se libera ni alcanza el bien solo, individualmente, por lo cual sentencia: "[es] en común como debemos buscar de qué manera llegaremos a ser mejores" (Platón, 1959, p. 90). Es decir, "cada uno se halla necesariamente vinculado a los demás y puede progresar únicamente con su ayuda y ayudándoles a su vez" (Abbagnano, s. f., p. 51)

Sócrates concibe la búsqueda en torno a sí mismo mediada por dos aspectos: la duda y la aceptación de su ignorancia que cada cual debe hacer. Ambos habrían de conducir a los humanos a la revelación de sus contradicciones cognitivas, a reconocerlas, y a la sinceridad consigo mismo como condición básica para ampliar los conocimientos y liberarse de las ataduras resultantes del saber falso existente y, peor aún, imperante.

Del método socrático es digno destacar su vigencia, que puede hallarse por lo menos en dos sentidos. El primero consiste en que recalca la perpetuidad de la lucha contra los tabúes que cada cual crea y sostiene; el segundo se relaciona con la docencia, específicamente en cuanto a que su desarrollo no sea solo mediante la transmisión de información sin propiciar que cada estudiante vaya al cúmulo de conocimientos que posee, los recuerde, los reelabore mentalmente y arribe a conclusiones propias.

Amerita subrayar una vez más que la búsqueda socrática, aún cuando consiste en que cada humano ha de hacer trabajar su memoria, es en sí un diálogo, no se limita a sí mismo, sino que se desarrolla igualmente mediante "las conversa-ciones y disputas que mantiene con sus amigos en los lugares públicos [...] no tanto para rebatir sus opiniones y afirmar las propias, cuanto para indagar la verdad e inducir a todo el mundo a meditar sobre temas éticos y públicos" (Hidalgo, 1978, p. 98), que a la larga repercuten favorablemente.

Para Sócrates conocerse a sí mismo es buscar el saber, y una vez adquirido, llegar a poseer el mejor vivir, o sea, la virtud, para con esta última realizar el fin único y supremo: el bien, para lo cual lo primero es llegar a saber qué cosa son los humanos. Su respuesta: "son una formación de alma y cuerpo: dos aspectos distintos de la misma naturaleza, donde domina la primera. En dicho dominio es donde [se] halla la esencia de los humanos" (Platón, 1959, p. 119).

Sobre esa concepción sostiene un principio: los humanos solo pueden conocer lo que está en su poder, es decir, en su universo interior: su alma; ya que la naturaleza exterior es incognoscible. Su enfoque se centra en lo subjetivo; no obstante, no lo atrapa el subjetivismo, porque considera de carácter objetivo el contenido del conocimiento, que es el bien único según Jaeger (2010-2011, t. II):

¿Pues hay en el alma, en efecto, una parte más divina que esta donde se encuentran el entendimiento y la razón? [...] quien la mira y descubre en ella todo ese carácter sobrehumano, un dios y una inteligencia, bien puede decirse que tanto mejor se conoce a sí mismo [...] [porque al mirar] a la divinidad, nos servimos del mejor espejo de las cosas humanas con respecto a la virtud del alma y así, en él, nos vemos y conocemos mejor a nosotros mismos (Platón, 1959, pp. 131-132).

Para Sócrates los humanos tienden a saber lo que deben ser y hacer por la esencia que denominan virtud, la cual vincula al conocimiento de la verdad y al bien (Mondolfo, s. f., p. 54) y se identifica no con todo el conocimiento, sino con "lo que en nuestros días se llama "valor moral", conocer lo que es mi bien" (Taylor, 1961, p. 121). Así, lo que interesa a Sócrates es hacer el alma tan buena como sea posible mediante el conocimiento, y rebasar la propia conducta moral a partir de los valores morales.

De ese modo, puede entenderse por qué la ignorancia es para él fuente de culpa y vicios; porque aquel que sabe, calcula sus actos y no yerra por deseo. En esto sobresale el dominio que cada cual debe tener de sí. Ahora bien, sin la pretensión de disminuir la importancia de las ideas socráticas para su época y para la actual, no está de más subrayar que la ignorancia por sí no es generadora de la maldad, ni el conocimiento fuente directa de virtud, aunque este es imprescindible en el mejoramiento humano y no exclusivamente en el plano ético, en tanto amplía facultades, abre posibilidades y afianza en la vida.

