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Cuadernos de Historia de la Salud Pública

versión impresa ISSN 0045-9178

Cuad Hist Salud Pública  n.92 Ciudad de la Habana jul.-dic. 2002

 

El doctor Arístides Agramonte y Simoni visto en el aula por tres de sus alumnos en diferentes cursos

por el
Dr. Gregorio Delgado García

Desde hace ya algunos años, en las Facultades de Ciencias Médicas de nuestro país, en la evaluación que se nos hace a los profesores que impartimos la enseñanza de pregrado, se incluye un informe que recoge la opinión anónima de un grupo de alumnos del curso sobre la calidad de la docencia que recibieron y en no pocas veces ese informe deja ver la simpatía o antipatía que el profesor ha despertado entre sus discípulos.

En la época del doctor Arístides Agramonte y Simoni, que desarrolló su labor docente, primero en la Cátedra de Bacteriología y Patología Experimental (1900-1925) y después en la de Bacteriología (1925-1930) de la Facultad de Medicina y Farmacia de la Universidad de La Habana, no se hacía ese informe, pero conocemos la opinión que despertó su labor y su carácter, nada simpático, en tres de sus alumnos que dejaron publicados sus recuerdos de estudiantes.
Estos tres alumnos fueron, los después médicos y escritores, doctores José A. Martínez-Fortún Foyo, Manuel Aurelio Serra Pérez y Mario E. Dihigo Llanos.

Opinión del doctor José A. Martínez-Fortún Foyo

El doctor José A. Martínez-Fortún Foyo nació en Placetas, provincia Las Villas, el 27 de diciembre de 1882. Se graduó de doctor en Medicina el 25 de junio de 19041, ejerció la carrera durante más de cuatro décadas en su querida villa de San Juan de los Remedios, donde fue director de su antiguo hospital civil.

Autor de una extensa obra científica, mereció ser elevado a la categoría de académico correspondiente de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. De una profunda vocación por los estudios históricos en general y en particular por los de historia de la medicina, le dedicó a la ciudad y su jurisdicción en que ejerció una obra monumental Anales de San Juan de los Remedios y su Jurisdicción en 27 tomos y se convirtió en el historiador cubano que más historias locales publicó, al dar a la imprenta: Historia de Placetas (1942), Apuntes históricos de Camajuaní (1943), Apuntes históricos de San Antonio de las Vueltas (1944), Monografía histórica de Placetas (1944), Apuntes históricos de Yaguajay (1945), Apuntes históricos de Zulueta (1946) y Apuntes históricos de Caibarién (1949) lo que le valió el ingreso a la Academia de la Historia de Cuba, primero como académico correspondiente y después de número.

Fue uno de nuestros más acuciosos historiadores médicos y publicó de 1956 a 1958 la única Historia de la Medicina en Cuba que ha visto la luz en nuestro país hasta el momento, además de una imprescindible Cronología Médica Cubana (1943-1958) en 16 fascículos, entre otras obras.

El doctor Martínez-Fortún fue discípulo del doctor Agramonte al comienzo del ejercicio docente de éste en el curso 1901-1902 y en sus memorias de estudiante, que publicó en folleto con el título La enseñanza de la medicina en la Universidad de La Habana al final del siglo XIX y principios del XX (1949), escribió de su maestro lo siguiente:

“Ambas asignaturas las explicaba el doctor Agramonte. La Bacteriología la estudiábamos en el salón de la derecha, entrando, en los Laboratorios Wood, parte práctica. La teórica, conferencias, en el salón separado del fondo y a la derecha del edificio. Duró el curso del 1º. de octubre al 15 de febrero. Sólo nos dieron 8 conferencias teóricas. Todo era práctico. Cada uno tenía su microscopio y accesorios de los que éramos responsable; entre ellos casi todos eran de marca Bosch and Dohnne. La Patología Experimental, de nueva creación, comenzó cuando terminaron los trabajos de Bacteriología. Su plan fue breve y sustancioso, en total diez conferencias teóricas que empezaban con esta frase: ‘Comienza su libro el autor ruso Metchnikoff con las siguientes palabras: Con el hombre nació la patología, etc, El profesor Agramonte parco en palabras y de escasa memoria no recitaba grandes obras. Limitaba su enseñanza teórica a una libreta o cuaderno de 100 páginas que podía aprenderse en una semana. En cambio sus clases prácticas eran largas, meticulosas y sacrificaba muchos animales de laboratorio. El profesor, vestido casi siempre con el uniforme blanco de Teniente Médico del ejército norteamericano llegaba a la hora precisa en su ‘tílburi’ tirado por un solo caballo y que él mismo manejaba. Bajaba rápidamente del vehículo y muy estirado - pues es bastante altanero– andaba a la carrera, nos saludaba, penetraba en el local y enfundado en su bata blanca empezaba su trabajo. Alto, delgado, con alto tupé sobre su frente, erguido, rubio, con ojos azules socarrones y bien vestido, es el tipo de cubano americanizado como Sánchez Toledo el del cubano afrancesado. Tiene poca memoria para ser un buen conferencista, pero su método, orden, buen juicio y carácter justiciero lo hacen un excelente profesor. Hace estudiar a sus alumnos sin cargar la mente de palabrería bella e inútil. Va siempre al ‘grano’ en las materias a él encomendadas. Durante el curso hace varios exámenes con cuestionario escueto ‘de tiro rápido’ como esta pregunta: ‘¿Qué es germinación?’ Respuesta: ‘el proceso en virtud del cual el esporo se convierte en bacteria’. En cambio para contestar una pregunta de ‘Magendie’ [era como apodaban sus alumnos al doctor Miguel Sánchez Toledo] se necesitaba una hora. En sus exámenes parciales da a conocer la Nota que tendríamos en el oficial de final de curso. Su auxiliar el doctor Grande Rossi, interviene poco en nuestros asuntos, como pasa con todos los auxiliares: todo lo hace el Profesor. Este miraba con cierto desdén o ‘tono protector’ a aquel, que dicen lo supera en sagacidad, como clínico y como literato. Pero así es la vida...”2

