INTRODUCCIÓN
La ganadería que se sustenta en pastos se asocia con la destrucción y degradación de los ecosistemas, pérdida de agua, biodiversidad del suelo e incremento de los efectos del cambio climático (Schultze-Kraft et al., 2018). En Cuba, las áreas para la alimentación animal están cubiertas, en mayor medida, por pastos naturales y, en menor proporción, por pastos mejorados, cuya productividad y calidad nutritiva depende del establecimiento, manejo, rehabilitación, fertilidad del suelo, época del año, empleo de fertilizantes, riego, carga animal y nivel de pastoreo. La afectación en estos factores limita la disponibilidad de biomasa, lo que unido a la imposibilidad de acceder a productos concentrados, afecta la ganadería y obliga a los productores a buscar alternativas alimentarias en su localidad.
En Cuba, actualmente se trata de recuperar la masa ganadera que existía en los años 80, situación limitada por la deficiencia alimentaria que aún impera. Ante esta problemática, el Instituto de Investigaciones de Pastos y Forrajes, el Instituto de Ciencia Animal y la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey abogan por la utilización de arbustivas forrajeras como complemento alimentario. Estas plantas incrementan el contenido proteico y mineral en la ración, aumentan el consumo de materia seca (Savón-Valdés et al., 2017) e influyen positivamente en la salud (Puerto-Abreu et al., 2014; Jiwuba et al., 2017) y productividad animal (Babiker et al., 2017). Soportan mejor un manejo agrícola deficiente, evitan la erosión y la degradación de los suelos; además de mejorar su fertilidad, al incrementar el contenido de materia orgánica, calcio, potasio, magnesio y disminuir el contenido de sales (Mattar et al., 2018; Navas-Panadero et al., 2020). También, contribuyen a recuperar la macrofauna y microfauna, asociadas a los ecosistemas agrícolas (Navas-Panadero, 2019) y se pueden emplear para la fitorremediación de suelos contaminados con metales pesados (Zeng et al., 2020).
En Cuba, el criterio principal de selección de las especies proteicas depende de los productores y sus experiencias previas, las que no siempre son satisfactorias debido a prácticas erróneas. Por esta razón, se desarrollan campañas educativas y de capacitación acerca de los beneficios de estas plantas. Hoy es frecuente encontrar Moringa oleifera Lam., Tithonia diversifolia Hemsl., A. Gray y/o Morus alba L., en la dieta del ganado cubano (Savón-Valdés et al., 2017). Recientemente, se estudia la posibilidad de producir Trichanthera gigantea H. y B. y Cratylia argentea Desv. para incrementar la disponibilidad de arbustivas con fines alimentarios. Debido a la importancia de estas especies, este trabajo tiene como objetivo caracterizar cinco plantas proteicas y abordar su efecto en la productividad y salud animal.
MATERIALES Y MÉTODOS
Se consultaron 200 trabajos, disponibles en la biblioteca del Instituto de Investigaciones de Pastos y Forrajes, Google Académico y ResearchGate, que abordan la agronomía, agroecología y aplicación en la alimentación animal de las especies M. oleifera, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea, con el propósito de analizar los resultados obtenidos en los sistemas convencionales de agricultura y ganadería a nivel internacional y en Cuba.
La búsqueda se centró en el período de 2016-2020, aunque se incluyeron trabajos de los últimos 30 años, ya que C. argentea y T. gigantea han sido menos estudiadas con respecto al resto de las especies analizadas en este estudio.
Características generales. M. oleifera, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea presentan características morfológicas propias que facilitan su identificación. Sin embargo, su reconocimiento es un desafío para los productores ganaderos con poca experiencia agrícola. Por esta razón, se ofrece aquí una breve descripción de su morfología.
