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Revista Cubana de Farmacia

versión impresa ISSN 0034-7515versión On-line ISSN 1561-2988

Rev Cubana Farm v.40 n.3 Ciudad de la Habana sep.-dic. 2006

 

Historia de la Farmacia
Instituto de Farmacia y Alimentos
Universidad de La Habana

Orígenes de la enseñanza de la Farmacia en Cuba

Pilar Marchante Castellanos1 y Francisco Merchán González2

Resumen

Aunque la Universidad cubana cuenta con casi tres siglos de existencia, hasta el momento no ha sido realizado un estudio que presente la historia de la carrera de Farmacia de manera cronológica y sistemática. El objetivo del presente trabajo ha sido comenzar la búsqueda de la información más antigua disponible para presentar, en apretada síntesis, los antecedentes y orígenes de la enseñanza universitaria de las Ciencias Farmacéuticas en Cuba tomando lo más significativo de la situación imperante en la Isla antes del surgimiento de su primera Universidad, en 1728. Adicionalmente, y mediante el análisis de la documentación existente, se logra precisar el año en que se incluyó, por primera vez, la carrera de Farmacia en esa Universidad.

Palabras clave: Historia de la farmacia en Cuba, origen de los estudios farmacéuticos en Cuba, antecedentes de la carrera farmacéutica en Cuba.

Al arribar a las costas cubanas en 1492, los colonizadores españoles encontraron débiles y primitivas comunidades indígenas. Años después, en 1510, comenzaron la fundación de las primeras villas, principalmente en los lugares donde se encontraban esas comunidades, a saber, San Cristóbal de La Habana, Puerto Príncipe, Santiago de Cuba, Trinidad, Baracoa, Bayamo y Sancti Spíritus.

El excesivo trabajo que los conquistadores exigían de los indígenas, las malas condiciones de vida a que estos eran sometidos, las nuevas enfermedades y el suicidio, entre otras causas, provocaron la reducción de esa población que vivía dispersa por los campos o agrupada cerca de las villas que se fundaban. Por tal motivo y ante la creciente escasez de mano de obra y de servidumbre, comenzaron los colonizadores a importar esclavos de África, lo que trajo como consecuencia el crecimiento de la población mestiza por el cruce intenso de las etnias y la creación de las bases de una nueva cultura, enriquecida por el aporte de sus tres componentes: indios, negros y blancos. Paralelamente, se produjo la afluencia de europeos, sobre todo de españoles, italianos y portugueses, entre ellos aventureros, náufragos, soldados, prófugos de la justicia y, en general, de personas de todas las capas sociales.

Las ciudades carecían de grandes construcciones pues, salvo las fortalezas, predominaban bohíos y casas de madera y, aunque se fundaron colegios de órdenes religiosas, los criollos de más riqueza y poder acudían a las instituciones españolas o a la Universidad de Nueva España.1

Por aquellos tiempos, la higiene pública era pésima al no existir instituciones que de manera oficial se encargaran de la salud pública. La basura se arrojaba a las calles, no había capacidad de dar respuesta adecuada a los brotes de epidemias y, por ende, la situación higiénica en las villas era deplorable.2

En la segunda mitad del siglo XVI las enfermedades en la isla eran atendidas por curanderos, ensalmadores, médicos, cirujanos, flebotomianos y boticarios, y existían también las parteras. Todos ellos se presentaban como tales, tras haber adquirido mayores o menores conocimientos en otros países o haberse entrenados en Cuba por aquéllos. Durante esa época, el médico ejercía por lo general también como boticario, pues él mismo se encargaba de elaborar los remedios que recetaba a sus pacientes.3

La preparación de las personas que realizaban tales prácticas se formalizó un tanto cuando, a principios del siglo XVII, el Rey Felipe III decidió otorgar licencias y favores excepcionales a aquellos que pudieran demostrar, tanto mediante la presentación de títulos de universidades españolas o de su habilidad en el manejo de cocimientos de materia vegetal (pócimas curativas) y ungüentos y en la realización de sangrías y otros métodos curativos, su capacidad para curar enfermos o elaborar y dispensar preparados medicinales. A su vez el Rey dio su autorización para que tales personas pudieran enseñar y otorgar la condición de practicante a los jóvenes aprendices, fundamentalmente los criollos.

