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Revista Cubana de Medicina Tropical

versión On-line ISSN 1561-3054

Rev Cubana Med Trop v.56 n.1 Ciudad de la Habana ene.-abr. 2004

 

Artículo especial

Trascendencia de la obra científica del doctor Carlos J. Finlay en el 170 Aniversario de su nacimiento*

Dr. Gregorio Delgado García1

En el día de hoy conmemoramos el 170 aniversario del nacimiento del doctor Carlos J. Finlay Barrés (1833-1915), máxima figura de la investigación científica en nuestro país y fundador de la organización de la salud pública cubana y acertadamente lo hacemos en el salón de actos del Instituto de Medicina Tropical “Pedro Kourí”, al que estoy unido muy afectivamente desde mis días de estudiante de medicina como discípulo de su fundador, el profesor Pedro Kourí Esmeja (1900-1964) y de sus dos más importantes colaboradores, los profesores José G. Basnuevo Artiles (1903-1968) y Federico Sotolongo Guerra (1905-1997); al que tiempo después de graduado volví nuevamente, por los años de la década de 1970, como alumno y conferencista en sus cursos de posgrado y como miembro de su Consejo de Dirección y del Consejo de Asesores de la Revista Cubana de Medicina Tropical, en su antiguo local de nuestro querido Hospital Universitario “General Calixto García”.

En la presente conferencia, que constituye la tradicional Oración Finlay de la Academia de Ciencias de Cuba, heredera legítima de las glorias de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, donde desarrolló el doctor Finlay toda su obra científica, analizaré brevemente, como marco histórico, los grandes problemas epidemiológicos de las colonias iberoamericanas en los siglos xviii y xix, para después destacar la trascendencia de los aportes finlaístas en el estudio y solución de algunos de ellos y finalizar con el determinante papel que jugó el sabio en la fundación del sistema nacional de salud pública cubano.

Las colonias iberoamericanas y sus grandes problemas epidemiológicos

Como consecuencia de la revolución industrial que se llevó a cabo en los principales países de Europa, en el siglo xviii el comercio se aumentó entre todos los continentes y con este se extendieron las enfermedades infecciosas de una manera inconcebible un siglo antes.

Esta verdad innegable hará que como una necesidad para la garantía del desarrollo económico y social surja un nuevo objeto de estudio para las ciencias médicas, la policía médica, lo que conlleva, por primera vez, un enfoque social de la medicina.

Fue el médico alemán Wolfgang Thomas Rau quien concibe este término y lo desarrolla en su libro Consideraciones acerca de la utilidad y necesidad de un reglamento para la policía médica de un Estado, publicado en 1764; e inicia un movimiento en su país que tendrá su culminación en la monumental obra de Johan Peter Frank (1745-1821) Un sistema completo de policía médica, en ocho tomos, aparecido entre 1779 y 1821.

En Inglaterra e Italia también surgen movimientos encaminados a fines muy semejantes que tienen sus más remotas raíces en los trabajos de finales del siglo xvii y principios del xviii, de William Petty (1623-1687) y Bernardino Ramazzini (1633-1714), respectivamente, y en Francia la revolución burguesa de 1789 da un fuerte impulso a estas realizaciones al implantar un sistema nacional de asistencia social que incluía la atención médica.

En Iberoamérica la vieja estructura de la organización de la salud pública basada en la institución del Real Tribunal del Protomedicato, llegada a México y a Lima oficialmente en 1570 y a La Habana en 1634, como los primeros lugares de su ubicación, resultaba ya insuficiente ante los desafíos del siglo xviii.

La viruela introducida en América en los primeros años de la conquista será el objetivo central al que irán encaminados todos los esfuerzos de la estructura de gobierno de las colonias en dicho siglo. Dos hechos históricos, entre muchos, refuerzan esta opinión. En 1785 el Ayuntamiento de Quito pide, al médico natural de esa ciudad, doctor Eugenio de Santa Cruz Espejo y Aldaz (1747-1795), una de las figuras más fascinantes de la historia de la medicina en América, que emita informe sobre un método para curar viruelas propuesto por el académico español doctor Francisco Gil, médico y cirujano que fuera del Real Monasterio de San Lorenzo.

