INTRODUCCIÓN
La agricultura es una de las actividades humanas más importantes. Durante la mayor parte de su historia en el planeta, el ser humano se alimentó, se vistió y satisfizo sus necesidades básicas sin practicar la agricultura. Sin embargo, el modelo de la Revolución Verde en la agricultura moderna logró un incremento significativo de la productividad agrícola. Este modelo de agricultura basado en la tecnificación y el uso de dosis masivas de insumos costosos tales como plaguicidas, fertilizantes, combustibles fósiles, maquinarias y agua para riego está siendo cuestionado en su sustentabilidad por una serie de impactos ecológicos, económicos y sociales, derivados de las prácticas modernas de producción (Sarandón y Flores, 2014). A su vez, este modelo de agricultura tampoco ha logrado solucionar el problema del hambre en la población mundial donde el número de personas que padecen de hambre en el mund continúa en aumento y alcanzó 821 millones en el 2017. A ello se añade otro grupo de personas desnutridas con dietas que no cumplen el mínimo necesario de calorías. Por tal motivo, la producción sostenible de alimentos sin afectar el medio ambiente es un reto para la sociedad que impone transformar los sistemas convencionales de explotación agraria a agroecológicos en las formas productivas con el interés de lograr aumentos significativos en los rendimientos, calidad de los cultivos y reducir el impacto negativo de los agroquímicos en el medio ambiente (Gutiérrez et al., 2013; López et al., 2015).
En el desarrollo sostenible de la agricultura moderna, la utilización de microorganismos para el manejo de plagas y enfermedades constituye una alternativa viable para asegurar la producción de alimentos sanos (Funes y Monzote, 2006; López et al., 2011; López et al., 2015). Los microorganismos antagonistas se encuentran en el suelo de forma natural y ofrecen varios beneficios para los cultivos. Entre ellos se encuentran que permiten mayor absorción de nutrientes (Behie et al., 2012; Plett et al., 2014; Behie y Bidochka, 2014; Igiehon y Babalola, 2018), mayor tolerancia al estrés biótico y abiótico (Schirawski y Perlin, 2018; Stringlis et al., 2018) e inducen sistemas de defensas en plantas (Beckers et al., 2009; Hermosa et al., 2012; Jayaraman et al., 2014; Malmierca et al., 2015). Por lo tanto, su uso contribuye al desarrollo sostenible de la agricultura y permite responder a la demanda de alimentos orgánicos.
Trichoderma spp. es un hongo cosmopolita, habita de forma natural en el suelo, en especial en aquellos que contienen materia orgánica o desechos vegetales en descomposición (Harman y Lumsden, 1990). Las especies de Trichoderma han sido estudiadas durante más de 70 años como antagonistas de hongos fitopatógenos. No obstante, hasta inicios del siglo XXI fue que se empezó a comercializar como biocontroladores agrícolas, a causa del cambio en el modelo de agricultura que exige cada vez obtener alimentos sanos con menores trazas de fungicidas. Desde entonces Trichoderma se considera como uno de los antagonistas de hongos fitopatógenos más utilizado en la agricultura moderna sustentable (Ezziyyani et al., 2004; López et al., 2011; Martínez et al., 2013; Martínez y Pérez, 2015; Pineda et al., 2017). Sin embargo, esta capacidad como antagonista es altamente variable. Según Mihuta y Rowe (1986) de 255 aislamientos obtenidos de diferentes lugares, sólo el 15% fue efectivo en el control de Rhizoctonia. En este mismo sentido, Arcia (1995) planteó que las cepas nativas de un lugar son más efectivas que las importadas y Martínez et al. (2008) mostraron que la capacidad antagonista depende de la especificidad de la cepa y de sus modos de acción. Por lo tanto, el éxito en la formulación y comercialización de biopreparados fúngicos mediante la industria biotecnológica para su aplicación en la agricultura requiere de estudios previos en la selección de aislamientos promisorios para el control. Además, se necesita del conocimiento de los mecanismos de acción relacionados con dicho control, la concentración suficiente de inóculo, la viabilidad de las esporas y el mantenimiento de la densidad de inóculo una vez que sea aplicado en el suelo o sustrato (Pineda et al., 2017). Basado en los planteamientos anteriores en esta reseña se resumen algunos aspectos teóricos y prácticos de los múltiples beneficios que aportan las diferentes especies de Trichoderma lo cual ha hecho posible la elaboración de formulados mediante técnicas biotecnológicas y su aplicación en el desarrollo de la agricultura sostenible.
