Introducción
El mundo globalizado se ha construido sobre la base del conocimiento que las generaciones antecesoras han permitido. Sin embargo, “ese desarrollo alcanzado por algunos no es la realidad de todos los países del mundo, por lo que sin lugar a duda el mismo no es homogéneo, que permita el aseguramiento e integración en un mundo cada vez mejor, competitivo y polarizado”. (Martín & Pemberton, 2007, p.80).
Es innegable que la parte socioeconómica afecte sustancialmente a la población mundial menos favorecida, de ahí la necesidad de mirar a la investigación social como llave de acceso al conocimiento, dado que la misma se convierte en uno de los ejes dinamizadores del desarrollo social en todos los ámbitos del quehacer humano y de modo especial en la educación superior.
Lo anterior explica por qué la formación en investigación social en la carrera de educación se ha convertido en una necesidad imperiosa, toda vez que, los cambios en la educación implican también cambios en la formación profesional pedagógica, ya que se hace indispensable la formación de un profesional capaz de auto perfeccionarse, instrumentar los cambios necesarios y deseados en su contexto de actuación profesional, pero más aún, motivado a buscar y proyectar continuamente, nuevas alternativas fundamentadas científicamente, que contribuyan a perfeccionar la realidad educativa en la que se desarrolla profesionalmente.
Es esta la razón que fundamenta la necesidad del análisis del papel que juega la investigación social, valorando la calidad educativa de las actividades que se relacionan con las tareas de producción de conocimientos, no solo por lo que toca a la producción de cuadros de alto nivel sino también por lo que toca a las repercusiones que esto tiene sobre el conjunto de las estructuras académicas de las universidades, toda vez que es en ella donde se forman una enorme cantidad de profesionales que se dedican a las tareas docentes y de nueva producción de conocimientos (Espinoza, 2015).
La estrategia metodológica que se siguió en la investigación se basa predominantemente en el paradigma cualitativo y el empleo de los métodos de observación, revisión bibliográfica y documental, histórico-lógico y analítico-sintético, así como la aplicación de técnicas para la recogida de información, particularmente entrevistas y cuestionarios. Es una metodología explicativa que vincula los paradigmas cuantitativo y cualitativo, lo que permite triangular las informaciones obtenidas, con los análisis teóricos concluyentes para reflexionar y profundizar en la importancia y necesidad de desarrollar la investigación social en la formación inicial de los docentes en la carrera de educación.
Desarrollo
Los antecedentes de la formación en la investigación social en Ecuador no pueden verse sino, vinculados al proceso histórico-cultural de la Nación. Para la historia está claro que el desarrollo del pensamiento social va ligado a las condiciones específicas bajo las cuales se producen las ideas. Y que, además, las personalidades que se destacan en ese pensamiento representan la época de sus propias ideas.
Pero eso no es todo. El pensamiento social también expresa intereses, necesidades, posicionamientos, dentro de un marco de contradicciones sociales entre sectores que visualizan la realidad de un modo distinto y en función, precisamente, de esos intereses. Estas son premisas fáciles de expresar, pero difíciles de concretar en un examen global del pensamiento social, tan complejo y variado, con múltiples representantes a cada paso histórico (Paz, 2014).
Ecuador, desde luego, es un país que ha generado pensamiento propio. En este sentido, es raro encontrar referencias amplias sobre el Ecuador. En cambio, cada vez más las ciencias sociales se interesan por la situación actual del país.
El territorio que hoy constituye la República del Ecuador fue poblado hace unos doce mil años atrás. Se inició con ello la Época Aborigen, caracterizada por una evolución sociocultural a través de varias fases. El Incario incursionó en estos territorios desde el último cuarto del siglo XV. Logró integrar las culturas existentes bajo el dominio del Tahuantinsuyo. En 1532 se inició la conquista española y con ella comenzó la Época Colonial, en la que dominó la cultura y el pensamiento de la élite blanco-criolla, que relegó las expresiones de las capas sociales sujetas tanto a su hegemonía política, como a la explotación económica.
