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Cuadernos de Historia de la Salud Pública

versión impresa ISSN 0045-9178

Cuad Hist Salud Pública  n.93 Ciudad de la Habana ene.-jun. 2003

 

Profesor Dr Ángel Arturo Aballí Maestro de la Pediatría Cubana*

por el

Dr. Daniel Alonso Menéndez

Se acercaba el siglo XIX a sus años finales. Cuba vivía la tregua impuesta a la lucha independentista por la Paz del Zanjón.

Después de 10 años de intensa conmoción había una aparente calma social. La ciudad de Matanzas, rica en tradiciones culturales, reanudaba sus actividades artístico- literarias. El hogar de José Manuel Aballí y María Arellano, radicado en una amplia casona casi en el centro de la ciudad, recibía con alegría el nacimiento de un varón, al cual el Párroco de la Santa Iglesia Catedral de San Carlos registraría en su Libro de Bautismos de Blancos con el nombre de Ángel Arturo. Esto ocurría el 30 de septiembre de 1880.

Poca información tenemos de los primeros años de la vida de Ángel Arturo Aballí, pero si aceptamos que los rasgos fundamentales de la personalidad del adulto se manifiestan en distintas formas, desde edades tempranas de la vida, pudiéramos inferir que Ángel Arturo fue un niño inquieto y observador, inteligente, estudioso y disciplinado que se tornaba díscolo y rebelde frente a la imposición o a la reprimenda injusta. Lo imaginamos sobresaliendo como alumno en las aulas de educación primaria y como cabeza dirigente de los muchachos del barrio en los entretenimientos y juegos infantiles.

Los primeros estudios de nivel secundario los realiza en el Colegio "El Siglo", conocido centro de enseñanza de la ciudad natal, y los de bachillerato en el Instituto de la propia ciudad. La graduación tiene lugar en 1895. Hemos revisado el expediente académico de esa etapa: la nota de sobresaliente fue la constante en todas las asignaturas, y además ganó seis premios en los ejercicios finales por materias.

La Universidad de La Habana era entonces la única del país, en ella matricula la carrera de Medicina y la concluye brillantemente en 1901. Quedaron imborrables huellas de su inteligencia y dedicación en el curriculum universitario. En sucesivas oposiciones obtiene la plaza de Alumno Ayudante Disector Anatómico, en 1897; Alumno Ayudante en la Cátedra de Medicina Legal y Toxicología en 1899 y de la Cátedra de Fisiología al año siguiente. Durante los estudios de Medicina tuvo sobresaliente en todas las asignaturas. Es declarado Alumno Eminente de la Universidad y con el pergamino de mérito debajo del brazo, sale a disfrutar la primera beca de estudios, en el extranjero, que se concede a un estudiante cubano.

Visitó, trabajó y estudió en Hospitales de Boston, Washington, Chicago y New York, en los Estados Unidos. Viaja a Europa y amplía los conocimientos en centros hospitalarios de Francia, Alemania e Italia. Regresa a Cuba en 1904.

Existe de esta época, a su regreso, una carta manuscrita que hemos leído, dirigida a una tía, en la que después de excusarse por no haber podido comprar a la familia ningún regalo como recuerdo del viaje, hay un párrafo que textualmente dice: "el deseo que tiene el Correo de Matanzas- periódico provincial de la época- de publicar una especie de biografía mía, no me parece conveniente hacerlo, pues supondría un deseo de mi parte de aparecer en letras de molde". Así se expresaba con sencillez y modestia quien encerraba en su persona y lo veremos después, el potencial de pensamiento y acción médico-creador más extraordinario que había conocido, hasta entonces, la sociedad cubana.

El primer cargo que ocupa a su regreso fue el de médico de niños en el Dispensario "Tamayo". Al mismo tiempo ejerce como Ayudante Facultativo de la Cátedra de Histología y Anatomía Patológica en la Escuela de Medicina. En 1905, es nombrado Jefe del Laboratorio de esta última Cátedra y al año siguiente, con carácter interino, Jefe de la Cátedra de Clínica Pediátrica que entonces era una dependencia de la Cátedra de Clínica Médica. Ese es el año cuando convocan a oposición para ocupar la plaza de Profesor Auxiliar de Patología y Clínica Infantiles. El doctor Aballí acude a las oposiciones y muchos años después aún se comentaba la brillantez de sus ejercicios. Parecía imposible que un joven de apenas 26 años poseyera tal cúmulo de cultura médica y general. Dos años después se le asigna oficialmente para que imparta la enseñanza de la Patología y Clínica Infantiles en la Universidad de La Habana.

