Introducción
El proyecto de investigación “Identidad de jóvenes residentes en barrios marginales” (Morales Chuco, 2018), permitió develar los contenidos identitarios, y a su vez, devino trama propicia para profundizar en las percepciones de exclusión social de este segmento de la población joven habanera. Hacia ese particular se dirige el presente artículo.
Presupuestos teóricos de partida
La propuesta teórica que sustenta el análisis, incluye premisas y ejes analíticos, definición, indicadores y planteamiento instrumental, e intenta: regularizar el abordaje científico; propiciar la realización de estudios comparados; identificar núcleos problémicos para acciones de transformación social, incluido el perfeccionamiento de las políticas sociales. Todo ello en el contexto de la psicología social, en diálogo con otras ciencias sociales, de modo que se amplifique la comprensión y el análisis.
En calidad de puntos de partida para el estudio de la exclusión social se consideran los siguientes:
Reconocimiento de la historicidad y del condicionamiento político, económico, social y cultural del fenómeno; así como del proceso de producción científica que le atañe, lo cual abarca la delimitación temática, el posicionamiento teórico y metodológico, el alcance y la finalidad del proceso investigativo.
Adhesión a la función y espacio específico de la psicología social dentro del conjunto de ciencias y disciplinas con potencialidades analíticas.
Pertinencia de la articulación de enfoques teóricos y metodológicos; en particular la concertación entre el histórico-cultural y el psicosocial. En consecuencia, se privilegia el valor de la actividad y la comunicación en la práctica social, la multiplicidad de mediaciones y pertenencias grupales, unido a la especificidad de la interiorización y apropiación de cada experiencia personal o grupal, desde lo cual se configura la (inter)subjetividad.
A partir de lo anterior se define la exclusión social como proceso asociado a cambios socioestructurales, consistente en la reducción sostenida de las oportunidades y expectativas de participación, integración e inserción social satisfactoria de determinados grupos, lo cual genera su descalificación e incrementa su vulnerabilidad en diferentes contextos; se distingue por sus múltiples expresiones, según niveles, dimensiones, contenidos, y tendencias de acumulación y concentración, que solo se contrarrestan de manera radical con políticas sociales efectivas.
De la definición se derivan las siguientes precisiones:
Las oportunidades se entienden ―desde la concepción de Kaztman (2001) ― como las probabilidades de acceder a bienes y servicios, y de desempeñarse en actividades específicas.
Las expectativas se inscriben en el campo de la subjetividad y pueden ser vistas como logros ideados y esperados.
Los derechos de personas y grupos a participar, integrarse, e insertarse implican: intervenir de manera responsable en las decisiones referidas a temas de su interés; compartir y recrear valores que sustentan la cohesión social; y acceder a espacios de socialización ―en particular estudio y empleo― favorecedores de la movilidad social.
La descalificación se refiere a la omisión, anulación, descrédito, devaluación de una persona o grupo (Menjívar y Feliciani, 1995) en función de la tenencia o adjudicación de un conjunto de rasgos culturalmente significativos.
La vulnerabilidad se entiende como la menor disponibilidad de recursos para enfrentar con éxito las dificultades.
Se configura, además, en varios niveles interconectados, pero con tramas particulares:
Macrosocial: Se refiere a las omisiones, descalificaciones o limitaciones de los derechos de determinadas personas y grupos, producidas en un contexto específico, y legitimadas en políticas, planes, estrategias, programas y proyectos de acción social, nacional o sectorial.
Microsocial: Se refiere a las omisiones o descalificaciones de determinados grupos y sus integrantes, producidas y legitimadas en un tejido intergrupal situado en un contexto específico.
Individual: Se refiere a las actitudes y comportamientos, restrictivos u omisos de los derechos y las necesidades de determinadas personas y grupos en un contexto específico.
Tal comprensión alude a la existencia de obstáculos, cuyo contenido, magnitud y recurrencia, es suficiente para enlentecer o impedir de manera definitiva, el acceso a espacios y dispositivos efectivos en la toma de decisión, cohesión y movilidad social.
La configuración de los niveles da lugar a dos dimensiones básicas, a partir de las cuales es posible verificar la contextualización que las determina:
Dimensión estructural: articula contenidos macro y microsociales de diferente alcance territorial, y se despliega en las subdimensiones política, económica y social.
Dimensión subjetiva: articula contenidos microsociales e individuales, y se despliega en las subdimensiones cultural y sociopsicológica.
En consecuencia, se propone enmarcar las investigaciones en:
Exclusión estructural, cuyos indicadores registran indicadores objetivos de impedimentos en el acceso a bienes, servicios y espacios asociados a procesos políticos, económicos y sociales.
Marginación o exclusión sociocultural, cuyos indicadores registran indicadores de discriminación y rechazo sustentados en estereotipos y prejuicios.
Entre ambas existe interdependencia, a partir de los flujos de contenidos macro a los individuales ―y viceversa― sustentado en las múltiples mediaciones grupales. Por tanto, sus configuraciones pueden visibilizarse de manera aislada o simultánea.
Las diferencias entre una y otra demandan condiciones y posturas distintas desde el punto de vista del tratamiento epistemológico, teórico, metodológico y empírico. En tal sentido, a la marginación se avienen posicionamientos que permitan comprender su naturaleza, dinámica y peculiaridades, dirigidos a profundizar en la intersubjetividad; puede ser estudiada desde la psicología social, colocando el énfasis en enfoques metodológicos cualitativos; y su nivel de resolución admite programas de intervención propios de esta ciencia. Mientras, a la exclusión estructural le corresponden ejes analíticos que integren la mirada de otras ciencias sociales, capaces de cuantificar y distinguir y regularidades; requiere de transformaciones con base en políticas y procesos macro sociales.
El carácter procesual de la exclusión demanda en su investigación, considerar el curso seguido por sus diferentes expresiones. Para el estudio de la marginación, se concibe indagar en la estructuración de la situación de exclusión social, definida como el conjunto de condiciones macro y micro sociales que unidas a características personales confluyen en los actos de descalificación y discriminación, que limitan las oportunidades y expectativas de integración, participación e inserción social de personas y grupos en un contexto específico. Permite estudiar los factores que intervienen y caracterizan en un momento dado la exclusión social, al tiempo que la concatenación de varias de ellas, indica progresión y profundidad.