En el siglo XVIII floreció el pensamiento ilustrado quiteño, cuya figura más representativa fue el precursor Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo (1747-1795). El período de la Independencia se extendió entre 1808 y 1822. Se inició con la Revolución de Quito (1808-1822), que el 10 de agosto de 1809 estableció una Junta Soberana, el primer gobierno criollo en la Audiencia y, en mucho, pionero en la Hispanoamérica de la época. Inmediatamente y durante ocho años (1822-1830) el país se integró a la República de Colombia, soñada por el Libertador Simón Bolívar (1783-1830), y lo hizo con el nombre de Departamento del Sur o Ecuador, pero se separó de la Gran Colombia el 13 de mayo de 1830 para formar una república independiente. La impresionante movilización de ideas, pensadores, elites criollas, revolucionarios americanistas y sectores populares, que despertó la gesta de la independencia, con ideales para el establecimiento de una nueva sociedad, basada en los principios republicanos, la igualdad, los derechos ciudadanos y la democracia, fueron frustrados con la instauración de repúblicas oligárquico-terratenientes en todos los países de la naciente América Latina.
La organización de las repúblicas es un asunto distinto. El siglo XIX fue de continuas confrontaciones entre liberales y conservadores. Los ideólogos liberales confrontaron a todo gobierno que afectaba la democracia, conculcaba derechos y arrasaba con las libertades. Su pensamiento, que advertía civilización y progreso en los países de capitalismo central, constituía, bajo las condiciones ecuatorianas, el ideario más avanzado de la época, el que cuestionaba la hegemonía terrateniente, andina y aristocratizante del conservadorismo, el que pretendía avanzar la conciencia social por sobre los dogmas de la fe para dar cauce al imperio de la razón, las libertades individuales y el conocimiento empírico de las realidades.
Con los inicios del siglo XX el mundo cambió y América Latina se vio arrastrada, cada vez más, a la vorágine de la economía y de la política mundial. Prácticamente desde los años veinte se vivió el paso del pensamiento político liberal/conservador a una nueva forma de expresión en dos áreas renovadoras: la economía y el ensayo sociológico. Además, se renovó el pensamiento jurídico, ante el avance social y la conflictividad política, aunque prevaleció la dogmática y la exegética. En los años treinta en Ecuador floreció incluso la literatura social (también el arte), capaz de retratar las realidades impactantes de la pobreza y el atraso en el país, por lo que adquirió un singular sentido de denuncia y realismo.
La primera obra que puede catalogarse dentro del género del ensayo sociológico fue “Psicología y sociología del pueblo ecuatoriano” de Alfredo Espinosa Tamayo, conjunto de artículos escritos en 1916. Se trató de comprender al país en sus distintas expresiones de “raza”, historia, política, economía, salud, educación, cultura y psicología, desde la perspectiva positivista basada en el determinismo geográfico. Siguieron los primeros pensadores influidos por un “marxismo” en asimilación, al calor de la influencia mundial del nacimiento de la URSS (1917), la fundación del Partido Socialista (1926) y del comunista (1931) y la necesidad de explicar la “lucha de clases” que se advertía como dato objetivo de la realidad ecuatoriana.
Se combinaban los rudimentos marxistas con el biologismo y el psicologismo sociales, el “indigenismo” (floreciente en América Latina por la misma época), el antropologismo. Una pléyade de pensadores jóvenes, provenientes de la izquierda ecuatoriana en formación y desarrollo, fueron así los que inauguraron una nueva forma de ver y conceptuar las realidades del país, lo que permitió comenzar a entender el entramado social, con sus diferencias de intereses, las dominaciones históricamente establecidas, los sistemas de explotación generalizados o los juegos políticos. Se empezó a descubrir el país “oculto”, en el cual el Estado, la democracia, las leyes y, en general, todo el sistema, funcionaba al servicio de minorías poderosas. El pensamiento social nació, pues, acompañando a la presencia de las clases medias, los trabajadores y los sectores populares, que reclamaban ser agentes de la historia y no las víctimas de la dominación interna, ni de la que instauraron en el mundo las potencias imperialistas.
El inicio de la década de 1960 estuvo marcado, en toda América Latina, por el triunfo de la Revolución Cubana (1959). Es bien conocido que, para contrarrestar el ejemplo y la influencia cubanas, en los EEUU se iniciaron una serie de políticas de control imperialista sobre la región. Aparecieron los expertos profesores en temas latinoamericanos y sus interpretaciones sobre el “subdesarrollo”, comenzó la injerencia ideológica anticomunista sobre las fuerzas armadas y, sobre todo, se articuló el programa Alianza para el Progreso, destinado a promover la modernización capitalista en los diversos países.