M. oleifera alcanza hasta 12 m de altura, tiene un tallo de aproximadamente 50 cm, raíces engrosadas, hojas compuestas, pinnadas, con foliolos pequeños. Su nivel de ramificación depende de las podas. Puede tener hasta tres picos de floración en un año, las flores son pequeñas y se disponen en inflorescencias racemosas. El fruto es una cápsula de 0,2-1,0 m de longitud y contiene, generalmente, entre 10 y 25 semillas oleaginosas (Yang et al., 2015; Ledea-Rodríguez et al., 2018).
T. diversifolia crece entre 2 y 5 m de altura, tiene hojas alternas, aserradas, pecioladas, lobuladas y en ocasiones glabras. Presenta inflorescencias en capítulo de color amarillo o naranja, similar a las del girasol. Las semillas son pequeñas y con viabilidad generalmente reducida, aunque se pueden emplear para el establecimiento del cultivo (Gallego-Castro et al., 2017; Rodríguez et al., 2019; Santos-Gally et al., 2019).
M. alba alcanza 25 m de altura, aunque vinculada a la ganadería no suele sobrepasar los 3 m. Tiene una alta variabilidad en la morfología de las hojas, que son alternas, pecioladas, de color verde claro y con venas prominentes. Las ramas son grises, las flores pequeñas y se disponen en inflorescencias racemosas. Los frutos tienen de 2-6 cm de longitud, pueden ser de color blanco, rojo, morado o negro y contienen semillas pequeñas amarillas o marrón (Martín et al., 2017; Sánchez-Salcedo et al., 2017).
T. gigantea crece hasta 12 m de altura, con copa de 6 m de diámetro, muy ramificada y con nudos pronunciados. Tiene hojas pecioladas, grandes, opuestas, aserradas, vellosas, de color verde oscuro en el haz y más claras en el envés. Produce inflorescencias de 5-15 cm de longitud, con flores acampanadas de color amarillo ocre y anteras pubescentes que sobresalen a la corola. El fruto es una cápsula pequeña y redonda, con 30-40 semillas blancas que tienen una baja viabilidad (Cuenca-Angamarca, 2018).
C. argentea es un arbusto de 3-6 m de altura, que produce entre 8-17 tallos basales. Las hojas son papiráceas, pubescentes o glabras. Las flores se ubican en inflorescencias de 30 cm, de color lila o blanco, con un desarrollo asincrónico. El fruto es una vaina dehiscente y aplanada, de 20 cm de longitud y 2 cm de ancho. Las semillas son circulares de 1,5 cm de diámetro y de color amarillo oscuro o marrón (Arango et al., 2016).
Asociados a la morfología, existen otros caracteres que intervienen en la selección de una u otra especie y cuyo desconocimiento conlleva a resultados no deseados. A pesar de la sequía, M. oleifera y C. argentea mantienen abundante follaje (Yang et al., 2015; Mattar et al., 2020), lo que constituye una ventaja para los sistemas de producción que carecen de riego y reciben precipitaciones mínimas. M. oleifera puede crecer hasta 4 m de altura en un año (Yang et al., 2015), mientras que C. argentea durante el primer año de establecimiento tiene un crecimiento lento (Aquino et al., 2020), evidenciado en que durante sus primeros cinco meses de desarrollo no supera los 81 cm de altura (Rincón, 2005). M. oleifera y T. diversifolia rebrotan rápidamente con respecto a otras arbustivas proteicas como M. alba (Savón-Valdés et al., 2017), carácter que resulta ventajoso para los ganaderos, sobre todo en la época poco lluviosa.
Estas cinco plantas soportan suelos ácidos y pobres, aunque solo T. diversifolia se desarrolla favorablemente en sustratos deficientes en fósforo. A pesar de esto, un suelo con buena disponibilidad de nutrientes favorece su crecimiento (Rivera et al., 2018).
Al ser una leguminosa, C. argentea contribuye a la fijación de nitrógeno y T. gigantea es excelente para los lugares que presentan precipitaciones abundantes (Arango et al., 2016). En tanto, M. oleifera no resiste el encharcamiento y se considera una especie altamente extractora de nutrientes (Yang et al., 2015). De estas plantas, la menor lignificación en los tallos de T. diversifolia favorece su corte, procesamiento y consumo animal; además, la experiencia de productores nacionales la ubican como la planta proteica más rústica y de más amplio uso.
