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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.287 La Habana ene.-jun. 2019

 

Artículo Original

Una mirada a las relaciones internacionales contemporáneas desde la teoría

A Theoretical Look at Contemporary International Relations

Pável Alemán Benítez1  * 

1Centro de Investigaciones de Política Internacional (PI), Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba.

Resumen

Se debate con frecuencia en el mundo académico de los estudios internacionales la validez de la aplicación de la teoría marxista en la perspectiva de Gramsci para analizar y comprender el funcionamiento del sistema de relaciones internacionales. El primer objetivo del trabajo es demostrar que, efectivamente, entendiendo el marxismo y sus diferentes referentes teóricos (los marxismos) como una herramienta de análisis para interpretar la realidad social, el pensamiento de Gramsci sirve de puente para conectarlo con diferentes escuelas teóricas de las relaciones internacionales. Un segundo objetivo radica en centrar el análisis en la cuestión de la polaridad de las relaciones internacionales, pues la correlación de fuerzas y el poderío que proyectan se ha venido expresando a través de la construcción de «polos». También se enfatiza en otros enfoques teóricos como el de Thomas P. M. Barnett, que define el Mundo en dos subsistemas: el «núcleo» del sistema capitalista y la «brecha» ubicada en su periferia, la cara opuesta a la teoría de la desconexión de Samir Amín.

Palabras-clave: marxismo; teoría de las Relaciones Internacionales; Sistema Mundo; hegemonía; centro-periferia; polaridad

Abstract

The validity of the application of Marxist theory in the perspective of Gramsci to analyze and understand the functioning of the system of international relations is frequently debated in the academic world of international studies. The first objective of the work is to demonstrate that effectively, understanding Marxism and its different theoretical references (Marxisms) as a tool of analysis to interpret social reality, Gramsci's thought serves as a bridge to connect it with different theoretical schools of international relations. A second objective is to focus the analysis on the question of the polarity of international relations, since the correlation of forces and the power they project has been expressed through the construction of «poles». It is also emphasized in other theoretical approaches such as that of Thomas P.M. Barnett, who defines the World in two subsystems: the «core» of the capitalist system and the «gap» located in its periphery, the opposite of Samir's Amin disconnection theory.

Key words: Marxism; Theory of International Relations; World System; Hegemony; Center-Periphery; Polarity

De la hegemonía del Estado-Nación a la hegemonía sistémica

El siglo xxi que ha encontrado la humanidad es más incómodo de lo que se suponía. No pocos imaginaron que el fin del bipolarismo, con el declive de una de las superpotencias, indicaba el momento en el que mantener un oneroso arsenal nuclear no fuera necesario. Si el siglo xx había sido el de las guerras mundiales y el de prolongados conflictos armados de carácter local, tal vez habría oportunidades para una paz mediocre, en la que con resignación se asumía la existencia de un capitalismo global de matriz neoliberal, que ampliaba considerablemente los límites de la exclusión social. Ese sistema, nacido junto con la tercera posguerra mundial y bajo el liderazgo estadounidense, tenía un nombre poco creativo y de largo pedigrí histórico: Nuevo Orden Mundial. Samir Amín (2006) lo denomina el «imperio del caos» (p. 121): una globalización militar que fortalece el proyecto hegemonista de Estados Unidos.

Pero las relaciones internacionales, como cualquier otra relación social, entraña una incesante colisión de poderes. Implica relaciones de interdependencia y asimetrías consustanciales a la fracción de poder que cada actor dispone y que se expresa en el papel que desempeña en el comercio, la inversión y las finanzas internacionales; en la capacidad productiva y el desarrollo tecnológico; en el conocimiento científico y sus múltiple usos en el sector civil o militar; en la calidad de vida de los ciudadanos; en la posesión y el empleo de los recursos naturales; en la influencia del idioma y la cultura; y en el poderío militar. En pocas palabras, la combinación de dimensiones suaves o duras del poderío -con predominio de las primeras, que son de orden cultural e ideológico- que ahora se le llama «poder inteligente» y que producen como resultante la hegemonía.(1) Y aunque es cierto que Gramsci (1997) empleó la categoría hegemonía en el análisis de las relaciones de poder al interior de un Estado, lo cierto es que atisbó lo que denominó «agrupaciones de Estados en sistemas hegemónicos» (p. 181).