Para dar cumplimiento al pedido del municipio quiteño, el doctor Espejo confeccionó en tres semanas sus Reflexiones acerca de las viruelas, verdadera obra clásica de la bibliografía médica del continente, en la cual realizó una acabada revisión histórica no solo de las viruelas sino de buen número de enfermedades infecciosas que azotaban al país andino, recopiló los datos epidemiológicos conocidos y más en boga de la época sobre dicha enfermedad y hasta se permitió hacer reparos a determinados conceptos del doctor Gil, autoridad reconocida en la materia, todo lo cual no solo fue admitido por este, sino que incluyó como apéndice de su obra, en futura edición, la monografía del doctor Espejo.

Una década después, a semejanza del Cabildo de Quito, la entonces recién fundada en La Habana Real Sociedad Patriótica de Amigos del País (1793), representante de la clase de hacendados cubanos, encarga a uno de sus miembros más prominentes, el médico habanero doctor Tomás Romay Chacón (1764-1849) que dé informe ante la institución del estado de los conocimientos existentes en aquellos momentos sobre los dos más graves problemas epidemiológicos que frenaban el desarrollo económico y social de la colonia, la fiebre amarilla y la viruela, con el fin de llevar sus conclusiones a la práctica social. Sobre la primera leerá el doctor Romay ante la institución, el 5 de abril de 1797, su extraordinaria monografía Disertación sobre la fiebre maligna llamada vulgarmente Vómito Negro, enfermedad epidémica de las Indias Occidentales, la que, publicada ese año, dará inicio a la bibliografía médica cubana, pero reconoce en ella el desconocimiento de la forma de erradicarla. Sobre la segunda, su informe, basado en una memoria impresa en Madrid relativa al método descubierto por el genial médico inglés Edward Jenner (1749-1823) sobre el uso y propagación de la vacuna (1798), dará principio a una serie de investigaciones, realizadas por el facultativo habanero, que llevarán al comienzo de la vacunación en Cuba en febrero de 1804, tres meses antes de la llegada a La Habana de la expedición del doctor Francisco Xavier de Balmis (1743-1819), que trajo oficialmente dicho método preventivo a América.

Pero detengámonos, aunque sea brevemente, en este último hecho, que es sin lugar a dudas el más trascendental de la medicina social en sus inicios en América. El doctor Balmis, Cirujano de Cámara Real, que había presenciado en México los estragos de la epidemia de viruelas de 1779, logró que el monarca Carlos IV patrocinara la Expedición Filantrópica de la Vacuna a las posesiones de ultramar, la cual partió de la Coruña, Galicia, el 30 de noviembre de 1803, con el doctor Balmis a su frente y el doctor José Salvany Lleopart (1777-1810) como subdirector. Vía Islas Canarias llevaron la vacuna y con ella el inicio de la medicina preventiva a Puerto Rico, Venezuela, Cuba, México, Guatemala, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Filipinas, y a China, en su ciudad portuaria de Macao, para regresar vía Océanos Índico y Atlántico a España, después de vacunar en Santa Elena y arribar a Madrid el doctor Balmis, en un coche con sus colaboradores, el 7 de septiembre de 1806.

La Expedición de la Vacuna no solo llevó este método a las diferentes colonias españolas en América y Asia, sino que dejó establecidas Juntas de Vacunación, de ejemplar estructura administrativa, las cuales no solo mantuvieron activa la linfa vacuna, sino que formaron vacunadores tanto en América como en Filipinas, llevaron a cabo campañas de vacunación y redactaron estadísticas de su labor en todas las ciudades bajo dominio hispano.

No puedo dejar de mencionar los trabajos realizados en Lima, como iniciador de la vacunación, por el doctor Hipólito Unanue (1705-1833), una de las glorias de la medicina latinoamericana, sabio polígrafo peruano, fundador en 1811 de la Escuela de Medicina de la Universidad de San Marcos.