Como podremos apreciar en el transcurso de estas páginas, las actividades de Aballí se van ampliando, toman distintas vertientes y tocan diversas facetas que van desde figura prominente en los trabajos de agrupar a los médicos bajo consignas sociales y de carácter gremialista, hasta el periodismo político. Pero estas y otras inquietudes no podemos considerarlas ajenas a la motivación fundamental de su vida; cuanto inspiró y realizó Ángel Arturo Aballí, cualquiera que fuera su aparente objetivo, iba dirigido a un solo fin, la defensa de la salud, el desarrollo, la educación, el bienestar y la felicidad de la joven generación.

Sería imposible apreciar la significación de la vida de Aballí en la pediatría cubana si no tenemos previamente una información sobre cuales eran el estado de salud en la niñez, los recursos destinados a su atención y la situación de la enseñanza de la disciplina.

Analicemos, pues, en que medio se encuentra Aballí al irrumpir en el campo de la pediatría.

Tenemos que partir del siglo XIX. La situación de la salud, de las higienes y de la medicina correspondía a las de un país colonizado, donde los intereses de la metrópoli estaban dados, desde hacía más de tres siglos, por la explotación de sus riquezas, sin ninguna otra preocupación. No existen referencias estadísticas que nos permitan conocer el estado de salud de la población en esa época. En las publicaciones aparecen quejas y denuncias sobre la situación higiénica de las ciudades y algunos datos casi siempre relacionados con los brotes epidémicos que frecuentemente ocasionaban un número considerable de víctimas. En estas circunstancias se registraban las defunciones clasificándolas por grupos de edades: menores de 10 años, de 10 a 20 y mayores de 20. A partir de 1888 contamos con algunos datos sobre mortalidad infantil en la ciudad de La Habana. No creo necesario advertir sobre la confiabilidad de estas cifras, teniendo en cuenta el sub-registro de nacimientos, el concepto de nacido vivo, las irregularidades para expedir el certificado de defunción, pero podemos sentirnos satisfechos de ofrecer estas tasas gracias a la dedicación y estudio de un joven pediatra que las ha puesto a nuestra disposición y que aún no han sido publicadas. Las cifras arrojan lo siguiente: en 1888, una tasa de 289 muertes en el primer año de vida de mil nacidos vivos; 331 en 1890; la cantidad se eleva a 468 en 1897 y a 667 en el año 1898. Esto demuestra que en los años de la política de concentración de los habitantes de las zonas rurales en pueblos y ciudades, dictada por el gobernador colonial, morían en el primer año casi 7 niños de cada 10 nacimientos. Ya de los quinquenios iniciales de este siglo aparecen cifras para toda Cuba, con las mismas características expuestas, en lo relacionado al registro. Por ejemplo tasas de 154,7 en el quinquenio de 1906-1910 y de 138,9 para el de 1911-1915.

Se desconocía la especialización médica en la atención a la infancia de la cual no había docencia. Los pocos y mal dotados servicios de clínicas existentes recibían en sus salas indistintamente al adulto y al niño enfermos.

A principios del siglo XIX se crea una asignatura que identifican como Obstetricia, Ginecología e Infancia, limitadas a conferencias teóricas. Al comienzo la impartía un médico de apellido Valencia. A mediados de esa misma centuria, en 1845, el doctor Juan José Hevia, segundo ayudante del Cuerpo de Sanidad Militar, médico Homeópata, da a la publicidad un pequeño libro titulado Tratado de las enfermedades de los niños y modo de curarlas que puede considerarse el primer texto de esta especialidad publicado en Cuba y que facilitó la puesta en práctica de alguna forma de enseñanza.

 

Fig. 2. En 1902 se fundó en New York la agrupación "Juventud Médica Cubana de New York". En la foto un grupo de sus integrantes. Sentados de izquierda a derecha doctores Ángel A. Aballí, Joaquín Folch Pascau, Lino S. Chivás Guerra y José M. Alemán Martín. De pie, de izquierda a derecha.: Raimundo de Castro Bachiller, Julio F. Anteaga Quesada y Ulises Betancourt Castillo.

Más de cuarenta años después, en 1887, es aprobado por la Universidad lo que dio en llamarse "Curso Especial de Enfermedades de los Niños con su Clínica". Lo explicaban como asignatura no integrante del programa de estudios en la carrera de medicina. Fue designado para explicar la materia el doctor Antonio Jover, médico de origen catalán, poseedor de una vasta cultura. Posteriormente el curso quedó incluido en el programa de estudios y pasó a formar parte de la Cátedra de Clínica Médica.