Trichoderma spp. Generalidades
Las especies del género Trichoderma, se ubican taxonómicamente dentro de la división Mycota, subdivisión Eumycota, la clase Hyphomycetes, orden Moniliales y en la familia Moniliaceae. Se distinguen por su morfología alrededor de 30 especies del género Trichoderma. Sin embargo, el uso de la biotecnología vegetal mediante la introducción de técnicas moleculares en micología evolutiva en los últimos años han permitido revelar la existencia de más de 100 especies distintas (Druzhinina et al., 2006; Torres et al., 2015). El género Trichoderma en su estado vegetativo presenta micelio con septos simples. Las especies son haploides y su pared está compuesta por quitina y glucano. Se reproducen asexualmente por conidios. Presentan conidióforos hialinos ramificados, fiálides simples o en grupos, conidios de 3 a 5 μm de diámetro los cuales presentan un rápido desarrollo en medios de cultivo sintéticos. Posee la capacidad de producir clamidosporas en sustratos naturales. Estas estructuras toleran condiciones ambientales adversas y son de gran importancia para la supervivencia del género en el suelo bajo condiciones desfavorables (Harman, 2001).
T. harzianum, T. viride, T. koningii y T. hamatum se encuentran entre las especies más destacadas en este género con efectos beneficiosos en el control de hongos fitopatógenos y las de mayor aplicación en el desarrollo de la agricultura moderna sostenible. Estas especies se caracterizan por presentar un rápido crecimiento y una amplia capacidad de esporulación y adaptación a un amplio rango de suelos agrícolas. Su gran adaptabilidad les permite sobrevivir de forma natural en diferentes ambientes. En especial, en aquellos que contienen materia orgánica o desechos vegetales en descomposición. No obstante, estos hongos compiten en la rizosfera de la planta como endófitos y a su vez colonizan el sistema radicular. Pueden penetrar en el tejido de la raíz hasta la primera o segunda capa de célula, sólo en los espacios intercelulares (Harman, 2006; Hoitink et al., 2006; Siddiqui y Akhtar, 2008; Radjacommare et al., 2010).
Todas las características descritas con anterioridad hacen que este hongo antagonista constituya uno de los agentes de control de hongos fitopatógenos más utilizados en la agricultura moderna soatenible. Alrededor del 90% de los micoplaguicidas que se comercializan en el mercado para el biocontrol de agentes patógenos de plantas contienen como principio activo las esporas (conidios y clamidiosporas) de Trichoderma spp. (Whipps y Lumsden, 2001; Ezziyyani et al., 2004; Woo et al., 2006; López et al., 2011; Martínez et al., 2013; Martínez y Pérez, 2015; Pineda et al., 2017).
Los biopreparados fúngicos que se comercializan se formulan con el objetivo de transportar el mayor número posible de propágulos (esporas) viables, para el control de enfermedades fúngicas y bacterianas de plantas. Para ello, se debe lograr la estabilidad de las esporas las cuales deben permanecer viables durante mucho tiempo antes y después de su uso; con un tiempo mínimo de caducidad de 18 meses a 20 °C (Deshpande, 1999). Sin embargo, el éxito en el uso y comercialización de estos biopreparados fúngicos está en lograr una correcta y óptima formulación lo cual implica asegurar su fácil aplicación, la concentración suficiente de inóculo y la viabilidad de las esporas (Fravel, 2005; Martínez et al., 2008; Montesinos et al., 2008). Además, se debe tener en cuenta durante este proceso la selección precisa de cepas a utilizar, así como del conocimiento previo de sus mecanismos de acción y contar con un estricto sistema de calidad para su producción (Montesinos et al., 2008; Martínez et al., 2013; Pineda et al., 2017).
En estos formulados fúngicos, las especies más utilizadas son T. viride y T. harzianum (Verma et al., 2007) las cuales constituyen el ingrediente principal siendo efectivos contra un amplio grupo de hongos patógenos entre los que se encuentran Phytophthora nicotianae, Rhizoctonia solani, Pythium spp., Phytophthora aphanidermatum, Phytophthora parasitica, Phytophthora capsici, Rhizoctonia rolfsii, entre otras (Stefanova, 2007). Estos efectos beneficiosos justifican el uso de los microorganismos antagonistas como alternativas reales a los fungicidas químicos. Por lo cual, su uso contribuye al desarrollo sostenible de la agricultura y a su vez permite responder a la demanda de alimentos orgánicos y protege el entorno ecológico de la zona urbana (Stefanova, 1997; Stefanova et al., 1999; Stefanova, 2007; Gato, 2010; Karanasios et al., 2012).
