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Cuadernos de Historia de la Salud Pública

Print version ISSN 0045-9178

Cuad Hist Salud Pública  no.94 Ciudad de la Habana July-Dec. 2003

 

El Granma era invencible como el espíritu
de los combatientes *

Por el Dr.
Faustino Pérez Hernández. **

Desde días antes, ya había decidido el líder del Movimiento y Jefe de la expedición, la fecha de partida. De diferentes y lejanos lugares del territorio mexicano, donde se encontraban los campamentos y centros de entrenamiento, debían salir los grupos de reclutas con suficiente antelación. El Distrito Federal, Veracruz, Tamaulipas eran centros de silenciosa movilización. Salvo unos cuantos responsables encargados de conducir las armas y los hombres, nadie más conocía el destino de aquel viaje. Había que trasladarse con extrema discreción. La vigilancia policíaca y el acecho de los exportados agentes de la Tiranía eran un peligro permanente. Importante cargamento y hombres- clave habían caído recientemente en manos de la policía. La rapidez y la cautela eran elementos esenciales para no acabar de perder lo que tanto esfuerzo y sacrificio costara reunir. Por el medio había una promesa. Y Cuba estaba ungida de que alguien le cumpliese su palabra. ¡Libres o mártires seríamos!.

Y una noche convergíamos en un punto de la costa del golfo mexicano. Era la ciudad de Tuxpan, dividida en dos por el río de quien recibe nombre. La noche era oscura y lluviosa. Muchos tuvimos que cruzar el anchuroso río utilizando los botes que, calmudos remeros, alquilaban y conducían con desesperante lentitud. Sorprendidos debieron sentirse ante tan numerosa y extraña clientela que en repetidos viajes invadían sus enclenques embarcaciones.

Pero eran viajeros generosos que con abundantes dádivas trataban de neutralizar la remota posibilidad de malsanas intenciones. Unos tras otros, llegaban los grupos por diferentes y oscuras calles al punto convenido. Todos estaban convencidos ya de la significación de aquel encuentro. Nadie preguntaba, nadie hablaba. Uno y otro abrazo silencioso en la manigua junto al río, era el saludo emocionado de los que tiempo atrás no se veían. El silencio de la medianoche solo era violado por el mortificante y persistente ladrido de los perros alarmados de la vecindad. Observamos que a muy pocos pasos algunas sombras se movían hacia el río y viceversa. Eran todos compañeros, que, con febril actividad, cargaban las armas hacia una pequeña nave, que el reflejo de las luces dejaba ver a medias en el agua. ¡Era el "Granma"! Nadie expresó su pensamiento. Todos sentíamos emoción y alegría. Pero estamos seguros de que a todos asaltaba el mismo temor. Cuando se terminaron de cargar las armas, el parque y los demás equipos y el escaso alimento, empezó la competencia no manifestada por entrar primero, ante el temor de que los últimos tuvieran que quedarse. Algunos no habían llegado todavía. Esperamos. Era la una de la madrugada del 25 de noviembre de 1956. Había que partir. Con el mínimo ruido, con la mínima fuerza, comenzó a moverse el "Granma". Todas las luces apagadas, un solo motor andando a bajas revoluciones, todos agachados unos sobre otros. El timonel busca el centro del amplio canal que forma el Tuxpan hacia su desembocadura. Avanza. A un lado y otro la ciudad dormía. Como media hora para dejar el río, quizás otra media hora para cruzar el puerto. Nadie nos había visto y ya entrábamos en el ansiado golfo. Todos comprendimos que aquel silencio ya no era necesario. Y se rompió de pronto, al unísono, como si hubiera estado convenido. ¡Nunca ha sido más bello el Himno Nacional!.

Las peripecias del viaje, donde cada minuto era Historia, se continúan en el relato. Luego viene el recuerdo del 30 de noviembre. Faustino lo lee con emoción:

"Una mañana nuestro receptor captó noticias de gran significación para nosotros: ¡Santiago de Cuba!. ¡Atacada la Estación Naval y la Jefatura de Policía!. ¡Tiroteo en las calles! ¡Ocupados morteros y ametralladoras en el Instituto! ¡Paralización de Guantánamo! ¡Ola de sabotajes en Matanzas, Las Villas, etc., etc.!" Enseguida comprendimos la magnitud y la causa de todo aquello. Ya habían recibido el aviso de nuestra partida. Ya debíamos estar en el suelo de Cuba.

