INTRODUCCIÓN
Hoy no es extraño ver a muchos niños/as absorbidos por un audiovisual durante horas. Diversos profesionales (de la Pediatría, Psicología, Pedagogía, etc.) han mostrado su preocupación por los posibles riesgos que pueden ocasionar, en el desarrollo infantil, el uso abusivo de estos. Se ha demostrado científicamente que los audiovisuales influyen en el desarrollo de los seres humanos desde su más temprana edad. La necesidad de utilizar programas adecuados al periodo etario de los niños/as ha sido legitimada por algunas organizaciones internacionales como UNICEF, la fundación National Literacy Trust, la Kaiser Family Foundation y Prix Jeunesse Foundation. Investigadores internacionales (Urpí & Vicente, 2008; Ceinos & Nogueira, 2015) reconocen que la utilización de los materiales audiovisuales que favorezcan el desarrollo de los niños/as depende de los adultos que influyen en su educación. En la primera infancia, esta responsabilidad es compartida entre la familia (agente primario de socialización) y el educador/a. Sin embargo, a decir de Urpí y Vicente (2008) «los profesionales de la educación, al igual que los padres, tampoco conocen los fundamentos de la cultura audiovisual lo suficiente como para diseñar y manejar eficazmente situaciones de enseñanza-aprendizaje relacionadas con los medios audiovisuales de comunicación» (p.88).
Esta situación también se refleja en la realidad cubana actual, donde, además:
(…) se combina un consumo cada vez más elevado de audiovisuales y una escasa producción nacional, convirtiéndose los niños y niñas en potenciales consumidores de lo que se produce en otros contextos. A esto se agrega que generalmente los audiovisuales cubanos dirigidos a la infancia no se corresponden con las características de los niños de 0 a 6 años y como tendencia las familias y cuidadores son consumidores pasivos y permiten a los niños extensos períodos de visualización. (CELEP, 2016, p.1)
Desde la Constitución de la República (2019) se legitima la importancia de potenciar la educación desde las primeras edades. Se reconoce una política educativa sustentada en los avances de la ciencia y la tecnología, lo que supone la formación de ciudadanos activos y responsables para el consumo audiovisual. Un elemento que contribuye a este empeño es la selección y utilización de audiovisuales que respondan a las características del niño/a cubano y sus necesidades de desarrollo en cada período etario. Diversas instituciones, culturales y educativas en Cuba, se enfocan en lograrlo. Desde el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) se han propuesto investigaciones con la finalidad de producir una programación adecuada a los intereses y necesidades de niños/as preescolares. Bonora (2016) propone una metodología a programadores y otros especialistas del sistema de la televisión nacional para la selección y producción de materiales audiovisuales destinados a satisfacer las necesidades de consumo de los niños/as preescolares y sus adultos responsables. Otros autores han presentado soluciones a través de la orientación a la familia, tal es el caso de Noa (2015), Rodríguez (2015), Batista (2017), entre otros. En todas se resalta la falta de una cultura audiovisual del docente para desarrollar con éxito su labor de orientar a las familias en esta dirección.
La formación de una cultura audiovisual del educador/a de la primera infancia no debe limitarse a su función orientadora. Desde hace varios años, investigadores cubanos han insistido en la necesidad de introducir los audiovisuales en el proceso educativo de la primera infancia. El antecedente más importante se encuentra en la creación del Programa Audiovisual Educativo de apoyo curricular y ampliación cultural para la primera infancia (PAVE). Avalado por investigaciones científicas (Rodríguez, 2004, 2008) este programa ha contribuido al reconocimiento de las potencialidades de los materiales audiovisuales como medio de entretenimiento y desarrollo de los niños/as preescolares.
A la luz del tercer perfeccionamiento del sistema nacional de educación, los planes y programas de la primera infancia (MINED, 2017) bridan nuevas oportunidades para el empleo de los materiales audiovisuales en el proceso educativo. Continúan reconociéndolos como una poderosa fuente de vivencias para el niño/a. Asimismo legitiman la edad preescolar como el período donde, por sus regularidades psicológicas, pueden ser utilizados como medios de enseñanza. Sin embargo, se abandona la concepción de programa audiovisual educativo para concebir al audiovisual como un medio para el tratamiento a contenidos que no puedan ser presentados en su forma material. Se reconoce, desde todas las dimensiones de educación y desarrollo, la posibilidad de emplear audiovisuales y diversificar los materiales a utilizar. Según las orientaciones metodológicas (MINED, 2017) «los programas audiovisuales realizados por la televisión educativa para estas edades son los más recomendados, aunque no los únicos que pueden utilizarse» (p.74). Estas posturas revolucionarias, atemperadas a las condiciones actuales de la sociedad, reafirman la necesidad de educadores/as con una cultura audiovisual.
