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Pastos y Forrajes
versión impresa ISSN 0864-0394
Pastos y Forrajes v.31 n.4 Matanzas oct.-dic. 2008
ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN
Reflexiones acerca de los ecosistemas agrícolas y la necesidad de su conservación
Reflections on agricultural ecosystems and the need to preserve them
Hilda Machado y Maybe Campos
Estación Experimental de Pastos y Forrajes «Indio Hatuey». Central España Republicana, CP 44280, Matanzas, Cuba
mailto: hilda.machado@indio.atenas.inf.cu
RESUMEN
La conservación de los ecosistemas agrícolas o agroecosistemas reviste una gran importancia para la seguridad alimentaria del planeta, por cuanto ellos contienen los elementos necesarios (suelo, agua y biodiversidad) que son consustanciales a la producción agropecuaria. Aunque la agricultura es una forma necesaria en el uso de las tierras que se encuentra en oposición a los ecosistemas, debido a que las decisiones sobre las prácticas de manejo y uso del suelo influyen en los procesos ecológicos y en las interacciones suelo-agua-plantas, estas decisiones deben tener en cuenta que la calidad de vida de las personas y su bienestar dependen en última instancia del bienestar del ecosistema. Este artículo hace un llamado a la reflexión sobre la responsabilidad que tienen los decisores en cuanto al uso de la tierra para garantizar la seguridad alimentaria de forma sostenible.
Palabras clave: Conservación de los recursos, ecosistema
ABSTRACT
The conservation of agricultural ecosystems or agroecosystems is very important for the food security of the planet, because they contain the necessary elements (soil, water and biodiversity) which are essential to livestock production. Although agriculture is a necessary form in land use that is opposed to ecosystems, because the decisions on management practices and soil use influence the ecological processes and the soil-water-plant interactions, these decisions must consider that the life quality of people and their welfare depend on the welfare of the ecosystem. This article invokes reflection on the responsibility of all decision-makers regarding the use of land to guarantee food security in a sustainable way.
Key words: Resource conservation, ecosystems
INTRODUCCIÓN
Como ha planteado Fresco (2005), si bien en el ámbito político se enfatiza a menudo la oposición entre agricultura y ecosistemas, estos elementos están inevitablemente ligados entre sí: utilizan los mismos recursos agua y suelo y se basan en los mismos procesos biológicos fotosíntesis y producción de biomasa. La agricultura es un ecosistema del cual los seres humanos toman los productos primarios y secundarios. La historia de la agricultura está caracterizada por un control progresivo y una intensificación de los procesos biológicos, a fin de incrementar la producción de alimentos y otros productos. Durante el siglo XX esto ha permitido a escala global satisfacer la demanda de alimentos de una población mundial que se triplicó y consume el 20% de la producción total de la biomasa que produce el Planeta. Estos resultados no han sido gratuitos, sino que han tenido un cierto costo. Tal como se ha enfatizado en las dos últimas décadas, los avances en la agricultura están inevitablemente asociados con alteraciones de los ecosistemas naturales.
Ello obliga a reflexionar sobre el uso que se hace de los ecosistemas para satisfacer las necesidades humanas y los impactos que ha estado teniendo a largo plazo, así como lo que puede ocurrir si no se tienen en cuenta estos impactos. El objetivo de este trabajo es llamar a una reflexión al respecto.
Ecosistema
Ecosistema o sistema ecológico define «una unidad básica de la naturaleza compuesta por un conjunto de organismos (comunidad biótica) y el ambiente no viviente, cada uno influenciando las propiedades del otro y ambos necesarios para el mantenimiento de la vida tal como la tenemos sobre la tierra»(Odum, 1966). El concepto, que empezó a desarrollarse en las décadas de 1920 y 1930, tiene en cuenta las complejas interacciones entre los organismos plantas, animales, bacterias, algas, protozoos y hongos, entre otros que forman la comunidad y los flujos de energía y materiales que la atraviesan.1
Los ecosistemas pueden clasificarse de una forma general, por ejemplo: océanos, ríos, bosques, etc., o bien de forma más específica, por lo que se puede considerar como un ecosistema una zona tan reducida como un charco de agua de mar en las rocas. Pero no existe un límite exacto de dónde comienza y termina un ecosistema. Se define un área que se ha transformado para favorecer el cultivo agrícola como un agroecosistema. En el agroecosistema intervienen, además de los factores naturales, las acciones del hombre, las que están acordes con la cultura, las creencias, las costumbres, las motivaciones y las tecnologías que este utiliza.