Algunos estudios han demostrado que el consumo de M. oleifera, T. diversifolia y M. alba reduce la producción de metano ruminal (Savón-Valdés et al., 2017), lo que es un indicativo de eficiencia en la utilización de la energía y afecta, en menor medida, el medio ambiente. Experiencias prácticas evidencian que, cuando transcurre el tiempo óptimo de cosecha de T. diversifolia, disminuye su biomasa y se torna amarga, lo que influye en su palatabilidad y obliga a suministrarla con otros productos para que el ganado la acepte.
Requerimientos agronómicos, propagación y rendimiento. El manejo agrícola en las plantas proteicas suele ser deficiente, y aunque se pueden desarrollar con un mínimo de atenciones, un suministro de agua estable estimula el desarrollo foliar, y el empleo de fertilizantes y abonos favorecen su crecimiento (González-Crespo y Crespo-López, 2016), por tanto, aprender a equilibrar el manejo es una prioridad para los productores. En la tabla 1 se muestran algunas generalidades del proceder agrotécnico de M. oleifera, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea.
¥Período lluvioso, ¥¥ período poco lluvioso, ¥¥¥ no hay distinción entre las épocas del año MF: materia fresca, MS: materia seca
La densidad de siembra de M. oleifera, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea se encuentra entre 555 y 1 000 000 plantas/ha; menores densidades están relacionadas con la producción de semillas, y las mayores con la obtención de forraje (Gallego-Castro et al., 2017; Padilla et al., 2017). Las ventajas de las mayores densidades de siembra, en el caso de T. diversifolia y C. argentea, es que se obtiene mayor contenido de materia seca por corte (Londoño et al., 2019). Sin embargo, estas mismas condiciones de cultivo en M. oleifera, además de generar grandes gastos de semillas, provocan mayor tasa de repoblación debido a la alta competencia que se genera entre plantas y que provoca menor grosor del tallo, altura, enraizamiento y vigor (Sosa-Rodríguez et al., 2017).
Las plantas proteicas se siembran por semillas gámicas y agámicas, y cada método tiene sus requerimientos, ventajas y desventajas. El establecimiento de cultivos por semillas gámicas depende de su disponibilidad, en la que influye la frecuencia de floración y fructificación de cada especie y/o variedad. Este es un proceso que demora entre seis meses y un año, aunque en las plantaciones jóvenes suele ser limitado, lo que conlleva a que este tiempo de producción se duplique. En el caso de T. gigantea y T. diversifolia, sus semillas gámicas no suelen ser una opción recomendada para el cultivo a gran escala, debido a su baja viabilidad (0-20 %) (Gallego-Castro et al., 2017; Cuenca-Angamarca, 2018). No obstante, resultados en Cuba, enfocados en la germinación de T. diversifolia, demuestran que alcanza hasta 54,9 % (Rodríguez et al., 2019). A pesar de ello, los productores cubanos recurren a la propagación asexual de T. diversifolia por sus buenos resultados.
Elevadas temperaturas y humedad durante el almacenamiento de las semillas gámicas provoca grandes pérdidas de viabilidad y vigor. Estas condiciones son frecuentes en los almacenes de las fincas ganaderas, por lo que se recomienda establecer las plantaciones con semillas jóvenes o realizar previamente pruebas de germinación, para evitar gastos materiales innecesarios. Particularmente, en M. alba se debe cuidar el manejo de sus semillas, ya que al ser muy pequeñas se deben sembrar superficialmente, lo que incrementa la probabilidad de que sean arrastradas con las fuertes lluvias o por un riego inadecuado.
