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Revista Cubana de Medicina General Integral

versión On-line ISSN 1561-3038

Rev Cubana Med Gen Integr v.13 n.5 Ciudad de La Habana sep.-oct. 1997

 

 

Página Cultural

Amor, sexo, cultura y sociedad

Miguel Lugones Botell,1 Tania Y. Quintana Riverón2 y Yolanda Cruz Oviedo3

La adecuada comprensión de lo que es y debe ser la vida en pareja, que está muy relacionada con el concepto de educación sexual de "preparar a las jóvenes generaciones para el amor, el matrimonio, la familia y la vida en pareja, en el principio de igualdad de derechos y deberes del hombre y la mujer",1 se desvía, muchas veces influida por factores sociales y culturales, arraigados a través del tiempo y las costumbres, algunos de los cuales trataremos, al menos suscintamente, en este artículo.

El amor no ha sido siempre como generalmente hoy lo conocemos, y decimos generalmente, porque aún existe una gama muy variada y disímil de criterios, valores y maneras de concebirlo que varían en grupos sociales con etnias similares.

Este condicionamiento de nuestras ideas sobre el amor, el matrimonio, la familia y sobre nosotros mismos, por la sociedad de la cual somos resultado, va mucho más allá de lo que podamos figurarnos.2

A pesar de ello, el sujeto no es pasivo y no asume, por lo general, como un mecanismo lo histórico-cultural en el propio decursar de su individualización que es también histórica.3 Se actúa individualmente mediante recursos personológicos y otras particularidades interactuantes como la influencia cultural, etcétera.

Así vemos como la violencia, el sometimiento y la competencia amorosa, entre otras cosas, han caracterizado la relación entre el hombre y la mujer a través de la historia, donde es posible reconocer, casi a simple vista, el abismo que separa las relaciones entre parejas desde la antigüedad, del sentimiento amoroso tal y como se manifiesta en épocas posteriores. Esto quedó reflejado en la literatura y, por ejemplo, en el primer canto de la Ilíada, de Homero, vemos como Briseida, la mujer de hermosa cintura que fuese arrebatada por Agamenón a Aquiles, era sólo una simple esclava que el héroe "había conquistado" nada más y nada menos que con la lanza, no en condición de mujer amada, sino como propiedad del noble guerrero.

La mujer desempeñó, en el mundo griego de la antigüedad, la principal labor de la reproducción y la realización de las tareas domésticas.

Hay más ejemplos. De todos es conocido cómo Sófocles, 500 años A.C., recogió en el teatro la historia del hijo que se casa con su madre después de asesinar al padre, trama que como se sabe el autor no inventó, sino que venía "caminando" desde tiempos remotos y que sirvió en nuestro siglo a Freud para construir uno de los pilares fundamentales de su edificio psicoanalítico del llamado y hasta "trajinado" complejo de Edipo.

Entre los Danakil del África Occidental, el novio debe haber matado a un hombre para obtener el derecho a casarse. Las costumbres sanguinarias de esta tribu exigen esta imprescindible prueba de virilidad para encontrar esposa.4 Como vemos, la violencia y la crueldad llegan aquí a formas sanguinarias tan sólo para obtener el derecho a casarse.

Existen muchas otras formas de violencia que no llegan a los extremos anteriormente descritos y que suelen acompañarse de ritos diferentes. Por ejemplo, entre los Benilaam, en Egipto, existe la costumbre de raptar a la novia. Una vez materializado el hecho, los padres de ella se presentan ante el consejo de ancianos vestidos de luto y demostrando honda tristeza, otro tanto hace la familia del raptor. El presidente del consejo interviene en la discusión hasta que llegan a un pacto acerca de la indemnización que recibirá la familia de la novia, contabilizada muchas veces en camellos. Finalizado el acuerdo, se celebra el casamiento con un suculento banquete. ¡Lo que son las ceremonias!