Principales mecanismos de acción en las interacciones antagónicas
Varios autores (Martínez et al., 2008; Hoyos et al., 2008; López et al., 2010) han puntualizado que en las interacciones antagónicas pueden estar involucrados varios mecanismos de acción. Incluso pueden manifestarse de forma simultánea en un mismo aislado, no siendo excluyentes ninguno de ellos. Por tanto, el éxito en el control del patógeno dependerá de la eficacia de cada uno de los mecanismos de acción o de la combinación entre ellos y pueden ser directos e indirectos. En el primer grupo se encuentran la antibiosis (Morton et al., 2004; Vinale et al., 2006), la competencia por espacio y nutrientes (Harman, 2000; Bélanger et al., 2012) y el micoparasitismo (Woo et al., 2006; Larralde et al., 2008). Este último representa su principal mecanismo de acción (Fernández, 2001). Mientras, en el segundo grupo de mecanismos se encuentran la estimulación del crecimiento (Parets, 2002; Harman et al., 2004; Mathivanan et al., 2005) y la inducción de resistencia a estrés biótico y abiótico (Harman, 2006; Vinale et al., 2008; Jayaraman et al., 2014; Schirawski y Perlin, 2018; Stringlis et al., 2018). Se plantea que todos estos mecanismos actúan de forma indirecta sobre los patógenos, dado que su acción consiste en elicitar los mecanismos de defensa fisiológicos y bioquímicos en la planta. La multiplicidad de estos mecanismos en un aislado es una característica importante para su selección como agente de control biológico.
Antibiosis
Trichoderma produce una gran cantidad de compuestos con actividad antifúngica los cuales pueden actuar mediante contacto directo con los agentes patógenos o inhibir su crecimiento o reproducción sin establecer contacto físico (Dennis y Webster, 1971; Hjeljord y Tronsmo, 1998). La producción de estos compuestos antimicrobianos depende del medio de cultivo en que se encuentren, condiciones y edad del cultivo del hongo. Por otra parte, según su estructura se pueden encontrar diferentes grupos de compuestos antifúngicos (metabolitos secundarios): 1) metabolitos de bajo peso molecular, no polares que incluyen compuestos aromáticos, pironas, y butenólidos y metabolitos derivados del isocianato que pueden difundirse en el agua y actuar a cierta distancia del agente fitopatógeno, 2) metabolitos de alto peso molecular nombrados peptaiboles con características anfipáticas. Estos metabolitos pueden alterar la permeabilidad de las membranas lipídicas de las células del patógeno (Sivasithamparam y Ghisalberti, 1998). Por todo lo anterior, el riesgo de aparición de microorganismos resistentes a estos metabolitos, se encuentra limitado a la capacidad que posee un mismo aislado de Trichoderma en producir varios compuestos antifúngicos de forma simultánea, aspecto relevante desde el punto de vista práctico.
Competencia por espacio y nutrientes
Según Sivan y Chet (1989) el rápido crecimiento y la secreción de metabolitos de diferente naturaleza son las principales características que le confieren a gran parte de los aislados de Trichoderma su mayor capacidad a la hora de colonizar un espacio. De este modo, compiten de forma directa por los mismos sitios que algunos hongos fitopatógenos. La colonización de los sitios de unión de estos agentes patógenos en la planta por Trichoderma permite reducir la enfermedad. También su carácter saprófito les permite utilizar un amplio rango de sustratos y compiten de forma directa por los nutrientes en el medio (Hjeljord y Tronsmo, 1998). No obstante, la competencia en suelos o sustratos ricos en nutrientes por los que pudiera competir no es eficaz. Debido a esto, en aquellos suelos ricos en materia orgánica o con fertilización completa este mecanismo tiene menos valor práctico (Martínez et al., 2013). En ello influyen de forma determinante factores como el tipo de suelo, pH, temperatura y humedad. Los factores mencionados deben tenerse en cuenta para obtener la eficiencia de su aplicación en campo.
