INTRODUCCIÓN
Todo el que recuerde las vivencias en el aula con un buen profesor frente a él coincidirá en que es más fácil aprender que definir, en estas circunstancias evocadas, lo que es la maestría pedagógica. Pero de todas formas resulta útil un acercamiento a este vital aspecto del proceso formativo en la educación superior.
La reflexión inicial conduce a la consideración de que no existe un modelo de maestría pedagógica, sino que todo profesor deja su sello característico, la huella de su personalidad, cuando interactúa con el alumno, aunque sí se puede hacer referencia a los elementos que se manifiestan con regularidad en el actuar del docente y que se hacen indispensables en su formación, a pesar de que los matices siempre aparecerán, así es de compleja la personalidad humana.
Hoy día la tarea del profesor es muy compleja, ya que aparece ante sí, casi como un reto, el avance pujante de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, que lo sitúan ante cientos de productos «inteligentes», capaces de resolver complejos problemas, lo que ha permitido la incorporación del video, la televisión, la computadora e Internet como medios de enseñanza. Por ello, en las condiciones del llamado postmodernismo, en medio del tenso mundo de la sociedad postindustrial, ha existido la idea de cuestionar el papel del profesor, aplastado por los adelantos mencionados. Esta deshumanización de la enseñanza que la mayoría de los autores rechaza totalmente exige a los profesores la búsqueda de su lugar exacto para poder encarar estas situaciones y trazar nuevos caminos.
El objetivo del presente artículo es exponer un grupo de reflexiones asociadas a cada una de las dimensiones que componen la llamada «maestría pedagógica», como orientación general para la conformación de los planes de desarrollo individual de los jóvenes profesores universitarios.
DESARROLLO
La formación política-ideológica, moral y estética de la juventud es una tarea mucho más compleja que su instrucción en las diferentes materias que conforman los planes de estudios, si es que fuera posible separar estos dos aspectos del proceso. La complejidad de este tipo de formación dimana de sus interrelaciones con toda la educación procedente tanto en el ámbito familiar como institucional, así como de la influencia de todo el entorno. Queda claro para todos que, en 4, 5 o 6 años de carrera universitaria, no se puede cambiar de forma absoluta la concepción que sobre el mundo que le rodea se ha formado ese joven durante 17 o 18 años. De aquí que la labor del profesor universitario deba estar dirigida a reformar los valores positivos de esa formación, tratar de enmendar los negativos e incorporar y desarrollar los nuevos valores.
¿Cómo trabajar en este sentido? Las respuestas a esta interrogante pueden ser diversas y dependen de las condiciones concretas de cada momento, por lo que no se ofrecerán recetas sobre trabajo educativo. Aquí solo se quiere insistir en una cuestión que se considera medular en este trabajo, el «ejemplo» que ofrezca ese profesor. Debe ser portador de valores para poder llevar a cabo con éxito, no solo la educación científico-técnica y laboral de los egresados, sino también su educación política-ideológica, moral y estética. En resumen, debe ofrecer una educación integral y multifacética
Para llegar a ser un ejemplo en este sentido y cumplir así con su encargo social, cada profesor debe ser un estudioso profundo y sistemático de la doctrina revolucionaria, la que pondrá de manifiesto de forma práctica en su actuación social. Todo profesor debe tener como premisa que las verdaderas convicciones del hombre se manifiestan cuando sus puntos de vista concuerdan con su modo de vida. Para ello se está en el deber de ser muy cuidadosos y vincular la palabra con la acción, las convicciones con la conducta. Está claro para todos que el prestigio del profesor emana de su ejemplo ante todas las tareas, tanto las docentes, investigativas, como las políticas, sociales, productivas, etcétera, ya que de otro modo podrá instruir, pero no educar.
Se insiste en la necesidad de actuar con creatividad en todo el proceso docente educativo, si se quiere que el trabajo educativo surta el efecto deseado. Con la repetición de consignas, lemas o clichés no se forma a nadie; al contrario, se deforma porque se le transmiten esquemas que son incapaces de analizar y que incluso puede que nunca se hayan detenido a pensar profundamente en su significado, por lo que, en lugar de interiorizar, mecanizan, en el mejor de los casos, lo enseñado.
