Revisitando los manuscritos y textos dactilografiados de António Sérgio, el año en el que se conmemoraba el cincuenta aniversario de su muerte, hemos descubierto que el ensayista tenía intensión de publicar, tal vez en 1960, un breve texto titulado Diálogo entre Creonte e Antígona, que sería su cuarta variación sobre el mito de Antígona. No sería, por ello, abusivo si concluimos que la heroína griega se transformó en un alter ego de António Sérgio a lo largo de su larga e intensa lucha contra la dictadura, que imperó en Portugal en el segundo y el tercer cuarto del siglo pasado.1
De hecho, tras escribir en 1930, en el exilio de París, Antígona. Drama em três actos, una recreación del mito sofocleo que definiría como «un estudio social en forma dialogada» (y que no era más que un texto panfletario contra la dictadura militar, en el poder desde 1926) (Morais, 2017a, pp. 113-139), Sérgio volvería al tema, para reescribir, alrededor de 1950, una invectiva contra la dictadura salazarista,2 con el título Antígona. Diálogo histórico-filosófico-político em forma dramática. Segunda edição remodelada.3 Conservando su mismo objetivo político-pedagógico de aguijonear las conciencias que progresivamente se dejaban tomar por el letargo, Sérgio dedica esta nueva variación del mito «a todos cuantos nacieron para ser libres [...] y a los apóstolos que actúa[ba]n por amor del pueblo sin buscar las auras de la popularidad»).4 Este renovado diálogo en forma dramática terminaría inédito, perdiéndose, mientras tanto, mitad de la segunda parte del acto II, o sea, el altercado de ámbito ideológico entre Creón y Hemón, y la totalidad del acto III.5
A partir de este texto, el autor, aprovechando las tres primeras escenas del acto I, publicaría, a fines de 1958, la Jornada Sexta do Pátio das Comédias, das Palestras e das Pregações, la tercera variación sobre el mito de Antígona que es también una invectiva, ahora contra el fraude en las elecciones presidenciales de este año, que opusieron Américo Tomás,6 candidato del régimen, a Humberto Delgado,7 candidato de la oposición democrática.
Aunque muy reducido, el núcleo dramático de este opúsculo contiene la necesaria retórica de protesta, resultante del debate entre Ismenia, símbolo de los derrotistas y de los que, a causa de los lazos familiares, se desvían «del combate por las ideas y del heroísmo cívico» (Sérgio, 1958, p. 29; Sérgio, 1950, p. 4); y su hermana, la temeraria Antígona, que representa a todos los que luchan contra el asfixiante totalitarismo del Estado Novo.8
A este breve agón entre las dos hermanas, que repite con ligerísimas alteraciones las escenas iniciales de la 2.ª edición, el autor añade un breve prólogo, donde se invita al público a volver al pasado y a apreciar sus actuales dichas a través de los grandes males de la Tebas de otrora (Sérgio, 1958, pp. 7-8), y un epílogo donde se ofrece la exegesis que define a Antígona como kantista y cristiana, pero también política.9
Igual proceso de construcción de texto siguió António Sérgio en el diseño del Diálogo de Creonte e Antígona (Figura 1). Como se puede deducir por el texto manuscrito y dactilografiado existente en el corpus de la Biblioteca que lleva su nombre,10 el autor pretendía publicar esta que sería su cuarta variación sobre el mito de Antígona, lo que terminaría por no suceder. Dos hipótesis se pueden plantear para que no lo haya hecho: la no elección, en 1958, de Humberto Delgado, el candidato opositor, en cuya campaña se empeñó profundamente, con esperanza de que la dictadura, pasados más de treinta años, terminase finalmente, y la muerte de su esposa, poco tiempo después, a principios de 1960. Fueron dos duros golpes que hicieron con que se apartara de la vida cívica activa, cansado de los sucesivos fracasos de su lucha contra la dictadura. Como refieren Henrique de Barros y Fernando Ferreira da Costa, la última década de su vida la pasó «recogido en casa, con la extraña conclusión de que su obra había fracasado [y] resultado estéril» (Barros y Ferreira da Costa, 1983, pp. 33-34; Queiroga, 2019, p. 44).
