INTRODUCCIÓN
En carta a José Mederos, el Comandante Ernesto Guevara escribía:
Desgraciadamente a los ojos de la mayoría de nuestro pueblo, y a los míos propios, llega más la apologética de un sistema que el análisis científico de él. Esto no nos ayuda en el trabajo de esclarecimiento y todo nuestro esfuerzo está destinado a invitar a pensar, a abordar el marxismo con la seriedad que esta gigantesca doctrina merece. (Guevara, 1964)
La alerta que encierran estas palabras, sobre la necesidad de continuar apoyándonos en el marxismo como ciencia, no solo para transformar la realidad sino también para comprender los profundos y complejos procesos que en la práctica social humana tienen lugar actualmente, nos obliga a retomar la teoría. V. I. Lenin, en el análisis que hace de la sociedad, donde explica lo distintivo y universal de este fenómeno, viéndolo como un conjunto complejo de relaciones que al igual que los organismos de la naturaleza orgánica, está sujeta a leyes del desarrollo; en este sentido, recalca que la formación económico social es un organismo histórico natural y con ello se opone a los criterios subjetivistas de la sociedad en general.
Años más tarde, Fidel Castro Ruz, en entrevista concedida a Ignacio Ramonet, al referirse a la construcción socialista en Cuba, plateaba “… la teoría y la práctica del socialismo están por desarrollar y por escribir”, alertándonos sobre el peligro de utilizar las categorías del capitalismo “como instrumentos en la construcción del socialismo (Ramonet, 2006).
Una rápida revisión de los acontecimientos de las últimas décadas en el mundo, revela que, como parte de la expansión del proceso de transnacionalización del capital que tiene lugar a escala global y su creciente impacto sobre la vida cotidiana de los seres humanos se han venido produciendo modificaciones en la estructura socio clasista que presentan implicaciones para los diseños programáticos de socialismo en el presente siglo (Martín, 2010).
El ideal de socialismo, generado por el capitalismo en su decurso histórico, obliga a una gran diversidad de estrategias y tácticas para construirlo en el siglo XXI, en el que teoría y práctica encontrarán un par dialéctico imposible de olvidar en este proceso, y donde las ciencias sociales tienen que jugar un importante papel en la programación de sus modelos que implique no solo reducir la especulación teórica sino también la práctica improvisada.
Si tenemos en cuenta que, en el modelo de desarrollo cubano, se reconoce que la construcción de nuestro socialismo constituye el modo históricamente alternativo al capitalismo, de asegurar y promover una mejor calidad de vida material y espiritual para todos y todas, entonces resulta cada vez más complejo, el hecho real de lograr una distribución más justa y diferenciada según el aporte de cada miembro de la sociedad, y al propio tiempo lograr que nadie quede desprotegido.
Especial importancia dedican a esta visión del cuidado y la estratificación social las teorías del feminismo marxista (Lagunas-Vázques, Beltrán-Morales & Ortega-Rubio (2016).
La heterogeneidad y segmentación de nuestra estructura socio clasista deja una huella en la realidad social, que se manifiesta desde diferentes ámbitos como son en la organización del trabajo, en la vida económica y cultural del pueblo, unido a cambios en los modos y estilos de vida de la sociedad (Martín, 2019; Aja, 2019); dicho análisis lleva a la reflexión de que se precisa de la igualdad humana, apuntalada en la igualdad de género para dar pie a la prosperidad y sostenibilidad a la que se aspira en la sociedad cubana actual.
ASPECTOS TEÓRICOS DE LA ESTRUCTURA SOCIOCLASISTA DESDE UN ENFOQUE MARXISTA
El socialismo hereda de las viejas relaciones de producción, formas de organización y realización de la producción que distorsionan el carácter del trabajo y, por otro lado, la propia ley de distribución socialista, no libera a todos los seres humanos totalmente de formas alienadas de existencia, debemos considerar que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del programa de Gotha, sino a una nueva fase no prevista por él (Guevara, 1977).
Desde el propio triunfo del 1 de enero de 1959, la dirección histórica de la Revolución ha trabajado porque se reconozca que el socialismo se construye con conciencia, desarrollando una actitud y una convicción de propietarios, de productores y una conciencia de eficiencia, de consagración al trabajo; no quiere esto decir que se traduzca en una consigna, sino en la interiorización consciente de cada miembro de la sociedad de que no podemos avanzar en la construcción del socialismo, sin conciencia revolucionaria, socialista.