Desde la perspectiva de la evolución del pensamiento ecuatoriano y de la investigación social, en la década de los sesenta adquirió importancia la economía como ciencia, pues ella respondía a las necesidades del modelo desarrollista, por más que los economistas eran seriamente criticados por los grupos de poder tradicionales, que los consideraban librescos y burócratas de escritorio, capaces de “planificar” el país, pero sin conocimiento de su “realidad”. Al mismo tiempo, aparecieron los estudios cada vez más técnicos sobre la realidad ecuatoriana, basados en información económica e investigación social. Con Agustín Cueva (1937-1992) y su obra “El proceso de dominación política en Ecuador” (1972) fijó su línea contemporánea la sociología marxista, anticipada por intelectuales que, además, eran militantes de partidos de izquierda, como Pedro Saad Niyaim (1909-1982), largos años Secretario General del Partido Comunista; y, sobre todo Manuel Agustín Aguirre (1903-1992), fundador del Partido Socialista Revolucionario (1963) y un gran difusor del pensamiento de Marx. La singular obra de Cueva definitivamente superó el ensayo sociológico, porque elaboró un trabajo bien fundamentado, que descubría clases sociales y procesos estructurales al momento de examinar la vida política del país desde sus inicios republicanos, con lo cual quedó atrás la visión personalista y presidencialista que había caracterizado la visualización de la historia nacional.
La ciencia social ecuatoriana se desarrolló a partir de entonces sobre dos bases inconfundibles: el influjo del marxismo como teoría para el examen de la realidad, y la búsqueda de comprensión histórica de los fenómenos sociales.
Nada raro, entonces, que desde fines de la década de los setenta y comienzos de los ochenta, apareciera en Ecuador una generación renovada de intelectuales e investigadores sociales que aportaron al conocimiento en forma decisiva, quedando atrás la visualización que hicieran autores tradicionales, ligados al ensayo, la jurisprudencia y el comentario político. Fue, por lo demás, un fenómeno latinoamericano generalizado, a tal punto que también despegaron editoriales de renombre (Siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, Ariel, Alianza, etc.) y se difundieron en la región obras de autores de indudable valía.
La ciencia social latinoamericana de aquellos años atrajo la atención mundial, sobre todo porque estuvo vinculada al pensamiento crítico, elaboró conceptos e interpretaciones propios para América Latina y arrinconó por completo a las obras y estudios que provenían de las “derechas” intelectuales, incapaces de dar cuenta de la realidad latinoamericana por haber enfocado su pensamiento y acción a la defensa del sistema y al combate al “comunismo” o lo que creían que era.
Por ejemplo, la obra de Aldo E. Solari, “Teoría, acción social y desarrollo en América Latina” (1976) puede considerarse como un resumen de los principales aportes de la sociología latinoamericana de aquellos tiempos.
La corriente denominada Nueva Historia alcanzó notoriedad al iniciarse la década de los ochenta e incluso fueron publicados 15 tomos de la “Nueva Historia del Ecuador”, con artículos innovadores de una generación de investigadores sociales que representaron no solo lo mejor de la academia, sino el compromiso intelectual con el cambio, pues a través de la investigación social habían podido dar cuenta de las realidades del país en sus distintos ángulos de vida y, por ello mismo, no podían sino vincular su trabajo intelectual al compromiso social por una nueva sociedad, ya que era evidente el predominio crítico de su pensamiento frente al atraso, el “subdesarrollo”, la explotación y la pobreza, es decir, las evidencias del capitalismo ecuatoriano y latinoamericano que tales investigadores demostraron a través de múltiples escritos.
No solo alcanzó primacía nacional la economía, la sociología y la historia críticas, sino también la antropología y la filosofía, rama que descolló con aportes igualmente inéditos, pues casi por primera vez se daba cuenta profunda de la trayectoria que había tenido la historia de las ideas en Ecuador, a través de una serie de intelectuales que siguieron las tendencias del filosofar latinoamericano igualmente potenciado en aquel tiempo.
Una de las ramas de la investigación social más destacada lo fue la investigación histórica. En 1909, bajo la iniciativa del Arzobispo de Quito, Federico González Suárez (1844-1917), se fundó la “Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos”, que en 1920 adoptó el nombre de Academia Nacional de Historia. En sus orígenes integró a prestantes intelectuales conservadores, que hicieron de la institución una especie de “refugio” frente al liberalismo triunfante y hegemónico. Pero con el paso de los años, fueron admitidos otros investigadores incluso vinculados al liberalismo intelectual, aunque siempre predominó en la Academia el sector conservador. La Academia representó la visión “tradicional” de la historia, generalmente referida a hechos célebres, personalidades heroicas o destacables por su accionar en la vida del país, y presidentes republicanos. El “Boletín” de la Academia fue el espacio de su expresión.
