Durante décadas, la escultura ha sido considerada la cenicienta de las artes plásticas cubanas y, en este sentido, han sido frecuentes los comentarios referidos a las limitaciones objetivas y subjetivas que han tenido que afrontar sus exponentes. No obstante, si bien es cierto que la manifestación ha tenido una débil presencia en los circuitos exhibitivos y la crítica de arte no siempre ha acompañado su producción de manera sistemática, aguda y desprejuiciada, debemos reconocer que ha sido desde el espacio universitario que ha tenido lugar el más sostenido empeño en favor del estudio de la escultura cubana.1
En primer lugar, se destaca la labor desplegada por el prestigioso crítico y profesor de Historia del Arte Luis de Soto y Sagarra, cuyos textos fechados entre los años 1926 y 1954 constituyen los puntos de partida imprescindibles para conocer la historia del arte tridimensional en nuestro país.
Únicamente precedido por el voluminoso texto en dos tomos de Eugenio Sánchez de Fuentes y Peláez -que comporta un muy completo inventario de los monumentos escultóricos realizados en Cuba por autores extranjeros y por los primeros artistas del patio, desde los siglos coloniales y hasta 1920-, la conferencia «La escultura en Cuba», dictada por el profesor Luis de Soto ante la Asociación de Pintores y Escultores en el año 1926, se erige en el primer acercamiento ordenado y exhaustivo que alude a «la producción escultórica realizada por autores cubanos en el suelo natal o en tierra extraña» durante los años comprendidos entre las últimas décadas del siglo xix y el primer cuarto del siglo xx (Soto, 1926 y 1927). Uno de los mayores méritos del trabajo es la visión analítica e interpretativa que aporta, al proponerse establecer las pertinentes relaciones entre la producción de los artistas cubanos y otras creaciones contemporáneas a nivel internacional.
Más de veinticinco años después ve la luz un trabajo homónimo del propio autor, publicado en el Libro de Cuba (Soto, 1954), una suerte de enciclopedia ilustrada que abarca las artes, las letras, las ciencias, la economía, la política, la historia, la docencia y el progreso general de la nación cubana, que fue editado en el año 1953, a propósito de las conmemoraciones por el cincuentenario de la instauración de la República (1902-1952) y el centenario del nacimiento de José Martí (1853-1953).
Sin desconocer la valía de otras importantes publicaciones -en particular, los ensayos y textos críticos de Guy Pérez Cisneros (1944a y 1944b), el libro de Gladys Lauderman Factores estilísticos de la escultura cubana contemporánea (1951) y el ensayo de Esteban Valderrama y Benigno Vázquez La pintura y la escultura en Cuba a través de la Academia Nacional de Bellas Artes de San Alejandro (1953) -el citado estudio de Luis de Soto vuelve a constituirse en un material básico para la historiografía del arte cubano en lo que atañe a la escultura.
En este caso, además de incorporar los nuevos nombres de mayor relevancia en este campo de las artes plásticas, propone el agrupamiento de los creadores según las diferentes vertientes del trabajo escultórico. Por otra parte, argumenta el decurso de la manifestación a lo largo de las primeras décadas del siglo xx tomando en consideración su paulatino acercamiento a las expresiones de más alto nivel de actualidad. Asimismo, establece las pautas para emitir un juicio certero sobre los procesos de renovación en la escultura a partir de la actitud ante el espacio, los criterios relacionados con la jerarquía de los elementos en la composición y las particularidades de los medios y procedimientos técnicos. Precisamente, esos aspectos serían analizados con posterioridad por otros estudiosos y críticos abocados a explicar los procesos de ensanchamiento que acontecieron muchos años después en el escenario del arte tridimensional, corroborándose así el amplio conocimiento y agudeza investigativa de quien tanto pugnó por incorporar los estudios sobre arte en el espacio académico de la Universidad de La Habana.
Lamentablemente, hacia el primer lustro de los cincuenta aconteció la prematura pérdida de este prestigioso profesor quien, junto a Guy Pérez Cisneros -también fallecido en esa década- había acometido una fértil obra de divulgación en torno a la escultura nacional. Con su deceso se produjo una fractura en lo concerniente al estudio de su desarrollo histórico, situación que no varió de manera inmediata, muy a pesar del esfuerzo de algunas firmas -Loló de la Torriente (1961, 1963, 1966), Leonel López Nussa (1976, 1977a, 1977b), Ángel Tomás González (1976, 1978, 1979), José Veigas (1979a, 1979b, 1980)-, que a lo largo de los años sesenta y setenta llevaron a cabo una sistemática labor a través del ejercicio del criterio en diferentes publicaciones.
