Introducción
Es usual considerar como arquitectura al conjunto de edificios en los que se desarrollan las actividades de grupos humanos diversos, sea cual fuere su nivel de desarrollo. Comprendido como “arquitectónico” está también el cuerpo de conocimientos que permiten ejecutar esta práctica. El presente trabajo pretende relievar el hecho de que la arquitectura, forma parte imprescindible del complejo sistema cultural que, dentro de la sociedad humana, establece lazos, delimita comportamientos, estructura relaciones en una gama infinita y compleja de aspectos.
Se puede definir a la arquitectura como la actividad humana cuyo objetivo es producir espacios habitables. Esta proposición, se compone de dos elementos: espacios habitables y actividad humana. La noción de habitar, examinada exhaustivamente en el medio académico, cambia a medida que el contexto se modifica. Para Heidegger (2014), habitar implica el modo de ser humano en la tierra; esto conduce al segundo elemento en el que lo importante es que la arquitectura debe connotarse como actividad privativa de seres humanos, infiriendo de esto:
los espacios producidos por la arquitectura, serían cualitativamente distintos de aquellos producidos por especies vivas no humanas aun si comparten entre ellas el rasgo de habitabilidad.
lo humano se connota como un estado especial de vida activa.
La especie humana se construye a sí misma en un movimiento cultural. Cultura es un proceso universal, presente en todas las formaciones sociales, mediante el cual el grupo se organiza en un movimiento creciente de conocimiento del mundo que le permite actuar en provecho propio. Ser humano es estar inserto en cultura y esta es el resultado de la relación causal entre trabajo y lenguaje, durante el cual la aprehensión del mundo adquiere características particulares.
Desarrollo
El lenguaje humano no es un proceso simple de comunicación. Al menos dos instancias señalan su especial condición: distingue lo verdadero de lo falso -lo que permite la construcción de cuerpos de pensamiento específicos como la ciencia- y vehiculiza la expresión que puede ser enfática, elocuente, admirativa, concisa; variedad pequeña pero que da cuenta de su complejidad.
Humanidad, lenguaje, trabajo y cultura son categorías sistémicas (Fig. 1).
Definida la arquitectura como actividad humana se advierte la mutua dependencia entre arquitectura y lenguaje. Esto puede entenderse desde varias vertientes, la más simple establecería que la arquitectura actúa como lenguaje al generar un sistema de códigos mediante los cuales representa lo diseñado. La representación en arquitectura ha tenido un desarrollo histórico paralelo a la historia de la civilización. En relación a esto se puede tomar como referencia la idea de infinito y la puesta en orden de la perspectiva en el Renacimiento o también al fundamentalismo geométrico, que propone entender la arquitectura reduccionistamente como un juego de planos, líneas, volúmenes. Aquí no se trata de eso, o, más precisamente, no sólo de eso. Otra vertiente explica la relación entre arquitectura y lenguaje asumiendo la existencia de un valor simbólico, lenguajero, que se presenta como un plus frente al puro valor utilitario y que incide sobre el valor de mercado, así se entienda o no su importancia. La idea, de modo general, es que la arquitectura, permite a la sociedad humana decir de sí misma y poner en evidencia las características especiales de su estructura, justamente poniendo en juego el sistema de valores éticos y estéticos vigentes.
Se presenta aquí, en esto, una proposición apodíctica que rezaría así: siendo una actividad humana, la arquitectura asume un valor simbólico. Afirmar que esta es una proposición apodíctica implica decir que es cierta en todos los mundos posibles. ¿Cuáles? Aquellos en los que existan seres humanos, en cualquier dimensión geográfica o registro temporal, con cualquier organización económico productiva y también con cualquier nivel de desarrollo. Siempre, la arquitectura asumirá un valor simbólico, cuya comprensión es imprescindible a quienes participan del conjunto comunitario y lo es, principalmente, gracias a lo que su forma evidencia (Fig. 2).
Dos interrogantes surgen a partir de aquí: en que consiste el valor simbólico de la arquitectura y como se efectúa. De modo breve, se precisa que lo simbólico permite al humano adjudicar a un significante más de un significado. En el caso de la arquitectura el significante por excelencia es el edificio, el objeto arquitectónico como tal; en relación a este se produce el significado primario que remite a la función propia del objeto y están, además, los varios posibles significados secundarios que establecen el estatus del objeto dentro del contexto imaginario en que el sujeto vive. La trama simbólica se arma en el juego entre el significante y los significados posibles los cuales dependen de la calidad del contexto y de la posición del sujeto interpretante dentro del mismo. La Basílica de San Pedro y la plaza que la precede se organizan en función de un par de ejes simbólicos que permiten unir en una trama al mismo tiempo histórica y espacial el lugar del martirio de San Pedro, marcado por el obelisco y su tumba, situada sobre el mismo eje de simetría que se cruza con la coordenada en la que están, en sucesión grandiosa la cúpula y el baldaquino. La sensación, para el visitante es de un avance ascensional que marca el poder y la gloria de la iglesia católica.