Micoparasitismo
Uno de los principales mecanismos de acción de los aislados de Trichoderma relacionado al control biológico de hongos fitopatógenos se basa en su capacidad de parasitar a otros hongos (micoparasitismo). Este mecanismo puede actuar junto con otros, como la antibiosis y la competencia (Viterbo et al., 2002). Varios autores han puntualizado que el micoparasitismo representa un proceso complejo en la interacción antagonista-patógeno (Harman, 2000; Howell, 2003; Woo et al., 2006). Este ocurre en cuatro etapas fundamentales: 1) Crecimiento quimiotrófico: donde Trichoderma puede detectar a distancia a sus posibles hospedantes, 2) Reconocimiento: se considera que existe una alta especificidad del antagonista por su sustrato, 3) Adhesión y enrollamiento: que ocurre por la asociación de un azúcar de la pared del antagonista con una lectina presente en la pared del patógeno. Por último, la cuarta etapa que consiste en la actividad lítica donde la producción de enzimas líticas extracelulares, tales como quitinasas, glucanasas y proteasas degradan las paredes celulares del organismo patógeno y posibilitan que las hifas de Trichoderma penetren al hospedero. El micoparasitismo concluye con la pérdida del contenido citoplasmático de la célula hospedante, que muestra síntomas de disgregación. Por otra parte, en este mecanismo de acción se debe resaltar que las enzimas desempeñan una función esencial, dado que la penetración de la hifa de Trichoderma en su hospedante está regida por la maquinaria enzimática de este antagonista y depende más del aislamiento y del hospedante, que de la propia especie del biocontrolador (López et al., 2010; Martínez et al., 2013). Además, estas actividades enzimáticas están codificadas por genes relacionados con el micoparasitismo y su conocimiento es de gran ayuda con el interés de mejorar la eficacia de estos microorganismos en el control biológico.
Estimulación del crecimiento vegetal
Otro de los mecanismos antagonistas producidos por el género Trichoderma consiste en la estimulación del crecimiento vegetal. Varios aislados de este controlador biológico son capaces de producir más de 70 metabolitos, entre ellos sustancias estimuladoras del crecimiento y del desarrollo de las plantas. Este grupo de microorganismos son capaces de secretar determinados compuestos de naturaleza hormonal así como diferentes ácidos orgánicos que disminuyen el pH del suelo (Bailey y Lumsden, 1998; Singh et al., 2016; Youssef et al., 2016). Además, poseen la capacidad de solubilizar los fosfatos y otros nutrientes. De esta manera mejoran el desarrollo de la planta. Por otra lado, Verma et al. (2007) puntualizaron que las enzimas hidrolíticas que producen movilizan la materia orgánica del medio y de esta forma mejoran la absorción de compuestos más simple por la planta y finalmente influyen en su estado nutricional. A pesar de las investigaciones realizadas se requiere de estudios mayores para definir con claridad los mecanismos que están involucrados en la estimulación del crecimiento de las plantas, por parte de las diferentes especies de Trichoderma.
Inducción de resistencia
Varios autores han puntualizado que durante la interacción planta-antagonista, algunas cepas de Trichoderma pueden activar un mecanismo nativo de defensa en las plantas conocido como Inducción de Resistencia Sistémica. La activación de estos mecanismos suponen que pueden controlar a agentes patógenos distantes del lugar donde se encuentran físicamente el antagonista (Hatman et al., 2004; Schuster y Schmoll, 2010). Estos mecanismos aceleran la respuesta frente al agente fitopatógeno y mejoran de este modo la resistencia de la planta. A su vez, permite disminuir la incidencia de la enfermedad en la planta. Incluso, existen evidencias de este modo de acción frente a nematodos (Sharon et al., 2011). Diversas clases de compuestos pueden ser secretados por Trichoderma en la zona de la rizosfera y a su vez estar relacionados con la Inducción de Resistencia Sistémica en las plantas. En el primer grupo de compuestos se encuentran las proteínas con actividad enzimática o de otro tipo. Según algunos autores (Martínez et al., 2001; Brotman et al., 2008) plantean que algunas de estas proteínas liberadas por Trichoderma al parecer inducen solo respuestas locales y necrosis. Sin embargo, otras activan mecanismos de defensa en plantas como los productos de los genes de avirulencia (Woo et al., 2006; Woo y Lorito, 2007). Otra clase de elicitores de defensa en las plantas incluyen los oligosacáridos y compuestos de bajo peso molecular secretados por la acción de enzimas de Trichoderma.
Atendiendo a lo anterior, los resultados recogidos en la literatura científica confirman el efecto benéfico de este antagonista en la inducción de defensa en plantas. Sin embargo, se requiere esclarecer y profundizar aún más en los conocimientos acerca de Trichoderma como inductor de resistencia en plantas.
Utilización de Trichoderma spp. como agente de control biológico y su potencial en el desarrollo sostenible de la agricultura
El género Trichoderma presenta diferentes mecanismos de acción que pueden ser aprovechados para la promoción del crecimiento de las plantas tanto en la nutrición como en la protección.