En el mundo en que se vive, el profesor universitario, para formar en los estudiantes la preconizada concepción científica del mundo y crear la suya propia, no puede limitarse a repetir lo aprendido en los manuales o en los clásicos. Estos conocimientos solo constituyen la base para iniciar el proceso de análisis, cuestionamiento y búsqueda de las respuestas adecuadas a los fenómenos que tan vertiginosamente se suceden en la actualidad, respuestas que deben llevar su propio sello. Al respecto, el ministro de educación superior de Cuba ha planteado:
Es preciso fomentar modelos pedagógicos no convencionales. El modelo centrado en la enseñanza reclama ser sustituido por un modelo que hace mayor énfasis en el aprendizaje. El rol del profesor no puede ser más transmitir conocimientos, sino orientar acerca de su acceso y ayudar a construir esquemas de comprensión e interpretación que permitan transformar la información en conocimiento. En síntesis, procesos que permitan aprender a aprender y aprender a emprender (Alarcón Ortiz, 2014, p. 5).
Esta concepción científica significativa posee una imagen cosmovisiva del mundo y de los fenómenos que en él suceden, para poder analizarlos desde diferentes ángulos, lo que permitirá realizar valoraciones más profundas y con mayor argumentación. Es común encontrar que científicos de reconocido prestigio a nivel internacional no solo son capaces de realizar grandes descubrimientos en su ciencia, sino, además, abordar con gran profundidad y detalle problemáticas actuales de otras ciencias. A modo de ilustración podemos mencionar a Baruch Samuel Blumberg (premio Nobel de Medicina en 1976), quien en su artículo «La instructiva historia de Dédalo», utiliza este pasaje de la mitología griega para demostrar lo inacabado del conocimiento y ofrecer su teoría al respecto. Por otro lado, Abdus Salam (premio Nobel de Física en 1979) en su artículo «El subdesarrollo ese genocidio silencioso» realiza un análisis sobre la situación de los países desarrollados y subdesarrollados a nivel internacional y profundiza en las desigualdades, tanto internas como externas, y propone cuál puede ser a su juicio la solución.
Al decir de Frei Betto (2014, p. 5):
El primer deber del profesor no es formar mano de obra especializada o calificada para el mercado del trabajo. Es formar seres humanos felices, dignos, dotados de conciencia crítica, participantes activos en el desafío permanente de perfeccionar el socialismo, que considero que es el nombre político del amor. Para eso le cabe a la educación despertar en los educandos el aprecio por los valores que estimulan el altruismo, la solidaridad, el servicio desinteresado a las causas colectivas, aunque la fuente de esos valores no sea exclusivamente ideológica, sino también religiosa o espiritual.
1. INVESTIGACIÓN Y FORMACIÓN CIENTÍFICA
La formación científica e investigativa de un profesor constituye un aspecto de gran importancia y necesidad para el desempeño de su labor, dada la vertiginosa velocidad que ha adquirido el desarrollo científico-técnico, que hace obsoletos muchos conocimientos de la misma manera que los productos en los que se materializan.
En este marco queda claro que el profesor no puede conformarse con el conocimiento estático de su ciencia, pues la dinámica de descubrimientos científicos provoca con gran rapidez su obsolescencia. Para la actividad del profesor esto significa la búsqueda incansable de información actualizada a partir de las más diversas fuentes. Esta necesidad no podrá ser nunca satisfecha a partir de los libros de textos de las asignaturas que se imparten, ya que aún cuando se trata de una publicación del último año, su elaboración y revisión fue realizada, en el mejor de los casos, un año atrás. La información para investigar se encuentra publicada en las revistas científicas y otros productos científicos actualizados, disponibles en su gran mayoría en Internet.
Actualmente se pone de manifiesto con gran evidencia que no existe conocimiento aislado: todos los fenómenos se estudian o investigan teniendo en cuenta sus relaciones con los fenómenos que los rodean. Esto, llevado al marco de la preparación del profesor, significa que no es posible limitarse al conocimiento de una asignatura. En tal sentido, vale recalcar que la formación científica significa dominio de su ciencia.