El doctor Jover es el autor del segundo libro publicado en el país relacionado con las enfermedades de los niños. Lo tituló Lecciones de enfermedades de los niños preparadas en la Universidad de La Habana. La actividad del doctor Jover puede calificarse sin duda alguna, de importante y meritoria. Fue en Cuba el primer médico que sugirió segregar de la Cátedra de Clínica Médica la enseñanza de esta disciplina. De mucho interés resultó su tesis planteada en discurso que tituló "Concepto de Pediatría y lugar que le corresponde en el cuadro docente". Fue el introductor del termino "Pediatría" para identificar la especialidad. Debe considerarse al doctor Jover como precursor de la especialidad y fue también el primero en exigir la creación de Servicios dedicados exclusivamente a la Clínica Infantil. Argumentaba que "una enseñanza clínica sin enfermería -entiéndase servicios- es como enseñar Geografía sin mapas". No logró mayores éxitos el doctor Jover y regresó a España al concluir la guerra. Lo sustituyó el doctor José Montalvo a quien debemos el traslado de la enseñanza de la asignatura -que se explicaba en un aula de Química en la vieja Universidad de la Calle O' Reilly- para un local en el Hospital "Nuestra Señora de las Mercedes".

Poco tiempo estuvo en funciones el doctor Montalvo. Al fallecer prematuramente lo sucede el doctor J. Reol quien también desempeña por poco tiempo su trabajo docente. Esto ocurre ya a principios del siglo actual. Coetáneamente destacados médicos incitaron al estudio de las enfermedades de la infancia y solicitaban su reconocimiento como una especialidad. Merecen citarse los nombres de Joaquín L. Dueñas Pinto, Domingo Madan y Gonzalo Aróstegui.

Es en 1906 cuando Aballí sustituye al doctor Reol recién fallecido. Lo hace con carácter interino y como tal ocupó la Clínica Infantil de la Cátedra de Clínica Médica. Dos años después se convoca a oposiciones para cubrir la vacante oficial y realiza entonces los ejercicios a los que ya nos hemos referido.

Aquí comienza una de las vidas medicas más extraordinarias que ha conocido nuestro país. Al talento e inteligencia une el doctor Aballí la voluntad, tesón, espíritu de lucha, valentía personal, austeridad, insobornables principios de honestidad, dotes de orador y polemista audaz.

Y todo esto demostrado siempre con suma sencillez y modestia, reflejos de aquella exquisita sensibilidad humana, que alcanzó la mejor expresión en su profundo amor a los niños.

No encontramos sin embargo en Aballí al revolucionario consciente, capaz de indagar en las raíces socioeconómicas y las causas que motivaban las injusticias y desigualdades contra las que luchó. Pero tampoco estuvo de espaldas a las convulsiones sociales de las décadas de los años 1920 y 1930. No faltó su presencia, ni fue ajeno a los anhelos y aspiraciones de nuestro pueblo.

Triunfador en las oposiciones y reconocido oficialmente responsable de la enseñanza de la Clínica y Patología Infantiles en la Escuela de Medicina, Aballí se empeña en la elaboración de los Planes y Programas de Estudios, incorpora a la enseñanza los métodos pedagógicos más avanzados y crea en la Sala "San Vicente" del Hospital "Nuestra Señora de las Mercedes" el primer Servicio de Clínica Infantil en Cuba, al frente del cual estará los próximos 30 años.

En un breve tiempo inaugura la Sala de Lactantes "Manuel de la Cruz", la Consulta Externa, el Departamento de Dietética, el Laboratorio de Anatomía Patológica y construye el Laboratorio Clínico adjunto al Servicio. De inmediato empieza a preparar los cuadros docentes que se incorporarán a la enseñanza de la Cátedra. La actividad desplegada en las clases diarias y en las sesiones científicas, la pulcritud y disciplina de la organización y el estímulo permanente a los jóvenes médicos y alumnos, aún son recordados por viejos médicos testigos de la época.

En este servicio introdujo en el país la otoscopía, el uso del citoscopio infantil, las transfusiones de sangre a los niños, las punciones lumbares y el estudio del liquido cefalorraquídeo, las pruebas funcionales hepáticas, las primeras determinaciones de CO2 en el aire alveolar, el estudio de la reserva alcalina por el método de Van Slyke, el estudio de las proteínas sanguíneas por refractometría y otros procedimientos diagnósticos y terapéuticos entonces en boga en los centros especializados del extranjero.