La coexistencia de rasgos de la vieja sociedad con elementos de la nueva, crean situaciones complejas, las cuales, unido a los cambios estructurales del sistema capitalista, hacen de esta tarea, para todas y todos los revolucionarios cubanos, un reto.
El socialismo es una sociedad que se construye conscientemente, y requiere por tanto luchar contra la improvisación y la disgregación y para ello la conjugación de factores objetivos y subjetivos, desde la base económica hasta la superestructura, constituye una máxima a seguir por los colectivos, los políticos, los especialistas y todos los involucrados en el ideal de socialismo al que se aspira en estos tiempos.
No olvidemos que la sociedad de clases aunque no antagónica, constituye una división jerárquica basada principalmente en las diferencias de ingresos, riquezas y acceso a los recursos materiales, que las clases como forma de estratificación social en la cual un grupo de individuos comparten una característica común que los vincula social o económicamente, sea por su función productiva o "social", poder adquisitivo o "económico" o por la posición dentro de la burocracia en una organización destinada a tales fines, puede generar objetivos que se consideren comunes y que refuercen la solidaridad interpersonal.
Para Karl Marx (1981), las clases sociales pueden entenderse de dos formas, sea como:
Grupos de individuos que se definen por una misma categorización de sus formas de relacionarse con los medios materiales de producción (particularmente la forma de obtención de sus rentas),
Una conciencia de clase entendida como la creencia en una comunidad de intereses entre un tipo específico de relaciones socioeconómicas. Esto se desprende de la breve descripción que es frecuentemente citada del 18 Brumario de Luis Bonaparte, en ausencia de una exposición dedicada del tópico en el resto de su obra: La concepción marxista original intenta descubrir la objetividad de la existencia de las clases (clasificaciones) socialmente relevantes a través de la formación de intereses subjetivos yuxtapuestos y en contraposición a otros grupos de intereses comprendidos en forma similar.
Las clases sociales aparecen entonces como dualidades antagónicas en un contexto histórico de conflicto cuyo eje central es el materialismo histórico. De ese enfrentamiento mediado por la historia surge la lucha de clases que es la manifestación misma del conflicto de los intereses materiales de los individuos en las relaciones sociales basadas en la explotación.
Karl Marx destacó que, a diferencia de todas las anteriores sociedades de la historia de Occidente con múltiples grupos de clases antagónicas, en la moderna sociedad capitalista el sujeto social pasa a ser el capital como proceso social, y el conflicto se simplifica en la formación de dos grandes clases caracterizadas cuya "distribución" depende de su rol económico: el proletariado y la burguesía. Esta última, por su función social originaria, dispondría físicamente de los medios de producción. Le sería propio a las clases burguesas el modo de producción denominado capitalismo y su apoyo teórico, el liberalismo, comprendido como su epifenómeno ideológico.
Por otra parte, ya en el siglo XX Lenin (1919) define a las clases sociales como grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por:
El lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado,
por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción, relaciones que las leyes refrenan y formulan en su mayor parte,
por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, por consiguiente,
por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen.
Más tarde a mediados de siglo desde otra visión de la hegemonía y el poder, en la obra de Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, este valora magistralmente, el comportamiento de las clases sociales partiendo de la teoría de los oprimidos y opresores, dado la construcción del intelectual orgánico, desde la concepción gramsciana, prevé la posibilidad de que, si los modos de pensar siguen permaneciendo estáticos, cualquiera sea el proyecto, será absorbido por las estructuras hegemónicas.
Las prácticas permanecerán silenciosas, por “el instinto de clase”, que no liberará el pensamiento, sino que lo atará a la permanencia a una ideología de la clase dominante: el capitalismo será el único horizonte posible. Se “trata de desentrañar los elementos que en el seno de la sociedad civil operan como "cemento" de las relaciones sociales vigentes, a partir de las prácticas cotidianas de las clases fundamentales.
Construir el socialismo pasa por deconstruir esa cultura de la explotación que hoy es hegemónica, como viera Gramsci y que retoma magistralmente en su trabajo sobre “El trabajo en Cuba de 2018 a 2019. El tránsito posible y el necesario” (Martín, 2019).
Como parte de estas valoraciones hay un denominador común como esqueleto de posesión de bienes materiales o no de ellos que permite su estructura en la sociedad y existen puntos de contacto con la sociología.