El doctor Carlos J. Finlay y los grandes problemas epidemiológicos de América

Cuando el doctor Carlos J. Finlay y Barrés da inicio a su ejercicio profesional en Cuba, en 1857, después de graduado de doctor en medicina en el Jefferson Medical College de Philadelphia y revalidados sus estudios en la Universidad de La Habana, los dos grandes problemas epidemiológicos del cuadro de salud cubano y por ende de los más importantes de América, controlada en algo las viruelas con la vacuna, eran sin lugar a dudas la fiebre amarilla y el cólera.

La primera, aunque presente en América antes de la conquista, fue conocida por los españoles en el siglo xvii y el cólera entró en nuestro continente en su segunda pandemia, en 1832 y al siguiente año estaba en Cuba. Al estudio de estas dos enfermedades infecciosas dedicará el doctor Finlay toda su existencia.

En 1854 el genial investigador inglés John Snow (1813-1858) en un estudio minucioso de un brote de cólera ocurrido ese año en la barriada londinense de Golden Square, Soho, descubrió la transmisión hídrica del mismo y revolucionó la higiene pública dando inicio a la moderna epidemiología con su aporte del método epidemiológico.

Este genial descubrimiento no quedaría brillantemente confirmado en una gran población de una zona endémica de cólera hasta 1870 con la inauguración del abastecimiento de agua de Calcuta, India.

No obstante ello, en la tercera epidemia que sufriera nuestra patria de 1867 a 1871 el doctor Finlay llegaría a las mismas conclusiones que John Snow, del que conocía sus trabajos, en los estudios que realizó en la barriada del Cerro, de La Habana, al comprobar que la proporción de personas enfermas era nueve veces mayor entre los que se abastecían de agua de la llamada Zanja Real, que entre los que no lo hacían; dando por sentado que la principal forma de transmisión de la enfermedad era la hídrica, siendo uno de los primeros investigadores en el mundo en llegar a esta conclusión y en aplicar el método epidemiológico, lo que trajo como consecuencia, a pesar de la indolencia del gobierno colonial, que la enfermedad pudiera ser erradicada de Cuba en la penúltima década del siglo xix.

Los trabajos en los que el doctor Finlay dio a conocer estos resultados son: “Explicación del cuadro de casos de cólera observados en el Cerro desde noviembre 11 de 1867 hasta enero 29 de 1868” y “Transmisión del cólera por aguas corrientes cargadas de principios específicos”, publicados ambos en la revista Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana en 1873.

En el caso de la fiebre amarilla los resultados de sus investigaciones son verdaderamente geniales. Influido por las ideas médicas de su tiempo, inicia sus estudios relacionándolos con la alcalinidad de la atmósfera, como el mismo nos lo diría en su trabajo “Memorias sobre la etiología de la fiebre amarilla” (1865), allí se lee: “...hacia fines de 1858 habiendo descubierto accidentalmente una alcalinidad notable en la atmósfera de La Habana, concebí el proyecto de averiguar qué influencia podía ejercer esta circunstancia en el desenvolvimiento de la fiebre amarilla”.

Y en esta corriente del pensamiento médico se mantendrá por espacio de 20 años; llegando a acumular sólidos conocimientos de química junto al profesor español José Luis Casaseca Silván (1800-1864), iniciador de la enseñanza de la química en Cuba y a convertirse en un competente meteorólogo al lado del sacerdote jesuíta Benito Viñes (1837-1893), sabio meteorólogo español, director del Observatorio de Meteorología del Colegio de Belén de La Habana.

En 1879 al llegar a nuestro país la I Comisión Americana para el Estudio de la Fiebre Amarilla, el prestigio logrado por el doctor Finlay en 20 años de investigaciones sobre esta entidad nosológica le gana que el gobierno colonial español lo nombre, entre otros, como asesor de la misma.

En el seno de la Comisión el sabio cubano tendrá oportunidad de estudiar integralmente la enfermedad desde los puntos de vista bacteriológico, anatomopatológico, clínico y epidemiológico y aunque a pesar de sus grandes esfuerzos la Comisión no llegó a resultados definitivos, la parte de su conclusión final en que se expone que “en el aire debía encontrarse un agente capaz de transmitir la enfermedad” lo hace meditar largamente y un hecho más que casual debido a lo acucioso de sus estudios lo lleva a la lectura en el Tratado de Botánica del sabio naturalista francés Philippe E. L. Van Tieghem (1839-1914), del ciclo evolutivo del hongo Puccinia graminis, productor del moho en el trigo y para cuya transmisión necesita una planta intermedia, el agracejo (Berberis vulgaris), formulándose por asociación con ese fenómeno biológico su hipótesis del agente intermediario en la transmisión de enfermedades infecciosas.