El estudio desde la subjetividad tiene su eje en el análisis de los significados y percepciones sociales, a partir de experiencias individuales o grupales, y de la relevancia de estas en determinados contextos. Los significados se refieren al valor simbólico adjudicado a la exclusión como proceso general y situación concreta vivenciada; se trata de elaboraciones culturalmente compartidas y transmitidas, que denotan asignaciones con base en nociones de justicia y equidad, y que resultan en aprobación o desaprobación, así como en jerarquización de los grupos y sus integrantes.
La percepción social de exclusión social constituye el proceso pertinente a la subjetividad, consistente en la elaboración de juicios de cierta complejidad, a partir de la interpretación y evaluación de la información indicativa de rechazo, estigmatización y discriminación de personas y grupos, quienes han sido categorizados como inferiores, según las escalas sociales predominantes en un contexto histórico concreto. Tal apreciación atañe a sí mismo o a otro, sea individuo o grupo; y puede generar actitudes y conductas pasivas, evasivas o de resistencia.
Lo anterior remite al papel de las identidades grupales en el análisis de la (re)producción de exclusión social; estas constituyen una construcción de la subjetividad de una persona o grupo, que define su origen y actualidad, al tiempo que proyecta sus características esenciales y estables, corporeizadas en elementos objetivos y subjetivos compartidos, cuyos significados permiten establecer a su interior tendencias de continuidad, ruptura y emergencia, así como concientizar diferencias y semejanzas con otros significativos en un contexto determinado.
Tiene varios niveles de existencia: macro, asociado a grupos grandes con capacidad para estructurar e influir en configuraciones más específicas, y de la cual emergen expresiones colectivas de mayor alcance, dígase nacional, cultural y de clase; meso, propio de grupos articuladores entre los niveles macro y microsocial, en el cual se advierten las identidades generacional, racial, territorial, de género, religión y orientación sexual; y micro, vinculado a grupos pequeños con ascendencia más directa sobre las identidades personales, y aquí se inscriben las originadas en los grupos familia, de amigos, y compañeros de estudio o de trabajo.
En consecuencia, los significados y las percepciones de exclusión social estarán estrechamente relacionadas con las identidades de quienes excluyen y son excluidos. El estatus económico, la condición étnica, racial, generacional, territorial, de género y la orientación sexual centran las causas de las exclusiones; por tanto, las identidades construidas a partir de tales pertenencias grupales, las autopercepciones y autocategorizaciones asociadas, así como las satisfacciones y compromisos que ellas generan, marcarán los sentidos, las apreciaciones y respuestas individuales y grupales ante la exclusión social.
De ahí que percibir la exclusión, supone que:
Una persona o grupo es capaz de captar y evaluar el rechazo discriminatorio dirigido hacia otro o hacia sí, emitido por otro diferente o semejante. Se trata de apreciar, evocar y narrar la vivencia de rechazo.
El reconocimiento de rechazo puede dar cuenta de un hecho concreto o de un conjunto de ellos exponente de determinadas actitudes prejuiciadas.
Las fuentes de información acerca de la exclusión pueden ser directas o indirectas. Las verbalizaciones, gesticulaciones y comportamientos, constituyen fuente de las percepciones; traducen o se interpretan como descalificación, discriminación o estigmatización.
De acuerdo con la experiencia y el contexto, las señales percibidas develan ubicación en la escala social y estatus más o menos cercano o lejano de lo deseado. Por tanto, estos signos tienen un determinado significado y sentido para ambos polos de la exclusión.
La apreciación ocurre desde la subjetividad, a partir de la configuración identitaria personal y de la pertenencia a una determinada identidad colectiva, más o menos diferenciada de aquella erigida como excluyente.
La indagación en torno a esta problemática, supone la armonización de perspectivas y enfoques metodológicos, desde lo cuanti y lo cualitativo, con la finalidad de incrementar el alcance y profundidad de los datos y sus análisis. A partir de ello se proponen varios indicadores centrales para caracterizar la exclusión percibida, cuyo examen es viable desde diferentes instrumentos y técnicas.
Expresión del rechazo: Alude al contenido del acto de exclusión ―afectaciones a los procesos de participación, integración e inserción social― y a los vehículos empleados para ello: locuciones, gestos, agresiones.
Frecuencia: Se refiere a la periodicidad de las experiencias; su asiduidad se asume como a una mayor intensidad de la exclusión.
Causas atribuidas: Concerniente a características demográficas, socioeconómicas, preferencias sociales y culturales, que indican la pertenencia a determinados grupos y traduce la posible valoración de los mismos.
Espacios de ocurrencia: Atañe a los ámbitos de socialización ―familia, comunidad, grupo de amigos, instituciones escolares y laborales, instalaciones de recreación, organizaciones sociales y políticas―. Apunta la existencia de condiciones para la (re)producción de las concepciones que constituyen el sustrato de la exclusión.
Características del agente de exclusión: Se trata de características demográficas, socioeconómicas, preferencias sociales y culturales, que indican la pertenencia a determinados grupos.
Efectos: Sugiere las consecuencias de la percepción de exclusión, en cuanto a la adopción de conductas evasivas, destructivas o resilientes y sus consecuencias.
En un renglón inicial de análisis es posible caracterizar una situación concreta de exclusión social, en varios de sus componentes. La mirada sistemática y de cierta extensión al interior de grupos vulnerables, conduce a un segundo nivel; es posible distinguir la interconexión de los niveles de exclusión, la interinfluencia de los significados y las percepciones prevalecientes en determinados grupos poblacionales o sectores sociales; asimismo, es posible reconstruir los perfiles individuales o grupales de los depositarios y de los agentes de prejuicios y discriminación, unido a los cauces de la reproducción de las escalas subyacentes. Permite, además, identificar las estrategias que quedan al alcance de quienes han sido excluidos reiteradamente y los nexos entre sus percepciones e identidades.
Como colofón, puede dibujarse el proceso de exclusión en un contexto específico, atendiendo a sus condiciones históricas y culturales, a los diferentes planos en que intervienen lo macro, lo micro y lo individual. De tal modo, los estudios regulares de estos tópicos, colocan a las ciencias sociales en condición de hacer contribuciones al diseño de políticas sociales.