La siembra por semillas agámicas o estacas se ha aplicado en estas cinco plantas proteicas, aunque el establecimiento de M. oleifera se suele hacer mediante semillas gámicas. La efectividad en el rebrote de las estacas depende de la posición en que se coloquen (horizontal o vertical), su longitud, diámetro, número de nudos y edad de la planta madre (Rossner et al., 2019); además, no se pueden almacenar porque se afecta su viabilidad (Gallego-Castro et al., 2017). Como requisitos mínimos para garantizar un alto porcentaje de establecimiento se recomienda que las estacas tengan al menos dos nudos, y diámetro no inferior a 1 cm o superior a 6 cm (Ledea-Rodríguez et al., 2018). Las plantas reproducidas vegetativamente tienen un sistema radical superficial y débil (Santos-Gally et al., 2019), lo que en el contexto cubano hace a las plantaciones más susceptibles a los ciclones y les impide acceder al agua y los nutrientes que se encuentran en los estratos más profundos del suelo. Se debe tener en cuenta que poblaciones de procedencia vegetativa son genéticamente idénticas a la planta madre, con las implicaciones positivas y negativas que esto conlleva.
La disponibilidad de semillas gámicas y agámicas constituye el factor principal que limita la siembra de las plantas proteicas. Actualmente, existen proyectos nacionales que buscan incrementar la producción de ambos tipos de semillas; sin embargo, las cantidades reales de áreas semilleras son insuficientes para cubrir la demanda que tiene la ganadería.
La biomasa arbórea depende de la densidad de siembra, período del año, frecuencia y altura de corte y fertilidad del suelo (López-Herrera y Briceño-Arguedas, 2016; Padilla et al., 2017). En el manejo de las plantas proteicas, el corte de establecimiento contribuye a modelar la arquitectura aérea para facilitar su manejo e incrementar la producción de ramas, hojas, frutos y semillas (Eshetu et al., 2018; Kien et al., 2020). Las podas regulares favorecen el desarrollo foliar, eliminan las ramas viejas y limitan el crecimiento apical, lo que resulta en cultivos más productivos y resistentes a las inclemencias del tiempo. Es frecuente pensar que menores alturas de corte favorecen la obtención de mayor cantidad de biomasa, y no se considera que este proceder afecte eventualmente el rebrote y supervivencia de la población, sobre todo en los períodos poco lluviosos.
Valor nutritivo y composición química. Los cambios en el valor nutritivo de los árboles y arbustos son menos drásticos que en los pastos; sus modificaciones dependen de la variedad, fecha de corte, estado fisiológico, región y período de siembra, manejo agrícola, técnicas de procesamiento y conservación (López-Herrera y Briceño-Arguedas, 2016; Navas-Panadero, 2019). Por esta razón, el empleo de iguales cantidades de estas especies en la dieta animal durante el año puede que no genere los mismos beneficios.
En la tabla 2 se presenta la composición química de M. alba, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea. Se debe considerar que los resultados aquí reflejados son meramente referenciales y evidencian una amplia variabilidad, según las condiciones en que se registraron los datos, por lo que es posible que cambie la concentración, aparición y detección de cualquiera de los componentes en el transcurso de las investigaciones y según los sistemas productivos.
En estas plantas es relevante que contienen un nivel de proteína bruta (PB) superior al 15 %, lo que les permite suplir los requerimientos nutricionales de los microorganismos ruminales. A pesar de esto, solo para M. oleifera, T. diversifolia y C. argentea, se ha informado más de 30 % de PB (Arango et al., 2016; Savón-Valdés et al., 2017; Rivera et al., 2018). En estas arbustivas, el nivel de fibra detergente neutro (FDN) no suele ser elevado, por lo que estimulan la rumia y evitan la acidosis (Van Soest et al., 1991). No obstante, se ha informado hasta 70 % de FDN para C. argentea (Roa-Vega et al., 2017).