Sin embargo, la corriente de la Nueva Historia se desarrolló al margen de la Academia y también en crítica a su forma de mirar y hacer la historia. Gracias a esta corriente renovadora y a los trabajos de su generación, la historia ecuatoriana pasó a moverse desde aportes teóricos y metodológicos diversos, que investigaron sobre problemas e hipótesis, destacando procesos, vínculos entre el pasado y el presente, actores sociales frente a los actores individuales, confrontaciones entre clases, y temas amplios sobre la economía, los trabajadores y sectores populares, el urbanismo, la participación femenina, las instituciones, las fuerzas políticas, etc.
No menos destacada ha sido la investigación sociológica ecuatoriana. Agustín Cueva marcó un corte significativo para el desarrollo de la sociología científica en Ecuador. Pero, sin duda, pronto se sumaron a él los estudiosos pertenecientes a la nueva generación que despegó al calor del auge de las ciencias sociales ecuatorianas. Quito continuó como centro concentrador no sólo del núcleo fundamental de los investigadores identificados con la sociología sino también como ciudad que ha mantenido el pensamiento hegemónico en este campo, aunque esto no signifique descartar lo que se realiza, por ejemplo, en Cuenca y particularmente en su Universidad, igualmente destacada. En ambas ciudades de la Sierra ecuatoriana el pensamiento y el trabajo sociológicos estuvieron vinculados a las facultades de sociología que se crearon por aquellos años. Largamente predominó la sociología política, muy influida por la teoría marxista, por lo cual no se descuidaba, en aquellos años, la investigación sobre procesos históricos, a fin de sustentar la fundamentación conceptual.
Con la fundación de FLACSO con sede en Quito en 1974, igualmente se enriquecieron los estudios sociológicos no solo desde la perspectiva marxista, sino también, conforme se avanzó en las décadas de los ochentas y noventas, con investigaciones desde concepciones distintas. De todos modos, al interior de la institución, también fue tomando forma una corriente de sociología meramente conceptual, que descuidó la investigación histórica y que, en mucho, es la que predomina en la actualidad ecuatoriana. En el presente, una de las labores de mayor difusión en ciencias sociales la realiza FLACSO Ecuador.
En el actual siglo XXI continúa sin resolver el problema de fondo del carácter profesionalizador de la formación inicial, de modo que los estudiantes -futuros maestros y maestras- accedan a la formación inicial con un dominio del contenido suficiente para trabajar desde esa plataforma la transformación del mismo en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Existe convergencia como lo menciona Sánchez (2004), en que “el problema más significativo de la formación inicial refiere a la disociación entre la formación recibida y las exigencias para un desempeño eficaz e innovador” (p.7). En efecto, se ha señalado reiteradamente que la formación inicial no responde a los requerimientos y problemas que los maestros enfrentan en su práctica cotidiana; sobre todo cuando tienen que trabajar en clases multigrado, clases multiculturales o bien con alumnos que viven en zonas marginales; pero tampoco las modalidades pedagógicas utilizadas en la formación inicial tienen relación con los principios que se supone deben aplicar los docentes en su trabajo: prácticas innovadoras, trabajo en equipo, atención a los aspectos afectivos.
Asimismo, se ha señalado que otro de los problemas que enfrenta la formación docente es que el proceso de transferencia de la formación inicial, del nivel medio al nivel superior de educación, provocó una pérdida de especificidad en la formación pedagógica de los profesores. En muchos casos, la ampliación de conocimientos en los procesos de formación docente se realizó en detrimento del dominio de los saberes específicos que permiten al maestro un desempeño más profesional en las aulas y en los planteles escolares.
Por consiguiente, se reconoce que es esencial promover una mayor articulación entre la formación inicial y los requerimientos profesionales en el ejercicio de la docencia, pero que el desafío consiste en superar esta disociación en el marco de un proceso de transformación destinado a introducir mayor dinamismo y mejores resultados de aprendizaje.