El sistema internacional, cuyos actores preeminentes continúan siendo los Estados, puede ser entendido como la interrelación de subsistemas que, grosso modo, Raúl Prebisch definió para el caso argentino y extrapoló en ejercicio de homotecia a las relaciones internacionales como el «centro» y la «periferia». Immanuel Wallerstein añadió en su conceptualización del Sistema-Mundo el matiz de fluctuación, la semi-periferia: la región o los países que siendo parte del núcleo del sistema capitalista muestran un declive relativo, o sus pares de la periferia con indicadores macroeconómicos ascendentes.(2) Acá creo que es importante resaltar una interrogante: ¿Pensamos la hegemonía a la usanza habitual del Estado-Nación o en clave de Sistema-Mundo? ¿Cuándo Estados Unidos se desempeña como policía de la Aldea Global, lo hace solo a su nombre o, además, en representación y defensa del conjunto del sistema?

Henry Kissinger (1979) parece haber comprendido tempranamente que la capacidad de Estados Unidos de ejercer el liderazgo dentro de la elite de las potencias defensoras del sistema capitalista, demandaba «compartir las responsabilidades y la hegemonía» con esos actores. Kissinger será franco en este tema:

No era natural que las decisiones importantes que afectaban el destino de países tan ricos en tradiciones, orgullo nacional y poderío económico como Europa Occidental y Japón, se tomaran a miles de millas de distancia. Yo había insistido durante años que era en beneficio del interés nacional norteamericano que las responsabilidades fueran compartidas. Si Estados Unidos insistía en ser el fideicomisario de todas las áreas no comunistas, nos agotaríamos psicológicamente mucho antes de hacerlo físicamente. Un mundo con más centros de decisión, creía yo, era plenamente compatible con nuestros intereses, además de nuestros ideales. Por esto me opuse a los esfuerzos de las administraciones Kennedy y Johnson para hacer abortar el programa nuclear francés, y si era posible hasta el británico, y a la tendencia de Washington, en los años sesenta, de convertir la consulta en la exégesis de las prescripciones norteamericanas. (p. 61)

Polaridades y hegemonía compartida

En 2004, Thomas P. M. Barnett formuló su teoría, en la que define el Mundo en dos subsistemas: el «núcleo» y la «brecha». Barnett creó la cara opuesta a la teoría de la desconexión de Samir Amín y asumió que los conflictos locales que se generan en la periferia global son consecuencia de la «desconexión del sistema», de la «brecha». Mirando la actual crisis en la península coreana, se comprende porque es funcional a esa perspectiva la denominación de Rogue State. Para la política exterior de Estados Unidos y sus aliados, e incluso para aquellos que potencialmente podrían constituir uno de los polos de atracción en el sistema de las relaciones internacionales, la República Popular Democrática de Corea, opera como un «Estado bandido» al construir un programa militar nuclear que garantiza esa desconexión, violando las «reglas de juego» preestablecidas por las potencias.(3)

Algunos políticos y académicos sugieren una asociación entre la noción de un orden global más justo con la construcción de una base de sustentación multipolar.(4) Acá se encuentra otra cuestión polémica. El Mundo ha vivido épocas de unipolaridad, bipolaridad y multipolaridad -visto en retrospectiva histórica, al menos en lo que se refiere a comercio, finanzas, tecnología y conflictos bélicos desde el siglo xiv hasta los inicios del siglo xx-. En épocas de incertidumbres post-unipolares, con una frágil y aún no consolidada emergencia multipolar y «turbulencias»,(5) definida por Richard Haass (2008) como «no polaridad»,(6) como bien conceptualiza Barnett, el mayor reto para la hegemonía en clave Sistema-Mundo consiste en los niveles de desconexión que implica no asumir el rol subalterno en el Sistema-Mundo capitalista. Esto es en relación con los procesos emergentes en la periferia. Pero no en relación con los «polos» que implicarían, desde la visión estadocéntrica, un Mundo con cuotas de poder menos inequitativas. Pensemos que los «polos» y su capacidad de generar estabilidad dependen de los consensos, el primero de los cuales y requisito indispensable es en relación a la defensa del «sistema». Theotonio dos Santos (2004) lo califica de «hegemonía compartida» (pp. 257-279). Hay que aclarar que esa hegemonía compartida se produce en el bloque en el poder(7) «sistémico», que refleja no solo la cooperación de las potencias(8) que lo componen, en defensa del sistema, sino que además permite ver que las contradicciones interimperialistas no se agotan, sino que adquieren otras formas en su expresión. Los matemáticos plantean que dos puntos definen una recta y tres definen un plano. Y en ese plano se encontrarían N puntos. Recordemos que nuestra noción espacial de estabilidad está asociada a la existencia de un plano. En nombre de la estabilidad y perdurabilidad del sistema, pensando la hegemonía en clave de Sistema-Mundo, es posible la transferencia de liderazgo, tal y como sugiere Paul Kennedy (2017).(9)