Aspectos metodológicos
La investigación que sirve de sustento a las consideraciones que se presentan, persiguió el objetivo de caracterizar las percepciones de exclusión social; de manera específica se dirigió a revelar las particularidades de la situación percibida: significado, tipo de exclusión, frecuencia, causas y espacios de ocurrencia. Tales elementos arrojaron información acerca de la postura excluida y la excluyente, así como de los efectos de la exclusión. Se realizó con metodología cualitativa, enfoque fenomenológico y técnicas encaminadas a indagar en lo individual y lo grupal, en aspectos objetivos y subjetivos. En la recogida de los datos intervinieron ―además de la autora― estudiantes de la Facultad de Psicología, de la Universidad de La Habana.1 En esta etapa se emplearon las siguientes técnicas (Tabla 1):
Técnicas | Características |
Conformado por cuatro sesiones, estructuradas con técnicas participativas de animación, análisis, cierre y evaluación, que permitieron construir consenso sobre los temas de interés y caracterizar las experiencias grupales. | |
Dirigida a recopilar información en el nivel individual acerca de las vivencias y percepciones de exclusión. | |
Encaminada a registrar y decodificar las expresiones de exclusión en las relaciones interpersonales en el escenario escolar. | |
Permitió consultar informes de caracterizaciones realizados por los Talleres de Transformación Integral acerca de los barrios y sus instituciones. |
Fuente: Elaboración propia.
Ese instrumental permitió examinar la frecuencia y la descripción de las experiencias de rechazo percibidas, las causas adjudicadas y los espacios de ocurrencia, que permiten hacer una disección acerca de los contenidos, dimensiones y ámbitos de la exclusión. Se prestó atención a ejes transversales como el sexo, color de la piel y lugar de residencia, conducentes a miradas más específicas en torno a la diversidad, la desigualdad y la exclusión desde la subjetividad. Todo ello con el fin de generar una mirada contextualizada, sistémica, dinámica e histórica (Tabla 2).
La muestra de la investigación se caracterizó por:
En los barrios mencionados confluyen características de diverso tipo. En primer término, se conoce que son localidades con una rica historia dentro de la cultura popular tradicional y las religiones de origen africano; en segundo, están ubicados en su mayoría ―ocho de los catorce― en zonas centrales de la capital; en tercero, la historia y la actualidad socioeconómica los vincula a niveles no despreciables de pobreza, delictividad, y otros problemas sociales; y en cuarto, sobre estos barrios y sus habitantes recae el estigma de la marginalidad (Peña, 2017; Iñiguez, 2014, 2017; Voghon, 2016; Zabala, 2014; Rodríguez, 2011; Vázquez, 2005). Por tanto, la indagación está centrada en un segmento de la población joven poco estudiado, el cual ha sido convocado a indagar en áreas de su subjetividad escasamente exploradas.
Significados y percepciones de exclusión en adolescentes de barrios habaneros
Las indagaciones y los datos recopilados permiten debatir dos tópicos importantes: por una parte, los significados de la exclusión social en tanto fenómeno con el cual se convive y ha mostrado tendencias al incremento en los últimos años, y por otra, las percepciones de experiencias propias o muy cercanas.
Significados de la exclusión social
A partir de los aprendizajes acumulados con investigaciones anteriores se consideró necesario identificar o construir un marco común de entendimiento entre los adolescentes participantes en el estudio y el equipo de investigación, con el fin de rebasar barreras que puedan estar fundadas en las diferencias de edad, ocupación, trayectorias de vida, concepciones o cualquier otro rasgo característico de uno u otro grupo.
Las consideraciones de los adolescentes apuntan a expresiones directas e indirectas (Tabla 3):
Aparecen también en forma de definiciones y de rasgos o signos adjudicados al fenómeno:
En cuanto a la definición se reiteran términos como: abandono, separación, quedar fuera, apartado, estar anulado, y limitación impuesta a otras personas. Tales menciones muestran contenidos a nivel subjetivo y hacen referencia a un contexto desfavorable de las relaciones inter e intragrupales; remiten a la posición del adolescente en determinado ámbito grupal, su descolocación y, en consecuencia, el peso de la frustración del sentimiento de pertenencia; e igualmente se puede leer la descalificación debida a la omisión; y en tercero, la insuficiente participación, asociada a la restricción de origen externo.
Otra forma de representarse la exclusión, fue a través de sus modos de expresión; en tal caso, las burlas y los chistes constituyen los más señalados, lo cual es congruente con las características de la edad (Domínguez, 2007), y con la propensión al incremento de los prejuicios sutiles por sobre los manifiestos, en tanto vehículos de discriminación simulados, indirectos, menos agresivos, y por tanto menos sancionables (Morales, Moya, Gaviria y Cuadrado, 2007).
Intervienen aquí las regularidades psicológicas de esa edad, que subrayan que la obtención de un lugar en el grupo de amigos, constituye el suceso más relevante de la etapa (Domínguez, 2007); de ahí que las exclusiones en este escenario centren sus análisis. Alcanzar este sitio vital entre los coetáneos se puede ver agredido por las limitaciones que otros le imponen para participar, insertarse e integrarse. En tal caso, las expulsiones generadas por este tipo de agrupamiento, desplazan ―en primera instancia― a aquellas en las cuales las condiciones estructurales resultan más evidentes.
En otra modalidad de comprensión, la exclusión es definida mediante términos o frases que más bien revelan causas y dimensiones; es aquí donde gana espacio la referencia a las condiciones sociales más generales; sobresalen las dimensiones cultural, económica y social de la exclusión, cuando se vincula a la ausencia, escasez, inaccesibilidad o desvalorización de determinado grado de información, tipo de formación y desempeño de algún rol al interior de sus grupos de pertenencia; a las condiciones materiales de vida y al acceso de bienes y servicios específicos; así como a la (re)producción de modos y modelos de interacción de personas o grupos.
Los llamados emitidos por los diferentes grupos de adolescentes aparecen enlazados, en correspondencia con su existencia en la vida cotidiana. No obstante, se pueden develar algunas especificidades; en lo cultural, citan la adopción de estilos y prácticas culturales estigmatizadas o no compartidas por la mayoría del grupo de pertenencia. Indican, además, el rendimiento docente y la valoración que esto les reporta.
En la dimensión económica, involucran en primera instancia el insuficiente cuidado de la apariencia física, unido a la falta de higiene personal, que es vinculada al consumo de productos, bienes y servicios de bajo estándar, o lo que es lo mismo, a las carencias y limitaciones económicas, que reducen la posibilidad de adquirir productos de calidad.