Desde la Sociología partimos de la teoría weberiana de la lucha de clases diferenciada, del enfoque basado en la mera relación entre propiedad y forma de ingreso, el pensamiento sociológico weberiano, resalta el poder de disposición sobre bienes y servicios, así como en los modos en que esa disposición se aplica a la obtención de rentas e ingresos, por lo cual utiliza la posición económica en el intercambio combinada con la posición social en la producción, completando así la demarcación de clase que Marx no había podido terminar apelando sólo al último criterio.
Dentro de la definición de clase social en sentido amplio, Weber distingue entre diferentes criterios de clasificación por los cuales existen múltiples tipos de clases que se asocian entre sí en un mismo individuo:
clases "propietarias" (se definen por la probabilidad de proveerse de bienes, obtener una posición externa a su fuente de ingresos y un destino personal).
clases "lucrativas" (demarcadas por el valor que adquieren en el mercado los bienes y servicios que proveen).
clases "sociales" en sentido estricto (reúnen los rasgos anteriores, pero por su ocurrencia típica a lo largo de las generaciones es la más parecida a un "estamento").
Aun cuando en determinadas situaciones Weber utiliza el modelo dicotómico, su análisis procede mediante la diferenciación entre clases, estamentos y partidos, recurso que utiliza para destacar el proceso de división del poder en la comunidad. La distribución a la que alude considera no sólo el poder económico sino también el que ambiciona prestigio y honor social y el que lucha por la obtención de poder político.
En virtud de los intereses de mercado, la clase existe objetivamente, aunque los individuos no sean conscientes de ello: es una “clase en sí” que no funda directa e inmediatamente lazos ni conciencia. Los estamentos, en cambio, agrupan a las personas en términos de la posesión -o de la pretensión de poseerlos- de privilegios positivos o negativos en la consideración social. La tenencia de dinero o la condición de empresario no constituyen calificaciones estamentales, pese a que pueden provocarlas. Inversamente, su carencia tampoco es una descalificación estamental, pese a que puede producirla.
En síntesis, la sociedad estamental se rige por convenciones ligadas al estilo de vida y al consumo, mientras la sociedad clasista florece sobre la economía de mercado. Así como los estamentos crean comunidades subjetivas en las que los individuos se reconocen por cuanto forman círculos que tienden al aislamiento, así las clases instituyen sociedades cuya objetividad trasciende a las personas individuales y se organizan según las relaciones de producción y de adquisición. Las clases no son comunidades o clases “para sí”, pero constituyen bases posibles y frecuentes de una acción comunitaria.
Si vamos al análisis histórico de la estructura socio clasista debemos valorar que la división social del trabajo no es una simple especialización, sino, como actividad humana, que tiene implícito relaciones sociales de carácter históricamente pasajeras y se expresa en el desarrollo de las fuerzas productivas que, dado su desarrollo inevitable, conduce a la división social y al surgimiento de las clases, por tanto, la estructura socio clasista es entendida como el entramado de posiciones, grupos y de relaciones que se configuran a través de la división social del trabajo y de las relaciones de propiedad que constituyen la base de la reproducción material de una sociedad histórico concreta.
Entramado que expresa el grado de estratificación y desigualdad, integración o exclusión que caracteriza a dicha sociedad y que se conecta con otros ejes de articulación de diferencias sociales de naturaleza histórico cultural (género raza, etnia, entre otros) y que desde lo social también conduce a cambios hacia el interior de los grupos, clases y sectores que tiene una sociedad dada.
La clase social en la Sociología contemporánea partiendo de la nueva complejización de la sociedad desde fines del siglo XX e inicios del XXI fue provocando encuentros entre las posturas actualizadas de Weber y Marx (neoweberianos y neomarxistas) aunque, por otro lado, continuaba la producción teórica más ortodoxa del marxismo y la funcionalista contemporánea (que se asocia técnicamente a la justificación del neoliberalismo), cuya figura de mayor peso sería Niklas Luhmann, quien basó su revisión de la teoría de sistemas en las tesis del biólogo chileno Humberto Maturana (autopoiesis) que encuentra justificación casi matemática en la sociedad contemporánea a diferencia del resto de las teorías sociales.
Convergen neo marxistas y neo weberianos en la complejización contemporánea de las clases sociales, y en la constatación de hechos como la desigualdad social creciente y el caos teórico producido en la transformación del trabajo. Entre los teóricos que se destacan en el análisis de este fenómeno están Goldthorpe (1987); Erik Olin Wright (1983, 1992), entre otros.