Los ecosistemas agrícolas o agroecosistemas son aquellos ecosistemas que se utilizan para la agricultura en formas parecidas, con componentes similares e interacciones y funciones semejantes (fig. 1). Los agroecosistemas comprenden policultivos, monocultivos y sistemas mixtos, e incluyen los sistemas agropecuarios, agroforestales, agrosilvopastoriles, la acuicultura y las praderas, los pastizales y las tierras en barbecho. Están en todo el mundo, desde los humedales y las tierras bajas hasta las tierras áridas y las montañas, y su interacción con las actividades humanas comprendidas las actividades socioeconómicas y la diversidad sociocultural es determinante2.
Biodiversidad
La biodiversidad es la variabilidad de organismos vivos de cualquier clase, incluidos en cualquier tipo de ecosistemas. Comprende la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y entre los ecosistemas; pero no se refiere a la cantidad de individuos de cada una de esas especies. Que en un ecosistema haya más especies que en otro, es decir, que haya mayor biodiversidad, se debe en gran medida a las condiciones ambientales, la disponibilidad de luz, la temperatura, la humedad, la salinidad, etc. Se conoce que los espacios más ricos en especies de seres vivos son las selvas tropicales; mientras que los más pobres son los desiertos, los cálidos como el Sahara y los fríos como la Antártida. En general, se puede decir que cuanto más difíciles sean las condiciones ambientales en un ecosistema, menor será la biodiversidad3.
Degradación de los ecosistemas El desarrollo agropecuario sostenible está fuertemente vinculado a la interpretación que se haga del ecosistema sobre el cual crece y a la aplicación consecuente de los conceptos adecuados en su manejo. Si no se tiene en cuenta las características propias de cada ecosistema, su capacidad para la producción de biomasa y los factores que limitan su capacidad productiva en el momento de tomar decisiones sobre su uso, se estará contribuyendo a su destrucción a largo plazo.
«La salud, la riqueza y calidad de vida de la gente se hallan unidas de forma indisoluble, con la diversidad, la productividad y la calidad del ecosistema del cual forman parte. Consecuentemente, la sostenibilidad depende del mejoramiento y mantenimiento de ambos, del bienestar de la gente y de los ecosistemas en forma conjunta y con igual importancia. Existe una tensión constante entre las necesidades de la gente y los ecosistemas, así como entre los diferentes grupos de personas. Estas tensiones deben enfrentarse si pretendemos desarrollar combinaciones de bienestar ecológico y social que puedan ser sostenibles» (UICN, 1997).
La degradación de un ecosistema es la disminución persistente de su capacidad para proveer servicios
Hay diferentes grados de alteración de las comunidades naturales que constituyen un ecosistema, que van desde la simple explotación de algunos de sus recursos vegetales y animales, la cual conduce a cambios en las densidades demográficas de las especies explotadas, hasta la radical destrucción de las comunidades y del suelo en que éstas se desarrollan, como ocurre en los casos más extremos de erosión.
Siempre que un trastorno o una perturbación viole un ecosistema ya establecido (clímax), hierbajos invasores y agresivos, como pueden ser el aroma o el marabú, se adueñan del suelo yermo y se extienden rápidamente estableciendo un dominio temporal denominado sistema pionero o sistema inmaduro. Las plantas compiten por la luz solar con el objetivo de capturar la máxima energía disponible, mientras intentan cubrir la tierra desnuda tan rápidamente como le sea posible. En tal sistema la energía se pierde, la diversidad es mínima y las plantas son, generalmente, de una calidad y utilidad práctica inferiores. Mientras que su rendimiento es prodigioso, su utilización de los recursos no es muy eficaz (Hawken, 2000).
Sin embargo, los sistemas pioneros crean la base para ecosistemas más maduros, porque estabilizan el suelo, contienen la erosión, suben oligoelementos desde el subsuelo e impiden un deterioro adicional del área. Una vez establecido un sistema pionero, los colonizadores iniciales son reemplazados por los organismos y relaciones cada vez más complejas hasta que se logre el sistema más adaptado que permita el escenario (fig. 2).
Gracias al movimiento realizado entre 1972 y 1992, se celebró la primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro (Brasil), donde se reunieron dignatarios de estado de todo el mundo, junto con representantes de organizaciones no gubernamentales involucradas en el área y expertos en el tema, para definir los lineamientos mundiales para el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales y el control de la contaminación y la degradación de los ambientes. A partir de la cumbre de 1992, aumentó significativamente el número de estudios y proyectos realizados en el campo de la ecología de la conservación y aun se encuentran en un auge económico e investigativo considerable, puesto que a pesar de contar con convenios y tratados internacionales, las actividades humanas siguen teniendo un impacto negativo sobre el ambiente4.