El Real Protomedicato de San Cristóbal de La Habana

El Protomedicato era la institución encargada de la salud pública en las principales villas fundadas por la Corona española. Hasta finales del primer tercio del siglo XVII, los aspirantes a cirujanos, barberos, boticarios y parteras de Cuba tenían que someterse a examen en Nueva España, de cuyo Protomedicato dependía la isla, para poder ejercer como tales de manera oficial. Los trámites que debían hacer al efecto los aspirantes eran muy engorrosos y resultaban de alto costo, si se tiene en cuenta el viaje que necesariamente debían realizar para trasladarse hasta allí.4

Fue por ello que el Cabildo Secular de San Cristóbal de La Habana realizó los trámites correspondientes y suplicó a la Corona que le confiriera al médico español, doctor Francisco Muñoz de Rojas, entonces residente en la capital de Cuba, la autorización oficial para que pudiera ejecutar las funciones de protomédico, entre ellas, valorar las capacidades de los aspirantes y autorizar a los que estuvieran aptos a ejercer la profesión u oficio correspondiente. El 9 de septiembre de 1634, Muñoz de Rojas presentó al Cabildo el título a su favor otorgado por el Rey de España y abonó el impuesto por el cargo otorgado. Se constituía así el primer Protomedicato en la Isla de Cuba. En su calidad de protomédico, el trabajo del doctor Muñoz de Rojas no solo consistía en valorar la capacidad de los aspirantes y autorizarlos a ejercer, sino también en vigilar la práctica de la medicina en la villa.2,5,6

En San Cristóbal de La Habana hubo protomédico mientras vivió el doctor Muñoz de Rojas. Su muerte produjo la desaparición de las funciones que realizaba por autorización de la Corona española, por lo que la salud pública quedó de nuevo a merced de personas que se presentaban a sí mismas como médicos, cirujanos, boticarios, parteras, etcétera.2,5

En el año 1695, arribó a San Cristóbal de La Habana, Francisco Teneza y Rubiera (1666-1742), doctorado en Derecho Civil, quien también había obtenido el título de Examinador en Medicina, en 1689, en la Real y Pontificia Universidad de Orihuela, reino de Valencia. Su audacia y afición a curar enfermedades lo llevó a contratarse, como curador de cuerpos, por los armadores de la flota, dado que era difícil encontrar facultativos que estuviesen dispuestos a largos y riesgosos viajes por mar cuando eran bien pagados por sus servicios en las ciudades españolas. Esta contratación se vio favorecida también si se tiene en cuenta que los remedios con que contaba en el botiquín de a bordo eran muy escasos y no se requería de gran conocimiento para aplicar estos últimos durante una travesía marítima. Todavía un siglo después, el botiquín de una nave se preparaba por un boticario reconocido y apenas se componía de aguas aromáticas, licores, ácidos, jarabes, electuarios, extractos, píldoras, espíritus, sales, bálsamos naturales, tinturas, polvos, escaróticos, aceites, ungüentos y otras preparaciones simples.5

Francisco de Teneza llegó a San Cristóbal de La Habana, procedente de Cádiz, como médico de un barco (función que desempañaba por primera vez) y se quedó en la Villa por razones de enfermedad, no sin antes asegurarse de que el capitán de la nave diera una buena recomendación de su persona y de sus funciones como médico. Una vez en la Villa, Teneza continuó desempeñándose como médico hasta el año de 1708.