Contradictoriamente, un análisis del Plan de estudio “E” (MES, 2016) de la Licenciatura en Educación Preescolar en la Universidad de Artemisa permite identificar la insuficiente potenciación, desde el currículo, de la cultura audiovisual que precisan estos agentes educativos. Como planteara Horruitiner (2006) el desarrollo científico y tecnológico que experimenta la sociedad ha implicado nuevas demandas de formación, no siempre asumidas por las universidades con la rapidez requerida. La política educativa cubana para la primera infancia demanda un educador/a audiovisualmente culto/a, que emplee críticamente los materiales audiovisuales en el proceso educativo. Sin embargo, la formación inicial de dichos agentes educativos solo contempla un curso optativo-electivo en el último año de la carrera, dirigido a preparar a los estudiantes para la utilización de un PAVE descontextualizado.
La necesidad de modificar esta realidad ha sido y es una preocupación de las ciencias pedagógicas. Desde el antiguo Centro de Referencia Latinoamericano para la Educación Preescolar (CELEP) se impulsó un proyecto de investigación dirigido al fomento de una cultura audiovisual en los niños y niñas de la primera infancia y sus familias. A partir de los resultados obtenidos se identificó como línea de investigación el fomento de una cultura audiovisual en educadores/as de la primera infancia desde el proceso de formación inicial. Entre las investigaciones que se desarrollan en este marco, las autoras proponen una estrategia pedagógica para estudiantes de la carrera Licenciatura en Educación preescolar de la Universidad de Artemisa. El presente trabajo pretende fundamentar el marco teórico conceptual que, desde las ciencias sociales, sustenta el desarrollo de una cultura audiovisual en educadores/as de la primera infancia.
DESARROLLO
Fundamentos teóricos
En aras de analizar lo que significa cultura, audiovisuales y educadores/as de la primera infancia se tuvo en consideración el estudio de varias definiciones de autores, en diferentes contextos, sobre estas tres categorías para conformar lo que se pretende considerar como: cultura audiovisual en educadores/as de la primera infancia. Para arribar a la propuesta que aquí se presenta, las autoras emplean métodos científicos de nivel teórico y empírico.
De nivel teórico se emplearon:
Análisis-síntesis: para la búsqueda y procesamiento de la información teórica y empírica sobre la cultura como categoría filosófica, histórica, psicológica y pedagógica. Identificar los nexos internos y necesarios para el desarrollo de una cultura audiovisual en educadores/as de la primera infancia. Inducción-deducción: para lograr generalizaciones sobre el estado del desarrollo de la cultura audiovisual y en la determinación de sus peculiaridades para educadores/as de la primera infancia. Enfoque de sistema: contribuyó a la comprensión de la cultura audiovisual como un sistema, identificando sus componentes interrelacionados funcionalmente.
De nivel empírico se tuvieron en cuenta:
Análisis documental: a documentos normativos que regulan las políticas educativas en Cuba: Convención de los derechos del niño, Constitución de la República. Asimismo, se consultaron las directrices del MINED con relación a la primera infancia: Plan educativo de la primera infancia, programas y orientaciones metodológicas. También se tuvieron en cuenta documentos establecidos por el MES para la formación de nivel superior de educadores/as de la primera infancia: Plan de estudio “E”.
Observación: a actividades audiovisuales en los círculos infantiles XI Festival y Mi carrusel de la provincia Artemisa para identificar fortalezas y debilidades en el trabajo con materiales audiovisuales desde el proceso educativo de la primera infancia.