Por otra parte, una de las dicotomías tradicionales en los debates en torno a la formación docente tiene que ver con la opción entre otorgar prioridad a la formación inicial o a la formación en servicio. Sin embargo, las nuevas condiciones en el desempeño profesional de los maestros exigen un proceso de reconversión permanente en que es necesario disponer de una base sólida de competencias cognitivas y personales que sólo un proceso largo de formación puede otorgar; por lo tanto, es imprescindible la articulación entre la formación inicial y la formación en servicio. Dicha articulación debería también ponerse de manifiesto a través de mecanismos de transferencia entre la formación inicial y el desempeño profesional en una doble dirección; es decir, desde la formación inicial hacia el desempeño y desde los aprendizajes efectuados en el ejercicio de la práctica cotidiana hacia la formación inicial.
La formación del profesorado es un campo de investigación repleto de asuntos en cuestionamiento casi permanente, que interpela de manera continua el trabajo de los investigadores. “Conocimiento profesional y formación inicial pueden entenderse como dos grandes ámbitos de investigación en la formación del profesorado ineludiblemente unidos en la práctica de la formación”. (Montero, et al., 2017, p.13)
Existe evidencia para considerar la formación inicial docente como un proceso clave en el desarrollo educativo (Ferry, 1987; Imbernón, 2001; Pires, 2012).
Se entiende por formación inicial docente el conjunto de procesos académicos (enseñanza, aprendizaje e investigación) insertos en soportes institucionales que tiene como objetivo específico preparar para la enseñanza, esto significa preparar para el diseño y manejo de contextos de aprendizaje, en función del desarrollo personal, social y el aprendizaje específico de los futuros alumnos, como también aprender y reaprender, personal y colectivamente, a lo largo del ejercicio docente (Ávalos & Matus, 2010).
Por su parte Greybeck, Moreno & Peredo (1998), entienden la formación inicial como “la preparación profesional para la docencia en algún nivel o área educativa”. (p.18)
Los retos que la formación inicial docente enfrenta incluyen la formulación de los programas según las concepciones asumidas, la búsqueda de estrategias conducentes a alcanzar los propósitos formativos y la previsión de acciones para la formación de formadores.
El proceso de formación inicial docente puede ser comprendido como un fenómeno que se encuentra situado en un contexto socio-cultural que proporciona conocimientos, valores y símbolos a los sujetos o seres sociales.
La formación inicial de los docentes sigue siendo uno de los factores críticos al momento de analizar la relación entre calidad de la educación y desempeño profesional de los maestros (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2006).
En la práctica, la formación inicial docente se da a través de la implementación de programas, entendidos como un camino específico en una institución, que requiere que los estudiantes realicen un conjunto de asignaturas y experiencias que conducen a obtener una credencial final (Tatto, Sharon, Lawrence, & Glenn, 2008).
La formación inicial docente es entonces la que prepara para la docencia escolar e inserta a sus estudiantes en el campo pedagógico a través de programas específicos que habilitan y certifican su condición de docentes ante la sociedad. Este paso se da a través del cumplimiento de actividades llamadas por Tatto, et al. (2008), como “oportunidades de aprendizaje”, entendidas como experiencias con objetivos de aprendizajes previstos e intencionales y que pueden ocurrir en diferentes puntos de cada programa.
Las universidades que imparten carreras de pedagogía básica tienen diferentes currículums, por lo que la formación docente es muy diferente entre las carreras de las diversas universidades y las instituciones que forman docentes en investigación social son tan diversas como las mallas curriculares.
Lo anterior hace comprensible la existencia de una diversidad de consideraciones al respecto. En ese sentido la autora considera que la teoría sociológica con toda su magnitud permite realizar consideraciones de muchísima importancia.
Tal es el caso de los conceptos de campo, hábitus y agente, que realizan grandes aportes a la investigación social desde la perspectiva de Pierre Bourdieu. Recordemos que este autor contemporáneo, influyentes en la sociología, en la investigación social y en la educación, permite analizar el campo de la educación.
La noción de campo ha sido planteada por Bourdieu (2004), para dar cuenta del conjunto de relaciones objetivas en las que históricamente se encuentran ubicados los agentes con la cual intenta sobrepasar las arbitrarias oposiciones entre estructura e historia, entre conservación y transformación. El énfasis, el autor lo instala en las relaciones que existen dentro de determinado campo. En este caso, es el campo de la educación que se distingue de otros campos constituidos, a saber: de las artes, de la estética, de la medicina, etc.