Para el caso concreto de la fiebre amarilla basándose en la vieja observación de la presencia muy numerosa de mosquitos coincidiendo con los brotes epidémicos y en las zonas endémicas, no tuvo la menor duda de que entre estos artrópodos estaba el o los agentes transmisores.

Para completar su hipótesis debía encontrar las especies que cumplieran los requisitos asignados al vector biológico en el ciclo evolutivo del agente causal, desconocido también en esa época. Para ello tuvo que hacerse entomólogo, autodidactamente, apoyándose en la lectura de valiosas obras de esta especialidad y asesorándose en algunos momentos del sabio naturalista cubano profesor Felipe Poey Aloy (1799-1891); para así descartar unas seiscientas especies hasta llegar a la conclusión de que solo la hembra del hoy clasificado como Aedes aegypti reúne dichos requisitos.

De enero a marzo de 1881 se da cita en Washington D.C. la V Conferencia Sanitaria Internacional, por primera vez a celebrarse en América y con la presencia de delegados de países del nuevo continente, para tratar de preferencia todo lo concerniente a la transmisión de la fiebre amarilla y el doctor Finlay asiste como delegado especial por Cuba y Puerto Rico en la Delegación de España, junto al notable médico y político hispano doctor Rafael Cervera (1828-?) y allí en la más alta tribuna del salubrismo mundial, el 18 de febrero de 1881, da a conocer su hipótesis:

“Mi opinión personal -dice- es que tres condiciones son, en efecto necesarias para que la fiebre amarilla se propague:

1°. La existencia previa de un caso de fiebre amarilla, comprendido dentro de ciertos límites de tiempo con respecto al momento actual.

2°. La presencia de un sujeto apto para contraer la enfermedad.

3°. La presencia de un agente cuya existencia sea completamente independiente de la enfermedad y del enfermo, pero necesaria para transmitir la enfermedad del individuo enfermo al hombre sano”.

En estas breves palabras quedaba expresada la primera formulación teórica de la teoría metaxénica del contagio de enfermedades infecciosas, uno de los mayores aportes al conocimiento médico en el siglo xix.

De regreso a La Habana comenzó el doctor Finlay su demostración experimental y una vez reunido un primer grupo de inoculaciones satisfactorias, presentó ante la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, el 14 de agosto de 1881, el trabajo que habría de inmortalizarlo y al que modestamente tituló “El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”.

El estudio, publicado en los Anales de la institución ese mismo año, constituye una acabada obra científica. En él se expone una brillante relación de la historia natural de los mosquitos en general y del hoy clasificado como Aedes aegypti en particular, que incluye su estudio biológico y a continuación describe las tres condiciones necesarias para que la fiebre amarilla se propague y que no son más que las mismas enunciadas en la Conferencia de Washington, pero ampliadas con el nombre del agente transmisor.

1°. “Existencia de un enfermo de fiebre, en cuyos capilares el mosquito pueda clavar sus lancetas e impregnarlas de partículas virulentas en el período de la enfermedad.

2°. Prolongación de la vida del mosquito entre la picada hecha en el enfermo y la que deba reproducir la enfermedad.

3°. Coincidencia de que sea un sujeto apto para contraer la enfermedad, alguno de los que el mismo mosquito vaya a picar más tarde”.

Finalmente, después de demostrar que las tres condiciones estaban presentes en La Habana y de exponer algunas consideraciones históricas muy importantes sobre la enfermedad, explica en detalles los cinco casos de inoculaciones experimentales que tenía realizados hasta ese momento y cierra el trabajo con cuatro conclusiones que lo resumen, expuestas con brevedad y claridad.