De los audiovisuales
Desde el punto de vista técnico, los audiovisuales constituyen un producto de la tecnología que integra lo auditivo y lo visual para producir una nueva realidad o lenguaje. Plantea Vázquez (2015) que los medios de comunicación audiovisuales se constituyen por dos componentes: el físico (los equipos que permiten la generación y reproducción del audiovisual) y el lógico (contenido, mensaje, programa audiovisual). Se entiende entonces que el material audiovisual es:
el producto de un medio de comunicación que transmite contenidos visuales (imágenes ópticas) y auditivos (grabaciones de sonido) al unísono. Utiliza, para ser creado, el código audiovisual devenido de las posibilidades tecnológicas del medio que lo generó en dependencia del formato, del género, tipología u otras cuestiones que distinguen a cada uno de los medios de comunicación audiovisuales. (Vázquez, 2015, p.45)
Los medios audiovisuales también son estudiados como sistemas de socialización del individuo. Influyen en la conducta de sus usuarios, mediando en la manera particular en que cada sujeto percibe y transforma la realidad. Desarrollan la necesidad de llevar a cabo acciones conjuntas y de vivenciar experiencias que trascienden la cotidianidad. A decir de Hernández y Hernández (2005), los medios audiovisuales han devenido en mediadores de la relación entre el hombre y su mundo, cada vez, desde edades más tempranas.
Investigadores del campo de la comunicación han demostrado cómo los medios audiovisuales influyen en los sentidos y significados que construye la gente (Eco, 1968; Zunzunegui, 1992; Wolf, 1994; Sartori, 1998; Mattelart, 2003, entre otros). A decir de Noa (2015), en la infancia este fenómeno adquiere más fuerza. Los medios audiovisuales fabrican una parte importante del conjunto de experiencias de que dispone el niño. Le permiten ir (virtualmente) a lugares en los que no estará físicamente, conocer objetos que no están al alcance de su mano; experiencias que amplían el ámbito de su conocimiento y que, probablemente, de otra manera no tendría. El niño descubre símbolos y construye significados que pone de manifiesto en el resto de sus áreas de actuación, en sus relaciones con los adultos, con los coetáneos, etc. Los audiovisuales le brindan al niño la construcción de un mundo ficticio que él intercambia, produce y reproduce en diferentes espacios de su vida cotidiana.
Algunos autores como Giroux, 2000 y Klibanski (2005, citados por Torrado & Piracón, 2009) alertan que:
El discurso de los niños como consumidores ha desatado una cantidad en nada despreciable de publicaciones que se han concentrado en afirmar la condición de consumidores y promover las mejores tácticas para vender (…). En general, las opiniones de académicos y empresarios coinciden en que el cine para niños es uno de los que mayores ganancias económicas produce. (p.23)
Emerge entonces un término de interés para la presente: los audiovisuales infantiles. Investigaciones con niños preescolares cubanos lo definen como «el producto cultural dirigido a los niños y las niñas de la primera infancia, donde se conjugan audio y video, el contenido puede ser de entretenimiento y/o educativo y se transmite a través de un sistema tecnológico audiovisual» (Noa, 2015, p.28).
Por su parte, Bonora (2016) asume el término programa infantil para referirse a un «programa audiovisual dirigido a cualesquiera de los segmentos infantiles según las determinaciones de esta edad por la investigación social y según las determinaciones de la psicología infantil» (p.6).
En cualquiera de los casos se reconoce la intencionalidad de los audiovisuales de producir la realidad, recrearla, interpretarla o reelaborarla con determinados fines: informar, entretener, instruir y educar. Sin embargo, en opinión de las autoras, se refieren a materiales audiovisuales diferentes. Bonora (2016), pone el énfasis en aquellos materiales audiovisuales que, desde su concepción y producción, tienen en cuenta las características sociopsicológicas de los niños a los que se destina. Mientras que Noa (2015) se centra en los materiales audiovisuales, que sin tener en cuenta estas cuestiones, se dirigen a la primera infancia y son consumidos acríticamente. Estos últimos pudieran ser más dañinos. Desde las ciencias psicológicas se han brindado evidencias que así lo confirman. Sáenz de Calahora (2002) describe cómo la televisión y el cine influyen en la formación de los ideales de los niños. Otros estudios desde la psicología cognitiva profundizan en el proceso de comprensión de los dibujos animados. Torres (2006) constata las dificultades que muestran niños para comprender dibujos animados que no cumplen ciertos requerimientos técnicos o no están en correspondencia con las características psicológicas del público al que se destina.
