La prevalencia de sobrepeso y obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas y representa una importante amenaza mundial para la salud pública.1,2 El exceso de peso corporal, según la evaluación del índice de masa corporal (IMC), aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus (DM) tipo 2, accidentes cerebrovasculares, hipertensión arterial (HTA), asma, enfermedades del hígado y de la vesícula biliar, problemas pulmonares, enfermedad renal, osteoartritis, problemas reproductivos, ciertos tipos de cáncer, muerte prematura y la lista continúa en ascenso.3,4,5,6,7
El sobrepeso y la obesidad predisponen igualmente a infecciones,8 no solo cutáneas, sino también respiratorias.8,9 Han sido reportados como un factor de predisposición independiente para la infección pulmonar grave por el virus de la influenza A, subtipo H1N1. Más recientemente ha sido identificado como factor de riesgo clínico para desarrollar una mayor gravedad de la enfermedad COVID-19 originada por la infección por SARS-CoV-2, causante de la actual pandemia.9) Las evidencias señalan que la obesidad, particularmente la obesidad abdominal, se asocia con el deterioro de la ventilación pulmonar, resultado de la reducción de la saturación de oxígeno de la sangre. Durante estos procesos se origina un incremento de la secreción de mediadores de inflamación, citocinas y adipocinas, que modulan la respuesta inmunitaria y conllevan a efectos deletéreos sobre el parénquima pulmonar y los bronquios.7,9
Estos efectos del virus sobre la inmunidad y la fisiopatología respiratoria pudieran explicar las evidencias epidemiológicas que señalan que los pacientes con la COVID-19 y un IMC igual o superior a 35 kg/m2 ingresan más en las unidades de cuidados intensivos y necesitan un mayor apoyo de ventilación mecánica invasiva, independientemente del sexo, la edad y las comorbilidades asociadas como la DM y la HTA. Debido a esto, parece muy probable que la obesidad constituya un factor de riesgo independiente para complicaciones por SARS-CoV-2, y el empeoramiento de la evolución y el pronóstico de la COVID-19.9
Uno de los múltiples mecanismos de evasión de la respuesta inmune del virus SARS-CoV-2 es la efectiva inhibición de la expresión de interferones tipo 1 (alfa y beta). El resultado es el aumento del infiltrado de las células inflamatorias y de la expresión de citocinas y quimiocinas, así como el deterioro tisular. Estos y otros factores favorecen la evolución hacia un estado denominado por algunos autores como hiperinflamación e, igualmente, la evolución hacia la tormenta de citocinas. Estos mecanismos sustentan la racionalidad de utilizar terapias con interferones recombinantes en estos pacientes.10
La experiencia en el tratamiento de infecciones virales de curso crónico como la hepatitis C, la hepatitis B y el virus de imunodeficiencia humana (VIH) con interferones ha demostrado una fuerte asociación entre la presencia de resistencia a la insulina (RI) y la baja respuesta antiviral durante la terapia con interferones recombinantes alfa-2a y alfa-2b, lo que refleja el importante papel que juegan los factores metabólicos en la cinética viral durante el tratamiento con interferón. Los investigadores sugirieron que la presencia de RI podría permitir predecir el resultado del tratamiento y determinar los regímenes de la terapia.11,12,13,14,15,16,17,18,19,20,21
Respecto al curso clínico de los pacientes con COVID-19, cabría preguntarse si acaso la obesidad y el sobrepeso entorpecen la evolución y el pronóstico, debido, justamente, a una condición subyacente: la resistencia insulínica. Independientemente de que no todas las personas obesas tienen RI, ni llegan a desarrollar DM tipo 2,22,23,24) un porcentaje importante de los sujetos con exceso de peso corporal y, sobre todo aquellos con obesidad abdominal, sí la presentan.23
En el manejo de la COVID-19 el uso de interferón recombinante ha sido parte de las estrategias de tratamiento más utilizadas internacionalmente25) y por nuestro propio país, tal y como han divulgado ampliamente los medios oficiales nacionales. A pesar de la gran cantidad de literatura científica que genera esta pandemia, la literatura revisada no muestra información sobre la asociación entre la presencia de RI y la respuesta antiviral durante la terapia con interferón alfa-2b en estos sujetos. Podríamos ampliar nuestra interrogante preguntándonos si acaso la severidad de la COVID-19 en los sujetos con obesidad se deba a que algunas de las personas obesas presentan RI y, por lo tanto, pudieran mostrar una baja respuesta a la terapia antiviral con interferón alfa-2b, entorpeciendo el curso y el pronóstico de la enfermedad. ¿Será útil en los individuos con RI, combinar la terapia antiviral con biguanidas del tipo metformina, modificar los esquemas de interferón o combinar con otros inmunomoduladores como el Itolizumab?26
Frente a todas estas interrogantes, los autores de este comentario proponen analizar la presencia de RI determinando HOMA-IR o algún indicador indirecto más operativo, como el índice triglicéridos-glucosa (TyG). Podríamos discriminar si las diferencias entre los pacientes que responden bien o mal al tratamiento con interferón alfa-2b se debe a la existencia o no de RI y estratificar, según estos hallazgos, los tipos de tratamientos.