En esta propia arista colocan la situación de la vivienda, apuntando tres elementos clave: el confort, la urbanización que le sirve de enclave, y su localización en la ciudad. Indican que el solar y el barrio, actúan como barreras para una interacción equilibrada entre adolescentes, a partir de lo cual se intuye la referencia a grupos y contextos diferentes e incluso opuestos.
Lo anterior guarda relación con la dimensión territorial, para la cual reservaron la descalificación según la provincia de procedencia, elemento que afecta más a quienes provienen del Oriente del país.
La dimensión social se aprecia al señalizar las pertenencias a grupos devaluados por su adscripción religiosa, racial, territorial, de género, así como por la orientación y preferencia sexual. Ejemplificaban su concepción de exclusión, a partir de la prioridad que algunos le otorgan a la ausencia o insuficiencia de características físicas y psíquicas altamente valoradas en las relaciones interpersonales, tales como belleza e inteligencia. Indicaban también el rechazo en espacios públicos a coetáneos con discapacidad o necesidades educativas especiales; inclinación por relaciones homosexuales o afiliación religiosa ―fundamentalmente de origen africano―. Según sus consideraciones, ello provoca que quienes están en esas condiciones, oculten tales inclinaciones. Consideran que la pertenencia racial, afecta más a las personas negras y mestizas, quienes perciben mayores obstáculos en las relaciones interpersonales, en especial para el establecimiento de relaciones de pareja.
Como colofón, los adolescentes reconocen que la posesión de cualquiera de estas características hace inevitable enfrentar comportamientos de exclusión social.
Percepciones de exclusión social en la vida cotidiana
Los símbolos de exclusión operados por los adolescentes, constituyen la referencia inmediata para comprender sus percepciones de rechazo y discriminación en la vida cotidiana. La disección de la situación percibida, denota particularidades en cuanto al vehículo que devela la exclusión, la frecuencia, causas, espacios de ocurrencia, efectos generados y características de las personas implicadas.
Medios expresivos de la exclusión
Los adolescentes leen la discriminación en sobrenombres, frases directas, burlas, chistes, gestos y conductas, que les descalifican y apartan del centro de las relaciones grupales; la perciben asimismo en la asimetría de poder o cuando en los nexos más complejos intuyen alianzas o coaliciones que les afectan. Tienen lugar, además, rechazos explícitos aduciendo diferentes rasgos desaprobados por la mayoría grupal.
Las exclusiones han tomado diferentes contenidos y matices; unido a la (re)producción de estereotipos y prejuicios, se nota la intervención de factores asociados a la heterogeneidad socioeconómica del país.
En cuanto a la forma adoptada prevalece el acoso escolar por sobre otras modalidades reconocidas en la literatura científica (Morales, Moya, Gaviria y Cuadrado, 2007). No obstante, la conjunción de otros indicadores aún por describir, pondrá en evidencia el trasfondo estructural del bullying, que reproduce las desigualdades sociales, las disparidades de ingresos y la segmentación en el consumo y acceso a mercados; y remeda estereotipos y prejuicios de larga data en la sociedad cubana. En cualquier caso, no se trata de una exclusión menor, sino del inicio del proceso de apropiación de prácticas excluyentes, cuyos alcances no siempre son predecibles (Morales, 2003).
Frecuencia
En comparación con estudios anteriores la revisión de los datos denota diferencias interesantes, particularmente en la extensión e intensidad del fenómeno (Morales, 2017). En cuanto a la extensión, si bien en las indagaciones precedentes, realizadas con muestras representativas de la población joven de todo el país, la percepción de exclusión estaba presente solo en una quinta parte del total, los datos actuales indican mayor presencia, pues en todos los grupos explorados una parte considerable de sus integrantes ha percibido exclusiones en su entorno y en su propia trayectoria de vida. Valga como muestra que, en un centro educacional de quince adolescentes, once aportaron información desde sus experiencias; mientras que en otro de veinte sujetos diecisiete narraron algún tipo de suceso.
Las divergencias se fundan en lo siguiente: la exclusión afecta de manera más palpable a determinados segmentos poblacionales en atención a sus características demográficas, económicas, culturales, psicológicas; por tanto en una muestra representativa solo los sectores “marcados” la detectan; sin embargo, al profundizar -como es este caso- en grupos cuya pertenencia territorial, racial, socioeconómica, los coloca en desventaja, la probabilidad de reconstruir experiencias de exclusión aumentan.
Una importante coincidencia en una y otra investigación, se ubica en los rasgos demográficos y socioeconómicos de quienes revelaron exclusiones, sobre todo en lo concerniente a edades, color de la piel y condiciones materiales de vida.
Con respecto a la intensidad, prevalece la incidencia de exclusión de manera ocasional, lo cual se puede traducir en hechos aislados con escasos efectos negativos en la vida de las personas afectadas; sin embargo, el resto de los componentes de la situación de exclusión, puede generar una armadura de graves implicaciones. La circunstancialidad de las exclusiones constituye además, una diferencia importante en relación con los reportes de investigación realizadas fuera de Cuba, en las cuales la discriminación cerca habitualmente a los “cholos”, “cabecitas negras”, afrodescendientes y en general a los adolescentes y jóvenes ubicados en el peldaño más bajo de la escala social en México, Chile, Argentina o Brasil (Valenzuela Arce, 2015; Marcial y Vizcarra, 2014; Urteaga, 2010; Reguillo, 2010; Dávila y Goicovic, 2002; Kaztman, 2001; Feffermann, 2015).
Causas
Los adolescentes sitúan el origen de la exclusión padecida en los dos polos visibles de la relación, es decir, en quienes participan directamente en los actos; ya sea sus características y comportamientos, o en la intolerancia de “los otros” que no les aceptan. Ello se traduce en la pertenencia a grupos demográficos, sociales, económicos y culturales estigmatizados en la sociedad y en la oposición de “otras personas” a aceptarles y compartir espacios, cuotas de participación, protagonismo y poder.
De acuerdo con las percepciones, las causas de la exclusión aparecen instaladas solo en el ámbito de las relaciones personales; para algunos resultaban evidentes; mientras que, para otros, las razones estuvieron latentes, invisibilizadas. Se revela entonces la complejidad de la génesis de este fenómeno, y de su análisis, en el cual tienen un rol clave la intersubjetividad, las identidades personales y grupales ―en plena construcción― y los distintos niveles del contexto (Figura 1).