En estas investigaciones se enfatiza el papel del adulto, quien debe favorecer el intercambio sobre los contenidos del material audiovisual. Esta función mediadora trasciende la presencia física del adulto y supone ciertas actitudes, aptitudes, habilidades y conocimientos que le permitan seleccionar y utilizar los materiales audiovisuales adecuados para la edad del niño. Elkonin (1983) afirma: «los portadores concretos de todo aquello que debe dominar el niño durante su vida son los adultos que lo enseñan y lo educan» (p.20). Asimismo, Castro (s.f.) defiende la idea de que cuando todo ser humano llega al mundo, llega al mundo de la cultura, donde el adulto -portador de la cultura- es quien va a enseñar a ese pequeño cómo desenvolverse.
Estas ideas se sustentan en el principio de la determinación histórico-social de la psiquis. A decir de Vigotsky (citado por Febles y Canfux, 2006) la apropiación de la cultura es un proceso activo del conocimiento de los objetos y fenómenos de la realidad, productos del desarrollo histórico. Si los sistemas de actividad y comunicación en que se inserta el niño/a son apropiados, se favorecerá dicho proceso de manera que el niño/a podrá reproducir, multiplicar, enriquecer y perfeccionar los productos de la historia. Resultan fundamentales las relaciones que establece el niño con los adultos para apropiarse de los contenidos culturales que se transmiten a través de los audiovisuales.
Educadores/as de la primera infancia
En el contexto cubano se reconoce la figura del educador/a de la primera infancia como un adulto -portador de la cultura- que interviene desde los primeros años de vida en la formación y desarrollo de los niños de 0 a 6 años. Debe, a partir de su preparación profesional, sus conocimientos y cualidades personales, ser capaz de propiciar, orientar y conducir el desarrollo integral de los niños con los que trabaja. Según el Modelo del Profesional:
(…) el educador de la Primera Infancia da solución a los problemas relacionados con el proceso educativo para la atención integral a los niños en las dos modalidades de la Educación de la Primera Infancia y la coordinación del sistema de influencias educativas que deben ejercer conjuntamente, con la familia y otros agentes y agencias educativas del entorno. (MES, 2016, p.5)
La propuesta de perfeccionamiento del currículo de la primera infancia en Cuba intenta ajustar la educación a las nuevas exigencias de la sociedad (MINED, 2017). Brinda la oportunidad de utilizar materiales audiovisuales en el proceso educativo, dirigido no solo a entretener sino también a educar. En esta misma línea, San Sebastián (2015) propone «la televisión debiera situarse en lo que Vigotsky considera Zona de Desarrollo Próximo» (p.9). En opinión de las autoras, para que un material audiovisual, transmitido por la televisión u otro medio, sea eficaz, debe ubicarse en una zona intermedia entre el desarrollo real del niño y su potencial desarrollo. Sobre este sustento se han defendido varias investigaciones que avalan la utilización de materiales audiovisuales como medios de enseñanza en el proceso educativo de la edad preescolar.
Plantea Torres (2016) que el proceso educativo en la primera infancia tiene un carácter sistémico, dado fundamentalmente por las relaciones entre sus componentes: el objetivo, el contenido, los métodos, los medios, la evaluación y las formas de organización. Como resultado de su investigación destaca una sistematización teórica que justifica el empleo de los medios, en el proceso educativo, como fuente de estimulación del desarrollo del niño/a en la primera infancia. Brinda una concepción teórico-metodológica donde los describe como:
(…) fuerza generadora e impulsora de transformación gradual y ordenada, que contribuye al crecimiento físico, al estado de salud y nutricional, a la formación de cualidades personales, los hábitos de comportamiento social, al desarrollo de la comunicación y del lenguaje, al desarrollo intelectual, moral y socioafectivo en los niños de la primera infancia con significación social y sentido lúdico. (Torres, 2016, p.48)
Asumir esta posición permite a las autoras certificar el uso de medios audiovisuales en el proceso educativo en la primera infancia. Empero, no basta esta afirmación para comprenderlos como fuente del desarrollo. Más allá del medio tecnológico que se emplee, es el contenido, su componente lógico, lo que deviene o no en fuente de desarrollo para el niño/a. Todos los materiales audiovisuales son potencialmente didácticos y educativos, esta condición radica en el hecho de cómo son utilizados y aprovechados.
En el evento internacional Pedagogía 2009, Franco (2009) defendía la idea de que los educadores tienen que estar actualizados en términos pedagógicos y metodológicos para satisfacer la educación integral de los niños, mediante un currículo basado en fundamentos científicos. Tienen que estar preparados para ofrecer y crear ambientes sanos y estimulantes para el desarrollo humano. Tienen que fortalecer de manera permanente su autopreparación y la capacitación de otros agentes educativos (familia y miembros de la comunidad), para identificar y solucionar problemas, ampliar la cobertura de atención, que permita llevar la educación a cada niño, dondequiera que se encuentre y ser capaces de respetar y recrear el patrimonio y la cultura territorial y nacional.