Aunque brevemente, queremos hacer alguna mención sobre lo que ha sido el matrimonio. No podemos olvidar que en la antigüedad éste se definía claramente como el medio privilegiado para la reproducción y la transmisión de la propiedad, el posible placer resultante de la unión quedaba de esa manera fuera de la relación conyugal y la voluntad de los novios, el vínculo matrimonial era celebrado entre las familias de los contrayentes para asegurar intereses económicos, sociales y hasta políticos.

Junto a este objetivo central del matrimonio, se le adscriben otros producidos por la cultura y presentes en definiciones jurídicas y religiosas que lo rigen.

En las sociedades occidentales enraizadas en la cultura judeo-cristiana, el matrimonio ha sido definido casi siempre como la relación establecida entre un hombre y una mujer para desarrollar una vida en común y con base en un ritual sancionado socialmente cuyo principal objetivo es la procreación,5 y se ajuste a las relaciones que los seres humanos han de tener con la divinidad. Otras manifestaciones sexuales por fuera del matrimonio quedan en el campo de la concupiscencia que es anatematizada.

En algunas regiones de China, los matrimonios son conveniados por los padres de los futuros cónyuges desde el nacimiento de éstos.4 De dicha tradición resulta que una vez llegados a la edad apropiada, los jóvenes no tienen más que casarse con la persona que decidieron sus progenitores.

Sin pretender agotar el tema del matrimonio, éste ha sido y es hoy una institución social con la que se pretende organizar la vida sexual de la pareja5 y ha tenido aspectos cambiantes en su decursar histórico.

Pero no siempre, ni para todos, el sexo fue solamente procreación. Para los puritanos, por ejemplo, "el sexo no servía sólo para la procreación, sino que era bueno en sí pues daba placer y consuelo tanto al marido como a la mujer".6 De ahí que los puritanos exigían placer en el matrimonio, pero también "discreción, firmeza y constancia en el afecto, el amor y el placer erótico".

Más allá de las diferencias entre católicos y puritanos subsisten coincidencias en unos y otros en relación con la vida matrimonial. Para los adeptos a las doctrinas puritanas y otras afines, las responsabilidades morales en el matrimonio son diferenciadas. A las mujeres, por ejemplo, se les designó como las encargadas de practicar el autocontrol de sus impulsos sexuales. Esto se tradujo en exigencias para ellas de ser puras en su conducta y en sus sentimientos. En contraste con los hombres, a los cuales se les permitió ser lascivos y dejarse llevar por las tentaciones.

En otro orden de cosas haremos una breve referencia sobre la situación de la mujer. Como se sabe, desde la antigüedad, por la posición favorecida de los hombres en las sociedades patriarcales, condujo al estado inferior adjudicado a las mujeres. Un ejemplo lo vemos en el Antiguo Testamento, donde cuando una mujer paría un vástago hombre, se encontraba sucia durante 40 días, pero si paría una niña, permanecía sucia 80 días (Levítico 12).

La creencia de que las mujeres estaban sucias y eran intocables durante la menstruación y por 2 días después (Levítico 15) estaba basada seguramente en la improbabilidad de concepción en esos días.

La mujer fue considerada no sólo como un ciudadano de segunda clase en algunos pasajes del Antiguo Testamento, sino también como una seductora sexual. Adán y Eva sucumben a la tentación y la culpa recae en Eva y Lot y sus hijas se ven involucrados en incesto y una vez más la carga de la sexualidad ilícita es colocada sobre la mujer, las hijas de Lot en este caso.

Sin embargo, como veremos más adelante, esta situación desventajosa de la mujer, cambia.

Una ojeada breve a la historia no bíblica ilustrará la evolución buena y mala de la ética del comportamiento sexual. Antes del siglo IV A.C., la cultura occidental consideró al sexo según la filosofía naturalista como un placer que debía gozarse. Pero cuando Esparta (una ciudad griega con un conjunto muy diferente de valores) conquistó a Atenas, la filosofía espartana de autodisciplina rígida - que incluía la evitación del placer y del lujo - casi destruyó la cultura griega que había enseñado el naturalismo. Es conocido que en su extraordinaria conquista del mundo en el siglo III A.C., Alejandro el Grande abrió muchos senderos de intercambio cultural. En consecuencia, las filosofías espirituales de la India y Mesopotamia se filtraron en el mundo Occidental y echaron raíces. El deseo sexual en vez de ser considerado un placer se catalogó como un mal que debía rechazarse. El celibato fue glorificado. El sexo cayó bajo la sombra de la culpa y de la condenación mucho antes del advenimiento de la Cristiandad, pero debido a que el Nuevo Testamento fue escrito durante la última parte de este período, estuvo muy influido por actitudes tempranas de naturaleza espiritual.