En el 2002 se celebró la segunda Cumbre de la Tierra en la ciudad de Johannesburgo (Sudáfrica), la que también fue denominada Río+10 porque tenía como meta principal evaluar los primeros diez años de la conservación de la Tierra; lamentablemente esta cumbre, a diferencia de Río 92, dio pocos resultados tangibles.
Una herramienta importante para prevenir la degradación del suelo es la designación de su capacidad de uso, la cual considera factores como la profundidad de la capa fértil, la pendiente, el tipo de suelo, etc. Cuanto más severas sean las condiciones del suelo, mayores serán las restricciones en su capacidad de uso. Si estas restricciones se sobrepasan mediante un manejo y uso del suelo por encima de su capacidad, el resultado es la degradación de sus características físicas, químicas y biológicas (Montoya, 2005).
Es bien conocido que las decisiones sobre las prácticas de manejo y uso del suelo influyen en los procesos ecológicos y en las interacciones suelo-agua-plantas. Sin embargo, las decisiones de los productores agrícolas, por lo general, se toman para obtener metas a corto plazo (en lugar de a largo plazo) sobre la productividad y la salud del suelo. Las prácticas insostenibles de uso del suelo y la intensificación de la agricultura, son causas significativas de la pérdida de la biodiversidad y los impactos relacionados con la función y la resistencia del ecosistema. Una mejor comprensión de la relación entre la vida edáfica y la función del ecosistema y los impactos de la intervención humana, permitirá no sólo reducir los efectos negativos, sino obtener beneficios de la actividad biológica del suelo para una agricultura productiva y sostenible (Bennack, Brown, Bunning y da Cunha, 2003)
Toda la agricultura actual, cualquiera que sea la tecnología que se emplee, conlleva la reversión de un sistema clímax a un sistema pionero.
De acuerdo con lo informado por Clark (2006), los suelos del mundo han perdido como promedio 25,3 millones de toneladas de humus por año, desde que la agricultura comenzó, hace unos 10 000 años. En los últimos 300 años, la pérdida promedio fue de 300 millones de toneladas por año y en los últimos 50 años este promedio fue de 760 millones de toneladas por año, lo cual evidencia la aceleración de la pérdida de los servicios de los ecosistemas e indica la necesidad apremiante de conservarlos utilizando las tecnologías adecuadas.
Sin embargo, Rodríguez (2005) planteó que la agricultura es una forma necesaria y extensiva de uso de la tierra y desde sus comienzos, hace aproximadamente 12 000 años, se han cultivado y cosechado cerca de siete mil especies de plantas, como alimento para los humanos, pero en la actualidad solo cerca de quince especies de plantas y ocho de animales constituyen el 90% de nuestra alimentación. De acuerdo con este autor, ello se debe a que el rápido crecimiento de la población humana y los cambiantes patrones de consumo, han provocado que la agricultura evolucione de formas tradicionales a modernos sistemas intensivos de cultivo (sobre todo aquellos intensivos en capital, que utilizan maquinaria y agrotóxicos). La agricultura es una de las principales causas de transformación de hábitat a escala global, junto a la urbanización, lo que la convierte también en una de las causas fundamentales de la degradación de los ecosistemas.
En América Latina, los agroecosistemas que más impactos negativos han recibido son los asociados a la producción para el mercado internacional, debido a la deforestación y a la contaminación de los suelos y las aguas, asociado a la producción de banano, palma africana, caña de azúcar y otros cultivos exportables5.
La intervención humana ha dañado más de la mitad de los ecosistemas terrestres, lo cual pone en riesgo el bienestar no sólo del resto de las especies terrestres, sino también de la especie humana. Los efectos negativos de esta degradación podrían aumentar significativamente en los próximos 50 años6.
Por otro lado, la FAO considera que la agricultura desempeña un papel clave en la solución de muchos de los actuales problemas del medio ambiente, ya que si bien esta es responsable de los daños debido a factores como la producción no sostenible de alimentos, el mal uso de los combustibles, el agotamiento de los recursos naturales y la explotación excesiva de los ecosistemas, al mismo tiempo los campesinos deben de ser considerados como un elemento clave para detener la degradación de ecosistemas vitales y que la agricultura sea el elemento principal «si se quiere conservar el equilibrio ecológico del que dependen la actual generación y las generaciones futuras». Para ello se necesita que el sector agrícola y los ministerios implicados participen en el debate sobre biodiversidad, el cambio climático y la bioenergía7.