Estas ideas se respaldan en investigaciones como la de Silva (2001), donde describe un conjunto de cualidades que debe poseer el educador de la primera infancia para ser potenciador del desarrollo infantil. Entre los resultados que exhibe el estudio se destaca que los educadores potenciadores de desarrollo se distinguen por el empleo de métodos y medios novedosos en el proceso educativo. El éxito no radica en el medio per se sino en la utilización que se haga de este. No basta el convencimiento de la necesidad de utilizar los materiales audiovisuales en el proceso educativo de la primera infancia. Es vital un educador preparado para seleccionar y utilizar los medios del proceso educativo en armonía con las características del desarrollo psicológico de los niños, con un pensamiento crítico para hacer de los materiales audiovisuales un medio de entretenimiento y desarrollo. Plantea Cebrián (1997) que la televisión en el aula no es ver televisión como en la sala de estar o en la casa, «es hacer televisión, analizarla, reflexionarla y criticarla constructivamente» (p.93). Para lograrlo, desde las edades tempranas se precisa un educador/a de la primera infancia con una cultura audiovisual.
Cultura audiovisual en educadores/as de la primera infancia
La cultura es una categoría polisémica que ha sido abordada desde diferentes enfoques: filosófico, sociológico, semiótico, pedagógico, etc. Se refiere, desde la concepción filosófica de Abbagnano (1988), como un conjunto de modos de vida creados, aprendidos y transmitidos por una generación a otra entre los miembros de una sociedad particular. Asimismo, Álvarez de Zayas (1997) propone que cultura es el «conjunto de valores materiales y espirituales creados por la humanidad en el proceso de la práctica histórico-social y caracteriza el nivel alcanzado por la sociedad» (p.26). A decir de Díaz (2010), la cultura es el resultado del origen del hombre y la civilización e incluye desde lo individual a lo colectivo. Comprende las esferas económicas, tecnológicas, sociológicas, científicas, políticas y espirituales por su dimensión y variedad. Estos autores coinciden en señalar la cultura como todas las actividades que desarrolla el hombre donde cristalizan sus hábitos, costumbres, conocimientos y valores. Se transmite de generación en generación y caracteriza el nivel alcanzado por la sociedad. No es difícil comprender entonces la diversidad de expresiones y manifestaciones culturales.
Al hablar de cultura audiovisual, García (2002) la concibe como «el impacto del lenguaje de los medios audiovisuales sobre nuestras mentes, que de cierta manera contribuyen a conformar nuestras percepciones y actitudes hacia el mundo que nos rodea» (p.3). Desde esta posición pareciera que el sujeto tiene una posición pasiva ante los medios. En muchas ocasiones los individuos consumen acríticamente los materiales audiovisuales, pero en opinión de las autoras, estas conductas no son indicadores de cultura audiovisual sino, más bien, denotan la ausencia de ella.
Otros acercamientos conceptuales la describen como: «(…) un resultado en el proceso de la formación del hombre, como parte de su cultura general, que posibilita la comprensión de mensajes ofrecidos con los medios audiovisuales, lo que también implica una actitud crítica ante ellos» (Hernández, Hernández, Barreto & Vázquez, 2008, p.39). Las autoras comparten esta posición, a la vez que defienden la idea de Graziella Pogolotti (2018): «la cultura es insuficiente si no se coloca en función de la vida cotidiana de los sujetos, si no moldea el vínculo entre sus deberes y derechos» (p.9). En este sentido, la cultura audiovisual tiene una dimensión utilitaria, pragmática, que se enriquece sistemáticamente con la actividad del individuo. De ahí que hablar de cultura audiovisual en educadores/as de la primera infancia tenga sus especificidades.
En la literatura especializada suele encontrarse el uso de los términos educación para los medios de comunicación, educación y/o cultura audiovisual, alfabetización audiovisual, entre otras similares, para referirse al mismo fenómeno u objeto de estudio. Hernández et al (2004) describen la educación audiovisual como un proceso encaminado a lograr que las personas dispongan, como espectadores audiovisuales, de un conjunto de conocimientos y habilidades, que les permita dejar de ser un receptor pasivo para ser un espectador activo, crítico, capaz de valorar el producto audiovisual mostrado. En opinión de las autoras, continúa valorándose al sujeto como espectador, limitando sus potencialidades para crear y utilizar los materiales audiovisuales en su cotidianidad.