Los buenos aportes de macro y micronutrientes constituyen una de las características que contribuye a la gran demanda que tienen estas especies. Particularmente, el calcio y el fósforo son fundamentales para los animales en crecimiento o que producen leche. T. diversifolia, T. gigantea y M. oleifera pueden alcanzar entre 1,5-4,5 % de calcio y entre 0,3-0,6 % de fósforo.
M. oleifera, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea presentan metabolitos secundarios, los que en grandes cantidades afectan la capacidad de los microorganismos ruminales para degradar la materia orgánica del alimento (Riascos-Vallejos et al., 2020), aunque el nivel de estos compuestos en dichas especies es bajo o moderado, por lo que no afecta la palatabilidad, consumo o digestibilidad de sus forrajes (Gallego-Castro et al., 2017).
Papel de las arbustivas proteicas en la producción animal. Las plantas proteicas tienen una digestibilidad y degradabilidad entre 48 y 91 % (Eshetu et al., 2018; González-Arcia et al., 2018; Navas-Panadero, 2019). Se ofertan frescas, presecadas, en forma de heno, harina, bloques multinutricionales y ensilaje (Rodríguez et al., 2015; Tesfay et al., 2017a; Dong et al., 2020; Rodríguez et al., 2020), lo que permite contar con alternativas de conservación y selección en función de la época del año, la preferencia animal y las posibilidades de los productores. La baja disponibilidad de carbohidratos de fácil fermentación en T. gigantea dificulta su ensilaje (Castaño, 2012), por lo que se deben incorporar productos ricos en azúcares o microorganismos con acción acido-láctica, o ambos, de modo que se facilite el proceso de conservación y mejore la calidad del ensilado. Con este proceder se han informado excelentes resultados en los ensilajes de M. oleifera y M. alba (Dong et al., 2020; Rodríguez et al., 2020).
M. oleifera, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea resisten el ramoneo y, por tanto, permiten establecer sistemas silvopastoriles (Arango et al., 2016). Su incorporación favorece la sostenibilidad del ecosistema pecuario, al mejorar la fertilidad del suelo y beneficiar el desarrollo de las pasturas, lo que contribuye al aumento de la carga animal y su productividad (Santos-Gally et al., 2019).
En la ración se incluye, generalmente, entre 0,08 y 10 kg de plantas proteicas (Savón-Valdés et al., 2017; Tesfay et al., 2017b), cantidad que depende del resto de los componentes de la dieta, y que es difícil controlar en los sistemas silvopastoriles. Su consumo beneficia la ganancia de peso y producción de leche, siempre que su incorporación satisfaga las necesidades nutricionales. En Cuba existe mayor disponibilidad de pasturas que de forraje de arbustivas, por lo que las producciones actuales no permiten suplementar adecuadamente al ganado, lo que afecta negativamente la ganadería.
En el ámbito internacional, la sustitución parcial o total de alimentos industriales concentrados, sin tener en cuenta el aporte nutricional de un producto respecto a otro, genera resultados poco alentadores (Balraj et al., 2018). Hipotéticamente, si se brindan cantidades adecuadas de plantas proteicas, pero no se satisfacen las necesidades de minerales, pastos y agua, tampoco se observarán resultados positivos en el rendimiento animal.