Análisis de la estructura socio clasista en Cuba, a partir del enfoque de género
El análisis anterior nos permite valorar desde posiciones marxistas, los cambios ocurridos en Cuba a partir de 1990, que conllevó a aplicar la conocida política de excepción dado por el derrumbe del llamado Socialismo Real en Europa del Este que trajo como resultado el establecimiento del llamado estado de emergencia conocido como “Periodo Especial” que originaron cambios sustanciales en la división social del trabajo.
Para los autores Alemán y otros (2015) la actualización del modelo cubano es un fenómeno muy complejo. Sin dudas, si se ubica al ser humano como su objeto y sujeto, en el sistema de contradicciones a resolver, un lugar especial lo ocupan las existentes en los marcos de la diversidad estructural, tanto económica como socio-clasista, conformada bajo la incidencia directa de factores internos y externos, objetivos y subjetivos, presentes en las diferentes etapas por las que ha transitado la Revolución.
En Cuba conviven hoy, fruto de esta historia reseñada, diversos tipos económicos (sistemas socioeconómicos). Esta heterogeneidad no puede menos que manifestarse en la diversidad de la estructura social y reflejarse de modo particular por las distintas fuerzas que componen al pueblo cubano, en sus intereses, psicología, motivaciones y maneras de actuación.
Todo lo anterior está acompañado de una nueva política económica y social que trae consigo un nuevo modelo de socialismo donde convergen los siguientes tipos económicos: socialista, capitalismo de estado, producción mercantil simple y capitalista, que sirven de basamento natural a la existencia de diferentes clases, capas, sectores y grupos sociales.
El tipo socialista de economía marca la tendencia de futuro con sus nuevas formas de propiedad: socialista de todo el pueblo; cooperativa; de las organizaciones políticas, de masas y sociales; privada; mixta; de instituciones y formas asociativas; y la personal, todas ellas interactúan en similares condiciones; el Estado regula y controla el modo en que contribuyen al desarrollo económico y social.
A esta se vinculan todas las clases, capas, sectores y grupos sociales que conforman al pueblo cubano de hoy con la diversidad endógena de cada una de ellas: obreros, cooperativistas, pequeños y medianos productores mercantiles de la ciudad y el campo, nuevos burgueses, dirigentes, intelectuales, militares, estudiantes, hombres, mujeres, jóvenes y niños.
Por tanto, la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción constituye el fundamento objetivo de la necesaria unidad nacional como garantía de la continuidad de la Revolución, pues sintetiza la coincidencia de los intereses de los diversos componentes de la estructura socio clasista.
Por eso, resulta tan importante eliminar todos los obstáculos que se interponen en su realización socioeconómica, presentes en todo el proceso de reproducción - producción, distribución, intercambio, consumo y dirección-, que se expresan, especialmente, en las limitaciones a la efectiva participación de nuestros trabajadores como protagonistas, los formalismos y las deformaciones de las relaciones económico-organizativas, por el empleo de mecanismos, métodos y estilos incorrectos.
Por solo citar alguno de ellos, aparecen nuevas formas de actividad laboral como es la conocida como las “cuidadoras” que por el envejecimiento poblacional aparece como nueva modalidad. Así como el trabajo por cuenta propia que se ha diversificado, y otras variables que hasta el momento no se observaban como actividades laborables.
Desde una perspectiva académica en su contribución titulada "El trabajo en Cuba de 2018 a 2019. El tránsito posible y el necesario”, Martín (2019) sobre el trabajo como proceso social y como categoría científica plantea lo que, a su juicio, son los tres desafíos más importantes para las ciencias sociales al examinar la problemática del trabajo:
El que sale de una mirada hacia el trabajo dentro de la relación población-desarrollo;
El que se da en el empleo, a partir de la confrontación entre la precariedad por explotación y la precariedad por insolvencia, y
El que se produce entre la realidad actual y el devenir del trabajo y sus relaciones, por una parte, y el proyecto político social cubano, por la otra.
De cualquier modo, algunas cifras hablan por sí solas, porque si bien la población ocupada viene disminuyendo ininterrumpidamente desde 2013, en los dos años siguientes la disminución fue de 0,7%, mientras que entre 2015 y 2018 fue de 7%, diez veces superior. Después de 2015 todos los años han sido los de menor nivel de ocupación (ONEI, 2013, 2014, 2015).