No obstante, es preciso aclarar que algunos historiadores han puesto en duda que Teneza realmente poseyera el título que lo acreditaba como médico, llegando incluso a expresar que había comenzado a ejercer como tal “de forma improvisada y sin el título adecuado”.5 No obstante, en la Audiencia de Santo Domingo en el Archivo General de Indias de Sevilla, aparece en las páginas de la 42 a la 49 del legajo 489 el original de la Carta de Examen que se le expidió a Teneza en Madrid el 5 de noviembre de 1689, en la que consta su aprobación y graduación como médico.7

Teneza también logró ser miembro del Tribunal del Santo Oficio de Cartagena de Indias, como familiar de la Inquisición, y estableció muy buenas relaciones con el gobierno de la Villa, de cuyo reconocimiento se valió para presentar un expediente con la intención de que fuera creado el Real Tribunal del Protomedicato en la Ciudad de San Cristóbal de La Habana.

A tenor del apoyo que recibió por parte del Cabildo Secular, el Gobernador, el Obispo, el Teniente General y de otras personalidades que lo recomendaron al Rey, se le confirió el título de Protomédico de La Habana el 9 de julio de 1709.

Así, en 1711 se estableció definitivamente el Real Tribunal de Protomedicato como institución oficial incorporada a la administración colonial, el cual se debía encargar de dar cumplimiento a las leyes de las Indias referidas a aplicar ciertas medidas de control de la salud pública.2,5 En esas leyes se establecía que los médicos, cirujanos y boticarios no se podían titular de doctor, maestro o bachiller sin ser examinados y graduados en alguna Universidad reconocida por la Corona (15 de octubre de 1535). Otro aspecto incluido establecía que los Virreyes y gobernadores de las Indias debían hacer que se visitaran las boticas y que las medicinas corrompidas se arrojaran y derramaran, de forma que no fuese posible usarlas por el daño que podían causar (10 de mayo de 1538). Esas regulaciones también se fijaba que los protomédicos no podían otorgar licencia para ejercer a ningún médico, cirujano, boticario, barbero, algebrista o flebotomiano si no comparecía personalmente ante ellos para ser examinados y encontrados hábiles y suficientes; y que, por licencia o visita a botica, se cobraría un trestanto (impuesto o multa) no mayor del que percibían los protomédicos de Castilla.5

El Real Tribunal del Protomedicato de La Habana, integrado en principio sólo por el doctor Teneza , comenzó a aplicar medidas de control de la salud pública; examinar médicos, cirujanos, boticarios, etcétera; inspeccionar boticas; vigilar la adulteración y ordenar la incineración de las preparaciones curativas en estos casos; controlar la calidad del establecimiento y, si lo entendía, proceder a cerrarlo y enviar expediente a la sala de justicia; así como inspeccionar los hospitales. Se ocupaba, con particular interés, de establecer un arancel o tarifa general de precios de las medicinas y de los honorarios que debían recibir los médicos, de supervisar la aplicación de las medidas higiénicas en los establecimientos de ventas de alimentos y de dictar medidas de emergencia en caso de epidemias. Todas estas disposiciones se aplicaban sólo en San Cristóbal de La Habana, jurisdicción del referido Protomedicato.4

El primer protofarmacéutico registrado en la Villa fue Fray Eligio de Torcremata , un italiano que radicaba en lo que hoy día es la calle Mercaderes, aunque de hecho, en las seis villas restantes existían protofarmacéuticos.

A medida que aumentaba la población, se incrementaban también la producción y el comercio. Los boticarios comenzaron a cobrar precios altos por sus preparados y remedios curativos, tal como lo hacían los comerciantes con sus productos y esto trajo como consecuencia que, dado su nivel de prosperidad, se le exigiera el doble del impuesto al fisco por las ventas que realizaban (sisa y alcabala).