Opinión del doctor Manuel Aurelio Serra Pérez

El doctor Manuel Aurelio Serra Pérez nació en Regla, provincia Ciudad de La Habana, el 1º de diciembre de 1884. Se graduó de doctor en medicina el 27 de junio de 19073 y llevó a cabo un largo ejercicio profesional de medio siglo en la capital del país, principalmente en la barriada de El Vedado, donde se desenvolvió de preferencia en las especialidades de Medicina Interna, Pediatría y Dermatología. En 1916 aportó un nuevo procedimiento operatorio para la circuncisión que publicó en la revista Vida Nueva.

Hombre de amplia cultura humanística, aficionado a las letras, escribió sus “Recuerdos de Estudiante” que publicó en el Boletín del Colegio Médico de La Habana en los años finales de la década de 1940 y en los que dio muestras de un fino humorismo. Sobre el doctor Agramonte, de quien fue alumno en el curso de 1904-1905, nos dejó el siguiente testimonio:

“Fue un curso anodino casi sin incidentes que recordar. La asignatura se reducía a unas notas que cabían en una libreta de las de a real. Tenía la figura más bien de oficial teutón que de cubiche y usaba una gafitas montadas al aire.

Había un gran contraste entre el Profesor Titular y su Auxiliar que lo era el doctor Federico Grande Rossi. Agramonte se expresaba con gran dificultad y en marcado acento extranjero, y a cada dos o tres frases emitía un sonido gutural que parecía un eructo y que aprovechaba para hilvanar sus pensamientos. Grande Rossi por el contrario era fácil y galano en su oratoria.
[....................................................]

Era ayudante un jovencito de menudo cuerpo, pulcro en el vestir, cortés y afable en su trato, trabajador, constante y sin otro trato que el necesario en las relaciones docentes. Es el sobreviviente de aquel Trío, siempre querido por sus virtudes, cosa difícil de conservar en este medio de envidias e intereses. Era Clementico, el hoy doctor Clemente Inclán, prestigioso Rector de nuestro Primer Centro Docente.

Me cuenta el doctor Pedro Bosch*, decente y cariñoso compañero, amistad que conservo desde hace muchos años, la siguiente anécdota de su Curso. Apiñábanse ante la puerta de Bacteriología los alumnos en espera de la llegada del Profesor y tras de él, que entraba con los brazos cruzados en la espalda con paso teutón, corrían en tumultuoso tropel para coger los mejores puertos. A la tercera vez se paró en la puerta guardada por el criado, diciéndole con voz de mando: ‘Cábalo, abre la talanquera’. Desde entonces se terminó el tropel”.4

Opinión del doctor Mario E. Dihigo Llanos

El doctor Mario E. Dihigo Llanos nació en el ingenio “Magdalena”, Municipio de Santa Ana, provincia Matanzas el 8 de agosto de 1895. Se graduó de doctor en medicina el 2 de julio de 1917,5 carrera que ejerció por más de cuatro décadas, casi todo el tiempo en la ciudad de Matanzas, con una sólida práctica en la especialidad de radiología. Fue académico correspondiente de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, miembro titular de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana, profesor de anatomía, Fisiología e Higiene de la Escuela Normal para Maestros de Matanzas por treinta años y miembro de la Asamblea Constituyente de 1940.

De una familia que dio grandes figuras a la cultura del país, como su tío el doctor Juan M. Dihigo Mestre, el mas eminente de los filólogos y lingüistas cubanos y su primo el doctor Ernesto Dihigo y López Trigo, prestigioso profesor de Derecho Romano de la Universidad de La Habana y político de limpia actuación, el doctor Dihigo Llanos fue un destacado escritor que publicó tres libros de cuentos médicos, con marcado acento humorístico; una biografía y numerosos libros de texto sobre anatomía, fisiología, higiene y biología humana para las Escuelas Normales para Maestros e Institutos de Segunda Enseñanza, no sólo de Cuba sino también de Colombia, de los que se hicieron múltiples ediciones.