¡Así respondían a nuestra llegada!. En Santiago los bravos y disciplinados combatientes, dirigidos por los inolvidables Frank País y Pepito Tey, dominaban la ciudad. Guantánamo se paralizaba totalmente. Pepito, Otto Parellada y Tony Alomá eran los primeros héroes que caían frente a las fuerzas de la Tiranía en la nueva etapa de lucha que quedaba abierta... ¡Era el 30 de noviembre! . ¡Grabado quedaría en nuestra historia con carácter indeleble!

Es imposible dejar de anotar textualmente las palabras con que concluía aquel hermoso artículo de Radio Rebelde:

"Niquero debió ser nuestra Playitas. Pero ya en el horizonte asomaban los primeros albores del nuevo día. Y había dudas en la ruta. El mar es bajo. Existe peligro de encallar. Al fin partimos directamente hacia la costa, que ya se vislumbraba en la penumbra. Nuestra nave avanzó hasta que no pudo mas, a menos de cien metros de la orilla. No había tiempo que perder. Al agua el bote auxiliar. Lo aborda la vanguardia exploradora.

El capitán Smith, al frente. Por exceso de peso hace agua el bote. Hay que tirarse a pie. El fondo es pantanoso, difícil, pero vamos saliendo. Y buscamos ansiosamente tierra firme. El mar se prolonga hacia los mangles, que forman una abigarrada y tupida red difícil de penetrar. Ante nuestra vista ansiosa, solo se presentaba mas fango, más agua, más manigua. Seguimos. Un compañero sube al palo mas alto; observa que el agua se extiende más allá de la maleza. Por un momento pensamos que habíamos desembarcado en pleno mar, en algún pequeño y cenagoso cayo. Pero allí no cabía el derecho de la duda. Había que seguir. Hacia delante tenía que estar Cuba.

Después de varias e interminables horas debatiéndonos en la inmensa ciénaga de fango, mangle y agua, comenzamos a pisar terreno firme. Algunos compañeros tenían que ser sacados en brazos de otros más fuertes. Enseguida, a medida que íbamos llegando, nos tirábamos en la abundante yerba, fatigados, hambrientos, enfangados casi totalmente. Poco a poco nos hacíamos conciencia de que estábamos en el suelo de la Patria. Ya se notaba indicio de la existencia humana. El guajiro Crespo, subido en otra mata, descubre a lo lejos una pequeña casa. Se acerca y encuentra asustado a su dueño. Lo trae hacia nosotros. Es un pobre de nuestra tierra. Y con ellos venimos a echar nuestra suerte. Su nombre: Ángel Pérez. Le habló Fidel, le dijo quienes éramos, a qué veníamos, cuales eran nuestros ideales.

Fig. 3. El Comandante Faustino Pérez Hernández con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Sierra Maestra.

Temeroso, nos invitó a su choza para brindarnos de su pobre alimento. Llegados los primeros, tomamos agua, algunos empezaron a sacudir el sacrílego fango de nuestro verde olivo, otros limpiaban el arma; la familia cazaba una gallina, corría tras un macho. Las perspectivas inmediatas eran buenas. Aún faltaban muchos compañeros... De pronto, sentimos múltiples disparos, ráfagas y explosiones en dirección al abandonado "Granma". No sabíamos si eran fuerzas de Infantería o de la Marina y nos retiramos al monte más cercano dando contraorden en lo del cochino. Más tarde, al hacer el recuento, faltaban ocho compañeros todavía. Dos días después aparecían en sitio muy distante.

Declinaba el primer día sin encontrar bocado. Entramos en un espeso monte. Allí descansaríamos... ¡Era el 2 de diciembre! Habíamos desembarcado en la playa de Las Coloradas, aunque al decir del compañero Juan Manuel Márquez, aquello no fue un desembarco, ¡aquello fue un naufragio!. La columna, ya completada, se iba recuperando. Y avanzaba vibrante y decidida.

¿Después?. Preguntamos al comandante Faustino Pérez. Este aparta los ojos de sus papeles y recuerda:

_ Después seguimos caminando... El día 3, a media mañana comimos por primera vez: yuca y miel de abejas era el menú. Los que se encontraban más débiles pudieron comer gallina. Una preocupación de Fidel y de todos era la suerte de los ocho compañeros que aún no habían aparecido. El día cuatro llegamos a un limpio donde había unos carboneros que salieron huyendo ante nuestra presencia. El hoy comandante Crespo, por seguirlos ya de noche, no supo regresar a nuestro encuentro. Al día siguiente apareció con una gran noticia: se había perdido, efectivamente, y al notar una lucecita en una casa, llegó a la misma. En esa casa se encontraban los ocho compañeros que habían desaparecido. Entre ellos estaba el querido compañero Juan Manuel Márquez.

Cuando salimos del bosque a los cañaverales, de día descansábamos y de noche reanudábamos la marcha.

