Introducción
La situación problémica que conllevó a la investigación 1 se definió por la necesidad de diseñar acciones de socialización que permitan trabajar en la prevención de las prácticas y la transformación de las subjetividades juveniles en torno a la violencia contra las mujeres, y el escaso conocimiento acerca de cuáles son sus principales imaginarios sociales en este ámbito.
Si bien la juventud y la mujer han estado en el centro de los procesos sociales a lo largo de décadas en Cuba, con políticas públicas que brindan igualdad de oportunidades para insertarse de manera activa en la vida social, existen atravesamientos estructurales y socioculturales que inciden en el aprovechamiento de esas oportunidades.
Ello condiciona la supervivencia (y reemergencia en el nuevo contexto socioeconómico) 2,3,4 de desigualdades sociales y prácticas discriminatorias por diferentes conceptos y la violencia contra las mujeres es una de las expresiones más significativas de las desigualdades de género. Por ello la investigación se planteó como objetivo general caracterizar los imaginarios sociales predominantes acerca de la violencia contra las mujeres en grupos juveniles cubanos y sus diferencias por género.
Métodos
El proyecto se estructuró en 2 etapas con una estrategia metodológica cuanti-cualitativa. En la primera se realizó un diagnóstico cuantitativo con la aplicación de un cuestionario autoadministrado y la revisión documental de investigaciones realizadas en el país sobre juventud, género y comunicación, con énfasis en las asociadas a las violencias contra las mujeres.
El cuestionario fue aplicado en 2017, a una muestra de 435 jóvenes de edades de 15 años a 19 años y de 20 años a 25 años, con un balance de sexo/género en ambos grupos. Estuvieron representados territorios de la región occidental, a central b y oriental. c Para el procesamiento de la información de los cuestionarios se utilizó el paquete estadístico SPSS 18.
En la segunda etapa, dirigida a la profundización cualitativa, se realizaron 5 grupos focales con jóvenes de edades de 15 años a 19 años y de 20 años a 25 años y entrevistas individuales a jóvenes y a personas relacionadas con la investigación, visibilización, atención y prevención de la violencia.
A su vez, se hizo observación de los sitios web de Juventud Rebelde y la Revista Alma Mater. Se analizaron trabajos publicados en 2017 con motivo del Día Internacional de la Mujer, Día de las Madres y Jornada por la No Violencia (www.juventudrebelde.cu) y publicaciones en www.almamater.cu.
Se observaron perfiles de jóvenes en Facebook y se analizaron los contenidos de algunas revistas que circulan en “El Paquete Semanal”, d que declaran su interés por el público juvenil o les tienen como protagonistas de sus contenidos. e
Se analizaron 3 campañas realizadas en el país referidas a la violencia contra las mujeres: la Campaña cubana contra la homofobia y la transfobia; (5 la Campaña ÚNETE-Cuba 6 y la Campaña cubana por la no violencia hacia las mujeres “Eres Más”. 7) La información de la segunda etapa se analizó de forma cualitativa a través de análisis de contenido. Los resultados de las 2 etapas se articularon e integraron para dar lugar a un libro.
Resultados
Se identificó un conjunto de estudios en juventud 8 y género, 9,10,11,12 los principales temas abordados, las instituciones en las que se han concentrado y sus principales aportes y limitaciones a lo largo de varias décadas para mostrar cómo, a pesar de su amplitud y de la implementación de acciones de intervención tanto en juventudes como en género, no se han abordado suficientemente las particularidades del segmento de intersección entre mujeres y jóvenes. Por su parte, el campo de estudios sobre género, comunicación y consumos culturales 13 evidenció que en los medios de comunicación masiva se muestran productos en los que persisten rezagos patriarcales, prejuicios, patrones sexistas y reproducción de concepciones tradicionales sobre los géneros.
La investigación señala que aun cuando el tema de la violencia contra las mujeres ha ido ganando presencia social desde la segunda mitad de los años 90 tanto en el plano académico, 14,15,16,17 como en el de la visibilización, atención y prevención, no es hasta una década después que se diseñan e implementan un conjunto de campañas, algunas de ellas directamente dirigidas a la violencia contra la mujer y otras que la abordan en el marco del tratamiento a temas afines, las cuales son analizadas.