De esta suerte, fue la Dra. Rosario Novoa quien, después de fundada la carrera de Historia del Arte y sabiéndose portadora del legado del Dr. Luis de Soto, comenzó a otorgar aliento y continuidad al estudio de la escultura cubana desde el espacio docente en el que siempre desplegó su incansable quehacer.2 De hecho, a instancia de la reconocida profesora comenzó a fraguar en nuestra Universidad una primera tesis de licenciatura que, al abordar el estudio de nuestra vanguardia escultórica, inauguraba un conjunto de sucesivos empeños que han contribuido durante varias décadas a diagramar el proceso de desarrollo de la escultura nacional. Así, «La Escultura en la pseudorrepública (1925-1958)», presentada en 1982, bajo la autoría de María de los Ángeles Pereira Perera y Lourdes Rodríguez Betancourt, se erigió en una investigación deudora del legado del Dr. Luis de Soto.
Dicho trabajo emprende un análisis de la participación de la escultura en el proceso de renovación artística que se manifestó en nuestra plástica a partir de la segunda mitad de los años veinte del pasado siglo. El estudio se acerca a la obra de aquellos artistas que se erigen en los protagonistas principales de este proceso de gradual actualización formal y conceptual del arte escultórico cubano.
Será precisamente bajo la tutoría de María de los Ángeles Pereira -quien pasa a integrar el claustro del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de la Habana en ese propio año 1982- que cobra un sostenido impulso la labor científico-investigativa en torno al desarrollo histórico de la escultura cubana a través de numerosos trabajos de diploma. En tal sentido, se distingue la continuidad analítica de diferentes momentos o etapas en el proceso evolutivo de la manifestación a través de una tetralogía de tesis de licenciatura, a saber: Benítez y Noda (1986), Corzo y Díaz (1989), Sosa y González (1997) y Cruz (2014). En estos textos se localiza una abundante información acerca del quehacer de los más destacados escultores cubanos a lo largo de las últimas cuatro décadas del pasado siglo, así como útiles valoraciones sobre las problemáticas relacionadas con la promoción y la crítica de arte en torno a la escultura durante estas etapas.
En particular, los trabajos de Sosa y González (1997) y Cruz (2014) constituyen interesantes aproximaciones al proceso de cambio y enriquecimiento que tiene lugar en una buena parte de la escultura «de salón» a partir de los años noventa, en el ámbito de poéticas creativas de corte híbrido en cuanto a morfologías y procedimientos tributarios de las técnicas, los materiales y el hacer tradicional propio de la manifestación, pero, a la vez, indicativos de un giro singular en lo que atañe a la concepción del espacio y el tratamiento mismo de la tridimensionalidad.
Paralelamente, desde el propio Departamento de Historia del Arte de la Universidad de la Habana, se continuaron de manera ininterrumpida las investigaciones sobre esa otra vertiente fundamental de la escultura cubana que es la de carácter monumentario y ambiental. De tal manera, se constata la presencia de varios textos dedicados al análisis de aristas temáticas de singular interés, tales como la escultura funeraria en la Necrópolis Cristóbal Colón (Lourdes Castillo y Odessa Pomares, 1985), los monumentos conmemorativos erigidos en Cuba -y los realizados fuera de Cuba por autores del patio- que rinden tributo a los héroes de las gestas mambisas (Mirta Noroña y Janet Quiroga, 1987), el mausoleo en Cuba como tipología artístico funcional de particular relevancia en nuestra tradición escultórica (Alina Afong y Miguel Fraga, 1988) y la historia de los concursos de monumentaria (Alfredo Castellanos, 1989).3
Sin lugar a dudas, el colofón de esta línea de estudio lo constituye la tesis doctoral de María de los Ángeles Pereira (1994), «La producción monumentaria conmemorativa en Cuba 1959-1993», texto de medular importancia para el conocimiento y la valoración del arte monumentario conmemorativo cubano y que, en el orden teórico-metodológico, establece pautas fundamentales para el análisis y la evaluación de esta vertiente, a la vez que instrumenta un criterio de periodización para su estudio.
De dicha investigación se derivan una serie de trabajos de la misma autora aparecidos en órganos especializados que, junto a otros textos concebidos como palabras a catálogos y ponencias para eventos científicos, conforman su libro Escultura y escultores cubanos (2005). En el mismo, organizado desde una perspectiva historiográfica, se manifiesta el rigor científico, el excelente ejercicio de la escritura y la constante entrega de quien se ha convertido en la más fiel defensora de la escultura cubana como otrora lo hicieran el Dr. Luis de Soto y la Dra. Rosario Novoa.
Se trata entonces no de una sumatoria de esfuerzos y de resultados puntuales y dispersos, sino de una sistemática y meritoria labor desarrollada a lo largo de varias décadas en favor de crear una historiografía de la escultura cubana. No es casual que fuera a un escultor -José Villa- a quien se le encargara la obra destinada a representar la distinción Rosario Novoa entregada, por primera vez, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, al Dr. Eusebio Leal y al Museo Nacional de Bellas Artes, como colofón de las actividades por el aniversario ochenta del Departamento de Historia del Arte en abril de 2014.