Si se analizan los trabajos presentados por Aballí en esta época, los programas de estudios y los objetivos de sus actividades, no es difícil descubrir que dirigió su atención a los tres problemas de salud más agudos: la enfermedad diarreica, la desnutrición y la tuberculosis. De estos años son las siguientes monografías: "Estudio de la distrofia infantil", "Terapéutica de los trastornos gastrointestinales del lactante", "Esclerema en la gastroenteritis infantil" y "Laboratorios de leche y sus relaciones con la clínica".

En esta etapa ya funciona una consulta de Puericultura en los Servicios Externos del hospital.

La tenaz lucha de Aballí por dotar al país de centros especializados en el diagnostico y tratamiento de la tuberculosis infantil alcanza lentamente algunos logros: inaugura el Dispensario Antituberculoso para niños "Calmette", crea el Preventorio "Grancher" para ingresos de lactantes con riesgos de contraer la enfermedad, posteriormente se construye la sala destinada a niños tuberculosos en el Hospital "La Esperanza" y más tarde el Hospital Infantil Antituberculoso que lleva su nombre y que fue convertido en Hospital Pediátrico General después del triunfo de la Revolución.

Hemos referido, con brevedad, la decisiva presencia de Aballí en la construcción y organización de todos estos servicios e instituciones. Nada le resulta fácil. Si bien es cierto que cuando las decisiones dependían directamente de la Universidad, había comprensión y además gran respeto al Profesor que facilitaba los acuerdos y apoyo a sus ideas, cosas bien distintas ocurrían cuando eran las dependencias oficiales de gobierno, donde empezaban a interponerse los intereses de los que disfrutaban el poder político. En muchas ocasiones oímos referencias al carácter violento de Aballí, juicio absolutamente falso, pero sí estamos seguros de que en esas discusiones posiblemente el Profesor prescindía de los buenos modales.

No se le podía escapar a Aballí el componente social de las enfermedades referidas y es a partir de esta convicción que muestra, a nuestro criterio, una de las facetas más trascendentales de su vida y quizás no bien conocida. Aballí entiende que el trabajo médico frente al paciente no es bastante para modificar la situación sanitaria de la infancia y, en un sentido mas amplio, de la población en general. Por tanto concibe al médico como una fuerza social, que bien dirigida puede constituir un elemento fundamental en la solución de los problemas de salud. La experiencia posterior ha demostrado que, si bien es importante, no es capaz por si sola para enfrentar los programas amplios y complejos de la atención sanitaria a la población. Junto al médico ha de integrarse el equipo de salud y el propio pueblo en sus distintas formas de organización social. Así y sólo así, puede aspirarse al éxito de modificaciones profundas del cuadro de salud. Y la participación del pueblo únicamente es posible con las más radicales transformaciones políticas, sociales y económicas capaces de poner en manos de la inmensa mayoría la dirección del poder político y del estado.

Analicemos como Aballí, estratégicamente, concibió la función del médico como parte de una poderosa fuerza social.

 

Fig. 3. Dr. Antolin Bernard Marfan (1858-1942).
Eminente pediatra francés, profesor del doctor Ángel A. Aballí.

De todas las denominadas entonces clases profesionales, los médicos habían expresado una tendencia a la asociación con fines no muy bien definidos, pero que contemplaban relaciones sociales, actividades científicas e intereses individuales y generales enfocados con óptica gremialista. Esto se había manifestado desde mucho tiempo atrás. Y volvamos a la historia: en 1868 nace la Sociedad de Socorros Mutuos de La Habana que devino, años después, el Círculo Médico de Cuba.

El local del Círculo Médico de Cuba fue el punto de reunión de muchos de los médicos de La Habana. Allí se conversaba o discutía sobre los asuntos más diversos: cuestiones de intereses personales o colectivos, las ciencias médicas, de la salud, de política, etc.

La presencia frecuente de Aballí, con su ya cimentado prestigio, era centro de atracción y atención. Dirigía también en esos momentos la Revista Médica Cubana en la cual se recogían estas inquietudes. La Sociedad de Estudios Clínicos, presidida por él entre 1920 y 1924, fue la primera sociedad de carácter científico de la medicina cubana, con sede en el Circulo Médico, esta sociedad programó y desarrolló las primeras actividades científicas en el interior del país. Las figuras más destacadas de la medicina acudían a ofrecer conferencias y coloquios a las capitales de provincia. Dichas reuniones atraían a los médicos por la calidad de los expositores y por la temática bien seleccionada. Aballí con su movilidad y dinamismo, participaba en estas visitas, provocando la oportunidad de pulsar la opinión de los médicos del interior- como ya lo había hecho con los de la capital- acerca de la posibilidad de crear una organización médica de carácter nacional que tendría por objetivos el desarrollo científico de la medicina, modificar y superar la situación sanitaria del país y la defensa de los intereses personales y colectivos de sus miembros.