El análisis de los imaginarios juveniles desde el prisma de las relaciones de poder posibilitó identificar jerarquías, subordinaciones, conflictos y desigualdades presentes en las complejas construcciones sociales de género, que incluye elementos de naturaleza jurídica, económica, social, política y cultural. Ello permitió profundizar en la forma en que se estructura y ejerce el poder en espacios diversos entre hombres y mujeres, a través de los roles y lugares asignados socialmente a cada uno. La mayoría de hombres y mujeres jóvenes reconocieron que entre ambos aún existen desigualdades en Cuba; los hombres y las personas más jóvenes dieron las valoraciones más favorables, mientras las mujeres, especialmente blancas y mestizas y quienes tienen de 20 años a 25 años asumieron posiciones más críticas.
Algunos indicadores mostraron que una alta proporción de jóvenes mujeres reconocieron que se han alcanzado condiciones de igualdad en el acceso a la educación de todos los niveles, el salario, la recreación y la libertad de decidir casarse, pero su mirada fue más crítica al valorar las condiciones para acceder a cargos de dirección, ejercer su sexualidad, decidir separarse de su pareja y, muy en particular, para poder compaginar la vida laboral y familiar, espacio este último donde se expresan los avances más lentos.
Reconocieron que los hombres ejercen control sobre los gastos de las mujeres, sus amistades, sus actividades, horarios, etc. y expresaron su desacuerdo con los imaginarios tradicionales del hombre proveedor y las mujeres cuidadoras de la familia y los hijos, así como de atender la vida doméstica y cuando el hombre lo comparte lo hace en calidad de “ayuda”, pero no como parte de su propia responsabilidad. En este sentido las mujeres se refirieron a la falta de participación del hombre en las tareas domésticas como una forma de violencia, aun cuando algunas lo tienen interiorizado como algo que les corresponde por ser mujeres.
Prevaleció el imaginario colectivo sobre la inexcusable condición de madre de la mujer, como responsabilidad u obligación social y aunque se estuvo de acuerdo en que tener o no hijos es una decisión de cada una, reconocieron que existen prejuicios y valoraciones críticas hacia las que no los tienen, conservan la idea de que todas las mujeres deben desempeñar el rol materno, a la vez que consideraron que la razón fundamental por la que las mujeres toleran situaciones de violencia es por sus hijos, lo que refuerza el imaginario de mujer-madre ante todo.
Fueron reconocidas diversas expresiones de violencia contra las mujeres en los ámbitos público, privado y mediático, que recorren todo el panorama desde la física, psicológica, económica, sexual y simbólica. Los jóvenes pudieron dar cuenta de situaciones violentas presenciadas o vividas en distintos escenarios, entre las cuales se sitúan incluso escenas de violencia física como golpes y hasta agresiones con armas blancas. Llamó la atención algunas referencias a situaciones protagonizadas por jóvenes de muy temprana edad (estudiantes preuniversitarios), lo que alerta sobre la reproducción del problema en las juventudes no solo a nivel de imaginarios sino ya de prácticas.
Entre las mujeres hubo mayor claridad en identificar y rechazar distintas formas de violencia y conciencia de que las violencias hacia las mujeres son el resultado de las desigualdades de género, expresión del poder de los hombres sobre ellas, dado a nivel de relaciones interpersonales, pero con legitimación y apoyo social. Así, consideraron que para ellas es difícil salir de situaciones de violencia en la pareja -además de por sus hijos- por dependencia económica hacia el hombre, porque las amenazan con matarlas y porque no tienen redes de apoyo familiares o de amigos, cuestiones todas que aluden a sentimientos de desprotección frente a tales situaciones. A pesar de ello, aún muchas consideraron que se debe tratar la violencia en general y no solo contra las mujeres, posición que, si bien es positiva al condenar todo tipo de violencia, oculta una situación que las afecta de manera directa y es preocupante que un grupo de ellas no la priorizara de manera específica.