El día 5, después de caminar toda la noche, acampamos en un montecito. Almorzamos chorizo con galletas. A eso de las cuatro y media o cinco de la tarde, cuando ya nos disponíamos a reanudar la marcha, me acerqué a un grupo de nuestros compañeros que hablaban y bromeaban en voz alta. Participé de su conversación. A los pocos minutos, el apacible lugar se convertía en un infierno. Llovían balas incesantemente. El fuego devoraba las cañas. En medio del ruido ensordecedor no se oía la voz de mando. Aquello fue un verdadero desastre ocurrido precisamente en un lugar cuyo nombre contrasta con el duro momento que atravesábamos: "Alegría de Pío".

Tras una breve pausa, el comandante Faustino reanuda el relato:

_ El "Che" relató ya esto en las páginas de VERDE OLIVO. Yo lo vi caer a mi lado, con una herida en el cuello. Traté de darle ánimos, pero pensé que moría. Continué disparando. Hasta mí llegó Ponce, herido en una axila. Lo mandé a retirarse. Luego vi que Arbentosa era herido en el cuello. Raulito Suárez corrió hasta mí y me dijo con voz que no olvidaré nunca:

_ ¿Qué te parece esto?-me mostraba una muñeca sangrante, casi colgante. Con su pañuelo y el mío le improvisé una venda. Y tuve casi obligarle a retirarse.

_ Las llamas seguían acercándose. Fui a recoger mi mochila, pero ya el fuego estaba muy cerca. Me retiré sin mochila. No veía a nadie cerca de mí. Sin Fidel, sin ninguno de los otros compañeros cerca, pensé en salvarme. Corrí en dirección contraria a la caña que ardía. Pensé muchas cosas distintas. Para mí aquello era en ese momento, el final, el fracaso y el deber de comenzar de nuevo. Estuve corriendo durante mas de una hora. En aquel dramático momento vino a mí el recuerdo de mi familia, que hasta entonces no había ocupado mi pensamiento.

Tras larga carrera, sin saber de nadie, me tiraba a descansar. Oscurecía cuando oí cerca de mí una voz respetada y querida:

_ Médico - me dijo.

Era Fidel Castro. Junto a él estaba Universo Sánchez.

"Fidel me preguntó por los demás compañeros. A muchos de ellos los daba ya por muertos. Fidel advirtió que el momento era duro, pero no flaqueó un solo instante. Entonces había de comenzar el duro peregrinaje junto al Jefe de la Revolución por aquellos parajes. Sigilosamente, para no hacer ruido, reanudamos la marcha. Recuerdo que Universo Sánchez que como otros compañeros se había quitado las botas en "Alegría de Pío", cuando nos sorprendieron allí tuvo que abandonarlas. Con mis medias y las suyas aconchadas con paja de caña entre ambas, se improvisó un calzado y echamos a andar. Esa noche salimos de la caña a un monte alto. La mañana siguiente, tras discutir el rumbo a seguir, nos dimos cuenta de que íbamos en dirección a donde se había iniciado el fuego. Por allí nos localizaron los aviones. Fidel se dio cuenta de que nos habían visto. Corrimos unos pasos y nos lanzamos al suelo. Fue una cosa extraordinaria salir ilesos. Los pases de avión eran sucesivos. Arrastrándonos pasamos una guardarraya y nos metimos en otro campo.

"En este último campo de caña permanecimos sin apenas movernos. Con frecuencia las ráfagas y disparos cercanos indicaban la presencia de tropas de la tiranía.

"Nos alimentábamos del jugo de la caña. Universo era el más práctico en cortarla (sin cuchillo), y lo hacía para los tres. Decía que Fidel y yo hacíamos mucho ruido cortándola con los dientes. Cuando nos preguntábamos cuando podríamos salir de allí, Universo respondía bromeando:

_ Aquí nos van a encontrar los macheteros...

"Allí estuvimos cinco o seis días, no recuerdo con precisión.

"Al fin reemprendimos la marcha. Nuestra suerte era que los cañaverales se empataban unos con otros. Íbamos arrastrándonos por las guardarrayas para no ser advertidos. Tres días, más o menos, estuvimos caminando en esta forma.

"Una tarde ya oscuro, nos encontramos una mata de plátanos con racimos tiernos. Nos metimos en un hoyo y los asamos. Esto fue un error porque después nos dio mucha sed y no teníamos agua. Esa noche continuamos caminando. Oímos unos perros. Desde una loma divisamos una casa. Nos acercamos. Oíamos las conversaciones. Después de observar la casa todo el día, Fidel me ordenó bajar hasta ella en busca de alimentos. La familia campesina me recibió alarmada.