El concepto de campo es central en la perspectiva de Bourdieu, en la medida en que permite construir el espacio de juego donde se insertan las prácticas sociales que son analizadas. Su verdadero valor está asociado a una problemática de investigación concreta. Las características esenciales de su construcción son: la puesta en marcha de un pensamiento relacional, que pone el acento en las relaciones y no en las sustancias, y la incorporación de la dimensión histórica. Ambas características implican consecuencias metodológicas que deben tenerse en cuenta a la hora de abordar los procesos de investigación social.
El campo científico es un campo de fuerzas y un campo de luchas para transformar ese campo de fuerzas, en donde la dinámica y el movimiento permanente son características esenciales. Dentro de cualquier campo existen sistemas de disposiciones adquiridas por medio del aprendizaje de los agentes, esto es lo que Bourdieu denomina “hábitos”. La mayoría de los sociólogos y antropólogos consideran a Bourdieu como el inventor del modelo de comportamiento llamado “hábitus”. La teoría del hábitus está dirigida a fundamentar la posibilidad de una ciencia de las prácticas que escape a la alternativa del finalismo o el mecanicismo. El concepto de hábitus le posibilita a Bourdieu escapar tanto de la filosofía del sujeto, pero sin sacrificarlo completamente, como de la filosofía de las estructuras, pero sin renunciar a las influencias que ejerce sobre el individuo.
Tanto el campo como el hábitus, siendo conceptos complejos, aportan aspectos de importancia en la construcción de una investigación educativa de calidad y, más aún, de construcción social de cierta resonancia política. Esta mirada, hace del investigador un sujeto con “vigilancia epistemológica y política”, posibilita perder cierta ingenuidad investigativa en pro del mejoramiento del campo por el cual estamos trabajando y suponemos, buscando su desarrollo. Si aceptáramos que la educación constituye un campo desde la lógica de Bourdieu, los agentes de este campo no estarían siendo los docentes, sino más bien, otros actores que han entrado desde diversas disciplinas de las ciencias sociales e inclusive de las ciencias exactas.
Igualmente, la autora asume que otra consideración teórica válida se puede ofrecer tomando como referente la formación de profesionales en investigación social. Ante los nuevos escenarios caracterizados por la presencia de fenómenos tales como la globalización, las nuevas tecnologías, la competitividad y la regionalización de las sociedades, las instituciones sociales y culturales se ven comprometidas a revisar las bases sociales que les dieron origen y sentido histórico, experimentando necesariamente procesos de ajuste cuyas resultantes distan del ideal de orden y de control depositado originalmente en ellas.
En estos procesos de revisión, las instituciones educativas y los actores que en ellas participan desarrollando las actividades de formación e investigación social, hacen patentes las grandes asimetrías existentes entre, por un lado, el ritmo y alcance de los actuales cambios estructurales e ideológicos y, por otro, las formas tradicionales bajo las cuales actores e instituciones han asegurado su permanencia en el tiempo, ya sea manteniendo las pautas tradicionales en materia de formación y producción de conocimiento; o bien, estableciendo reformas que poco han logrado modificar el rumbo y el sentido de sus prácticas en función de las demandas sociales y del conocimiento.
Las transformaciones sociales a las que hacemos referencia inciden de manera desigual en los distintos tipos de sociedades debido principalmente a la capacidad diferenciada para incorporar las nuevas tecnologías de la información y comunicación, permitiendo que su asimilación y utilización se extienda de manera particularizada hacia los distintos sectores de actividad social y económica, incluidos los destinados tradicionalmente a la formación de profesionales y a la investigación social.
La dinámica a la que se ven sujetos instituciones y actores, en especial los encargados de la formación de recursos humanos y la generación de conocimiento a través de la investigación social, varía en función de la flexibilidad y la autocrítica desplegadas en la revisión de los tradicionales patrones de funcionamiento que les dieron fundamento histórico-social.
Lejos de ajustarse a la dinámica de las nuevas redes de generación del saber, las prácticas de investigación social y sus mecanismos para validarlas social e institucionalmente continúan asimilándose a la experiencia cotidiana como una constante del quehacer de la investigación, todo ello gracias a los denominados procesos de transmisión de conocimiento.
Para convertirse en el eje de los procesos de desarrollo científico local con alcances regionales, nacionales e internacionales, las instituciones y los actores de la investigación social enfrentan la necesidad de experimentar una transformación fundamental. Esto se traduce en la necesidad de anclar las prácticas de investigación tanto a los puntos de intersección interdisciplinarios como a los movimientos sociales, tarea que requiere, entre otras condiciones, la definición de:
Propósitos claros de hacia dónde deba dirigirse la investigación social.