Señalaron que la violencia contra las mujeres está asociada a características como la edad (jóvenes, o de mayor edad), color de la piel (mujeres negras), situación socioeconómica desventajosa, procedencia territorial (región oriental, zonas rurales) y orientación sexual. Entre los jóvenes estudiados no se mostraron diferencias notables de acuerdo a la edad, aunque sí algunas distinciones asociadas al color de la piel y la zona de procedencia. En cuanto al color de la piel, si bien las diferencias no marcaron tendencias claras pues los criterios variaron de un tema a otro, fue posible identificar mayor vivencia de situaciones de violencia física o sexual en personas mestizas, una mayor identificación de situaciones como violentas entre mujeres blancas y mestizas, así como imaginarios menos críticos y reconocimiento de menos disposición a actuar ante hechos de esa naturaleza en los hombres negros. Por su parte, lo obtenido en provincias orientales corroboró informaciones ya existentes por estudios anteriores acerca de una mayor incidencia en esas regiones de comportamientos violentos en general y contra la mujer en particular pues tanto hombres como mujeres refirieron conocer situaciones de violencia física y se evidenció fuerte carga sexista y violenta en las visiones personales de algunos hombres de esa región tales como “Los celos no son violencia, es que a los hombres hay que respetarlos”; “La mujer tiene que estar en la casa”.
Las mujeres identificaron más que los hombres que determinados comportamientos controladores y limitadores de derechos tales como la prohibición de trabajar, de reunirse con amigos, controlarle el teléfono, la ropa que usa, el dinero que gasta, hacer escenas de celos, entre otras, son formas de violencia.
En algunos aspectos aun en las mujeres se expresaron con fuerza los imaginarios hegemónicos tales como la aceptación de la infidelidad masculina y el rechazo a la femenina donde hubo similitud de respuestas entre mujeres y hombres, la alta proporción que consideró que el vestirse provocativamente o andar solas puede incitar a la violación o causarles daño, así como el hecho de que la mitad de ellas estuvo de acuerdo en que no siempre la negativa de las muchachas a tener relaciones sexuales es real sino una forma de cumplir un convencionalismo social.
Los jóvenes varones que participaron en el estudio rechazaron en su mayoría las formas más visibles de violencias como las físicas y psicológicas, reconocieron la igualdad de derechos en el ámbito público para estudiar, trabajar y recrearse, y también en el privado para decidir casarse, separarse, tener hijos y disfrutar su sexualidad como deseen.
La identificación de un conjunto de conductas como violentas por una elevada proporción de jóvenes varones, no solo las físicas o psicológicas como propinar golpes e insultos, tirar o romper cosas cuando está molesto o avergonzarlas con escenas de celos, sino otras como molestarse si ella no quiere tener relaciones sexuales y culparla poniendo en duda sus sentimientos, prohibirles trabajar, imponerle sus puntos de vista, controlarle sus amistades, en particular prohibirle amigos varones, decirle que es capaz de hacer cualquier cosa si lo abandona y hacerla responsable de su infelicidad, evidenciaron que hay un cuestionamiento de mitos y preconcepciones tradicionales acerca del ser hombre y su relación hacia las mujeres. Ello no significa desconocer que una parte de ellos sostuvo posiciones contrarias.
Los datos también reflejaron que están fuertemente arraigadas formas de relación que entrañan control y ejercicio del poder, tales como controlarle cuánto o en qué gasta el dinero, decirle qué ropa tiene que usar y cuál no, ser protegida porque es más débil, si se le piropea se debe sentir halagada y, celarla es una prueba de amor y de exigir respeto al hombre, cuestiones que no fueron visualizadas como comportamientos violentos. Estos imaginarios fueron expresados mayoritariamente por hombres, aunque hubo algunos que cuestionaron la infidelidad tanto en mujeres como en hombres o celar como muestra de amor.