De las razones aducidas, se desprenden las potencialidades de analizar dimensiones de la exclusión. En cuanto a la dimensión económica, el indicador fundamental es el rechazo vivenciado por los grupos más desventajados, atribuido a la diferente calidad y cantidad del consumo de bienes y servicios, y a las características de las prácticas culturales habituales, que les degrada con respecto a otros grupos. Se ubican aquí las afectaciones relacionadas con el vestuario y calzado, los accesorios, y las condiciones de la vivienda, en todo lo cual reconocen la existencia de símbolos que denotan capital y poder económico, que tiende a ser reproducido en la estructura de roles y estatus al interior del grupo de coetáneos.
Se toman en consideración las diferencias en cuanto a la calidad y cantidad de las prendas de vestir, según sean de producción nacional o extranjera, y dentro de esta última, si representan o no marcas comerciales reconocidas; asimismo, el mecanismo o vía de obtención, asociada a las distintas ofertas estatales y privadas, las que a su vez están posicionadas de manera diferente en el imaginario social. Unido a esto valoran la reiteración del atuendo ―“vestirse con ropa barata o repetirla”― como expresión de la mayor o menor disponibilidad de recursos. Agregan la tenencia y el uso de accesorios, en las que cuentan prendas y objetos del tipo: reloj, cadena, aros y anillos, preferiblemente de oro. Por último, señalan las características constructivas de las viviendas. Todas las cuestiones mencionadas constituyen símbolos de poder adquisitivo y su posesión o carencia indica el efecto de las desigualdades económicas, y que los adolescentes reportan en frases como: “por no estar a la altura del resto”.
En cuanto al efecto diferenciador de los ingresos en las prácticas culturales, reportan discriminaciones por las preferencias o tendencias en el consumo ―“que se burlen de ti por cómo te vistes o por la música que oyes”―. Citan también la valoración negativa que reciben por asistir a espacios recreativos públicos -que son por demás estatales-, fiestas populares localizadas en zonas más desfavorecidas a las cuales se les atribuyen violencia y otros problemas sociales. Añaden, preferir un tipo de género musical y de audiovisual, así como las características de los dispositivos o soportes tecnológicos empleados para disfrutarlas, lo cual en no pocos casos se vincula al poder adquisitivo de la familia.
A tono con lo anterior, se refieren a las limitaciones en el acceso a instalaciones privadas, donde han sido descartados por su apariencia, ya sea el uniforme que devela el tipo de centro educacional, o el color de la piel. Las propias personas afectadas atribuyen la descalificación, a la presumible carencia del poder adquisitivo requerido para convertirse en clientes de tales establecimientos; ello indica la articulación de la propiedad privada con un modelo de exclusión.
Explicaciones a las percepciones constatadas se hallan en las reflexiones de importantes científicos sociales del país ―con destaque para los equipos dirigidos por Mayra Espina, María del Carmen Zabala, Luisa Íñiguez y Pablo Rodríguez―, quienes han reconstruido el itinerario de las desigualdades, la pobreza y la exclusión, fenómenos incrementados y visibilizados a partir de la crisis de los años 90’.
En sus estudios sobre la reestratificación social ocurrida en Cuba con posterioridad a la crisis de los años 90’, Espina (2008) identificó varios rasgos esenciales: recomposición de capas medias y de la pequeña burguesía urbana; diferenciación de los ingresos, segmentación del acceso al consumo y reemergencia de situaciones de pobreza, vulnerabilidad social y marginalidad; territorialización de las desigualdades; configuración de un nuevo patrón de movilidad social; fortalecimiento de brechas de equidad asociadas a la racialidad; reemergencia de la brecha de género; multiplicación de las estrategias familiares de sobrevivencia y de elevación de los ingresos; y diversificación de los perfiles subjetivos y percepciones sobre la desigualdad.
Tales características persisten en la sociedad cubana y las percepciones constatadas así lo ratifican. En correspondencia con la definición de desigualdad de esta autora ―hace referencia a “la distribución de bienes (materiales y espirituales), de males, de recursos, y poder entre diferentes grupos sociales, así como a la situación que esta distribución genera en las relaciones de unos grupos sociales con respecto a otros.” […] “La igualdad se identifica con equidad, justicia social y aseguramiento de posibilidades homólogas de acceso al bienestar y a la toma de decisiones para grupos diferentes”. (Espina, 2008, p. 105)― la población estudiada percibe las asimetrías, cuya dinámica les afectan en forma de rechazo, descalificación y discriminación.
Espina añade la necesidad de comprender la complejidad del tema y propone colegiar varias perspectivas en el análisis: incorporar a la noción de clase social, las visiones provenientes de las identidades, de lo simbólico, y de la intersubjetividad; atender al condicionamiento impuesto por la globalización, la fuerte articulación de todas las dimensiones de las desigualdades, la dinámica de su estructuración, su concreción en espacios y territorios donde se asientan familias, comunidades, religiones, y se tejen interacciones entre individuos o grupos; así como la configuración y reconfiguración de la estructura socioclasista, incluyendo las diferencias de índole sociocultural relativas a raza, género, generaciones, todo lo cual se acompaña de una importante producción simbólica.
Las apreciaciones que siguen dan cuenta de la complejidad anunciada y de la interdependencia de las exclusiones, pues otras causas de exclusión aducidas por los grupos estudiados, indican la concurrencia de varias dimensiones.
En este orden se halla el descrédito por pobre rendimiento académico y dudoso futuro profesional, enmarcada en la dimensión social y que tiene su base en la adjudicación de “bajo nivel de inteligencia” y escasas “posibilidades de coger carreras”, a quienes se insertan en el subsistema de la enseñanza técnica y profesional, y especialmente a aquellos adolescentes que se preparan como obreros calificados, aprenden oficios manuales o profesiones de pocas exigencias intelectuales. A pesar de la depreciación de algunas modalidades estudio y trabajo, la elevada calificación aún constituye fuente de prestigio y crédito para la movilidad ascendente en la sociedad; por ello, no mostrar condiciones para insertarse en los niveles superiores de formación profesional, puede dar lugar al estigma.
Se trata de la descalificación relacionada con los roles de estudiante y trabajador, a partir de los contenidos asignados, y la representación y ubicación de estos en la escala social; considerando, además, los requerimientos en términos de capacidades y habilidades, su papel en el desarrollo del país; y apuntando también a las desigualdades socioeconómicas actuantes. Estudios sobre el tema en América Latina muestran la necesidad de disponer de al menos diecisiete años de estudios, para alcanzar una posición estable en el mercado laboral y en la sociedad (Hopenhayn, 2008); asimismo, registran la nefasta incidencia de las limitaciones educativas en los procesos de inclusión e integración social de las poblaciones de barrios pobres urbanos de importantes ciudades (Kaztman y Retamoso, 2007).