La labor del profesor que solo domine su asignatura se verá mutilada en su desarrollo, no podrá establecer las relaciones procedentes ni subsiguientes de esta con el resto de las que conforman el plan de estudio de una carrera, tampoco podrá retomar los conocimientos adquiridos por los estudiantes, no podrá explicar la posible utilización de los contenidos que imparte por otras asignaturas, entre otras consecuencias. La formación científica debe tender cada vez más a una formación multidisciplinaria, sin pretender ser eruditos, ya que en la actualidad el caudal de conocimientos acumulados en cualquier ciencia es tan amplio que imposibilitaría este propósito.
Para sustentar un trabajo serio a nivel universitario tanto en el pregrado como en postgrado es imprescindible desarrollar investigaciones científicas. Pero esta necesaria labor requiere de ciertas premisas fundamentales, pues para investigar eficazmente hay que poseer una formación sólida. La investigación es una tarea harto compleja. Requiere capacidad para ver los problemas, así como para planear y dirigir las actividades, poseer la paciencia, la tenacidad en la búsqueda y en la consecución de los objetivos. Del planteamiento anterior se pueden extraer dos importantes conclusiones:
La labor docente fecunda tiene como base la investigación, o sea, el profesor no puede soslayar la necesidad de investigar. A partir de la labor investigativa se puede comprobar la teoría en la práctica y, al mismo tiempo, enriquecerla a partir de los resultados obtenidos.
Para investigar se demanda la posesión de una formación sólida. Esto requiere un profundo conocimiento de la materia que se va a investigar y de la metodología de hacer investigación, así como de los métodos adecuados y su manejo.
Investigar exige, además, paciencia y tenacidad. Esto significa crear hábitos investigativos, saber que será largo el tiempo que se debe emplear, tensar las fuerzas y educar la voluntad para trabajar en la búsqueda científica. No se pueden esperar resultados inmediatos. A veces es muy difícil llegar a la esencia del fenómeno por lo que esta debe ser una labor sistemática y consecuente.
Un profesor con una profunda preparación científico-investigativa estará en mejores condiciones para planificar los contenidos que deben ser llevados al aula y enseñados a partir de los distintos tipos de clases. No se trata de cargar con profusión de contenidos las asignaturas, sino de determinar dentro de ese cúmulo los esenciales y abrirle el camino a los estudiantes para que puedan desarrollar sus habilidades e inquietudes investigativas, tan importantes en su futura actividad profesional.
El inusitado desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones sitúa retos adicionales a la cultura científica del profesor-investigador, el cual debe desarrollar habilidades infotecnológicas amplias para lograr un acceso eficaz y eficiente tanto a las diversas fuentes de información como a la realización del procesamiento de las informaciones obtenidas, así como para la difusión posterior de sus propios resultados.
Con la ampliación del acceso de todos a la información a través de Internet se complejiza aún más el trabajo de los profesores, ya que al mismo tiempo que debe estar actualizado, debe encontrar desde la investigación científica, metodológica y pedagógica las alternativas didácticas más adecuadas para formar las habilidades previstas en sus estudiantes desde una óptica activa, participativa y productiva.
2. SUPERACIÓN
Para alcanzar una elevada preparación científico-investigativa es necesaria una superación constante, un ininterrumpido y planificado estudio, ya que de otra forma sería imposible que se estuviera al tanto de toda la información que se genera en la actualidad. La superación puede adoptar varias formas en dependencia de los años de experiencia del profesor. Así, podemos encontrar:
Superación profesional (cursos y entrenamientos de posgrado y diplomados).
Formación académica (maestrías, especialidades y doctorado).
Pero la principal y, además, la que esta siempre al alcance de todos, independientemente de las condiciones, es la preparación autodidacta. Debe formar parte de los hábitos diarios de todo profesor el estudio de materiales relacionados tanto con su labor científica-investigativa como con su labor docente. Esto permitirá consolidar paulatinamente una sólida preparación. La autosuperación es una vía universal de gran importancia para buscar los mecanismos que permitan perfeccionar el trabajo dentro y fuera del aula.
En el mundo no existen centros donde se gradúen profesores universitarios para las diferentes carreras, de aquí que los que por diferentes motivos eligieron esta profesión o bien proceden directamente de las mismas aulas universitarias o proceden de la producción. En consecuencia, no le son suficientes los conocimientos adquiridos en el pregrado y deben complementar su formación en el transcurso de su actividad laboral con conocimientos científicos, pedagógicos, tecnológicos, psicológicos y sociológicos, que le permitirán desarrollar su tarea cada vez con mayor eficacia.