Lo primario, claro está, es que los sujetos comprendan, decodifiquen críticamente el material audiovisual. Para ello se precisa una educación dirigida a ampliar su plataforma cultural. Pero esto no es todo, sirva ese proceso para dotarlo de herramientas que le permitan utilizar críticamente los materiales audiovisuales en su cotidianidad, ya sea en el contexto profesional, familiar u otro.
Los conceptos de cultura y educación están estrechamente relacionados en su esencia. La cultura forja los contenidos, los modos de funcionamiento y los contextos de la educación. A la vez que, según Díaz (2010), la cultura se aprende a través de la educación y la instrucción de conocimientos, hábitos, cualidades que se adquieren de las condiciones existentes que asume cada individuo y cada generación en la época histórica que les toca vivir. Comprender la relación dialéctica entre estas dos categorías, permite a las autoras asumir la cultura audiovisual como contenido y resultado de la educación. Las instituciones educativas emergen como legítimas transmisoras de cultura. Educadores todos están llamados a ser portadores y cultivadores del conocimiento humano que le antecede, a la vez que propician la generación de nuevos saberes.
Es importante resaltar que al hablar de saberes se está haciendo referencia no solo a los conceptos o conocimientos sino también al saber hacer, es decir, a los procederes. Álvarez de Zayas (1997, p.26), plantea que cultura es «conocimiento y habilidad», a la vez que advierte su carácter axiológico. Comprende los puntos de vista, normas y actitudes de los individuos. Desde este posicionamiento, las autoras asumen que, la cultura audiovisual en educadores/as de la primera infancia es: «sinergia de conocimientos, habilidades y valores que posibilita el aprovechamientode las potencialidades educativas de materiales y medios audiovisuales para el logro del máximo desarrollo integral posible de cada niño y niña en el proceso educativo de la primera infancia».
La cultura audiovisual también constituye un fenómeno colectivo e histórico que precisa una continua transmisión y enriquecimiento mediante la educación. Como plantea Addine (2004) la educación refleja un fenómeno integrado por dos lados; uno, el acto de transmisión de la cultura acumulada por la humanidad y el otro lado, como el dominio de dicha cultura y su utilización práctica y creadora en función del progreso social-individual. Enseñar a consumir los audiovisuales, a entenderlos, a convivir con ellos desde un posicionamiento racional, crítico y creativo ha sido demanda de los foros intelectuales que reflexionan seriamente sobre las razones que justifican la integración curricular de los medios de comunicación en los sistemas educativos (Méndez, 2008). A decir de este autor, educar en una cultura audiovisual de los agentes educativos de la primera infancia es la mejor manera de afrontar su consumo con éxito. El educador/a no solo deberá utilizar los materiales audiovisuales en el proceso educativo, sino debe elegir qué ver y cuándo verlos, «(…) solo así estará cumpliendo una verdadera función metodológica, inherente a su desempeño profesional» (García, 2003, p.3).
Educar en una cultura audiovisual
El interés por la educación en medios o para los medios ha crecido en todo el mundo. Comenta Ausgustowsky (2016) que hacia la década de 1960 el estudio de los medios estaba oficialmente incluido en algunas escuelas de Inglaterra y otros países europeos, de Canadá, Australia y EE.UU. De la misma forma, en España, se inician acciones desde la década de 1970. En el 2007, se incorpora a los planes de estudio para las titulaciones de maestros en educación infantil y primaria, la formación en competencias relacionadas con la cultura audiovisual (Urpí & Vicente, 2008). Asimismo, Latinoamérica ha mostrado su interés en contribuir a la formación de un ciudadano crítico y responsable ante el consumo audiovisual. Tal es el caso de la Ley Regional de Cine (en Zulia, Venezuela) que establece la implementación de cátedras permanentes de formación audiovisual como requisito obligatorio dentro de la estructura de los programas académicos en todos los niveles educativos. Por su parte, el Programa Lenguaje Audiovisual: un universo de sentidos, resulta expresión de la voluntad política de diversas instituciones argentinas en el empeño de fomentar una cultura audiovisual, fundamentalmente en los docentes.