Definición de sus alcances en cuanto a su impacto social y científico.
El esclarecimiento de la naturaleza de sus resultados en cuanto a su incidencia en el contexto y en la dinámica social a los cuales el conjunto de las instituciones sociales y culturales ven subordinado su funcionamiento.
Temas tales como la modernidad y más recientemente la globalización, la identidad y la cultura se presentan en el nuevo contexto de las ciencias sociales como referentes en función de los cuales es posible estudiar las posibilidades de la investigación social como un instrumento de ruptura frente al conocimiento objetivado de la realidad.
El propósito de la investigación social se enfrenta a la necesidad de formularse en términos de promover -a costa de la inercia y de la tradición- una conciencia sensible a los cambios y a las nuevas formas de pensamiento y acción.
Una idea de investigación social fundada en el fomento de la capacidad reflexiva en cierra, así, un doble compromiso por parte de sus actores:
Su responsabilidad frente a las elecciones de sentido por ellos efectuadas a lo largo de su trayectoria social y cultural.
Valorar el impacto de tales elecciones en el contexto de las formas de producción de conocimiento sobre lo social.
Sin lugar a duda, la investigación social se constituye en una de las actividades fundamentales de la educación, no solo como hecho destinado a ser practicado por científicos reconocidos, sino como eje transversal en la formación de los profesionales. En el primer aspecto se puede decir que la práctica de la misma en las universidades tiene como objetivo prioritario contribuir de forma efectiva al desarrollo socioeconómico y científico- técnico de la nación y al propio tiempo favorece la calidad del proceso docente- educativo. Como se puede colegir la investigación no es solo una de las principales funciones de la educación superior, sino también un requisito previo de su importancia social y su calidad científica. No siempre se estiman en todo su valor las ventajas educativas de las actividades vinculadas con la investigación.
El trabajo de investigación en las ciencias sociales tiene en la metodología uno de los aspectos centrales de su construcción. Precisamente, los estudios sociales se caracterizan por el divorcio entre teoría y metodología de modo que las perspectivas teóricas aparecen como externas al estudio de los datos, lo que da por resultado, principalmente, la debilidad teórica de la mayoría de las investigaciones. En este sentido, las investigaciones más difundidas son las empíricas, en las cuales la realidad se representa a partir de las clasificaciones de datos y de las constataciones de sus relaciones. En estos casos, la teoría social pasa a un segundo plano (Jones, Manzelli & Pecheny, 2015).
Esta disociación tiene su raíz en la concepción de que la teoría opera como un nivel independiente del empírico, cuyo fin se agota en sí mismo, y de que la investigación asoma como la simple manipulación técnica de los datos.
La metodología de la investigación social de América Latina se encuentra en un momento crucial, definido por el desarrollo de un paradigma original que busca enraizarse en las circunstancias específicas de la realidad de nuestro continente, sin dejar de lado los profundos cambios globales. Se aspira a comprender la especificidad de la formación social de América Latina siguiendo nuestras propias tradiciones cognoscitivas para que sean parte del desarrollo teórico universal.
Uno de los avances más serios de las ciencias sociales en América Latina es el desarrollo de una conciencia metodológica. Proceso representado en el trabajo persistente y exitoso del Grupo de Trabajo de Epistemología y Metodología de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), en los Encuentros Latinoamericanos de Metodología de las Ciencias Sociales, verdaderos congresos masivos y plurales de nuestro continente, y en las diversas revistas que se editan, y que observan, indudablemente, los desarrollos de cada país de la región.
La metodología de la investigación social empieza a transformarse en un campo intelectual en América Latina. En las últimas décadas se han generado transformaciones profundas en la investigación social, y desde diversos ángulos se cuestionan los viejos modelos metodológicos fundados en el positivismo y el mecanicismo, no solo está en cuestionamiento la teoría de las ciencias sociales sino las propias bases cognoscitivas que corresponden a la forma de producir conocimiento, que tuvo hegemonía desde el siglo XVI hasta gran parte del XX. Hay muchos signos que indican que algo está acabando y una nueva visión sistémica de la vida social comienza a tomar forma en la construcción del conocimiento.