Citando al propio autor, estos cambios (y aquí detenemos la efusión de cifras, no siempre completas ni congruentes, ni tampoco provenientes de las mismas fuentes) se acompañan de un crecimiento del empleo no estatal, sobre todo del privado y, menos, del cooperativo; pero, como vemos, no implican un aumento de la ocupación y solo un ligero repunte de la desocupación, a cifras superiores a 3%. La lógica nos indica que lo que también puede estarse produciendo es un aumento del trabajo fuera de registro y de las actividades económicas ajenas a toda regulación. Si algo trajo 2018 fue la continuidad o reforzamiento de todas esas tendencias1.
Si partimos de la tesis de la recomposición del aparato teórico-conceptual de la sociología-psicología-filosofía que la estructura socio-clasista ha vivido en los tres últimos lustros, dado por un proceso de integración y recapitulación que, no obstante, la convivencia de diferentes corrientes de pensamientos, parten de aceptar la complejidad y multicausalidad de los sistemas de estratificación contemporáneos, debemos retomar la investigación de Espina, Martín y Núñez (2003), cuando parte del “principio metodológico de que, al igual que no hay historia sin sujetos, sin producción colectiva de sentido no es posible comprender la condición de agentes de cambio y las opciones de acción real que tiene tal o cual grupo social” (p. 10).
La situación actual de nuestro país, confirma la existencia de un proceso de estratificación social dado por los cambios que se han producido en:
Formas de propiedad (obreros estatales del sector tradicional, vinculados al sector mixto con capital extranjero, vinculados a la propiedad privada, que origina cambios)
En magnitud de los ingresos (altos, medios y bajos)
En la esfera de actividad (industria azucarera, minero metalúrgica, farmacéutica, producción, servicios-(turismo) al desarrollo tecnológico.
La implicación mediata de ello, se observa en nuestra sociedad como un proceso creciente de segmentación y heterogenización hacia el interior de cada clase social, capa, sector y grupo social, favorecido por las diferentes formas de propiedad, generadoras de diferentes ingresos con lo cual aparecen los llamados “nuevos ricos”.
Aunque las estructuras socio clasistas no son estáticas sino históricamente pasajeras y están sujetas a cambios en la división social del trabajo, en el desarrollo de las fuerzas productivas y las diversas formas de propiedad que se sustenten en cada país, desarrollar en este contexto productores y no consumidores constituirá un reto para los teóricos y gobernantes de la nación cubana actual.
Estos cambios visibles hoy, al interior del sistema político que defendemos, han sido resultado de la aplicación de medidas de carácter estatales como:
El trabajo por cuenta propia que ha diversificado las acciones en cuanto a las políticas agrarias, con la instrumentación de decretos como 259 y el 300, que favorecen la tenencia de tierra y con ello el incremento de la producción de alimentos disminuyendo con ello el número de desocupados y sus estadísticas
Las leyes del Consejo de Estado, que tienen como objetivo el estimular la remuneración de los trabajadores de las empresas de producción material que contribuyen en los índices del PIB en dependencia de sus resultados de la productividad del trabajo y el mejoramiento de la calidad de vida de los trabajadores
Nuevas fuentes de empleos como consecuencia del envejecimiento poblacional, las llamadas “cuidadoras”, que son las personas que se dedican a cuidar ancianos y enfermos
El redimensionamiento de la industria azucarera lo cual trajo consigo que los obreros se integraran a planes de estudios conocido como el Programa Álvaro Reinoso lo cual contribuye al aumento de los profesionales de esta rama y con ello una fuente de empleo con determinadas características
El establecimiento del mercado agropecuario, donde los campesinos como clase, además de vender al Estado, venden sus excedentes en este mercado trayendo consigo el aumento de sus ganancias y la agudización de la diferenciación en dependencia de los ingresos, aspecto a seguir muy de cerca por las autoridades competentes.
No obstante, la investigación de las jóvenes economistas Susset Rosales Vázquez Arelys Esquenazi Borrego, titulada "Panorama laboral en Cuba. Diagnóstico de brechas" (parece emblemática de las tendencias que se fueron remarcando en el año que culmina (Martín, 2019).