La labor llevada a cabo por Aballí fue extraordinaria. Rodeado por los médicos más activos de la nueva generación y con la presencia constante de la figura venerable y respetada de Juan Guiteras constituye el 15 de octubre de 1925 la Federación Médica de Cuba y, nueve días después, tiene lugar en el "Teatro Payret", la Asamblea Magna de la Federación con la asistencia de más de 2 000 miembros de todo el país. He ahí la primera reunión masiva de los médicos cubanos. El Profesor Ángel Arturo Aballí fue elegido Presidente de la Federación Médica de Cuba.

La constitución de la Federación Médica de Cuba tuvo enorme resonancia política. Fue, evidentemente, un triunfo de los médicos y un reconocimiento a la visión, voluntad y energía de un hombre que puso al servicio de la institución todos los recursos que atesoraba su extraordinaria personalidad.

Aún está por estudiarse qué significó la Federación Médica de Cuba y qué valoración puede darse a su cometido histórico. Esto es necesario pues la Federación surge en el mismo momento en que se inicia el período más convulso vivido por el país desde la guerra de independencia. Paralelamente a su existencia ocurrieron acontecimientos político-sociales que han quedado para siempre grabados en la historia de Cuba. En todos estuvo presente, en forma más o menos directa, el Profesor Aballí. Su posición vertical frente a la tiranía machadista, junto a los mejores intereses de la Universidad y el pueblo, su participación en la huelga médica de los Centros Regionales, sus inflamados artículos en "Tribuna Médica", órgano oficial de la federación, y que fue en definitiva clausurada. Muchos recuerdan el estupor que causó ver a Aballí presidir el sepelio de José Elías Borges, joven médico comunista asesinado por la reacción, y rendir la última guardia de honor, junto al féretro, con el brazo levantado y el puño cerrado. Al clausurarse "Tribuna Médica", funda el periódico político "El Cubano Libre" en el cual denunciaba las inmoralidades, corrupciones y arbitrariedades de las esferas oficiales de Gobierno. El primer editorial, que tituló "Todos a bordo" en forma de llamamiento y el último, "Consumatum est" que le ganó la clausura, expresan su decisión a participar en la vida nacional más allá del ámbito universitario. No se hicieron esperar la persecución y el exilio.

Esta etapa, desde 1920 hasta 1940, fue quizás la de más intenso trabajo en su vida.

Coincidiendo con las actividades referidas, en 1923, al segregarse de la Cátedra de Clínica Médica la enseñanza de la pediatría y crearse la Cátedra de Patología y Clínica Infantiles, en Aballí recae el nombramiento de Profesor Titular; en 1924 preside el VI Congreso Médico Nacional; en 1925 preside la Delegación Cubana al VII Congreso Médico Latinoamericano celebrado en México; en 1926 es elegido Miembro Numerario de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales en sustitución, por fallecimiento, del Académico Profesor Raimundo G. Menocal; en 1927 preside el V Congreso Panamericano del Niño celebrado en La Habana; en 1928, a iniciativa suya, surge la Sociedad Cubana de Pediatría, lo eligen Presidente y organiza la I Jornada Nacional de Pediatría.

La capacidad de trabajo de este hombre incansable, resulta extraordinaria. Mantiene la producción científica e incrementa con su personalidad, que ya desborda la Isla, las relaciones internacionales de la Pediatría Cubana.

Él, personalmente, disfrutó de un gran reconocimiento internacional; fue Miembro Correspondiente Extranjero o Numerario y en muchas ocasiones Miembro de Honor de casi todas las instituciones pediátricas reconocidas de Europa, América del Norte y América Latina.

En 1936, cuando comienzan los esfuerzos para la reapertura de la Universidad, que ha permanecido clausurada desde 1930 -salvo un lapso de tiempo comprendido entre finales de 1933 y principios de 1935- y por constituir la Escuela de Medicina un elemento decisivo en la normalización de las actividades, se designa Decano a Aballí, posición que ocupa desde 1936 hasta 1938. Lo reeligen después y hasta 1940 mantuvo esa autoridad.