El diálogo, con muchas enmiendas y añadidos a la edición de 1950, se basa en las escenas III y IV del acto II, aglutinadas en una escena única con 146 intervenciones.11 Este núcleo central cierra con una coda manuscrita de cuatro páginas (94A-94D), firmada por el autor (Figuras 2, 3, 4, 5), que le aporta unidad y le permite una existencia autónoma, y está precedido de una nueva y más extensa didascalia también manuscrita (Figura 1), con referencias a los antecedentes de la acción que ayudan a contextualizar el confronto inflamado entre Creón y Antígona, convertida en alter ego de António Sérgio: la muerte de Eteocles y Polinices «en combate durante un alzamiento de los demócratas contra la tiranía de Creón, lidiando el primero entre los partidarios del tirano, y en las hostes de los insurrectos el segundo»; y la orden de Creón de que Polinices fuese «abandonado a los cuervos, con prohibición rigurosísima de que se le rindieran honores» (Sérgio, 1960, p. 62).
En el mismo conjunto de folios en el que se encuentra este diálogo,12 existen cuatro páginas manuscritas con apuntes sueltos, que el autor probablemente pretendería incluir al inicio del diálogo como epígrafes, al igual que había hecho en las ediciones de 1930 y 1950. Además de la advertencia de que «los hechos y acontecimientos que surgen o son mencionados son verdaderos, y no reales ni imaginarios» y de la afirmación de que el objetivo del diálogo era el de inquietar las almas de quienes lo leyesen,13 uno de esos apuntes es de la Lenda de S. Cristóvão (Leyenda de San Cristóbal), de Eça de Queirós, el santo que, para Sérgio, «[fue] el paladino de la Revolución Social […] que comanda a los pobres en su rebelión en contra de los ricos […] el Santo revolucionario conducido al cielo por la mano del revolucionario que se llamó Jesús» (Sérgio, 1971, pp. 113-114).14 Así, lo habían sido igualmente Antígona y su hermano Polinices, radicalmente revolucionario gracias al Amor, a la paz interior, a la luz del Espíritu, como lo demuestra este Diálogo, inspirado en la Antígona de Sófocles, pero convertido en alegoría de un Portugal sumergido en una ya larga dictadura de más de tres décadas.
A la acusación de Creón de que Polinices era un «loco iluminado» que comandó «un manojo de revoltosos […], una recua de necios, de idealistas» (Sérgio, 1960, p. 68), Antígona contraataca, afirmando que veía a su hermano como un ente «luminoso», sincero, verdadero y límpido, que traía luz a las tinieblas en las que vivían, considerándolo, así, «una mente universal, totalmente abierta a todo, [que] fue contra todas las violencias, viniesen de donde viniesen, contra toda la mentira, sectarismo, disimulación, estrechez» (Sérgio, 1960, p. 68). No compartiendo el dogmatismo de los opositores al régimen más extremistas, ambicionaba congregar a todos los hombres libres alrededor de una acción común en contra de la dictadura, como nos dice Antígona, con palabras que traducen el pensamiento de Sérgio, expresado en muchos de sus textos:
Antígona. Polinices […] era ágil y libre, […] era una revelación individual de lo universal y lo eterno, que buscaba la unidad dentro de su propio espíritu, como la buscaba además en la estructuración del Mundo. […] Su Amor, su Dios eran racionales, eran Espíritu. Amando a la juventud -y poseedor el mismo de un alma joven- soñaba en reunir en una acción común a los que habían nacido con dotes de hombres libres, aunque provenientes de orientaciones distintas: y eso para crear una organización social que desatase a todos de las angustias terrenas, sustituyendo la lucha por la cooperación fraterna. (Sérgio, 1960, p. 68).
Símbolo del antifascismo, de la aspiración a la libertad, de la revolución social (Sérgio, 1950, p. 4), al igual que Antígona, él soñaba «con el ser el constructor de [una] sociedad justa» y «con el dar al pueblo los instrumentos para que la construyese él mismo» (Sérgio, 1960, p. 69),15 para libertarse de una dictadura atroz, basada en el sistema de gobierno de la plutocracia y del clero.