Algunos de esos protofarmacéuticos hacían estudios muy rudimentarios y con poca base científica de la flora y la fauna con vistas a su empleo para curar determinadas enfermedades. Tal fue el caso del maestro boticario Fray Reinaldo Donoghan , de origen irlandés.8

El Real Tribunal del Protomedicato de La Habana nació y vivió durante muchos años bajo la influencia del doctor Teneza. En los albores del segundo cuarto del siglo XVIII ingresó en el Tribunal el médico francés Luis Fontayne Cullembourg, quien fue nombrado por el Rey en calidad de segundo de aquel.5

El aumento del número de asuntos de la incumbencia del Real Tribunal afirmó la necesidad de darle pluralidad y ya en 1739 se componía de tres protomédicos y un fiscal. Aunque desde 1728 se había fundado la primera Universidad en la isla, los estudios relacionados con la práctica farmacéutica, no habían sido considerados en su primer Plan de Estudios.2,5

Así, ni la existencia de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, ni la presentación de títulos expedidos por otros centros de altos estudios de Hispanoamérica, privaron al Protomedicato de la potestad con que lo dotaron las leyes de las Indias y la voluntad de Felipe V, en particular, en relación con el ejercicio en la isla de las actividades médicas y de otras relacionadas. Los miembros del Tribunal llegaron a ser llamados jueces, examinadores, visitadores y alcaldes mayores de los médicos, cirujanos, flebotomianos, hernistas, algebristas oculistas, destiladores, parteras y boticarios.5

Las pruebas a las que era sometido cada aspirante se iniciaban con lo relativo a su filiación católica, apostólica y romana; a sus estudios universitarios y a su conducta. Luego, era sometido a un examen teórico y práctico por espacio de no menos de dos horas, que consistía en preguntas sobre su “especialidad”. Quedaba aprobado si contestaba bien y cumplidamente y prestaba juramento de defender el misterio de la Purísima Concepción de la Virgen María, usar con rectitud su facultad, ofrecer limosnas a los pobres, guardar las leyes y pragmáticos reales, curar todas las enfermedades sometidas a su disciplina, visitar pacientes, conducir discípulos y ejecutar cuanto más le incumbiese como depositario de los privilegios, gracias, mercedes, exenciones, prerrogativas o inmunidades inherentes a su profesión.

En tanto tenía de capacidad de aprobar o suspender a graduados universitarios, el Protomedicato adquirió el carácter de Tribunal de Estado al que se hallaba reservada la potestad de autorizar el ejercicio de las profesiones de Medicina, Cirugía y Farmacia, a quienes presentaban títulos obtenidos en otros países o no, una vez aprobados los exámenes correspondientes.2,5

Nuevas necesidades de los servicios médicos y farmacéuticos explicaban, sino justificaban, la tendencia a incrementar la composición del Protomedicato de La Habana. De hecho, en 1793 la Corona aprobó la elección de un segundo fiscal solicitado por el Tribunal y, en los albores del segundo cuarto del siglo XIX, el establecimiento en La Habana de la Junta Superior de Sanidad, cuyo advenimiento tuvo aparejado el eclipse del Real Tribunal del Protomedicato.5

En Real Cédula de 9 de noviembre de 1826 relativa a la división de las atribuciones de las ramas científicas de medicina, cirugía y farmacia, se advertía que las Juntas Superiores de estas se erigían en lugar del Protomedicato. La opinión, de mucho valor, de personalidades ilustradas de la época que se oponían al mantenimiento de los exámenes facultativos que hacía el Protomedicato, influyó notablemente en tal decisión y se logró que el 23 de febrero de 1829 el Capitán General de La Isla elevara al Rey el expediente conformado en La Habana acerca de la división de los derechos de las Juntas de Medicina, Cirugía y Farmacia y su opinión al respecto.