Para estas autoras el nuevo Código del Trabajo, la apertura a nuevas formas de gestión de la propiedad, la expansión de fuentes de empleo no estatales o los incrementos salariales en algunas áreas del sector estatal, entre otros, han sido medidas que impactan la sociedad, en términos de empleo, ingresos y equidad y entre los impactos o brechas que se han producido en la esfera laboral a partir de 2011, salidas del cotejo del estado real de algunas variables sociales, respecto a ciertos puntos de referencia de tipo epocal, sociodemográfico, social, etc., las autoras señalan:
Brecha territorial: expresada en una gran heterogeneidad territorial en términos de empleo, lo que se concreta en el rezago relativo de las provincias orientales.
Brecha de género: expresada en el aumento de las diferencias por sexo en casi todos los indicadores laborales, lo cual demanda una mayor sensibilidad de género a las políticas económicas y sociales de la actualización del modelo.
Brechas etarias: se manifiestan en un mayor peso de los adultos en la distribución por edades en casi todos los indicadores, como resultado de los cambios en la legislación en la edad laboral y del envejecimiento demográfico del país.
Brecha estructural de la ocupación: a partir de cambios en la gestión de la propiedad y variaciones en la magnitud y distribución de los ingresos monetarios, se refleja en una mayor diferenciación social, dada la aparición de grupos y estratos sociales más y menos favorecidos y visibles transformaciones en sus roles y en sus relaciones sociales. Además, se expresa en la mayor proporción de empleos en sectores de baja productividad y complejidad tecnológica, lo que tiene consecuencias en la distribución desigual de salarios, en la baja incorporación de las tecnologías, innovaciones y conocimientos, así como en la calidad del empleo de manera general.
Brechas relacionadas con la subutilización de la fuerza de trabajo, en especial la calificada, por la existencia de una población inactiva y desocupada con altos niveles de instrucción y mayoritariamente femenina.
Brecha de participación laboral: por la conjugación de cambios desde el lado de la demanda (generación de empleos a nivel país, del sector estatal y no) y desde la oferta de trabajo (motivaciones, incentivos y decisiones individuales) que no siempre se alinean armónicamente y cuyo efecto neto explica la disminución de la tasa de participación laboral en los últimos años.
Entonces se debe pensar más a fondo en el modo de construir los valores socialistas en las nuevas condiciones, incluyendo la problemática de la economía feminista y el feminismo marxista que también le aportan a esta visión del cuidado y la estratificación social, ya que las consecuencias sociales que estos cambios generan, se extenderán mucho más allá del plano económico y político institucional y del nivel de vida, para impactar directamente desde el punto de vista estructural y funcional en las distintas dinámicas sociales, socio clasistas, de género, raciales, políticas, psicoideológicas y culturales en sus planos colectivos e individuales de manifestación.
Como lo enuncian Lagunas-Vázques, Beltrán-Morales y Ortega-Rubio (2016) actualmente existe un mapa conceptual, que conforma un conjunto de teorías sobre el rol de la mujer en el desarrollo económico.
La revisión bibliográfica realizada demuestra que, entre los planteamientos académicos intelectuales sobre este tema, se pueden denotar al menos cinco teorías diferentes; las cuales están interrelacionadas, tocándose o subsumiéndose entre ellas.
Para la teoría del feminismo marxista, tanto Marx como Engels describen la opresión de la mujer como una explotación económica. Aunque es en la obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” donde Engels reconoce que el origen de la sujeción de las mujeres no estaría en causas biológicas, la capacidad reproductora o la constitución física, sino sociales.
Según este análisis, la emancipación de las mujeres está ligada a su independencia económica, según (Varela, 2013). Las mujeres no están fuera de la clase trabajadora, la lucha feminista debe estar totalmente imbricada en la lucha trabajadora.
Son varios los trabajos que hoy se centran en este enfoque, teniendo por objeto exponer la crítica de la economía feminista a la visión convencional de la actividad económica, para la cual sólo se debe considerar como trabajo el asalariado, el que se compra y se vende por un salario.
La economía feminista destaca que este enfoque restringido del concepto de trabajo excluye a las mujeres y carece de una dimensión de género. Esta invisibilidad femenina no sólo es de tipo cuantitativo, es decir, no se trata sólo de que las tasas de actividad femenina en el mercado laboral formal sean bajas.
La razón es más de enfoque: el análisis del trabajo se construye desde una perspectiva neutra, de modo que trabajo y mujeres aparecen como dos conceptos excluyentes entre sí. Por todo ello, la economía feminista recupera los elementos femeninos invisibilizados, particular-mente el trabajo doméstico y de cuidados (Brunet & Santamaría, 2016).
