En los primeros días de 2020 ya era tema en revistas y otras publicaciones científicas la aparición de un nuevo virus que puso en pausa a la humanidad: “La ciudad de Wuhan en China es el centro de atención mundial debido al brote de una enfermedad respiratoria febril debida a un coronavirus 2019-nCoV…”.1) Comenzaban así para la comunidad científica del mundo, más preguntas que respuestas acerca del virus y los antecedentes investigativos pasaron a ser el centro de atención; los estudios abordaron áreas claves en cuanto a la virología, características clínicas, opciones terapéuticas y preventivas, transmisión del MERS-CoV, etc.2
Los científicos habían venido alertando desde mucho antes sobre la posibilidad de brotes de nuevos virus y la necesidad de invertir recursos para su enfrentamiento, pero se impuso la fórmula de la teoría capitalista del mercado y las consecuencias no se hicieron esperar sobre todo en América Latina, caracterizada como la región más desigual del planeta; según informe de la Cepal en el año 2018: “… el 30,2 % de los latinoamericanos son pobres y el 10,2 %, pobres extremos”,3) lo que significa que gran parte de la población latinoamericana no cuenta con los recursos elementales para una vida digna.
Megaciudades modelos de capitalismo exitoso han sido duramente golpeadas por la pandemia; en Brasil, ciudades emblemáticas como San Pablo y Río de Janeiro; y en Ecuador, Guayaquil, uno de los más importantes puertos del Pacífico donde la realidad ha superado las estadísticas por la cantidad de contagios y muertes imposibles de contar; verdades que permiten vislumbrar el entretejido social y las deformaciones típicas de las sociedades capitalistas en el panorama mundial actual.
Se enfrenta no solo una crisis sanitaria provocada por la enfermedad, sino más bien: “… es lo que las ciencias sociales califican de hecho social total, en el sentido de que convulsiona el conjunto de las relaciones sociales y conmociona la totalidad de los actores, instituciones y valores”, según Ignacio Ramonet expresó en su artículo La pandemia y el sistema del mundo, publicado en el diario “La jornada” en Buenos Aires.
La imagen del neoliberalismo se profundiza en medio de un contexto de crisis estructural que agrava las condiciones básicas para enfrentar sus efectos con los recursos necesarios. Cuba, sin embargo, ha demostrado las fortalezas de la prevención para controlar la propagación del virus, a la que se une la comunidad como escenario principal de participación popular y los sectores educativo y de salud; con vínculos esenciales que parten de la voluntad de su gobierno.4
Brasil y Ecuador, tras un largo período de gobiernos de izquierdas, han mostrado un franco retroceso en los proyectos sociales llevados a cabo y tras el impacto de la pandemia, dejan ver la cara más cruda del neoliberalismo golpeando a los sectores más vulnerables; imágenes surrealistas recorren el mundo y las cifras de contagios y muertes nunca se sabrán con certeza.
En Brasil, tras un discurso de corte fascista y lleno de una brutal ignorancia, se menospreció la letalidad del virus desde los inicios del mes de marzo, convirtiéndose en un obstáculo para la implementación de medidas de aislamiento y distanciamiento social. Esta postura agravó sobremanera la crisis de poder y la propia grieta que ya se perfilaba en el gabinete de gobierno. En momentos de aunar fuerzas para el combate y enfrentamiento, la crisis política impidió tomar medidas certeras y destinar recursos financieros para enfrentar la situación.
En Ecuador, amparados en el llamado Plan Nacional de Desarrollo 2017-2021 y tras un discurso presidencial a favor de: “… los que menos tienen, [se abogó por] un país de derechos, con estabilidad económica, trabajo y empleo dignos, el derecho a la salud y educación y servicios públicos de calidad, así como la reducción de la desigualdad”.5 Se tomaron crueles medidas contra los más desfavorecidos: ocupados en pagar la deuda externa en medio de la pandemia se hacían pactos con el Fondo Monetario Internacional por un lado; mientras para maquillar la dura realidad, se ofrecía: “un bono de 70 dólares” a los más vulnerables; por otro lado, se suprimía la oportunidad a los hijos de esos hogares, los más golpeados por la pandemia, a seguir sus estudios universitarios como consecuencia de una severa reducción presupuestaria de 100 millones de dólares a las universidades: “por la emergencia sanitaria”.
En momentos en que la gran mayoría de gobiernos sumaron esfuerzos para contribuir financieramente con la OMS, aportando recursos y apoyando los estudios científicos en torno a la búsqueda de una vacuna y protocolos médicos acertados, paradójicas resultan las medidas en ambos países: en Brasil lo fue el recorte casi total de presupuestos destinados a reforzar el Sistema Único de Salud, un desafío para la red de hospitales públicos y del cual dependen el 75 % de los brasileños, lo cual se agravó con la ausencia total de un ministerio de salud y su ministro; en Ecuador su gobierno no alcanza a establecer el nexo que existe entre salud y la educación a favor del desarrollo humano.
Realidades similares en los gobiernos de derecha de ambos países de América Latina bajo el impacto de la COVID-19; el aislamiento social como medida preventiva para evitar el contagio abrió más la brecha entre las clases sociales, donde solo una ínfima parte de la población pudo ponerse en pausa como alternativa de vida, exponiendo a la gran mayoría a la muerte; y es que: ¿qué hacer en situaciones de desempleo generalizado o incapacidad física para trabajar? ¿cómo cuidar de la salud individual y colectiva? ¿cómo hacer frente a la educación básica de los niños, la protección pública de los pobres, la vivienda adecuada, la alimentación, la seguridad social? Todo esto es un conjunto de interrogantes existenciales por las cuales los seres humanos ejercen sus libertades. Estos cuestionamientos podrían ser parte de una agenda de necesidades humanas básicas, que dependerían fundamentalmente de la ética social y economía política para ser atendidas. Pero esta es una problemática que no está hecha por las teorías de la economía de mercado.6
Ecuador ofreció una imagen deteriorada ante el mundo en los meses de mayor azote del virus, por la corrupción y la incapacidad de tomar las riendas ante una realidad casi surrealista: por un lado, el escándalo sobre la compra pública de mascarillas y kits alimenticios a sobreprecio; mientras las personas morían en las afueras de los hospitales y en las calles olvidados a su suerte lo que llevó a juicio a altos funcionarios del ministerio de salud; por otro, las denuncias acerca de más de 1600 profesionales de salud contagiados por falta de insumos, de los cuales muchos no sobrevivieron.
En Brasil como en Ecuador la crisis sanitaria llegó a agravarse considerablemente por las diferencias internas de los respectivos gobiernos sobre el manejo de la pandemia; en ambos países la renuncia de los ministros de salud dejó al descubierto la real situación inmanejable de sus gobiernos y puso a la población en un estado de completo terror.
Se concluye que se corroboran las consecuencias de las llamadas democracias capitalistas, donde siempre quedará abierta la interrogante del politólogo y sociólogo argentino Boron7 al manifestar la distorsión y las ambigüedades del propio término democracia: “¿democracia “de” quién?, ¿“por” quién?, ¿“para” quién?”