Para ejercer la función simbólica la arquitectura se comporta como un lenguaje. Es decir, al igual que este comunica y expresa elaborando frases discursivas con intención representativa. Monumental o anti monumental, por ejemplo, son interpretaciones que se pueden adjudicar a un objeto arquitectónico y que han sido logradas mediante estrategias compositivas específicas. Llegado a este punto, se encuentra que la conjunción de elementos, su presencia, su uso regulado -proporción, jerarquía, unidad- e incluso su ausencia van a conformar el efecto discursivo que el arquitecto busca crear. De cualquier modo este efecto tiene un decurso histórico dentro del cual las lecturas posibles varían. En este caso, lo necesario, arquitectura y sociedad, soportan el efecto de lo contingente marcado por las características que asuma el entorno histórico. Caso particular al respecto es el ciframiento que esconde en sus pisos y arcadas el Palazzo de la Civilitá Italiana, conocido como Colosseo Quadrato en su intención múltiple de honrar al pasado imperial romano y al líder fascista Benito Mussolini. Las vicisitudes históricas pusieron un toque vergonzante a esta memoria (Fig. 3).
Debe precisarse que lo necesario para el funcionamiento de un lenguaje está dado por los elementos que lo integran, sus relaciones y la intención expresiva. Los elementos, mínimos o no, son de índole funcional y formal a la par. Sus relaciones se establecen mediante una especificidad sintáctica, puesta en juego junto a una intención semántica, que depende de las características contextuales y que permite establecer diferencias evidentes. Esta correspondencia entre las formas y el contexto ha sido interpretada tradicionalmente como “época” o “estilo”. Desde la perspectiva de este trabajo, las diferencias formales se sitúan siempre dentro del rango de lo que el contexto desea de sí mismo. Es a posteriori que las lecturas hechas sobre la realidad física de la arquitectura ponen en evidencia que en relación al contexto -organización específica de la sociedad, su modo de producción y su nivel de desarrollo- se han producido modificaciones a veces drásticas, que concitan formalidades distintas, como sucedió en el momento que demandó el surgimiento de la Modernidad, circunstancia precisada con retórica de manifiesto por Antonio Sant’Elia.
La intención expresiva se sostiene de dos aspectos hasta cierto punto complementarios: por una parte, la búsqueda de lo bello, de un efecto estéticamente agradable y por otra la voluntad de indicar algo que va más allá de lo llanamente estético. Entre ambas la función simbólica de la arquitectura encuentra expresión plena. El entendimiento de lo bello es siempre temporal -la disyuntiva ornamentación o no ornamentación, por ejemplo- el edificio de Loos en la Michaelerplatz, y el disgusto del emperador dan buena cuenta histórica del problema pero, más allá de esto, la arquitectura puede mostrar, ocultar, enaltecer, intimidar, ser honesta o falaz. ¿A qué se alude? A casos como el Gran Hall de la Cancillería de Hitler, a los vacíos en el Museo Judío de Libeskind en Berlín, a las fachadas “remake” histórico en Las Vegas o a los tromp l’oeil en el barroco, por decir algo.
Un caso particularmente notable es la demanda de honestidad esgrimida por los modernos. ¿Una arquitectura honesta? Lo que implica, de modo inmediato que las habría deshonestas. Si arquitectura fuese puramente lenguaje estaríamos ante una dicotomía del orden de Retórica, o Parresía. Esta demanda de honestidad constituyó un supuesto esencial para el surgimiento del nuevo lenguaje y puso límites a la libertad creativa. Según Camacho (2011), “en ética "necesario" se transforma en "obligatorio", "posible" en "permitido", "imposible" en "prohibido" y "contingente" en "indiferente”. Observando el panorama de la década gloriosa de la construcción del lenguaje moderno, observamos que estas categorías estaban presentes al momento de diseñar y, de algún modo se conservan en la memoria creativa de muchos arquitectos.
En lo que se refiere a la búsqueda de la belleza -una exigencia vitruviana raramente discutido- un examen histórico muestra que el comportamiento de la arquitectura se puede aproximar a la teoría de los paradigmas de Kuhn. En este caso, “permitido” y “prohibido” encuentran sostén en algo que identificado como el referente estético admitido dentro de la vigencia del contexto. Contreras (2004), quien estudia la teoría de Kuhn, plantea que “los paradigmas son realizaciones científicas universalmente reconocidas (dogmáticas) que, durante cierto tiempo proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica en particular” (p. 43). Es necesario resaltar que la teoría original establece que a partir de los paradigmas se conforman comunidades -en lo que interesa a Kuhn- de científicos. Estas comunidades, que adhieren a un paradigma pasan por períodos de transición en los que una nueva referencia desaloja y reestructura el conocimiento anterior. La interpretación que se esgrime aquí es que un evento similar se produce entre las comunidades creativas, en este caso particular, la de los arquitectos.