El Consejo de Indias dictaminó y Fernando VII firmó el 9 de enero de 1830 la Real Cédula dispositiva de que, en lugar del Tribunal del Protomedicato, se establecieran en La Habana dos Juntas Superiores: una de Medicina y Cirugía y otra de Farmacia independientes ambas, no solo entre sí, sino también de las existentes en España. La de Farmacia estaba integrada por tres vocales y un secretario, todos nombrados por la Corona.2 El Consejo de Indias conoció los proyectos de Reglamento de la Real Junta Superior de Medicina y Cirugía y de la de Farmacia y, el 9 de mayo de 1833, elevó al Trono un dictamen a favor de ambos sin modificación alguna.4

El 21 de octubre del propio año la Reina gobernadora aprobó el Reglamento, si bien procede aclarar que la extinción del Real Protomedicato se produjo sin mengua para su historia. El 24 de diciembre de 1833 se estableció la Real Junta Superior Gubernativa de Farmacia, con lo cual quedó oficialmente reconocida esta actividad en Cuba separada de la de Medicina y Cirugía. En virtud de ello, se crearon nuevos departamentos de Botánica, Química y Farmacia teórica, al frente del cual estuvo Antonio Benatch y Cerva. La Real Junta otorgaba los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor a los que ostentaban tales títulos expedidos en universidades de otros países y autorizaba impartir cursos teóricos y prácticos relacionados con la Farmacia.2

Durante el largo período comprendido entre 1795 y 1842, el número total de farmacéuticos autorizados a ejercer aparece en dos relaciones: la primera, en la Memoria Anuario acerca del Estado de la Enseñanza en la Universidad de La Habana curso 1864-65,9 en la que se publica una relación nominal de 330 farmacéuticos recibidos por el Protomedicato desde 1795 hasta 1833; y la segunda, en el Anuario del curso 1865-669 en la que se relacionan los farmacéuticos recibidos o inscriptos en la Real Junta Superior Gubernativa de Farmacia entre los años 1834 a 1842, en cuyo período se titularon 22 doctores y 128 licenciados.

Fundación de la primera Universidad en Cuba

El 12 de septiembre de 1670 Fray Diego Romero presentó una instancia al Ayuntamiento habanero para que gestionara la fundación de una Universidad en el Convento San Juan de Letrán, de la ciudad de San Cristóbal de La Habana.10 El pase por el Consejo Real de las Indias quedó en suspenso como consecuencia de una representación que formuló el entonces Obispo de Santiago de Cuba el 27 de abril de 1721, en la que reclamaba que la Bula del Papa Inocencio XIII, que concedía la facultad de erigir Universidad a la Orden de Predicadores de San Juan de Letrán, se entendiese concedida para la casa e Iglesia que, fabricada a su costa, había donado a ese convento con el objetivo de que sirviese para colegio y universidad.11

Por Bula del 12 de septiembre de 1721 se concedió por su Santidad Inocencio XIII a los religiosos del Convento de San Juan de Letrán de los Dominicos, Orden de los Predicadores, la facultad de erigir universidad y conferir grados en las ciencias y facultades, de la misma forma que se hacía en la Universidad de Santo Domingo de la Isla Española.12 En consecuencia, el 5 de enero de 1728 el Rey Felipe V de Borbón aprobó y confirmó en todo la fundación y establecimiento de la referida Universidad, con aprobación por el Consejo de Indias el 23 de septiembre del mismo año.