En América Latina, la moniliasis causada por Moniliophthora roreri constituye una de las enfermedades más destructivas en el cultivo del cacao (Theobroma cacao L.) (Seng et al., 2014). Por ejemplo, en las plantaciones de cacao en México se presentan pérdidas hasta del 60% de la cosecha por su incidencia (Gómez et al., 2015; Martínez y Pérez, 2015). Sin embargo, una alternativa de control biológico a esta enfermedad es el uso de Trichoderma spp. (Cordero, 2010). Estudios realizados por Villamil et al. (2012) determinaron que las especies T. virens y T. harzianum aisladas del agrosistema cacaotal en el sur de México presentan 70% a 100% de antagonismo frente a M. roreri lo cual evidencia su potencial como agentes antagónicos. Por otra parte, Aneja et al. (2005) probaron que la especie T. harzianum produce, y secreta ácido noanoico en el medio de cultivo líquido que resultó inhibitorio para la germinación de esporas, y para el crecimiento micelial de M. roreri. Mientras, Hoyos et al. (2009) observaron un aumento en la producción de biomasa vegetal, así como en la resistencia bajo condiciones de estrés e incremento en la absorción de nutrientes en el cultivo de cacao.
Otro ejemplo, se encuentra en la región Ucayali en Perú donde con aplicaciones de T. harzianum y T. viride al follaje cada 14 días, disminuyó tanto la incidencia, como la severidad de la moniliasis en el cultivo de cacao (Verde, 2007). Sin embargo, en el cultivo de arroz (Oryza sativa L.), Garrido (2009) incorporó T. harzianum en los restos de cosecha y observó una reducción hasta del 50% de los esclerocios y de 13.40% de la severidad de R. solani en el cultivo. También en el cultivo de arroz Rodríguez et al. (1999) realizaron aplicaciones aéreas de T. harzianum, a las dosis de 5 y 10 kg ha-1 lo cual permitió disminuir la incidencia de R. solani en 30%. Por tales razones se utiliza con mayor frecuencia T. harzianum y T. viride en diferentes biopreparados comerciales y formulaciones como promotor del crecimiento vegetal y biocontrol de hongos fitopatógenos en plantas (Youssef et al., 2016).
Harman (2000) comparó el desarrollo de varias plantas con, y sin aplicación de biocontroladores. Mediante sus estudios se demostró que Trichoderma spp., no sólo protege la planta sino que estimula su crecimiento y la absorción de nutrientes. En este sentido, Páez (2006) obtuvo que una cepa de Trichoderma contribuye al crecimiento de las raíces de maíz (Zea mays L.) y algunos pastos lo cual brindó a estos cultivos mayor resistencia a la sequía. En el cultivo de frijol (Phaseolus vulgaris L.) este mismo autor observó que aislamientos seleccionados de Trichoderma estimularon la germinación y la altura de plantas de frijol con una ganancia en peso de 60% aproximadamente. Por su parte, Mathivanan et al. (2005) lograron un incremento significativo del crecimiento y floración en plantas de arroz con aplicaciones de T. viride. Otro grupo de autores determinaron la influencia de la esterilización parcial del sustrato, en la fase de adaptación de plantas in vitro de Syngonium sp.; y su combinacion con T. viride. En los resultados, dichos autores mostraron el efecto estimulante de este hongo antagonista sobre el crecimiento y la supervivencia de las plantas in vitro en la fase de adaptación del cultivo (Companioni et al., 1998).