Cada hombre y mujer tiene su virtud innata, que condiciona su vida y le permite realizar su destino (Mosterín, 1985, p. 124), así opina Sócrates. Esta consideración merece un análisis especial, porque puede entenderse como un límite imposible de rebasar y, de ser así, sería un rasgo negativo de su filosofía. Sin embargo, llega a sostener que si es un deber humano actuar en correspondencia con tal propiedad, también lo es conocerla, para cumplirla. Esta recomendación le proporciona a sus ideas un giro radical, porque abre el camino al quehacer humano. De ese modo, puede entenderse su opinión: "quien ame tu alma no la abandonará mientras esta trate de hacerse mejor" (Platón, 1959, p. 125).

Como se ha aseverado, para Sócrates el bien es objetivo, pero hay en sus ideas algo llamativo: destaca la importancia de la adquisición de conocimientos para crecer humanamente, porque la condición innata no florece por sí sola. Deviene bueno quien llega a asimilar el bien al conocerlo y, sobre todo, a obrar en consecuencia con el saber. Este aspecto es de suma importancia y trasciende hasta la actualidad: el saber no es algo vano, no es una prenda para lucir por su belleza.
A su vez, vale subrayar algo más desde la perspectiva del mejoramiento humano y de la lucha contra la alienación: la valía de la asunción del deber por convencimiento, sin que por ello se desprecie o desvalorice el aprendizaje proveniente de la enseñanza de otras personas. Con esta idea quedan concebidos los humanos como seres sociales que viven en una comunidad, le atribuye importancia a la educación y sostiene como método para transmitir conocimiento, que el maestro logre mediante el diálogo que "desde el interior del alma del discípulo broten o afloren las definiciones que expresen el contenido de los conceptos o valores absolutos, los cuales de manera innata reposan en el interior del alma humana" (Buch, 2012, p. 28).

Esa faena socrática tiene un principio de gran significación en su filosofía: el dominio de sí mismo, que asocia a la libertad interna y con ella a la consideración del hombre libre, antítesis para él de quien es esclavo de sus propios apetitos. De aquí, que considere con grandes méritos a quien ha renunciado a los placeres carnales, los tiene como extraños y malos, y "solo se ha entregado a los placeres que da la ciencia, y ha puesto en su alma, no adornos extraños, sino adornos que le son propios, como la templanza, la justicia, la fortaleza, la libertad, la verdad" (Platón, 1944a, p. 112).

Un aspecto fundamental y constante en la filosofía de Sócrates es el dominio de sí mismo: base de todas las virtudes, que constituye la vía principal para lograr que la razón se emancipe de la "tiranía de la naturaleza animal del hombre y a estabilizar el imperio legal del espíritu sobre los instintos" (Jaeger, 2010-2010, t. II, p. 59).

La fuerza interior la ve como fundamento de la amistad y considera que es posible cuando alguien circunscribe sus deseos y aspiraciones a lo que está al alcance de su poder, que está ante todo en el universo espiritual humano: la paideia, cúmulo y síntesis de aquello que poseen los humanos, "su forma interior de vida, su existencia espiritual" (Jaeger, 2010-2011, t. II, p. 79); lucha humana por su libertad interior, que en circunstancias donde reinaban "las fuerzas elementales que la amenazaban, la paideia se convierte en un punto de resistencia invulnerable" (p. 79) y deviene esencia de su misión educadora llamada a renovar el mundo, sustentada en la creatividad humana (p. 83).