Sin embargo, no fue hasta el 27 de julio de 1734 que se establecieron los Estatutos y Constituciones de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo, sita en el Convento de San Juan de Letrán (posteriormente conocido como Convento de Santo Domingo), de la ciudad de La Habana. Esta demora en promulgarse los Estatutos se debió a que los padres dominicos mostraron reticencia a elaborarlos, razón por la cual fueron acusados de querer gobernar la Universidad a su arbitrio. De cualquier forma, los primeros Estatutos redactados por ellos y firmados el 29 de agosto de 1730, ignoraron los que regían en el resto de las universidades del mundo hispano, particularmente los de la Isla de Santo Domingo que debían constituir su modelo. Por ello hubo fuertes protestas e incluso propuestas de que el Rector, los Consiliarios y el Secretario de la Universidad no fueran religiosos, sino eclesiásticos seculares o personas laicas (prácticamente una secularización sin secularización), lo que produjo un enconado litigio que duró alrededor de tres meses (la documentación al respecto se encuentra en el Archivo General de Indias, Sevilla) y provocó que el Consejo de Indias emitiera un dictamen para que se redactaran otros Estatutos con la intervención de los catedráticos y graduados de la Universidad.3 En los nuevos Estatutos, finalmente aprobados en 1734, se establecía que para poder ingresar en la Universidad se debía ser nacido de matrimonio legítimo y hacer constar con los correspondientes documentos, la “limpieza de sangre” de sus ancestros “cristianos viejos, limpios de mala sangre de moros, judíos, negros y mulatos”.6,12

Plan de Estudios de 1728

En los Estatutos y las Constituciones, formulados por el claustro universitario y aprobados por el Rey Felipe V de Borbón el 27 de julio de 1734,12 estaba contenido el Plan de Estudios de la Universidad. En ellos, se establecieron las enseñanzas de Gramática, Artes, Teología, Sagradas Escrituras, Matemáticas, Filosofía, Derecho Civil, Cánones y Medicina, con 21 cátedras en total que se proveían por oposición. Esas enseñanzas correspondían a cuatro Facultades Mayores: Teología, Cánones, Leyes y Medicina; una Facultad Menor, la de Artes (cuyo Bachillerato era requisito obligatorio para matricular en las Facultades Mayores) y las Cátedras independientes de Gramática y Matemática. Los sacerdotes no precisaban el título de Bachiller en Artes para ingresar en las facultades de Teología, Sagrados Cánones o Leyes, por haber seguido la carrera eclesiástica. En los Estatutos se especificaban también las enseñanzas que conformaban los estudios para la obtención de los diversos grados de Bachiller, Licenciado y Doctor, potestad de las Facultades.3,11,12

Los estudios en cada Facultad Mayor consistían en cuatro cursos de alrededor de seis meses de duración cada uno y, en la Facultad Menor (la cual solo podía expedir títulos de Bachiller y de Maestro en Artes), los estudios comprendían tres cursos con una duración total de año y medio, equivalentes a un nivel preuniversitario. Mediante estos los alumnos recibían una formación exclusivamente humanística y saturada de un gran contenido religioso. La Licenciatura y el Doctorado se obtenían en estudios posteriores, la presentación de una tesis y la realización de un examen público (ejercicios de grado). El Doctorado representaba en realidad un título puramente honorífico y los ejercicios de grado para la Borla de Doctor tenían más un carácter de requisito formal que el de una verdadera demostración de plena capacidad del graduado. La Licenciatura y el Doctorado se podían también alcanzar a “título de cátedra”, o sea, por ocupar el cargo de profesor universitario ganado por oposición.

Durante los 114 años de existencia de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, es decir, desde 1728 hasta 1842, su Plan de Estudios excluyó la enseñanza de las ciencias, aunque ya en esa época eran bien conocidas las teorías de Galileo Galilei, Pascal, Descartes, Newton y de otras figuras del “renacimiento científico”. Mientras estuvo dirigida por los padres dominicos, en la Universidad se desconocieron las principales corrientes filosóficas y la Química moderna, que nacía con los trabajos de Lavoisier y Lomonosov , nunca se llegó a explicar.6