_ ¡Preséntense que los van a matar a todos! _ Me mostraron unas hojas que había regado la aviación en la que se relacionaba un grupo de compañeros muertos y otros que se "habían presentado". (En realidad, de estos últimos la mayor parte habían sido hechos prisioneros). Allí comenzamos a saber concretamente los nombres de los compañeros caídos, casi todos asesinados después de prisioneros. Sentí por un instante todo el peso de aquel oscurecer sobre mí mismo.

_ Aquellas casitas están llenas de guardias _ me señalaron los campesinos. _ Anoche estuvieron como 40 preguntando por ustedes.

"Los campesinos temían justamente por nuestras vidas. Entre aquellas casitas, llenas de guardias, habíamos pasado nosotros la noche anterior. Sin embargo, después que se tranquilizaron, nos prepararon un lechón con arroz. Recuerdo que Universo cargó con las sobras dentro de una yagua y fueron nuestro alimento del día siguiente.

"En la marcha nos encontramos otras casas campesinas donde se nos dio alimento. Una noche llegamos a un lugar donde nos encontramos a un jovencito. Éste preguntó a Universo por su gorra para identificarlo.
_ La he perdido.

Luego le palpó los pies:_ ¿Y tus botas?

Universo explicó, pero el muchacho desconfió hasta que me vio a mí y al palpar mis botas exclamó:

_ Ustedes son de los nuestros. ¡Ustedes son de los de Fidel Castro!

"Enseguida nos prepararon alimento, nos informaron que otros compañeros ya habían pasado por allí, que ellos pertenecían a un grupo organizado por un tal Guillermo García. Eran los hermanos Tejeda, que más tarde se incorporaron también.

"A partir de allí, ya no nos faltarían alimentos ni guía. Esa misma noche nos hicieron cenar de nuevo en otra casa y esta vez, gallina y plátano frito. Continuamos hasta la finca de Eutiquio Naranjo y al día siguiente vimos a alguien que buscaba jadeante en el bosque con un cubo en las manos. Al fin nos decidimos a acercarnos a él. Nos buscaba a nosotros. Era el padre del hoy comandante Guillermo García que nos traía alimentos.

"El padre de Guillermo miraba a Fidel (a quien llamábamos Alejandro) con interés. El viejo dijo no saber leer, pero que guardaba los artículos de Fidel que sus hijos leían.

_ Usted sabe -decía_ que cuando murió Maceo, un soldado español que no lo conocía, al ver la estrella gritó: "Aquí cayó uno grande". Y a mí me parece que usted es de los grandes.

"Fidel dijo que pertenecíamos al Estado Mayor.

"Esa misma tarde sería nuestro primer encuentro con Guillermo García.

"Ya de noche, Eutiquio nos sacó hacia un arroyuelo donde nos esperaba la comida y como una veintena de jóvenes campesinos de la zona que se reunieron a pesar nuestro deseo de pasar inadvertidos, mostrando mucho su deseo de unirse a nosotros. No era posible aceptarlos en aquellos momentos.

"Después de uno o dos días más por aquella zona emprendimos una larga caminata que duró una noche entera, acompañados por Guillermo García e Ignacio Pérez (hijo de Crescencio, que cayera luego, en el combate de Jiguaní, con el grado de capitán). Cruzamos el camino que une a Pilón y Media Luna, donde había sido tendido el cerco de guardianes y llegamos a la finca de Mongo Pérez, hermano de Crescencio, en Purial de Vicana. Allí estuvimos acampados varios días. Una mañana Mongo llegó hasta nosotros con una gran noticia y dos cervezas para celebrarla: A unos 2 kilómetros del lugar, en la finca de Cardero, se encontraba Raúl con un grupo de compañeros. El encuentro con Raúl fue inolvidable. Con él venían Ciro, Efigenio, René...

"Uno o dos días después llegarían también Camilo, el "Che", Almeida, Calixto y otros. Así casi uno a uno, fueron reuniéndose de nuevo los compañeros y formándose el grupo. Aquel fue el germen del Ejército Rebelde. "

Terminado su relato, el comandante Faustino Pérez, concluye:

_ Aquel inicio es lo que avala nuestra confianza absoluta en que esta Revolución es invencible, porque si aquel pequeño grupo no se sintió jamás derrotado ni en las peores circunstancias, cómo podrá serlo un pueblo como el nuestro, que cuenta con un líder como Fidel y con la solidaridad de todos los pueblos del mundo.

* DÍAS DE COMBATE. Colección Uvero. La Habana. Instituto Cubano del Libro. 1970: 3-14.
** Comandante del Ejército Rebelde.

 

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