¿Interesa al sistema que desde la periferia emerjan competidores hacia su núcleo? Al igual que en las sociedades estratificadas en clases, la oportunidad de movilidad social ascendente, al menos como ilusión, resulta necesaria y consustancial a la necesidad de legitimación, en términos actuales «ganar-ganar». ¿Pero cuál es el rol predeterminado desde el centro del Sistema-Mundo capitalista para las sociedades de la periferia? ¿No es acaso el de suministrador de recursos, perpetuar su dependencia tecnológica y colonialidad intelectual, transferirle costos ambientales y mantener las condiciones de explotación que permitan la obtención creciente de plusvalía?

Y quizás esto nos lleva entonces de vuelta a Barnett. Si la desconexión del sistema es en sí percibida como amenaza, ello explicaría en parte los nuevos conflictos bélicos locales, que permiten reordenar los territorios y las fronteras geopolíticas en función de mantener el control sobre puntos clave y recursos estratégicos. Ahora, creo necesario que la reflexión se dirija a una cuestión que pasa inadvertida. Si el sistema, o sus garantes coaligados, tienen que verse obligados a librar nuevas guerras, ¿entonces cómo interpretar sus resultados? Tradicionalmente la victoria o derrota se medía en términos de aniquilar o incapacitar al adversario. Importante era imponerle condiciones. Más importante aún resultaba el control sobre el territorio ocupado. Un símbolo era tomar la ciudad capital del oponente. Pero las nuevas guerras tienen otro matiz. A diferencia de otros siglos, incluido el xx, donde las grandes potencias medían sus rivalidades en confrontaciones directas y a gran escala, la nueva tecnología nacida a partir del «equilibrio de terror» no permite escalar irresponsablemente los conflictos a riesgo de asumir costos insuperables.(10) Hay choques, pugnas, más propias de la reticencia a superar la visión que impuso el Estado-Nación.

Sin embargo, los conflictos actuales han visto como una parte activa a un Estado o a una coalición de Estados, cuya ventaja real en el campo de batalla proviene de tres cuestiones esenciales: la adquisición de información sobre el adversario y sus capacidades (inteligencia); el control de los medios y de la información que se produce y reproduce sobre el conflicto; y la asimetría tecnológica militar a su favor. Si usualmente interesaba el control territorial, ahora lo importante es el control del territorio con valor estratégico, sea por sus rutas de «re-conexión» al sistema, asociadas al tráfico mercantil; sea por los recursos e infraestructura que en él se encuentran disponibles; o incluso por la inherente «denegación de acceso» al territorio o los recursos para terceros.(11) En todo caso, volviendo a la hegemonía, la garantía de que el uso de la fuerza sea «legítimo»,(12) estaría garantizado por la conveniente socialización a través de las multimedias, la creación de una opinión pública favorable, su correspondiente aprobación como un mandato internacional y la concreción multilateral del uso de la fuerza.(13)

Conclusiones

El Sistema-Mundo del siglo xxi se proyecta como una época de confirmación de un sistema capitalista globalmente de hegemonía compartida, donde las resistencias se encuentran en la periferia, particularmente por el reto que representa la convivencia bajo un mismo sistema de múltiples modos de producción precedentes y yuxtapuestos. El surgimiento de un Mundo multipolar implica mayores grados de estabilidad del sistema, en el que a la vez se verifican las contradicciones interimperialistas por el acceso a territorios, recursos y mercados, de manera indirecta y solo en el ámbito de la periferia. La hegemonía es a la vez esencial como elemento legitimador del empleo de la fuerza (violencia legítima), pues el sistema capitalista global la empleara en la periferia, donde y cuando resulte necesaria, a los efectos de mantener la integridad de aquellos espacios territoriales, cuyos recursos o posición estratégicos exijan evitar una «desconexión del sistema», aun cuando esta sea parcial -en el territorio, o por la profundidad de los cambios sociopolíticos que se generen en esa dirección- y limitada en el tiempo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Notas aclaratorias