Las mujeres en general no concordaron con esas visiones, pero expresaron mayor contradictoriedad. Así, por ejemplo, aunque muchas no estuvieron de acuerdo con que sus parejas masculinas les digan cómo deben vestirse, otras consideraron que algunas mujeres se visten para provocar a los hombres y que al salir con su pareja la mujer debe hacerlo de forma que no cause problemas entre hombres. Compartieron la idea de que la infidelidad femenina es menos aceptada socialmente y que ellas son más proclives a perdonar la de los hombres, aunque algunas fueron radicales en cuanto a que la infidelidad no debe ser aceptada por implicar pérdida de confianza en la pareja. Estuvieron mayoritariamente de acuerdo con la idea de que el hombre tiene más deseo sexual que las mujeres, aunque a diferencia de lo que ellos opinaron, dijeron que no deben estar dispuestas a complacerlos si no comparten ese deseo. En cuanto a los celos y los piropos expresaron posiciones ambiguas: consideraron que “hay celos y celos, hay maneras de celar que son normales y otras no” y algunas reconocieron que son ellas las que celan a sus parejas; respecto a los piropos les agradan los que son bonitos como forma de reforzar su autoestima y rechazaron los que son vulgares y groseros. Estas ambivalencias reflejan como sobrevive en las mujeres jóvenes la inseguridad sobre la fidelidad de sus parejas y la necesidad de que los hombres las reafirmen al halagarlas.
Aun cuando hubo un rechazo generalizado a los comportamientos violentos contra las mujeres y cierta predisposición positiva a enfrentarlos, no predominó una postura activa a actuar contra ellos cuando son presenciados, por temor a las consecuencias que pueda provocar, por considerar que es responsabilidad de las autoridades y no de la ciudadanía o porque es un asunto privado -aun cuando se produzca en un espacio público como en una fiesta, la calle, etc.- lo que se refuerza y justifica con la vivencia de algunas actitudes protectoras de la víctima respecto al victimario, que desaniman al “defensor”.
Al analizar los medios por los que los jóvenes se informaban con mayor frecuencia, no se apreciaron diferencias significativas por sexo/género, ni por edad. El medio más referido fue la televisión seguido por las redes sociales. La interacción a través de dispositivos móviles fue la actividad a la que más tiempo dijeron dedicar.
Identificaron “El Paquete Semanal” como uno de los modos más usados por las juventudes para consumir productos de su preferencia, que no se transmiten por los medios cubanos y fue identificado como el principal canal por el que se socializan imágenes estereotipadas y discriminatorias de la mujer.
La mitad de los jóvenes varones y la tercera parte de las muchachas declararon no recordar ningún mensaje de prevención de la violencia en los últimos 6 meses, pero más de la mitad no pudo responder qué recordaban de esos mensajes de prevención, incluso entre quienes afirmaron recordar alguno.
Para el diseño de las acciones de prevención los jóvenes hicieron sus propias propuestas. La televisión fue el medio privilegiado y sugirieron formas diversas. El uso de internet y de las redes sociales también fue propuesto como herramienta, teniendo en cuenta el incremento de su uso. Coincidieron al señalar el empleo de la música, y en particular los videos clip, para hacer llegar los mensajes y alertaron sobre la importancia de utilizar aquellos géneros musicales que más les gustan como el reggaetón.
Identificaron también un conjunto de figuras que desde los medios se legitiman y visibilizan como líderes de opinión y tienden a convertirse en referentes culturales importantes, con influencia en la conformación de las percepciones juveniles, lo cual debería ser más empleado en las campañas de prevención.
Hubo absoluto consenso en que es necesario trabajar en la divulgación, educación y prevención de las violencias contra las mujeres, para lo cual se hicieron disímiles propuestas y se identificaron distintas vías, medios y actores. Aunque muchos señalaron que los procesos educativos se inicien a edades tempranas, por lo que se debe fortalecer el papel de la escuela en este empeño, se puso el énfasis en la comunicación social para socializar en temas de género.
Para ello se debe concebir una política en la que el género sea transversal a todo el sistema de comunicación del país y promover un sistema de capacitación dirigido no solo a los profesionales de los medios registrados oficialmente, sino también a los de las publicaciones alternativas que están colocando sus contenidos sin una postura crítica sobre las relaciones de poder entre hombres y mujeres, sobre las desigualdades que se generan en el espacio público o privado, donde se reproducen estilos y cánones comerciales que atan los imaginarios a formas preconcebidas de la belleza, la felicidad y la realización personal.