Contrario a la creencia común, fue muy poco lo que dijo Jesucristo acerca del sexo.

La mayoría de las restricciones sexuales asociadas con la cristiandad, son de filosofías de teólogos ulteriores. Pablo fue probablemente el primero que habló de la moralidad sexual. Hizo incapié en el matrimonio aunque aparentemente consideraba la abstinencia sexual como una finalidad admirable en la vida.

San Agustín (354-430 D.C.) tuvo mucho impacto en las actitudes sexuales. Sus escritos condenan severamente las canalizaciones sexuales no maritales, la masturbación y la homosexualidad. La Iglesia Católica llegó a idealizar el celibato como el nivel más alto del logro humano. La virginidad y la pureza fueron consideradas como una sola entidad.

En la Edad Media, cuando la Iglesia Cristiana extendió e hizo prevalecer su moral en las sociedades europeas, el amor nunca se consideró como un fin legítimo que justificara en sí mismo las relaciones sexuales. No obstante, cuando la iglesia empezó a perder su influencia en las sociedades occidentales, esta idea acerca del amor fue matizada y llega a admitir la posibilidad del amor entre las parejas siempre y cuando se les concibiera como "la base del sacramento matrimonial y del modelo cristiano de vida conyugal".

En el catolicismo, como ya hemos señalado, el énfasis se mantuvo en el cumplimiento de la fidelidad conyugal, la procreación, el sustento y la educación de los hijos y la celebración del sacramento matrimonial.

La distancia, tanto en el tiempo como en la concepción, que hay entre las relaciones eróticas en la antigüedad clásica, y la visión del amor que se tiene a fines de la Edad Media, es ostensible. ya en esta etapa surge "la primera forma de amor sexual aparecida en la historia, el amor sexual como pasión", pasión ésta que constituye la forma superior de atracción sexual. Esto llega a situar a la mujer en una posición de superioridad, para algunos aparente, pero muy real, en relación con el hombre, que tiene que luchar por conquistar su amor y que se mantiene hasta nuestros días. Como vemos, en este sentido, ya la situación no es tan desventajosa para la mujer. Esta conquista de amor a la dama se expresó en múltiples variantes en la época y posteriormente y se convierte en uno de los valores fundamentales en la vida del caballero medieval, quien consagra parte de su tiempo en servir y adorar a la mujer amada, y encuentra en ella su amor ideal y una vía de perfeccionamiento humano.

La conquista amorosa cobra, a partir de entonces, muchas vías y mecanismos que son producto de diferentes momentos históricos, culturales, geográficos, así como de valores, ideales, etcétera.

Más adelante, en la historia influyó el romanticismo, y se habla también con mucha razón del amor romántico7 donde se exalta el fervor por la necesidad del otro.

El amor romántico se caracteriza por exaltar el sufrimiento, su norma sería: dime cuánto sufres y te diré cuánto amas. Es un amor donde se interpreta como dicha el sufrimiento por el otro.7

También por sus peculiaridades y características se habla del amor cortés, del amor renacentista, del amor burgués, etcétera.7

No se puede dejar de hacer mención a 2 costumbres matrimoniales que han existido y existen en algunas partes; la poligamia y la poliandria. La primera, más extendida, es común en países musulmanes donde todo buen creyente está autorizado a poseer hasta 4 esposas legítimas. En otras regiones africanas y de la India no existen límites en cuanto al número de concubinas, siempre que el marido posea la suficiente holgura económica para mantenerlas a todas por igual.4 La poliandria es práctica común en el Tibet, donde 2, 3 y hasta 4 hombres poseen con frecuencia una sola mujer común. A esto debe añadirse que cuando una mujer se casa con un hombre que tiene varios hermanos menores, se convierte automáticamente en la esposa de éstos. Además, es común para estas mujeres tener relaciones extramatrimoniales con los lamas o monjes solteros.