11.Poulantzas (2007) expone de forma clara y coherente con el pensamiento de Gramsci que «el concepto de hegemonía parece indicar una situación histórica en la que el dominio de clase no se reduce al simple dominio por la fuerza y la violencia, sino que implica una función de dirección y una función ideológica particular, por medio de las cuales la relación dominantes-dominados se funda en un “consentimiento activo” de las clases dominadas» (p. 171).

22.Martin Griffiths y Terry O’Callaghan: International relations: the key concepts, Routledge, New York, 2002, p. 337.

33.Mucho se especula acerca del empleo del conflicto en la península coreana como un factor disuasivo por la República Popular China frente a la renovada presencia militar estadounidense en Asia. Sin embargo, el nivel de autonomía relativa que ha alcanzado la República Popular Democrática de Corea (RPDC), implica en sí mismo un cuestionamiento hacia el posible tutelaje de la República Popular China sobre ese Estado.

44.Probablemente este debate tiene sus orígenes en la lectura crítica que hace Lenin de Kautsky con relación a las contradicciones interimperialistas, tal como resaltan Vasapollo, Galarza y Jaffe (2005). Las relaciones contemporáneas posteriores a la Segunda Guerra Mundial sugieren, desde una visión histórica y empírica, que estas se libran indirectamente en el marco de un enfrentamiento por el control territorial de mercados y recursos en la periferia global. La Guerra Fría es quizás el modelo de este nuevo tipo de enfrentamiento, aunque con un matiz declaradamente ideológico. Las potencias imperiales evitan una colisión frontal y directa a partir del principio de Mutua Destrucción Asegurada, que sirve a la vez como contención y límite a una guerra termonuclear. «Ciertamente, es posible que el advenimiento de las armas nucleares, con su amenaza implícita de convertir cualquier intercambio de fuego en una devastación recíproca, haya puesto fin a la costumbre de recurrir al conflicto armado en respuesta a las oscilaciones seculares en los equilibrios de las grandes potencias, dejando solo guerras indirectas, “sustitutas”, en pequeña escala» (Kennedy, 2017, p. 834).

55. Alan Greenspan (2008) califica la actual etapa de capitalismo global como «era de turbulencias». Una de sus grandes preocupaciones estriba en las múltiples comprensiones-apropiaciones del capitalismo, a partir de la heterogénea componente cultural que marca una impronta diferenciada en potencias «emergentes». «China se está volviendo cada vez más capitalista, con solo unas reglas formales parciales sobre la propiedad. Rusia tiene reglas, pero la conveniencia política dicta el grado en que se impone su cumplimiento. India, por último, tiene unos derechos de propiedad legal tan matizados por regulaciones específicas, de imposición a menudo discrecional, que no son todo lo vinculantes que sería necesario para atraer la inversión extranjera directa. Esos países comprenden dos quintas partes de la población del mundo, pero menos de un cuarto de su PIB. La evolución de sus políticas, culturas y economías a lo largo del próximo cuarto de siglo dejará una huella muy honda en el futuro económico del planeta» (p. 328). Hay que comprender que bajo el «paraguas» del sistema capitalista se solapan y yuxtaponen en el presente diferentes modos de producción, así como distintas visiones del capitalismo en tanto formación económica, pues este tiene que ser asumido en las condiciones de contextos culturales diferentes.

66. Haass define la «no polaridad» como «[…] un mundo dominado no por uno, dos o incluso varios estados, sino por docenas de actores que poseen y ejercen diversos tipos de poder» (s. p.).

77.«[…] en la formación capitalista, el hecho general de la coexistencia compleja, en una formación, de varios modos de producción: concierne, así, a la pluralidad de las clases o fracciones dominantes que es un factor característico del fenómeno del bloque en el poder. Esa pluralidad corresponde a las estructuras del Estado capitalista que permiten una “participación” característica en el poder, sea de clases dominantes de los modos de producción dominados, sea de fracciones de la clase burguesa cuya autonomía depende de su relación con dichos modos.» (Poulantzas, 2007, p. 300).