Los estudios en Cuba (Abadie, 2015; Almeyda y Bueno, 2015; Rego, 2016; Tejuca, 2018) muestran la complejidad de los procesos de continuidad de estudios, en especial el ingreso en la educación superior; se plantea la confluencia de factores económicos y culturales, tanto en el nivel social más general como en el familiar. Entre los elementos simbólicos que opera está el estigma de la educación técnica y profesional, y de los estudiantes que en ella se insertan, a quienes se les adjudican las mayores dificultades cognitivas e intelectuales (Estévez, 2015). En consecuencia, las oportunidades para acceder y permanecer se articulan con las preferencias y significados de las profesiones, mediadas por las condiciones socioeconómicas de las familias y los procesos de orientación en este ámbito. Si bien se confirma el acceso universal, afloran dificultades en las condiciones y medios de aprendizaje, así como diferencias importantes en los logros educativos de diferentes sectores, lo cual se refleja en el reconocimiento social recibido y en las identidades construidas en el orden individual y grupal.
El rango de las causas de rechazo incluye igualmente, la dimensión territorial, que obedece a las características históricas, culturales, políticas, económicas del lugar de residencia, y a sus especificidades sociopsicológicas (re)producidas en la cotidianeidad, de la cual participan los adolescentes y sus familias. Aquí la exclusión se percibe a partir de la comparación desventajosa con otras localidades; se resienten por residir en territorios etiquetados como conflictivos y violentos, con menores oportunidades para acceder a bienes y servicios, en la calidad y cantidad deseada.
Lo anterior se ejemplifica al contrastar sus barrios con Vedado y Miramar, sitios “luminosos” ubicados en los municipios Plaza y Playa, respectivamente, donde a su juicio, sus coetáneos disponen de mejores condiciones de vida, mayor atención y respeto por parte de los adultos, modelos positivos a imitar, instalaciones recreativas e incluso opciones educativas más atractivas. Tal visión supone la necesidad de apropiarse simbólicamente de esos “otros” territorios, y distanciarse de la localidad estigmatizada.
Al igual que en los aspectos antes tratados, esta dimensión guarda estrecha relación con la diferenciación socioeconómica. Los diferentes tipos de violencia tienen, en última instancia, un fundamento estructural, dado en las disparidades de poder en las relaciones interpersonales, intergrupales y sociales en general; asimismo, las estrategias adoptadas para solucionar conflictos familiares, comunitarios, son productos de procesos de aprendizaje, que privilegian la verticalidad por sobre nexos horizontales y dialógicos. Justamente, las condiciones de pobreza y desventaja social acentuadas en los barrios donde residen los adolescentes, constituyen escenario propicio para su reproducción.
Por otra parte, los retrocesos o estancamientos en la movilidad social de los coterráneos, la ineficiencia de las redes formales de apoyo, las carencias o pérdidas de símbolos para una identificación sólida a nivel local, la acumulación de problemas sociales, nutren los deméritos del barrio, y alientan la búsqueda de otros referentes territoriales capaces de satisfacer las necesidades de afiliación.
Varios estudios del país y extranjeros subrayan la importancia del territorio en las desigualdades y la exclusión social. Las investigaciones cubanas (Voghon, 2016; Iñiguez, 2014; Rodríguez, 2011; Zabala y Morales Chuco, 2005) han constatado la reproducción de estos fenómenos en localidades habaneras ―algunas de las estudiadas― ubicadas en zonas céntricas con un conjunto de facilidades ―movilidad, cercanía de importantes inversiones y concentración de redes de servicios diversos―, que contrastan con el deterioro constructivo y ambiental, la disfuncionalidad de las instituciones allí radicadas y las graves insatisfacciones de la población.
Las investigaciones de otras regiones (Subirats, Gomà y Brugué, 2005; Kaztman, 2001) coinciden en los peligros de la segregación residencial que subraya la homogeneidad real y simbólica, y con ella el aislamiento de los territorios y sus habitantes. En el caso de Subirats, destaca un conjunto de indicadores referidos al soporte material de las prácticas sociales, las dinámicas comunitarias y los impactos de las políticas públicas en las necesidades sociales y, a la distribución de actividades económicas en el territorio. Alude así al espacio físico señalizado en el deterioro de edificios, viviendas, servicios y espacios públicos y en las deficiencias en la movilidad; al sociocultural expresado en estigmas del territorio, inseguridad ciudadana, (des)cohesión social y ausencia de servicios, recursos y equipamientos públicos; y finalmente propone el económico concentrado en la marginación económica de la localidad, al carecer de nuevas inversiones, acceso a las tecnologías de la información y la comunicación.
Los elementos resultantes de unas y otras indagaciones, encuentran eco de alguna manera en los datos aportados por las percepciones adolescentes; las tendencias a percibirse con claras desventajas con respecto a sus coetáneos residentes en otros lugares, y la enumeración de los factores que marcan su inferioridad, les acercan a varios de los aspectos enunciados por los autores citados. Considerando la identidad barrial como raíz de la identidad cultural y nacional, la conflictiva relación con el lugar donde habitan puede constituir la génesis de distanciamientos sociales de mayor significación sociopolítica.
A las dimensiones ya señaladas se unen la racial y la generacional. En cuanto a la primera, las personas mestizas y negras, narraron varias experiencias; en unas declaran la tendencia a relacionar su pobre o discreto desempeño escolar en algunas asignaturas, con el color de su piel; y en otras, plantean que se les atribuye falta de higiene y de cuidado personal. La frase “…mis compañeros estaban diciendo que yo tenía mal olor […] soy gordita y negrita”, ejemplifica el menoscabo sentido y la necesidad de reducir los rasgos que le inferiorizan. Las relaciones raciales constituyen una de las problemáticas más atendidas en las ciencias sociales cubanas, y más convulsas en la vida cotidiana; si bien predomina armonía en las interacciones, varias investigaciones recogen datos acerca de prejuicios raciales, identidades raciales menoscabadas y comportamientos racistas, que tienen hondas raíces en la historia del país; y se expresan en diferentes niveles de las relaciones sociales, incluidas las familias, centros de estudio y trabajo (Espina y Rodríguez, 2006; Guanche, 1996; Pérez, 1996).