La superación del profesor universitario debe estar dirigida, además, a la especialización que no excluye, sino presupone un horizonte disciplinario y multidisciplinario, al profundizar en todos aquellos campos que se relacionan con su ciencia. Un buen maestro, no solo para la universidad sino para cualquier nivel de enseñanza, desde los tiempos de José de la Luz y Caballero, no es aquel, según Cartaya (1989, p. 23), «que se contentaba con asistir puntualmente a sus clases y tomar las lecciones a sus alumnos, sino quien tuviera profundo dominio del contenido que explicaba, de modo que fuera capaz de explicar a toda hora cualquier capítulo de ella, con la debida extensión y con exactitud filosófica». Actuar de esta forma es solo posible cuando se posee una elevada calificación. Para alcanzarla es necesaria una consagración permanente a la función social que se ha escogido, lo que significa dedicar muchas horas de tiempo libre a la lectura, a la consulta de información actualizada, a la difusión de los conocimientos científicos, a la aplicación práctica de la teoría.
Hasta la década del noventa en Cuba, aunque la formación doctoral se promovía y de hecho se apoyaba a todos los niveles, no constituía una necesidad impostergable dentro de la preparación del profesor universitario desde sus primeros años de trabajo. Muchos profesores en las universidades, por doctos, eran considerados doctores por la comunidad universitaria y por ellos mismos, aunque no tuvieran el título, restándole poca importancia a la realización de los ejercicios que le permitieran evidenciar con un título sus competencias.
De igual forma que la globalización afecta a otras esferas de la vida económica y social de todos los países en el mundo, también está presente de múltiples maneras en la educación superior; una de ellas es la necesidad de homologar la calidad de la formación que se imparte como base para el intercambio de estudiantes y el reconocimiento de títulos. Para ello han proliferado los sistemas de evaluación y acreditación de la calidad de programas e instituciones universitarias. En todos está presente la calidad del claustro y, dentro de esta, el indicador formación doctoral de su claustro. Aunque el doctorado en el mundo tiene una historia tan larga como la de las instituciones que lo otorgan, desde finales del siglo pasado ha cobrado más vigencia que nunca antes. La formación doctoral del claustro es una tarea prioritaria de las universidades.
Las instituciones de educación superior cubanas no escapan de esta tendencia, por lo que constituye un objetivo de su planeación estratégica a mediano y largo plazo. En la actualidad no se concibe un profesor universitario que no tenga dentro de su proyecto de vida en estas instituciones su formación doctoral, concibiéndola no como una meta final, sino como una meta volante intermedia en su carrera profesional a partir de la que podrá perfeccionar su labor como profesor. Finalmente, se puede plantear que la superación es una tarea permanente en la vida de cada profesor, que solo lo abandonará cuando se abandone la profesión, la que, además, está indisolublemente ligada a la investigación científica, por lo que se fortalecen mutuamente.
3. FORMACIÓN PEDAGÓGICA
Definir la maestría pedagógica es una tarea harto difícil, aunque emotivamente su significado no lo es tanto. Si se analiza el vocablo maestro y se buscan sus raíces semánticas, se encuentra que siempre ha significado lo sumo, lo que más se acerca a la perfección. Baste recordar que a todos los grandes pensadores de la humanidad en los albores de la civilización les llamaron maestros. En la controvertida etapa medieval alcanzaba con esgrimir un Magister dixit para reconocer como sentencia lo que se atribuía al filósofo; pero dentro de los gremios existía también el maestro como máximo especialista y el aprendiz alcanzaba su plenitud cuando lograba la obra maestra.
Esta carga semántica de lo óptimo se ha asociado siempre con el maestro y por ende a la maestría. Si se acude otra vez a la etimología se puede percatar que la pedagogía aparece como enseñanza de niños y que después el vocablo ganó en extensión para aludir a la enseñanza en general, por lo que se puede concluir que la maestría pedagógica se alcanza cuando se arriba a los niveles más elevados en la ciencia y el arte de enseñar. Pero la maestría en cuestión no aparece como un precioso regalo de un hada buena, sino que se conquista con un arduo trabajo que debe llevar a una verdadera consagración. No fue algo fortuito que Luz y Caballero concibiera el magisterio como un sacerdocio laico.