Por tanto, el Plan de Estudios de 1728 se mantuvo (ya desde sus inicios bastante atrasado y rudimentario) prácticamente sin modificaciones por espacio de 114 años, pues todas las tentativas de reformas emprendidas por unos u otros, daban al traste con el rechazo al cambio de los que debían aprobarlas. Por ejemplo, en 1751 el propio Rector Fray Juan Francisco Chacón propuso ciertas reformas que no contaron con el apoyo del Claustro Menor (cinco decanos y cuatro consiliarios). En 1759 y en 1765 hubo también intentos de reformas. En este último año y por segunda vez las propuestas se hicieron por el propio Rector Chacón , quien ocupaba nuevamente el cargo. Sin embargo, muy poco fue aceptado, pues no solo se negó la creación de la Cátedra de Filosofía Experimental (Física), sino que se suprimió una Cátedra de Matemática existente. Más adelante, en 1792, el Rector Fray José Ignacio Calderón formuló una serie de propuestas para una reforma, pero su temprana muerte a los 37 años frustró este nuevo intento de modernizar la Universidad.3

El 6 de octubre de 1795, el ilustre José Agustín Caballero pronunció un discurso en la Real Sociedad Patriótica de La Habana, donde señaló la necesidad de reformar los estudios en la Universidad.3 También el doctor Tomás Romay y otros destacados profesionales exigieron la Reforma de los Estatutos universitarios y propusieron la introducción de la enseñanza de nuevas disciplinas.

Una prueba de la poca importancia que se le daba a las carreras de ciencias, son las cifras de graduados en las diferentes carreras universitarias de ese entonces:

185 de Filosofía
196 de Teología
121 de Cánones
91 de Medicina

Estas cifras hacen un total de 858 graduados en los 114 años de existencia de la Universidad de La Habana en su etapa pontificia. Como se puede apreciar, durante ese período se graduó menos de un médico por año y ningún farmacéutico.3

En los documentos que se encuentran el Archivo Central de la Universidad de La Habana, donde están registrados los doctores graduados a partir de la fecha de su constitución en 1728,13 no aparecen egresados de Farmacia durante el período comprendido desde tal fecha hasta l842. Los farmacéuticos que ejercieron en Cuba antes de ese último año fueron recibidos por el Protomedicato o por la Junta Gubernativa de Farmacia. Además de lo que se deriva de la consulta de los libros de graduados del mencionado Archivo Central, las relaciones de las Memorias Anuario confirman que, con anterioridad a 1842, no se realizaban estudios de Farmacia en la Universidad, por lo que esta no confería títulos de Licenciado y Doctor en esta especialidad.

Los Estatutos y Constituciones de 173412 estuvieron vigentes hasta 1842, en que el Gobierno de España aprobó por Real Orden del 24 de agosto, la reforma de estos, dando la posibilidad de que se practicasen todas las revisiones y adiciones necesarias, tanto al Plan de Estudios como al Reglamento para su definitiva aprobación. Los nuevos documentos quedaron definitivamente aprobados por Real Orden del 27 de octubre de 1844, y se publicaron en la Imprenta del Gobierno en 1846. Así, la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana fue secularizada y pasó a llamarse Real Universidad de La Habana aunque, popularmente e incluso en algunos documentos oficiales, se le denominaba Real y Literaria Universidad de La Habana. Fue justamente a partir de 1842 que la Universidad incluyó por primera vez la carrera de Farmacia en su Plan de Estudios.11 En un próximo trabajo será abordado lo concerniente al desarrollo y evolución de la mencionada carrera en sus primeros años de existencia.

Consideraciones finales

Según la documentación revisada, se puede considerar que, desde su fundación en 1728 hasta su secularización en 1842, en la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana no existieron estudios de Farmacia. El número total de farmacéuticos autorizados a ejercer aparece en una relación nominal de 330, que se recibieron por conducto del Protomedicato entre 1795 y 1833; además de otra cifra de 22 doctores y 128 licenciados, que incluye a los recibidos o inscritos en la Real Junta Superior Gubernativa de Farmacia desde 1834 hasta 1842. Por otra parte, los libros de graduados del mencionado Archivo Central y las listas que aparecen en las primeras Memorias Anuario de la Real Universidad de La Habana, correspondientes a los cursos 1864-1865 y 1865-1866, confirman que, con anterioridad a 1842, no se realizaban estudios de Farmacia en ese centro de altos estudios, por lo que entonces no se conferían títulos de Licenciado y Doctor en la mencionada especialidad.