No podemos dejar de decir, a pesar de lo bien sabido que es, que en varios lugares y en diferentes épocas, el sexo se ha usado para los fines más bajos y más altos y ha sido explotado de la manera más torpe y despiadada que ninguna otra necesidad humana. El cuerpo femenino ha sido una mercancia desde la más remota antigüedad y aunque las mujeres se han beneficiado, también los hombres han obtenido más que su parte de las ganancias en este sentido. El sexo se ha usado para ganar o mantener posición social, obtener popularidad, etcétera.

Son innumerables otras utilizaciones del sexo a través de la historia y las costumbres. Los antiguos romanos usaban amuletos en forma de órgano sexual masculino. Algunos han usado el sexo para curar cefálea, calmar los nervios y contra el insomnio.6

No solamente en algunas tribus bolivianas y del Amazonas, sino también en muchos lugares, las preferencias y la elección de los maridos por las mujeres dependen de las habilidades del hombre para la cacería, los deportes, etcétera.

Para algunos, la relación de pareja es sólo un entertaiment para satisfacer gustos, aficiones, preferencias. También se suele usar entertaiment para, mediante esta vía, llegar al amor.

Como hemos visto, el amor, permeado a través de la historia, la sociedad y la cultura por la violencia, la crueldad, el crimen, el comercio, las normas e intereses económicos, sociales y políticos, etcétera, ha llegado a nuestros días como resultado de las diversas formas amorosas que han existido y está matizado, además, por determinantes personológicas individuales. Algunos que lo han sentido dirán que "no hace falta más que dos"; pero quizás los aspectos que hemos señalado y muchos otros que harían interminable este artículo, hayan hecho desconocer, olvidar, ignorar y hasta tergiversar, su verdadera esencia, que es el sentimiento, por definición y por encima de todas las cosas para la vida en pareja, el matrimonio y la familia.

Referencias bibliográficas

  1. Álvarez Lajonchere C. La educación sexual para la vida familiar y sexual. Tareas y orientaciones. Rev Cubana Med Gen Integr 1985; 1(3):17.
  2. Fernández Ríos L. ¿Roles de género?. ¿Feminidad vs masculinidad? Rev TEMAS 1996; 5(2):18
  3. Figes E. Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad. Madrid: Alianza Editorial, 1972:13.
  4. Suárez Fidalgo F. Tradiciones matrimoniales diversas. Periódico Tribuna de La Habana, 21 de enero de 1996.
  5. Parada Ampudia L. Sobre el matrimonio. En: Consejo Nacional de Población. Antología de la sexualidad humana. México: Ed. Miguel Ángel Porrúas, 1994: 147.
  6. Katchadourian H, Erant A. Los factores sociales en la conducta sexual. En: Las bases de la sexualidad humana. España: Ed. Continental, 1992:18-9.
  7. Arés Muzio P. La pareja, problemática actual. Rev Cubana Sexología y Sociedad 1995; 1(1):34.

Recibido: 11 de noviembre de 1996. Aprobado: 8 de marzo de 1997.
Dr. Miguel Lugones Botell. Policlínico "26 de Julio", Calle 72 esquina 13, Playa, Ciudad de La Habana, Cuba.


  1. Especialista de I Grado en Ginecoobstetricia. Policlínico Docente "26 de Julio, Playa, Ciudad de La Habana.
  2. Especialista de I Grado en Medicina General Integral. Residente de Endocrinología Pediátrica. Instituto de Endocrinología, Ciudad de La Habana.
  3. Especialista de I Grado en Ginecoobstetricia. Asistente. Segunda Jefa del Departamento de Medicina General Integral, Facultad Finlay-Albarrán, Ciudad de La Habana.

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