La incorporación de M. oleifera, como sustituta del heno de Medicago sativa L., estimuló la producción de leche en 2,63 y 5,34 kg/día para ovejas y cabras, respectivamente; así como el contenido de grasa, lactosa, sólidos no grasos, vitamina C y compuestos antioxidantes (Babiker et al., 2017). Su inclusión en 2 y 3 kg en la alimentación de vacas permitió obtener 1,8 y 2 kg/día/vaca, respecto al grupo que no recibió M. oleifera (Reyes, 2006). La presencia de T. diversifolia en un sistema silvopastoril posibilitó incrementar la carga animal por hectárea de 1,84 a 2,71 y estimuló la producción y calidad de la leche (15,4 kg/ha/día con 3,39 % de proteína), resultados que son superiores a los obtenidos con un sistema convencional (9,7 kg/ha/día con 3,35 % de proteína) (Rivera et al., 2015). La incorporación de 0,45 kg/día de M. alba en la ración de búfalos permitió obtener 7,67 kg de leche/día/animal con 5,36 % de proteína, producciones superiores a las informadas para los animales que no consumieron M. alba (Li et al., 2020). La combinación de pasto Taiwán con forraje fresco de M. alba y T. gigantea permitió producir 5,8 kg de leche/vaca/día con 4,89 % de materia grasa y 5,4 kg de leche/vaca/día con 4,95 % de materia grasa; resultados superiores a lo informado en animales que solo recibieron pasto (Laguna-Gámez, 2018). Otro estudio, también con T. gigantea, demostró que su inclusión en un 30 % incrementó en 0,35 L de leche/ vaca/día y en 0,07 % el contenido de proteína, aunque no influyó en el contenido graso (Cuenca-Angamarca, 2018). La suplementación con 2 y 3 kg de C. argentea estimuló la producción de leche en 5,1 y 5,7 kg/día con respecto al consumo de ensilaje de sorgo (Sorghum bicolor L.), que fue 3,9 kg/día (Reyes, 2006). Sin embargo, Laguna-Gámez (2018) observó que C. argentea fresca estimula una mayor producción de leche (4,2 %) con respecto a C. argentea ensilada (3,9 %); no obstante, esta última alternativa permite incrementar el contenido de grasa (4,0 %) en comparación con el forraje de dicha especie (3,5 %).
Estas arbustivas también influyen en la condición corporal animal. La incorporación de M. oleifera como sustituto del heno de M. sativa L. estimuló la ganancia de peso en corderos y cabras, en 320 y 183 g, si se compara con lo registrado en animales de esta categoría alimentados con heno, cuyos incrementos fueron de 234 y 164 g, respectivamente (Babiker et al., 2017).
Iraola et al. (2019) en la ceba de toros en pastoreo, suplementados con 4 kg de ensilado de M. oleifera, obtuvieron ganancias diarias (703 g) y final de peso (42,2 kg) superiores a lo que registraron en toros que recibieron 4 kg de forraje (ganancia diaria 541 g y ganancia final 32,5 kg).
La incorporación de 30 % de T. diversifolia a la dieta de corderos en crecimiento contribuyó a la ganancia de peso durante cinco semanas. Este resultado supera lo informado por Cadena-Villegas et al. (2020), quienes utilizaron una dieta tradicional basada en concentrado y ensilaje de Zea mays L., con la que alcanzaron ganancias entre 10 y 60 g/día, unido a una mejor conversión alimentaria.
En terneros suplementados con bloques multinutricionales de M. alba (0,933 kg/día), Cabrera-Núñez et al. (2016) lograron mayor ganancia de peso que la obtenida en terneros que recibieron dichos bloques sin esta arbustiva (0,866 kg/día). Además, la incorporación de M. alba como sustituta de concentrados en la ración de corderos incrementó el peso en un rango entre 0,64 y 0,76 kg/día, lo que estuvo relacionado con una mayor conversión alimentaria (Tesfay et al., 2017a).
También se reportó ganancias de peso en ovejas de 60 días de edad cuando consumen C. argentea (Silva et al., 2018), así como en terneros en desarrollo (68,65 kg), respecto a los que no consumieron este alimento (59,05 kg) (Benavides-Calvache et al., 2010). En un estudio realizado con corderos en pastoreo se observó que no existen problemas de selectividad con el forraje fresco de C. argentea, ya que estos consumieron 1 210 g/día, valor semejante al registrado por Rodríguez et al. (2015) en un trabajo con Leucaena leucocephala (Lam) de Witt, que fue 1 214 g/día.
La suplementación de toros en pastoreo con Saccharum officinarum L. y C. argentea permitió mantener una carga de 5 animales/ha, con ganancia de peso vivo de 1 t/ha/año (Rincón, 2005). También, la incorporación de 20 % de T. gigantea en la dieta de bovinos incrementó la ganancia de peso diario (0,555 kg) en relación a los animales que solo consumieron pasto (0,433 kg/día) (Olarte-Díaz, 2018).