La presencia de Aballí fue decisiva en la reapertura de la Universidad. Eran momentos muy difíciles y aunque no podemos decir que logró su normal funcionamiento, pues las circunstancia que vivía la propia universidad lo impedían, sí debemos recordar que su valentía y firmeza fueron un contén poderoso a la anarquía que trataron de introducir grupos malhechores y delincuentes en actitud de atemorizar a distintos sectores universitarios. Durante este periodo, y a su iniciativa, se construye la nueva Escuela de Medicina que permite abandonar de una vez el viejo caserón de la calle Belascoaín. Durante estos años, y también bajo su orientación e impulso, es inaugurado en 1935 el Hospital Municipal de la Infancia, hoy "Pedro Borrás", del que fue designado Director Técnico, cargo que desempeñó hasta 1944. Entre 1941 y 1944 fue miembro del Consejo Nacional de Tuberculosis.

Ya para esta época el país contaba con un número considerable de pediatras bien preparados. La especialidad era una de las más prestigiosas tanto en Cuba como en el extranjero, aunque no es necesario señalar aquí como era la organización de salud y como se ofrecían los servicios médicos, sobra por sabido.

Conocimos al Profesor Aballí en 1940 cuando comenzamos a trabajar en el Hospital Municipal de la Infancia. El respeto y la admiración que posteriormente sentimos por él creemos que comenzó desde la primera vez que lo vimos. Aballí en esa época era ya un hombre de 60 años de edad, de estatura mediana y complexión fuerte, de pecho y hombros anchos. Llamaba la atención su cabeza grande, la frente amplia, los ojos redondos y un poco saltones que miraban vivaces e inquietos, la piel muy blanca que enrojecía fácilmente. La voz grave y pausada en la conversación personal, se transformaba en rápida y de elevado tono en sus discursos y exposiciones. Las manos expresivas parecían ser un complemento de la voz. Su sola presencia irradiaba energía. Diariamente llegaba muy temprano al hospital. Su Servicio era la sala C para niños mayores de 2 años de edad. La sala la dirigía el doctor Juan Marcos Labourdette.

En el pase de visita las intervenciones del Profesor eran siempre una lección sabia y erudita. Por primera vez oímos junto a las cuestiones de diagnostico y tratamiento, el aspecto social de la Pediatría, conceptos integrales de prevención y asistencia, la utilidad de la presencia de la madre junto al niño y la imposibilidad de hacerlo en aquel hospital. Nos impresionaba a todos la ternura, el respeto que sentía y demostraba a los niños ingresados, los diálogos que establecía con ellos. En estas visitas insistía mucho el Profesor en la necesidad de la observación minuciosa durante el examen físico, en la importancia del interrogatorio a los familiares, y al niño de ser posible, en la valoración y síntesis de los signos y síntomas, en las ventajas de la hoja clínica cuidadosamente elaborada. Recordamos que era la época en que comenzaban a usarse las sulfas y ya se hablaba de los antibióticos. Alertó sobre la utilización de las nuevas drogas y cuando aún no se expresaban conceptos y no circulaba el término de "iatrogenia", repetía enfáticamente el daño de una terapéutica incorrecta o abusiva. Sus conversaciones intercaladas eran coloquios de propedéutica, patología clínica y terapéutica.

En algunas ocasiones, después del pase de visita, en un local situado a la entrada de la sala, el Profesor se sentaba, el grupo permanecía de pie alrededor y comenzaba a hablar sobre temas de medicina o de otra índole. Ahí pudimos apreciar la vasta cultura de Aballí. Charlaba con profundo conocimiento sobre arte, historia y política. Poseía un fino sentido del humor, introducía inesperadamente una frase llena de hilaridad o de sus labios salía un chiste dicho con gracia y picardía.

Cuando abandonaba la sala para dirigirse a la dirección, nunca lo hacía por el elevador, bajaba por la escalera que daba al vestíbulo del hospital pues allí lo esperaban siempre con ansiedad familiares de los niños ingresados. La paciencia, la delicadeza, la atención que prestaba a las preguntas, y responderlas adecuadamente ocupaban un buen tiempo de su trabajo. Esta forma de relacionarse con los familiares de los enfermos constituyó un modelo de conducta que imitaron los médicos del hospital.

 

Fig. 4. Dr. Pierre Nobécourt (1871-19¿).
Eminente pediatra francés, profesor del doctor Ángel A. Aballí.

Los viernes, a las once de la mañana, se celebraban las reuniones científicas del cuerpo médico. Cualesquiera que fueran los temas tratados, las conclusiones las hacía el Profesor. Su sola presencia movía el interés no sólo del personal del hospital sino además, de profesionales de otros lugares.

