INTRODUCCIÓN
La nicotina es la sustancia activa más importante del tabaco. Es muy adictiva, comparada por sus efectos de dependencia de consumo con drogas como la heroína y la cocaína. Como resultado de ello, los individuos que se inician en el consumo de cigarrillos y tabacos experimentan una necesidad inducida al crecimiento gradual del consumo de estos productos.1 Este hecho garantiza a la industria tabacalera un nicho seguro de mercado que se perpetúa en muchas ocasiones hasta la muerte del individuo fumador.
Este hecho es particularmente significativo desde el punto de vista fiscal. Los cigarrillos y tabacos acentúan su comportamiento como bienes económicos necesarios en la medida en que la intensidad del consumo es mayor. Por lo tanto, las políticas fiscales que incrementan el tributo a la comercialización minorista de cigarrillos y tabacos suelen tener mayor recaudación mientras más adicto - dependiente sea el fumador.2
Desde el punto de vista económico, el consumo de cigarrillos y tabacos crea una externalidad (falla de mercado) por su impacto en la salud de fumadores activos y pasivos, en proporción a la intensidad del consumo y a la exposición al humo de segunda mano. Esta falla de mercado tiene mayor relevancia en el detrimento de la calidad y expectativa de vida que experimenta el individuo fumador con relación a los que no consumen cigarrillos o tabacos.3
Estas consecuencias determinan costos sociales que contrarrestan los beneficios económicos derivados del consumo de cigarrillos y tabacos. Estos costos determinan un consumo no equitativo de bienes y servicios. Por ello, constituyen la forma más práctica de medir la inequidad socioeconómica atribuible al tabaquismo.
De manera directa, el consumo de cigarrillos y tabacos por parte de los fumadores activos induce a presiones financieras adicionales en la financiación de los servicios de la Salud Pública, en proporción directa a la intensidad del consumo presente y pretérita por el efecto acumulativo del tabaquismo en el estado de salud del fumador. De manera indirecta, los costos sociales por concepto de pérdida de productividad laboral se traducen en menor rendimiento laboral, menor excedente neto de explotación y mayores egresos de la Seguridad Social por la morbilidad y la mortalidad atribuibles al tabaquismo.4,5
En medio de este contexto, empresas ajenas a la industria tabacalera suelen obtener importantes beneficios, como, por ejemplo, las del sector farmacéutico y de seguros. En ambos casos, el incremento de la intensidad del consumo tabáquico conlleva a un incremento de la demanda potencial de los bienes y servicios ofrecidos por estas industrias, e incrementar los beneficios económicos por esta causa, incluso, sin el incremento en el precio de estos bienes y servicios.6
Por el lado de los costos, los fumadores no son los únicos implicados. El incremento en la demanda de servicios de la Salud Pública atribuible al tabaquismo induce a engrosar el costo del servicio, y por ende su precio, sin importar si el individuo que recibe la atención sanitaria es fumador o no. De igual forma sucede con los clientes que demandan servicios del sector farmacéutico y del seguro, sectores (como ya se señaló antes) relacionados con las consecuencias adversas del consumo tabáquico sobre la salud. Además, la pérdida de productividad laboral atribuible al tabaquismo recarga socialmente a los no fumadores, quienes además deben incrementar sus aportes a la Seguridad Social para cubrir la demanda inducida a estos fondos financieros por el efecto del tabaquismo en la morbilidad y mortalidad de los fumadores activos.7
Objetivamente, debe reconocerse que la salud individual y social es un bien no transable. Como consecuencia, desde el punto de vista de la Salud Pública, lo que se produce son servicios, no salud en sí misma. Por ello, el tabaquismo puede tener efectos tales sobre la morbilidad y mortalidad que la Salud Pública nunca podrá contrarrestar por completo.
Cuba es uno de los países más destacado en la cadena de valor del tabaco en el mundo. Sus tabacos son ampliamente demandados fuera de sus fronteras nacionales, y la población cubana tiene una larga tradición de producción y consumo de cigarrillos y tabacos, sin discriminación por géneros. Además, en la economía cubana prevalece la propiedad social sobre los medios de producción. Por ello, la figura del Estado como autoridad fiscal y administrador de los recursos económicos disponibles se acentúa aún más por esta causa, también en lo concerniente a la economía tabacalera y el tabaquismo.8) El presente artículo versa en torno al impacto socioeconómico del tabaquismo en Cuba.
DESARROLLO
Cuba es una economía abierta al comercio exterior. La balanza comercial cubana suele ser negativa; no así la balanza comercial de la economía tabacalera, la cual suele ser positiva. Por ello, este sector constituye un garante financiero del déficit comercial cubano.