El que quiera alcanzar la maestría pedagógica necesita poseer una amplia cosmovisión, la cual le permitirá respetar al educando y, a la vez, moverse por el impulso de una auténtica motivación, que esté dada por una genuina necesidad y, además, que esté en función de sus propias convicciones. Sin embargo, este hombre necesita tener una escala de valores que solo puede encontrar en un humanismo que no mutile ninguna dimensión del ser humano. Para esto hay que aspirar a la altura de lo contemporáneo con los conocimientos modernos y con el caudal de sabiduría que ha acumulado la humanidad, aunque la sabiduría del profesor tiene que ser tal que le permita ser un especialista de su materia y poseer un amplio bagaje cultural; ni el superespecialista, que se dice que acabó por saberlo todo de nada, ni el diletante a quien se achaca que conoce nada de todo.
Para poder ejecutar la maestría pedagógica hay que comunicarse con el educando. El tema de la comunicación comenzó a recibir mayor atención a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Esta se basa en un intercambio de símbolos significativos. Es un proceso sujeto-sujeto, en que ambos interpretan los símbolos de manera similar. En toda comunicación hay una fuente (transmisor o codificador), que es la que envía el mensaje codificado, y hay un receptor, que es quien recibe el mensaje y lo descodifica. La mayoría de los autores coinciden en afirmar que la comunicación tiene tres funciones básicas: informativa, afectiva y reguladora. La primera comprende la transmisión y recepción de información, la segunda está referida a la esfera emocional y la tercera a la esfera conductual, aunque en la práctica estas esferas se entrelazan.
El trasmisor tiene siempre una motivación para enviar su mensaje, ya que pretende lograr un objetivo, pero el receptor no es un ente pasivo, pues recibe un mensaje mediatizado, puesto que en el acto de la decodificación está presente toda la personalidad del receptor, con sus conocimientos, afectos, prejuicios y toda su riqueza psíquica; de aquí que el mensaje puede ser interpretado correctamente o no. En esto desempeña un papel importante la retroalimentación, la cual consiste en la acción de retorno donde el emisor se convierte en destinatario del mensaje que «devuelve» el receptor y puede evaluar la eficacia de la comunicación. A veces ocurren fenómenos que entorpecen la comunicación y son los llamados ruidos en el sistema.
Es importante destacar que la información se transmite mediante canales, como puede ser la voz articulada, que trasmite una idea. Pero ese mensaje puede sufrir variaciones por la intensidad con que se expresa, por el tono de voz, por el contexto. Además, hay emisión de mensajes gestuales y de numerosos matices que expresan el estado de ánimo del emisor y es captado por el receptor que nunca es pasivo y siempre al decodificar hace presente toda su personalidad.
Otro aspecto que no se puede soslayar es que, generalmente, cuando un profesor se comunica con los alumnos, la comunicación se produce entre sujeto y sujeto colectivo, ya que en el aula lo que existe es un grupo con su propia dinámica. La psicología social ha estudiado, y aún lo hace, la dinámica de los grupos y el comportamiento de los individuos que lo componen al convertirse cada uno de ellos en parte de dicha entidad.
Muchos trabajos se han dedicado al estudio de la transformación de un grupo -reunión de individuos- en un colectivo, que esté conformado por una agrupación de seres humanos con ideales semejantes y que tengan un fin común. Esta transformación no se produce espontáneamente, sino que lleva aparejada un trabajo sistemático, como es el estudio de su dinámica interna, que puede ser analizada mediante sociogramas, por el estudio de las individualidades y otras vías. No obstante, no existe una plena conciencia en la mayoría del profesorado de la importancia que tiene, para alcanzar la maestría pedagógica, el conocimiento de las características del grupo. No se puede soslayar que todo grupo o colectivo es un medio que actúa sobre todos y cada uno de sus componentes.