A fines de 1944 cesa en sus funciones de Director Técnico del Hospital. A partir de entonces sus visitas se hicieron menos frecuentes, pero siempre concurría al Hospital, ofrecía algunas conferencias o clases magistrales, no faltaba a las reuniones de los viernes y continuaba presidiendo los Tribunales de Exámenes. En 1946 le confieren el Diploma de Miembro de Honor de la Sociedad Cubana de Pediatría y lo designan Presidente de Honor de la VIII Jornada Nacional. En esta VIII Jornada se reprochaba a sí mismo Aballí por no haber publicado más y por no haber cumplido la promesa de elaborar un libro de texto para la especialidad. No trató de justificarse pero explicó los motivos y razones que lo impidieron. No publicó poco, a nuestro juicio; conocemos más de 45 trabajos suyos y posiblemente no sean los únicos. En cuanto al libro de texto, en dos ocasiones, después de tenerlo adelantado, entregó los originales a fin de que fueran reproducidos en forma de conferencias, para que los alumnos dispusieran de material de estudio.

Nos permitimos seleccionar algunos párrafos de discursos pronunciados por Aballí, recogidos de diversas publicaciones. Quizá ayuden a comprender a fondo su pensamiento y complementen este trabajo en su esencia, al reflejar de manera directa la sensibilidad y riqueza espiritual del Profesor.

Copiamos del Tomo 84 de los Anales de la Academia, página 21. Decía Aballí:

"[...]el siglo que no sin razón debía llamarse el siglo de los niños y sin embargo se ve amenazado de demolición por la falta de concepciones puras, tergiversando la conciencia del hombre actual que en vez de cantar himnos de amor al prójimo se aferra en estrechos criterios que sólo se explican por el culto que se rinde, desgraciadamente, a la envidia, a la avaricia, al afán de dominar que ha sumido a los pueblos en las lúgubres sombras que solo iluminan la luz de los estallidos de los cañones [...] haciendo cada día menos posible levantar la blanca bandera de la paz."

" Se ha dicho y no sin razón que nada puede cambiar en este mundo mientras el hambre, la sed de oro y el poder sean los móviles principales de las acciones y que se requiere una innovación en este estado de cosas en que nos ha sorprendido en siglo XX".

En otro párrafo:

"[...]esta conciencia hará del cuidado del nacimiento, de las atenciones higiénicas y educativas de nuestros hijos, el pivote del deber social que permita la aplicación de leyes, usos y costumbres que serán el principio de esta liberación a que aspiramos, para que de un modo absolutamente armónico veamos puesto en practica todo eso que se habla y escribe sobre la educación como el más importante deber de un pueblo para con sus hijos, ya que tristemente están divorciados los elementos constitutivos para esa lucha de innovación, que debiera aunar a la familia, la escuela y el Estado sin divergencias posibles que impidan llegar a finalidades tangibles."

En 1945, en el mes de mayo y en esta misma sala en que nos encontramos hoy, expresaba el Profesor, no sin ostensible amargura, lo siguiente:

"No será mi objeto esta noche el descender a analizar con más o menos intensidad o caracteres cívicos la protesta que en el ánimo de todos está por la indefensión en que se encuentran nuestros niños."

Más adelante:

"[...]ni siquiera llegamos a saber con certeza cuál es el índice de natalidad, ni de morbi- mortalidad, ni de mortalidad infantil basado en los hechos de las estadísticas exactas de los nacimientos."

En otro párrafo:

"No existen suficientes instituciones. Hace apenas aproximadamente 10 años se creó un hospital dedicado a los niños en el Municipio de La Habana, insuficiente de un modo fácilmente apreciable con una simple visita a dicho establecimiento, para llenar las necesidades del pueblo de La Habana y mucho menos las de la República como resulta por la concurrencia de niños procedentes de todas las provincias. En la capital del país solo existen 60 camas en el Hospital "Mercedes", 160 en el Municipal de La Habana, 40 o poco más en el "Calixto García."

Refiriéndose después al interior del país, añade:

"Apenas, a pesar de nuestra lucha, puede decirse que estén amparados en este aspecto los niños de provincias."

Y continúa:

"Es aún más triste que para aquellos que resulten victoriosos en ese peligroso período de la primera infancia, se tenga como futuro pavoroso la imposibilidad de recibir la enseñanza primaria, lo que se demuestra por los datos de una estadística aproximada de la población escolar que acusa".