Quedaba comprobada su teoría metaxénica o del vector biológico en la transmisión de enfermedades infecciosas, en el caso concreto de la fiebre amarilla, pero quedaba también abierto el camino para la explicación de todas aquellas que tenían igual forma de transmisión como el paludismo, el dengue, las filarias, las leishmanias y otras que no tenían explicación por las teorías contagionista, anticontagionista y miasmático-contagionista en boga en aquella época. Comenzaban de esta manera los estudios de entomología médica en el mundo y al doctor Finlay se le considera como su iniciador.

Después de dar a conocer este trabajo, durante veinte años, el sabio cubano va a continuar acumulando inoculaciones experimentales, auxiliado por su único colaborador el médico español doctor Claudio Delgado y Amestoy (1843-1916); hasta tener perfectamente protocolizadas 104 en 1900, año en el que comenzó su labor en La Habana la Cuarta Comisión del Ejército de los Estados Unidos para el Estudio de la Fiebre Amarilla.

A partir de 1881 no solo continúa el doctor Finlay con la demostración de su Doctrina con nuevas inoculaciones experimentales, sino que trató con ellas de prevenir el contagio de la enfermedad con la inmunización activa de sus inoculados. Él comprendió que no disponía de medio alguno para comprobar su teoría, con pruebas irrefutables, como no fuera el mostrar la inmunidad lograda en aquellos.

El 31 de enero y el 29 de febrero de 1884 leyó ante la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana su trabajo “Fiebre amarilla experimental comparada con la natural en sus formas benignas”, el cual encierra el resultado de sus experiencias. Con estos aportes se anticipa Finlay, evidentemente, a las investigaciones que Emil von Behring (1854-1917), Pierre Emile Roux (1853-1933) y otros eminentes investigadores hicieron más adelante en el campo de la inmunología.

Entre las conclusiones que extrae de sus experiencias se destacan tres de especial importancia, en las que ya dejaba establecida la profilaxis de la fiebre amarilla, lo que resulta, tanto más interesante cuanto que fueron formuladas a principios del año 1884 y representaban, desde entonces, la síntesis del trabajo que mucho después, el 13 de noviembre de 1898, recién llegado de su participación en la guerra hispano-cubano-americana, leería ante la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, con el título de “El mosquito considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla y de la malaria”, en el que expuso las bases fundamentales que fueron utilizadas en 1901, por el doctor William C. Gorgas (1854-1920), cuando este se decidió a poner en práctica el método culicidiano, que dio como resultado la extinción de la fiebre amarilla en la isla de Cuba.

En ese momento, ha dejado escrito un investigador de la calidad del profesor alemán Wilhem H. Hoffmann (1875-1950): “No era Finlay el genial observador, experimentado y pensador que tal vez por casualidad, por un golpe de buena suerte, había encontrado, en el mosquito, el transmisor, sino que era, sin duda, la primera autoridad del mundo y el más experto conocedor de la fiebre amarilla, a cuyo estudio había dedicado su vida, disponiendo de un material inagotable, en las grandes epidemias de La Habana”.

En 1890 el doctor Laurent J. Bérenger-Féraud, el más prestigioso tratadista de la fiebre amarilla, reconocido internacionalmente, publicó su libro Teoría y clínica de la fiebre amarilla, que para muchos hizo época en la ciencia y en él comenta extensamente la teoría de la alcalinidad de la atmósfera que Finlay había estudiado al iniciar sus investigaciones en 1858; la teoría de Finlay sobre la transmisión de la fiebre amarilla por el mosquito y sus estudios sobre el tetracoco, que creía haber descubierto como agente etiológico, en unión del doctor Claudio Delgado.

A pesar de todo esto y de que el doctor George M. Sternberg (1838-1915), Cirujano General de los Estados Unidos de Norteamérica en 1900, conocía los estudios de Finlay desde 1879 y fue quien la envió a Cuba, la Cuarta Comisión del Ejército de los Estados Unidos para el Estudio de la Fiebre Amarilla consideró que el doctor Finlay era un investigador desconocido y su teoría completamente desacreditada. No obstante esta opinión, que denotaba su completa ignorancia de la bibliografía sobre el tema, al ver fracasada su labor por la comprobación de que el bacilo de Sanarelli no era el agente causal de la enfermedad, visitaron al sabio cubano en agosto de 1900 y recibieron de este no solo orientaciones precisas sobre sus investigaciones, sino copias de sus trabajos, ejemplares de huevos y mosquitos Aedes aegypti y asesoramiento clínico desde la presidencia de la Comisión sobre Fiebre Amarilla de La Habana, nombrado el doctor Finlay por el gobierno interventor americano.