Tras su secularización en 1842, la Real Universidad de La Habana incluyó por primera vez en su Plan de Estudios los relativos a la carrera de Farmacia.

Summary

Origin of Pharmacy teaching in Cuba

Havana University is almost three centuries-old; however, no study has been made so far in which the history of Pharmacy career has been chronologically and systematically presented. The objective of this paper was to look for the most ancient information available in order to present in a brief way the antecedents and origins of Pharmaceutical Sciences teaching at university in Cuba, taking the most significant aspects of the situation prevailing in the island before the emergence of the first university in 1728 as a basis. Additionally, through the analysis of existing documents of that time, it was possible to precise over the year when Pharmacy career was included in that first university.

Key words: History of Pharmacy in Cuba, origin of pharmaceutical studies in Cuba, antecedents of Pharmacy career in Cuba.

Referencias bibliográficas

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3. De Armas, Ramón; Torres-Cuevas, Eduardo, Cairo Ballester, Ana. Historia de la Universidad de La Habana. Tomo I (1728-1929). La Habana : Editorial Ciencias Sociales;1984.

4. Le Roy y Gálvez, Luis Felipe. Revista Universidad de La Habana. 1973;(200);161.

5. Santovenia, Emeterio. El Protomedicato de La Habana. Cuadernos de Historia Sanitaria No. 1. Publicaciones del Ministerio de Salubridad y Asistencia Social. La Habana , 1952. p. 5-11.

6. González Jacomino, José Javier. Síntesis Histórica de la Universidad de La Habana y su Facultad de Ciencias Médicas durante la época de la colonia. Colección “ La Juventud en la Historia ”, Editado por la Secretaria de Trabajo Ideológico. Comisión Nacional de Historia de la Unión de Jóvenes Comunistas. La Habana,1978.

7. Audiencia de Santo Domingo. Archivo General de Indias. Título de Examinador en Medicina de Francisco Teneza. Sevilla: Legajo 489;1708. p. 22-9.

8. Henriques Rodríguez, Ruth D. Conferencia Magistral dictada en el Primer Taller de Historia de la Farmacia. Museo Carlos Juan Finlay, La Habana, Marzo 13,2005.

9. Memoria acerca del Estado de la Enseñanza en la Universidad de La Habana, Curso 1864-1865. Anuario 1865-1866. Habana, Imprenta del Gobierno y Capitanía General, por S.M., Enero de 1866.

10. Carreras Cuevas, Delio. Brevísima Cronología de la Universidad de La Habana: 1670 -1987. [Apuntes personales donados por el autor, localizados en la Biblioteca Central “Rubén Martínez Villena”, de la Universidad de La Habana. Referencia FC 378 Carr B]. Ciudad de La Habana,1988.

11. Anuario de la Universidad de La Habana 1900-1901. Legislación de los Estudios.

12. Real Cédula y Estatutos de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana. Año de 1734. [Documento original localizado en el Archivo Central de la Universidad de La Habana ].

13. Libro Primero de Doctores 1728-1823. [Localizado en el Archivo Central de la Universidad de La Habana ].

Recibido: 29 de mayo de 2006. Aprobado: 30 de junio de 2006.
Dra. C. Pilar Marchante Castellanos. Instituto de Farmacia y Alimentos. Universidad de La Habana. Calle 23 No. 21425 entre 214 y 222, La Coronela. municipio Playa, Ciudad de La Habana. Correo electrónico: pilarmc2003@yahoo.es

1Doctora en Ciencias Químicas. Profesora Titular.
2Doctor en Farmacia. Profesor Titular. Asesor Metodológico.

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