Liderada por el Sumo Sacerdote de la religión «ceréfila», es decir por el cardenal Cerejeira,16 la religión que sustentaba la dictadura, desde el punto de vista de Antígona (que era el de Sérgio), era materialista y no cuidaba lo Divino; servía los intereses de los ricos y del Estado y utilizaba la ignorancia y el retraso mental del pueblo para manipularlo y mantenerlo subyugado.17
En la misma línea con algunos pocos sacerdotes espirituales y puros, que divergían de las directrices de la jerarquía de la Iglesia Católica, la heroína contraponía una «religión más alta, más pura… una mística racional, toda ella humana» (Sérgio, 1960, p. 74) al servicio de los pobres y no de los plutócratas, que todo imponían y comandaban y que tenían como símbolo máximo al banquero Psiquístrato, probablemente Ricardo Espírito Santo,18 que era amigo de Ceréfilo, o sea, Salazar19 -«ese plebeyo, ese pobre, que se metió a servir a los ricachones… y que tiene de su parte al ricachón, al reladrón, al ganón» (Sérgio, 1960, p. 78).
Al igual que hará Salvador Espriu, que traza el retrato de Franco, en su reformulación de Antígona, escrita en 1963,20 también António Sérgio, en la coda manuscrita de este Diálogo, nos presenta, por boca de Antígona, un perfil de Salazar, el dictador incapaz de apreciar la dignidad del espíritu y que disfruta ejerciendo el mando e imponiendo el orden (Figuras 3, 4; Morais, 2012, pp. 324-327):
Antígona. Con su alma tacaña de cultivador de apariencias, de calculador astucioso, es incapaz de apreciar la dignidad del espíritu, la profundidad de la consciencia, el largo vuelo idealista, el amor a la verdad, a la sinceridad y a la luz. Sin humanidad y sin llama, disfruta a lo grande con la concupiscencia del liderazgo, y para poder disfrutar con la concupiscencia del liderazgo permite y encubre todas las malversaciones de sus hombres. La podredumbre disfrazada es su ideal de política. (Sérgio, 1960, 94B-94C).
Al orden impuesto por la fuerza, por la adoración del pasado, de Ceréfilo y Creón, contrapone Antígona un orden moral, más sincero, que resulte del progreso y sea el soporte de una nueva sociedad, volcada hacia el futuro y diseñada «con audacia inventiva, con inventivo amor» (Sérgio, 1960, p. 90) para el bien del pueblo.
Ante la irreductibilidad de posiciones, Creón, a diferencia de lo que sucedía en el hipotexto, propone a su sobrina un pacto de paz (Figura 3):
Creón. ¡No! ¡Imposible! ¡No nos entendemos!… Mira: quiero ofrecerte la paz. Te dejo libre si me prometes comportarte sensatamente. Te colmaré de honores. Te daré todo lo que quieras. ¿Lo aceptas? (Sérgio, 1960, 94B).
Antígona, sin embargo, fiel a sus principios, lo rechaza y no se deja corromper. Para ella, por encima de los decretos del tirano estaban las «leyes no escritas de la consciencia, universales e inmutables» (Sérgio, 1960, p. 66). Esa actitud, coherente y acorde con el modelo sofocleo, obliga a Creón a ejercer su autoridad para imponer su orden (Figura 5):
Creón. Te ofrecí la paz: la recusaste. Me tocó a mí el ser jefe. Sabré serlo, ¡por Dioniso! (Sérgio, 1960, 94D).
Retadora, como siempre, Antígona lanza una pregunta seca, pero colmada de esperanza, con la que termina este breve Diálogo (Figura 5):
Antígona. ¿Hasta cuándo, Creón? (Sérgio, 1960, 94D).
Al igual que en la edición de 1930, que terminaba con un mensaje de esperanza en un futuro mejor, traducido en el establecimiento, al final del acto III, de una democracia magnánima, tolerante y liberal, inspirada en la «santidad de Antígona» y dedicada a «Palas, la persuasiva, diosa de la luz y de la libertad» (Sérgio, 1930, pp. 122-123; Morais, 2017a, pp. 136-139), el autor finaliza esta cuarta variación suya sobre el mito de Antígona, que habría de permanecer inédita, con la expectación de que un día la dictadura terminará claudicando. No vivió António Sérgio los años suficientes para presenciar ese tan anhelado final del Estado Novo, que solo sucedería cinco años después de su muerte, el día 25 de abril de 1974.