Y aquí se refiere al curso de 1941-1942 cuando existía una población de 1 008 263 niños de edad escolar, de los cuales habían matriculados sólo 374 588 y al margen de la escuela 633 675 niños. De los matriculados asistían a clases, según los datos, 314 172 elevándose por tanto la cifra de los que no recibían ninguna enseñanza a 694 091.

Con angustia clama entonces Ángel Arturo Aballí:

"[...] por estos hechos, superficialmente señalados, queremos levantar, una vez más, nuestra voz para que se aúnen en sus diferentes actividades nuestros factores sociales, higiénicos, jurídicos y pedagógicos, para que nuestros niños gocen de las protecciones que reclaman[...]"

Seguramente, sintió la pena de no haber conseguido, a pesar de su largo y tenaz combate, los propósitos que lo animaron y quizá no comprendió el porqué no logró lo que no podía lograr.

La protección y la salud optima de la infancia solo pueden obtenerla los pueblos después de su liberación, de la conquista del poder político, de modificar las relaciones de producción, de disponer de todas las riquezas naturales, de establecer una distribución justa del beneficio social, en resumen, al desaparecer los explotadores, la discriminación por cualquier causa y las diferencias de clases. Así y sólo así, pueden ponerse en práctica programas que de verdad aseguren la protección, el desarrollo y la educación integral de las nuevas generaciones.

Esto no puede impedir que se le reconozcan al Profesor Aballí muy importantes logros en su incansable trayectoria vital. Creó en nuestro país una especialidad médica de extraordinaria importancia, formó generaciones de nuevos pediatras, señaló a los médicos su posición y sus responsabilidades sociales, ejemplificó con su vida la honestidad y el valor de la conducta humana.

Mantuvo el Profesor Aballí sus actividades hasta el mismo instante de morir. En la tarde del 22 de julio de 1952, después de examinar a un niño y cuando se disponía a extender la receta, cruzó los brazos sobre el escritorio, reclinó sobre ellos la cabeza y expiró. El cadáver fue expuesto en la Sala de Actos de la Escuela de Medicina desde donde partió el cortejo. Acompañó al Profesor Aballí hasta su tumba una muchedumbre estremecida de pena.

Pero su desaparición física no pudo significar la ausencia definitiva del Profesor. El viejo maestro está presente en el grupo de pediatras que en momentos muy difíciles se hizo cargo de la docencia de la especialidad. Es imposible ignorar la presencia de Aballí en nuestro Sistema Nacional de Salud, en el Programa Materno Infantil, en las 10 000 camas pediátricas distribuidas en 23 hospitales y 47 Servicios de Neonatología, en la docencia de la pediatría impartida actualmente a todo lo largo del país, en nuestros recursos humanos calificados que se incrementan de año en año, en la investigación biomédica en desarrollo. Todo esto nos ha permitido arribar a las más bajas tasas de mortalidad en América Latina, para todos los grupos de edades en la infancia, a la erradicación de la poliomielitis, la difteria, el tétanos del recién nacido, el paludismo, y a cifras insignificantes en la tuberculosis infantil. Cada día avanzamos en la mayor protección y en la salud de nuestros niños.

Es cierto, no pudo el Profesor Aballí vivir, alcanzar y disfrutar del triunfo pleno en su decidido combate, pero su vida útil palpita en estas hermosas realidades actuales.

Dentro de tres años, en 1980, se cumplirá el Centenario del Nacimiento de Ángel Arturo Aballí. Creemos oportuno señalar, desde ahora, el deber del Ministerio de Salud Pública y su Consejo Científico, de la Academia de Ciencias, de las Sociedades Cubanas de Pediatría y de Historia de la Medicina, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud, de rendir en esa oportunidad el homenaje merecido. Será una forma de mantener imborrable su recuerdo e impedir que el decursar del tiempo haga desaparecer, en las nuevas generaciones, el conocimiento y el ejemplo de una existencia tan digna y relevante.

Nos sentimos obligados, al concluir esta humilde evocación, a expresar nuestra gratitud al doctor Gregorio Delgado, Historiador del Ministerio de Salud Pública, quien nos facilitó informaciones y documentos; a los doctores Vicente Banet y Juan Marcos Labourdette, por sus valiosos testimonios, avalados por una larga amistad con Aballí; y al doctor Antonio Moreno Luna, impulsor de este ciclo de conferencias, por habernos seleccionado en esta ocasión, incitándonos así a profundizar en el conocimiento de la vida del Profesor Ángel Arturo Aballí, Maestro de la Pediatría Cubana.


* Conferencia pronunciada en el Museo de Historia de las Ciencias de la Academia de Ciencias de Cuba el 23 de junio de 1977.

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