El grupo empresarial Tabacuba está integrado por unas 40 empresas estatales, tres mixtas (Habanos, S.A; Internacional Cubana de Tabacos; S.A. y Brascuba Cigarrillos, S.A.), una sociedad mercantil 100 % cubana, Tabagest S.A. y un instituto de investigaciones con tres estaciones experimentales en tres zonas tabacaleras del país.9 Todo ello constituye una fuente importante de posibilidades laborales, con salarios mucho más competitivos, por lo cual resultan más atractivas en el mercado laboral.
Sin embargo, las empresas integrantes de Tabacuba surgidas con la participación de capital extranjero, constituyen un costo de oportunidad para las finanzas en divisas. Una parte importante de las producciones de estas empresas están orientadas hacia el consumo doméstico. En el mercado interno cubano la mayor parte del comercio minorista de cigarrillos y tabacos se cotiza en CUP. Para sostener esta oferta, se requiere una erogación equivalente en divisas que permita cumplir los compromisos contraídos con los socios extranjeros. Así, el efecto positivo sobre la balanza comercial del sector tabacalero de cara al comercio exterior se ve reducido, añadiendo presiones financieras adicionales por la disponibilidad de divisas.10
Por otra parte, la Salud Pública cubana debe asumir gastos adicionales por causa del tabaquismo. En 2019, la novena parte del presupuesto de este sector se ejecutó a causa del tabaquismo activo. Este impacto se recrudece en la medida en que los servicios médicos son más especializados. Un estudio realizado en el Instituto Nacional de Oncología y Radiología mostró que la tercera parte del gasto institucional en 2015 se atribuyó al tabaquismo.11,12
La demografía cubana no escapa a las consecuencias sociales del tabaquismo. En 2011 los fumadores activos masculinos cubanos dejaron de vivir 18,4 años con respecto a los similares que no fumaban. Como resultado de ello, estos fumadores murieron 3,22 años antes de arribar a la edad de jubilación, lo cual tuvo un costo estimado para la economía cubana de 250 millones de pesos. En el caso de las féminas, esta sobremortalidad fue de poco más de 10 años. No obstante, la sobremortalidad atribuible al tabaquismo es solo la punta del iceberg del impacto socioeconómico de este factor de riesgo.13
El impacto financiero del tabaquismo sobre la morbilidad en Cuba trasciende al sector de la Salud Pública. En 2011, el 1,644 % del excedente neto de explotación dejó de obtenerse a consecuencia del tabaquismo, en términos de productividad laboral durante la jornada de trabajo. Como resultado, la economía cubana dejó de ingresar más de 690 millones de pesos por esta causa.14
El contexto político también recibe los efectos adversos del tabaquismo. Cuba se declara constitucionalmente socialista, con un diseño político enfocado en garantizar los plenos derechos humanos de la sociedad. Sin embargo, en 2019, el gasto per cápita en salud de los fumadores activos fue 1,5 veces superior al gasto per cápita de los que no consumen cigarrillos y tabacos. Dada la escasez natural de los recursos económicos, este impacto social puede tener dos vertientes principales. De una parte, un grupo de pacientes, fumadores o no, pueden quedar desplazados del mercado de salud por no poder acceder a los servicios demandados, ya sea por la anulación de este o por la prolongación en el acceso al servicio. Por otra parte, sostener estas demandas adicionales conlleva a mayores erogaciones financieras que se nutren de la carga impositiva de la actividad económica por fumadores y no fumadores.11
En cualquier caso, la distribución económica inducida por el tabaquismo conlleva a la persistencia de una inequidad socioeconómica tal que, se agudiza con el número de fumadores y la intensidad del consumo de cigarrillos y tabacos. Este fenómeno contradice el principio socialista de distribución con arreglo al trabajo, donde los no fumadores no deberían cargar con las consecuencias del tabaquismo; y los propios fumadores no deberían ser inducidos a persistir en un consumo que reduce sus capacidades naturales por el impacto de este factor de riesgo sobre la morbilidad y la mortalidad. Por ello, la responsabilidad social, ética y moral del Estado Cubano en el control del tabaquismo no debería ahogarse en una actitud pasiva - permisiva por los cuestionables beneficios económicos del consumo de cigarrillos y tabacos.
CONCLUSIONES
El debate económico del tabaco y el tabaquismo en Cuba es un problema social aun no resuelto. La sutileza de los costos sociales atribuibles al tabaquismo y el impacto de los beneficios del comercio interior y exterior de cigarrillos y tabacos, no permiten valorar en su completa dimensión los principales efectos adversos del tabaquismo desde el aspecto socioeconómico.