88.Kenneth Waltz (1979) ilustra enfáticamente esta posibilidad, y revela los orígenes teóricos en la contraposición de ideas que existe acerca de las contradicciones y la cooperación interimperialistas entre Vladimir Ilich Lenin y John A. Hobson. De hecho, este último «preveía la horrible posibilidad de que los Estados capitalistas cooperaran en la explotación de los pueblos menos desarrollados» (p. 40).

99.«Por consiguiente, en el sentido más amplio, la única respuesta a la pregunta cada vez más debatida por el público de si los Estados Unidos pueden conservar su posición actual, es “no” pues, simplemente, ninguna sociedad ha podido estar permanentemente en cabeza de todas las demás, porque esto implicaría una congelación de la pauta diferenciada de ritmos de crecimiento, avance tecnológico y evoluciones militares, que ha existido desde tiempo inmemorial.» (p. 828). A pesar de ser escrito en los años 80 del siglo pasado, no es casual que Paul Kennedy dedique una parte importante de su libro a analizar el ascenso de la República Popular China. A la luz del protagonismo creciente de esa nación asiática, unido a su crecimiento económico y proyección de su política exterior, debe considerarse seriamente la hipótesis que implica un mayor acercamiento entre este país y Estados Unidos. La creación en 2008 del primer tanque pensante binacional, la Fundación de Intercambio Chino-Estadounidense (CUSEF, por sus siglas en inglés), que ha identificado más de veinte áreas susceptibles de cooperación entre ambos países, y que ha definido esta cooperación como «clave para el futuro global», abren la posibilidad de que se concrete una transición que denominan el «siglo post-americano» (véase <https://www.cusef.org.hk/>).

1010.Morgenthau (1986) lo explica de manera clara: «La amenaza de una violencia nuclear masiva implica la amenaza de la destrucción total. Como tal, continua siendo un adecuado instrumento de política externa cuando está dirigido a una nación que no puede responder del mismo modo. La nación poseedora de armas nucleares puede ejercer poder sobre la otra simplemente diciendo: “O hacemos como digo o te destruyo”. La situación es diferente si la nación así amenazada puede responder: “Si me destruyes con armas nucleares yo también te destruyo del mismo modo”» (p. 41).

1111.El historiador británico Eric Hobsbawm diría: «Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo xx cada vez quedó más claro que el primer mundo podía ganar batallas pero no guerras contra el tercer mundo o, más bien, que incluso vencer en las guerras, si hubiera sido posible, no le garantizaría controlar los territorios. Había desaparecido el principal activo del imperialismo: la buena disposición de las poblaciones coloniales para, una vez conquistadas, dejarse administrar tranquilamente por un puñado de ocupantes» (véase Historia del siglo xx, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1999, p. 555). Pero esta visión clásica de las guerras es precisamente la que pretenden superar las potenciales imperiales para ganar un conflicto armado en el siglo xxi.

1212.Si la evolución histórica de la humanidad, desde que se estratificó en clases sociales, refleja una incesante lucha por el poder político con el empleo de la violencia (Federico Engels, 1963), debiera interpretarse que las clases dominantes siempre trataron de preservarse así mismas el rol de «único actor que podía ejercer monopólica y legítimamente la violencia». «El Estado es una organización especial de la fuerza, una organización de la violencia para reprimir a una clase cualquiera.» (Lenin, 1960, p. 321). Ello se ha logrado internalizando la violencia en las normas jurídicas, instituciones y prácticas, de forma que el ejercicio de la violencia se «invisibiliza» o adquiere un «bajo perfil».

1313.«Central para la comprensión de la guerra, es la campaña mediática que garantiza su legitimidad a los ojos de la opinión pública. La guerra debe ser provista con un mandato humanitario bajo la “Responsabilidad para proteger” (R2P) de la OTAN.» (Chossudovsky, 2015, p. 4). En igual sentido, Joseph Nye se pronuncia al afirmar que: «La legitimidad es la segunda razón por la cual los gobiernos tienen interés en el Derecho Internacional. La política no es simplemente una lucha por el poder físico, sino también una competencia sobre la legitimidad» (Nye y Welch, 2014, p. 209).

Recibido: 27 de Julio de 2018; Aprobado: 17 de Agosto de 2018

*Autor para la correspondencia: inkanato@gmail.com

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