Para la arquitectura, la adopción y vigencia de un término de referencia a nivel estético, crea comunidad, reglas y modos de comportamientos aceptados, equivalentes a éticamente válidos. El referente esencial general para el lenguaje Moderno fue la máquina y a partir de éste y de su método de trabajo, el funcionalismo racionalista creó una estética propia. Los sucesos que advinieron después del fin de la segunda guerra mundial provocaron la crisis de la Modernidad para toda la civilización occidental -la interrogación acerca de si la razón es el único modo legítimo de aprehender el mundo- y concomitantemente, el cuestionamiento del paradigma. Un primer resultado visible es la proliferación de referencias en las que se inscribe la expresión formal de la arquitectura posmoderna, particularidad que llama la atención, pero sobre la cual no se establece una sistematización teórica sustentable.
En este momento, se debe poner atención sobre un aspecto particular del problema, el del Lenguaje Formal Arquitectónico. Recordemos la cita de Foucault (1996), “el lenguaje es, como se sabe, el murmullo de todo lo que se pronuncia, y es, al mismo tiempo, ese sistema transparente que hace que cuando hablamos, se nos comprenda; en pocas palabras el lenguaje es a la vez todo el hecho de las hablas acumuladas en la historia y además el sistema mismo de la lengua”. (p. 37)
Tomando esta idea y trasladándola al campo de la creación arquitectónica se pueden establecer tentativamente ciertos términos de entendimiento. Lenguaje Formal Arquitectónico es un lugar asumido por la totalidad del discurso producido -enunciados e intención simbólica-, comprensible gracias a la existencia compartida de códigos culturales (Fig. 4).
En un reciente aporte teórico, Schumacher (2011), afirma que “la arquitectura es un sistema de comunicaciones: El término arquitectura es usualmente asumido para denotar ya sea cierta clase de artefactos -la clase de todos los -buenos- edificios- o un dominio de conocimiento académico que concierne a dicha clase de artefactos, o, finalmente a la actividad profesional dirigida hacia la producción de dichos artefactos. Sin embargo, arquitectura como sistema de comunicaciones no es la sola colección de los artefactos, no la simple forma de conocimiento, ni tampoco la particular práctica profesional. Más bien reúne las tres categorías: artefactos, conocimiento y prácticas -todo entendido como comunicaciones que se conectan entre sí en una red continua”. (p. 17)
La intención es indicar, en relación al rol del creador y su libertad expresiva, que esta se mueve dentro de un campo de lenguaje que lo precede y dentro del cual su contribución está marcada por los límites del contexto y la cultura. Las formas, es posible argumentar, son el resultado de la fértil producción de creadores individuales que, a veces, pueden tener rasgos geniales. Si se responde a esto con una hipótesis, la de que existen paradigmas estéticos cuya vigencia depende de la consistencia del contexto se encuentra inequívocamente una relación causal para la expresión arquitectónica que trasciende el deseo individual del creador sin restar por esto su importancia. En este caso, el creador, si es posible decirlo, es una contingencia necesaria y su obra, si bien depende de las elecciones que asuma, está sujeta a la realidad temporal en la que se inscribe.
Este último punto resulta importante en extremo porque introduce parámetros racionales para la comprensión de ciertos acontecimientos en el campo de las elecciones formales, siendo esta la ventaja que se desprende de introducir elementos conceptuales para examinar un problema. Nesbitt (1988), en su Theorizing a new agenda for Architecture señala que “la falta de dominancia de un solo punto de vista es característica del período pluralista imprecisamente llamado posmoderno”. (p. 16) Esa herencia posmoderna se comprende por el cuestionamiento necesario del paradigma moderno que hasta ahora no ha podido ser suplantado por otro modelo igualmente eficiente, de ahí la pluralidad de referentes que caracteriza la realidad arquitectónica de los últimos decenios y su aparente falta de rigor ético. El Lenguaje -instancia general- al convertirse en Lengua y Habla, se plasma en lo que reconocemos usualmente como realización de época y estilo.
La arquitectura, como ejercicio cultural y en tanto que lenguaje actúa como herramienta de representación de las estructuras sociales. Hall (1997), indica que “pertenecer a una cultura es pertenecer al mismo universo conceptual y lingüístico, es saber cómo los conceptos e ideas se traducen en lenguaje, y como el lenguaje se refiere, hace referencia al mundo” (p. 8). Conocer esta instancia y recordarla al trabajar en arquitectura crea una dimensión drásticamente diferente en su nivel epistémico.
Conclusiones
La arquitectura, en tanto que sistema de comunicación crea el entorno físico y expresivo en el que se desenvuelve la sociedad humana. Al hacerlo cumple, dentro de esta, una función designada como simbólica y lo hace asumiendo una estructura similar a la del lenguaje. Esta relación le permite funcionar sobre la base de códigos cuya comprensión y uso depende del contexto. Cada periodo histórico busca representarse a sí mismo con expresiones propias de lo que se deriva la movilidad de todo el sistema.