Por otra parte, la Organización de las Naciones Unidas, en marzo de 2005, emitió un informe que lleva por título «Evaluación de los ecosistemas del Milenio». Dicho informe, dirigido preferentemente a quienes están encargados de tomar decisiones, presenta un diagnóstico del estado del Planeta Tierra y sus ecosistemas, y da respuesta a las acciones necesarias para mejorar la conservación y el uso sostenible de éstos (FAO, 2005).
Las conclusiones principales de este Informe se explican a continuación:
Durante los últimos 50 años, los humanos han alterado la estructura y el funcionamiento de los ecosistemas del mundo de manera más rápida y generalizada que en ningún otro período de la historia de la humanidad. Estos cambios se han llevado a cabo sobre todo para satisfacer la demanda creciente de alimentos, agua dulce, madera, fibra y combustible. El resultado de todo ello ha sido una pérdida sustancial, y en gran medida irreversible, de la diversidad de la vida en la Tierra.
Las alteraciones causadas a los ecosistemas han contribuido a ganancias netas sustanciales en el bienestar humano y en el desarrollo económico de la mayoría de los países.
La evaluación de ecosistemas del Milenio ha desarrollado cuatro escenarios para explorar posibles situaciones futuras para los ecosistemas y el bienestar humano. En los escenarios, las presiones crecientes sobre los ecosistemas durante la primera mitad del siglo XXI resultan en un fuerte aumento del consumo, una pérdida continua de la biodiversidad y una mayor degradación de algunos servicios de los ecosistemas.
El reto de dar marcha atrás en el proceso de degradación de los ecosistemas, al mismo tiempo que se satisfacen las demandas crecientes de sus servicios, puede conseguirse (en parte) en algunos escenarios que implican cambios significativos en las políticas y en las instituciones, innovaciones tecnológicas sustanciales y mejoras en la capacidad de las personas para gestionar los ecosistemas locales y adaptarse a la alteración de estos.
Sin embargo, el aprovechamiento del potencial de los recursos naturales con métodos de manejo sustentable tiene una importancia central para resolver los problemas vinculados a la seguridad alimentaria. La mayoría de los pobres rurales son pequeños productores aproximadamente dos tercios del total, o 52 000 000 en ecosistemas frágiles, tierra insuficiente y formas de tenencia inestable. Desde el punto de vista de la producción agrícola, esta situación ha determinado el uso de sistemas y técnicas de producción que favorecen los procesos de degradación, los que a su vez provocan un continuo deterioro de las propiedades físicas, químicas y biológicas y de la capacidad de producción. Se considera que alrededor del 20% del área total de América Latina se encuentra afectada por procesos de desertificación; la mitad de ella es de moderada a severa, mientras que un 50% del área total corre riesgos altos de desertificación (FAO, 2002).
Necesidad de mantener la biodiversidad de los ecosistemas
La conservación y el uso sostenible de la biodiversidad agrícola son elementos esenciales en el logro de la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible de la agricultura. La biodiversidad agrícola es, por lo tanto, un tema importante en el marco de la Convención para la Diversidad Biológica, así como para la FAO, los gobiernos, organizaciones internacionales y grupos no gubernamentales, por lo cual se ha iniciado un proceso con el fin de asegurarse de que esta constituya una parte integral de sus políticas, planes y programas respectivos en el campo de la agricultura y de los recursos naturales (FAO, 1998).
Los recursos genéticos son indispensables para incrementar la seguridad alimentaria y mejorar las condiciones de vida de las personas. La agricultura depende de las diversas especies vegetales y animales, cuya materia prima y combinaciones genéticas las proporciona la biodiversidad (Boza, 2004; Escalona, 2005). «Miles de variedades distintas y singulares de cultivos y razas le deben la existencia a 3 000 000 000 de años de evolución biológica natural y a la selección y cuidado de nuestros antepasados agricultores y pastores, durante aproximadamente 12 000 años de historia agrícola. Los recursos genéticos animales y vegetales ya sea que se utilicen en los sistemas agrícolas tradicionales, en el mejoramiento genético convencional o moderno o en la ingeniería genética son un activo mundial de inapreciable valor para la humanidad. Al perderse la diversidad genética, perdemos capacidad de mantener y mejorar la productividad agrícola, forestal y ganadera, así como de responder ante cambios en las condiciones predominantes» (FAO, 2008).