Estudios recientes ratifican la reproducción de los estereotipos y prejuicios raciales en un segmento de la población joven, que prefiere la homogeneidad en cuanto al color de la piel al establecer relaciones interpersonales, al tiempo que un sector de jóvenes de piel blanca rehúsa los nexos familiares y de subordinación ante personas mestizas y negras (Morales Chuco, 2012). De igual modo, se ha constatado en adolescentes y jóvenes mestizos y negros, la fragilidad de sus identidades y el distanciamiento simbólico con respecto a sus grupos de pertenencia racial, comportamiento evidenciado en la tendencia a adjudicar trayectorias exitosas a las personas blancas, en tanto las fracasadas las asocian a las negras y mestizas; asimismo, se resisten a la superioridad concedida históricamente a las personas blancas (Pelier, 2019; Rey, 2017). Tales resultados explican en cierta medida las exclusiones percibidas, que asumen contenidos y rasgos a tono con las condiciones actuales de la sociedad cubana y con las especificidades de su socialización.
Acerca de la ubicación generacional revelan menciones clásicas, del tipo “la juventud está perdida”, con las cuales el mundo adulto ―incluido el docente― etiqueta y sanciona a los adolescentes por la falta de proyectos o por sus comportamientos.
En el orden cultural, se pueden citar los rechazos debidos a la insuficiente educación formal y ciudadana, que se manifiesta en el incumplimiento de las normas y deberes sociales, expresados en frases como: “por tener comportamientos no adecuados”. A lo anterior se agrega la descalificación asentada en un canon de belleza enfático en elementos externos ―“por lo que yo he visto, que no sea bonita, o que no sea inteligente o no se vista a la moda”―. Su ausencia o discreta tenencia conduce a la omisión, que constituye otra forma de exclusión ―“que no seas tomado en cuenta”―.
Se suman las valoraciones adjudicadas a las familias de los adolescentes, a partir de las características de los padres, ya sean sus vínculos laborales, rasgos personológicos o hábitos tóxicos; así se aprecia en la locución: “Mi papá es un alcohólico, él vive en la calle y por eso la gente lo mira con mala cara, lo rechazan, lo maltratan, le dicen cosas”. En cualquier caso, el estigma concerniente a los adultos se traslada al adolescente.
En los contenidos expuestos se nota la intermediación de prejuicios manifiestos y sutiles que operan en contextos grupales y en la sociedad en general, sustentando la gradación de aceptación-rechazo. Los datos refuerzan lo analizado en los acápites referidos a la frecuencia y a los medios de expresión de las exclusiones; y ratifican el peso alcanzado por las limitaciones para insertarse, participar e integrarse de modo satisfactorio en la sociedad determinadas personas y grupos.
La articulación de contenidos y dimensiones, y la interdependencia de estas últimas, concede complejidad al fenómeno y objetividad a las percepciones. Tomando en cuenta el acento de los diferentes factores y la transversalización del eje económico, contextualizados en esta etapa de la vida, se puede anticipar la intervención de exclusiones de orden estructural.
Espacio de socialización
La precisión del escenario donde ocurren las exclusiones, constituye un indicador esencial en la contextualización los elementos antes presentados. Permite visibilizar los ámbitos más proclives a la discriminación, sus diferencias con respecto a espacios más inclusivos y propensos a la integración, participación e inserción social. En consecuencia, tiene una particular importancia en el trazado de políticas y procesos de intervención de distinto nivel (Figura 2).
En las percepciones exclusión de los adolescentes aparecen tres entornos a considerar:
Las experiencias en los centros educacionales están marcadas por los dos tipos de relaciones que allí tienen lugar, una es el nexo con el personal docente y no docente, tradicionalmente vertical, especialmente con los profesores; y la otra más horizontal basada en la comunidad de características sociopsicológicas y de roles. En el vínculo con el mundo adulto, se perciben descalificaciones y limitaciones en la participación sustentadas en el rendimiento docente, indicador esencial de la educación bancaria; los afectados lo expresan en frases como: “no ser tenidos en cuenta por parte de los profesores para las actividades” o “siempre los mejores… sin darles la oportunidad a otros para que vean que también son buenos”. A estas se añaden las locuciones ya citadas en epígrafes anteriores, que devalúan las capacidades intelectuales y la pertinencia de estas para insertarse en niveles superiores de estudios.
Las exclusiones emanadas de la asimetría de poderes entre adolescentes/estudiantes y adultos/docentes forman parte del esquema de relaciones adultocéntricas, que empodera a las personas en función de su mayor edad y demerita los aportes de los más jóvenes. Los rechazos velados y los insultos muchas veces cargados de ironía o acompañados de mensajes no verbales, están fundamentados en la jerarquización de resultados docentes cuantificados, minimizando la complejidad del desempeño de rol de estudiante y de su evaluación integral. Estos comportamientos en las instituciones educativas forman parte del currículo oculto, uno de los mecanismos de reproducción de la exclusión (Morales Domínguez, Moya, Gaviria y Cuadrado, 2007). Esa la devaluación humillante apreciada por los adolescentes, contradice los programas de la educación del país, que atienden las diferencias individuales, la diversidad de capacidades y enfatizan la formación en valores. La exposición reiterada ante tal humillación puede ocasionar efectos negativos en todos los grupos implicados, pues deteriora la imagen de los adultos, provoca respuestas violentas en quienes la padecen, y en los espectadores puede alentar la imitación, complicidad, tolerancia o aceptación acrítica.
El barrio y la familia por su parte no revelan un esquema particular; más bien en ellos se (re)elaboran los patrones ya mencionados, algunos de los cuales pueden resultar muestra de profunda devaluación, como lo expresa la siguiente frase: “en mi familia todo el mundo es de piel muy blanca y pelo claro, y como yo soy más oscurita… por eso me dicen «la negrita»”. Aparece así la tendencia en las personas afectadas a minimizar la agresión y a experimentar sentimientos de culpa, por fragmentar la unidad y la homogeneidad familiar. La esperada contención familiar se quiebra y responde con la expulsión simbólica de uno de sus miembros, que por demás es más frágil debido a su cortedad.