El resultado es sobradamente conocido, la demostración con la prueba de campo, principalmente, de la certeza de la teoría finlaísta, ya más que demostrada por el sabio cubano y el intento de plagio más evidente que se recuerda en la historia médica mundial.

No es posible dejar de mencionar otros importantes aportes a las ciencias médicas en Cuba del doctor Finlay. En agosto de 1886 en unión de su colaborador el doctor Claudio Delgado comenzó a aplicar al estudio de la fiebre amarilla los procedimientos de Louis Pasteur (1822-1895) y de Robert Koch (1843-1910), practicando cultivos de sangre y otros productos de esa enfermedad en jaleas esterilizadas. La importación del agar-agar en La Habana en esa misma época, les facilitó poder recurrir a los cultivos en medios sólidos y el estudio de obras tan prácticas y minuciosas como la Introducción a la práctica bacteriológica (1886) de Emil M. Crooshank y Las bacterias y su relación con la anatomía e histología patológica de las enfermedades infecciosas (1885) de André Victor Cornil (1837-1908) y Victor Babés (1854-1926); les permitió familiarizarse con los procedimientos y las manipulaciones indispensables para este género de investigaciones. Con ellos comenzaron en Cuba formalmente los estudios de microbiología y no son pocas sus publicaciones en este campo: “Cultivo de sangre y otros productos de la fiebre amarilla” (1886), “Cultivo de sangre de enfermos atacados de fiebre amarilla” (1886), “Colonias de tetrágenos sembrados por mosquitos” (1887) y trece trabajos más, puramente de investigación microbiológica, hasta el año 1895.

Informó el primer caso en Cuba de bocio exoftálmico (1863) y señaló su diagnóstico y tratamiento. Comprobó por primera vez en nuestro país la existencia de la filariosis (1881), observó microscópicamente la microfilaria y estudió la enfermedad desde el punto de vista clínico (1882). Fue el primero en nuestro medio en descubrir la Filaria inmitis, lo que llevó a cabo en cuatro perros procedentes de Guanabacoa (1881), alcanzando también la prioridad de sus estudios a la Trichinella spiralis (1885).

Publicista incansable de muy diversos temas médicos, sus numerosos estudios sobre tuberculosis pulmonar, malaria, lepra, tétanos, muermo, taeniasis (solium) y otros, completan su obra como uno de los infectólogos más importantes que ha producido la humanidad.

Finlay fundador del Sistema Nacional de Salud Pública Cubano

Cuando ya por su edad, casi setenta años, parecía imposible esperar más de la actividad creadora del sabio, comienza el doctor Finlay a desarrollar como higienista social una labor de extraordinaria importancia al fundar, organizar y dirigir el naciente sistema sanitario estatal cubano.

No debemos olvidar que desde este importante cargo y como jefe de la Delegación de Cuba a la I Convención Sanitaria Internacional de las Repúblicas de América en diciembre de 1902, junto al doctor Juan Guiteras Gener (1852-1925), fue de los fundadores de la Oficina Sanitaria Internacional de las Repúblicas de América, actual Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Al frente de la que ha dado en llamarse Escuela Cubana de Higienistas de principios de siglo, se dio el sabio desde 1902 a la tarea de formar científica y administrativamente a los que a lo largo de todo el país ocuparían los cargos de Jefes Locales de Sanidad, para lo cual se publicó en 1905 en una tirada de 3 000 ejemplares, para ser distribuidos gratuitamente, la formidable obra Manual de Práctica Sanitaria, volumen de 1 114 páginas de extraordinario valor, desde todo punto de vista, considerada la más alta expresión teórica de la Escuela Cubana de Higienistas, orientada y dirigida respectivamente por los doctores Finlay y Enrique B. Barnet Roque de Escobar (l855-1916) y en la que colaboraron, además, otros treinta y dos notables sanitaristas cubanos, en su totalidad funcionarios de distintos niveles de la organización de la salud pública.