Sanz (2007) propuso el desarrollo de métodos de gestión agrícola que permitan armonizar la producción agraria, la conservación de los recursos naturales y el desarrollo rural como una necesidad urgente, partiendo de los postulados de la agroecología, disciplina que tiene como objetivo el conocimiento de los elementos y procesos clave que regulan el funcionamiento de los agroecosistemas y establece las bases científicas para una gestión eficaz, en armonía con el ambiente. La agroecología propone el diseño de modelos de gestión agraria basados en un enfoque más ligado al medio ambiente y socialmente más sensible, centrados no únicamente en la producción, sino también en la estabilidad ecológica de los sistemas de producción.
Si se desea mantener agroecosistemas complejos y estables, semejantes a los sistemas naturales, se requiere eliminar o reducir de forma considerable prácticas tales como el monocultivo, la fertilización química, el total control de las especies silvestres mediante laboreos convencionales o la aplicación de herbicidas y el control de plagas con pesticidas, todo lo cual conlleva la disminución de la biodiversidad; dichas prácticas deben sustituirse por la diversificación de los hábitats mediante las rotaciones, los policultivos, los cultivos de cobertura, el mantenimiento de la vegetación de las márgenes, la fertilización orgánica y los laboreos superficiales, los cuales proporcionan el incremento de la biodiversidad. La complejidad y la estabilidad de los sistemas agrícolas, de manera parecida a la de los sistemas naturales, se basa en su diversidad. Esta diversidad, constituida por un mosaico de elementos el paisaje agrario relacionados por una serie de flujos (materiales, energía, organismos, etc.) horizontales entre ellos y verticales dentro de cada uno de ellos, en interacción con el uso local de los recursos propios de la cultura rural, es la base para una gestión de agrosistemas sostenibles y el diseño de prácticas que mantengan o aumenten la fertilidad, la productividad y la calidad de las producciones, y regulen las poblaciones de las plagas (Sanz, 2007).
Cuba no escapa a los problemas ambientales más comunes que afectan a la humanidad. La enorme devastación de sus bosques producida por la explotación colonial y neocolonial durante casi cinco siglos, que los llevaron hasta el límite del 14%, hizo que los valores naturales se vieran seriamente afectados.
A partir de 1900 se aceleró un proceso de deforestación de los campos cubanos para el establecimiento de la caña de azúcar, como principal renglón exportable, que llevó el área forestada de 59 a 14% entre ese año y 1959. Con el triunfo de la Revolución se inició un proceso de recuperación del área forestal, pero esta solamente se incrementó hasta 26% en 2007, según lo informado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba. Este pobre crecimiento se debió a que durante esa etapa la agricultura convencional se desarrolló tomando como base la emergente Revolución Verde; los grandes latifundios nacionalizados se convirtieron en grandes empresas donde prevaleció el monocultivo agroexportador, lo cual produjo impactos negativos numerosos y considerablemente peligrosos, acentuándose la erosión, la compactación, la salinización, el encharcamiento de los suelos y la contaminación ambiental. El paradigma convencional tendió al incremento de los costos en la medida que el aumento de los insumos y sus precios intentaban contrarrestar la baja fertilidad de los suelos erosionados, así como la pérdida de los controles naturales de las plagas mediante la utilización de fertilizantes y pesticidas.
Por ello, al surgir la debacle del campo socialista europeo y reducirse o eliminarse la importación de los insumos necesarios al modelo productivo vigente en ese momento, los ecosistemas, que estaban produciendo por encima de su capacidad con el subsidio en energía que se les introducía, redujeron drásticamente los bienes que aportaban a la alimentación de la población.
Aunque existe en Cuba un movimiento que promueve la agricultura de bajos insumos, congruente no solamente con la necesidad de proteger el medio ambiente, sino con la situación socioeconómica que atraviesa el país, todavía prevalece la cultura de altos insumos en el proceso agrícola, lo cual produce inercia en los productores que esperan por el regreso de esas tecnologías. El movimiento de agricultura ecológica ha prendido en los pequeños agricultores y en la agricultura urbana, pero no en aquellos que poseen el mayor porcentaje de la tierra cultivable, como son las cooperativas de producción agropecuaria, las unidades básicas de producción cooperativa y las granjas estatales. Igualmente se observa el predominio de la cultura de altos insumos en la tecnoburocracia, lo cual se manifiesta en la falta de contextualización de la asistencia técnica que ofrece.
Sin embargo, ya existe un interés y conocimiento crecientes en la población rural cubana, a favor de la biodiversidad y el escenario que le ha tocado trabajar, para así garantizar una variada producción de alimentos indispensables para la familia cubana sin agredir los ecosistemas, que pudieran convivir e interactuar con las necesidades básicas del hombre, pero sin ser agotados por éste8.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Recibido el 3 de septiembre del 2008
Aceptado el 6 de octubre del 2008