Otro ejemplo donde se muestran las funciones beneficiosas que brinda este hongo antagonista, son estudios realizados en diversos cultivos en cuanto a la protección de plantas. En particular, para el control de P. nicotianae en piña (Ananas comosus L. Merr) mediante el empleo del hongo antagonista T. viride se recomienda aplicar en mezcla con el sustrato (zeolita + cachaza) una concentración de 108 esporas ml-1 de T. viride; en el momento de la plantación de las plantas obtenidas in vitro que pasan a fase de aclimatización como parte del protocolo de propagación (Yanes et al., 2000). Igualmente, Shoresh et al. (2010) lograron la colonización de las raíces de pepino (Cucumis sativus L.) con T. asperellum lo que indujo resistencia a Pseudomonas syringae pv. lachrymans en el follaje. Por su parte, Alonso et al. (2018) aislaron cepas nativas de Trichoderma spp., y probaron el efecto in vitro frente a Rosellinia necatrix y Verticillium dahlia. Ambos, organismos patógenos importantes en el cultivo de rosa (Rosa spp.), en la región florícola del sur del Estado de México. En dicho estudio determinaron el grado de competencia por medio de cultivo dual y metabolitos volátiles de las diferentes cepas de Trichoderma spp. (SS1, SS2, y Cu-B). Los resultados mostraron que las cepas SS1 y Cu-B, en el cultivo dual presentaron los mayores porcentajes de inhibición respecto a ambos agentes patógenos. Sin embargo, en el efecto de metabolitos volátiles las cepas SS2 y Cu-B alcanzaron los mejores porcentajes de inhibición con respecto a los hongos fitopatógenos evaluados. Ello indicó que las cepas de Trichoderma presentan diferentes mecanismos de acción in vitro. Estos resultados evidencian la importancia de realizar estudios previos para la selección de la cepa según su especificidad y mecanismo de acción con la finalidad de garantizar el éxito en la formulación y su posterior aplicación en campo.
En contraste, Cervantes et al. (2010) evaluaron la acción antagónica de aislamientos nativos de Trichoderma de la Comarca Lagunera, en México frente a una cepa de Phymatotrichum omnivorum, agente causal de la enfermedad conocida como pudrición texana de las raíces en el algodón (Gossypium hirsutum L.). En el estudio encontraron que las cepas nativas de las especies T. harzianum, T. koningii, T. pseudokoningii presentaron un control efectivo frente a P. omnivorum que muestra la potencialidad para su utilización. En cambio, Méndez et al. (2016) evaluaron el antagonismo de aislamientos de Trichoderma sp. provenientes de zonas productoras de cebolla (Allium cepa L.) con respecto a Stromatinia cepivora; agente causal de la enfermedad conocida como pudrición blanca en el cultivo de la cebolla. Para ello realizaron pruebas in vitro e in vivo con la finalidad de mostrar la efectividad de las cepas de Trichoderma aisladas. Como resultado la cepa identificada como T. asperellum resultó ser antagónica con respecto a S. cepivora, tanto en pruebas in vitro como en el campo. El efecto observado permitió seleccionar la cepa óptima para el control de S. cepivora así como para su posterior aplicación en estrategias agroecológicas en el manejo del cultivo frente a este hongo fitopatógeno.
El control de enfermedades en la etapa de semillero constituye una tarea difícil para lograr el mayor porcentaje de supervivencia en las plántulas por su elevada sensibilidad junto a la limitación en muchos casos de utilizar fungicidas de síntesis química. Es por ello que el empleo de medidas de control biológico ha sido demostrado como uno de los métodos efectivos. Stefanova (1997) planteó que el tratamiento de las semillas constituye la forma más extensiva del uso de Trichoderma spp., por la ventaja que ofrece en brindarle a la plántula naciente una protección inmediata.
En Cuba, con el tratamiento de semillas de tomate (Solanum lycopersicum L.), pimiento (Capsicum annuum L.) y en tabaco (Nicotiana tabacum L.) con Trichoderma se protegen de forma efectiva a las plantas frente a R. solani sin necesidad de tratamiento al suelo previo a la siembra (Stefanova, 2007). Otro ejemplo se encuentra en el cultivo de arroz (Oryza sativa L.) donde Mathivanan et al. (2005) emplearon el tratamiento combinado a semilla y suelo con la cepa de T. viride (NCC 34) unos 25 días previos al trasplante y lograron una reducción de la incidencia del tizón de la vaina. También, Meneses et al. (2008) proponen el tratamiento de semillas con Trichoderma de forma óptima para el control de Sarocladium oryzae mientras, Martínez et al. (2008) para el control Rhizoctonia sp. demostraron que las aplicaciones a las plantas antes del trasplante y durante el primer estrés hídrico del cultivo se logra una eficacia técnica de más del 70% con dos cepas de T. asperellum, incluso se estimula el ahijamiento de las plantas. Otros autores, en semilleros de algodón (Gossypium hirsutum L.) obtuvieron cerca del 60% de reducción de la pudrición del cuello, causada por R. solani, cuando se aplicaron dos aislamientos de T. asperellum (Hoyos et al., 2008). De igual forma, en el cultivo de tomate Jiménez et al. (2011) realizaron aplicaciones de T. harzianum en la etapa de semillero, en el momento del trasplante y a los quince días después del trasplante. Estos autores observaron efectos beneficiosos tanto en el crecimiento aéreo como en la raíces de las plántulas.