Pero tan importante como el anterior empeño lo fue el de sentar sobre bases legales la actividad sanitaria de la organización, al redactar y aprobarse, el primer código sanitario cubano, las Ordenanzas Sanitarias (1906), de rigor técnico a la altura de los mejores de su época en el mundo.

El doctor Finlay, por el respeto que inspiraba su prestigio científico internacional y por su rectitud y honradez acrisoladas, logró mantener la sanidad cubana fuera de los vicios y podredumbres que ya exhibía la recién estrenada república, sin permitir jamás un nombramiento si este no venía avalado por la competencia del aspirante para el cargo y no admitió imposiciones politiqueras de ningún género, de todo lo cual existen pruebas documentales.

Al producirse la segunda ocupación militar norteamericana el 29 de septiembre de 1906, a pesar de que al doctor Finlay se le ratificó en sus cargos, se creó una plaza de Consultor Sanitario, a la que se le conferían las atribuciones que con respecto a los organismos sanitarios tenía la Secretaría de Gobernación, nombrándose al médico del ejército norteamericano, mayor Jefferson R. Kean, en dicho cargo. Esta situación de duplicidad, creada de facto, fue manejada por el sabio cubano con habilidad y rectitud admirables, lo cual junto al respeto que infundía su personalidad científica, hicieron que la sanidad cubana saliera de aquella vejaminosa etapa con su prestigio y dignidad intactos.

A pesar de esta situación se logró la promulgación del Decreto No. 894 de 26 de agosto de 1907, por el cual se creó el Departamento Nacional de Sanidad, nombrándose al frente de su dirección también al doctor Finlay.

De esta manera se daba el primer paso en firme para la centralización de toda la sanidad cubana en un Departamento Nacional, pues ese día y por el mismo Decreto todas las Juntas Locales de Sanidad pasaron de la administración de los Municipios a la del Estado bajo la dirección del Departamento Nacional.

Quedaba todo preparado, por la voluntad creadora del doctor Finlay y su Escuela Cubana de Higienistas para que nuestro país elevara su organización de la salud pública a categoría ministerial, primero en hacerlo en el mundo, lo que ocurrió al ponerse en vigor la nueva Ley Orgánica del Poder Ejecutivo el 28 de enero de 1909, fecha en que se inauguró la Secretaría de Sanidad y Beneficencia, bajo la regencia del coronel del Ejército Libertador y médico notable, doctor Matías Duque Perdomo (1869-1941).

Durante los seis y medio años de dirección nacional sanitaria del doctor Finlay, además de lo dicho, se estableció el Reglamento de Sanidad Marítima, se logró el control de la epidemia de peste bubónica que nos llegó de Veracruz, se completó la erradicación definitiva de la fiebre amarilla del país, se implantó nuevamente la vacunación preventiva contra la viruela, se pudo bajar la mortalidad por tétanos neonatal al ponerse en práctica una medida recomendada por el propio Finlay como investigador y se emprendió una campaña contra el paludismo con las limitaciones de sus pobres recursos.

Al abandonar sus altas responsabilidades al frente de la sanidad nacional, con 75 años de edad, había Finlay unido a sus glorias científicas un ejemplo de reafirmación patriótica de permanente vigencia.

Hoy a los 170 años de su nacimiento su gloria científica es reconocida por organismos internacionales e instituciones y personalidades de todos los países del mundo. Pero mucho más que esos justos reconocimientos es que su obra lo sitúe entre los grandes forjadores de la nacionalidad cubana y que su recuerdo perdure eternamente aureolado por la admiración, el agradecimiento y el cariño de todo su pueblo, para quien es indiscutiblemente, el símbolo mayor de la investigación científica y el salubrismo cubano.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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  10. Rodríguez Expósito C. Finlay. Ed. Librería Selecta. La Habana. 1951.

* Oración Finlay leída en el Instituto de Medicina Tropical “Pedro Kourí” el 3 de diciembre de 2003.
1 Historiador Médico del Ministerio de Salud Pública y Profesor  Jefe del Departamento de Historia de la Salud Pública de la Escuela Nacional de Salud Pública de Cuba

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