Conclusiones
La investigación permitió dar respuesta al objetivo general planteado de caracterizar los imaginarios sociales predominantes acerca de la violencia contra las mujeres en grupos juveniles cubanos y sus diferencias por género.
Aunque en muchos de los temas abordados se encontraron consensos mayoritarios tanto por sexo/género como por grupos etarios y color de la piel acerca de qué es ser hombre o mujer en Cuba hoy, fue posible identificar diferencias en las nociones sobre ambos.
El imaginario predominante del ser “hombre” se asoció a la creencia de que son más fuertes, y por ello tienen un rol protector que acompaña al de proveedor por el que deben asumir la responsabilidad económica, atributos que los colocan en la posición de ser respetados, para lo cual deben saber exigir y controlar a las mujeres. En el plano de la sexualidad se les reconoció biológicamente con mayor deseo sexual que las mujeres, lo que justifica las infidelidades, que deben ser aceptadas y perdonadas, mientras son censurados socialmente si estuvieran dispuestos a perdonar la infidelidad femenina. Este último elemento tiene una importante significación pues la desconfianza acerca de la fidelidad de la mujer constituye una de las principales causas de violencia por parte de la pareja. Estas visiones tuvieron cierta uniformidad entre los jóvenes estudiados, aunque algunos hombres, sobre todo en La Habana e incluso entre los más jóvenes, no concordaron con todas ellas.
En el caso de las mujeres, el imaginario fue menos homogéneo. Se pudieron identificar 3 imaginarios arquetípicos:
La mujer como un ser delicado y débil, por lo que requiere halagos (piropos bonitos) y protección. Tiene predeterminada la condición de ser madre y es la responsable del cuidado de la casa, los hijos y la familia por su capacidad de ternura y sacrificio, aunque también tenga desempeños laborales y sociales extradomésticos; su pareja debería “ayudar” en esas tareas. Tiene menor interés en la sexualidad que el hombre, pero la relación debe estar basada en el deseo de ambos. Esta fue la visión predominante, compartida tanto por hombres como por la mayor parte de las propias mujeres.
La mujer requiere ser controlada porque puede tener comportamientos inadecuados que afecten al hombre y a la familia: control económico porque puede malgastar el dinero; control de cómo se viste porque puede estar provocando a otros hombres y creándole problemas a su pareja; control de a quién llama, con quién se relaciona y celarla para evitar infidelidades, y como una muestra de amor. Es la responsable del cuidado de hijos, familia y de la realización de las tareas domésticas; la pareja no tiene que apoyarla porque su rol es en el ámbito público mientras la principal función de ella es ser madre y atender al hombre y a la familia. Tiene menos deseo sexual y debe aceptar, perdonar y justificar las infidelidades y los actos de violencia porque sabe que él la quiere. Esta fue una visión predominantemente masculina aunque una parte de estos imaginarios fue compartida por algunas mujeres. Fue más referida en las provincias orientales y también fue identificada como una imagen recurrente en cierto tipo de música y video-clips.
La mujer tiene las mismas capacidades y condiciones que el hombre y como tal requiere gozar de sus mismos derechos tanto en el espacio público como privado. Las relaciones entre hombres y mujeres deben ser de igualdad en el ámbito del empleo, la vida política, la familia, el ejercicio y disfrute de la sexualidad. La maternidad es una opción más en la vida de la mujer, pero no una obligación. La infidelidad es cuestionable tanto en unas como en otros porque implica pérdida de confianza. Cualquier forma de subestimación es discriminatoria y cualquier tipo de control es un acto violento e inaceptable. Esta fue una visión predominantemente femenina, aunque ciertas dimensiones fueron compartidas por algunos hombres.
Los imaginarios relativos a la comunidad LGTBI afloraron menos en la investigación, pero pudo constatarse la visión de que la homosexualidad y transexualidad femenina es menos visible y aceptada que la masculina y que las lesbianas y mujeres trans sufren rechazo social, expresión de violencias discriminatorias originadas por los prejuicios y estereotipos que refuerzan el patrón heterosexual.