En Cuba se ha mantenido el respaldo absoluto a la educación y a la cultura. Es por ello que las transformaciones económicas y sociales tienen que ir acompañadas de otras transformaciones educativas y culturales. Resulta innegable el progreso científico y tecnológico que ha alcanzado Cuba pese las limitaciones políticas y económicas que enfrenta. Las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) han invadido la cotidianidad de los cubanos estimulado, incluso, por el proceso de informatización de la sociedad que impulsa el Estado como un elemento que desempeña un papel determinante en el desarrollo económico del país. La sociedad cubana debe aspirar a alcanzar un desarrollo científico y tecnológico cada vez mayor, siempre que este constituya un medio para promover el desarrollo humano equitativo. Esta idea, en opinión de las autoras, resulta medular en tanto no basta que la sociedad acceda a objetos tecnológicos cada vez más sofisticados si no los convierte en medios para el desarrollo individual y social. La universidad no puede asumirlos como instrumentos que complementan los procesos educativos. Esto sería mantener lógicas tradicionales y una educación bancaria -en palabras de Freire- que sitúa al estudiante en una postura expectante frente al conocimiento, y, esto es, frente a la vida y los vínculos sociales, frente a la política, frente a la cultura, frente a sí mismo.
Plantea Horruitiner (2006), «Desarrollar la cultura es una condición indispensable de la universidad moderna y una de sus diferencias esenciales con la de etapas anteriores» (p.21). Las universidades son instituciones de investigación científica del más alto nivel. El modo más integral de desarrollar la cultura es la investigación científica. Con estos argumentos se sustenta la idea de que el profesional de la primera infancia debe formarse en una cultura audiovisual. Si no hay práctica previa durante el proceso de formación o si la práctica es totalmente empírica, el futuro educador/a tropezará en su desempeño con problemas que hace mucho tiempo las ciencias pedagógicas y psicológicas resolvieron. Se convertirá en una incorporación de medios audiovisuales sin fundamentos y un resultado por tanteo y error.
El estudio de la Pedagogía permite dirigir científicamente el proceso de formación de los ciudadanos de una sociedad (Álvarez de Zayas, 1992). Asumir sus referentes ofrece mayor posibilidad de éxito para potenciar una cultura audiovisual desde las instituciones educativas de nivel superior encargadas de la formación ciudadana y profesional del educador de la primera infancia. El proceso de formación inicial de los profesionales de la educación, a decir de Parra, Miranda, López, Achiong y Páez (2009) «es aquel a través del cual el estudiante se apropia de los conocimientos, habilidades y cualidades, que integrados en las competencias profesionales reflejan las funciones de la profesión pedagógica que le identifican como educador» (p.8). Estos conocimientos, habilidades y cualidades son resultado de la formación profesional sistematizada y de los aprendizajes realizados dentro y fuera de la escuela, que se amplían, profundizan y enriquecen con el desarrollo de las ciencias de la educación y en el ejercicio mismo de la profesión.
Estas ideas, que comparten las autoras, se sustentan en la función formativa y desarrolladora de la educación. Formación y desarrollo constituyen una unidad dialéctica, es decir, toda formación implica un desarrollo y todo desarrollo conduce, en última instancia, a una formación psíquica de orden superior. Así lo avala Álvarez de Zayas (1997) al plantear que «la educación superior se dirige a la formación de profesionales, no de eruditos, ni de empíricos artesanos y debe hacer coincidir el desarrollo individual con el profesional y el social» (p.10). Desde esta posición, potenciar una cultura audiovisual del educador de la primera infancia en el proceso de formación inicial, no tributa únicamente a un profesional más competente sino a un individuo y una sociedad más responsable ante el consumo audiovisual.
CONCLUSIONES
El empleo de diversos métodos científicos revela la necesidad de un educador/a de la primera infancia con una cultura audiovisual que le permita incorporar críticamente los materiales audiovisuales al proceso educativo.
La cultura audiovisual del educador/a de la primera infancia se comprende como la sinergia de conocimientos, habilidades y valores que posibilita el aprovechamientode las potencialidades educativas de materiales y medios audiovisuales para el logro del máximo desarrollo integral posible de cada niño y niña en el proceso educativo de la primera infancia.
La cultura audiovisual del educador de la primera infancia puede y debe ser potenciada desde la formación inicial de estos profesionales.