Escribió sus memorias que comprende principalmente las relativas a su etapa de estudiante de medicina, con el título Recuerdos de una larga vida, que se publicó como Cuaderno de Historia de la Salud Pública No. 60. Allí dejó escrito como vio a su profesor de Bacteriología en el curso de 1914-1915 y de Patología Experimental en el de 1916-1917:

“Terminada Topográfica, nos dirigíamos apresuradamente al Laboratorio Wood, donde nos esperaba el doctor Arístides Agramonte para iniciarnos en el vasto campo de la Bacteriología.

Agramonte, con Reed, Lazear y Carroll formó parte de la comisión norteamericana que vino a Cuba a estudiar la fiebre amarilla, y que, después de fracasar, comprobó la certeza de la teoría de Finlay.

Agramonte podía haber sido considerado un gran hombre, pero lo que está fuera de toda duda es que era un hombre grande. Su elevada estatura y gran corpulencia, cierta dureza de expresión y la brusquedad de sus movimientos, le comunicaban cierto aspecto bufaloide.

No sabemos si el orden y el riguroso método con que siempre procedía eran cualidades congénitas en él o sólo una consecuencia de su antigua vida militar.

En este hombre el orden había llegado a tal extremo, que cuando faltaba a clase, y esto no ocurría más que dos veces al año, lo hacía de una manera verdaderamente metódica, pues lo anunciaba con tres días de anticipación en todos los cuadros de la escuela, con objeto de que los alumnos no perdieran su tiempo y su dinero (esto último se relacionaba con los que utilizaban el tranvía, que de todo podía haber).

Agramonte tenía fama de ser refractario al ‘jabón’[adulonería], a ese jabón con el cual se obtenían sobresalientes, se ganaban premios y se creaban reputaciones. Cuéntase que a un alumno que le pidió disculpas por haber ido fumando, al hacerle una consulta, le respondió olímpicamente:

  • ´Nada me importan usted y su tabaco´
  • A lo largo del curso, celebraba el doctor Agramonte exámenes parciales. Después de cada examen, aparecía en el cuadro de avisos una lista que, invariablemente y escrita con letra redonda e impersonal letra de agrimensor, decía así:
  • Máximo...............100 puntos
  • Juan Pérez............96 puntos
  • Pedro Díaz............93 puntos
  • etcétera.

Lo que dio lugar a que cierto chusco preguntara quien era ese máximo que siempre alcanzaba la más alta calificación.
Debajo de la lista aparecía esta nota:

‘Los alumnos que no concurrieron al examen han obtenido la calificación cero. Esta nota implica lamentables consecuencias para el porvenir’.
Como resumen de su actuación, podríamos decir que Agramonte no nos enseñó mucho, pero nos lo enseñó bien.
[...........................]

Por la tarde se efectuaba el cursillo de Patología Experimental, explicado por el doctor Arístides Agramonte, en el Laboratorio Wood, con el mismo escenario y los mismos personajes que tuvimos en el curso de bacteriología, con igual orden e idénticos procedimientos. Sólo teníamos de nuevo unos inocentes colaboradores mártires, que se dejaban asfixiar, extraer sangre e inyectar diversas sustancias para agrandar el campo de nuestros conocimientos.”6

Comentario final

Es oportuno decir que estos tres alumnos del doctor Arístides Agramonte recibieron la máxima calificación de sobresaliente en las dos asignaturas y que en el caso del doctor Serra, el doctor Agramonte presidió el tribunal de sus ejercicios de grado. Esto sin embargo no hizo que lo vieran con una imagen idealizada, sino por el contrario descarnadamente, más con sus defectos que con sus virtudes, pero innegablemente que nos dejaron tres interesantes testimonios, el del doctor Martínez-Fortún como gran historiador, precisa detalles importantes y los doctores Serra y Dihigo salpican sus testimonios con lo que fue la principal característica de ellos como escritores: el humorismo.

Referencias bibliográficas y documentales

1. Universidad de La Habana. Archivo Histórico. Exped. Est. Ant. 8575.

2. Martínez-Fortún J A. La enseñanza de la medicina en la Universidad de La Habana a final del siglo XIX y principios del XX. La Habana; Ed. Estarcida, 1949:20.

3. Universidad de La Habana. Archivo Histórico. Exped .Est. 5813.

4. Serra Pérez M A. Recuerdos de Estudiantes. Arístides Agramonte, Profesor de Bacteriología y Patología Experimental. Boletín Colegio Médico. Sin fecha. Copia en Archivo del Historiador del MINSAP.

5. Universidad de La Habana. Archivo Histórico. Exped. Est. 5226.

6. Dihigo Llanos M E. Recuerdos de una larga vida. Cuaderno de Historia de la Salud Pública No 60. La Habana . Ed. Orbe, 1974:42-44 y 72.

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