Se han analizado los aspectos psicológicos y sociológicos que intervienen en la dinámica de la comunicación profesor-alumno, con el propósito de que se tome conciencia de que, si bien es cierto que todo profesor tiene que dominar su especialidad, no lo es menos que necesita poseer los conocimientos indispensables para tratar con estos complejos seres humanos que son los jóvenes. Si fuera válida la comparación, se puede afirmar que a ningún operario se le ocurriría trabajar con una máquina sin saber cómo funciona. Sin embargo, existen muchos profesores que trabajan sin conocer los conceptos básicos de la psicología juvenil, lo cual es una valla que impide el acceso a la maestría pedagógica.
Se planteaba, cuando se aludió a la teoría de la comunicación, que es multiforme el envío de mensajes a los estudiantes. La sola presencia del profesor ya envía un mensaje. Cada uno de los profesores tiene una historia personal y esta se transmite de estudiante a estudiante. Por eso hay profesores que logran un respetuoso silencio y la atención de los alumnos al entrar al aula, sin analizar el carisma que también puede desempeñar un papel importante.
Algo que debe desechar el profesor es el prejuicio, entendido como valoración apriorística sin los elementos suficientes para arribar a conclusiones, así como los estereotipos: generalización no fundamentada con relación a determinados alumnos. Por ejemplo, hay un grupo de un determinado año que adquiere una fama de poco aplicados y el profesor afirma: «Si es de tal grupo, no puede ser bueno», y cuando se acerca a él comienza a tomar precauciones parecidas a las que toma el domador que se acerca a la jaula del león. La comunicación se verá impedida, el estado de ánimo del docente se transmitirá al alumno y crearía una situación de verdadera confrontación y el profesor debe ser empático. Esto es un estado de ánimo propicio para recibir el mensaje y descodificarlo en una situación emotiva favorable, sin esta no hay maestría pedagógica.
Existe el caso del profesor retador, que se acerca al grupo y le dice: «Yo sé que ustedes son indisciplinados con todos los profesores, pero conmigo van a ver». El joven siempre acepta un reto. Otro caso es el profesor que utiliza el examen como amenaza: «Diviértanse ahora, que yo lo haré cuando llegue el examen». Esto convierte un acto natural y positivo en una catástrofe venidera, y el mensaje de miedo se transforma en una respuesta de rechazo.
Un aspecto a estudiar es la motivación, dificultad que aparece en muchas encuestas con relación a varios profesores: no motivan a los alumnos. Con independencia de lo compleja que es la esfera de la motivación, se puede afirmar que no puede motivar el que no está motivado, ya que, por la postura, gestos, tono de voz u otros muchos canales podemos transmitir nuestro mensaje.
Entre otros factores se puede incluir también la importancia de la preparación previa, la capacidad de empatía del profesor (ponerse en lugar de los otros) o, tal vez, las relaciones profesor-alumno, que deben ser respetuosas y amigables, sin paternalismos, pero sin excesivos acercamientos que puedan relajar las condiciones de la clase.
CONCLUSIONES
Definir la maestría pedagógica es sumamente complejo. Sin embargo, es posible identificar algunos aspectos imprescindibles para su logro por parte de los profesores, como son:
Tener conocimiento sólido de aspectos ideológicos y científicos que, al convertirse en elementos internalizados, transforman al profesor en un ente dinámico que cataliza el desarrollo de la actividad en la que se inserta.
Ser un verdadero especialista de su disciplina y del lugar que esta ocupa en el sistema del conocimiento científico, para lo cual es necesario ser un verdadero estudioso e investigador.
Ser conocedor de los aspectos pedagógicos y psicológicos imprescindibles para el docente, para poder establecer adecuadas relaciones con los estudiantes, ya que la empatía y el rapport no son dones innatos, sino que se logran a través del estudio y el entrenamiento.
Estar atento a las distintas manifestaciones culturales de su tiempo y lograr una sensibilidad que se torne contagiosa.
Poseer un conjunto de valores éticos que se pondrán de manifiesto. Sin ser ejemplo no es posible obtener el respeto debido y el imprescindible de los educandos.
Todas estas aristas del problema deberán ser tenidas en cuenta por los hacedores de políticas y los gestores de la educación superior, para tomar las decisiones que permitan el fortalecimiento y desarrollo de los claustros de las universidades y la tan ansiada formación integral en los estudiantes.