La ciencia social moderna fundada en el modelo newtoniano-cartesiano está en un proceso de transición hacia una nueva forma de racionalidad basada en la complejidad. Como nunca, América Latina participa de ese cambio epistemológico mundial, la contribución de la teoría de la autopoiesis es central para entender el mundo social como totalidad sistémica y, en esa misma dirección, se desarrolla una alternativa innovadora para las ciencias sociales, indicando que la complejidad obliga a cambiar los comportamientos epistemológicos de la investigación social.
Ya no se trata de la búsqueda de certezas, de leyes determinantes, ahora la ciencia contemporánea define el proceso investigativo como una acción en busca de posibilidades.
En condiciones de una concepción sistémica, el progreso metodológico de la investigación social discurre por una perspectiva de integración de la pluralidad de métodos y procedimientos, con la intención de construir un paradigma propio que contribuya a dar cuenta de la complejidad de América Latina.
La investigación social teje la unificación de los procedimientos de descubrimiento y justificación, interrelacionando en un sistema metodológico los hallazgos conceptuales e inductivos con las operaciones probatorias y deductivas.
De esta forma, la metodología de la investigación social en América Latina evoluciona claramente hacia una dinámica de interrelación dialéctica entre los enfoques cualitativo y cuantitativo, superando la vieja dicotomía y hasta el enfrentamiento de ambas formas de indagación y análisis. Principio de complementariedad cuanti-cuali que resulta esencial para estudiar la heterogeneidad estructural de nuestro continente.
No obstante el desarrollo de propuestas originales de la metodología de las ciencias sociales en América Latina, en el ámbito técnico de la investigación que considera cómo se elaboran los procedimientos concretos y cómo se realizan los instrumentos, pareciera que son las técnicas cualitativas las que muestran una cierta creatividad propia y una originalidad en nuestros países, mientras que las técnicas cuantitativas de la investigación todavía hacen más eco de la producción y el legado europeo. El interés de la técnica cualitativa de la investigación en América Latina aparece con la investigación acción, revalorizada recientemente por como la alternativa de investigación en las nuevas ciencias y las humanidades.
Se consolidan los logros de la investigación cualitativa con las propuestas de la historia oral, la investigación activista y la difusión de la investigación de colaboración. Todas estas prácticas buscan rescatar el protagonismo de los pueblos que encarnan los otros saberes, se intenta un trabajo conjunto entre investigadores y comunidades para rescatar la diversidad de expresiones culturales mediante el diálogo intercultural, y potenciar así la capacidad colectiva de la investigación en esta parte del planeta (Schettini & Cortazzo, 2015; Espinoza, Zúñiga & Calvas, 2019).
En general, la trayectoria reciente de la metodología de ciencias sociales en América Latina ha intentado discurrir más allá del eurocentrismo. La investigación social ensaya propuestas innovadoras y se muestra como un campo de desarrollo muy fructífero, busca abrir los procedimientos y métodos a nuevas posibilidades con la esperanza de estimular la creación de un paradigma metodológico desde la singularidad de Latinoamérica. Ese es el rumbo trazado por la Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales, que en su esfuerzo por incorporar las múltiples experiencias de los países pretende contribuir a la construcción de una metodología emergente de la investigación social en nuestro continente.
Conclusiones
La investigación social se constituye en una de las actividades fundamentales de la educación, no solo como hecho destinado a ser practicado por científicos reconocidos, sino como eje transversal en la formación de los profesionales.
La formación en investigación social en la carrera de educación se ha convertido en una necesidad imperiosa, toda vez que, los cambios en la educación implican también cambios en la formación profesional pedagógica, capaz de incidir en la transformación de las situaciones que se presentan actualmente en el sistema educacional del país.
Lo anterior requiere igualmente del diseño de currículos que estén a tono con esa necesidad, basados en teorías pedagógicas que con carácter interdisciplinar se apoyen en otras ciencias que dentro del campo del pensamiento social, como es el caso de la Sociología, aporten herramientas conceptuales en función de potenciar la investigación social en la formación inicial docente, tomando en consideración que esta proporciona vías para mejorar las insuficiencias prácticas y vacíos epistemológicos que en el orden teórico y metodológico se presentan en el sistema educacional ecuatoriano. Para ello, es fundamental desarrollar las habilidades que permitan impulsar las investigaciones educativas, en lo que juegan un papel muy importante las instituciones y los actores de la investigación social.
En la actualidad constituyen temas esenciales de la investigación social, la modernidad, la globalización, la identidad y la cultura. Para ello, se requiere aplicar una metodología que apunte hacia la pluralidad de métodos y procedimientos.