Aunque de momento resulte tan poco conocido como enormemente olvidado fue desde la Cuba revolucionaria que tuvo lugar el desarrollo prístino de una teorización marxista-feminista del trabajo doméstico. Desde La Habana, a inicios de 1969 los intelectuales Isabel Larguía y John Dumoulin comenzaron a difundir su primer manuscrito titulado «Por un feminismo científico» el cual sería editado hacia 1971 por Casa de Las Américas (Bellucci & Theumer, 2018).
En este sentido se reconoce el papel que han jugado en Cuba organizaciones e instituciones como la Federación de Mujeres Cubanas, Casa de las Américas, las Casas de Orientación de la Mujer y la Familia, la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, a favor de la mujer y su reconocimiento social no solo en Cuba, sino también en América Latina y el mundo.
No obstante en los momentos actuales, no estamos exceptos de la agudización del deterioro de los valores a escala social, incluidos los estudiantes y profesores a todos los niveles, motivados por la disminución de los ingresos reales, unido a una mayor polarización social, marcada por el alejamiento entre la medida del ingreso y la medida del trabajo, siendo los más desfavorecidos los empleados, lo que ha provocado un incremento de la “vulnerabilidad ideológica” a partir de la ampliación del cooperativismo, sector mixto, la pequeña y mediana propiedad privada, el trabajo por cuenta propia y la influencia epidérmica del factor Estados Unidos en nuestra sociedad, que han generado expresiones como el escepticismo, el contubernio, la abulia y la escasa combatividad ante las manifestaciones contrarias a la ética e ideología de la Revolución.
Esta realidad, conduce a la impostergable necesidad de provocar e instrumentar cambios sustanciosos, tanto en la concepción, como en la ejecución del trabajo político y la formación de valores, a todos los niveles educacionales, con el propósito de salvaguardar y fortalecer la conciencia revolucionaria de nuestros trabajadores, estudiantes, dirigentes, y con ello elevar su incidencia ideológica sobre la sociedad en su conjunto.
Aun cuando el Estado trata de disminuir los efectos de la situación económica, con leyes que contribuyan al aumento de la remuneración de los trabajadores y a nuevas formas de empleo, este cambio, marca señales particulares en el proceso de edificación unitaria de la nueva identidad productor-propietario, así como en el desarrollo de la conciencia económica y en la lucha por la eficiencia y la eficacia, elementos que deben ser comprendidos y tenidos en cuenta por los decisores, al diseñar e implementar las políticas económicas, jurídicas, públicas y educacionales inclusivas; porque para la mayoría, este asunto interviene como condición existencial de vida y no como aspiración a ser logrado.
Se abre así una nueva etapa en la profundización de la Revolución cubana, los intentos de reforma-rectificación son ya caducas, se hace necesario evaluar este proceso a la luz de los nuevos enfoques que exige la crisis civilizatoria y medioambiental que ha provocado el capitalismo, es necesario que la transición socialista y los estereotipos ideológicos que aún tenemos se transformen construyendo el socialismo “desde arriba” y “desde abajo” (Limia, 2010).
De lo que se trata es de implicar a todos y todas en esta tarea, lo que supone la creación de un nuevo modo de proveer y ejercitar los derechos cívicos, políticos, económicos, sociales y culturales de la ciudadanía. Por tanto, implicará una profunda transformación tanto del Estado como de la sociedad civil y sus relaciones mutuas, en ello nos va la defensa de nuestro Modelo de desarrollo económico y social socialista, el que defendemos y aprobamos en abrumadora mayoría miles de cubanos y cubanas.
CONCLUSIONES
La aplicación del Modelo de desarrollo económico y social socialista cubano, requiere de mucha atención a los factores subjetivos, es por ello que debe darse especial atención a la educación, la comunicación social, el arte y la producción de pensamiento desde un enfoque de género.
La estratificación de la estructura socioclasista y sus diversas fuentes de ingresos, hará conveniente que las políticas económicas se orienten a la reducción progresiva de las diferencias a través de las contribuciones a grupos sociales más vulnerables, incluyendo a amas de casa y cuidadoras.
Hoy más que nunca el principio histórico concreto de la relación teoría práctica en la construcción del socialismo en Cuba, nos exige un pensamiento disruptivo, creador e inclusivo que incluya las aportaciones teóricas y reflexiones que sobre el tema existen en América Latina, Cuba y el mundo, capaz de promover una cultura del trabajo realmente participativa y emancipadora.