En correspondencia con las características de la etapa histórica que Sócrates vive, sobresalen dos características en su concepción de educación. Una es que está centrada en los humanos del sexo masculino, o sea, en los hombres y, la segunda, tiene dos direcciones formativas: para gobernar y para ser gobernados; ambas se diferencian en todo cuanto alcanza su imaginación: comportamiento en público, alimentación, vestimenta, ademanes, lenguaje, etcétera. Llamativo es que las mayores exigencias iban hacia los futuros gobernantes para que cumplieran correctamente su misión social.
En la filosofía de Sócrates la lucha contra la alienación toma consistencia, en una medida nada despreciable, en el amor (no estrictamente sexual, sino en tanto infinitud pasional), porque en ese encuentra un poder que es desalienante por excelencia, y lo entiende como una especie de vía e impulso para que los humanos luchen para mejorarse a sí mismos en todos los sentidos y para vencer obstáculos. Vale enfatizar que ambos propósitos ubican a los humanos en el camino de la humanización.

No extraña, entonces, que sentencie que para alcanzar el bien "la naturaleza humana difícilmente encontraría un auxiliar más poderoso que el amor. Y así digo que todo hombre debe honrar el amor" (Platón, 1944b, p. 184). En este caso, como se trata del amor, la honra debía ser resultado exclusivamente de dicho sentimiento, pero no es así, porque también se debe a la razón, así que los conjuga y sobre este fundamento es que concibe el amor como fuente de ideas.
Ahora bien, esa última característica merece una acotación, porque según Sócrates el amor es fuente de ideas, pero no de cualquier tipo, sino de aquellas que actúan sobre la inteligencia y el conocimiento. Así puede comprenderse por qué asegura: "en este mismo momento acabo de celebrar, lo mejor que he podido, como constantemente lo estoy haciendo, el poder y la fuerza del amor" (Platón, 1944b, p. 184).

A propósito de esas palabras cabe preguntarse: ¿por qué con frecuencia tanto hombres como mujeres descuidan o ignoran el amor?, ¿por qué olvidan su infinitud y el poder que esta le proporciona? Con estas interrogantes lo que se sugiere no es hacer de ese sentimiento lo único humano, ni la panacea universal, sino apreciarlo en una medida adecuada, es decir, ajena a los excesos y a los extremos.

Hoy, sobre la base de las consideraciones con carga desalienante y de mejo-
ramiento humano de pensadores de épocas remotas, como Demócrito, los sofistas y Sócrates, es oportuno pensar una vez más en aquellos objetivos que devienen tareas, así como en los problemas que aquejan a la humanidad, en las formas alienantes viejas (pero que aún están actuando), en las nuevas y en las que aparentemente lo son, así como en el mejoramiento humano y sus desafíos, que crecen y se complejizan. He aquí la eterna vigencia de pensar desde nosotros mismos: los humanos.

Conclusiones

La educación, vista como fuerza encaminada al mejoramiento humano, y con esta a la desalienación, es común a Demócrito, a los sofistas y a Sócrates, aunque son los dos últimos quienes la llevan a niveles superiores. De los sofistas el aspecto más significativo y con total vigencia es su principio de que la educación y la adquisición de conocimientos son tareas eternas que no deben limitarse a una edad, ni a la escuela. En el caso de Sócrates está en la fuerza que le otorga al papel de sí mismo y, con él, al aprovechamiento de que cada quien debe hacer continuamente uso de los conocimientos que posee y no olvidarlos, que es en sí una potencia desalienante y una vía para abrirle el camino al mejoramiento humano.

La vigencia del método socrático se halla: primero, en la incitación a luchar contra los tabúes que cada cual tiene y crea, y que una vez enraizados parecen eternos e invencibles; segundo, en la invitación a la reelaboración continua de los conocimientos que se posee, no solo para recordarlos, sino para llegar a nuevas conclusiones, de las cuales lo más digno de señalar es el estímulo a la creatividad y al despliegue de autenticidad; en tercer lugar, en la invitación al diálogo, algo tan necesario en el mundo del siglo xxi, que no puede menospreciarse. Por suerte, hoy la humanidad en muchas regiones del mundo retoma el diálogo,y ya se ven algunos frutos, que de una u otra manera son acciones desalienantes y de mejoramiento humano.

 

 

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RECIBIDO: 22/12/2016
ACEPTADO: 15/2/2017

 

 

Freddy Varona Domínguez. Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: fvarona@ffh.uh.cu

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