Efecto en la salud animal. La incorporación de 15 % de harina de M. oleifera en la ración de cabras influye positivamente sobre su sistema inmune al aumentar el volumen celular medio, el volumen de células empaquetadas y el número de glóbulos blancos (Jiwuba et al., 2017). En tanto, su contenido de metabolitos secundarios afecta el desarrollo de los huevos y la coordinación neuromuscular de las larvas de los nemátodos que atacan el sistema gastrointestinal del ganado, a la vez que brindan resistencia a futuras infecciones (Puerto-Abreu et al., 2014). El forraje de M. alba en bajas cantidades disminuye el estrés calórico que experimentan los búfalos en las zonas tropicales (Li et al., 2020) y en forma de ensilaje en la dieta de vacas Holstein, mejora la capacidad antioxidante en la sangre y disminuye la presencia de bacterias patogénicas del género Tyzzerella en el intestino (Hao et al., 2020). El follaje de C. argentea actúa como antiparasitario, al disminuir a los 42 días el número de huevos de nemátodos en las heces de las ovejas, efecto que se asocia a su contenido de metabolitos secundarios (Silva et al., 2018). Además, bovinos en pastoreo suplementados con 3,5 kg de materia seca de C. argentea tienen mayor contenido de nitrógeno ureico sanguíneo, glicemia, aspartato aminotransferasa, proteína total, colesterol y triglicéridos (Roa-Vega et al., 2017). El contenido de metabolitos secundarios de T. gigantea contribuye a disminuir la presencia de endoparásitos, limita la aparición de timpanismo y se emplea para curar las hernias y arrojar la placenta en los equinos (Pérez, 1990).
La mayor incógnita y deficiencia en cuanto a esta alternativa de medicamentos naturales está dada en que no existen protocolos elaborados para incorporar de forma estable estos productos en la ganadería con fines sanitarios. Aspectos como el método de administración, frecuencia, cantidad de suministro, alternativas de conservación, resultados a largo plazo y afecciones sobre las que influyen, aún se deben determinar y, por tanto, constituyen líneas futuras de investigación para los centros enfocados en la ciencia animal.
CONSIDERACIONES FINALES
La adaptación a las condiciones agrícolas cubanas, disponibilidad de biomasa durante todo el año y valor nutritivo determinan que M. oleifera, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea sean consideradas recursos forrajeros de calidad para suplementar a los animales y mejorar su salud. A su vez, estas especies contribuyen a la sostenibilidad de la industria ganadera, al proteger e incrementar la calidad del suelo y disminuir la emisión de metano al medio.
En Cuba, el conocimiento adquirido sobre las técnicas de manejo y procesamiento de M. oleifera, T. diversifolia y M. alba posibilita que los productores ganaderos tengan mayor confianza en su empleo, lo que limita el uso de T. gigantea y C. argentea. Por tanto, son necesarios estudios agronómicos, fisiológicos, genéticos, de procesamiento del forraje y nutrición, que permitan desarrollar tecnologías para el manejo de T. gigantea y C. argentea y para su inclusión adecuada en la dieta del ganado. A pesar de esto, se debe enfatizar en que para todas estas plantas aún existen dificultades en lo que respecta al manejo agrotécnico, principalmente en las atenciones culturales que se aplican.
Para la inclusión en la dieta de las plantas proteicas aquí abordadas, hay que tener en cuenta que las cantidades idóneas de forraje variarán en función de la especie animal, su estado de desarrollo y la ración que consume. Se recomienda que cada productor evalúe durante un año el efecto que tienen diferentes cantidades de M. oleifera, T. diversifolia, M. alba, T. gigantea y C. argentea en el desempeño productivo animal, para que determinen el volumen de alimento proteico que tienen que incorporar a la ración, y obtener así una productividad máxima.