El ordenamiento de los espacios en los cuales tuvieron lugar las exclusiones ―escuela, familia y barrio― se fundamenta en la relevancia de las interacciones que allí se producen. La escuela es el centro de las interacciones del grupo de pertenencia de mayor influencia en esta edad; si bien las agrupaciones constituidas por coetáneos realizan actividades extraescolares que propician y fortalecen la comunicación íntimo personal y las identidades, el estudio debido a su estructuración y jerarquización social, aporta un espacio físico y psicológico de primer orden para la concreción de los vínculos entre adolescentes. Por otra parte familia se mantiene como un grupo esencial en esta etapa de la vida, a pesar de que tienen lugar conflictos con los valores y normas impuestas por los adultos; y finalmente el barrio, donde además del grupo familiar y a pesar de la desterritorialización de las identidades (Martín Barbero, Feixa y Figueras, 2017) están instalados otros tipos de asociaciones importantes, reconocidos como grupos de esquina, pandillas, camarillas y socios del barrio, que sirven de púlpito para repasar la vida de la localidad, identificar los modelos a seguir y definir nuevas formas de participación social (Morales Chuco, 2017; Bomvillani, 2013; Reguillo, 2000; Marcial, 1996).
De tal modo, las condiciones favorecedoras de la exclusión social, se concretan en espacios de socialización, formales e informales, con diferentes roles en la formación de los adolescentes en tanto sujetos sociales. A diferencia de estudios anteriores, la calle como espacio informal por excelencia, no aparece como un contexto relevante y, sin embargo, cobra crédito el ámbito educativo, donde no solo se acogen prácticas descalificadoras asociadas a indicadores que le trascienden ―territorial, socioeconómica, racial― sino que, además, se producen prácticas que atañen directamente a la actividad docente y demerita las potencialidades del proceso de formación que representa.
Apuntes sobre la pertinencia teórica y metodológica del estudio
La indagación en grupos específicos de adolescentes, cuya configuración demográfica, social y cultural se aviene con rasgos indicativos de vulnerabilidad, propició: a) ratificar su mayor exposición a la exclusión social; b) profundizar en sus vivencias y percepciones; c) subrayar las diferencias con respecto a las peculiaridades constatadas en antecedentes con muestras representativas de la población joven.
El predominio de la perspectiva cualitativa en el diseño metodológico favoreció: i) el hallazgo de datos complejos, que contribuyeron a la mejor comprensión de la exclusión percibida por adolescentes y jóvenes; ii) el perfeccionamiento de la propuesta metodológica empleada en investigaciones anteriores y iii) la emergencia de experiencias naturalizadas, a causa de la insuficiente revisión y crítica a nivel de la vida cotidiana y de la interacción social más general.
La mirada adolescente recogida aporta un panorama peculiar acerca de las exclusiones que tienen lugar en la sociedad cubana actual; la corta edad no es óbice para detectar la complejidad de las relaciones sociales y los impactos de las desigualdades. Esto destaca por una parte la sensibilidad de las personas más jóvenes para identificar estas prácticas nocivas, y por otra indica la gravedad de los sucesos, que no pasan inadvertidos ante su atención. El recorrido por las temáticas que nutren los significados y las exclusiones percibidas por adolescentes de varios barrios de la capital, indica un fuerte lazo entre ambas construcciones, sustentado en las condiciones sociales, económicas, y culturales de la sociedad actual, y en la producción subjetiva que las (re)elabora.
La interpelación directa a los adolescentes acerca de un suceso concreto de rechazo o discriminación, facilita el proceso de concientización de la condición de excluido, el cual se expresa en el tránsito de un momento inicial de negación o aceptación comedida, a la narración exhaustiva del acontecimiento. Las regularidades psicológicas de la edad, relacionadas con el desarrollo del pensamiento y la influencia del grupo de amigos, constituyen las principales mediaciones para interpelar, decodificar y subjetivar las exclusiones y sus repercusiones en las diferentes dimensiones de las identidades.
Conclusiones
El examen de las experiencias en la vida cotidiana de un sector poco estudiado de la población adolescente cubana, indica varios elementos importantes articulados entre sí:
Los significados otorgados a la exclusión, responden no solo a una contextualización etaria, sino también a las circunstancias más generales de la sociedad cubana actual. Unido a la necesidad de pertenencia y aceptación, aflora la subjetivación del avance de la pobreza y la reproducción de estigmas relacionados con la procedencia africana, simbolizado en el color de la piel o en religiosidad. Asimismo, notan la persistencia de cierto dualismo en la valoración de las producciones culturales, que tiende a descalificar a aquella producida en la periferia de la sociedad.
La percepción de exclusión está presente en todos los grupos y fue develada por más de la mitad de quienes intervinieron en el estudio; ello denota su extensión en este segmento etario. En tanto, la intensidad es moderada, pues prevalece su incidencia ocasional.
Predomina la modalidad sociocultural a manera de bullying o acoso escolar, que se expresa en prejuicios sutiles y manifiestos; y está generado por carencias económicas, pobre desempeño docente, así como por la descalificación de grupos de pertenencia en función de: lugar de residencia, color de la piel y prácticas culturales, lo cual apunta a conflictos entre identidades grupales. Ello se asocia a los contenidos de las desigualdades más extendidas, lo cual ratifica la heterogeneidad actual de la sociedad cubana, y muestra su impacto en un sector especialmente vulnerable por su corta edad e inexperiencia en la elaboración de estrategias de enfrentamiento a graves problemas sociales.
Los centros de estudio, las familias y los barrios muestran indulgencia en cuanto a la exclusión social; en ellos se ha naturalizado el adultocentrismo y se asienta también el racismo, la aporofobia y el regionalismo. Ello indica la existencia de brechas en las relaciones inter e intrageneracionales, que pueden comprometer la validez de los procesos educativos formales e informales que tienen lugar en estos espacios de socialización.
La población adolescente estudiada asume diferentes roles en el proceso estudiado: excluye, es excluida y también funge en calidad de espectador cómplice de las exclusiones. Tales desempeños son producto de aprendizajes sociales y de la reproducción de desventajas familiares y comunitarias.
Dadas las regularidades sociopsicológicas de la adolescencia ―decisiva influencia de los coetáneos, afianzamiento de la identidad personal, distanciamiento de las figuras adultas, incremento de la crítica a las normas socialmente establecidas― las percepciones sociales de exclusión en esta edad revisten mayor connotación; de ahí que la frustración de la pertenencia, descalificación, humillación e inferiorización puedan sentar las bases de la construcción o apropiación de conductas de riposta que afectarían los procesos de participación, inserción e integración social.